La forja de una feminista - Clara Campoamor - E-Book

La forja de una feminista E-Book

Clara Campoamor

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Beschreibung

Este volumen recoge 63 artículos periodísticos de Clara Campoamor, prácticamente desconocidos hasta hoy. Se publicaron entre 1920 y 1921, cuando la autora contaba 32 años, todavía no había concluido el Bachillerato y trabajaba como profesora de la Escuela de Adultas de Madrid. Estos textos de la futura sufragista muestran su primera vocación literaria y son fundamentales para perfilar su espíritu combativo y moderno. Nos adentran en el mundo de expectativas de una mujer autodidacta y ansiosa por conocer la sociedad que la rodea. Campoamor se interesa sobre todo por la vida de las mujeres, por las heroínas anónimas que se desmarcan del tradicional papel femenino y persiguen su futuro en un medio social que limita sus posibilidades (estudiantes, trabajadoras, feministas, opositoras, artistas…), pero también aborda el contexto social de los más humildes y marginados, que precisan de auxilio material o de la más elemental instrucción. Siempre, ante una y otra realidad, la periodista Clara Campoamor toma partido, como seguiría haciéndolo durante toda su vida.

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Clara Campoamor

la forja de una feminista

Artículos periodísticos 1920-1921

Edición y estudio de

Isabel Lizarraga Vizcarra y Juan Aguilera Sastre

© Herederos de Clara Campoamor

© Edición: Isabel Lizarraga Vizcarra y Juan Aguilera Sastre

© 2019. Editorial Renacimiento

www.editorialrenacimiento.com

polígono nave expo, 17 • 41907 valencina de la concepción (sevilla)

tel.: (+34) 955998232 •[email protected]

Diseño de cubierta: Equipo Renacimiento

Fotografía de Clara Campoamor coloreada por Zeldave (Gisele Nash)

isbn: 978-84-18818-05-9

PRESENTACIÓN

La trascendencia histórica de Clara Campoamor es incuestionable. Su trayectoria vital y su lucha incesante por la emancipación de la mujer, por la libertad y por la justicia, por los derechos irrenunciables del ser humano, continúan siendo un referente ineludible en nuestros días. De ahí su permanente actualidad y el creciente interés por su figura, palpable en ámbitos muy dispares que rebasan lo puramente académico. No cesa de acrecentarse la bibliografía que directa o indirectamente aborda los hitos más relevantes de su vida, en especial su defensa apasionada del voto femenino en las Cortes Constituyentes de 1931, su pionera e intensa carrera como jurista, sus trabajos como activista feminista y pacifista, su militancia política y su labor parlamentaria, sus múltiples actividades durante la Segunda República, su exilio sin retorno, en fin. En este contexto, aparte de los numerosos trabajos de investigación que sigue suscitando (véase Samblancat, 2018), habría que destacar las contribuciones que se vienen haciendo para rescatar su legado, con reediciones de sus libros más relevantes (sus conferencias reunidas en el volumen El derecho de la mujer [1991, 2007], El voto femenino y yo: mi pecado mortal [1981, 2001, 2018], La revolución española vista por una republicana [2001, 2002, 2009], El pensamiento vivo de Concepción Arenal [2013], Sor Juana Inés de la Cruz [1984]) y recopilaciones de textos dispersos como «La condición de la mujer en la sociedad contemporánea» (2006) o de algunos de sus artículos periodísticos publicados en el exilio, como los recogidos por Concha Fagoaga (2017) o Beatriz Ledesma (2018, 2019).

Resulta llamativo, sin embargo, que no se haya prestado atención, más que muy tangencialmente en algunos trabajos como los de Fagoaga y Saavedra (2006) y Martínez (2008), o como fuente documental en otros (Fagoaga, 1985; Aguilera y Lizarraga, 2010), a sus textos periodísticos previos al exilio, prácticamente desconocidos. Es esta una faceta que suele despacharse en los estudios sobre Clara Campoamor con una referencia que ella misma ofrecía en su libro El voto femenino y yo y que, como veremos, ni siquiera resulta exacta. Así resumía su trayectoria, que casi siempre desarrolló de manera individualista y con pocos apoyos, una cita repetida sin cesar en los sucesivos trabajos dedicados a su vida y obra:

En el orden personal me he formado en lucha abierta, sola, privada de ayudas y sin buscar apoyo de ningún clan, lo que acaso sea el manantial directo de mis penalidades. He trabajado primero manualmente, después en la Administración del Estado, ingresando más tarde, por oposición, en el profesorado, y simultaneando esos trabajos con los particulares o periodísticos, laboré en La Tribuna, Nuevo Heraldo, El Sol, y El Tiempo y colaboré en otros. En esa etapa hice mis estudios de Derecho y en 1925 comencé a ejercer la profesión de abogado. (Campoamor, 2018: 241)

En este volumen ofrecemos una primera entrega con que llenar ese vacío bibliográfico y, de paso, ponemos a disposición del lector nuevos datos y aspectos inéditos que contribuirán a perfilar con mayor precisión el espíritu combativo y moderno de Clara Campoamor. Estos primeros textos periodísticos de la futura sufragista nos adentran en el mundo de expectativas de una mujer que a sus 32 años aún no había concluido el Bachillerato ni comenzado sus estudios de Leyes, autodidacta y ansiosa por conocer el mundo que la rodeaba, ante cuya curiosidad sin límites se abrían variados y sugestivos caminos. En una sociedad obligada a entender la nueva proyección que la mujer moderna comenzaba a demandar con urgencia, Clara Campoamor bucea en los retos que afrontan las mujeres de su entorno, a la vez que nos permite rastrear sus propias inclinaciones, su visión de los diferentes aspectos en que va cristalizando el inevitable protagonismo de las mujeres en la sociedad contemporánea. Porque en casi todos sus artículos la mujer es la protagonista, y todos ellos reflejan el esfuerzo de unas heroínas, anónimas casi siempre, que contradecían y superaban la imagen tópica de la mujer tradicional: mujeres luchadoras que persiguen su futuro en un medio social que limita sus posibilidades (estudiantes, trabajadoras, convencidas feministas, opositoras, artistas…), pero también la realidad de los más humildes y marginados, que precisan del auxilio material (enfermos, niños en situaciones precarias, abandonados o necesitados de higiene) o de la más elemental instrucción. Y, siempre, ante una y otra realidad, la periodista Clara Campoamor tomará partido, como seguiría haciéndolo toda su vida.

Los artículos periodísticos que aquí recuperamos son una primera muestra de su viva inteligencia, de su determinación, de su espíritu constante de superación y de su pasión por saber y aprender, por más que las circunstancias la obligaran a interrumpir sus estudios muy joven. Y resultan determinantes, como veremos, para su formación personal y para entender su actitud ante la vida. Su análisis permite una visión más coherente y fidedigna de la Clara Campoamor activista y defensora de los derechos de la mujer, que alcanzará fama y prestigio más tarde por su labor como jurista y como parlamentaria.

Isabel Lizarraga Vizcarra

Juan Aguilera Sastre

Logroño, abril, 2019

ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS

HOY (NUEVO HERALDO)

Concepción Arenal

Hoy, 30 de enero de 1920, p. 51

«¿“Todos” los hombres tienen aptitud para “toda” clase de profesiones? Suponemos que no habrá nadie que responda afirmativamente. ¿“Algunas” mujeres tienen aptitud para “algunas” profesiones? La respuesta no puede ser negativa sino negándose a la evidencia de los hechos.

***

Y si a tal hombre apto no se le prohíbe el ejercicio de una profesión porque hay algunos ineptos, ¿por qué no se ha de hacer lo mismo con la mujer?».

Concepción Arenal, La educación de la mujer.

Realiza la ilustre mujer cuyo nombre pronunciará hoy con amor España entera, en el libro a que nos referimos, la augusta labor del sembrador.

Combate reciamente los arraigados prejuicios que circundaban la vida intelectual y activa de la mujer fuera del círculo del hogar. Defiende luminosamente derechos naturales, lógicos, irrebatibles. Llega en el campo de acción a que estima llamada a la mujer a audacias sublimes, en apariencia incompatibles con su respeto a la Iglesia, cuando en nombre de su más pura naturaleza reclama para la mujer el ejercicio del sacerdocio.

