Desafíame - Stephanie Bond - E-Book
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Desafíame E-Book

Stephanie Bond

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Beschreibung

La ejecutiva de marketing Gabrielle Flannery no era precisamente una aficionada al aire libre y la naturaleza. Pero después de un vergonzoso incidente, decidió que había llegado el momento de asegurar su posición en la empresa. Aunque para ello tuviera que enfrentarse cara a cara con el chico de oro del departamento de marketing y bombón de la oficina, Dell Kingston, con quien tendría que disputarse una importante cuenta… Así fue como Gabrielle y Dell se encontraron compitiendo el uno con el otro en un fin de semana de supervivencia en la naturaleza. Dell creía contar con una clara ventaja por su conocimiento de la naturaleza… no sospechaba que la hermosa Gabrielle tenía algunos trucos guardados en la manga…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Stephanie Bond, Inc.

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Desafíame, n.º 238 - octubre 2018

Título original: Just Dare Me…

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-212-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

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Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

—¿Con quién crees que se acostó para conseguir que la ascendieran?

Gabrielle Flannery dejó de mirar a la atractiva rubia que estaba en el centro de la sala. Era viernes por la tarde y todo el departamento se había reunido para despedirse de ella. Miró extrañada a su compañera Tori.

—Courtney siempre ha sido agradable conmigo. Y contigo también.

Tori se rió.

—Sí, pero sólo porque hemos hecho siempre lo que nos ha pedido. Como dos esclavas.

Gabrielle sacudió la cabeza y siguió observando a Courtney mientras cortaba la tarta. La sala de conferencias estaba tan llena, que ellas se habían tenido que subir a la gran maceta del ficus que decoraba la habitación.

—Pues yo me alegro de que le vaya bien —le dijo Gabrielle en voz baja a su amiga.

—Sí, le va a ir de maravilla. Tendrá un impresionante salario, cuenta de gastos ilimitada, coche de empresa y un despacho con vistas… Los más populares de la empresa se lo llevan todo, mientras que nosotros, los perdedores, estamos cada vez peor…

No le hacía ninguna gracia que la incluyera en esa categoría.

—Estás siendo injusta, Tori. Todos tenemos nuestro papel en esta empresa. Todos tenemos nuestras propias cuentas y clientes —le dijo.

Se le aceleró el pulso al ver cómo el atractivo Dell Kingston se disponía a pronunciar unas palabras en honor a la homenajeada.

—Claro —repuso Tori—. Por eso las cuentas más interesantes, como los coches de lujo o los perfumes, se las llevan gente como Courtney Rodgers y Dell Kingston, mientras que a nosotras nos tocan cosas como papel higiénico o comida para perros.

Gabrielle estiró el cuello para ver mejor lo que estaba pasando.

—Bueno, ellos tienen más antigüedad en la empresa —murmuró ella sin pensarlo mucho.

—¿Qué? Esos dos llegaron sólo dos semanas antes que nosotras, Gabrielle —contraatacó Tori—. Y su trayectoria profesional ha despegado desde entonces. Míranos, por favor, ellos son el centro de atención mientras que nosotras estamos aquí pegadas a esta enorme planta. Somos meras espectadoras de su éxito.

Gabrielle se mordió el labio mientras observaba a Courtney y Dell, eran como los reyes del baile, la pareja más popular y atractiva de la empresa.

—Ahora que Courtney se va, Dell va a quedar libre… —le susurró Tori al oído.

—¡No digas tonterías! —repuso Gabrielle sonrojándose.

Se arrepentía de haberle confesado lo que sentía por Dell, pero se alegraba de que Tori no supiera hasta qué punto le gustaba ese hombre. Sabía que no tenía ninguna posibilidad. Creía que él nunca se interesaría por nadie como ella. Sólo la miraba para burlarse y hacer comentarios sobre su pelo rojo y sus pecas.

—Hola a todos —saludó Dell, intentando concentrar la atención de todo el mundo.

No le costó trabajo. Con su conocida sonrisa, consiguió que todos lo presentes lo miraran en silencio. Ese hombre tenía un magnetismo especial. Sus grandes ojos castaños siempre conseguían turbar a Gabrielle y dejarla sin habla.

Dell miró a la bella Courtney.

