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Deseo prohibido, pasión desbordante: ¿puede un juego arriesgado convertirse en verdadero amor? Ni Samantha Freedman ni Gillian Jennings están buscando algo serio cuando comienzan una relación sin ataduras. Sin embargo, la atracción que sienten pronto se convierte en algo más. ¿Qué sucede cuando el mundo de una empleada de mantenimiento colisiona con el de una consentida ama de casa? ¿Es posible que una diversión sensual y erótica lleve al amor? ¿O será que estas dos mujeres tan distintas deberán seguir su propio camino?
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Seitenzahl: 324
Veröffentlichungsjahr: 2018
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Tabla de contenido
AGRADECIMIENTOS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
EPÍLOGO
SOBRE EMMA WEIMANN
AGRADECIMIENTOS
Fue difícil saber que el proyecto que comenzó hace años como un cuento se convertiría en dos cuentos para terminar siendo una novela. Definitivamente, esas dos chicas han recorrido un largo camino y han ocupado un lugar especial en mi corazón.
No podría haber imaginado la historia de Sam y Gillian sin la ayuda de algunas mujeres grandiosas. En primer lugar, le quiero agradecer a Cheri por su tiempo y su crítica constructiva. Ella me alentó cuando lo necesitaba y me pateó el trasero cuando me lo merecía. ¡Gracias!
Gracias Henrietta, Erin y Blu por hacer tiempo en sus agendas ocupadas y leer mi historia. Y, por último, aunque no menos importante, un gran agradecimiento a mi esposa, Daniela, que no solo compartió su experiencia como cuidadora de animales, sino que también decidió compartir su vida conmigo.
CAPÍTULO 1
–Pero eres una mujer.
Ese sujeto era uno de los gerentes de la construcción más repulsivo que Sam había conocido en su vida. Se separó la camiseta gris del cuerpo y bajó la mirada hacia el sostén.
–Sí, lo soy. Definitivamente, una mujer. –Volvió a elevar la mirada e ignoró la forma en que el señor Hayes tensó la mandíbula–. Vengo a pintar el apartamento de los Wallace.
El sujeto clavó la mirada en el calendario.
–Pero me dijeron que le habían encargado el trabajo a un Sam Freedman.
Sam reprimió las ganas de golpearlo con los altoparlantes llenos de polvo que había sobre el escritorio.
–Sam es el diminutivo de Samantha. Y esa soy yo. Ya se lo expliqué dos veces. ¿Por qué no llama a los Wallace y simplemente les pregunta?
Reprimió las ganas de gemir. ¿Cómo era posible que un sujeto como ese obtuviera empleo en uno de esos lujosos complejos de apartamentos?
Él revisó la agenda sobre el escritorio.
–No puedo. Están de vacaciones. –Frunció el ceño y contempló la pintura, los pinceles y la escalera que ella había llevado–. De acuerdo. Te llevaré al apartamento. Pero iré a controlarte de vez en cuando. Para que lo sepas. –Al terminar, dejó la sala.
Claro. Patán. ¿Acaso pensaba que iba a robar aire de un apartamento vacío? Con un gesto negativo de la cabeza, Sam recogió la mayor cantidad de cosas que podía cargar. Las manijas de los baldes se le clavaron en los dedos. Tendría que regresar por la escalera.
El señor Hayes se quedó de pie en el pasillo, con los brazos en jarra y un ceño tan fruncido que haría llorar a los niños.
–El elevador de servicio no funciona. Debemos tomar el otro. Intenta pasar lo más desapercibida posible.
Mientras lo seguía por el vestíbulo de cielo raso alto, Sam intentó ser silenciosa. Ese edificio emanaba una atmósfera de iglesia, construido para impresionar y presumir ante los visitantes. Ciertamente lo había logrado con ella.
Pasaron por una fuente rebosante con escalones acuáticos de pizarra. Sam no quería ni adivinar cuánto había costado eso. Milagrosamente se las arregló para meter todas sus cosas en el elevador vidriado; los baldes se plantaron con firmeza entre ella y el señor Hayes, quien le clavó la mirada al tiempo que entrecerraba los ojos.
Los segundos parecieron horas. Finalmente, el elevador repicó.
–Llegamos. –Con desdén, la observó luchar para sacar los materiales del elevador.
Sam colocó los baldes en el piso. El pasillo estaba vacío.
–¿Qué número es?
–El apartamento siete –escupió el señor Hayes a sus espaldas–. Al fondo del pasillo, la última puerta a la derecha.
Antes de que Sam pudiera responder, se abrió la puerta a su izquierda. Una mujer con cabello largo y oscuro, vestida con un traje pantalón de un rojo intenso apareció en el umbral.
–Gillian, cariño –gritó hacia el apartamento–. Apresúrate. –Se volvió hacia el señor Hayes–. Detenga el elevador, ¿sí?
–Por supuesto, señora. –Casi se tropieza y cae para asegurarse de presionar el botón del elevador a tiempo.
Sam apenas se contuvo de poner los ojos en blanco. El mismo hombre que no había pensado dos veces dejarle hacer todo el trabajo de carga ahora prácticamente se desvivía para asegurarse de que las puertas del elevador permanecieran abiertas para la femme fatale. Siempre lo mismo. Cuando una mujer tenía pechos del tamaño de melones, cintura de avispa y cerebro de pajarito, los hombres se volvían locos. Sam sonrió. Bueno, por otro lado… le echó una mirada a la mujer en traje pantalón. De verdad tiene buenos pechos.