Pero con todo ello gustamos de imaginar que Concepción Arenal realizaba expresamente con su Mujer del porvenir la labor de sugerir anhelos, de encerrar en el espíritu de todas sus lectoras el germen de un ideal: el derecho al trabajo.

Este libro, que casi carece de doctrina teórica, es como una razonada exposición de derechos anteriormente cimentados.

Verdaderamente, cuanto en teoría pudiera aportarse, con sólida trabazón quedaba expuesto en su obra La educación de la mujer. Y después de ella poco ha podido decirse que la igualara y casi nada que pudiera sobrepujarla.

¿Qué concepto puede ganar en solidez al argumento que extractamos al principio de estas líneas?

Con la señora Arenal se ha dicho ya cuanto en teoría puede favorecer a la mujer. Después de ella la única labor que puede interesarle es la de una prudente práctica, concienzuda y firmemente encaminada.

Y este «mandato» es lo que principalmente extraemos del libro que quisiéramos glosar.

Con su exquisito tacto, a la vez que con su delicada ternura, rebasa para la mujer la intervención en las luchas políticas, cuyo estrecho y mísero criterio considera nocivo para su espíritu.

Pero a la sutil pensadora no podía ocultársele que solo tienen solidez aquellos derechos que las disposiciones legales consolidan, y que La mujer del porvenir que su justiciero espíritu forjara no será una amplia y total realidad en tanto que la influencia femenina no pueda legalmente ejercitarse en el campo de la política y de la legislación.

Por esto creemos que el claro talento de aquella mujer, que honró nuestro siglo XIX, dejó deliberadamente este aspecto de la evolución femenina, muy difícil de insinuar en aquella época; pero a la vez proponíase, y acertó a llevar a su libro, el latido de todas las esperanzas que puede abrigar la voluntad femenil en elevados empeños y, acaso sin saberlo, a la vez que sienta su negativa rotunda a una intervención en el terreno de la política, la sugestión que más claramente fija su libro en la mujer moderna es la de conquistar esa competencia legal que le permita intervenir en la política para obtener, por una modificación legislativa que nunca se conseguirá sin su concurso, la capacitación que la excelsa escritora razonaba.

El congreso internacional femenino.

Un camino a seguir

Hoy, 20 de febrero de 1920, p. 4

En la junta celebrada ayer por el Comité Español de la Alianza Internacional para el Sufragio Femenino, encargado de preparar en España la celebración del octavo Congreso Internacional, se han manifestado claramente los inconvenientes que para la obra de capacitación femenina en nuestro país pueden derivarse de la ostentación de un pueril individualismo o cuando menos de una actividad erróneamente encauzada.

La secretaria general del Comité, doña María Martínez Sierra, al dar cuenta de las gestiones realizadas hasta el día, transcribió una carta recibida de la secretaria de la asociación inglesa, organizadora del Congreso Internacional, en la cual se notificaba la entrevista celebrada en Londres con la presidenta de una de las asociaciones femeninas de España –que recientemente dio una conferencia en un importante centro legislativo– y de las dificultades por ellas expuestas para llegar a la realización del anunciado Congreso en la capital de nuestra patria.

Estas dificultades eran: la no aceptación previa del español como idioma oficial y la posibilidad de que no pudieran afiliarse a la Alianza Internacional más de una agrupación femenina, siendo varias en España las disidentes (sic).

Al comunicar estos extremos se acompaña copia del escrito en que se contesta a la pseudorrepresentante de las organizaciones femeninas españolas, y la síntesis de esta respuesta es:

Primero. Que la Junta Directiva de la Alianza no tiene facultades para afiliar sociedades ni decidir qué idiomas oficiales serán los del Congreso.

Segundo. Que estas son cuestiones previas que resuelva el Congreso en su primera reunión; y

Tercero. Que el Congreso afilia en esta primera sesión a todas las sociedades que lo solicitan, y que el idioma del país donde el Congreso se celebra se considera invariablemente como idioma oficial en las reuniones de propaganda.

Cae aquí por su base cuanto hasta ahora ha pretendido realizarse al amparo de un falso sentimentalismo, basado en la exclusión del idioma español en el próximo Congreso, puesto que matemáticamente queda demostrado que nuestro idioma será necesariamente reconocido como oficial en el importante acto que se prepara.

Hecha esta breve exposición de hechos y renunciando a desentrañar ciertas actuaciones individuales que fácilmente podrían poner en peligro la celebración de la asamblea internacional en Madrid, cuestión vital para un rápido avance de la reivindicaciones femeninas, vamos a tratar este asunto en tono un tanto más elevado, como corresponde al tema propuesto.

Y en este plano, confesamos no comprender las razones fundamentales que separan entre sí a algunas organizaciones españolas, motivando el hecho insólito de presentar sus discrepancias ante la Alianza extranjera, que fácilmente puede alarmarse con la sospecha de nuestra ligereza.

No hay razón ninguna que justificar pueda esta actitud, francamente suicida. Ni discrepancias de sólidos principios, ni vanidades personales, ni aun absurdas realidades prácticas, son admisibles ni tolerables. Solo una gran puerilidad, una enorme inconsciencia puede mantener lo que es un gran equívoco.

No se trata de afirmar principios doctrinarios, ni opuestas tendencias, ni diversas normas sociales. Se trata llana y únicamente de alcanzar una capacitación femenina, simbolizada en la obtención del sufragio. Y la primera realidad práctica para su consecución es la celebración del Congreso Internacional de Madrid, acto con que se honra y se beneficia elevadamente a la mujer española y al que es indispensable que ella coopere con un alto concepto de disciplina social.

Y ante esta realidad no hay sino tres caminos: adherirse a ella, combatirla de frente o la absoluta indiferencia. Y nada más. Todo eso de hallarse conforme con los principios proclamados y discrepar en minucias que a la larga obstruyen pesadamente es hostil a la lógica.

Nada importa el matiz de unas u otras agrupaciones, y todas deben conservarle cuidadosamente. La finalidad en cuyo camino deben hallarse todas es proveerse de medios de lucha para prestar mañana la suma de esfuerzos a los respectivos ideales. En esta posición espiritual ha de situarse toda mujer española y bien sencillo le será descubrir en la más opuesta tendencia la colaboración que necesita para alcanzar la fuerza social con que combatir esa misma tendencia noblemente en el porvenir.

Por ello estimamos que la conducta a seguir por las asociaciones de mujeres españolas es la formación de una conjunción feminista circunstancial, sin otra misión que la de preparar la labor que llevará España al Congreso Internacional y la de cooperar con todo su esfuerzo al logro del ideal común.

Primero, realidades, y luego, lucha, toda la lucha que se quiera, que con ella colaboramos al progreso humano y a la perfección femenina; pero puerilidades, no, que «en estas disputas...» se está jugando la inmediata realización del progreso femenino español y el concepto que de nuestra sociedad social tengan las asociaciones extranjeras que pensaron en la austera castellana (sic) al organizar un Congreso honrado con la presencia de tantas mujeres que durante la guerra laboraron por su ideal, encarnando las más nobles y laboriosas actividades.

Aires de fuera. La delegada oficial

del Uruguay a su paso por España

Hoy, 20 de mayo de 1920, p. 22

La Alianza internacional del sufragio femenino, al organizar para los primeros días de junio el Congreso internacional, que se reunirá en Ginebra y debió celebrarse en España, invitó oficialmente a los Gobiernos de todos los Estados.

Tan solo cuatro han respondido al llamamiento, enviando una delegada oficial: Inglaterra, Estados Unidos, Noruega y el Uruguay, que envía a la doctora Paulina Luisi.

Durante su estancia en Madrid, hemos conversado con esta interesante mujer, que será la única representante oficial de los países de raza latina en el Congreso donde se debate una de las cuestiones que, pese al desdén oficial de tantos países, más interesan al progreso y al futuro desenvolvimiento social: la intervención de la mujer en la actividad política.

Una luchadora

La doctora Paulina Luisi es la autocinceladora de un tipo de noble mujer moderna, ponderada, de gran actividad y entusiasmos fecundos.