—Nos reunimos aquí esta tarde, en presencia de estos testigos… —comenzó él antes de detenerse de repente—. ¡No, esperad! No era eso lo que iba a decir. Eso sólo ocurre en mis sueños…

Courtney le dio un juguetón codazo y todo el mundo rió. Incluso Gabrielle, aunque no podía evitar sentir envidia por Courtney Rodgers. Era alta, rubia y preciosa. Una auténtica dama sureña. Esa mujer había usado lo que la naturaleza le había proporcionado para conseguir ascender y llegar a ser directora de algunas de las cuentas más importantes. Y ahora acababa de conseguir un ascenso y un puesto en la central de Nueva York.

Pero tenía que reconocer que la chica trabajaba muy duro y pasaba muchas horas en la Agencia Noble. Claro que no tantas como Tori y ella.

—No, en serio —añadió Dell—. Todos vamos a echar de menos a Courtney y esperamos que tenga mucha suerte en su nueva aventura. ¡Ah! Otra cosa. ¡Me pido la cuenta de CEG!

Todos rieron de nuevo.

—Esa cuenta debería ser para ti —le susurró Tori al oído.

CEG era una firma de equipamiento para actividades al aire libre. Sus productos se habían puesto de moda y contaban con un famoso actor como imagen de la empresa. Gabrielle había ayudado a Courtney con esa cuenta, había sido lo más importante que había hecho en el mundo de la publicidad. Soñaba con llegar a conocer a Nick Ocean, el atractivo actor que representaba la firma. Creía que su jefe, Bruce Noble, iba a ofrecerle la cuenta después de la marcha de Courtney, pero acababa de darse cuenta de que Dell sería el que conseguiría esa cuenta. Le parecía muy injusto.

Dell dijo algunas cosas más y se despidió de Courtney con un cálido abrazo.

Los miraba sin poder dejar de sentirse distinta. Distinta y perdedora, tal y como Tori había dicho.

Se inclinó hacia delante un poco para no perderse nada de lo que pasaba. Soñaba con ser como ellos y se preguntaba qué tendría que hacer para conseguir ser extrovertida, segura, encantadora… Quería ser lo suficientemente fuerte como para luchar por lo que quería conseguir.

La planta se movió y, con horror, se dio cuenta de que se caía. Se agarró al enorme ficus y cayó al suelo con gran estrépito. Un montón de tierra salpicó su larga falda. Al primer grito de sorpresa lo siguieron las risas. Gabrielle se giró boca arriba y cerró los ojos, rezando para que nadie la mirara, para que continuaran con la fiesta como si nada hubiera pasado.

—¡Dios mío, Gabrielle! La falda se te ha levantado del todo. El señor Noble te está mirando. Ponte de pie. ¡Deprisa! —le susurró Tori.

Las risas aumentaron y ella no se movió. Deseaba que se la tragara la tierra en ese instante.

—¿Estás intentando robarme protagonismo? —preguntó alguien a su lado.

Abrió los ojos y vio a Dell Kingston inclinado sobre ella. Sus ojos de color chocolate la miraban divertidos.

—No —repuso ella cuando recuperó la voz.

—¿Te has hecho daño?

—No.

Alargó la mano y la ayudó a levantarse.

—Aquí no hay nada que ver, amigos —anunció Dell a todo el mundo—. Venga, id a probar la tarta.

Nunca se había sentido tan humillada. La gente fue poco a poco perdiendo interés en lo que había pasado. El señor Noble la miraba como si estuviera intentando recordar su nombre. Se sacudió la tierra que había manchado su chaqueta beige. La peor parte la había sufrido la falda, del mismo color, que tenía manchas de tierra húmeda.

—¿Seguro que estás bien? —le preguntó Dell de nuevo con una sonrisa.

Gabrielle asintió. Se sentía fatal por haber protagonizado un espectáculo tan humillante.

—Lo siento.

—No lo sientas —contestó él riendo—. Has estado escondiendo unas piernas preciosas, Gabby —añadió en voz baja.

No pudo evitar sentirse mejor con el halago, pero odiaba que usara ese diminutivo con ella.

—¡Dell! —lo llamó Courtney desde la mesa de la tarta—. Necesito tu ayuda.

—¡Ya voy! —respondió mientras limpiaba con el dedo un poco de tierra que había caído en la nariz de Gabrielle—. Y cuidado con esas peligrosas plantas.