Una segunda mujer salió del apartamento y cerró la puerta a sus espaldas.
–De acuerdo. Estoy lista. –Le echó una mirada a Sam antes de bajar la vista y dirigirse hacia el elevador.
Sí, así se deben sentir los insectos cuando los observa una mantis con ojos verdes.
–Cielos, esas dos estaban buenas. –El señor Hayes casi se estaba babeando sobre la camisa.
Este sujeto realmente es un cliché andante. Sam cruzó los brazos sobre el pecho.
–¿Tiene las llaves del apartamento?
–Sí, sí, vamos. –Se alejó y la dejó cargando todo de nuevo.
Qué patán. Esperaba que la dejara sola tan pronto como estuviera instalada con todas sus cosas. Pero primero, probablemente le diría exactamente cómo debía haber su trabajo.
Sam se sentó en el suelo y apoyó su espalda protestante contra la pared. Esa noche requería una ducha larga y caliente. Y una cerveza fría. Y una pizza.
Satisfecha, miró las paredes con pintura blanca todavía fresca. Por mucho que le doliera la espalda luego de ocho horas de pintura, había hecho un buen trabajo. Las dos habitaciones más pequeñas estaban terminadas. Quedaba la habitación grande, lo que significaba un día más de trabajo razonable y bien pago. Los dueños del apartamento habían estado tan contentos con su disponibilidad para comenzar de inmediato que ni siquiera intentaron debatir su tarifa por hora. Eso había sido una sorpresa agradable. A menudo, las personas adineradas resultaban ser los clientes más molestos.
Fue afortunada de que los dueños del apartamento fueran parientes de una de sus clientas más antiguas y agradables. La vieja señora Henderson probablemente había hablado bien de ella y se había encargado de las negociaciones del pago. Y Sam estaba de acuerdo con eso.
Abrió la botella de agua y bebió un sorbo. Trabajar en un edificio como ese era inusual para ella. A menudo eran propiedad de profesionales con sueldos altos y trabajos que demandaban que se quedaran a pasar la noche en la ciudad mientras sus deslumbrantes familias felices vivían sus deslumbrantes vidas felices en una casa no tan pequeña en las afueras. Su opinión sobre eso era: trabajos aburridos, vecindarios aburridos, vidas aburridas y más dinero del que nadie necesitaba. Suspiró. Esa vida bien podría haber sido la suya.
El sonido del celular sacó a Sam de su cavilación.
–¿Sí?
–Hola, Sam, soy Linda. ¿Cómo estás, guapa?
Ag. Un llamado de su amiga y compañera de trabajo solía significar más trabajo o compras compulsivas de cosas que estaban en liquidación en algún sitio.
–Estoy bien. ¿Qué sucede?
–Voy de camino a lo del señor Zimmer para hacer la instalación eléctrica. Dime, ¿vienes esta noche?
¡Mierda!
–¿A la fiesta?
–¿De qué otro evento crees que hablo?
Sam se pasó una mano por el pelo. Se había olvidado de la invitación por completo.
–No lo sé. Solo tengo dos días para pintar un apartamento entero.
–Ay, vamos, Sam. Me lo debes.
Sí y me lo recuerdas cada vez que quieres algo.
–De acuerdo. Pero no te prometo que me quede mucho tiempo.
–Genial. Nos vemos esta noche, maquinita de amor.
Sam dejó caer la espalda contra la pared. Mierda. Hasta ahí llegó mi agradable noche de relajación en casa.
CAPÍTULO 2
Sam suspiró mientras comenzaba a sonar otra de esas estériles canciones electrónicas. La música claramente iba con el sitio. Ambos eran aburridos y superficiales. Con un suspiro, se removió sobre el taburete del bar.
–Aquí tienes. –El barman colocó un vaso de algo que parecía arcilla líquida frente a Sam.
–¿Qué es esto?
–La cerveza que ordenaste.
–Mierda. –No lo podía creer. ¿Qué tenía de malo una cerveza normal? –Vamos. Ordené una cerveza, no un experimento químico.
El barman agitó los dedos en señal de despedida y volvió la atención a otro cliente.
Con asco, Sam clavó la mirada en la porquería de cerveza artesanal que contenía el vaso que tenía delante. En todo caso, ¿quién bebía cerveza de un vaso? Esa fiesta era incluso peor de lo que temía. Echó una mirada al grupo en la esquina. Linda se colgaba del último objeto de deseo. Apuesto que no se irá a casa sola esta noche. Quizás me debería ir y pasar por The Labrys. Su bar lésbico favorito era como una segunda sala de estar donde pasaba el rato con amigas que compartían su visión y estilo de vida mientras que esa gente se ataviaba con Brooks Brothers, Vineyard Vines, Hilfiger y otras marcas caras. The Pulse era el estilo de discoteca LGBT que atraía a los ricos, a los hermosos y a los andróginos. O al menos a los que querían serlo. Por lo que no era su estilo de lugar.
Sam miró el reloj enorme que se hallaba sobre la pared detrás del bar. Casi eran las nueve. The Labrys ya estaba abierto. Linda no la echaría de menos allí. Por otro lado… Sam suspiró. Su amiga le daría caza mañana si se limitaba a desaparecer. Aunque sentarse sola en el bar, a varios metros de donde se encontraba la fiesta, en realidad no era mucho mejor.