La primera doctora graduada en la Universidad de Montevideo ha combatido cara a cara los primeros prejuicios desatados contra la actividad espiritual femenina, y ha conocido personalmente cuanta energía y resistencia debieran animar a las mujeres que abrieron brecha en el férreo bloque de la rutina oposicionista, conquistando, en tiempos infinitamente difíciles para esta clase de combates, el puesto preeminente a que era acreedora.

Las disciplinas científicas de la doctora Luisi, que antes de consagrarse a la Medicina laboró en le terrero pedagógico, pusieron en la propaganda de los derechos feministas, a que con celo se consagró después, el sello de un alto sentido práctico, de un valor de realidad, que ha hecho de su organización feminista un continuado éxito.

Nos habla una mujer que moldeó su vida de acuerdo con su espíritu, y sacando de la lucha nuevas fuerzas, las consagró al porvenir de sus compatriotas, grabando en las realidades obtenidas las bellas esperanzas de mañana.

El feminismo en Uruguay

En 1916 se fundó en el Uruguay el Consejo Nacional de Mujeres, que preside desde entonces, por reiterada designación, la doctora Luisi, y que bajo su firme orientación hizo una amplia obra.

La asociación, que estudia y labora por toda clase de temas que afectan al mejoramiento de la mujer y de la sociedad en pleno, en unas acertadas campañas, logró grandes resultados prácticos, en la lucha contra la reglamentación de la prostitución, el alcoholismo y la defensa de los intereses de la mujer.

Frente a estas campañas, en las que se trató por la asociación feminista temas de ordinario tan rehuidos con una gran firmeza y sin hacer concesión ninguna a la puerilidad, especialmente en la campaña contra la reglamentación de la prostitución en Montevideo y Buenos Aires, fue la prohibición del establecimiento de prostíbulos, conservándose, sin embargo, la inscripción obligatoria; la aprobación de una ley contra el proxenetismo, que después ha sido mejorada y también una ley de represión y expulsión contra los explotadores de mujeres.

Asimismo, y merced al esfuerzo de las feministas, se ha obtenido de la Dirección de Enseñanza el establecimiento, en las escuelas primarias, a partir del quinto grado, de la enseñanza sexual, y la celebración de conferencias sobre profilaxis venérea en las escuelas de adultos. También funciona el Comité contra la trata de blancas.

Las victorias alcanzadas nos dan ligero [sic: sin sentido por error de imprenta] uruguayas, cuya actividad iniciada en fecha reciente ha sido tan lisonjera en aquellos aspectos más interesantes a la raza y salud social.

Entre otras concesiones interesantes para la mujer, el Consejo ha logrado las siguientes: establecimiento de la enseñanza oficial de linotipistas mujeres, a cuyo aprendizaje particular se oponían los obreros; prohibición de acceso al cinematógrafo a las menores, para quienes se celebran sesiones infantiles; importantes medidas restrictivas contra el alcoholismo; protección a las dependientas de comercio; acceso de la mujer a todos los empleos, trabajos y profesiones, con la excepción de la de escribano, sobre cuya limitación se debate ahora un caso práctico, etc. etc.

El Consejo tiene numerosísimas asociadas individuales y gran cantidad de afiliaciones gremiales; una de estas es la de telefonistas, que cuenta con 250 agrupadas.

A favor de estas modestas y sufridas obreras, acaba de obtener la doctora Luisi el triunfo más resonante. ¡Ahí es nada!: conseguir de la compañía extrajera que explota el servicio un aumento en el sueldo de las telegrafistas que, de 20 duros, han pasado a 30 mensuales, y esto, sin exponer a las agrupadas a represalia ninguna, ya que las negociaciones fueron llevadas exclusivamente por la Directiva del Consejo.

En igual forma se lograron mejoras para diversas agrupaciones gremiales.

Feminismo político

En este aspecto la realidad se inicia también a través de expresivas esperanzas.

Las mujeres uruguayas han realizado diversos actos públicos, aparte de sus campañas de propaganda, en demanda de la obtención de derechos políticos.

Manteniéndose dentro de la mayor corrección y prudencia, han exteriorizado sus deseos en todo momento.

El primero de estos actos fue la manifestación de duelo celebrada con ocasión del fallecimiento de una alta autoridad uruguaya, autor del primer proyecto de ley presentado a la Cámara en demanda de concesión del sufragio a la mujer; al acto, según manifestación del actual presidente del Uruguay, y entonces ministro de Asuntos Extranjeros, y entusiasta feminista, asistieron en mayor número las mujeres, entre las que se hallaban representadas todas las clases sociales.

Actualmente existen dos proyectos de sufragio femenino depositados en la Cámara uruguaya que sesteaban profundamente, en espera del dictamen de la comisión correspondiente; una continuada serie de esfuerzos, demandas y reclamaciones femeninas ha triunfado de la apatía parlamentaria, y uno de los proyectos ha salido bien informado de la comisión. ¡Con cuánta fe no prepararán su bien templado ánimo las mujeres uruguayas adiestradas en el combate para triunfar en esta última trinchera, la más difícil de salvar por la especial constitución de las Cámaras, pero de cuyo obstáculo triunfarán innegablemente las meritísimas luchadoras!...

La revelación de Portugal

La doctora Luisi lleva al Congreso Internacional, además de la delegación oficial de su país –con la que una mujer de habla y raza española ostenta la investidura que sanciona a las delegadas de países como Inglaterra, Estados Unidos y Noruega, faros de luz del progreso mundial– la representación de cinco asociaciones de la Argentina, y ya en Madrid, le fue confiada telegráficamente la de las asociaciones del Paraguay.

A su paso por Portugal, la Asociación Feminista de Lisboa le ha conferido igual representación.

—¿Existe una intensa organización feminista en Portugal?

—Sorprendente; en este aspecto, como en el orden social, Portugal ha sido para mí una verdadera revelación –nos dice con sincero entusiasmo la doctora Luisi–, y creo que se carece de noticias fidedignas acerca de la importante transformación política realizada al oeste de Iberia; mi ánimo, preparado a no sé qué contemplaciones dolientes y empobrecidas, según las ideas que esparcen los pesimistas que cruzan las fronteras, se ha sorprendido gratísimamente ante un pueblo vibrante, lleno del más puro liberalismo, defensor de sus más caros ideales y triunfador de toda conjura como de las más graves dificultades creadas en su torno. Créame: Portugal es una risueña esperanza, y en el recóndito corazón de ese país que se pretende ignorar hay un tesoro de libertades y enseñanzas.

En cuanto al estado social de la mujer en orden a sus futuras conquistas, es igualmente sorprendente. Nunca he hallado en un grupo de mujeres afinidad ideológica tan perfecta como la observada en esta Asociación Femenina portuguesa, cuya presidenta, la doctora Cabete, es una singular organizadora, ayudada por la secretaria, Clara Correa Álvares, mujer de extraordinarios méritos, que mereció a Teófilo Braga este juicio:

Yo le aseguro que no hay una mujer que supere en talento a esta señora.

Responden estas novísimas mujeres portuguesas a todos los valores que nutren a los elementos de lucha de su país. Hijos todos ellos de la revolución, espíritus templados en el fragor depurador de las luchas modernas, sus iniciativas, surgidas al calor de altos ideales, se realizan en las normas de las libertades redentoras.

Tengo fe en España

Acontinuación la doctora Luisi nos habla largamente de España. Sus palabras, de hondo cariño, en las que no asoma el más leve tópico de la sensiblería al uso, al tratar de los lazos hispanoamericanos, nos van mostrando claramente un hermoso aspecto del corazón de América, que nos conoce, nos estudia y nos sigue atenta la mirada, que se nubla con nuestros tropiezos y se ilumina ante las esperanzas que se dibujan en nuestro horizonte.

La España que ama la doctora Luisi, la que soñamos, próspera, serena, liberalísima, va señalándose en la lejanía, y su sincera evocación nos gana con emoción de gratísima esperanza…

La reforma del matrimonio inglés.

A nuevos tiempos nuevas leyes

Hoy, 31 de mayo de 1920, p. 2

AInglaterra, heraldo de las innovaciones liberales que más hondamente conmovieron la vida social de los pueblos, correspondía la iniciativa en la ardua tarea de remover los arcaicos cimientos del contrato matrimonial, asentándolo sobre bases más en armonía con la ya esbozada igualdad social de los sexos.