Tragó saliva después de que la tocara. Nunca lo había tenido tan cerca. Tenía rasgos fuertes y muy masculinos. Su pelo, corto y oscuro, estaba algo despeinado. Eso le hacía aún más sexy. Sus dientes parecían aún más blancos en contraste con su bronceada piel. Sintió el aroma de su colonia. Aunque hubiera querido hablar, no podía hacerlo.

Así que, simplemente, se dio media vuelta y salió deprisa de la sala.

 

 

Dell Kingston sonrió al ver salir a la esbelta pelirroja. Creía que a esa mujer se le daba muy bien desaparecer.

Era un poco torpe. La había rescatado de cafeteras que inundaban la cocina, fotocopiadoras que se negaban a funcionar y de una avalancha de carpetas en la sala de material.

Levantó la maltrecha planta y la colocó en su sitio. La moqueta había quedado cubierta de tierra.

Le encantaba meterse con Gabby Flannery. Era un blanco fácil. Conseguía que se sonrojara con sorprendente facilidad y no le respondía como el resto de las chicas. Parecía obvio que él le gustaba y sonrió al pensar en esa mujer fantaseando con él por las noches.

Le parecía una imagen muy dulce, casi inocente.

Aunque tenía que reconocer que no había nada de inocente en las piernas que su caída había revelado. Como tampoco había sido inocente la reacción de su cuerpo al verlas. Se preguntó qué otros secretos escondería esa pelirroja bajo los puritanos trajes que solía llevar y hasta dónde podría llegar si estaba en los brazos adecuados.

—Dell —lo llamó Courtney de nuevo.

—Ya voy —repuso él, intentando volver a la realidad.

Estaba allí para celebrar la despedida de Courtney. Habían pasado muy buenos momentos entre las sábanas, pero eran incompatibles. Todos salían ganando con su ascenso. Ella conseguía un puesto excelente en la central de Nueva York y él conseguiría la cuenta de CEG. Sin ella, nadie se interponía en su camino. Sabía que Gabby no sería un impedimento y que le bastaría con guiñarle el ojo un par de veces para conseguir que le contara todo lo que habían hecho hasta el momento con ese cliente. Creía que, con un poco de suerte, hasta podía convertirla en su ayudante, de manera extraoficial.

Se le vino de nuevo a la mente la imagen de Gabby Flannery tendida en el suelo, con las piernas al descubierto y ligeramente separadas. Ahora que Courtney se iba, también iba a tener que encontrar un nuevo pasatiempo…

Le pareció de repente muy atractiva la idea de tener en su cama a una pelirroja tímida y miedosa.

2

 

 

 

 

 

Gabrielle fue deprisa hacia su mesa. Estaba furiosa consigo misma. Había hecho el ridículo delante de todo el mundo. Creía que Tori tenía razón después de todo. Era una fracasada.

—¡Eh! ¡Gabrielle! —la llamó su amiga—. ¡Espérame!

Pero siguió hasta su mesa, recogió el bolso, el maletín y se dirigió hacia los ascensores.

—No ha sido para tanto —le dijo Tori para animarla.

Pero no pudo resistirlo y se echó también a reír.

—La verdad es que me ha encantado, has conseguido eclipsar el momento de Courtney.

Gabrielle suspiró agobiada.

—¡No lo hice a propósito! Fue un accidente.

—No cuando se lo cuente yo a la gente —repuso su amiga con una sonrisa cómplice.

—Me voy a casa.

—Pero es viernes. Se supone que tenemos que trabajar de acomodadoras voluntarias en el Teatro Fox.

El resto de los voluntarios eran jubilados. Creía que su vida social no podía ser más patética.

—No, esta noche no. Te llamaré durante el fin de semana.

—¿Estás bien? —le preguntó Tori agarrando su brazo—. No es la primera vez que haces el ridículo… Bueno, no quiero decir que…

A Gabrielle se le llenaron los ojos de lágrimas. Se miró el traje, sucio y anticuado, y recordó lo que acababa de ocurrir en la sala de conferencias. Había sido un momento horrible y se sentía peor aún por cómo se comportaba delante de Dell. Ese hombre siempre hacía que se sintiera inútil y fea. Estaba a punto de cumplir treinta años, pero se sentía como una adolescente que se hubiera convertido en el hazmerreír del instituto. Se había dado cuenta de que nunca podría estar a la altura de ejecutivos como Dell Kingston o Courtney Rodgers.

