DEMASIADO CERCA - Lori Foster - E-Book
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DEMASIADO CERCA E-Book

Lori Foster

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Beschreibung

El agente Mick Dawson no sabía si creer a aquella prepotente mujer que afirmaba haber estado en el lugar equivocado en el peor momento posible; no entendía por qué entonces todos en los bajos fondos la conocían. ¿A quién debía creer? Solamente había una manera de averiguar la verdad: investigarla personalmente. La escritora Del Piper estaba tan confundida como él, pero lo que más la confundía era la dulce sonrisa de aquel hombre... aunque no sonreía a menudo. Sin embargo, se había empeñado en estar pegado a ella noche y día. ¿Querría protegerla o atraparla?

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Seitenzahl: 287

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Lori Foster. Todos los derechos reservados.

DEMASIADO CERCA, Nº 14B - junio 2013

Título original: Caught in the Act

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicado en español en 2004.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3128-5

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta: BRANISLAV OSTOJIC/DREAMSTIME.COM

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

i

Aunque la lluvia golpeaba perezosamente la ventana, Mick Dawson aún podía contemplar el exterior. Veía cómo la gente se arremolinaba con coloridos paraguas y sombreros sobre la acera. Estaba tan concentrado en localizarla que estaba escuchando la conversación sólo a medias. Sin embargo, precisamente ese «a medidas» era lo máximo que se requería cuando sus amigos hablaban de aquel tema en particular.

–¿Ves a esa rubia tan guapa? –preguntó Josh Marshall–. ¿La que acaba de entrar? Lleva puesto un sujetador de esos que levantan el pecho.

–¿De verdad? –preguntó Zach Grange con voz seca–. ¿Cómo lo sabes?

–Conozco a las mujeres –replicó Josh con cierto cinismo–, y en especial los pechos de las mujeres. A tu edad, yo habría asegurado que tú también.

–Sí, y a tu edad yo habría asegurado que ya te habías deshecho de las obsesiones adolescentes –replicó Zach.

Los tres hombres estaban sentados en una mesa de Marco’s, un restaurante italiano muy informal que habían descubierto hacía cinco años. Quedaba cercano a los lugares de trabajo de los tres, en el centro de la ciudad.

Iban allí a menudo y parecía que cada vez más a medida que pasaban los años. De hecho, se reunían casi todos los días para almorzar y a menudo también cenaban allí. Ninguno de los tres estaba casado. Josh era un soltero empedernido, Zach era viudo y Mick... Mick no había encontrado a la mujer adecuada. Sus criterios eran muy estrictos, pero, en su opinión, el matrimonio era para siempre. Había visto muy a menudo matrimonios tormentosos, que se sostenían gracias a la ironía, los engaños y el alcohol. También había sido testigo de lo mejor, de uniones que rezumaban amor, confianza y apoyo. No pensaba conformarse con menos de lo que sabía que podía y debía ser.

A causa de lo dispares que eran sus trabajos y su carencia de lazos afectivos con una mujer, sus reuniones en Marco’s eran lo más cercano a una rutina doméstica de lo que los tres podían disfrutar.

El restaurante servía como lugar de celebración y también de conmiseración, como cuando la esposa de Zach murió y él había querido apartarse de todo y no ver a nadie ni hacer nada excepto mimar a su hijita. Como cuando Mick había recibido un disparo en la pierna y había estado varias semanas de baja, algo que le provocó un profundo desasosiego.

La vida de Mick estaba llena de oscuridad, de amenazas y de cautela, a excepción de cuando estaba en Marco’s, con las personas que confiaba. Sus dos amigos. Su familia. Nadie más, al menos no por el momento.

Ninguna mujer le había llamado la atención lo suficiente como para que existiera la posibilidad de construir algo más serio. Al menos hasta entonces.

Sin embargo, en aquellos momentos, se sentía intrigado.

–Mick, dile a este imbécil que los pechos de una mujer no se yerguen con el sol, como si fueran una flor –le dijo Josh, riéndose de su propio comentario–. Si están a punto de tocarle la barbilla. Te aseguro que lleva un sujetador de esos que se los levantan.

Mick miró a Zach y sonrió.

–Josh es un idiota en lo que se refiere a las mujeres, lo que incluye su perturbada fascinación por los senos. En esto estoy de acuerdo contigo. Debería haberla superado hace ya muchos años.

