Desafío al pasado - La niñera y el magnate - Amanda Browning - E-Book
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Desafío al pasado - La niñera y el magnate E-Book

Amanda Browning

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Beschreibung

Desafío al pasado Amanda Browning Aimi Carteret ha decidido dejar su pasado atrás. Pero un hombre parece empeñado en derrumbar sus defensas. Aimi tiene que resistirse. Debe hacerlo por el bien de su reputación. Jonas Berkeley, rico hombre de negocios, sabe que, bajo su apariencia remilgada, Aimi es una mujer apasionada. Mientras se rinde a él, Jonas va descubriendo los oscuros secretos que la volvieron tan desafiante… La niñera y el magnate Christina Hollis La niñera Cheryl Lane fue a la Toscana a trabajar para el millonario Marco Rossi, al que precedía su fama de hombre implacable. Marco Rossi había contratado a Cheryl para cuidar de su sobrino huérfano. Tal vez Cheryl intentara ocultar sus curvas seductoras bajo su feo uniforme, pero Marco no era tonto… El deseo de desabrocharle la ropa a la remilgada señorita Lane era muy fuerte; y Marco Rossi nunca se resistía a un desafío…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 413 - diciembre 2020

 

© 2008 Amanda Browning

Desafío al pasado

Título original: The Billionaire’s Defiant Wife

 

© 2008 Christina Hollis

La niñera y el magnate

Título original: The Ruthless Italian’s Inexperienced Wife

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

 

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-160-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Desafío al pasado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

La niñera y el magnate

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Desafío al pasado

Capítulo 1

 

 

 

 

 

A veces el mundo podía cambiar en un instante. Todo iba como uno lo había planeado y, de pronto, se convertía en un lugar casi irreconocible. Eso fue lo que le ocurrió a Aimi Carteret aquella calurosa tarde de verano, por segunda vez en su vida.

Justo antes de que se produjera ese segundo cataclismo, estaba sentada a la mesa en el comedor de Michael y Simone Berkeley, disfrutando de la conversación. A su lado estaba el hijo de ambos, Nick, un hombre cálido y amable y reputado cirujano, como su padre y su abuelo. Enfrente estaban la hermana de Nick, Paula, y su esposo, James Carmichael.

Seis meses antes Nick había contratado a Aimi para que organizase su caótica vida. Además de operar, daba conferencias, aparecía como invitado en todo tipo de eventos mediáticos y había empezado a recopilar la historia de su familia. Ella trabajaba en el despacho de casa de Nick, pero no vivía allí. Nunca permitía que su trabajo y su vida privada se mezclaran.

Apenas salía, por elección. Su vida había cambiado dramáticamente nueve años antes y había dejado atrás el torbellino social de aquella época. El remordimiento había conferido sobriedad a la adolescente rebelde, que se había jurado convertirse en una persona de quien pudiera sentirse orgullosa.

Se había entregado por completo a estudiar Historia en la universidad. Al no conseguir un trabajo relacionado con su especialidad, se había convertido en secretaria ejecutiva y trabajaba para una agencia de empleo temporal desde entonces. Trabajar para Nick le había permitido utilizar su base histórica para ayudarlo en su investigación. Por fin había encontrado un nicho profesional que la satisfacía.

Si sus antiguos amigos la hubieran visto, no la habrían reconocido. Ya no utilizaba maquillaje, llevaba la melena rubia recogida en la nuca y prefería los trajes ejecutivos y la ropa casual a los últimos gritos de la moda.

En la universidad incluso había utilizado gafas, que no necesitaba, para mantener a los chicos a distancia. Estaba allí para estudiar. Sus tiempos de juego habían llegado a su fin tras una tragedia que nunca olvidaría. Quería ser invisible y que la dejaran en paz.

Le resultaba extraño recordar cuánto había flirteado con el sexo opuesto en otros tiempos. Había heredado la belleza de su madre, Marsha Delmont, actriz, y no tenía problemas para atraer a los hombres. Había disfrutado con su compañía, pero nunca había tenido una relación seria. Su vida se centraba en pasarlo bien, pero después de lo ocurrido en Austria, eso había terminado. Desde entonces se había esforzado por demostrar su valía.

Su vida era tal y como la quería. Estaba allí en su función de ayudante de Nick, pero sus padres la habían recibido en la casa de campo como a una amiga. El plan era que examinara los libros y documentos de la biblioteca en busca de material para el libro que pretendía escribir Nick. Pero toda la familia de Nick iba a reunirse para celebrar una barbacoa al día siguiente y él había insistido en que se uniera a la fiesta.

Sentada a la mesa, escuchando las conversaciones, se alegraba de haber ido. Así se relacionaba la gente normal, y a Aimi le sirvió para despreciar aún más la época en la que había creído que ir de compras y a fiestas glamorosas en las que el alcohol fluía como agua y todo eran risas y música, era la única forma de vivir. Esa Aimi se habría aburrido mortalmente allí; la Aimi del presente lamentaba no haber madurado antes. Pero lo había hecho tarde y no había vuelta atrás.

Justo antes de que su mundo volviera a tambalearse sobre su eje, todos reían por algo que había dicho Paula. A Aimi se le saltaban las lágrimas de la risa. Estaba secándose los ojos con la servilleta cuando sonó el timbre.

–¿Quién podrá ser? –preguntó Simone Berkeley, mirando a la congregación.

–¿Esperas a alguien, mamá? –preguntó Paula. Su madre negó con la cabeza.

Un momento después oyeron pasos y todos alzaron la vista, expectantes. La puerta se abrió y entró un hombre moreno y sonriente.

–¡Espero que me hayáis dejado algo, tragones! –exclamó risueño. Se oyeron grititos deleitados.

–¡Jonas!

Toda la familia se puso en pie. Aimi giró en el asiento para ver al recién llegado. Por supuesto, había oído hablar de Jonas Berkeley, el primogénito, un empresario de éxito que vivía como la jet-set, viajando por todo el mundo. Su nombre aparecía con frecuencia en los periódicos, a veces por sus negocios, pero más a menudo por su última conquista femenina. Nadie había esperado que pudiera asistir a la reunión familiar; de ahí el entusiasmo generalizado.

Ella se sorprendió por su inesperada reacción al verlo. En cuanto puso los ojos en él, algo se removió en su interior. Todos sus sentidos se pusieron en alerta, como si reconocieran y respondieran a algo que había en él. Su risa mientras saludaba a todos le provocó escalofríos y el brillo de sus ojos azules la dejó sin aire.