—Que te lo pases bien en el Fox, Tori —le dijo a su amiga.

Fue hacia el ascensor con la cabeza baja y las manos en los bolsillos.

—¡Gabrielle! —la llamó su amiga—. ¡No seas así!

No contestó. Se metió en el ascensor y bajó al vestíbulo. Era verano y hacía mucho calor en Atlanta. Salió a la calle sin dejar de pensar en lo que su amiga acababa de decirle.

«No seas así», le había dicho. No dejaba de pensar en el significado de esas palabras. Estaba harta de que le dijeran que no fuera así. Era como si intentaran convencerla de que no tuviera sueños, de que no se sintiera ofendida cuando la gente se reía de ella.

Se subió al autobús que la llevaría de vuelta a su apartamento.

El calor húmedo e intenso de julio era aún más insufrible con su traje. Se sentía acalorada y sucia. Era viernes y, como todos los viernes, el autobús se quedó pronto atascado en medio del tráfico.

Eso le recordó a su carrera profesional. Ella también se sentía atascada y atrapada, como si no pudiera avanzar.

Le encantaba la publicidad y creía que la Agencia Noble era una de las mejores, pero no tenía grandes esperanzas en cuanto a su futuro profesional. Siempre había pensado que era el tipo de empresa en el que le gustaría trabajar toda su vida. Pero se imaginaba jubilándose sin haber conseguido ascender nunca.

El trayecto hasta su casa se le estaba haciendo eterno. Intentó distraerse con algo para dejar de pensar en su vida. Alguien había abandonado una revista en el asiento de al lado. Lo tomó y comenzó a hojearla. Se detuvo al ver el título de uno de los artículos. Se llamaba Cambia de mentalidad, cambia tu vida. Comenzó a leer el texto. Decía que casi todo el mundo pasaba por una etapa de su vida en la que se estancaba y que la única manera de salir de esa etapa y conseguir avanzar era aprovechando toda la energía mental con la que contaba cada persona y aceptando un riesgo.

 

Piense en qué es lo que quiere hacer con su vida y persiga ese sueño. ¿Qué es lo peor que le podría pasar? Menos de la muerte, podemos recuperarnos de cualquier cosa, y lo más seguro es que no acabe peor de lo que está. Si se apoya en su talento y en su fuerza interior, lo más probable es que triunfe, de hecho, lo más seguro es que acabe por conseguir su sueño.

 

Gabrielle levantó un poco la barbilla y se enderezó. Tenía la extraña sensación de que ese artículo se había escrito para ella.

No recordaba cuándo había sido la última vez que se había arriesgado a hacer algo, que había sentido la sangre correr por las venas. Por las noches, o salía tarde de trabajar o se llevaba trabajo a casa. Y su trabajo ya no la llenaba tanto como al principio. Durante los fines de semana, trabajaba como voluntaria en el Teatro Fox. Allí tenía que llevar un uniforme negro y rojo y mostrarle los asientos a la gente. A cambio, podía ocupar uno de los asientos libres o sentarse en las escaleras y ver gratis todas las obras.

Hacía mucho tiempo que no había salido con nadie. Sólo hablaba con Tori, que solía deprimirla más aún, y con McGee, que ni siquiera era una persona, sino su perro.

No pudo evitar suspirar. La verdad era que la única emoción que tenía en su vida era al cruzarse con Dell Kingston en el pasillo de la agencia o cuando éste tenía que rescatarla de los líos en los que la metía su legendaria torpeza.

Le parecía patético que lo más emocionante que pasara en su vida fuera ver a una persona que ni siquiera sabía que existía. Otras mujeres de su edad, como Courtney, conseguían tener emoción en sus vidas porque hacían algo al respecto, aceptaban el riesgo que implicaba probar algo nuevo.

Decidió que había llegado el momento de tomar el control de su vida. Levantó la barbilla llena de energía.

Pero el caso era que no sabía qué hacer ni por dónde empezar.

Recordó que el artículo recomendaba concentrarse en lo que quería hacer con su vida y perseguir después ese sueño.

Pensó en qué era lo que de verdad quería, en qué la haría feliz de verdad. Quería que la gente la reconociera por sus méritos, que supieran quién era, quería poder demostrar que tenía talento y que era inteligente.

Decidió que lo que quería o necesitaba en ese instante era conseguir la cuenta de CEG.

