Del despacho al dormitorio - Jules Bennett - E-Book
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Del despacho al dormitorio E-Book

Jules Bennett

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Beschreibung

Años atrás, Cole Marcum había tenido que tomar la decisión más difícil de su vida: un futuro profesional o el amor de Tamera Stevens. Y jamás había lamentado su decisión. Hasta aquel momento, cuando las circunstancias lo obligaron a trabajar con la mujer a la que dejó atrás. El brillante arquitecto quería que su relación con Tamera fuese estrictamente profesional, pero trabajar tan cerca de la única mujer a la que había amado hizo que Cole tuviera que meditar sobre sus prioridades. ¿Estaba esa vez dispuesto a elegir el amor antes que su profesión?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Jules Bennett. Todos los derechos reservados. DEL DESPACHO AL DORMITORIO, N.º 1765 - enero 2011 Título original: From Boardroom to Wedding Bed? Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9729-7 Editor responsable: Luis Pugni

ePub X Publidisa

Del despacho al dormitorio

JULES BENNETT

Capítulo 1

–Quiero ofrecerles el contrato… a los dos.

Tamera Stevens se levantó del sofá al mismo tiempo que Cole Marcum exclamaba:

–¿Lo dice en serio?

–Yo siempre exijo lo mejor –Victor Lawson, famoso hotelero, se echó hacia atrás en el sillón–. Y quiero que mi primer hotel en Estados Unidos sea creado por dos de los mejores arquitectos del país. Si eso es un problema para ustedes, necesito saberlo antes de que firmen el contrato.

Cole y Tamera se miraron.

–No, en absoluto… –empezó a decir ella.

–No, no lo es –afirmó él.

–Espero que podamos trabajar juntos y que éste sea el hotel más lujoso no sólo de Miami, sino de todo el país.

Ningún problema, pensó Tamera, mientras intentaba contener el deseo de ponerse a llorar, gritar o salir corriendo de aquel despacho. ¿Podrían escuchar los violentos latidos de su corazón?, se preguntó. ¿Se habría cubierto de sudor su frente? Si no llevaba algo de aire a sus pulmones iba a desmayarse.

¿Que si tenían algún problema? Aparte de que Cole Marcum, su ex prometido, le había roto el corazón en la universidad y aquélla era la primera vez que lo veía en once años, no, no había ningún problema.

Y ahora iban a tener que trabajar juntos porque nadie, absolutamente nadie, rechazaría la posibilidad de trabajar con Victor Lawson.

Genial, sencillamente genial. Sí, ningún problema.

Pero le daban ganas de vomitar.

Si aceptaban trabajar juntos en aquel proyecto tendrían que estar juntos durante meses…

Y trabajar juntos sería una forma de demostrar que podía dirigir el grupo Stevens y que era tan capaz como su padre de llevar la multimillonaria empresa familiar.

¿Pero de verdad tendría que pasar tanto tiempo con Cole?, se preguntó. ¿No podía él encargarle el proyecto a otro arquitecto de su empresa? Lo estaba pasando fatal y sólo llevaba diez minutos en aquella reunión.

–Nunca he trabajado con otro gabinete de arquitectura –dijo Cole entonces–. Y un edificio Marcum es único.

De modo que seguía siendo un engreído, pensó ella. Evidentemente, su ego había aumentado, si eso era posible, desde que rompió el compromiso.

Tamera no podía negar que Cole estaba aún más guapo que antes, pero ese atractivo exterior no era más que una fachada que escondía a una mala persona bajo una sonrisa de un millón de dólares y un carísimo traje de chaqueta italiano.

Ojalá pudiera involucrarse en aquel proyecto con la ilusión que ponía en otros, ¿pero cómo iba a hacerlo si el propio demonio estaba sentado a su lado?

Victor se inclinó hacia delante para apoyar los codos en la mesa. Aún no tenía cuarenta años, pero había ganado más dinero en su juventud que cualquier persona en una vida entera. Con el pelo rubio, la piel bronceada y los ojos azules, tenía aspecto de playboy y, según lo que contaban las revistas de cotilleos, era un famoso donjuán.