A pesar de su alocada juventud, Aimi no había sentido una reacción física tan desmedida en sus veintisiete años de vida. Notó la sangre fluir desbocada por sus venas y su sonrisa se apagó. Fue entonces cuando Jonas Berkeley la miró y sus ojos se encontraron.

Captó el momento en que él se quedó paralizado. Algo elemental surcó el aire entre ellos, deteniéndose cuando su hermana reclamó su atención, pero no antes de que Aimi viera el brillo depredador de sus ojos. Atónita e incrédula, Aimi se dio la vuelta, apretándose el estómago con una mano.

Ella se preguntó qué había ocurrido, aunque lo sabía muy bien. Acababa de experimentar la dentellada de una intensa atracción sexual y todo su cuerpo se estremecía en consecuencia. Era lo último que había esperado, porque se había esforzado mucho para controlar la parte extrovertida y atractiva de su naturaleza y convertirse en la antítesis de lo que había sido. Había eliminado las relaciones románticas de su vida; ningún hombre había roto su control.

Hasta ese momento. Sin una palabra, él había atravesado sus defensas, haciéndole sentir cosas que no deseaba. No sabía por qué había ocurrido, sólo que debía reparar rápidamente el daño. Se ordenó serenidad y respiró lentamente hasta recuperar el control y poder aparentar calma externa.

Sintió una mano en el brazo y dio un bote. Era Nick.

–Ven a saludar a mi hermano, estoy deseando que te conozca –la invitó Nick. El corazón de Aimi se aceleró al pensar en mirar esos asombrosos ojos de nuevo. Pero quería comprobar que no había imaginado lo ocurrido, así que sonrió y se puso en pie.

Mientras iba hacia Jonas Berkeley, rodeado por su familia, tuvo la sensación de que iniciaba un camino predestinado. La voz de la cautela le murmuró «No vayas», pero siguió adelante. Alzó los ojos hacia los de él y, de nuevo, el aire pareció cargarse y espesarse.

–Aimi, este impresionante tipo es mi hermano Jonas –dijo Nick, sin notar la extraña corriente–. Alto, guapo y asquerosamente rico, también es un poco donjuán, te lo advierto. Esta joven es mi indispensable ayudante, Aimi.

–Hola, indispensable Aimi de Nick –la sonrisa directa de Jonas mostró sus relucientes dientes blancos mientras le ofrecía la mano–. Encantado de conocerte –dijo con voz de timbre bajo y seductor.

Aimi gimió para sí, nerviosa al saber que seguía afectándola la fuerza del carisma de ese hombre, a pesar de haber vuelto a alzar sus defensas. Rezumaba seguridad masculina y atractivo sexual. Titubeó un segundo antes de aceptar su mano y, cuando sintió sus dedos, supo por qué. El contacto creó una oleada de escalofríos que recorrieron su sistema, erizándole el vello.

–Yo también estoy encantada de conocerte –contestó con cortesía, alegrándose de que su voz sonara normal. Liberó su mano y apretó los dedos contra la palma–. Nick habla de ti a menudo –dijo. Era cierto, aunque nunca había mencionado lo carismático que era su hermano. Probablemente porque él no lo veía así. Serían las mujeres las que captaban eso en él. ¡Algo que ella habría preferido no percibir! Aunque podía admirar el físico de un hombre, intentaba que nunca la afectase. Sin embargo ese día algo iba mal y no le gustaba nada.

–Ah, por eso me han pitado tanto los oídos últimamente –bromeó Jonas con una sonrisa traviesa–. ¿Cuánto tiempo hace que trabajas para Nick? –preguntó, mirando su falda gris y recta, y la blusa blanca que lucía, a pesar del calor.

–Seis meses, más o menos –dijo Nick, sonriendo a Aimi–. ¡Todo el mundo debería tener una ayudante tan maravillosa como ella!

–¿Ah, sí? –su hermano miró de uno a otro–. ¿Detecto algo más que una relación de trabajo? –preguntó. Aimi intuyó que quería saber hasta qué punto estaba Nick interesado por ella.

–¡Cielos, no! –Nick se rió y sacudió la cabeza–. ¡Nada de eso! Ella ha puesto orden en el caos de mi vida. ¿Verdad, Aimi?

–Hago lo que puedo –aceptó Aimi, incómoda, preguntándose si Nick era consciente de que acababa de decirle a su hermano que no estaba vedada. Por la ironía que veía en los ojos de Jonas, él sí se había percatado, y sabía que Aimi también.

–¿A qué se debe que te hayas decidido a venir este fin de semana? ¿Te ha dejado alguna mujer? –preguntó Nick con precisión de cirujano. Aimi tuvo que contener una sonrisa.

–Tan delicado como siempre, Nick –Jonas sonrió a Aimi–. Sí, inesperadamente, me encontré con un fin de semana libre. ¡Pero creo que no será tan decepcionante como había pensado!

Consciente de lo que estaba sugiriendo, Aimi alzó las cejas. Aunque ya no jugara, no había olvidado las reglas del juego.

–¡Seguro que sí lo será! –afirmó ella.

–¿Eso crees? –él ladeó la cabeza–. Suelo encontrar algo con lo que divertirme.

–¡Típico de Jonas! –rezongó Nick– ¿No crees que ya es hora de madurar? Tienes treinta y cuatro años. Deberías de estar pensando en asentarte y formar una familia.

–Eso te lo dejo a ti. Yo soy feliz con mi vida.

–Yo por lo menos busco a alguien. Tú sólo vas con bellezas de cabeza hueca. ¿Qué diablos ves en ellas? ¡Ni siquiera pueden entablar una conversación inteligente! –insistió Nick.

–¡Avergüénzate, Nick! –interrumpió su hermana–. Jonas puede salir con el tipo de mujer que prefiera. El que quiera probar a toda la población femenina no implica que no vaya a asentarse eventualmente. Lo hará cuando esté listo.

–Gracias por hacerme quedar como un donjuán sin corazón, Paula –Jonas suspiró ante la crítica de la persona que le era más querida y cercana.

–Claro que tienes corazón, pero eres un donjuán –Paula besó su mejilla–. Te quiero, Jonas, pero debes admitir que tu actitud hacia las mujeres es deplorable. ¡Necesitarías enamorarte de una mujer que no te quiera, para variar!