–Los hombres nunca superan la fascinación que sienten por los senos de una mujer –replicó Josh sacudiendo la cabeza como si le diera pena escuchar las palabras de su amigo–. Es que vosotros dos sois muy raros.

–Una mujer de verdad te haría picadillo –le dijo Mick.

–¿Una mujer de verdad? –preguntó Zach fingiendo confusión–. ¿Quieres decir una que tenga un coeficiente intelectual mayor que diez? ¿Y por qué iba a salir Josh con alguien más inteligente que él?

–Ja, ja –comentó Josh, con ironía y una sonrisa en los labios–. Lo que os ocurre es que estáis celosos. Además, las mujeres tienen cosas mejores que hacer cuando están a mi lado. Y no me refiero al picadillo –añadió. Los tres se echaron a reír–. Entonces, si a dos especímenes raros de hombre no le excitan los pechos de una mujer, que deberían ser suaves y naturales y no estar apuntando al cielo, ¿qué es lo que os excita?

–¿No tuvimos esta misma conversación cuando estábamos en el instituto? –preguntó Mick.

–Sí, pero sigue resultando interesante.

–Los vientres –respondió Zach, de repente.

–¿Cómo dices? –quiso saber Josh. Por el momento, Mick parecía estar satisfecho con sólo escuchar.

–A mí me encanta el vientre de una mujer –dijo Zach, sonriendo–. No tan musculado como los tienen las chicas hoy en día, sino simplemente el vientre suave y liso de una mujer. Sí, a mí me parece muy sexy.

–Está bien –admitió Josh después de considerarlo durante unos instantes–. Tengo que darte la razón. Los vientres también están muy bien, pero no me gustan los piercing en el ombligo.

–A mí tampoco –afirmó Zach–. Un vientre bonito no necesita decoración alguna.

–¿Y a ti, Mick? –quiso saber Josh–. ¿Qué es lo que te gusta? ¿Las piernas largas? ¿Los traseros de impresión? ¿El qué?

Mick le dio otro bocado al bocadillo de beicon, lechuga y tomate que se estaba tomando, casi por hacer algo, no porque tuviera hambre. Pensó en la reacción que tuvo cuando la vio por primera vez. ¿En qué se había fijado? ¿Qué era lo que le había llamado la atención y le había mantenido interesado hasta el punto de llevarlo prácticamente a la obsesión?

Volvió a mirar por la ventana. Era un triste día de julio, con viento, nuboso y húmedo. Ella debía de estar a punto de llegar.

Se había fijado por primera vez en ella en su antiguo barrio. Había ido para alquilar el apartamento de la última planta del edificio que aún poseía, el mismo en el que había pasado su infancia. Aquel edificio guardaba recuerdos muy desagradables para él, junto con algunos muy especiales. Seguía conservándolo para recordarse a sí mismo que las cosas habían cambiado, que él había cambiado, pero que no por ello dejaba de ser un producto de aquellos años de la infancia.

Evidentemente, ella vivía de alquiler en el edificio de al lado, porque había bajado por la acera y se había dirigido a la oficina de correos con sus cartas en la mano. Aquello preocupó a Mick, porque nadie podía andar con tranquilidad sin protección alguna en aquel barrio. Decir que era peligroso sería un eufemismo.

Sin embargo, ella había estado paseando, sin ninguna preocupación. Mick no había dudado en seguirla para asegurarse de que no le ocurría nada, disfrutando la vista que le ofrecía mientras caminaba por la acera con seguridad y casi con engreimiento.

Aquel día hacía un sol de justicia, que se reflejaba sobre su negra cabellera. El pelo le llegaba hasta los hombros y tenía un aspecto tan sedoso que parecía flotar con cada uno de sus movimientos. Unos ojos azules claros miraban a todo y a todos, incluso a Mick, como si todo lo que veía fuera una gran distracción para ella. Él se había quedado asombrado por su alto y juncal cuerpo, por sus larguísimas y esbeltas piernas y por sus frágiles y anchos hombros. Lo más extraño de todo fue que, cuando regresó de la oficina de correos y pasó al lado de Mick, él ni siquiera se fijó en sus pechos. Toda su atención se centraba en el rostro de aquella mujer, en su fuerte mandíbula, en su nariz recta y en el pálido color de sus ojos.

Mick se preguntó durante un instante qué pensaría Josh de que los hubiera pasado por alto.