Lo curioso, en este caso, es que la reforma matrimonial es iniciada no por las leyes civiles –por otra parte bastante amplias a favor de la mujer consorte–, sino por la Iglesia, punto de partida que presta su máxima fuerza moral a la modificación, ya que las pragmáticas religiosas consérvanse inmutables y estáticas al correr de los siglos en todo credo, aun en el de la iglesia reformada, que ya es sabido rescata con una depurada austeridad las audacias pretéritas.

Pero fiel al espíritu de los tiempos y con un oportunismo que demuestra su comprensión, apresúrase a modificar en la letra lo que ya cambió de aspecto en la realidad.

Poco o nada aporta a la condición social y jurídica de la esposa la nueva epístola. El matrimonio, pese a sus moldes arcaicos, fue y será siempre problema de convivencia y afinidad entre dos espíritus y dos caracteres, y sospechamos que los más furibundos explotadores de la obediencia femenina se habrán hallado en ocasiones tan indefensos como los dejaba la epístola ante un carácter indomable, de esos que –según fama y mala fama– abundan tanto en nuestro sexo; pero la modificación, mejor dicho, la supresión de esta absurda norma enriquece el bagaje espiritual de las reivindicaciones femeninas y, sobre todo, honra a la mujer inglesa y a la alta autoridad, que, consciente del momento, ha modificado lo que no tenía sanción posible en la práctica.

En efecto, se hacía difícil conciliar la plena autonomía espiritual que otorgan a la mujer inglesa recientes leyes, entre las que se cuenta el derecho electoral, como electora y como elegible, en las sancionadas ya en la realidad con la dogmática obediencia del uno al otro de los contrayentes, dependencia espiritual sin límites previstos, ya que no se trata en la disposición comentada de establecer una sabia política del hogar, una acertada profilaxis en los posibles conflictos paternales o de convivencia íntima, sino que, arrasadora y absoluta, la ley eclesiástica, como la civil, prescribe una especie de omnímoda tutela, cuya capacidad tampoco se estudiaba en cada caso.

La ley matrimonial en Inglaterra no ofrecerá en adelante excepción ninguna. Deberes y derechos serán iguales para ambos contrayentes, y cuantas nebulosas pudieran conservarse en el aspecto social desaparecen ante el golpe mágico de la amplia evolución de la iglesia, cuya rémora en este aspecto contenía no pocas innovaciones favorables a la mujer.

Al poner la religión reformada su grano de arena a favor de la igualdad de los sexos, presta a la mujer un apoyo moral que le será de inmenso valor en el camino, ya muy despejado, de sus luchas.

Pero a la vez hace otro tanto a favor de los usos y leyes, y robustece poderosamente su autoridad espiritual.

Ley que no evoluciona al unísono de las costumbres es letra muerta.

Así existen en muchos códigos civiles sagrados fetiches prehistóricos, desterrados en la práctica, que nadie se cuidó de adaptar a los tiempos.

Esas moles gigantescas que amenazan siempre y a quienes falta agilidad, aun para desplomarse sobre los burladores, solo sirven para familiarizar al ciudadano con el desdén hacia la ley escrita.

Admiremos la agilidad social de pueblos como el británico, en el que hasta los severos moldes religiosos tienen la fina percepción del progreso y la sabiduría de conservar vivas y jugosas sus leyes, acordándolas con las conquistas sociales.

La actividad femenina.

La mujer española en la Universidad

Hoy, 4 de junio de 1920, p. 23

Las alumnas no oficiales

Primeros días del ardiente junio. Las galerías de la Universidad madrileña rebosan de juventud, de ambición y esperanza.

Vibra el aire con las voces impacientes que encubren el afán del momento anhelado. Entre los grupos de estudiantes se destacan algunas siluetas femeninas: son las alumnas no oficiales que acuden al examen de fin de curso.

Los tablones de edictos contienen la sentencia que embarga tanta atención juvenil: «Los exámenes darán principio a las diez».

Hemos querido ver el esfuerzo femenino en todo su pujante esfuerzo: en el examen como alumnos (sic) libres, desprovistos de la defensora cota de malla que la aplicación demostrada en el curso tiende sobre los alumnos oficiales.

Así, ignorados por el catedrático que ha de bucear profundamente en el bagaje espiritual de los examinandos, se aquilatará el valor mental de la juventud femenina, que, libre de prejuicios y ansiosa de ciencia, penetra en el santuario del saber, donde florecen las más bellas flores de la vida.

Casi todas las alumnas que cursan sus estudios libremente lo hacen animadas por el deseo de intensificar el esfuerzo, sometiendo su cerebro en tensión fructífera, sin perder momento, estudiando ávidas y comprensivas, para abreviar el largo interregno que las separa del pleno desarrollo intelectual.

Todas ellas se examinan de dos cursos, o preparan nuevas asignaturas para los exámenes de septiembre.

Coeducación y convivencia

—¿Es que les asusta la vida del aula compartida con los estudiantes?

—¡Oh, nada de eso! En general, optamos por la coeducación. Las pequeñas molestias surgidas al principio, cuando la presencia femenina en la Universidad pudo parecer exótica, se hallan muy lejos.

Nosotros hemos asistido a muchas clases oficiales y hemos observado que entre alumnas y alumnos reina un perfecto respeto y una respetuosa consideración.

Estudiantes de uno y otro sexo tienen una plena autonomía espiritual, y las aristas y vagos temores de la convivencia en las aulas han quedado reducidos a manifestaciones personalísimas, en las que cada alumno procede con criterio individual y propio.

Asoma Cupido y se venga Himeneo

—Dada la idiosincrasia del carácter masculino y la leyenda española, algunas familias alejan a sus hijas de las aulas por evitarles un presunto asedio amoroso, que distraería su espíritu del estudio. ¿Tienen razón en sus temores?

—Ya le digo que todos esos temores han decrecido mucho en la realidad. Los alumnos y alumnas que estudian en la Universidad son, en su casi totalidad, espíritus serios, caracteres firmemente encaminados a conquistar un puesto en la vida. La leyenda del estudiante bullanguero y vago es un fetiche muerto, y las alumnas, todas ellas acuciadas por el afán de labrarse un porvenir y conquistar el respeto y consideración debidos a la mujer, se mantienen dentro de la mayor severidad.

—¿Y no asoma Cupido por estas amplias galerías?

—Sí, hemos visto zumbar su flecha una vez; pero le ha vengado Himeneo –me dice burlona y riente una morena de vivos ojos negros–. Tenemos una boda universitaria en puerta: la de un doctor, que al terminar su carrera obtiene en brillante oposición una cátedra, con una doctorada que cursó sus estudios en la Universidad Central, con excelentes notas.

El momento fatal

Las aulas se llenan. Las alumnas no oficiales, en minoría proporcional a los estudiantes, se preparan inquietas. Espiamos en sus rostros aniñados la suprema emoción de la espera. En su examen defienden la asignatura y el puntillo de amor propio con igual encarnizamiento.

Asistimos al examen de una alumna. Su firmeza y su claridad nos complacen, y la serenidad y suficiencia con que expone y desarrolla su papeleta es comentada por algunos compañeros de banco.

—Adquiere luminosidad diáfana la técnica micrográfica con que se debate la futura licenciada –asevera un enemigo «cauterado» de la asignatura.

El examen continúa; las compañeras que aguardan su momento nos expresan el descontento general por la falta de método y organización con que se realizan los exámenes no oficiales. Sin día determinado, vense obligados los estudiantes a acudir a diario, encontrándose a veces con dos asignaturas para el mismo día.

El esfuerzo femenino

—¿Cuál es la nota general de curso entre los alumnos oficiales?

—Excelente; estudian más y mejor que nosotros.

Esta vez me contesta rápido y justiciero un estudiante de severo perfil, que parecía abstraído en el estudio de una anatomía de texto. En la Universidad obtienen las mejores notas, y en el Instituto, donde cursan este año 200 señoritas, hay clases, como la de latín, en la que todos los primeros números los tienen las muchachas4.