–¡Ésa es mi chica! –exclamó Jonas, seco–. No esperaría menos de quien intervino en una pelea para rescatar a su hermanito pequeño.

–¡Oh, sí, me rescató! –dijo Nick con pesar–. ¡Y después me pegó por meterme en la pelea!

Todos se rieron con eso. Aimi se alegró de haber dejado de ser el centro de atención.

–Vamos. Sentémonos antes de que se enfríe la cena –ordenó Simone Berkeley–. Jonas, siéntate junto a Paula. Quiero saber qué has hecho últimamente.

Poco después, había un cubierto y un plato de comida listos para él. Aimi descubrió, para su disgusto, que Jonas estaba frente a ella. Era imposible no verlo cuando alzaba la cabeza. Incluso sin levantarla, lo percibía. Su presencia en la habitación era como una corriente de energía. Era imposible ignorarlo. Por suerte, él charlaba con su madre y pudo estudiarlo con libertad.

Tenía el pelo negro y la mandíbula fuerte, pero sus labios sugerían sensualidad. Se preguntó cómo sería sentirlos y sintió un delicioso escalofrío. Cerró los ojos e inspiró profundamente. Tenía que controlarse, lo antes posible. Se enorgullecía de su templanza y la necesitaba. No podía permitir que Jonas notase cuánto la afectaba.

Por lo que acababa de oír y ver, era obvio que el hombre no necesitaba que lo animasen a la hora de atraer polillas a su luz. Pero iba a descubrir que cierta polilla era invulnerable. Aunque tuviera reputación de derretir a las mujeres, no lo conseguiría con ella. Aimi no estaba disponible.

Abrió los ojos tras recuperar su fuerza. No era una mujer débil, a merced de sus sentidos, era fuerte. Estaba concentrada en la deliciosa comida de su plato cuando se le erizó el cabello de la nuca. Alzó la vista y comprobó que Jonas la observaba con mirada provocativa.

Sus ojos se encontraron un momento, antes de que Jonas sonriera y desviase la mirada. Pero fue suficiente para que a ella se le acelerase el pulso. Se dijo que era por irritación, aunque una vocecita le decía lo contrario. Ese hombre no era ningún tonto y había percibido su reacción inicial al verlo. Aimi no permitiría que volviera a ocurrir.

Alzó la cabeza y volvió a interesarse en la conversación general, como antes de la llegada de Jonas. Lo miró una o dos veces y captó una mirada divertida en sus ojos, pero alertada, no reaccionó. Por fin, tras la hora más extraña que Aimi recordaba haber pasado ante una mesa, la cena concluyó.

–Tomemos el café en la terraza –sugirió Simone–. Puede que sople algo de aire fresco. Hace un calor agobiante.

Estaban sufriendo una ola de calor que no parecía dispuesta a terminar. Todos salieron. Simplemente ver el jardín y el lago ornamental resultaba refrescante.

–Debes alegrarte de no estar en la ciudad este fin de semana, Aimi –comentó Michael Berkeley, repartiendo los cafés que servía su esposa.

–¡Oh, sí! –Aimi aceptó su taza–. Mi piso tiene aire acondicionado, pero en noches como ésta no sirve de nada. Y trabajar en su despacho será mejor que hacerlo en un archivo polvoriento.

–Pensé que eras la ayudante de mi hermano. ¿Estás pluriempleada como archivista?

La pregunta era de Jonas y Aimi tomó aire antes de volverse hacia él. Había cambiado de apariencia desde la cena. Sin chaqueta y corbata, y con la camisa arremangada, tenía un aspecto muy distinto. Daba una impresión mucho más viril y sexy.

No la sorprendió sentir que se le secaba la boca. Por suerte, había tomado un sorbo de café para mojarse los labios antes de contestar.

–No estoy pluriempleada. Ayudo a Nick con la investigación para su libro sobre la familia.

–¿Nick? No parece un trato muy profesional –la pinchó Jonas. Aimi sonrió.

–Puede que usted sea un jefe que insiste en el trato formal, señor Berkeley, pero su hermano prefiere un trato más amigable –le contestó con desparpajo.

–Llámame Jonas. Aquí nunca insisto en las formalidades –declaró él. Aimi comprendió que no se había hecho ningún favor. Tendría que tutearlo o quedaría como una tonta–. Así que también eres investigadora.

–Y se le da muy bien –alabó Nick–. Lógico, considerando que se licenció en Historia con matrícula de honor.

Jonas inclinó la cabeza hacia Aimi, con un gesto que demostró que estaba impresionado.

––Una mujer de muchos talentos. No me extraña que Nick te contratara. Si la historia es tu gran amor, ¿por qué no trabajas en uno de los museos o instituciones relacionados con eso?

–Por desgracia, esos trabajos no son fáciles de encontrar y, como estoy acostumbrada a comer tres veces al día, tuve que buscar alternativas –contestó ella.

–Una gran pérdida para la historia y una gran suerte para mi hermano –replicó Jonas–. Y para nosotros, por supuesto. O no habríamos contado con el placer de tu compañía este fin de semana.

–Me temo que no me veréis mucho. Estoy aquí para trabajar –apuntó Aimi, risueña.

–Nick no puede pretender que trabajes mientras los demás nos divertimos –se sorprendió Jonas. Miró a su hermano con desaprobación.

–Claro que no. Aimi sabe perfectamente que espero que ella también se relaje –replicó Nick rápidamente. Ella contuvo un suspiro exasperado.

–Me ocuparé de que lo haga –los ojos de Jonas chispearon.

–No te molestes –rechazó ella con cortesía. Le costó mantener la expresión de serenidad.

–No será ninguna molestia. Será un placer.

Ella supo que no podía protestar más, pero se aseguraría de evitarlo en la medida de lo posible. Captó su mirada divertida y se sintió en la obligación de decir algo.

–¿A qué te dedicas, Jonas? –preguntó–. ¿O ya has ganado tanto dinero que no necesitas trabajar? –añadió, refiriéndose al comentario de Nick al presentarlos.

–Compro empresas con problemas e intento sanearlas –contestó él, divertido.

–¿Y si no lo consigues?

Jonas esbozó una sonrisa que iluminó su rostro y dejó a Aimi sin aliento.

–Entonces las divido en partes susceptibles de ser vendidas a otras empresas.