Quería conocerla, quería tener relaciones sexuales hasta que perdiera el conocimiento de puro agotamiento, pero no por eso pensaba hablar de ella con Josh ni con Zach. Por eso, simplemente se encogió de hombros.

–Para mí es la combinación de una serie de cosas. Además, es diferente con cada mujer.

Antes de que Zach o Josh pudieran hacer comentario alguno a su respuesta, la vio. Sin darse cuenta, dejó el bocadillo sobre el plato y se giró para verla mejor a través de la ventana. A pesar de la lluvia, del cielo gris, la había estado esperando. Un poco de humedad no iba a obligarla a quedarse en casa. A ella no. Salía a correr todos los días más o menos a la misma hora, por el mismo lugar o, al menos, eso era lo que llevaba haciendo dos semanas. Parecía cosa del destino que la hubiera visto por primera vez en la zona en la que tenía su finca y luego allí, donde solía reunirse con sus amigos.

Zach, como era bastante razonable, no se había quejado cuando Mick había insistido en sentarse al lado de la venta. Por el contrario, Josh, entre risas y bromas, le había pedido que admitiera qué era lo que quería ver. Mick se había negado, pero ya no importaba. En el momento en el que él miró a través de la ventana, Josh se percató de lo que ocurría.

–¡Ajá! Ahí está, Zach. Creo que vamos a ver pasar a la dama misteriosa en cualquier momento.

Rápidamente los dos amigos se giraron también y se pusieron a mirar por la ventana. La acera estaba llena de gente, que iba y venía de un lado a otro. Y allí estaba ella, sorteando el tráfico humano mientras corría, con la cabeza descubierta y ropas que eran mucho más adecuadas para un día soleado. Lo más extraño fue que pasó justo delante de los tres amigos, con la coleta saltando de un lado a otro y agua goteándole de la nariz, pero ni Josh ni Zach se fijaron en ella.

Sin embargo, Mick sí la vio. A pesar de estar mojada y cansada, la deseaba. Sintió que los músculos se le tensaban, que la sangre se le calentaba y la piel se despertaba con un hormigueo. Si sólo verla correr le provocaba aquellas sensaciones, ¿qué experimentaría si pudiera besarla, acariciarla, deslizarse dentro de su cuerpo y escuchar los gemidos de placer que le provocaba el orgasmo?

Inmediatamente sintió una erección y musitó una maldición. Aquello era una locura, pero no podía evitarlo. Para ocultar su reacción, se inclinó sobre la mesa. Como ella ya había pasado, pudo volverse hacia Zach y a Josh, que seguían examinando la acera para encontrar a la mujer elegida por su amigo. Aventuró una última mirada y observó lo firme que tenía el trasero bajo aquellos pantalones de ciclista tan ajustados. Sus grandes manos lo cubrirían por completo y podría mantenerla inmóvil cuando se hundiera en ella una y otra vez...

Josh interrumpió aquella interesante imaginería.

–¿Y bien? ¿Qué estamos buscando?

–Ahora nada –respondió Mick, antes de tomar un sorbo de café.

Sabía que tenía que controlarse y que tenía que conseguirla.

Tal vez después de que le hubiera hecho el amor durante no menos de diez días podría olvidarla.

Con un gesto cómico en el rostro, Josh se estiró por delante de Zach y estuvo a punto de tirarle el plato al suelo. Entonces, apretó la nariz contra el cristal de la ventana. Miró una y otra vez y al final dijo:

–¡Maldita sea! ¡No hay nadie que merezca la pena admirar!

Mick y Zach compartieron una mirada. Entonces, el segundo se encogió de hombros.

–Si sólo estás buscando pechos, puede ser. Tal vez Mick estaba buscando otra cosa.

–Ni hablar –replicó Josh frunciendo el ceño–. Ya sabes que no es homosexual. Los dos lo hemos visto con mujeres.

Mick estuvo a punto de escupir el café sobre la mesa. Zach se echó a reír, lo que provocó que varias de las mujeres que había en el restaurante miraran en su dirección.

–Estás haciendo que te miren otra vez, Josh –comentó Mick sacudiendo la cabeza.

–¿Yo? Si yo no soy el que se está riendo como un idiota.

–No tienes que reírte –le dijo Zach–, para ser un idiota. Lo que quería decir –añadió, como si estuviera hablando con un tonto, es que tal vez Mick no estuviera buscando una mujer con los pechos muy grandes. Tal vez porque sea eso lo que, según tú, es lo más importante de una mujer, no significa que el resto de nosotros estemos de acuerdo.