Hay casos verdaderamente notables. Aquí tiene usted a la señorita Santos Güeldo, que empezó en 1916 los estudios de Bachillerato y se licencia este año en Filosofía y Letras; la señorita Carmen López Bonilla, que cursa a la vez Derecho y Filosofía y Letras, y en ambas carreras se halla en último año. En general –continúa mi amable comunicante–, el paso de la mujer por la Universidad es un legítimo timbre de gloria y una reivindicación de sus derechos, que ya no pueden discutirse seriamente por nadie.

Sus esperanzas

—¿Todas ustedes ejercerán las carreras que cursan?

Un ligero clamor se eleva en el pequeño grupo, que nos va exponiendo sus esperanzas.

Gran parte de ellas se dedicarán a Archivos y Bibliotecas. Otras sueñan con la cátedra; una esbelta, curioso conjunto de tez morena y claros ojos azulados, responderá a la tradición familiar y nos revela su pasión por los estudios literarios; es la señorita Jimena Menéndez Pidal.

Los derechos femeninos

—¿Qué ha sido de la proyectada fusión de las Juventudes universitarias a una sociedad feminista?

—Un fracaso; no se ha respondido a la invitación.

—¿No les interesan a ustedes las cuestiones feministas?

—Profunda y seriamente. Por eso mismo fue un fracaso la presunta fusión. Nosotros (sic) queremos hacer labor seria por las reivindicaciones femeninas. Lo demostramos con hechos, y no nos agrada gastar nuestra fuerza espiritual en una labor diluida y vana, que hasta ahora fue completamente estéril. Cuando terminemos nuestros estudios y nos hallemos capacitadas para una intervención provechosa, entonces haremos el grupo, nuestro grupo, que trabajará serenamente por los derechos femeninos a que todas aspiramos. Ahora sería prestarnos a simulacros que no nos interesan y dar nuestra ayuda a intereses especiales. Nuestro feminismo práctico es la más elocuente demostración de nuestros anhelos y propósitos.

Ciento cuarenta y cinco matriculadas

Durante el presente curso hubo matriculadas en la Universidad central, entre alumnas oficiales y libres, 145, adscritas a las diversas Facultades en el siguiente número:

Filosofía y Letras, 46; ciencias, 41; Farmacia, 38; Medicina, nueve; Derecho, uno; odontólogos, uno.

Filosofía, Ciencias y Farmacia llevan la primacía.

La facilidad de opositar a Archivos, la fácil salida económica de la carrera de Farmacia y el noble afán del estudio reposado de gabinete, son los elementos que inician estas tres poderosas corrientes en la elección femenina.

Nuestras amables informadoras se disgregan, llamadas a las aulas respectivas por la hora de lucha que consagrará los esfuerzos de un año.

Un franco y sentido «¡Buena suerte!» y una advocación mental a favor de esta dorada juventud, esperanza florida de la mujer española, nos arrancan a las galerías iluminadas y rumorosas.

La caridad y la inteligencia femenina.

Las damas enfermeras de la Cruz Roja

Hoy, 11 de junio de 1920, p. 25

La terrible guerra ha puesto en alto lugar la valiosa cooperación femenina en las mansiones del dolor, donde refluyen los destrozados en la lucha fratricida. Las instituciones de enfermeras han cundido en todas las naciones, y la sección española de la Cruz Roja cuenta hoy con un plantel de damas enfermeras que, en un día luctuoso, pondrán sus cerebros adiestrados, sus manos expertas y la ternura de su corazón femenil al servicio de los grandes dolores de la humanidad.

Era necesaria una institución de esta índole, organizada con la rara perfección con que en Madrid se lleva a cabo.

Los conocimientos prácticos para casos de accidentes y tratamiento de enfermos es una enseñanza que faltó siempre a la mujer del hogar. La ignorancia es ante el misterio del dolor la más terrible de las impotencias. En el santuario familiar donde una ligera hemorragia o un simple síncope es una verdadera catástrofe para el corazón que ama y sufre con el dolor de los suyos, la mujer instruida en los rudimentos de la cirugía y medicina será el reposo, la dulce confianza, la serenidad experta, la inteligencia tutelar.

La labor de una dama enfermera

La institución de Damas Enfermeras de la Cruz Roja, que se adiestra en el Dispensario de San José y Santa Adela, ha sido modificada, mejorada y exaltada bajo el impulso protector de Su Majestad la Reina doña Victoria, la noble actividad laboriosa y administrativa de la duquesa de la Victoria, inspectora general y la organización científica y práctica de los doctores Nogueras, director del Dispensario, y doctores Luque y Serradas, médicos directores de las diversas clínicas, bajo cuya dirección hacen su aprendizaje práctico las futuras enfermeras, enseñanza dividida en cuatro cursos.

En el primero, dedicado a la teoría general, colocación de vendajes, tratamiento de toda clase de accidentes, contención de hemorragias, asepsia y antisepsia; también se estudia Fisiología y Anatomía, ambas materias con gran extensión, la anatomía amplísima, especialmente la del hombre, por razón de orientar las prácticas hacia las necesidades de hospitales y ambulancias de campaña.

En el segundo curso se realizan prácticas de curas y servicios perfectamente acordadas con los estudios del primer año. Ambos cursos duran desde noviembre a mayo.

Se compone el tercer curso de cincuenta días dedicados a prácticas generales: análisis de laboratorio, lavados de estómago y ojos; prácticas en la clínica de ginecología, etc.

Al finalizar el segundo y tercero, las damas reciben, mediante un severo examen de aptitud, los títulos respectivos de dama enfermera de segunda y de primera clase.

A estas enseñanzas se agrega un cuarto curso, de ampliación, en el que se elevan los conocimientos adquiridos a un grado más amplio, y se conceden los títulos de subjefas y jefas.

Los servicios comienzan a las nueve de la mañana, terminando a las dos o tres de la tarde. Entran en grupos de veinte, que se reparten en las diversas clínicas.

Las damas enfermeras, vestidas, calzadas y tocadas conforme dispone el reglamento, observan una depuradísima asepsia en toda su intervención; facilitan todos los útiles necesarios en las sucesivas intervenciones por medio de una larga pinza; provistas de sus guantes de goma, realizan curas, dirigidas por los médicos, preparan los enfermos, realizan vendajes, ayudan en las operaciones; su labor es análoga a la del médico ayudante.

Un héroe moderno

Observamos que el joven y sabio doctor Nogueras cojea ligeramente. Una dama enfermera nos relata un hecho sencillamente inmenso. Recordamos el accidente sufrido por el doctor al salir del Palacio Real en los días de los incidentes motivados por los jóvenes de la Acción Ciudadana contra los obreros de la fábrica La Fortuna. Una caída desgraciada fracturó al doctor la tibia y el peroné: el Dispensario lamentaba la desgracia que le privaría de la ciencia del director… y al día siguiente, el herido, con la pierna enyesada, hacía su cotidiana aparición ante la verja del Dispensario; el doctor ha convalecido con sus enfermos; del enyesado pasó a las muletas, de estas al bastón de apoyo; al fin, renunció a toda traba, y ni un solo día, pese al sufrimiento, acaso al peligro, faltó a su puesto; y es muy posible que con severa dulzura, olvidando su pierna enyesada, prescribiese a veces a un fracturado la inmovilidad más absoluta si quería curarse…

La labor del Dispensario

—Aquí –nos dice una de las damas– se atiende a 200 enfermos diarios, que acuden a las clínicas de cirugía, a cargo del Dr. Nogueras; ginecología y niños, que dirige el Dr. Luque, secundado por el Dr. García; estómago, a cargo del Dr. Serradas; oftalmología, enfermedades del pecho; etc.

En la dedicada especialmente a enfermedades de la mujer se curan de cuarenta a cincuenta enfermas por día. En la de estómago, unas cuarenta. Niños llegan a atenderse hasta setenta y cinco diarios. Los tres doctores, alma de la institución, Sres. Nogueras, Luque y Serradas, examinan a los enfermos de cirugía general, ginecología y estómago, analizan, preparan y operan a los que necesitan esta intervención. Ello hace que acudan en enorme cantidad enfermos en estado muy álgido en su enfermedad.

—¿Cuál cree usted sea la determinante de las enfermedades de estómago, tan frecuentes hoy? –preguntamos al doctor Serradas.