–Obteniendo grandes beneficios, claro –añadió Nick–. Ya te dije que era asquerosamente rico.

–Hacer dinero es una cosa pero, ¿y la gente? –inquirió Aimi, viendo el fallo–. ¿Los empleados? ¿Qué pasa con ellos si el saneamiento fracasa?

Jonas no pareció molestarse porque le pidiera que justificase sus acciones.

–Continúan en la empresa siempre que es posible. El objetivo es darle la vuelta a la empresa, convertir la mala gestión en buena. Si va bien, todo el mundo gana. Si es necesario dividir, hacemos lo posible por buscar empleo a todo el personal dentro de nuestro grupo. ¿Eso merece tu aprobación, Aimi? –preguntó con sorna.

–Por supuesto –Aimi asintió con una mueca–. Si he sonado crítica es porque, en tu línea de trabajo, muchos no tienen conciencia –añadió con calma–. Te pido disculpas si he sido grosera.

–No hace falta –curvó los labios y sus ojos chispearon–. Te has limitado a decir lo que muchos otros piensan. Sin embargo, me alegra saber que hay algo de mí que te parece atractivo.

Eso la llevó a mirarlo y entreabrir los labios con sorpresa. Ese reto tan directo, ante toda su familia, la desequilibró; al igual que la diversión que brillaba en sus ojos azules. Aimi no solía acobardarse. Tomó aire y se humedeció los labios. Notó que sus ojos seguían el movimiento de su lengua, ya no irónicos, sino ardientes. En cuanto él se dio cuenta de que lo había visto, sonrió, y ella supo que estaba jugando con ella.

–¿Andas a la busca de cumplidos, Jonas? –lo pinchó, burlona. Se oyeron risas a su alrededor.

–Yo diría que sí –intervino James Carmichael–. ¡Siempre tiene que haber una primera vez!

Todo el mundo empezó a burlarse de él, que se lo tomó con filosofía, una actitud que a ella sí le pareció muy atractiva. Siempre le habían gustado los hombres con sentido del humor y capaces de reírse de sí mismos. Pero eso no cambiaba nada, no estaba interesada en sus juegos. Se recostó en el asiento, distanciándose de las bromas, que siguieron hasta que Jonas cambió de tema.

–¿Cuánta gente vendrá a la barbacoa? –le preguntó a su madre. No oyó la respuesta, pero aprovechó para reorganizar sus pensamientos.

Aimi se daba cuenta de que estaba peligrosamente cerca de enredarse en el maremagno del deseo sexual y eso la inquietaba. Desde que había decidido cambiar de vida ningún hombre había hecho mella en su radar. Al principio había estado demasiado afectada por lo ocurrido para sentir, pero después había apagado ese radar a propósito. No quería sentirse atraída por nadie ni encontrar la felicidad en una relación amorosa, porque eso incrementaría su culpabilidad por estar viva. Lo había hecho tan bien que había llegado a creer que sus defensas eran impermeables a todo, hasta momentos después de conocer a Jonas. Él la había llamado en silencio y todo su ser había respondido. La atracción era tan fuerte que tenía el vello erizado.

No quería sentir eso, ser tan consciente de él, pero su cuerpo estaba desobedeciendo sus normas. Sólo podía intentar bloquear la reacción en la medida en que pudiera. Una vez concluyera el fin de semana, la atracción se acabaría.

Volvió a concentrarse en la conversación a tiempo de oír a Paula anunciar que su marido y ella iban a dar una vuelta alrededor del lago y preguntar si alguien quería acompañarlos.

–Me vendría bien un paseo –dijo ella, aprovechando la oportunidad–. ¿Vienes? –le preguntó a Nick.

–Paula me dará la lata si no voy –gruñó él, poniéndose en pie. Su hermana le sacó la lengua.

Aimi se preparó para oír a Jonas declarar que él también se unía y suspiró con alivio cuando no lo hizo. Sintió que la miraba mientras se alejaban.

Hacía más fresco junto al agua. Nick y ella pasearon lado a lado, siguiendo a la otra pareja. En un momento dado, Paula y su marido desaparecieron tras una curva, dejándolos a solas momentáneamente.

–Aquí se está mucho mejor –afirmó Aimi, agradeciendo un respiro del calor y del escrutinio de los intrigantes ojos azules de Jonas.

–Jonas y yo solíamos jugar en el lago de niños. Construimos una balsa y simulábamos ser náufragos. Por supuesto no nos permitieron botarla hasta que supimos nadar, y para entonces Jonas tenía otros intereses –concluyó con retintín.

–¿Qué quieres decir? –preguntó Aimi. Nick puso los ojos en blanco.

–Para entonces él había descubierto a las chicas. Altas, bajas, rubias y morenas. Todas guapas y locas por ese guapo diablo. No ha tenido que luchar por una mujer en toda su vida. ¡Lo miran y caen en sus brazos! Es demasiado fácil. Nunca se asentará. ¿Por qué iba a hacerlo cuando puede tener a cualquier mujer que desee?

Aimi no dudaba que Jonas debía de tener mucho éxito con las mujeres. Se estremeció.

–¡No me extraña que lo llames donjuán!

–No trata mal a las mujeres –rió Nick–. Al contrario, es muy generoso. Pero nunca se entrega personalmente. Es mi hermano y no le deseo ningún mal, pero le vendría bien enamorarse de alguien, para aprender una lección.

–No todo el mundo desea asentarse –aventuró ella, sabiendo que era su caso. Una vez se había imaginado casada y con hijos, pero ese sueño se había esfumado hacía mucho.

Nick se detuvo y se volvió hacia ella.

–Ya lo sé –dijo con frustración–. No se trata de eso. Jonas nació con buena estrella. Todo ha sido fácil para él. Necesita un golpe de realidad; saber que es humano, como el resto de nosotros.

–Quieres decir que necesita sufrir –propuso ella con una leve sonrisa. Nick hizo una mueca que acentuó su parecido con Jonas.

–Suena horrible, ¿verdad? Te aseguro que hará falta alguien muy especial para que ocurra.

–Creo que no deberías estar contándome esto –suspiró Aimi, incómoda. Nick movió la cabeza.

–Al contrario, tú eres quien más necesita saberlo –declaró. Ella lo miró atónita.

–No entiendo por qué –protestó.

–Claro que lo entiendes –Nick chasqueó la lengua, paternal–. Recuerda lo que te he dicho cuando él empiece a presionarte.

