DES-CONFÍA - Zulema Ortiz Arroyo - E-Book

DES-CONFÍA E-Book

Zulema Ortiz Arroyo

0,0

Beschreibung

Áfrika es una joven introvertida que vive a las afueras de la ciudad. Criada entre las estanterías de la librería familiar, entre cientos de historias, ha creado un mundo para ella utópico en el que el amor roza la perfección. Sin embargo, en su día a día es incapaz de amar, por eso entrega su cuerpo, sin temor alguno, a prácticas denigrantes para muchos, peligrosas para otros, emocionantes y atractivas para algunos.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 131

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Des.confía

Zulema Ortiz

ISBN: 978.84.19692.08.5

1ª edición, septiembre de 2022.

Editorial Autografía

Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

www.autografia.es

Reservados todos los derechos.

Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

Agradecimientos

A Julio, el hechicero que llena de magia mi vida,

lallamaquealumbramioscuridad. Gracias.

Atodosaquellosquemeanimaronduranteañosyconfiaronenmíhastaquemedecidíadarelpaso.

AEditorialAutografíay @librófilosporconvocarelconcursoyayudaraquienes queremos empezar.

1.

Estaba sentada en una esquina de la habitación, en su rostro se reflejaba el pánico, la confusión, la evidente desorientación en la que se hallaba. Apenas había luz en el cuarto, los primeros rayos de luz penetraban a través de los agujeritos de la persiana y daban un toque de calidez a la estancia. Sin embargo ella estaba helada, tiritaba sentada en el suelo aferrada al cojín que había cogido de la cama. Ni siquiera se había quitado las botas al llegar de la calle... lloraba lenta y amargamente, las lágrimas fluían sin cesar y el maquillaje logrado de la noche anterior se emborronaba ensuciando sus mejillas. Del pintalabios poco quedaba ya, apenas un destello de color que bien podría confundirse con el rubor que a uno le invade el rostro cuando se aflige, llora, enfada... Tenía la mirada perdida en la puerta que estaba frente a ella al otro lado del dormitorio, sus ojos estaban posados con pesadez sobre el pomo de la puerta, rezando para sus adentros con fuerza porque nadie entrase aún.

Necesitaba tiempo para asimilar todo lo que acababa de ocurrir aquella noche. De vez en cuando asía con fiereza el cojín clavando sus negras uñas hasta que los dedos se le tornaban blanquecinos y le dolían, siendo entonces consciente de lo que hacía.

Se dejó caer hacia un lado apoyándose en la cama, hundiendo el rostro en el colchón, desparramando su frondosa y cobriza melena despeinada. ¿Si dejaba de respirar, acabaría todo el sufrimiento pronto? Los segundos parecían horas. El pecho comenzó a arderle y sollozando inspiró torpemente.

Trepó arrastrándose hasta quedar de rodillas ante el lecho y comenzó a subirse el vestido por las caderas para desnudarse

No pensaba, se limitaba a actuar de forma autómata. Dejó caer la ropa en el suelo, bajó las cremalleras de las botas y se las sacó, desabrochó el sujetador liberando unos pequeños, turgentes y jóvenes pechos.

Comenzó a hipar incontroladamente, a trasluz se percibía una marca en el seno derecho, era reciente, un mordisco bien marcado y alrededor un hematoma que dibujaba la inmaculada piel de la muchacha. Se mordía el labio inferior intentando controlar sus ánimos, no quería perder el conocimiento otra vez, se metería en la cama, dormiría y cuando volviera a abrir los ojos todo habría terminado, sería una pesadilla, un mal sueño del pasado. Se bajó las bragas y se puso en pie como pudo, le temblaban las piernas, las mismas por las que se deslizaba la ropa interior hasta sus pies y pensó que meterse en la cama, refugiarse bajo las sábanas le daría un poco de paz, le ayudaría a sentirse limpia. Ahora todo el mundo dormía en casa...