—Son, en efecto, muy numerosos los enfermos de estómago, y esta especialidad se nos presenta con gran frecuencia en las diversas clases sociales. Creo sinceramente obedece a las condiciones de la vida moderna: la intensidad, el vértigo de nuestra sociedad, la rapidez de las comidas y la falta de descanso hacen en pro de estas enfermedades una labor terrible.

El dolor moral superior a todo

—¿Han vencido ustedes muchas dificultades y han compartido muchos dolores? –preguntamos a las damas que ayudan a los médicos.

—No; todas sentimos una gran atracción por nuestra misión desde el principio.

—Mi principal dificultad –dice la señorita Caballero de Rodas– fue adquirir la energía, la saludable decisión y dureza que hay que ejercer en las curas: las quejas de los enfermos me hacían proceder con temor en la limpieza de las heridas y adherencias. Una hermana de gran espíritu y larga historia de caridad, que estuvo durante la guerra en el frente francés, me convenció del beneficio que halla el enfermo en una cura amplia, completa. Hay que raspar sin vacilar lo malo, pensando en la salud que se busca.

Solo recuerdo un amargo dolor sufrido, una pena profunda: fue el día en que una muchacha de dieciocho años, a quien el doctor prescribió un absoluto reposo hasta que cesaran los vómitos de sangre, me dijo que solo poseía veinte céntimos, que no comía desde el día anterior, y que a causa de su avanzada tuberculosis no le era posible hallar un acogimiento donde morir al menos dulcemente, descansadamente. La ciencia solo puede acoger en los hospitales a lo que puede curarse, y la caridad ha olvidado crear un sitio donde los tristes desahuciados puedan morir bendiciendo la muerte…

El amigo de los niños. ¡Un horno de chuletas!

—Es tanta la miseria social, acuden enfermos depauperados, empobrecidos fisiológicamente por la escasa y mala alimentación, naturalezas minadas por la anemia, que torna su organismo en imán de todas las enfermedades…

Sobre todo en los niños causa pena inmensa ver criaturitas delicadas, víctimas del raquitismo, que arrastran una vida enfermiza, débiles florecillas que no resisten el más ligero choque. Bien conoce la fuente de nuestras miserias fisiológicas el efusivo corazón del joven doctor García, a quien el espectáculo infantil sugiriera un día este comentario: ¡Qué podemos ante esto! ¡Un horno de chuletas y un buen saco de dinero para arrancar estas naturalezas a la miseria devoradora transformarían mágicamente tanto dolor!...

Labor social de las damas enfermeras

—En caso de epidemia o revuelta –me explica el doctor Luque–, todas las damas tienen el deber de acudir en el término de veinticuatro horas para prestar sus auxilios a la sociedad.

Algunas de nuestras aventajadísimas alumnas han practicado en los hospitales de guerra de Marruecos. Las duquesas de la Victoria y de Tovar, la señorita de Castellanos y algunas más han permanecido durante tres meses en el hospital de Ceuta. Prontamente les seguirán otras compañeras. Su Majestad la Reina doña Victoria tiene un grande interés en dotar a nuestros heridos o enfermos de Marruecos de los inteligentes cuidados y gran altruismo de las damas enfermeras españolas.

No se limita su cooperación a la ayuda personal, es también económica: sus frecuentes donativos contribuyen al sostenimiento del hospital, cuyo presupuesto mensual asciende a 15.000 pesetas. Hay camas costeadas por alguna dama y cuyo presupuesto asciende a 1.500 pesetas anuales.

El sanatorio. El salvador de la Infanta

Recorremos las cuatro salas del hospital, dos de cirugía y dos de medicina, en cada una de las cuales se acoge a doce enfermos de cada uno de los dos sexos. Voluntariamente le llamamos sanatorio, que esto es la parte destinada a hospital.

Salas amplísimas, ventiladas, cuidadas, en las que cada enfermo tiene adosado en la pared de su cabecera una pequeña puertecita, que cierra un cuarto lavabo water-closset. Nada hemos visto tan perfecto desde el punto de vista higiénico, científico y administrativo. Nos detenemos unos minutos y presenciamos la comida de los enfermos, cuyo menú se compone hoy de lo siguiente: caldo, patatas en salsa, ternera con tomate, puré de patatas y un último plato de salchichón o de pescado y vino. Solamente los jueves y domingos hay postre.

Esta es la ración llamada «corriente»; hay en el cuadro, inspeccionado y preparado por los médicos, otra ración que se reparte a los desnutridos, y ante cuya lectura pensamos en las fuerzas de un Heliogábalo.

Las comidas se estudian a base del rendimiento de calorías: todas ellas han de tener por lo menos 250 calorías.

En la sala de operados conversamos con un protegido de la Infanta doña Luisa: un caballista de Villamanrique, a quien la Infanta paga la curación. Conocemos una pequeña historia de abnegación de este servidor humilde, y le interrogamos.

Antonio Díaz Sánchez, que así se llama el operado, niega su mérito, y cuando nos fingimos enterados de su acto, nos contesta:

—¡Pero si no fue «na»! Que siendo «mosita» la Infanta, la derribó un caballo y cayó encima de ella, pateándola, y yo la saqué de allí, y antes que tocarla el caballo, me hubiera «matao» a mí. «Na» más. Ya ve «usté» qué cosa de importancia… Si «hubiá sío» dar por ella la «vía», no digo yo… Pero, total, no hice «na»…

Hacen falta auxilios

Asistimos a las salas de clínicas. Vemos la actividad femenina, la devoción humana de estas mujeres, su incansable labor, y salimos del Dispensario penetrados del inmenso valor social que esta institución encierra y las altas virtudes que a su contacto brillarán más refulgentes en la mujer española.

Al salir nos dicen algunas de las damas enfermeras:

—¡Si el público supiera cuánto podría hacerse con su cooperación!... Hacen falta donativos, que la caridad proteja nuestra obra de amor al pueblo, que nos envíen al menos ropa para atender a los enfermos que acuden en demanda de auxilio. Diga usted que la caridad particular puede ser hermana de la ciencia a favor del necesitado.

El Congreso Internacional

Femenino de Ginebra

España, Francia, Italia y Suiza

son las únicas desheredadas

Hoy, 15 de junio de 1920, p. 6

Al dar lectura en una de las primeras sesiones de la Alianza, de los países en que la mujer ha obtenido victorias totales o parciales en la reivindicación de sus derechos, se ha confirmado prácticamente la triste realidad, que coloca a los más importantes países latinos fuera del radio de acción de las modernas conquistas liberales.

En la relación de las 24 naciones representadas en la Alianza, leída por orden alfabético, con un comentario marginal que definía las realidades obtenidas en el campo de la política, las mujeres españolas, francesas, italianas y suizas han debido sentir la honda humillación que las posponía a las delegadas de otros países de menor abolengo espiritual e histórico, a naciones surgidas al choque de los conflictos recientes, a regiones apartadas, cuyo vedado misterio nos las presentaba como sumidas en el desamparo, en un olvido mayor que el nuestro.

En el enunciado de los derechos alcanzados por otros países debieron sonar con hondo desconsuelo los nombres de los países en que la mujer aparecía desheredada política y civilmente.

Imaginamos asistir a la sesión memorable. Una secretaria daría lectura a los nombres, seguidos de su comentario.

¡Austria! Las mujeres tienen concedido el sufragio en igualdad de condiciones a los hombres. En las últimas elecciones votaron dos millones de mujeres.

¡Canadá! Derecho al voto. Cuenta con tres representantes femeninos en el Parlamento y tiene representantes en todos los Municipios…

¡Crimea! Cinco mujeres electas.

¡España!... No tienen concedido ningún derecho.

¡Francia!... No disfrutan ningún derecho.

¡Islandia! Igual entre uno y otro sexo.

¡Hungría! Igualdad de derechos.

¡Palestina! Derecho restringido al voto…

Las representantes de España, Italia, Suiza y Francia debieron contemplarse, mudas, desoladas, ante el enunciado de las naciones que expondrían las observaciones sugeridas por la realidad, que fijarían normas para aquilatar la importancia de su labor futura, que fijarían las bases de una fructífera labor en sus luchas por el mejoramiento de la humanidad; las desheredadas no dirían nada, hablarían acaso de sus deseos, de sus sacrificios, de sus peregrinaciones en torno a un ideal de trabajo responsable y si acaso pedirían protección, ayuda, para lograr la realidad que se opone banal e incomprensiva en su camino.