–¿Qué quieres decir? –preguntó, curiosa.

–Aimi, eres una belleza rubia de ojos verdes y Jonas no es ciego. Ten cuidado.

Aimi se sintió alarmada porque hubiera captado las intenciones de su hermano y agradecida por la advertencia, aunque fuera innecesaria.

–Tu hermano perderá el tiempo. No tengo intención de ser su entretenimiento de fin de semana. Pero gracias por avisarme.

–No me gustaría que resultaras herida.

–Tranquilo, no pienso relacionarme con él.

–Estoy seguro de que eso mismo dijeron la mayoría de sus conquistas –contrapuso él con una mueca. Aimi se detuvo y lo miró.

–Por favor, no te preocupes por mí; estaré bien. He conocido a hombres como tu hermano y soy inmune a ellos –dijo. Era casi verdad. Jonas sin embargo, era harina de otro costal y la había tomado por sorpresa. Pero no volvería a ocurrir.

Nick escrutó su rostro; lo que vio en él lo convenció de que podía relajarse. Tal vez sí fuera inmune. Tenía unas defensas muy sólidas.

–Entonces, no diré más –aceptó.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Más tarde, en su dormitorio, Aimi abrió las ventanas de par en par, pero el calor atrapado en la habitación era casi insoportable. Se quitó los zapatos, retiró las horquillas que sujetaban su moño y una cascada de cabello rubio cayó hasta sus hombros. Le gustaba sentirlo suelto, pero al día siguiente volvería a recogerlo para mantener la imagen que llevaba años cultivando.

En el espejo vio que el cabello ondulado suavizaba sus rasgos y le daba un aspecto joven y atractivo, casi despreocupado. Pero ella ya no era así y no se permitiría volver a serlo. Era parte de la penitencia que se había impuesto.

Fue al cuarto de baño a darse una ducha fresca. Sintiéndose algo mejor, se secó y se puso un camisón de seda que le llegaba hasta el muslo. Apagó la luz y se tumbó sobre la cama. Sin embargo, le resultó imposible dormirse, y no sólo por el calor. A solas en la húmeda oscuridad, rememoró el momento en el que había visto a Jonas por primera vez. Podía visualizar su poder y magnetismo. Sólo pensarlo le provocaba un cosquilleo.

–¡Maldición! –exclamó exasperada, sentándose–. ¡Para, Aimi! –ordenó. Sin embargo, su cerebro se negó a obedecer. Recordó sus miradas y sintió una intensa e incontrolable oleada de calor.

Bajó de la cama y fue a la ventana a respirar aire fresco. Pero los recuerdos eran demasiado poderosos e impactantes. Bajó los párpados y casi sintió la caricia de los ojos azules en sus labios mientras ella se los mojaba con la lengua.

–¡Por Dios santo, Aimi, contrólate! –masculló–. Da igual que el hombre exude atractivo sexual. No puedes permitir que te atraiga hacia su llama. Es un conquistador. Sólo desea un cuerpo en su cama, ¡y no va a ser el tuyo!

Aimi se pasó una mano por el cabello húmedo y suspiró. Hacía un calor horrible. Deseó sentir algo fresco en la piel. Se puso una bata de seda sobre el camisón y bajó las escaleras descalza. Su destino era la enorme y moderna cocina; la alivió descubrir que no había nadie allí. Entró y cerró la puerta. No le hizo falta encender la luz, la luna daba a la habitación un resplandor plateado.

Tardó unos minutos en encontrar lo que buscaba, una servilleta, que llevó a la encimera, junto al frigorífico. Sintió un frío delicioso al abrir la puerta del congelador. Sacó un puñado de cubitos y los envolvió con la servilleta, después cerró el congelador y se sentó ante la mesa, suspirando de placer mientras se pasaba la servilleta por la piel.

Se preguntó cómo no se le había ocurrido la idea antes. Colocó las piernas en otra silla y tarareó una melodía mientras se refrescaba. Estaba a miles de kilómetros de distancia cuando unos súbitos golpecitos en la ventana la sobresaltaron. Volvió la cabeza y, para su sorpresa, vio a Jonas ante la puerta de la cocina que daba al exterior.

–¡Oh, Dios mío! –gimió, imaginándose la imagen que debía presentar, tirada entre dos sillas y sin apenas ropa. Su reacción instintiva fue escapar, pero él señalaba la puerta; era obvio que quería entrar. No tuvo más remedio que dejar la servilleta en la mesa e ir a abrir, sujetándose la bata con una mano.

–Gracias –dijo él en cuanto entró, volvió a echar el cerrojo–. Pensé que iba a tener que dormir en el jardín –añadió.

Se volvió hacia ella y, a la luz de la luna, captó por primera vez su escasez de ropa.

–¡Eso es algo que no veo todos los días! –murmuró seductor. Aimi se ató el cinturón de la bata y cruzó los brazos mientras los ojos azules recorrían su cuerpo. La avergonzaba que la viese así. Cuando volvió a mirar su rostro, sus ojos chispeaban malévolos y una sonrisa sensual curvaba sus labios–. ¿Me estabas esperando? Eso espero, sin duda has captado mi atención –ronroneó como un gato contento.

–¡Típico que pienses algo así! –replicó ella de inmediato. Se sentía incómoda y nerviosa–. Hacía tanto calor que bajé por hielo. No esperaba encontrarme con nadie a estas horas de la noche. ¿Qué hacías afuera?

Jonas se pasó la mano por el cabello, alborotándoselo. Ella tuvo que contener un gemido al comprobar cuánto la atraía.

–Igual que tú, intentaba refrescarme tras una velada más calurosa de lo esperado –contestó él con deje irónico–. Bajé a la piscina cuando os fuisteis de paseo y me quedé dormido. Estaba probando puertas y ventanas para entrar cuando te vi sobre esas dos sillas, semidesnuda.

–Deberías agradecerme que estuviera aquí; en otro caso habrías pasado la noche fuera –dijo ella con firmeza–. Y lo que llevo puesto es perfectamente respetable –añadió, provocando una carcajada de Jonas.

–Oh, te lo agradezco, no lo dudes, y lo que llevas no tiene nada de malo. Te sienta muy bien, ése es el problema. ¿Cómo diablos voy a poder dormir ahora? –se quejó con un brillo seductor y sardónico en los ojos.