Febrero llegaba a su fin, estaba siendo un mes cálido. En cambio ella sentía frío como nunca antes. Se acurrucó en posición fetal, con el mismo cojín que tuvo minutos antes en el suelo. Las lágrimas no dejaban de manar empañando aquella oscura mirada de ojos grandes. La inmensidad de pecas que cubrían su rostro estaban ocultas bajo el maquillaje y el rimmel que se había corrido.

Sólo tenía que dejarse ir, el efecto del alcohol ya se iba disipando, dormir... únicamente quería dormir para no pensar. El cuerpo empezaba a despertar y no había un músculo que no le doliera. Dormir... Se lo repetía como si de un mantra se tratase. Dormir... Dormir...

2

Cuando abrió los ojos eran las cinco y veinte de la tarde, había dormido poco más de ocho horas. Eneko, su hermano, jugaba a la Xbox en la habitación de al lado; se oían tiros, refunfuñaba y hablaba con más gente, seguramente serían sus amigos frikis con los que iba a convenciones y hacían sesiones maratonianas ante el ordenador. Sus padres habían salido al cine como cada domingo por la tarde.

Se dio la media vuelta y el roce del colchón en el muslo le pareció arder como fuego, era similar a la sensación que tuvo cuando se tatuó, pero esto sin duda no había sido tan deseado. Inspiró lentamente para comprobar cómo se encontraba y al ver que aunque magullada estaba bien sacó el camisón de Mickey Mouse que le quedaba por encima de la rodilla de la cómoda, se lo puso y sin pensarlo se fue a la ducha.

Entró en el baño con el ceño fruncido y se miró de reojo en el espejo, tenía una cara horrible, a ver qué excusa ponía. Abrió el grifo de la ducha para que fuera calentando mientras en el lavabo se daba un agua rápida en la cara para ir despejando. Quince minutos después salía del baño con el pelo mojado, el pijama camisón y la cara bastante mejorada. Cerró tras de sí la puerta de la habitación, sacó unos jeans del armario, una camiseta holgada y la ropa interior. Mientras se vestía iba estableciendo en su cabeza los pasos que debía dar en las próximas horas. Se calzó las deportivas y se miró en el espejo mientras se ponía la chaqueta, iba presentable, había cubierto las ojeras y las pecas que tanto odiaba con un poco de maquillaje y con las gafas de sol no se apreciaba la hinchazón de sus ojos vidriosos de tanto llorar. Sabía que sus padres acabarían acusándola de fumar porros o beber demasiado. No podía culparlos porque cada fin de semana ese era el plan.

3

Hacía un viento tan frío que dolía la cara, y mientras esperaba al autobús protegió sus labios con vaselina. El móvil no dejaba de vibrar en el bolsillo de la chaqueta, lo sacó para mirar la hora, vio que Lidia había enviado infinidad de mensajes y sin leerlos ni dar importancia al resto lo volvió a guardar. No quedaba mucho tiempo de luz, los días en febrero eran cortos aún.

Estaba escuchando música cuando Esther, la amiga cotilla de su madre, llegó a la parada y se sentó sin decir nada y sin quitarle el ojo de encima. Esperaba que no le diera el cuarto de hora y entendiera que si llevaba los auriculares era por algo, ni siquiera se había dignado en mirar a aquella mujer que vivía por y para el chisme. No había pasado un minuto cuando oyó por debajo de la música aquella penetrante voz de pito. Se quitó los cascos y la fulminó con la mirada dando las gracias por llevar las gafas de sol.

— Hola... no te había visto — mintió con desdén— ¿decías algo? Me pareció oírte.

— Oh, sí... que hace un frío de mil demonios — decía mientras se acomodaba la pashmina y examinaba a la joven durantes unos incómodos segundos— ¿qué tal tu madre? Hace días que no la veo — inquirió.

— Está ocupada en la librería, ¿no ha ido al súper esta semana? — Esther era cajera en el supermercado del pueblo y por eso estaba al corriente de todo el salseo, le gustaba tener controlado el cotarro y saber la vida de todos los vecinos al dedillo.