El autobús se detuvo de pronto y las puertas se abrieron. Había llegado a su parada. Gabrielle guardó la revista en su maletín y bajó del autobús.

—Quiero la cuenta de CEG —dijo en voz alta para hacerlo más real.

Pero una parte de ella le recordó las palabras de Dell Kingston esa misma tarde. Él quería la cuenta y estaba claro que Bruce Noble se la pasaría a él. No creía que el jefe fuera a darle la oportunidad de encargarse de uno de los clientes más importantes de la agencia y menos aún después del penoso espectáculo que había protagonizado ese día en la oficina.

Pero, por otro lado, y después de la marcha de Courtney, ella era la persona más apropiada para desempeñar ese cargo. Conocía los productos de CEG, incluso había trabajado con los técnicos de la empresa para entender cómo funcionaba cada uno de ellos y conseguir así elaborar los folletos explicativos.

Subió las escaleras hasta el cuarto piso, donde estaba su pequeño apartamento. Ella misma había escalado esos pisos una y otra vez con las botas de CEG, para probarlas y entender cómo funcionaban.

Abrió la puerta y sonrió al encontrarse, como siempre, con la cara de McGee. Se agachó para acariciarlo y le prometió que lo sacaría enseguida de paseo.

Miró a su alrededor con el ceño fruncido. Su apartamento estaba lleno de cosas. Se había llevado hasta allí tiendas de campaña, sacos, mochilas, botas, equipos de escalada y muchos otros productos de la firma para la que había estado trabajando.

Agarró la pieza de metal que colgaba del cable que tenía colgado del techo. Se dio impulso y se trasladó hasta su dormitorio sin pisar el suelo. Era otro de los productos de CEG, un sistema de cuerdas con un arnés que servía para que los escaladores se desplazaran de un punto a otro de la montaña. En su dormitorio, la cama estaba también cubierta de cajas. Hacía tres meses que no la usaba, el mismo tiempo que había estado probando la comodidad de una nueva tienda de campaña que tenía colocada en el salón. Su propio armario estaba lleno con la ropa de alta montaña de la empresa.

Ella no se había pasado los últimos fines de semana desafiando la muerte con actividades peligrosas como escalada, descendimientos o triatlón. Eso era lo que Dell Kingston decía que hacía. Gabrielle se había pasado las horas examinando detenidamente cada producto, estudiando sus características y sus limitaciones. Estaba convencida de que sabía tanto como él de esos materiales, si no más.

—Quiero la cuenta de CEG —repitió con más fuerza.

McGee ladró con entusiasmo al verla contenta.

Se quitó la ropa lentamente. Tenía la blusa empapada de sudor. El traje no lo dejó en la cesta de la ropa sucia, sino directamente en el cubo de la basura. Estaba hecho un desastre por culpa de la tierra de la maceta.

Se puso una camiseta y unos pantalones cortos. Intentó recogerse su indomable pelo en una coleta, pero no tuvo demasiada suerte. Su melena tenía sus propias ideas.

Pensó en qué pasaría si su plan no funcionaba.

Entonces, se sentiría humillada y tendría que volver a su pequeño despacho y a las cuentas que le encargaban, las que nadie quería, las de compresas y cremas para las hemorroides.

Pero no creía que eso fuera peor que lo que había pasado en la sala de conferencias esa tarde.

Sólo esperaba poder hablar con su jefe y explicarle por qué ella era la persona más adecuada para seguir con la cuenta de CEG. Rezaba para poder entrar en su despacho con la seguridad que no tenía y conseguir exponer sus ideas en vez de, simplemente, balbucear.

Miró el traje que sobresalía de la basura. McGee lo olisqueaba con suspicacia. Creía que, si iba a sustituir a Courtney, iba también a tener que parecerse un poco más a ella. Tendría que mejorar su vestuario un poco. O mucho.

Gabrielle abrió el armario y sacó un traje verde claro que su madre le había regalado por su cumpleaños. Fionna Flannery era una exuberante pelirroja que estaba siempre intentando que su hija sacara mayor partido de su exótico cabello. Le mandaba de vez en cuando ropa y maquillaje que Gabrielle no se había atrevido aún a usar.

Se colocó el traje delante de ella y se miró en el espejo del armario. El tejido era suave y el color hacía que resaltaran sus ojos verdes. La chaqueta era entallada y sexy. La falda era bastante más corta de las que solía llevar.