–Entiendo que estén un poco desconcertados, pero les aseguro que será beneficioso para todos.

¿Beneficioso? A nivel profesional, desde luego, pensó Tamera. A nivel personal podría ser un problema para su salud y su corazón. Había tenido que reunir las piezas de ese corazón una por una años atrás… ¿estaba el destino poniéndola a prueba?

¿Por qué tenía que estar Cole aún más guapo que antes? Esos anchos hombros bajo la chaqueta gris, el pelo negro y los rasgos esculpidos eran una distracción.

Sí, tenía un aspecto absolutamente profesional, pero también peligrosamente atractivo con esos ojos oscuros como la noche.

¿Sería tan frío como su mirada?, se preguntó. Cole y su hermano gemelo, Zach, eran tiburones en los negocios, pero a nivel personal, ¿cómo sería Cole ahora?

No, no iba a pensar en eso. No iba a preguntarse qué hacía en su tiempo libre. No pensaría en las mujeres que habrían pasado por su vida desde que la dejó, confusa y dolida. Ahora era una profesional y seguiría siéndolo hasta que terminasen con aquel encargo.

Cole Marcum era increíblemente guapo, pero en Miami había miles de hombres guapos. Tampoco era para tanto. Aunque ella le hubiese entregado su virginidad, aunque Cole le hubiera ofrecido el mundo entero y prometido amarla para siempre no iba a quedarse llorando por un sueño que murió años atrás.

Ahora era más fuerte y tenía cosas más importantes de las que ocuparse que recordar el pasado.

Por ejemplo de su padre, que estaba a punto de morir.

Y ésa era una de las razones por las que ella tendría que encargarse sola de aquel proyecto. Era la directora del gabinete y no podía decepcionar a nadie, especialmente a su padre. Quería demostrarle que era capaz de hacerlo, que podía dirigir la empresa que había pertenecido a su familia durante tres generaciones.

Aparte de las enfermeras que había contratado, nadie sabía de su enfermad. Nadie debía saber que su padre tenía un cáncer de pulmón en estado terminal porque, de ser así, las acciones de la empresa perderían valor y los clientes se marcharían a otro sitio.

Walter Stevens era el grupo Stevens y había empezado a trabajar incluso antes de terminar la carrera. Empezó desde abajo y no había una sola constructora en el país que no lo conociera, de modo que tenía que dar lo mejor para Victor Lawson. Los errores, por pequeños que fuesen, eran inaceptables.

Y Cole no debía saber que su padre no estaba a cargo de todo porque intentaría aprovecharse y Tamera se negaba a darle esa ventaja. Ni a él ni a ningún otro hombre.

Aunque, en realidad, casi debería darle las gracias porque desde que la dejó se había vuelto más fuerte, más independiente.

–Quiero que sea un proyecto extravagante –estaba diciendo Victor Lawson–. Quiero que Miami y el mundo entero vean un edificio lleno de pasión, de belleza, de elegancia. La gente viene a Miami a relajarse y yo quiero que se sientan transportados a otro tiempo, que las parejas crean estar viviendo una fantasía.

Con cualquier otro proyecto, la palabra «parejas» no la habría sobresaltado, pero aquél no era un proyecto más y Tamera hizo un esfuerzo para disimular su agitación.

–Señor Lawson, el Grupo Stevens estaría encantado de tomar parte en este proyecto. De hecho, estamos deseando empezar.

«Chúpate esa, Cole, el que rompe compromisos sin dar explicaciones».

Genial, ahora estaba pensando como una adolescente, se dijo a sí misma, enfadada.

Victor Lawson sonrió, encantado.

–Me alegra muchísimo oír eso. Y no esperaba menos. Aunque Walter se haya retirado antes de lo que todos pensábamos, sabía que podía esperar lo mejor de su hija.

–En realidad, se está tomando un tiempo libre. Una especie de semi-retiro –Tamera se aclaró la garganta, nerviosa.