–¿Es eso cierto? –le preguntó Josh a Mick.

–¿Que tienes unas ideas muy extrañas sobre las mujeres? Sí –respondió él.

–Lo que quería decir es si... si esa mujer anda algo carente de parte de arriba –dijo Josh, bastante contenido.

–Por lo que sé –replicó Mick, que se sentía algo enojado aunque no sabía por qué–, no carece de nada.

Aquello sólo sorprendió a Josh aún más.

Mick volvió a mirar por la ventana. Para su sorpresa, vio que ella daba la vuelta a la esquina, que cruzaba la calle y se dirigía de nuevo en su dirección. Su delantera era igual de firme que la trasera. Cuando estuvo enfrente del restaurante, aminoró la velocidad y terminó por detenerse. Apoyó las manos en las rodillas mientras respiraba profundamente, sin percatarse de la lluvia ni de la ávida atención con la que Mick la observaba.

Cuando se irguió, estiró los brazos. La camiseta se le levantó, mostrando un vientre que, sin duda, a Zach le hubiera encantado. Cautivado, Mick no dejó de mirarla mientras el calor iba adueñándose lentamente de él. La joven entró en la joyería que había justamente enfrente del restaurante, lo que hizo que Mick se decidiera.

Apartó a un lado su plato y se puso de pie. Había considerado tantas veces en las últimas semanas hablar con ella, iniciar una conversación, presentarse. No quería presionarla, pero había soñado con ella dos veces, así que sabía que la fascinación que sentía por ella no iba a desaparecer. Aquel momento parecía tan bueno como cualquier otro para dar el primer paso.

–Regresaré enseguida.

Josh y Zach se lo quedaron mirando muy fijamente. Mick era consciente de que la urgencia le vibraba en la sangre. Había sido así desde el primer momento que la vio y en todas las ocasiones en las que había vuelto a verla. No sabía qué era lo que le atraía tanto de ella. Sólo sabía que la deseaba. Y mucho.

Mientras esquivaba los coches y los charcos de la calle se preguntó, por centésima vez, si llevaría un tiempo viviendo en aquella zona o si acabaría de mudarse la primera vez que la vio. Llevaba dos meses trabajando mucho, realizando jornadas de diecisiete horas, por lo que era probable que llevara allí más de dos semanas.

Cabía la posibilidad de que le asignaran otra misión en cualquier momento, por lo que tenía que aprovechar la oportunidad que se le ofrecía.

Esperaba que estuviera soltera. Siempre que la había visto se había fijado en ella muy bien y no había visto anillo alguno en los dedos. Sin embargo, sabía que muchas mujeres no los llevaban, especialmente cuando salían a hacer deporte. Además, tampoco la había visto nunca con nadie en aquellas dos semanas, pero eso también podía ser una casualidad.

Se subió el cuello del impermeable y cruzó rápidamente la acera, tratando de mantenerse tan seco como pudo. No tenía que mirar hacia el restaurante para saber que tanto Josh como Zach lo estarían espiando. No era propio de él perseguir a una mujer.

Justo cuando entraba por la puerta de la joyería, los truenos comenzaron a rugir en el cielo. El aire acondicionado de la tienda hizo que se le quedara muy fría la piel. Se echó el cabello hacia atrás y miró a su alrededor. Había vitrinas por todas partes, pero al final la vio, en el rincón más apartado de la tienda. Vestida con aquella ropa, desentonaba mucho con el ambiente elegante de la joyería. Sin embargo, también estaba tan sexy, con la piel húmeda por la lluvia, las mejillas sonrojadas por el esfuerzo y el cabello húmedo escapándosele de la coleta...

«Maldita sea», pensó, enojado consigo mismo. No era tan guapa. De hecho, era una mujer bastante corriente. No llevaba maquillaje, pero sus pestañas y sus cejas eran tan oscuras como su cabello. Tenía las uñas cortas y limpias y un buen cuerpo, fuerte y esbelto, pero que no resultaba verdaderamente provocativo ni sexy. No era el tipo de cuerpo que le hacía sudar sólo con verlo.

Recordó que ella nunca había prestado mucha atención a los hombres. De repente, un terrible pensamiento se adueñó de él. Tal vez ni siquiera le gustaban los hombres. Aquello sería un duro golpe, sobre todo cuando sentía que debía poseerla con tanta necesidad como el dormir o comer.

