Bésame una vez más - Stephanie Bond - E-Book

Bésame una vez más E-Book

Stephanie Bond

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Beschreibung

eLit 380 Carol Snow prefería acelerar el ritmo de su corazón con las historias de un libro cargado de sensualidad antes que con un romance de verdad. Aun así, se vio tentada a replantearse sus ideas cuando su compañero de trabajo, Luke Chancellor, le mostró, de una manera increíblemente detallada, lo que había estado echando en falta. Pero cuando él le pidió una cita de verdad, Carol salió corriendo… para volver a repetir exactamente el mismo día, ¡incluyendo ese alucinante encuentro sexual que había tenido con Luke! Pronto se dio cuenta de que quería algo más que repetidos encuentros furtivos. Lo único que tenía que hacer era descubrir el modo de lograr despertar con Luke en un nuevo día antes de que toda la magia se acabara.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2010 Stephanie Bond

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Bésame una vez más, n.º 380- mayo 2023

Título original: Her Sexy Valentine

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 9788411418102

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

Este San Valentín, Cupido no hará prisioneros…

 

 

Carol Snow levantó la tarjeta que había sobre la mesa de su asistente y que mostraba al celebrado querubín ataviado con ropa de camuflaje y con arco y flecha en mano. La abrió para ver el mensaje que tenía dentro.

 

 

… de modo que tu mejor estrategia es rendirte.

 

 

En segundo plano, ondeaba una bandera con el nombre «Stan» escrito en ella.

Carol frunció el ceño y le dio la vuelta a la tarjeta, no del todo sorprendida al ver que era un producto de la compañía para la que trabajaba, Tarjetas de Felicitación Toque Místico. Stan también debía de ser un empleado. Volvió a dejar la tarjeta sobre la abarrotada mesa, molesta ante tan alegre sensiblería. Afortunadamente no tenía que trabajar en el equipo creativo ni verse rodeada de semejantes estupideces durante todo el día.

Miró hacia su asistente, Tracy. La joven estaba de espaldas a ella y hablando entre susurros por el teléfono, algo que, según Carol, era lo único que había hecho en todo el día. Volteó los ojos; se trataría de un novio nuevo, de eso no tenía duda. Probablemente Stan, el chico que había enviado la tarjeta. Más frustrada cada vez, Carol miró su reloj; a ese ritmo llegaría tarde a la reunión mensual del club de lectura La Bolsa Roja.

Carraspeó intencionadamente. Tracy puso la mano sobre el altavoz del teléfono y se giró en su silla.

—¿Sí, señorita Snow?

—Tengo que hablar contigo sobre este informe antes de marcharme.

—Está bien.

Carol apretó la boca al ver que la chica no soltaba el teléfono.

—Y tengo que marcharme ahora.

Tracy miró el reloj.

—Pero si son sólo las seis… normalmente se queda hasta las ocho o las nueve.

—Esta noche no —respondió con tensión, molesta por la impertinencia de la mujer.

—¿Está enferma?

—No. ¿Podrías colgar para que podamos hablar?

Tracy susurró algo por el teléfono antes de colgar.

—¿Algo va mal?

—Lo que va mal es este informe trimestral. Está lleno de erratas.

Le entregó la hoja de papel donde había rodeado los errores con un rotulador rojo.

Tracy se mordió el labio.

—Oh. Lo haré de nuevo.

—Mañana por la mañana cuando llegue, quiero ver en mi mesa un informe correcto.

—Sí, señora.

—¿Y Tracy? Has pasado demasiado tiempo al teléfono.

La joven asintió.

—Sí, señora. Lo siento.

Carol emitió un sonido de exasperación y después se metió en su despacho. Con su mobiliario negro, la espaciosa sala era perfectamente apropiada para la directora de Finanzas. Un gran ventanal ofrecía una bonita vista de los edificios recortados contra el horizonte de Atlanta a la vez que dejaba espacio suficiente para las hileras de archivadores que llenaban la sala.