Sam sujetó el vaso. Al menos esa porquería estaba fría. Sam bebió. Un sabor afrutado le recorrió la lengua. Puaj. ¿Cómo podía beber eso la gente? Asqueada, apoyó el vaso.
Una pierna se frotó contra Sam mientras alguien se sentaba en el taburete de al lado. Esperando la ira de Linda, volteó la cabeza y quedó hipnotizada por un par de intensos ojos verdes. Una rubia bonita con la piel tan pálida como la porcelana le sostuvo la mirada. ¿Dónde la vi antes? Sam no lo podía recordar y de alguna forma en realidad no importaba para nada. Esa mujer era una belleza. Pálida y perfecta. Tan perfecta que uno no se animaba a tocarla porque pasar las manos por una piel como esa fácilmente podría convertirse en una adicción. Sam tenía la boca seca. Se lamió los labios. Algunas adicciones eran peligrosas… pero valían el riesgo. Y ese vestido negro… Ay, cielos, esa era la personificación de un sobrentendido a medida. Esa mujer era muy elegante, probablemente estaba a fines de los treinta y muy fuera del alcance de Sam. La desconocida lucía básicamente como el estilo de Chanel No 5 con un cerco blanco alrededor de la casa. Sam le echó una mirada a las manos de la mujer. No llevaba anillo. Flirtear no podía hacer mal. ¿No?
–Hola. –Sam puso su mejor sonrisa de conquista, una mezcla de confianza e interés que no había utilizado en un tiempo. Contuvo el aliento. La mujer podía levantarse e irse o…
Se achicaron los ojos verdes mientras la evaluaban.
–Hola.
Sí. Ahora el siguiente paso.
–Me llamo Sam. –Estiró la mano.
–Hola, soy Gillian. –La desconocida tomó la mano que le ofrecía.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Sam. La mano de Gillian era suave y cálida. Si el resto del cuerpo tenía el mismo atributo…
Gillian se inclinó y le dio a Sam una vista a la parte delantera del vestido que le secó la garganta.
Ay, sí. Buenas tetas. Sam admiró los senos firmes, contenidos en un sostén de encaje. Creo que no iré a The Labrys. Esto podría ser muy divertido.
–¿Quieres algo de beber?
–Vino sería genial. Blanco, por favor.
A Sam no le pasó desapercibida la leve cavilación. Aun así, poder ordenar algo para beber definitivamente era el paso siguiente a una noche, con suerte, prometedora.
–Blanco será. ¿Está bien un Chardonnay?
–Sí. –En esta ocasión, la sonrisa alcanzó esos ojos increíblemente verdes.
Era evidente que Gillian no era charlatana, pero era hermosa. De todas formas, Sam no tenía en mente conversar más tarde. Dos mujeres se podían divertir sin hablar. Había otras cosas para las que se podía usar la boca, y ella esperaba con ansias explorar esas posibilidades… si a Gillian le apetecía.
No pasó mucho tiempo hasta que el barista colocó una copa de Chardonnay frente a Gillian y, por su expresión, la calidad del vino era satisfactoria.
Bien. Sam decidió acelerar el juego un poco. Frotó la rodilla contra la de Gillian. Cuando la otra mujer no se apartó con timidez, Sam movió la mano sobre la pierna de Gillian y se inclinó hacia ella.
–¿Qué te trae aquí esta noche?
–Buscaba compañía. –Colocó la mano sobre la de Sam.
El estómago de Sam dio un vuelco. Vaya. Gol.
–¿De verdad?
–Sí, de verdad. –La voz de Gillian tembló un poco. Extrajo un trozo de papel de su bolsa de mano y se lo pasó a Sam–. Pero no aquí. Tengo un apartamento cerca de aquí. Esta es la dirección y mi nombre.
Santo cielo. Esa mujer de verdad sabía lo que quería.
–Suena bien.
Gillian se iluminó.
–Genial.
Sam estudió el trozo de papel.
–¿Qué tan lejos está tu nidito de amor?
–Son diez minutos andando hasta el apartamento. Me iré ahora, pero te agradecería que esperes un poco antes de seguirme. –Se pasó una mano por el cabello–. ¿Cuál es tu apellido?
Sam elevó una ceja.
–¿Por qué?
–Tengo que darle un nombre al portero.
De ninguna forma le daré mi verdadero nombre. Sam observó la etiqueta de la cerveza.
–Sam Cellar.
–¿Sam Cellar? –Gillian frunció el cejo.
–Sí, ¿hay algún problema?
–No. Está bien. Lo siento. –Gillian hizo un gesto negativo con la cabeza y se incorporó–. Te veo en unos minutos. –Lentamente retiró la mano, dándole un toquecito en la muñeca a Sam antes de soltarla.
A Sam la recorrió una ola de calor.
–Claro. –Con una sonrisa, regresó la atención a la cerveza y le dio otro sorbo a la bebida horrible. Vaya, esa iba a ser una noche de lo más interesante.
CAPÍTULO 3
–Buenas noches, señora Jennings.
Gillian le sonrió al portero anciano.
–Buenas noches, Thomas. Vendrá una visita en los próximos diez o quince minutos. Es una amiga. Se llama Sam Cellar.
El rostro de Thomas mostró su expresión estándar de indiferencia amable.
–De acuerdo, señora Jennings.
–Gracias, Thomas. –Los tacones de Gillian resonaron alto en el piso de mármol. Ingresó al elevador y presionó el botón de su piso.