Ella no parecía estar interesada en ninguna joya en particular. Observaba una vitrina, sacudía la cabeza e iba a mirar la siguiente. Durante un momento, Mick se sintió satisfecho sólo con observarla. Se metió las manos en los bolsillos, pero se las sacó enseguida cuando se dio cuenta de que aquella postura podría dejar al descubierto la pistola que llevaba a la espalda, guardada en una funda. Como estaba fuera de servicio, no necesitaba la pistola, pero la llevaba siempre.

Su tapadera no habría resultado creíble sin ella. Traficantes de drogas, prostitutas, jugadores... Todos esperaban que un hombre como Mick estuviera armado. Si no lo estaba, se le consideraba un idiota, o algo mucho peor.

Normalmente, cuando la situación no requería un arma, conseguía meterse su Smith&Westson de nueve milímetros en una funda tobillera. Sin embargo, había veces en las que tenía que ir sin pistola, lo que le hacía sentirse desnudo. Aquéllas eran las veces en las que se sentía más nervioso, cuando la adrenalina prácticamente lo cegaba. Después, siempre deseaba una mujer, un modo de soltar toda aquella energía contenida.

En aquellos momentos, también deseaba a una mujer. La deseaba a ella.

Se acercó un poco más, sin dejar de observarla. Se sorprendió mucho de que ella no sintiera la atención que le estaba prestando, pero ella no era policía y Mick había notado desde el primer día la poca atención que prestaba a lo que la rodeaba. Le sorprendía que la gente pudiera sobrevivir con tan poca cautela.

De repente, la puerta tintineó a sus espaldas. Entraron dos hombres, vestidos más o menos como Mick, con vaqueros y camisetas. Uno de ellos llevaba una gorra de béisbol. Parecían tener unos treinta años. Como policía que era, Mick automáticamente examinó todo y a todo el mundo. Había notado que en la tienda había dos vendedoras y una pareja de cierta edad que estaba mirando anillos para un aniversario.

Tal vez precisamente porque era policía, detectó inmediatamente el cambio que se produjo en el ambiente. Se había producido con la entrada de aquellos dos hombres. Tenía un sexto sentido en el que confiaba plenamente y no le gustaba lo que éste le estaba sugiriendo.

La mujer levantó la cabeza brevemente y miró a los hombres que acababan de entrar. A continuación, miró a Mick. Sus miradas se cruzaron durante un instante, un momento que hizo que el cuerpo de Mick se tensara de deseo. Antes de girarse a una nueva vitrina, ella le dedicó una sonrisa que acrecentó aún más la tensión que sentía.

Con los sentidos en alerta, Mick se acercó a ella, no demasiado, para que no resultara demasiado evidente. Como la tienda era pequeña y estaba llena de vitrinas, pudo detectar su aroma. Era terrenal, cálido... Olía a piel mojada y a delicioso sudor femenino. El corazón comenzó a latirle aún más fuerte. Su sexo se irguió. Llevaba demasiado tiempo sin una mujer, demasiado tiempo sin gozar de los placeres del sexo...

Las zapatillas deportivas que ella llevaba chirriaron contra el suelo. No sólo parecía estudiar las vitrinas sino también la estructura de la tienda. Mick frunció el ceño. Se sentía algo intrigado. Entonces, de reojo, observó que uno de los hombres se metía la mano en el bolsillo de la chaqueta. Una alarma silenciosa saltó dentro de la cabeza de Mick.

Se dio la vuelta rápidamente, pero no lo suficiente.

–¡Permanezcan todos inmóviles y tranquilos! –gritó uno de los hombres, agitando una pistola con intenciones amenazadoras–. ¡No quiero que nadie sienta pánico ni que haga una estupidez para que no tenga que disparar!

«Maldita sea». Mick miró a su alrededor. La anciana, que se aferraba con fuerza a su esposo, parecía estar a punto de desmayarse. Las vendedoras estaban inmóviles, horrorizadas. Con un movimiento casi imperceptible, se acercó a la mujer que había seguido. Ella miraba fijamente al atracador. Más que miedo parecía sentir cierta fascinación por lo que estaba viendo.

–Haremos lo que hemos venido a hacer –dijo el atracador que llevaba una gorra de béisbol–, y nos marcharemos sin que nadie resulte herido.