–No deberías decirle esas cosas a una empleada de la familia. No es apropiado –le reprochó ella, aunque había pensado exactamente lo mismo que él.

–Deja caer los brazos, Aimi –pidió él, arqueando una ceja con ironía–, y hablaremos de comportamiento apropiado.

Aimi enrojeció, segura de que había visto la reacción de sus pezones antes de ocultarlos. Muda, lo contempló ir hacia la mesa y abrir la servilleta de hielo. Agarró un cubito y se lo pasó por la nuca, volviéndose para mirarla.

–¡Lo que has dicho es una grosería! –exclamó ella, intentando sonar indignada. Él se rió.

–Seguro que mi hermano te ha convencido de que soy un sinvergüenza.

–¡No ha hecho nada de eso! –Aimi defendió a Nick.

–¿En serio? –Jonas la miró con incredulidad–. Recuérdame que le dé las gracias la próxima vez que lo vea –volvió a mirarla de arriba abajo. Se apoyó en la mesa, cruzó los tobillos y sonrió, provocador–. Ese trocito de nada que llevas puesto deja lo justo a la imaginación.

Aimi tomó aire, consciente de que era capaz de manejar la situación, por más que le estuviera costando mantenerse distante. Nick le había advertido con razón. El atractivo de Jonas era muy potente y lo mejor que podía hacer era irse de allí.

–Esta conversación no tiene sentido. Creo que deberíamos irnos a la cama.

–¡Eso sí que es ir al grano! –sus ojos destellaron con malicia.

–No lo decía en ese sentido –corrigió ella, lamentando su elección de palabras.

–¿A pesar de que sea una idea tentadora? –murmuró él. Sus palabras resonaron como truenos en el silencio, recorriéndola de arriba abajo.

–¡Eres un caradura! –protestó débilmente. Jonas soltó una risita seductora.

–Creo que tú deberías irte a la cama, Aimi, antes de que tu necesidad de saber mine tu determinación –aconsejó él.

–¿Qué determinación? –preguntó ella. Decir que estaba afectada sería quedarse muy corta.

–Lo sabes bien –Jonas movió la cabeza y suspiró–. Hablo de tu determinación de no tener nada que ver conmigo. Ésa fue la conclusión a la que llegaste durante el paseo, ¿no?

–Dios, ¡qué arrogancia! Mi determinación de no tener nada que ver con hombres como tú se remonta muchos años atrás, no a esta tarde –declaró ella con desdén.

–¿Hombres como yo? –preguntó él con expresión divertida.

Los ojos de ella se estrecharon mientras lo miraba de arriba abajo, con expresión de ser muy consciente de sus carencias.

–Hombres que creen que pueden conseguir lo que quieren y a quien quieren, sólo con decirlo. Sólo me inspiras desdén –dijo. No era del todo cierto, pero tenía que defenderse.

–En ese caso, ¿por qué tu cuerpo reacciona al verme? –preguntó él con voz suave.

–No reacciona –protestó Aimi.

–Podría demostrarte lo contrario, pero es tarde y estamos cansados. Sugiero que subas a tu habitación. Seguiremos con esta fascinante conversación mañana.

–¡No haremos nada similar! –replicó Aimi.

–Por cierto, me encanta tu pelo así. Deberías llevarlo suelto más a menudo. Resulta muy femenino y sensual –declaró Jonas.

Para Aimi, que la hubiera visto con el pelo suelto era como una invasión de su intimidad. Sintiéndose más vulnerable que en muchos años, decidió que estaba harta y se imponía una retirada digna. Sin embargo, cuando iba hacia la puerta, resbaló en una baldosa húmeda. Agitó los brazos, buscando algo a lo que agarrarse y, de repente, las fuertes manos de Jonas la equilibraron, atrayéndola contra su pecho.

–Tranquila, te tengo –murmuró él contra su cabello. Ella apenas lo oyó, sus sentidos estaban siendo bombardeados por su aroma masculino, unido a la solidez de su poderoso pecho. Una sobrecarga sensorial que la llevó a inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo, atónita.

–Creo que lo que estás pensando ahora mismo es muy inapropiado para una empleada de la familia –comentó él con ironía. Sus ojos la quemaron con su intensidad.

Ella comprendió que se había traicionado por completo. Deseaba escapar de esos ojos tan perspicaces, pero ladeó la barbilla, beligerante.

–Quítame las manos de encima –le ordenó. Se liberó de él y fue hacia la puerta sin mirar atrás.

Ya en el vestíbulo, con la respiración acelerada, se dijo que acababa de ponerse en ridículo. Una cosa era experimentar una indeseada atracción por un hombre, y otra muy distinta permitir que él la notara. Jonas conseguía traspasar sus defensas y eso no le gustaba nada. Ni un poco.

Aimi se criticó duramente mientras subía al dormitorio. Antes de dormirse, se prometió mantenerse alejada de Jonas el resto del fin de semana. No sería difícil, estaba allí para seguir con su investigación. Dudaba que él fuera de los que pasaban horas en la biblioteca. En un harén quizá, pero no rodeado de libros polvorientos.

Una cosa era segura, pensara él lo que pensara, ella no iba a convertirse en la siguiente muesca en el poste de su cama. Le había costado mucho esfuerzo alcanzar la paz consigo misma, y no iba a renunciar a ella.

 

 

El día amaneció tan cálido y húmedo como el anterior. Aunque Aimi había conseguido dormir, no se sentía nada descansada; Jonas había invadido sus sueños, tentándola. Por lo visto, dormida o despierta, sus sentidos se adentraban en aguas peligrosas y la corriente era fuerte. Era un hombre demasiado atractivo y derrumbaba sus defensas con increíble facilidad.

Mientras se duchaba consideró la situación con lógica. En realidad no había ocurrido nada. Se sentía atraída por un hombre y él por ella. ¡Eso no implicaba que fuera a caer en sus brazos! Había conocido a muchos hombres atractivos y había sido capaz de resistirse a todos. Desde aquel horrible día no había mirado a ningún hombre con interés; había cerrado la puerta a esa clase de sentimientos y emociones. Jonas fracasaría. Ella había ido allí a trabajar, nada más.