— No, por eso me parecía raro. No sabía que tenía tanto movimiento en la librería...

4.

Afortunadamente el bus había llegado segundos después y Áfrika había subido como alma que lleva el diablo. Un montón de paradas después se bajaba escondiendo la cara bajo el cuello de la chaqueta. Era un momento delicado, no sabía muy bien cómo debía actuar así que bajó la mirada y con paso ligero comenzó a caminar.

Apenas había llegado a la puerta una persona la interceptó para hacer de carrerilla un montón de preguntas.

— Buenos días, ¿podría decirme nombre, apellidos, dirección y número de contacto? ¿Cuál es su edad? — apenas cogía aire para seguir atropelladamente con el interrogatorio— ¿Dispone de tarjeta sanitaria? ¿Cuál es el motivo de su visita? ¿Necesita una silla de ruedas? — había dejado de leer el formulario que llevaba en las manos para lanzar una mirada a la aturdida muchacha. Fruncía el ceño intentando agilizar los trámites, pero la joven pálida por la situación casi no podía articular palabra, y buscando torpemente en la mochila iba respondiendo sin dar muchos detalles.

— Áfrika Varona, diecinueve, en la ficha están los demás datos — escupió entregando la tarjeta en la ventanilla que estaba junto al hombre que la había acorralado en la entrada del edificio— puedo caminar, es sólo una tontería... ¿Dónde puedo esperar a que me llamen?

Miraba alrededor buscando la sala de espera, hacía muchos años que no visitaba el hospital y apenas recordaba dónde estaba cada sala, así que preferiría no dar explicaciones.

— Necesito que me diga el motivo de su consulta para poder derivar al especialista correspondiente y así poder catalogar la urgencia con la que se atiende...

— Ya... verá... a mí... — las palabras se le atragantaban y le costaba encontrar una excusa con credibilidad— yo anoche... mi pareja... — no recordaba mucho de la noche pasada y no tenía pareja— se nos rompió y quería solicitar la pastilla...

El celador entendió a la perfección la situación de la joven que comenzaba a ponerse roja cual tomate y que entrelazaba los dedos mientras bajaba la mirada.

Áfrika creyó que era mejor decir que el condón se había roto, porque si contaba lo que realmente había sucedido el pueblo ardería y su vida no volvería a ser la que era, la de una chica que rozaba los veinte, que estudiaba y llevaba una vida sana y ejemplar.

5.

Nadie conocía a la verdadera Áfrika, todo el mundo veía a la niña alegre y tranquila que devoraba libros mientras su madre trabajaba entre estanterías, daba igual que fuera verano o invierno, siempre estaba acurrucada tras el mostrador con algún tesoro sobre su regazo. Nunca estaba correteando por la calle con otros niños, era solitaria y tendía a aburrirse fácilmente, sin embargo cuando se zambullía, en las historias que otros le regalaban, el mundo le parecía apasionante. Así había crecido, leyendo y escribiendo en el diario aquellas cosas que le intrigaban. Conforme fue cumpliendo años comenzó a ayudar a su madre con el trabajo de la librería, incluso a veces se podría decir que estaba más enterada del negocio que la jefa... Su padre siempre se quejaba de que se pasaba la vida allí metida y refunfuñaba diciendo que a él apenas iba a verle al bar. Y no era ninguna mentira, simplemente Áfrika detestaba aquel ambiente, aquella burbuja de humo con olor a fritangas que salía de la cocina, el sudor y la peste a alcohol en el ambiente, casi tanto como el olor a rancio de los deprimentes clientes que se acodaban en la barra contándole las penas a su padre. La mayoría eran unos borrachuzos verduscones que no veían la vida desde otra perspectiva que la del pueblo.