Reordenó su ya previamente ordenado escritorio y, a continuación, sacó su maletín y la bolsa roja de tela que contenía los libros para la reunión del club de lectura.

Cuando pasó por delante de la mesa de Tracy, se quedó atónita al volver a ver a la joven al teléfono. Sacudiendo la cabeza, fue hacia el ascensor y pulsó el botón. Tracy acabaría llevándose una gran decepción si seguía anteponiendo el amor a su trabajo.

No-se-podía-confiar-en-los-hombres.

Alguien del departamento creativo debería escribir esa frase en una de las tarjetas de Toque Místico.

El timbre del ascensor sonó y las puertas se abrieron, dejando ver a un único ocupante: Luke Chancellor, director de ventas y playboy de la empresa. Una sonrisa iluminó sobre su hermoso rostro.

—¿Te vas pronto a casa, Snow? Debes de tener una cita muy ardiente preparada para una fría noche de martes.

Carol apoyó la lengua contra la cara interna de su mejilla; no estaba de humor para bromas.

—La verdad, Chancellor, es que he decidido ir por las escaleras.

Se giró y fue hacia las escaleras, ignorando las retumbantes carcajadas del hombre.

A Luke Chancellor le gustaban demasiado los flirteos y parecía que ahora la había convertido en su objetivo. En un intento de evitarlo, Carol bajó las escaleras todo lo rápido que le permitieron sus tacones. Cuando entró en el vestíbulo, se sintió aliviada de ver que el ascensor aún no había llegado. Haciendo malabares con todo lo que llevaba en los brazos, salió corriendo por la puerta del edificio en dirección a su coche. Si todos los semáforos entre Buckhead y el centro de Atlanta estaban en verde, podría llegar a tiempo a la reunión del club de lectura.

—¡Ey, Carol!

Ante el sonido de la voz de Luke detrás de ella, se estremeció y siguió moviéndose. Pero con las prisas, su tacón de aguja topó con un bache que había en la acera y se tropezó. El maletín, la bolsa de los libros y el bolso salieron volando y ella, agitando los brazos y las piernas, se preparó para darse un buen golpe contra el pavimento. Sin embargo, en el último segundo, un par de fuertes brazos evitaron que se cayera de cara contra el suelo.

—Te tengo —le susurró Luke al oído; el sonido de su voz fue como una cálida brisa en el frío de febrero.

El aroma terroso de su colonia penetró en los pulmones de Carol, impidiéndole respirar. Su cuerpo reaccionó ante el tacto de sus grandes manos, de sus dedos ardiendo sobre la piel de sus hombros y rozando sus pechos a través de su mojigato traje. Un deseo espontáneo recorrió el centro de su cuerpo recordándole cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había estado cerca de un hombre.

La extraña sensación la hizo actuar.

—Suéltame —dijo con los dientes apretados y soltándose. Se puso derecha y se sacudió la ropa.

La boca de Luke se frunció en una media sonrisa.

—De nada —respondió él secamente antes de agacharse para recoger las cosas de Carol del suelo.

Llevaba un traje de color tostado que resaltaba su cabello oscuro y sus ojos marrones. Una corbata de seda roja hecha un ovillo asomaba por su bolsillo; toda una puñalada a la seria y formal cultura corporativa de la empresa. Era un hombre conocido por su desenfadado estilo a la hora de dirigir su departamento y por sus chistes.

Luke había llegado a Tarjetas de Felicitación Toque Místico dos años atrás y había ido subiendo puestos hasta igualarse en funciones a Carol y convertirse, también, en directivo. La feminista que había en ella había querido protestar ante sus ascensos, pero tenía que admitir que, desde su llegada a la empresa, Luke había sido clave en la recuperación del equipo de ventas.

Con sólo unos días para la llegada de la fecha de mayores ventas de tarjetas del año, el día de San Valentín, la empresa estaba obteniendo unos beneficios sin precedentes. Y ella, como mujer de números que era, no podía más que reconocer sus logros… aunque de muy mala gana.

Algo arrepentida por su actitud, se agachó para ayudarlo a recoger sus cosas.