Reconfortada por ese pensamiento, salió de la ducha y se secó. No le costó elegir qué ponerse; sólo había llevado lo esencial. Dos faldas y algunas blusas. También un bañador, por sugerencia de Nick, pero no esperaba utilizarlo. Se puso la falda recta color crema, una camisa de seda de manga corta, azul pálido, y unos zapatos cómodos. Se recogió el pelo de la forma habitual y se examinó en el espejo. Parecía discretea, eficaz y distante, justo lo que deseaba.

Un momento después, Nick llamó a la puerta.

–Buenos días, Aimi. Tienes un aspecto de lo más refrescante –la saludó.

–Te aseguro que no siento ningún frescor –rió ella. Alzó las manos para colocarle el cuello del polo, que llevaba torcido.

–Pues yo me siento más fresco sólo con mirarte –dijo él con encanto. Aimi suspiró y movió la cabeza.

–Nick, Nick, ¡eres casi tan malo como tu hermano! Debéis haber ido a la misma escuela de seducción –declaró sonriente.

–Buenos días, Nick –saludó Jonas de repente. Aimi dio un bote de sorpresa y él se asomó por encima del hombro de Nick y la escrutó con una sonrisa provocadora–. Me gusta la falda, Aimi, pero me gustaba más lo que llevabas anoche –comentó, risueño, antes de seguir su camino.

Ella se sonrojó y dio un paso atrás. El aparentemente inocente comentario le había recordado la escena de la cocina.

–¿A qué ha venido eso? –le gritó a su hermano, con el ceño fruncido.

–Tendrás que preguntárselo a Aimi –contestó Jonas por encima del hombro, sin dejar de andar.

–¿Qué ha querido decir? –Nick la miró intrigado–. Anoche no llevabas nada especial. ¿Me he perdido algo?

–Tu hermano se refería a más tarde –dijo ella, suponiendo lo que estaba imaginando–. Se quedó afuera y yo estaba en la cocina cuando él forzaba puertas y ventanas, intentando entrar. Eso es todo –al ver su expresión escéptica, suspiró–. Estaba en camisón y bata.

–Aimi, te advertí que tuvieras cuidado –rezongó Nick con exasperación. Es mi hermano y lo quiero, pero cuando se trata de mujeres…

–Lo sé, concédeme algo de crédito –le apretó el brazo con suavidad–. No dejaré que me engatuse con su encanto. He venido a trabajar –lo tranquilizó–. Lo de anoche fue un error que no se repetirá.

–Perdona, sé que soy demasiado protector. Trabajas para mí y te considero mi responsabilidad. No quiero que Jonas practique sus juegos contigo.

–No te preocupes –le dijo Aimi enternecida–. Vamos a desayunar. Después tienes que enseñarme la biblioteca.

Bajaron juntos a la sala de desayunos, que estaba vacía. Maisie Astin, el ama de llaves, llegaba con café reciente y cruasanes calientes.

–¡Buenos días! –los saludó con una sonrisa–. Hoy todo el mundo desayuna fuera. Servios lo que queráis y avisadme si necesitáis algo.

–Gracias, Maisie. ¿Qué te apetece, Aimi? –preguntó Nick, agarrando un plato.

–Los deliciosos cruasanes de Maisie y algo de café me parecen la opción perfecta –dijo, sonriéndole a la otra mujer, que volvía a la cocina.

–Yo los sacaré. Ve a buscar un sitio a la sombra –ordenó Nick.

Aimi salió y se arrepintió de inmediato porque la única persona en la mesa era Jonas. Si él no hubiera alzado la vista, habría vuelto dentro.

–¿Estás decidiendo si es seguro unirte a mí o no? –la retó, sardónico. Aimi se sintió obligada a avanzar.

–En absoluto –negó, sonriendo como si la escena de la noche anterior no hubiera tenido lugar–. Estaba disfrutando de la vista.

–Yo también –respondió él, recorriendo su cuerpo de arriba abajo con la mirada. A ella le dio un vuelco el corazón y sus nervios se tensaron.

–Pierdes el tiempo –le dijo, irritada por su reacción a él, que no podía controlar–. No morderé el anzuelo, por atractivo que sea el cebo –añadió en voz baja, por si Nick salía.

–¿Cuántas veces tuviste que repetirte eso anoche? –ironizó él, arqueando una ceja.

–Bastó con una. No eres tan irresistible –le devolvió ella. Jonas se rió.

–Se supone que hay que cruzar los dedos al decir esas mentiras –le advirtió, sin dejar de mirarla. Ella era tan consciente de sus ojos que le costaba respirar. Llegó a la mesa y se sentó frente a él.

–En contra de lo que supones, no suelo mentir –lo corrigió, simulando una serenidad que no sentía en absoluto. Estaba tensa e inquieta.

–¿En serio? Yo habría dicho que las mujeres nacen siendo mentirosas.

–Eso es una generalización ridícula. Supongo que tus prejuicios se deben a una mala experiencia –dijo Aimi con ironía.

–El mundo es una jungla –le devolvió él con una sonrisa traviesa. Aimi supo que no podría olvidar esa sonrisa en toda su vida.

–¿Y los hombres no mienten? –lo retó. Ella podía nombrar a más de doce mentirosos–. ¡Sería más fácil creer que la luna está hecha de queso!

–Eso sí que suena a la voz de la experiencia –Jonas se recostó en la silla y cruzó las piernas por los tobillos–. ¿Por eso te vistes así?

–Me visto para mí, no para un hombre –señaló Aimi. El comentario de Jonas había sido tan descarado que estuvo a punto de reírse.

–¿En serio? –la miró pensativo–. ¿Intentas decirme que nadie ve la exótica lencería que usas? ¡Eso sería un desperdicio increíble!

–Mi ropa no es asunto tuyo. No habría bajado a la cocina si hubiera sabido que estabas allí.

–Y yo habría tenido que pasar la noche junto a la piscina, y me habría perdido ese impresionante despliegue de seda y encaje. Sigue grabado en mi mente, aun ahora –Jonas alzó una pierna y la cruzó sobre la otra–. Me da la impresión de que sé algo de ti que los demás hombres desconocen. Bajo ese aspecto almidonado te gusta llevar satén y seda. ¿Qué otros secretos ocultas?

–¡Ninguno que vaya a desvelarte a ti! –le devolvió Aimi, seca. Jonas se limitó a sonreír.

–Anoche, en la cocina, no llevabas el pelo recogido, ¿por qué?

–No duermo con el pelo recogido –explicó ella con voz serena. La sonrisa de él se amplió.