Mick no se lo creyó. Las palabras sonaban demasiado huecas, demasiado ensayadas. Además, el hombre tenía una expresión de anticipación en el rostro.

El otro hombre apuntó con la pistola a una de las vendedoras.

–¡Tú! Abre la caja registradora. ¡Rápido!

La mujer dudó, más por la sorpresa que porque quisiera rebelarse. Mick sintió algo parecido. Estaban rodeados de diamantes y de oro de mucho valor, pero aquel idiota sólo quería el poco dinero que pudiera haber en la caja registradora. Seguramente el ladrón sabía que la mayoría de las ventas se realizaban con tarjeta de crédito o cheque. Aquella petición no tenía sentido.

Mick ansiaba poder agarrar su pistola. Deseaba controlar la situación. En aquellos momentos, eso significaba mantener a todos con vida, mantenerla a ella con vida. Por eso, permaneció inmóvil.

Sin previo aviso, el hombre que había dado la orden comenzó a gritar.

–¡Ahora, maldita sea!

Todo el mundo se sobresaltó. La vendedora estuvo a punto de caer al suelo por la prisa que se dio en obedecer. La anciana lloraba en silencio mientras que la otra vendedora estaba muy pálida. La primera vendedora trataba de abrir la caja registradora, algo que le estaba costando más de la cuenta. Antes de que pudiera hacerlo, las sirenas de la policía rompieron el silencio que reinaba en la tienda. Los dos atracadores comenzaron a maldecir en voz alta, lo que hizo que Mick se tensara esperando que salieran corriendo o que decidieran vengarse disparando a la vendedora. En su experiencia, había aprendido que las cosas más absurdas se producen en aquellos momentos, causando a menudo muertes sin razón. Se preparó para reaccionar.

Sin embargo, lo que los dos hombres hicieron lo sorprendió mucho. Ni gritaron ni echaron a correr, sino que convirtieron a la joven que había al lado de Mick en el blanco de su ira.

–Zorra –rugió el que llevaba la gorra de béisbol–. Has hecho saltar la alarma...

–No –susurró ella, dando dos pasos atrás. Aquélla era la primera vez que Mick escuchaba su voz y vibraba de miedo y de asombro–. Ni siquiera sé dónde...

El hombre comenzó a apuntarle, sin pensárselo dos veces. Entonces, Mick se colocó en medio, lo que sorprendió mucho a los dos atracadores. Él sintió las manos de la mujer contra la espalda, aferrándose a la cazadora que él llevaba puesta. Sintió que el rostro de la joven se apretaba contra su hombro y notó lo acelerada que tenía la respiración y cómo temblaba. Ella tenía mucho miedo, lo que enfureció profundamente a Mick.

–Esta mujer es una cliente. No sabe dónde está la alarma.

No le hicieron caso.

–¡Todo el mundo al suelo! –gritó el que llevaba la gorra de béisbol.

Justo en aquel momento, un coche se detuvo frente a la joyería. Clientes y dependientas se tiraron a suelo rápidamente. Mick lo hizo más lentamente. No dejaba de pensar cómo podría ganar un poco de tiempo. Si pudiera agarrar su pistola... Con el codo tocaba la muñeca de la mujer. Como todos los demás, ella se había tumbado en el suelo y se había tapado la cabeza con las manos.

El ruido que produjeron los atracadores al ir rompiendo las vitrinas hizo que la anciana comenzara a gritar y la dependienta a sollozar. La mujer que estaba al lado de Mick no emitió ningún sonido. Él quería mirarla, animarla, pero no quería apartar la vista de las armas de los atracadores. Los dos hombres agarraron algunas joyas, pero parecía más bien como si estuvieran destruyendo la joyería sólo por el placer de hacerlo.

Era el robo más patético y desorganizado que Mick había visto en toda su vida. Los dos atracadores parecían tomar lo que tenían más a mano, sin concentrarse en lo que pudiera ser más valioso. Por fin, se dirigieron hacia la puerta. La tensión se hizo tal que el aire pareció cargarse de ella de tal manera que resultaba imposible respirar. Entonces, fue cuando el que llevaba la gorra de béisbol se volvió para disparar.

Mick se movió con mucha rapidez. Se colocó encima de ella, con los brazos cubriéndole la cabeza y su fuerte cuerpo tapándola por completo. Aunque era una mujer alta, parecía tener los huesos muy delicados. Mick la ocultaba sin problemas, sobre todo porque estaba completamente decidido a protegerla.