Sintió un cosquilleo de excitación que la recorría al pensar en la noche que tenía por delante. Parte de ello era la emoción de acostarse con un alguien desconocido –con una mujer desconocida– en el apartamento de su marido fallecido. La otra parte era la emoción del peligro. El sexo con desconocidos nunca era completamente seguro, de eso estaba muy segura. Hasta ahora, la suerte había estado de su lado. Encontrarse con mujeres en el apartamento de la ciudad era lo más seguro que podía ser un encuentro de ese tipo. La mayoría había sido, por lo menos, placentero. Esperemos que la nueva conquista sea tan caliente como parece.
El elevador sonó y se abrieron las puertas. No había nadie a la vista en el corto pasillo mientras Gillian revolvía el bolso en busca de las llaves del apartamento. Por fin la puerta se abrió, entró y se quitó el tapado. Su nueva conquista llegaría pronto… si no se había acobardado. Por un momento, en el bar, Gillian había estado segura de que Sam no aceptaría su oferta. Acostarse con la mujer con aspecto masculino había sido una decisión repentina. Las otras “citas” de Gillian habían sido escogidas con más cuidado y habían sido más… sofisticadas. Solo espero que esta no me muerda el trasero. Sonrió. Bueno, no más de lo que me gustaría. La sonrisa arrogante de Sam había causado sensaciones extrañas en Gillian. Y ese cuerpo se veía caliente. Muy caliente.
Gillian se quitó los zapatos y disfrutó de la tranquilidad que la rodeaba por un momento. Ningún sonido exterior invadía el apartamento. Era el refugio perfecto, un santuario de paz en medio de una avalancha de ruido en la ocupada ciudad de Springfield. Sin embargo, dudaba mucho de que ese fuera el motivo principal por el que Derrick había escogido ese lugar. Probablemente había decantado por la anonimidad y el lujo que brindaba. Y eso a ella le sentaba bien.
Se dirigió al aparador, abrió un cajón, extrajo una fotografía enmarcada en plata y clavó la mirada en los ojos del hombre con el que se había casado hacía mucho tiempo. Un hombre que la había traicionado. Que la había engañado.
–Bueno, aquí tienes, Derrick. La séptima cita caliente. Es una pena que no puedas estar aquí para presenciarla. –Inspiró hondo–. Púdrete en el infierno.
Enderezó los hombros y volvió a guardar la fotografía en el cajón. Era hora de refrescarse. Quería estar tan atractiva y deseable como le fuera posible cuando llegara Sam.
Sam elevó la mirada al complejo de apartamentos que tenía en frente. A lo largo de los últimos años, habían aparecido cada vez más esas cosas de vidrio y acero. En la actualidad, Springfield era un pueblo bastante ocupado. Y la gente que vivía en sitios como esos ciertamente tenía suficiente dinero como para pasar sus noches en discotecas como The Pulse. Probablemente todas las noches. Sam arrugó la nariz. Espero que ella valga mi tiempo…
Un portero en uniforme apareció desde el interior del edificio.
Sam se dirigió hacia él e hizo un gesto con la cabeza para saludarlo.
–Hola, vengo a ver a la señora Jennings.
El portero la miró.
–¿Usted es la señora Cellar?
–Sí, soy yo, y buenas noches a usted también.
Qué hombre tan esnob.
–¿Samantha?
El corazón de Sam se detuvo un momento. ¡Mierda! Thomas.
–Vaya, ¿de verdad eres tú? Apenas te reconocí con el cabello corto y… –la observó– esas prendas.
Por un momento, consideró dar la vuelta y marcharse. Seguramente, ninguna aventura, por buena que fuera, valía la pena tantos problemas. Sam se obligó a calmarse. Thomas siempre había sido amable con ella. Sería de mala educación marcharse sin intercambiar unas palabras.
–Thomas, ¿no? –Estiró la mano–. ¿Cómo estás?
–Bien, bien. Envejeciendo día a día. –Le estrechó la mano–. ¿Cómo estás tú?
Era cierto. Estaba mucho más viejo que la última vez que lo había visto… Vaya, veinte años más o menos. Debía tener diecisiete años entonces. Ahora el gris dominaba su cabello, y ciertamente no se paraba tan erguido como antes. Las arrugas en su rostro se veían tan profundas como el Gran Cañón, pero la bondad de sus ojos era la misma. Sam le devolvió la sonrisa y le guiñó un ojo.
–Estoy bien. Gracias. Pero yo también estoy envejeciendo.
–Ay, por favor. –Él dio un paso hacia atrás y la miró de arriba abajo–. Mírate. Estás tan saludable como un caballo y tan hermosa como un sol centellante.
Sam se rio entre dientes.
–Gracias. Nunca antes me habían comparado con un atardecer.
–¿Cómo está tu familia?
Sam se guardó las manos en los bolsillos del pantalón. ¿Qué se supone que diga? ¿Que no vi a esos bastardos en años? Simplemente no quería hablar de ello… de ellos. No con Thomas. Ni con nadie.
–¿Quizás podamos charlar en otra oportunidad? Tengo una… cita. –Cielos, eso sonaba muy patético. Se preguntaba si él tenía idea de qué había ido a hacer allí.
Él se rio.
–Claro, no hay problema. Salgo en media hora. Así que probablemente no te vuelva a ver esta noche.
El alivio la recorrió. Por más que Thomas fuera amable, no estaba lista para ser arrastrada a los recuerdos de un pasado compartido.