–¿Sabes lo que opino, Aimi Carteret?

–¡Tu opinión no podría interesarme menos!

–Creo que practicas la decepción.

–Como he dicho, tu opinión no me interesa –replicó ella, lo que había dicho él se acercaba demasiado a la verdad–. ¡Tú no me interesas!

–En cambio, tú me interesas mucho –contraatacó Jonas–. Pienso en ti todo el tiempo.

–¡Debe resultarte muy aburrido!

Él dejó escapar una risa suave y sensual que hizo que ella se estremeciera de arriba abajo.

–Tengo la sensación de que no me aburrirás nunca, mi querida Aimi.

–No soy tu querida Aimi –protestó ella, afectada por el término cariñoso.

–Aún no, estoy de acuerdo –concedió él.

–¡Nunca! –exclamó ella, ya de mal humor.

–Nunca se debe decir nunca –la miró a los ojos–. Yo mismo lo descubrí anoche. Habría apostado mucho dinero a que nunca me costaría dormir en mi vieja cama, pero comprobé lo contrario. Estuve inquieto toda la noche –aclaró, con sonrisa maliciosa y ojos chispeantes.

–No puedes culparme a mí de eso –discutió Aimi, con los nervios a flor de piel. Era como si sus defensas se hubieran desvanecido por completo, dejándolo abierta a todo lo que él decía o hacía. No entendía por qué la habían abandonado cuando más las necesitaba.

–¿No puedo? –sus labios se curvaron–. Fuiste tú quien elevó mi tensión sanguínea –arguyó, antes de tomar un sorbo de café.

De alguna manera, Aimi consiguió mantener una expresión serena.

–A mí no me hizo falta que me bajara la tensión. Me fui a la cama y dormí a pierna suelta –le dijo, cruzando los dedos mentalmente.

–Hum –murmuró dubitativo, acariciándose la barbilla–. No eres lo que aparentas a primera vista. ¿Sabías que debía pasar ese fin de semana en América? Por suerte cancelaron la reunión en el último momento.

–Para el deleite de todos –comentó ella con voz seca.

–Bien dicho, Aimi –Jonas se rió–. Tienes mucho tacto. No me extraña que Nick hable tan bien de ti.

–Hago cuanto puedo –contestó ella sin inmutarse y agradeciendo su rapidez mental.

–Ah, llega la caballería –declaró Jonas, Aimi volvió la cabeza y vio a Nick con una bandeja–. Justo a tiempo, ¿eh?

–Justo a tiempo, ¿qué? –preguntó Nick, que había oído el comentario. Puso un plato y una taza ante Aimi.

–Tu llegada con la comida –contestó su hermano sonriente–. Aimi estaba a punto de comerse la mesa.

–Siento haber tardado –se disculpó Nick.

–No has tardado. Jonas te toma el pelo.

–Es uno de sus hábitos –confirmó Nick.

–Lo cierto es que estaba flirteando con Aimi y ella me lo estaba poniendo difícil –Jonas se enderezó en el asiento.

–¡Bien por ti, Aimi! –aprobó Nick, guiñándole un ojo–. Demasiadas mujeres caen en sus brazos cuando chasquea los dedos –se sentó junto a ella y empezó a devorar su desayuno. Aimi lo imitó.

–¿Cuándo descenderán las hordas sobre nosotros? –preguntó Jonas tras unos minutos de silencio.

–A partir del mediodía. Luego seguirá lo de siempre. ¡Papá achicharrará las salchichas y hamburguesas, como es habitual!

–¿Has estado en alguna de nuestras barbacoas? –le preguntó Jonas a Aimi.

–No, ésta es la primera –admitió ella, divertida. Estaba un poco nerviosa por conocer a toda la familia. En otros tiempos había sido frecuente estar rodeada de extraños y unirse a la fiesta con entusiasmo. Pero desde aquel horrible día, disfrutar y reírse le había parecido mal. No podía comportarse como si nada hubiera ocurrido, siendo ella la culpable. Se habría odiado por ello, así que había evitado las fiestas, distanciándose de sus amigos de entonces. En el presente prefería cenas íntimas con gente a la que conocía bien.

–Entonces te espera toda una experiencia –le dijo Jonas con humor.

–Eh, ¿recuerdas la vez que…? –Nick chasqueó los dedos.

Aimi dejó de escuchar a los hermanos, que iniciaron un divertido recuento de recuerdos. Se recostó en la silla y, mordisqueando el último cruasán, los contempló con atención. Se parecían mucho. Ambos eran hombres guapos, pero Nick tenía las facciones más suaves. Su cabello era castaño oscuro, el de Jonas negro. Nick exudaba calidez y amabilidad; sin embargo eran los rasgos duros de Jonas los que atraían su atención.

Inesperadamente, Aimi deseó extender la mano y trazar los perfiles de su rostro para grabarlos en su memoria. Un deseo estúpido, desde luego. No quería recordarlo. Cuanto antes dejaran de verse, mejor. Sin embargo, al pensar eso, un pedazo de ella se sintió perdido. Miró su taza de café, confusa. No entendía qué había en él que la atrajese tanto. Él sólo buscaba sexo pero, aun así, tenía algo especial.

Unas sonoras carcajadas llamaron su atención. Nick estaba doblado de risa y Jonas sonreía de oreja a oreja. Ella sonrió y sintió un leve pinchazo en el corazón.

Un estruendoso silbido interrumpió las risas. Los tres se volvieron. Michael Berkeley estaba en el otro extremo de la terraza, llamándolos.

–¡Venga, vosotros dos! Necesito músculos para preparar las mesas. ¡En marcha!

Los hermanos se miraron con resignación y se pusieron en pie.

–A papá le gusta dirigir a sus tropas –comentó Nick con cariño. Aimi sonrió al ver su expresión.

–¡Diviértete! –le deseó, mientras él se alejaba. Jonas, retrasándose, atrapó su mirada. Tensa, alzó una ceja interrogante–. ¿Querías algo?

–Sólo esto –contestó él. Rodeó la mesa y se inclinó para darle un beso en la mejilla.

–¡Eh! –exclamó, con el pulso desbocado. Sentir el roce de sus labios en la piel la había dejado sin aire, era una sensación increíble.

–Tengo que divertirme un poco –dijo Jonas sin asomo de arrepentimiento–. ¡Considéralo un adelanto! –después siguió a su hermano, dejando a Aimi sin habla.