Al sentirlo encima, ella se tensó inmediatamente y trató de levantar la cabeza.

–¡No! ¿Qué está haciendo?

Con un fuerte golpe, Mick la obligó a bajar la cabeza contra el suelo. Entonces, le susurró al oído:

–Estese quieta.

Sin embargo, ella se agitó aún con más fuerza, tratando de librarse de él. Seguramente se sentía confusa y asustada y no comprendía las intenciones de Mick.

–Va a... –comenzó a explicar él. Muy pronto, resultó completamente innecesario.

El sonido del disparo cortó el silencio. El repentino dolor que Mick sintió en el hombro fue como una lengüetada de puro fuego. Durante un momento, la estrechó con fuerza entre sus brazos, apretando los dientes...

–Oh, Dios... –susurró ella, tratando de girarse hacia él.

Mick gruñó, pero no se movió. Por alguna razón, la querían muerta. Para matarla a ella tendrían que atravesarlo a él primero con sus balas.

Sintió que la sangre se le iba extendiendo por la espalda. Era muy consciente de la mujer que había debajo de él, llorando. Sin embargo, hasta que no oyó que se abría la puerta, no se apartó de ella sacando al mismo tiempo la pistola. Dejó a un lado el terrible dolor y consiguió disparar a través del cristal de la puerta. Consiguió dar al hombre que había tratado de dispararle a ella en el muslo antes de que se metiera en el coche. Entonces, antes de que pudiera entrar por completo, el automóvil arrancó a toda velocidad. El hombre cayó al suelo y se golpeó la cabeza contra el bordillo de la acera. Quedó allí, tumbado sobre el suelo, completamente inconsciente.

Mick se puso de pie y salió corriendo por la puerta. Vio el coche, apuntó y volvió a disparar. La ventanilla trasera se hizo añicos, pero el coche no se detuvo. Giró rápidamente por una esquina y desapareció.

La calle se había llenado ya de curiosos. Mick sintió que el brazo se le ponía primero muy caliente, luego muy frío y que, por fin, dejaba de sentirlo.

En aquel momento aparecieron Zach y Josh. Habían sido testigos del atraco desde el restaurante. Josh le quitó a Mick la pistola y se la metió en el bolsillo del pantalón. Dos segundos después, llegaron dos coches de policía.

–Dios mío, Mick –susurró Josh, sujetándolo–. Te han disparado.

–¡Que alguien llame a una ambulancia! –gritó Zach–. Este hombre necesita una ambulancia.

Aquello hizo que Mick sonriera, dado que Zach era técnico de emergencias médicas. Entonces, Zach sacudió la cabeza y se sacó la radio para llamar él mismo.

–Venga, siéntate –le dijo a Mick. Entonces lo llevó hacia el bordillo.

–No quiero sentarme en un maldito charco –gruñó él–. Estoy bien.

Sólo quería encontrar a la mujer. Miró a su alrededor. Cuando no la vio, sintió que el terror se apoderaba de él. Vio a la pareja de ancianos y a las dos vendedoras. Había policías por todas partes. Dos coches patrulla habían salido detrás de los atracadores. Un oficial se dirigió hacia el lugar donde estaba Mick.

–Me llamo Mick Dawson –dijo, al ver que el policía lo observaba–. Soy de Antivicio.

Trató de sacarse la placa, pero el brazo no parecía querer cooperar. Lanzó una maldición.

–Yo te ayudaré –dijo Josh.

Rápidamente, su amigo sacó la placa y se la enseñó al oficial de policía, que asintió y gritó a otro para que llevara una manta. Lleno de frustración, Mick no pudo hacer nada más que permanecer allí, de pie. Sentía que se iba debilitando por minutos. Mientras tanto, Zach daba instrucciones a través de su radio y Josh se ocupaba de mantenerlo en pie.

–La ambulancia está en camino –informó Zach al policía–. Soy técnico de emergencias médicas. Yo me ocuparé de él hasta que llegue.

El oficial le entregó la manta y se marchó para despejar la calle.

Mick trató de soltarse. Estaba desesperado por encontrar a la mujer. Entonces, la vio al lado de la pareja de ancianos. Su rostro, su hermoso rostro, reflejaba una honda preocupación e incredulidad. Se le veía un hematoma en la mejilla de cuando él le obligó a pegar la cara al suelo. Estaba temblando de la cabeza a los pies.