Francia pondría en labios de una de sus hijas la dolorosa cruzada de la guerra, hecha por la mujer desde las ciudades y talleres, con igual «aportación» que los hombres y con no menos participación en el sufrimiento y la victoria.

Italia y Suiza alegarían, aparte de análogas razones, la capacitación social de que vienen dando prueba cumplida.

España pudo dar lectura al nuevo decreto del ministro de Instrucción Pública respecto a la provisión de destinos en las secciones administrativas de Primera enseñanza, en el que se excluye a la mujer de las oposiciones que se celebran para proveer estas plazas…

Dura habrá sido la lección que el Cosmos da a las tres viejas naciones latinas y a Suiza ecléctica.

Pero acaso ella sirva para intensificar el esfuerzo y aunar la labor de las mujeres que regresarán del Consejo mundial con la plena convicción de que la justicia y el derecho deben ser los mismos en todas las latitudes.

Un decreto contra

la ley de funcionarios

Se impide el acceso de la mujer

a cargos que desempeñaba

Hoy, 16 de junio de 1920, p. 26

La Gaceta de los primeros días de junio nos sorprendió con la publicación de un Real decreto emitido por el actual ministro de Instrucción pública, Sr. Espada, en el que, regulando el acceso a los cargos de las secciones administrativas de Primera enseñanza, contenía una disposición de carácter restrictivo para la mujer que echaba por tierra lo legislado en esta materia por el ministro don Julio Burell, que en un Real decreto autorizara el acceso de la mujer a todos los cargos de la enseñanza, no ya administrativos, sino facultativos, y lo que últimamente dispone una ley reguladora cual la de Funcionarios, votada en las Cortes, y en la que, merced a indicaciones del diputado Sr. Pan de Soraluce, se establece terminantemente que las mujeres tendrán acceso a todas las oposiciones, excepto en aquellas carreras especiales para las que se dictamine su exclusión en cada caso.

El famoso decreto era una flagrante contradicción con lo legislado, un retroceso censurable en las modernas corrientes de amplitud que abren para la mujer todas las puertas que no obstaculiza el fanatismo o la incomprensión y una incalculable repulsa moral a la mujer, porque en las secciones administrativas, donde ahora se les corta el paso, existen funcionarios femeninos que ingresaron por oposición en 1916.

¿Qué pudo motivar esta restricción absurda? ¿La incompetencia femenina en las citadas oposiciones? ¿Falta de aptitud en el desempeño de sus cargos? ¿Inadaptación al medio?

La nube de protestas recibidas en nuestra redacción, en las que gran número de maestras y alumnas que se ejercitaban para estas oposiciones nos pedían ayuda contra el atropello, nos obliga a informarnos sobre extremo tan importante.

Las funcionarias actuales

Recorremos el ministerio de Instrucción pública, en cuyas diversas secciones hallamos cuatro señoritas que realizan los trabajos administrativos en unión de sus compañeros.

Dos de ellas, adscritas a la secretaría del director general de Primera enseñanza: una, en la sección de Normales; otra, en la de Contabilidad.

De la aptitud y competencia de estas funcionarias nos hablan con entusiasmo sus compañeros y jefes inmediatos. Más tarde oiremos este mismo elogio en labios de sus superiores y de una elevada y noble autoridad del caserón donde se incuba la cultura patria, no sin que a veces un espíritu perturbador y anárquicamente restrictivo pretenda lanzar al crisol una mezquina aleación de injusticia y atropello.

La mujer triunfó en las oposiciones

—Las oposiciones convocadas en 1916 para cubrir plazas de secciones administrativas –nos dice un jefe de sección del ministerio– fueron un éxito rotundo y definitivo para la mujer.

—¿Ingresaron muchas?

—De treinta y cinco opositores aprobados, diez eran señoritas, y en esta promoción obtuvieron las mujeres los números 1, 5 y 6; por este detalle puede juzgarse de su actuación.

Estas señoritas, que fueron destinadas a diversas secciones provinciales, solo han merecido elogios efusivos de sus jefes. De la enviada a Teruel ha informado que es el funcionario que con mayor competencia, conocimiento y actividad despacha cuantos asuntos tiene a su cargo. De la residente en Tarragona, que es una empleada que vale muchísimo, y así de todas; no existe una queja de la actuación femenina en nuestra Administración, y sí pueden enumerarse las alabanzas y reconocimiento de méritos.

¿Se obstaculiza a la mujer?

—¿Ya qué obedece esta restricción, que impide su acceso a los puestos que sirven con celo y eficacia?

—Dijérase que existe un partido tomado contra la mujer. Desde las últimas oposiciones se marcaron claramente las dificultades surgidas a su paso.

—¿En qué consistieron?

—Se aquilató hasta el límite extremo su capacidad. Rigor que solo sirvió para hacer más patente el triunfo femenino. Muchos recordamos la prueba sufrida por una opositora, la señorita Josefina Cabrera, a quien un jefe de negociado examinó de Aritmética y Álgebra durante cinco horas consecutivas: a las siete de la mañana dio comienzo el ejercicio, que terminaba a las dos de la tarde, y en este tiempo se corrió la voz por la casa y acudieron los ingenieros de Caminos a ver examinarse a la muchacha, que realizó unos ejercicios magníficos. Esta señorita fue el número 1 de la oposición.

—Y después de ingresar, ¿continuaron las dificultades?

Un señor particular que asiste a nuestra conversación interrumpe:

—Nada de eso: entonces fue cuando empezaban; la serie de pequeños y grandes obstáculos no hizo sino culminar en esta reciente disposición, cuya gravedad no se limita solo a la restricción que usted comenta: hay algo más importante, como podrá usted juzgar.

Y como el amable informador que la suerte nos depara ha terminado el asunto que allí le retenía, recorremos en su compañía las amplias galerías, colgadas de retratos de exministros de Instrucción.

El decreto establece de hecho el divorcio

Entre una de las opositoras ingresadas y un funcionario concertáronse esponsales; ambos habían sido destinados a distintos puntos, y ni aun alegando razones tan serias y dignas de estima como el proyectado enlace, lograron reunirse en una misma sección sino mucho después de un año.

La ley y la religión consagraban al fin un amor tierno y puro, y ambos cónyuges pasaron destinados a Ciudad Real.

El decreto actual, a más de la absurda e ilegal disposición, que contra razón y progreso impide la inteligente aportación femenina a un puesto que viene desempeñando con capacidad, contiene también una medida por la que se limita el número de funcionarios en cuatro, cinco o seis para sección que no llegue, respectivamente, a 400, 800 o más.

Ciudad Real se halla dentro de la primera división; ahora bien, allí hay cinco empleados de sección administrativa; sobra uno, y siendo la más moderna la opositora que contrajo matrimonio, tiene que aceptar esta su traslado en concurso voluntario o resignarse a ser trasladada por fuerza, separándose con este motivo a los jóvenes esposos.

—Pero la Administración no puede sancionar tal absurdo; la ley moral tiene sus fueros.

—La ley moral no es la ley, la ley escrita. Solo he de decirle que la joven esposa, doña Socorro Gimena Migueláñez se ha presentado personalmente en el ministerio a reclamar contra la disposición absurda, que sancionaba de hecho un divorcio, que la presencia de esta futura madre, que se halla en el séptimo mes de gestación era la más elocuente de las censuras, y…

—¿Y entonces?

—No se haga usted ilusiones; la señora ha vuelto sin hallar a su angustiosa demanda otra respuesta que el decreto cuya aplicación fría y terminantemente interpretada no pudo ser nunca el propósito deliberado del legislador.

Un inspirador del decreto

—¿Ya quién se debe la «genial» idea de esta disposición, nueva caja de Pandora abierta sobre el porvenir femenino?

—Y ¿a quién ha de ser –asevera nuestro interlocutor–, sino a una inspiración del Sr. Pellicer, magna como muchas de las suyas, y en cuya gravedad y trascendencia no se había, acaso, detenido el actual ministro de Instrucción?

—¿El Sr. Pellicer?