—Lo siento —murmuró—. Me has asustado. Gracias por… sujetarme.

—De nada —respondió él con naturalidad y como quitándole importancia—. Ha sido culpa mía. Seguro que te he distraído cuando he gritado.

—Sí —dijo ella mientras agarraba su bolso y su maletín—. ¿Qué querías, Luke? Llego tarde a mi club de lectura.

—Guau.

Luke comenzó a recoger los libros que se le habían salido de la bolsa de tela y que estaban tirados por la acera.

—¿El amante de lady Chatterley? ¿La Venus de las pieles? ¿Fanny Hill? ¿El esclavo? —una pícara sonrisa le recorrió la cara—. ¿A qué clase de club de lectura perteneces?

Ella se sonrojó.

—A ninguno que te importe.

Luke se acercó.

—¿Aceptáis a miembros masculinos? —su tono fue inocente, pero sus ojos danzaron con regocijo ante el doble sentido que había empleado.

En lugar de responder, Carol intentó agarrar los volúmenes de literatura erótica clásica, pero él los apartó. Indignada y furiosa, dijo:

—¿Cuántos años tienes? ¿Diez? ¡Dame mis libros!

Él movió las cejas mientras leía detenidamente las portadas subiditas de tono.

—Ya sabía que tenías un lado salvaje, Snow. Lo único que pasa es que lo tienes guardado.

Exasperada, Carol se dio cuenta de que lo mejor que podía hacer era desviar el tema. Se cruzó de brazos.

—¿Qué querías, Chancellor?

A modo de respuesta, la oscura mirada de Luke la recorrió de arriba abajo despertando una vibrante sensación en ella que, con gran determinación, logró mantener una fría expresión de desdén.

Luke suspiró y dejó caer los hombros en señal de derrota.

—Está bien, vuelta al trabajo. Creía que podría estar bien celebrar una fiesta de empresa para el día de San Valentín.

Ella entrecerró los ojos.

—¿El día de San Valentín?

—¿Por qué no? Podríamos celebrarlo el viernes.

—¿El viernes trece?

Luke se encogió de hombros.

—Es una fecha que se aproxima bastante. San Valentín es un día de ventas importantes en nuestro calendario. Además, una fiesta sería una buena ocasión para obsequiar a los empleados con una bonificación. ¿Qué opinas?

—Creo que en esta empresa nunca se han dado bonificaciones —dijo ella con tono animado.

—En el pasado no, pero Mística ha tenido un año muy bueno y por eso he pensado que sería justo repartir amor, no sé si me entiendes. Estoy seguro de que el resto de los directivos estarán de acuerdo conmigo.

A Carol la invadió la ira; repartir bonificaciones de un dinero que, según opinaban todos, Luke había logrado generar él sólo lo convertiría en un auténtico héroe a ojos de los más de quinientos empleados. Ese hombre llegaría a ser presidente de la empresa antes de que acabara el año… ¡maldita sea!

Cuadrándose de hombros, Carol sacó su voz más autoritaria al decirle:

—En mi opinión, lo más prudente para que el buen estado de la compañía perdure en el tiempo es guardar los beneficios que consigamos en los años buenos e invertirlos en nueva tecnología.

La aparentemente permanente sonrisa de Luke no flaqueó.

—En mi opinión, deberías saltarte ese club de lectura tan picarón y quedarte a tomar unas copas conmigo para discutir sobre esto.

La atracción que el cuerpo de Luke ejercía sobre ella era innegable. Sus ojos marrones resultaban casi hipnotizantes, y parecían poder obligarla a seguirlo a todas partes. Los pechos y los muslos de Carol respondieron con una palpitante sensación. Abrió la boca y, para su horror, se dio cuenta de que se encontraba a punto de decir «sí».

Echó la cabeza atrás.

—Eso no va a pasar —las palabras salieron con más fuerza de la que había planeado—. Podemos hablar sobre la fiesta y las bonificaciones en la reunión de directivos por la mañana… con público.

Él frunció el ceño.