–Quizás en otra ocasión. Fue bueno verte.
–Igualmente. Saluda a tus padres de mi parte.
–Lo haré. –Cuando se congele el infierno. Sam atravesó el pasillo, sintiendo su mirada que la seguía. Mierda, eso había sido raro. Mucho más que raro. Ni siquiera recordaba cuándo se había encontrado por última vez con alguien que conocía de lo que ella llamaba “las épocas oscuras”. Bueno, sabías que pasaría un día. Alégrate de que fuera Thomas en lugar de tu padre o tu hermano.
El elevador sonó y anunció su llegada.
Sam entró. Inclinó la cabeza contra una pared y dejó que el frío del acero le llegara al cerebro. Sus ganas de tener sexo quedaron pulverizadas. Sin embargo, la perspectiva de pasar la noche sola en su apartamento, acechada por recuerdos del pasado, tampoco era atractiva. Tenía unos dos minutos para decidirse. ¿Irse a casa? ¿Conducir hasta The Labrys y emborracharse… y probablemente terminar en la cama de una desconocida? La parte de la desconocida y el sexo era algo que podía tener allí y entonces. Y sin emborracharse antes. Sam se pasó una mano por el cabello. Se quedaría, intentaría volver a estar de ánimo, disfrutaría de una noche de hedonismo y se largaría por la mañana. Determinada, Sam se bajó del elevador y caminó por el pasillo. Apartamento 241. Inspiró profundo y llamó a la puerta.
–Allí estás –dijo Gillian con una sonrisa cuando abrió la puerta.
Por segunda vez esa noche, Sam se sintió atraída por esos ojos increíblemente verdes. Le recordaban a los aretes de esmeralda que solía usar su abuela en ocasiones especiales. Eran tan verdes como las colinas de Irlanda, solía decir su abuela. Sam tragó saliva.
–Hola, sí. Aquí estoy.
–Por favor, entra.
Con los ojos abiertos de par en par, Sam entró. Muebles de color café y cuero negro dominaban la habitación. ¿Este en su apartamento? Prácticamente todo allí gritaba “testosterona”. Sam se podía imaginar que un abogado o un banquero conservador atravesando una crisis de la edad mediana escogiera ese interior. Pero definitivamente no una mujer como Gillian. Sam cruzó los brazos sobre el pecho.
–¿Quieres…? ¿Te gustaría beber algo?
–Sí, por favor, una cerveza sería genial. –Sam siguió a Gillian a la cocina de acero metálico. Sin habla, miró alrededor. Hasta el último artefacto se había añadido en esa habitación. Ni una partícula de polvo parecía tener el coraje suficiente de estar alrededor. Esto es un salón de exhibición. Hermoso pero estéril. Ay, por favor… que ella no sea como esta cocina. Sam necesitaba descargarse esa noche. Quería olvidar y perderse. Si esa cocina reflejaba la actitud de la dueña… esa noche estaba destinada a ser un desastre.
Gillian extrajo una botella de cerveza del refrigerador Subzero. Luego de abrirla, le pasó la botella.
Mentalmente, Sam le dio un punto: la cerveza era de una marca cara pero aceptable. No la misma porquería de la discoteca. Elevó la botella con una sonrisa de agradecimiento, bebió profundamente, disfrutando la forma en que la bebida suave y fría bajaba antes de volver su atención a Gillian, quien se había servido una copa de vino blanco. Sam se aclaró la garganta.
–¿Hace mucho vives aquí?
–No. –Gillian frunció el entrecejo–. No vivo aquí. Es solo un lugar que uso de vez en cuando si me quiero quedar en la ciudad.
–¿Es decir que no es tuyo?
–Oh, sí. Es mío. –Gillian debió encontrar algo muy interesante en el fondo de su copa porque no dejó de mirarla.
Definitivamente, detrás de esas palabras acechaba una historia interesante. Vamos. Ella te invitó aquí para una noche caliente. Para tener sexo. O te vas ahora o te pones con ello y descubres si esto será divertido o no.
–Bueno, aquí estamos. –Sam bebió un sorbo de cerveza antes de apoyar la botella y dar un paso hacia Gillian–. No desperdiciemos más tiempo. –Sam bajó la voz–. No veo la hora de saborearte, Gillian.
Los ojos de Gillian estaban abiertos cuando elevó la mirada, la desvió y luego, con un rápido pestañeo, la volvió a Sam.
Como un animal asustado. Sam inclinó la cabeza y rozó los labios de Gillian con los suyos. Una vez, dos veces, disfrutando su suavidad antes de volver a interrumpir el contacto.
Gillian parpadeó y una sonrisa se expandió lentamente por su rostro.
Sam sonrió. De acuerdo. Esa es una buena señal.
–Me encanta como te sientes –dijo, acariciando la cara de Gillian y quitando un mechón de cabello rubio de los ojos de la mujer.
–Me encanta como besas –respondió Gillian luego de un momento de duda. Acarició la palma de Sam y depositó un beso en el centro.
Sí. Esto será divertido.
–Ay, el resto de la noche será más que agradable, te lo prometo. –Sam volvió a besar a Gillian esta vez no fue un roce suave de los labios, sino un poco más rudo, más demandante. La posición del misionario o un abrazo no era lo que tenía en mente para esa noche. O Gillian le seguía el juego o no. Era mejor enterarse ahora.