–Señor Marcum, no tiene nada que perder –dijo Victor entonces, mirando a Cole–. Cada uno recibirá la cantidad que se acordó cuando presentaron el proyecto. Y estoy seguro de que con el talento de ambos conseguiremos un gran edificio.

La confianza de Victor Lawson en su talento hizo que a Tamera se le encogiera el estómago. Y no podía corregirlo sobre la «jubilación» de su padre porque para todo el mundo Walter Stevens se había retirado antes de lo previsto.

Ojalá ésa fuese la verdad.

Trabajaba en la empresa de su padre desde que terminó la carrera, empezando desde abajo como había hecho él. Y ahora era la directora, aunque devolvería ese puesto en un segundo si así su padre se pusiera bien.

Tamera hizo un esfuerzo para controlar la emoción mientras se volvía, esperando la respuesta de Cole. A pesar de todo, se sentía intrigada por su poderosa y atractiva presencia. Si no lo conociera, con toda seguridad querría conocerlo íntimamente. Y, considerando que últimamente no salía con nadie, eso era mucho decir. De hecho, llevaba años sin salir con ningún hombre.

¿Dónde se había ido el tiempo?, se preguntó. ¿De verdad había renunciado a la posibilidad de tener una relación sentimental sólo por una mala experiencia?

–Si ésta es la única manera de llegar a un acuerdo, me parece bien –dijo Cole por fin.

Tamera contuvo un suspiro de alivio, aunque la idea de trabajar con Cole la asustaba. Sí, quería aquel encargo más que nada, pero había pensado que él se mostraría más reticente.

¿Podrían trabajar junto como si no hubiera pasado nada? Su pasado era el proverbial elefante en medio del salón, aunque la fría mirada de Cole la hacía sentir como una tonta. Era como si no le afectase tanto como a ella.

¿Se habría dado cuenta Victor Lawson o estaba demasiado emocionado con el nuevo proyecto?

Pero podría trabajar con Cole, se dijo a sí misma. Además, ¿qué otra cosa podía hacer?

Debía ser una profesional y nada más. El pasado se quedaría donde se quedó once años atrás, junto con su corazón.

–Estupendo –Victor se levantó, con una sonrisa en los labios, y Tamera y Cole hicieron lo propio–. Tendré los contratos preparados y los enviaré a sus oficinas lo antes posible. Espero tenerlo todo listo para finales de semana porque quiero empezar cuanto antes. Ah, y también enviaré una lista con todos los detalles que me interesan y algunas ideas propias. Pero tienen mi permiso para trabajar con toda libertad. Dejen volar su imaginación sin la interrupción de faxes, teléfonos o reuniones. Déjense llevar por la fantasía del diseño.

¿Dejarse llevar por la fantasía? No, gracias, pensó Tamera. Ya había hecho eso una vez y, como recuerdo, tenía un corazón roto.

Después de estrechar la mano de Victor, tomó su bolso de diseño y se dirigió a la puerta. La reunión había terminado, de modo que no tenía sentido quedarse allí y torturarse a sí misma con el aroma de la colonia de Cole. Aunque debería acostumbrarse a esa agonía porque iban a trabajar durante meses en aquel proyecto y tenía la impresión de que aquel encuentro no iba a ser nada comparado con lo que le esperaba.

Intentando olvidar el dolor de antiguas heridas, Tamera tomó el ascensor para bajar al vestíbulo del nuevo edificio de Victor Lawson en la avenida más importante de Miami.

Ya no era la niña de veintidós años enamorada de un hombre que le había prometido el mundo entero para luego dejarla sin darle explicación alguna. Sí, bueno, había dicho algo sobre que eran demasiado jóvenes y se habían comprometido demasiado pronto, pero ella no lo creía. Había ocurrido algo que lo hizo cambiar de opinión, sencillamente.

Y, fuese lo que fuese, no había sido lo bastante fuerte como para luchar por ella.

Le sorprendía que alguien como Cole Marcum, que parecía tan seguro de sí mismo, hubiera decidido tomar la salida más fácil. Pero si esperaba que ella siguiera siendo la misma chica inocente iba a llevarse una desilusión porque no tenía tiempo para recordar el pasado. Tenía que dirigir una empresa y cuidar de su padre.