—No eres nada divertida.

Ella extendió la mano, con la palma hacia arriba, y meneó los dedos.

—Mis libros, por favor.

Luke los soltó con la misma actitud de un niño que estuviera renunciando a sus juguetes favoritos.

—Nunca una mujer había preferido un libro antes que a mí.

—Eso que tú sepas.

Carol le mostró una tensa sonrisa mientras metía los libros eróticos en la bolsa roja.

—Adiós, Chancellor —se giró y fue hacia su coche, ya segura del todo de que llegaría tarde a la reunión del club de lectura por ese hombre tan pesado.

—En lugar de leer sobre la vida, ¡deberías probarla de verdad alguna vez! —gritó Luke tras ella.

Carol estuvo tentada a girarse y mandarlo a freír espárragos, pero consciente de dónde se encontraban y de las miradas curiosas que ya habían provocado entre los empleados que merodeaban por el aparcamiento, siguió caminando. No quería hacer esperar a los miembros del club de lectura La Bolsa Roja.

Como tampoco quería darle a Luke Chancellor la satisfacción de ver las repentinas lágrimas que su comentario de despedida había hecho brotar de sus ojos.

2

 

 

 

 

 

Como no podía ser de otro modo, todos los semáforos entre la oficina de Carol y el centro de Atlanta estaban en rojo. Tal y como se había imaginado, llegó tarde a la reunión del club de lectura La Bolsa Roja.

Tan tarde, de hecho, que se quedó dentro del coche en el aparcamiento de la biblioteca pública donde se reunían y contempló la idea de marcharse. Miró la caja de galletitas de almendra que tenía en el asiento del copiloto y que había llevado para compartir con sus compañeras y pensó que esas delicias podrían ser una buena cena… Al fin y al cabo, las almendras estaban cargadas de fibra… ¿verdad?

Teniendo en cuenta lo que la esperaba dentro, de pronto tuvo el impulso de borrarse del club. De todos modos, las otras mujeres no la echarían de menos, e incluso, tal vez, se alegrarían si se marchaba.

Probablemente en ese mismo momento estaban allí sentadas hablando de ella, de la socia del club que se había negado a llevar a cabo el experimento que su coordinadora les había sugerido: que todas las integrantes aplicaran las lecciones que habían aprendido en las páginas de las novelas eróticas para seducir al hombre de sus sueños.

Las otras mujeres habían acogido el desafío con entusiasmo. Ella, por otro lado,… no tanto.

Su teléfono sonó y vio que había recibido un mensaje.

 

¿Estás en un atasco? No queríamos empezar sin ti. Gabrielle.

 

Gabrielle era la coordinadora del club de lectura La Bolsa Roja. Carol no pudo contener la sonrisa de alivio que curvó sus labios; se preocupaban por ella. Rápidamente, contestó el mensaje diciendo que llegaría en unos minutos, y agarró la caja de galletitas y la bolsa roja que contenía los preciados libros que habían llenado sus solitarias noches durante los pasados meses. Después de salir del coche, corrió hacia la entrada de la biblioteca.

Una vez dentro, se detuvo para inhalar el acre aroma a libros y captar el agradable zumbido de los ordenadores y de las voces susurradas.

Había sido una ávida lectora desde siempre, y cuando había visto el anuncio del club para mujeres que buscaban añadirle un poco de picante a sus lecturas, se había sentido intrigada, aunque también un poco desconfiada. Sin embargo, las mujeres que se habían reunido aquella primera noche eran increíblemente parecidas a ella: treintañeras, cultas y solteras.

Aparentemente, sólo una cosa las diferenciaba: todas, excepto ella, estaban buscando novio o amante.

Carol recorrió un laberinto de pasillos hasta llegar a la apartada sala donde el grupo se reunía para tener más intimidad. Sus selecciones de libros y discusiones no estaban hechas para ojos y oídos sensibles.