Para el deleite de Sam, Gillian abrió la boca y su lengua tocó la de Sam. La sensación fue húmeda y suave y le hizo sentir escalofríos a Sam, revivió el deseo que se había desvanecido en la planta baja.
Sam chupó la lengua de Gillian hasta que soltó un gemido ahogado, su cuerpo se retorcía y se arqueaba.
Gillian aferró la mano de Sam y se la llevó al pecho.
Sam sostuvo el peso del pecho de Gillian y dejó que la uña de su pulgar jugueteara con el pezón que se erguía debajo de la tela delgada. La inspiración profunda de Gillian la incentivó a capturar el pezón sensible entre el pulgar y el índice y juguetear suavemente con él mientras mordía la perfección exuberante del labio inferior de Gillian.
La manera en que el jugueteo con los pechos de Gillian aumentó la necesidad y el deseo de Sam era enloquecedora. Le susurró al oído:
–Vas a ser un buen revolcón, ¿no?
Gillian tragó saliva y le clavó la mirada, sin hablar ni siquiera cuando Sam capturó su pezón y lo retorció, lo que hizo que Gillian soltara un chillido, pero no se apartó.
–¿Quieres jugar conmigo, Gillian? –Preguntó Sam, liberando el pezón abusado–. Yo quiero jugar un poco brusco. ¿Quieres jugar conmigo?
Gillian se puso colorada. Obviamente luchaba contra una agitación interna mientras miraba a Sam con una mezcla de curiosidad y precaución.
Para satisfacción de Sam, no había ni un poco de arrepentimiento ni temor en su expresión. Al parecer, hasta el momento, había hecho y dicho las cosas adecuadas. Incentivada, se acercó a Gillian hasta que sus cuerpos se rozaron en los lugares apropiados.
–Dime, Gillian –dijo, bajando la voz–. ¿Cómo te gustaría acabar esta noche?
–¿Perdón?
–Quiero que me digas cómo quieres acabar –repitió Sam. –¿Qué te gusta? ¿Quieres que me tome mi tiempo o quieres acabar rápido y profundo? ¿Te gustaría sentir mi boca sobre tu cuerpo o quieres que te mire mientras te ocupas de ti misma? ¿Te gusta la estimulación anal? ¿Tienes juguetes que te gustaría que use? Dime. Quiero que la pasemos lo mejor posible.
Los ojos de Gillian eran piscinas oscuras de deseo.
Sam intentó ignorar su propio deseo en aumento mientras Gillian se mordisqueaba su labio inferior, claramente insegura de cómo continuar. Pero Sam permaneció silenciosa hasta que Gillian por fin preguntó, casi tímidamente:
–¿De verdad quieres saber qué me gusta?
Sam asintió y puso algo de distancia entre ellas.
–Sí. Quiero que las dos pasemos un buen rato, Gillian. Hablar también puede ser parte del juego previo. –Ella inclinó la cabeza para mostrarle que estaba prestándole atención a lo que Gillian escogiera decir. Al mismo tiempo, Sam comenzó a masajearse la entrepierna por encima de su pantalón, en el lugar en que la costura se frotaba contra su vagina, lo que la estimulaba con un dejo de dolor y mucha excitación–. Como te dije –continuó, con la voz un poco áspera–, definitivamente pienso que es estimulante escucharte, verte decirme cómo quieres que te complazca.
La mirada de Gillian voló hacia la mano ocupada de Sam y permaneció allí. Su respiración fue en aumento al igual que el color rosado de sus mejillas.
Sam separó las piernas aún más, moviendo un poco las caderas, metiéndose en ello.
Las pupilas de Gillian se dilataron y su rubor se incrementó.
–Quiero que me tomes aquí mismo. –Elevó la mirada hacia Sam.
Sam gimió. La expresión en esos ojos verdes la dejó sin aliento. Había hambre y deseo crudo, mezclados con timidez y vulnerabilidad: la mezcla emocional más adorable. Pensar en tomar a Gillian allí mismo definitivamente era excitante. Si tan solo estuviera la mitad de húmeda de lo que Sam se había vuelto de tan solo pensarlo… Bueno, ya lo descubriría. Sam dejó de acariciarse y se quitó la chaqueta, sin romper el contacto visual mientras dejaba caer la prenda sobre el respaldo de una silla. Lentamente se enrolló las mangas de la camiseta, dejando a la vista sus antebrazos musculosos. Mantenerse en forma era importante para Sam y el trabajo físico le había dado una musculatura robusta y sabía que la mayoría de las mujeres la encontraba atractiva. Gillian no era diferente, si Sam leía correctamente su mirada de admiración. Estiró la mano para desabotonar el vestido de Gillian.
–Muy considerado de tu parte llevar un vestido con botones en la parte delantera. De esa forma, no lo tengo que desgarrar.
Los ojos de Gillian siguieron el camino de los dedos de Sam.
Una piel deliciosamente pálida quedó expuesta mientras Sam abría los botones con calma, uno a uno, hasta que pudo deslizar el vestido por los hombros de Gillian y dejarlo caer al piso en un charco de satén negro, y la dejó en un sostén de lazo negro y bragas haciendo juego.
Santo… Sam dejó que sus ojos recorrieran el cuerpo de Gillian: los pechos llenos casi se derramaban de las copas del sostén, la cintura pequeña y la barriga plana, la curva de las caderas que fluía hacia unos muslos esculpidos. Era evidente que Gillian hacía ejercicio, probablemente con un entrenador privado o en uno de esos gimnasios de lujo. Pero, de cualquier forma, el cuerpo de la mujer era perfecto y a Sam se le dificultó no babear.