—Sí; el Sr. Pellicer, encargado de la provisión de escuelas y de las secciones administrativas de Primera Enseñanza, a cuya jurisdicción corresponde la disposición refrendada por el ministro y sometida a la sanción regia.

No es admisible que un ministro conservador, partido que llevaba en programa reciente la concesión del sufragio femenino, caiga a ciegas en la contradicción de limitar a la mujer derechos consagrados ya en la práctica y por la aptitud personal.

Unas bellas frases del Sr. Poggio

Habiendo confirmado en nuestra información que hay dos señoritas adscritas a la secretaría del director general de Primera Enseñanza, D. Pedro Poggio, hemos recabado su opinión respecto a la labor de la mujer en las dependencias del ministerio.

Y el Sr. Poggio nos responde noblemente:

—Creo que la más alta misión de la mujer está en el hogar; pero creo también muy legítima su intervención en las manifestaciones de la vida activa. La función social es incompleta sin ella.

En mi secretaría particular tengo dos señoritas, de cuyos servicios estoy muy satisfecho, y de la que más tiempo lleva en su cargo, la señorita Isabel Fernández Aragón, he de decir que es la más puntual, la que más se sacrifica, la que nada pide y se muestra siempre agradecida.

Cumplo un deber de conciencia al decirlo así –concluye el bondadosísimo señor Poggio.

No son menos elogiosas las palabras que dedica el jefe de Normales, Sr. Aguilera, a quien hallamos sometiendo la firma al director, y que nos afirma la competencia de una señorita que tiene al servicio de su negociado.

Envío

«Sr. D. Luis Espada Guntín, ministro de Instrucción Pública.

Vuestra mano acaba de firmar un decreto que restringe, contra el moderno espíritu de los tiempos, el acceso de la mujer a un puesto que venía sirviendo con aptitud y competencia.

La amplitud decretada por Burell en el acceso de la mujer a la vida social, que fue uno de los más bellos florones en la obra del gran liberal, no puede desaparecer. La ley de Funcionarios la consagró y las Cámaras la refrendaron.

El paso de la mujer por las oficinas del ministerio y las secciones merece los elogios más significativos. La disposición restrictiva ha llevado la alarma a muchas mujeres, y su cálida protesta hasta nosotros.

Ante todo esto, si el lamentable artículo tercero del decreto fue una desdichada inspiración, debe desaparecer, como muere lo inútil, lo viejo, lo pernicioso; con ello ganará en fuerza moral la mano que noblemente lo rectifique…».

Las clínicas de los humildes.

La mujer en la facultad de Medicina

Hoy, 21 de junio de 1920, p. 27

El claustro silencioso

Las amplias galerías de San Carlos reposan de la extinguida algarada estudiantil. No obstante, sus muros parecen conservar aún el eco de juventud que los estremeciera durante el curso y las voces de los escasos estudiantes libres que cruzan los pasillos, o las de las alumnas que, con los internos, asisten a las postreras intervenciones quirúrgicas que realizan los profesores, recogiendo los últimos latidos de ciencia que retiemblan con sonoridad insospechada.

Han partido los estudiantes, libres ya de las inquietudes del curso, y el viejo claustro, habituado a su clamorosa algarabía, cerrará en breve sus clínicas, de las que la juventud se ausenta hasta el otoño, y con ella, ¡oh, paradoja!, parte también el dolor y las miserias fisiológicas de los enfermos que habitualmente las pueblan.

La mujer en la facultad

La ciencia médica ve aumentar de un curso a otro el número de sus devotas. Una de las alumnas de quinto año nos explica el considerable aumento de matrícula femenina que la Facultad registra cada año, y el aprovechamiento y ardor con que estudian las mujeres que concurren a San Carlos.

—¿Cuál es la característica general en las alumnas?

—Las alumnas de San Carlos –me dice un estudiante– ponen en el arte de curar los cuerpos la fe y el fervor con que un sacerdote iluminado aprendería la ciencia de sanar las almas.

—¿Qué tendencia imprime la mujer a sus prácticas y estudios?

—Hasta ahora, nuestra inclinación decidida a las especialidades; dentro de la Medicina, amplía sus observaciones hacia niños y mujeres; es la terapéutica que más le atrae.

—¿Es que halla en ella mayor amplitud o libertad para sus estudios?

—No, nada de eso; su libertad es la misma en todos los aspectos. Es que, sin duda, con el tacto y delicadeza propios de su sexo acude intuitivamente allá donde sus servicios pueden ser, por su índole moral o afectiva, más interesantes y fructíferos.

—¿…?

—Sí; muchas amplían sus enseñanzas orientándolas con toda extensión a la ginecología. Hay también un crecido número entre ellas, algunas doctoras, que estudian oftalmología. Hasta ahora la mujer siente la bella atracción hacia todo cuanto en patología ofrece un aspecto de mayor delicadeza física o moral.

Una de las especialidades que, precisamente por su delicado aspecto social, ha sido erróneamente soslayada por las alumnas de medicina, y que, sin embargo, tanto necesita del concurso de la doctora por ser una de las plagas sociales que atacan con saña los fundamentos de la raza, me refiero a la sifilografía, tiene ya en nuestras clínicas una cultivadora inteligente y estudiosa; la alumna señorita Bustamante ha cursado con el doctor Azú esta interesantísima especialidad.

Una «sencilla» intervención

Presenciamos las últimas intervenciones quirúrgicas que en el presente curso realizará la Clínica de San Carlos, en cuyas galerías se aquieta el sordo zumbido de la juventud médica

Se nos explica que la operación del día es la número 530 de las realizadas en la Clínica del doctor Cardenal durante el curso actual.

—¿Qué operación cierra el ciclo?

—Una interesantísima –me explica el alumno interno Sr. Rocabert–: la punción del ganglio de Gaserio.

Se trata de un caso de neuralgias del trigémino, padecimiento violento motivado por una hiperestesia del ganglio indicado, cuyas ramificaciones, extendiéndose por los nervios facial, maxilar y oftálmico, motivan las horribles neuralgias que enloquecen de dolor y anulan al paciente para toda vida normal.

Estas neuralgias, ante las que fracasaba a la larga el auxilio de la Medicina, se curan hoy con una intervención quirúrgica de las de fácil dificultad. Llegando, por inyección exterior, que se inicia en la mejilla, a la altura del segundo molar –sin penetrar en la cavidad bucal– al agujero oval que da entrada al cráneo. Este agujero se encuentra con precisión matemática a seis centímetros de la cara externa de la mejilla, y dos más lejos, ya en el cerebro, está el ganglio buscado, donde se introduce una cantidad mayor de un centímetro cúbico de alcohol, que anestesia las ramas del trigémino, destruyendo la excitabilidad que motiva las neuralgias.

—¿Será muy peligrosa la intervención?

—Está sometida a reglas matemáticas, claro; pero esto es en cuanto a las líneas generales, punto de arranque, distancia de la entrada al cerebro y del ganglio, etcétera; quedan las múltiples dificultades ocasionales a vencer: la atención vigilante para evitar muchos contratiempos y la práctica y acierto que el operador imprime a la aguja, trazando su prolongación imaginaria de modo que cruzara por el centro de la pupila correspondiente al lado operado.

—¿Se practica con gran éxito?

—En las condiciones actuales, sí. En esta clínica se hizo ya 28 punciones análogas y en 27 los resultados fueron completamente satisfactorios.

—¿…?

—Las complicaciones más importantes son el peligro que un error o una complicación posterior causaran en el ojo correspondiente una parálisis, la desviación de la aguja, un cálculo mal observado que introdujese aquella en el cerebro… Pero ahora tendrá usted ocasión de ver este interesante caso en manos del doctor Cardenal.

El cirujano artista

El doctor Cardenal, ayudado por sus alumnos los Sres. Rocabert, Ascarra y P. Vázquez, con un cráneo a la vista en el que, ayudado de la aguja de madera, va marcando a sus alumnos las incidencias y características de la delicada intervención quirúrgica, realiza con sorprendente maestría la peligrosa inyección.

Nuestros ojos, profanos, siguen con atención las múltiples fases de la punción, que lleva, desde el exterior a las sensibles proximidades cerebrales, la curación maravillosa.