Llamó a la puerta y, unos segundos más tarde, se abrió lo suficiente como para dejar ver la recelosa mirada azul de Cassie Goodwin, una de las pertenecientes al club. La cautela de Cassie inmediatamente se tornó en una sonrisa cuando abrió la puerta e invitó a pasar a Carol. Dentro, las otras tres integrantes del club, Page Sharpe, Wendy Trainer y Jacqueline Mays, estaban sentadas alrededor de una mesa, con la coordinadora del grupo, Gabrielle Pope, presidiendo la mesa.

—Ahora mismo íbamos a brindar por Gabrielle —dijo Cassie con tono animado mientras le daba a Carol una copa de vino tinto…

Después de tomar asiento, Carol miró a Gabrielle y se fijó en que tenía un brillo especial que sólo podía significar una cosa: que incluso su líder, una mujer con un físico de lo más corriente que siempre llevaba moños y chaquetillas de punto, había encontrado un hombre. El terror hizo que a Carol se le encogiera el estómago.

—El brindis no es por mí —dijo Gabrielle, nerviosa, aunque era obvio que le agradaba ser el centro de tanta atención—. ¡Por la seducción ciñéndonos a las reglas de nuestros libros!

Carol fue la última en alzar la copa y su sonrisa fue tensa cuando miró alrededor de la mesa. Durante los últimos meses, las otras cuatro mujeres habían elegido libros eróticos que las ayudaran a guiarse en su viaje de sensualidad para seducir a un hombre. Ahora incluso Gabrielle había encontrado un amante y, si la luz que se apreciaba en los ojos de esa mujer era indicador de algo, también podía decirse que había encontrado el amor.

Ella seguía siendo la única que se había negado a llevar a cabo la tarea opcional.

Las mujeres corearon sus mejores deseos y felicitaciones a Gabrielle y escucharon con atención mientras su coordinadora transmitía felices detalles sobre su amante y sobre cómo su relación había despegado una vez que ambos descubrieron que, en el terreno sexual, tenían muchas cosas en común. La coordinadora habló abiertamente sobre experiencias tántricas, reflejando las sinceras y directas discusiones que los miembros del club habían compartido sobre las selecciones de libros del grupo. Gabrielle había declarado que no había límites, que podían tratar cualquier tema y emplear cualquier tipo de lenguaje. Y mientras que Carol tuvo que admitir que ese diálogo tan abierto la había fascinado, también reconocía que había participado menos que ninguna. Sentía que el resto de mujeres le guardaban cierto rencor por el hecho de observar más que tomar partido en sus charlas.

Mientras Gabrielle relataba los aspectos más lujuriosos de su nueva relación, Carol se sintió excluida. Las otras mujeres se acercaron las unas a las otras y parecían compartir una jerga emocional de la que ella no tenía conocimiento. Pensó que no confiaban en ella porque se había negado a sufrir, se había negado a correr el mismo riesgo que ellas habían corrido.

Carol se recostó en su silla; de pronto deseó haber seguido el impulso de marcharse que había tenido en el aparcamiento. Sabía que las mujeres sentadas alrededor de la mesa creían, incluso, que era lesbiana. No tenían la más mínima idea de que, antes, ella había sido como ellas: fantasiosa, con el corazón abierto y a la espera de que el hombre ideal entrara en él.

Y ese hombre ideal lo había hecho…

James la había seducido y engatusado hasta lograr que se enamorara perdidamente de él. Tanto que un día de San Valentín de ocho años atrás, Carol había hecho acopio de todas sus fuerzas y valor y le había pedido matrimonio. Pero en lugar del entusiasta «sí» que se había esperado, el día había salido terriblemente mal y sus esperanzas y sueños se habían hecho añicos. Desde ese día, había mantenido su corazón y su cuerpo cuidadosamente protegidos.

Cuando el pecho se le encogió produciéndole un fuerte dolor, se sacó ese pensamiento de la cabeza, sorprendida de que el dolor que sintió aquel día siguiera resultándole tan reciente.

Bajó la mirada para recomponerse, y fue en ese momento cuando vio un pequeño sobre que asomaba de entre uno de los libros que llevaba en su bolsa roja.