No, no tenía ni tiempo ni energía para pensar en Cole Marcum.

Entonces, ¿por qué desde que empezó la reunión eso era en lo único que pensaba?

–Ven a mi despacho.

Cole guardó el iPhone en el bolsillo y siguió recorriendo la zona que llamaba «zona de paseo», entre el enorme escritorio de cromo y cristal y la ventana que daba al puerto de Miami.

Tamera Stevens.

¿Por qué al verla había sentido una opresión en el pecho? ¿No habían pasado suficientes años como para que el sentimiento de culpabilidad hubiera desaparecido del todo? ¿Cómo podía tener tiempo para sentirse culpable por lo que le hizo a Tamera cuando tenía que dirigir una empresa multimillonaria?

Sí, había seguido adelante sin mirar atrás, pero eso no significaba que estuviera orgulloso de cómo la había tratado.

Y Victor Lawson había aumentado el sentimiento de culpa al decir que los dos gabinetes de arquitectura tendrían que trabajar juntos. Y no sólo los gabinetes; había exigido que fueran ellos personalmente quienes dirigieran el proyecto.

El destino era muy caprichoso.

–¿Qué ocurre?

Cole dejó de pasear y se volvió para mirar a Zach, su hermano gemelo.

–Hemos conseguido el proyecto Lawson.

–¿Y ese tono tan alegre es debido a que has conseguido un encargo fabuloso con una empresa multimillonaria?

–No me hacen gracia los sarcasmos en este momento. Tenemos que trabajar con otro gabinete.

–¿Cuál?

–El grupo Stevens.

–¿Walter Stevens? Pero si tú odias a ese canalla…

Odiarlo era poco. ¿Quién no odiaría al hombre que había amenazado con destruir su futuro por haberse enamorado de su hija?

–Es un poco más complicado que eso –Cole se apoyó en el borde del escritorio–. Walter no va a trabajar en el proyecto.

–Entonces lo hará Tamera –dijo Zach. Cole asintió con la cabeza–. ¿Quieres que me encargue yo entonces? A mí no me importa trabajar con ella. Además, creo que sería lo mejor.

La idea era tentadora, pero Cole se negaba a echarse atrás.

–No, lo haré yo.

–No puedes decirlo en serio –objetó Zach–. ¿Cuánto tiempo ha pasado… once años? Ya no será la misma chica de la que te enamoraste. Te lo digo en serio, el amor muere tarde o temprano.

Cole no podía discutir eso porque el matrimonio de Zach no había durado mucho. Después del «sí, quiero» su esposa había tardado muy poco en irse con otro hombre.

Pero él no buscaba amor. Él quería que Walter Stevens viese que era lo bastante bueno como para trabajar con su preciosa hija y su precioso gabinete. La unión de los dos gabinetes arquitectónicos para aquel proyecto era algo fabuloso. De hecho, era la oportunidad que había estado esperando para demostrarle a Walter Stevens que era tan poderoso, si no más, que él.

–¿Y qué vas a hacer? –preguntó Zach–. ¿Vas a contarle que su padre te amenazó?

–No me creería y, además, ocurrió hace mucho tiempo, ya no tiene importancia. Pero Tamera sigue siendo la mujer más sexy que he visto nunca. ¿Quién sabe? Tal vez la atracción sigue ahí. Y de ser así, estos próximos meses serán muy interesantes.

Su hermano soltó una carcajada.

–¿Y si es la típica niña mimada que ha heredado la empresa de su papá?

Cole pensó en esa posibilidad.

–Podría ser, pero no quiero nada de Tamera más que una buena compañera de trabajo. Además, sigue pareciendo una chica dulce e inocente. Nada que ver con Walter.

–Lo de «dulce e inocente» imagino que desapareció cuando le rompiste el corazón –objetó Zach. Como si Cole necesitara recordatorios–. No sé, pero a mí me parece que un contrato multimillonario es más importante que cualquier otra cosa. ¿Crees que podrás concentrarte?