Sus piernas eran muy blancas. Recordó el comentario de Dell y no pudo evitar sonrojarse de nuevo. Estaba segura de que lo había dicho para reírse de ella, para intentar hacer que se ruborizara, pero le gustaba pensar que podía haber algo más, que quizás la había mirado con ojos masculinos.

Se preguntó qué haría Dell cuando supiera que quería hacerse con la cuenta. Creía que, más que sentirse amenazado, se echaría a reír.

Pero recordó que no perdía nada, siempre podía volver a ser la misma Gabrielle Flannery de antes, invisible y tímida.

Le puso a McGee la correa y sacó la revista de su maletín. Ya estaba lista para dar un paseo. Era un perro increíble, pero tan lento, que podía leer mientras lo sacaba de paseo. Decidió que aprovecharía el tiempo para leer con más detenimiento el artículo. El título principal era Descarga de adrenalina, creía que eso era lo que necesitaba en su vida.

 

Ante una situación que puede llegar a resultar complicada, lo mejor es visualizar la escena e intentar imaginarse con anterioridad todos los posibles contratiempos, así se puede uno preparar para reaccionar si surge algún problema. Escriba un guión y practique lo que va a decir hasta que pueda hacerlo con autoridad y confianza.

 

Eso era lo que tenía que hacer. Visualizar y practicar. Cerró los ojos e intentó imaginarse cómo sería el lunes su encuentro con Bruce Noble. Pensó que entraría con seguridad en su despacho. Iba a llamarlo por su nombre de pila y decirle con entusiasmo que quería… No, le diría que se merecía la cuenta de CEG.

Lo que más le costaba era visualizar la cara de Bruce Noble. Su rostro reflejaba incredulidad y recelo ante su propuesta.

Pero mientras subía las escaleras de vuelta a su piso, se le ocurrió una idea. Abrió la puerta y fue directamente a su maletín, donde tenía el anuario de la empresa. En una de las páginas había una foto de la cara de Bruce, era casi de tamaño natural y estaba sonriendo. Arrancó la hoja y la pegó a un trozo de cartón, después recortó el contorno y, con una goma, se la colocó a McGee en la cara.

—Muy bien, precioso. Muchas gracias por tu ayuda.

Gabrielle se alejó unos metros para mirar la cara sonriente de su jefe.

—Señor Noble, vengo a decirle que quiero la cuenta de CEG.

McGee ladró y comenzó a moverse muy inquieto.

—¿Que por qué? —repuso ella mientras se colocaba el traje verde frente a su cuerpo—. Porque he estado colaborando en la elaboración de las campañas de esa empresa durante dos años. Conozco los productos, he escrito casi todos los folletos que se han hecho sobre CEG y…

McGee ladró de nuevo, parecía querer animarla.

Se quitó la goma y se pasó las manos por el pelo, soltándose su salvaje melena.

—Y porque me merezco esta oportunidad, Bruce. Le he dado a esta agencia seis años de mi vida y soy buena en mi trabajo. Tan buena como Dell Kingston. Y estoy cansada de que no se me tenga en cuenta.

Recordó la sonrisa burlona de Dell mientras le ayudaba a levantarse del suelo esa tarde. Volvió a sentir la misma humillación. Él también se había reído de ella, como todos.

Pero decidió que todo iba a cambiar. A partir de ese lunes por la mañana, todos iban a saber quién era Gabrielle y no por su torpeza, sino por su valía.

3

 

 

 

 

 

Dell apretó el botón del ascensor mientras tomaba un sorbo de su café.

Necesitaba despertarse cuanto antes. El día anterior había ido a montar en bicicleta por el campo y se había pasado toda la tarde escalando. Había disfrutado del ejercicio, a pesar del calor, pero esa mañana se había levantado con todo el cuerpo dolorido.

Saludó al guardia de seguridad con la cabeza. Era la única persona que había en el vestíbulo a esa horas. Pero Bruce Noble solía llegar a la oficina antes de que la mayor parte de los empleados se despertaran y Dell había decidido que lo mejor era hablar con él cuanto antes y pedirle que le pasara la cuenta de CEG.

Era una formalidad, sabía que la cuenta era suya. Era uno de los ejecutivos con más antigüedad en la empresa y había tenido una trayectoria brillante. Además, CEG era perfecto para él, porque se pasaba la mayor parte de su tiempo libre realizando todo tipo de actividades al aire libre.