Gillian se puso colorada ante el escrutinio de Sam, pero permaneció en su lugar.
Sam susurró:
–Eres hermosa, Gillian. Absolutamente deslumbrante.
Esa afirmación dio a lugar una sonrisa complacida en el rostro de Gillian. Murmuró un breve agradecimiento.
–Ahora te voy a tocar y no me detendré hasta que hayas acabado al menos una vez –dijo Sam. Aguardó un momento a que sus palabras se asentaran para medir la reacción de Gillian antes de recorrer el espacio que las separaba en un solo paso. Sam llevó la mano al sexo de Gillian. Esas bragas ya estaban tan empapadas como una esponja húmeda.
Gillian soltó un gemido.
Sam aumentó la presión levemente y ronroneó.
–Te prometo que te hago acabar ahora mismo si me prometes dejarme tomarme mi tiempo contigo más tarde. ¿Trato?
Gillian asintió. Los músculos de sus muslos temblaban.
–Quítate el sostén.
Gillian dudó, pero aflojó el sostén con las manos temblorosas y lo dejó caer al lado del vestido en el suelo.
Sam se lamió los labios. Los pechos de Gillian eran firmes y redondeados, los pezones finos rogaban que los tocara.
–Buena chica –dijo Sam–. Ahora las bragas. Quítatelas. –Alejó las manos.
En esta ocasión, Gillian obedeció sin dudarlo.
Sam dio un paso hacia atrás para admirar la vista.
Gillian quedó de pie y desnuda, temblando en el aire frío mientras la mirada de Sam se detuvo en los rizos cortos y humedecidos entre sus piernas.
Definitivamente es rubia natural. Surgió el recuerdo de otra rubia, igual de hermosa. Cheri. El primer amor de Sam. Y el caos que estalló luego de que la madre de Sam las encontrara juntas en la cama. Sacudió la cabeza, desesperada por aferrarse a la realidad de ese momento.
–¿Te encuentras bien? –La voz suave de Gillian interrumpió la oscuridad de los recuerdos de Sam.
–Sí, estaba algo mareada. –Sam sonrió–. No es de sorprender. Mírate. Eres exquisita, Gillian.
Una sonrisa tímida pero complacida asomó al rostro de Gillian.
–Gracias. –Tragó saliva–. Creo que tú también lo eres. Y muy sexy.
Un dolor de deseo se asentó en la barriga de Sam y reemplazó el nudo de ira que se había asentado a partir de sus recuerdos. Ella es real. Tú eres real. Vas a disfrutar esta noche y olvidar todo lo feo.
–Bueno, dos mujeres hermosas. Una está nerviosa. La otra, cachonda. ¿Qué hacemos al respecto?
Los labios de Gillian temblaron.
–Tómame.
Sam contuvo el aliento. Esas palabras, que venían de la mujer ingenua frente a ella, le borraron cualquier otro pensamiento y recuerdo de la mente.
–Lo haré. Toda la noche. –Dio un paso hacia Gillian y acarició esos pechos maravillosos, rozando lentamente los pezones.
Gillian gimió y se arrimó a las manos de Sam.
El fuego recorrió a Sam. Eso era todo. Vida. Alegría. Diversión. El deseo flameó fuertemente en su interior. Atravesó la distancia que quedaba entre las dos y colocó una rodilla entre las piernas de Gillian.
Gillian se aferró a las muñecas de Sam para mantener el equilibrio.
La humedad se expandió por los pantalones de Sam en el punto en que la vagina caliente se apretaba contra su muslo. La excitación de Sam fue en aumento. Era un picor que estaba más que lista para rascar. Sofocó un gemido, no quería que Gillian supiera cuánto la estaba afectando.
–Pon las manos contra la pared detrás tuyo y déjalas allí.
Gillian tuvo que soltar las muñecas de Sam, pero Sam se aferró a sus caderas y la sujetó hasta que Gillian obedeció. Su cuerpo formó una curva elegante; la piel y los muslos tensados de forma hermosa. Los ojos de Gillian se cerraron.
–Mírame a los ojos, Gillian. Mírame. Quiero ver tus hermosos ojos verdes cuando te posea.
Los ojos de Gillian se abrieron.
Sam hizo más presión en la vagina de Gillian, sabiendo que la tela se sentiría dura contra la piel ultra sensible.
–Separa más las piernas para mí.
Gillian se removió y Sam reemplazó el muslo con la mano.
Eso es lo que había estado esperando. Sam deslizó los dedos por los pliegues resbaladizos.
–Estás muy húmeda. Me gusta.
–Por favor –siseó Gillian, haciendo más presión contra la mano de Sam.
Sam no necesitó más incentivo. La sangre le latía en las orejas mientras surgía su excitación. Frotó el pulgar alrededor del clítoris de Gillian, desparramando humedad resbaladiza, y se inclinó para tomar la boca de Gillian en un beso. La otra mano encontró los pechos de Gillian. El pezón se endureció de inmediato en su palma. Frotó el clítoris húmedo con más firmeza.
El gemido de Gillian sonó como un gruñido.
Montando la ola de poder que le daba el dominio, Sam interrumpió el beso.
–¿Quieres que te haga gritar cuando acabes?
En esta ocasión, Gillian gimoteó en respuesta.