El Grupo Stevens era uno de los gabinetes arquitectónicos más importantes del país, de modo que trabajar con ellos sería interesante. Y si, además, seguía habiendo atracción entre ellos…

Aunque él no quería retomar su relación con Tamera. No, sólo quería saber si seguía temblando cuando la tocaba, si sus labios seguían sabiendo de la misma forma. ¿Qué hombre no querría volver a hacer el amor con ella?

Tamera Stevens era la típica chica de Miami: bronceada, de largo pelo rubio, ojos azules y cuerpo de modelo. Le gustaría aunque no se conocieran de nada y el hecho de que tuvieran un pasado sólo hacía que la situación fuese más interesante.

En cuanto al amor que habían compartido once años antes… no, gracias. Cualquier sentimiento remotamente parecido al amor había muerto junto con el sueño de compartir su vida con Tamera. No había sitio para el amor porque su objetivo era trabajar y trabajar. El amor era una emoción que el propio Walter Stevens había arrancado de su corazón.

–Podré hacerlo –dijo por fin–. Tamera no sabe en qué clase de hombre me he convertido.

Zach levantó una ceja.

–Esta pelea no es entre Tamera y tú, es entre su padre y tú.

El padre de Tamera siempre lo había odiado, pero cuando Cole decidió pedirle que se casara con él un año antes de terminar la carrera, Walter decidió amenazarlo: si no la dejaba, haría que le retirasen la beca de estudios. A él y a sus hermanos.

Walter Stevens tenía contactos en todas partes, incluso en la universidad, y Cole sabía que la amenaza iba en serio.

Y como él, Zach y su hermana pequeña, Kayla, vivían con su abuela y apenas llegaban a fin de mes, de modo que tuvo que hacerlo.

Elegir entre el futuro de su carrera y el futuro de su corazón había sido la decisión más difícil de su vida y una que había cuestionado durante muchos años, pero estaba convencido de que todo ocurría por una razón. Y, al final, se sentía contento con su vida.

Los próximos meses iban a ser una dura prueba, pero estaba dispuesto a todo. Especialmente cuando se trataba de ganar millones… y explorar las seductoras curvas de Tamera Stevens una vez más.

Capítulo 2

Los contratos estaban firmados, no había vuelta atrás.

Podía hacerlo. Trabajar con Cole sería como volver a la universidad de Florida, cuando redactaban proyectos en la habitación del campus de Cole o en su apartamento, fuera de él.

Pero ahora tendrían que lidiar con un proyecto de verdad, uno que costaría millones de dólares, sin calificaciones académicas y sin sentimientos.

Tendrían que lidiar con sentimientos. O al menos ella. Pero no serían más que un recuerdo del pasado.

Tam levantó los ojos al cielo mientras apagaba el ordenador, deseando irse a casa.

En el pasado, la única que había sentido algo de verdad era ella o Cole no habría podido dejarla sin mirar atrás. Podía aceptar que la hubiese dejado, lo que no podía aceptar era que no le hubiese dado una explicación.

Cuando Cole rompió el compromiso se puso enferma y, siguiendo el consejo de su padre, había cambiado de universidad para olvidarse de él y empezar de nuevo. Pero, aunque había seguido adelante, jamás olvidó al hombre al que había amado con todo su corazón. El hombre que…

El hombre que, en aquel momento, estaba en la puerta de su despacho.

–Cole –murmuró, con el corazón en la garganta. Afortunadamente estaba sentada o se habría caído al suelo–. ¿Qué haces aquí?

–Tenemos que hablar.

Incluso al final de la jornada seguía estando guapísimo. Se había quitado el traje de chaqueta y llevaba un pantalón negro y una camisa azul claro con las mangas subidas hasta el codo. Y la sombra de barba, tan sexy, hacía que el corazón de Tamera palpitase como loco.

Pasado o no pasado, aquel hombre era guapo como el demonio y eso era algo que no podía negar. ¿Por qué no tenía barriga cervecera o algo así después de tantos años?

–Me iba a casa –empezó a decir, intentando no mirar esos ojos de pantera–. Si quieres, mañana podremos hablar de los bocetos iniciales.