Por otro lado, quería llenar su currículo con cuentas importantes. Sólo así conseguiría el éxito y la posibilidad de retirarse joven.

Aunque sabía que tenía la cuenta de CEG en el bolsillo, no quería parecer presuntuoso. Creía que lo mejor era seguir el protocolo esperado e intentar convencer a Noble de que él era el ejecutivo más adecuado para esa cuenta.

Se abrió el ascensor y entró dentro. Oyó un femenino taconeo detrás de él, un sonido que siempre conseguía acelerar su pulso.

—¡Espere! —gritó la mujer.

Le dio al botón para que las puertas se mantuvieran abiertas y levantó la vista. Cruzaba el vestíbulo una mujer de piernas largas. Un elegante y sexy traje verde resaltaba su esbelta figura y sus largas piernas parecían kilométricas gracias a sus zapatos de tacón. Le encantaban los zapatos de tacón.

—Gracias —murmuró la joven al entrar en el ascensor.

Tomó otro sorbo del café para disimular mientras estudiaba a la belleza que tenía a su lado. Su pelo era espectacular. Parecía estar en llamas.

No sabía qué le pasaba últimamente con las pelirrojas.

De hecho, creía que esa mujer le recordaba a… Pero iba impecablemente vestida y maquillada y su postura estaba llena de confianza. No podía ser…

—¿Gabby? —preguntó atónito.

Ella se giró hacia él y levantó las cejas expectante. Sus ojos eran espectaculares. Nunca había visto una mirada verde como aquélla.

—¿Sí?

Increíble. Estaba claro que había visto antes esos ojos, después de todo. Pero sus pestañas le parecían más largas, su boca más sensual y apetitosa.

—Estás… Estás… ¡Vaya! —tartamudeó Dell.

La joven se ruborizó ligeramente. Eso le demostraba que era de verdad ella.

—¿Vas a darle al botón o no? —preguntó ella impaciente.

Se sintió como un tonto. Y presionó el botón tres veces hasta que el ascensor comenzó a moverse.

—¿Qué tal el fin de semana? —le preguntó él para intentar recobrar la compostura.

—Bien, gracias.

Gabby tomó un mechón de su pelo y lo colocó tras su delicada oreja.

Intentaba no mirarla con descaro mientras subían, pero no podía dejar de hacerlo. La transformación le parecía milagrosa. Había pasado de patito feo a sexy cisne en un par de días.

Sintió una ola de deseo recorrer su cuerpo y concentrarse en su entrepierna. De repente, se dio cuenta de que iba a ser mejor de lo que esperaba tener a Gabby como ayudante en la cuenta de CEG. Se imaginó que ella también estaba pensando en ayudarlo con ese cliente y que por eso se había arreglado tanto esa mañana.

Se abrió el ascensor y ella salió primero.

—Gabby…

—¿Sí?

—Quería hablarte de la cuenta de CEG.

—¿Qué pasa con ella?

—Bueno, voy a necesitar algo de ayuda con ella —le dijo con su sonrisa más encantadora—. Y sé que Courtney valoraba mucho tu colaboración…

Gabby apretó los labios. Él se dio cuenta de que Courtney no debió nunca de comentarle hasta qué punto apreciaba su ayuda.

—Tengo la esperanza de que quieras compartir tu experiencia conmigo, ahora que voy a hacerme cargo de la cuenta…

Gabrielle entrecerró ligeramente los ojos.

—¿Te ha dicho el señor Noble oficialmente que te ha asignado esa cuenta?

—Bueno, oficialmente no. No aún —contestó él—. De hecho, para eso he venido hoy tan temprano, para hablar con él de ese tema.

Gabrielle sonrió.

—¡Qué coincidencia! —repuso ella mientras se giraba y comenzaba a andar por el pasillo hacia el despacho del director.

Dell se quedó absorto. Estaba demasiado concentrado en aquellas curvas como para entender lo que acababa de decirle.

Abrió los ojos como platos cuando recordó sus palabras. Pero no podía creérselo. Le parecía ridículo que pensara que podía hacerse con…

No pudo evitar sentir pánico al darse cuenta de que Gabrielle no iba hacia su mesa, sino hacia el despacho de Bruce Noble.