Sam lo tomó como un sí. Introdujo un dedo en el canal cálido y húmedo de la vagina de Gillian y luego de unas estocadas, agregó otro. Eso se sentía tan bien.
Gillian gritó bruscamente y cerró los ojos. Apoyó la cabeza contra la pared cuando Sam introdujo un tercer dedo.
Los músculos del antebrazo de Sam comenzaron a arder mientras introducía los dedos y los retiraba, en busca de un ritmo que hiciera que las caderas de Gillian se elevaran para encontrarla.
A Sam se le complicó concentrarse. La suavidad de las paredes internas que rodeaban sus dedos aumentaba su excitación a cada segundo. Embistió con más fuerza; incrementó el ritmo hasta que Gillian frotó su vagina contra la mano de Sam sin pensarlo. El aroma de la excitación femenina era estimulante, se fundía con la fragancia del perfume de Gillian y producía una esencia que a Sam le pareció completamente embriagante. Sam retiró los dedos e ignoró la protesta muda de Gillian, se puso de rodillas y se acercó hasta que estuvo entre los muslos separados de Gillian.
–Me pones muy cachonda, Gillian. Te haré acabar ahora. –Tuvo que inclinar el cuello porque la posición era incómoda, pero así era como Sam quería tener a Gillian. Colocó una pierna sobre el hombro. Mejor. Lentamente, lamió y jugó con el clítoris de Gillian, disfrutando el sabor del deseo de Gillian.
Los gemidos de Gillian aumentaron.
Colocando la boca sobre la protuberancia de carne, Sam movió la lengua: primero lento, luego más rápido. Al oír los primeros gemidos, introdujo los dedos en el calor de Gillian; los introdujo lo más dentro posible antes retirarlos, hasta que las puntas de los dedos quedaron suspendidas en la entrada.
Los músculos de Gillian se agitaron, como una boquita codiciosa que intentaba aspirar los dedos de Sam desde el interior.
Sam dejó de lamerla e introdujo los dedos dentro de Gillian varias veces, con movimientos suaves y poderosos.
–Esta soy yo tomándote –dijo casi sin aliento. Una sensación de triunfo crecía, alimentada por los gemidos de Gillian y la humedad que emanaba de la entrada. Sam aumentó la boca sobre la vagina de Gillian y le lamió el clítoris.
Las manos de Gillian cayeron sobre el cuello de Sam, aferrándose a su cabello corto, manteniéndola en ese sitio. Gillian temblaba.
–Eso se siente muy bien.
Sam retorció los dedos en busca de ese punto especial dentro de todas las mujeres. Sabía que lo había encontrado cuando Gillian se corcoveó salvajemente y casi le tuerce la muñeca a Sam.
Sam aumentó la presión de la lengua contra el clítoris de Gillian y pronto sintió su recompensa. Los músculos internos se retorcieron sobre sus dedos y saboreó un borbotón de un líquido con un dejo amargo: claras señales del orgasmo de Gillian. Pero Sam no había hecho más que comenzar. Suavizó el lamido al principio, para calmar la carne caliente, y luego suavizó la lengua contra el clítoris de Gillian.
Gillian se puso rígida y se sacudió con un segundo orgasmo, sus manos seguían enredadas en el cabello de Sam.
Sin aliento, Sam removió los dedos con cuidado antes de colocar un beso suave contra los rizos púbicos de Gillian.
Gillian se desplomó.
Sam la aferró y le permitió alejarse de la pared. Acunando a Gillian en sus brazos, le dio un beso en los labios apenas abiertos, sorprendida del sentimiento de protección que se agitaba en su interior. Se sentó con Gillian en sus brazos durante unos minutos, la tranquilidad del apartamento solo se vio interrumpida por el sonido de su respiración.
Acunada en los brazos de Sam, Gillian vio estrellas bailando. Sentía un hormigueo por todo el cuerpo.
–Vaya –fue todo lo que pudo decir.
–¿Vaya? –Sam se rio entre dientes–. ¿Vaya es bueno?
–Increíble. –Gillian volteó la cabeza y acarició la garganta de Sam con la nariz, plantó un beso dulce contra la piel suave. Se sentía a salvo. Y relajada. Y simplemente muy, muy bien–. Eres un sueño erótico hecho realidad.
–Se va a volver un sueño muy frío si nos quedamos así mucho más.
–¿Entonces? –Gillian sonrió–. ¿Qué sugieres? –Esperaba que Sam se quisiera quedar y tener una segunda ronda, o una tercera o cuarta.
Sam sostuvo el pecho de Gillian y acarició el pezón debajo de su dedo.
–Estoy segura que en alguna parte de este apartamento hay una cama perfectamente buena.
Gillian gimió. El tacto de Sam la estaba volviendo loca. No voy a sobrevivir a esta noche.
Sam besó tiernamente a Gillian.
–Eres una mujer muy receptiva, sensual y excitante. Eso me encanta. Y me encantaría pasar toda la noche contigo.
Sí. Sí. Gillian intentó recomponerse para formar una oración coherente.
–Gracias por preguntarme qué quería. Yo… De verdad me gustó eso, como te darás cuenta.
–Entonces, ¿me quieres enseñar tu cama? –La sonrisa de Sam era ciertamente diabólica.
–Ya lo creo.
Sam se rio y apartó la mano.
Gillian gimió en señal de protesta.
–Vamos. Nos tenemos que levantar así nos podemos volver a acostar.