Mick se zafó de Josh para dirigirse a ella. Tenía que tomarla entre sus brazos, disculparse con ella aunque ni siquiera supiera su nombre ni por qué aquellos delincuentes habían querido matarla.

–Maldita sea, Mick, te vas a caer –le dijo Zach. Estaba a punto de negarlo cuando sintió que las piernas se le doblaban. La vista se le nublaba–. Estás perdiendo mucha sangre...

–No dejes que se marche...

Mick quería decirlo alto y claro para que nadie pudiera desobedecer sus palabras. Sin embargo, sólo pudo susurrarlas, algo que lo enfureció. Cuando por fin lograba conocerla, más o menos, sonaba débil, parecía débil...

Recordó lo bien que se había sentido con ella debajo durante aquel breve e intenso momento. Era absurdo, pero hasta cuando había sentido el impacto de la bala, no había dejado de pensar que estaba encima de ella, que el trasero de la joven se acoplaba a su entrepierna, que la cabeza de ella encajaba perfectamente bajo su barbilla...

–No dejes que se marche –repitió.

–¿Quién? –le preguntó Josh.

–La de las zapatillas deportivas... la del cabello negro...

Josh miró a su alrededor.

–Ya la tengo, compañero. Ahora descansa. Yo me ocuparé de todo.

Con eso, Josh se alejó de su compañero y se dirigió a ella, con un tono de voz que no admitía réplica alguna.

–Señorita, necesito hablar con usted, por favor...

En aquel momento, Mick perdió la consciencia.

ii

–¿Dónde está?

El débil sonido de su voz lo abrumó. Trató de aclararse la garganta, pero le resultó imposible.

–Sss... –susurró Zach–. Tranquilo.

Mick trató de abrir los ojos. Cuando lo consiguió, deseó no haberlo hecho. ¿Qué diablos le había pasado? El hombro no le dolía, al menos en aquel momento, pero se sentía como si la cabeza le fuera a explotar. Sentía los músculos muy débiles, como si se negaran a cumplir las órdenes que les enviaba el cerebro.

¿Dónde estaba Josh? ¿Dónde estaba ella?

–La mujer...

Zach le acercó a los labios un vaso de agua con una pajita. Mick tomó un sorbo de agua y empezó a mover un poco el brazo. Le parecía como si tuviera fuego dentro de él. El hombro también le dolía. Apretó los dientes, tratando de tomar aliento.

–La anestesia se te está pasando –explicó Zach–. Estarás algo adormilado un poco más de tiempo, pero, en general, te encuentras muy bien. Han tenido que dejarte dentro la bala. Con esa ya tienes dos, ¿no? Si te la hubieran sacado te habrían provocado más daños. Ya has perdido mucha sangre... ¡Me has dado un susto de muerte, Mick! ¿Es que no sabes que si recibes un disparo debes tumbarte? Como no has dejado de mover el brazo de un lado a otro, has provocado que la hemorragia sea aún más fuerte.

–¿Dónde diablos está? –insistió Mick,

–Josh ha estado con ella desde que tú perdiste el conocimiento y te golpeaste la cabeza contra el suelo. Sí, por eso te duele tanto. Me sorprende que no te hayas provocado una conmoción cerebral. Si no tuvieras que comportarte como un macho, si nos hubieras dicho que te ibas a desmayar...

–No me desmayé –gruñó Mick–. Perdí el conocimiento por toda la sangre que estaba perdiendo.

–Sí, bueno, a fin de cuentas es lo mismo.

–Zach... Acércate un poco... –susurró. Su amigo, lleno de preocupación, se acercó a él–. ¿Dónde diablos está? –añadió, gritando con todas sus fuerzas.

–¡Muy bien! ¡Muy bien! ¡No tienes que reventarme el tímpano! Tú me dijiste que no dejara que se marchara. Ni Josh ni yo sabíamos si eso significaba que había que arrestarla o si era la mujer que habías estado observando.

–¿No la habrás...?

–No, no la he entregado a la policía. Por supuesto, la interrogaron, pero Josh se fue con ellos a la comisaría y la recogió después. Está bien. Sólo se encuentra un poco asustada y no hace más que decir que eres un héroe. Supongo que eso no debería sorprenderme. Afirma que la bala que te hirió a ti iba destinada para ella. Quiere verte porque siente gratitud hacia ti, pero como no sabíamos lo que estaba pasando...

–Te voy a matar...