Aún recordaba la injusta y monumental bronca que su padre le había echado apenas dos años atrás cuando una tarde había ido al bar una tarde de verano. Era el mes de julio y hacía un calor infernal, todos los chavales de su edad estaban en la plaza jugando como niños de cinco años, tirándose globos de agua y gritando como histéricos. Áfrika había entrado al bar con su vestido de ganchillo, era de tirantes, blanco y le llegaba por encima de las rodillas. Era su prenda favorita, su abuela lo había tejido para ella con todo su amor.

— Vas a estar preciosa, Afri. Este invierno has dado un estirón tremendo y ya eres toda una mujer, fíjate, qué cintura y qué pechos. Me recuerdas a mí de joven... Delgada y con curvas... tu abuelo perdía el culo por acercarse a esta vieja morita — y rompía a reír entre carcajadas mientras sus ojos grises se inundaban de lágrimas que despertaban recuerdos casi olvidados. El amor que sentía por el aitona Gonzalo no era de este mundo, era tan bonito recrear su cariño con las historias que contaba la abuela que casi podía sentirlas como propias.

Áfrika había adorado al aitona por todos los recuerdos inculcados, a pesar de no haber compartido mucho tiempo en este mundo cruel con él. Había sido un luchador, un hombre de principios y que ante la adversidad crecía. Quizás ella llevaba en la sangre ese punto de rebeldía, de lucha, de inconformidad...

— ¡Hay que ver! Cómo están las quinceañeras de hoy en día Sebas... — decía un cuarentón a otro cuando vio que la muchacha se acomodaba en un taburete frente a la barra y dejaba el libro mientras su padre se acercaba sacando pecho, orgulloso de la niña de sus ojos.

— ¿Ahora entiendes por qué no me gusta este sitio papá? Son unos babosos — espetó en voz alta con intención de ser escuchada y lanzó una mirada despectiva hacia el rincón en el que estaban aquellos mamarrachos. Estos ofendidos y avergonzados salieron pitando del local y Áfrika miraba fijamente a su padre diciendo— . No me extraña que estén solteros, son unos depravados, fíjate cómo me miraban y apenas tengo diecisiete años... — estaba eufórica en su soliloquio cuando Hugo posó la mano derecha en el mostrador.

— Vale ya, cielo. No puedes hacer eso, espantas a la clientela. ¿Sabes la de años que lleva este bar abierto? ¿Todo el esfuerzo y los sacrificios que ha costado? Tienes que aprender a controlar esa lengua — decía furioso mientras pasaba un trapo por la barra dejándola lustrosa.

“Áfrika Varona, pase al box 3”, dijeron su nombre por megafonía sacándola del ensimismamiento en el que estaba retraída, era mejor eso que pensar en lo que venía.

« Que viva la discreción » , pensó al levantarse del asiento.

6.

Hugo tenía un negocio que había heredado de su padre, un bar pequeño y acogedor en el que se reunían cada día las mismas gentes; en la mesa que estaba más cerca de la entrada, a las nueve y media de la mañana de lunes a viernes, las madres que dejaban a los niños en el colegio, tomaban el café mientras compartían chismes y vivencias, quejándose de lo difícil que era la vida de una mujer trabajadora con hijos y de las pocas ayudas que tenían en el pueblo... A media mañana los trabajadores del ayuntamiento se pasaban a almorzar, volviendo muchos de ellos a medio día cuando la jornada terminaba para matar la sed entre cervezas y vinos. Por la tarde, después de comer la mesa del fondo era ocupada por los abuelos que iban a jugar a las cartas hasta que se aburrían de arreglar el mundo, de lamentarse del gobierno, de las pensiones y de perder céntimos en cada ronda.

Los domingos después de la misa de rigor tocaba el vermú y la ración de rabas. Eso sí todo el mundo de punta en blanco como si fuera una boda real, del alcalde o como si Dios pidiera que sus fieles quemasen la Visa para ir monos a la iglesia, muchos de los creyentes no predicaban con la humildad cristiana que con tanto fervor defendían.