Seis años sin ti - Destinados a amar - Hielo en su corazón - Amanda Browning - E-Book
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Seis años sin ti - Destinados a amar - Hielo en su corazón E-Book

Amanda Browning

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Beschreibung

Seis años sin ti Amanda Browning Lucas Antonetti se puso furioso cuando Sofie lo abandonó poco después de la luna de miel, pero consiguió localizarla seis años después. Lucas no sabía el desgarrador motivo por el que Sofie lo había abandonado y no tardaría en descubrir su otro secreto… Pero, al saber que tenía un hijo, su deseo de venganza no haría más que aumentar. Destinados a amar Cathy Williams Charlotte Chandler se entregó en cuerpo y alma a su guapo amante, pero sus sueños se hicieron pedazos cuando descubrió la verdad… el italiano que la había seducido era el despiadado magnate Riccardo di Napoli. Para entonces, el daño ya estaba hecho… Riccardo no había podido perdonar a aquella inglesita y no comprendía por qué desconfiaba de él. Hielo en su corazón Susanne James Cuando Jed Hunter se hizo con la empresa para la que trabajaba y le ofreció el puesto de ayudante, Cryssie tuvo que aceptarlo. Tenía una hermana enferma y un sobrino a los que mantener. Pero resultó que trabajar con Jed era algo increíble, especialmente cuando empezó a adivinar lo que se escondía bajo su dura fachada. Fue entonces cuando Jed le soltó la bomba: tenía que casarse con él por cuestiones prácticas.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 387 - 20.11.18

 

© 2007 Amanda Browning

Seis años sin ti

Título original: The Millionaire’s Marriage Revenge

 

© 2007 Cathy Williams

Destinados a amar

Título original: The Italian Billionaire’s Secret Love-Child

 

© 2007 Susanne James

Hielo en su corazón

Título original: Jed Hunter’s Reluctant Bride

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-980-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Seis años sin ti

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Destinados a amar

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Hielo en su corazón

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

SOFIE Antonetti se estremeció y suspiró de felicidad, ajena totalmente al hecho de que ese día su vida empezaría a cambiar para siempre, y aspiró con placer aquel delicioso y familiar aroma.

–¡Mmm, café! –esbozó una sonrisa sensual al tiempo que abría los ojos para contemplar los fascinantes ojos azules de su esposo–. Sabía que me había casado contigo por una buena razón; y es que preparas un café riquísimo –dijo para burlarse de él.

Lucas sonrió.

–¿Sólo hago bien el café? –le preguntó con una mirada provocativa.

Sofie suspiró con satisfacción y le acarició con ternura el pecho desnudo. Hacer el amor con él era la experiencia más deliciosa de su vida.

–De acuerdo, también haces el amor muy bien –esbozó una sonrisa coqueta, resistiéndose cuando él fue a inclinarse sobre ella–. Pero ahora lo que quiero es un café.

Lucas se retiró riéndose, y Sofie se sentó y se cubrió pudorosamente con la sábana.

–Sofie, sé lo que hay debajo de la sábana –comentó Lucas mientras le pasaba la taza de café.

Ella alzó la mirada por encima del borde de la taza con gesto coqueto.

–Lo sé, pero quitarle el envoltorio al paquete es parte de la diversión.

–Muy cierto –respondió él.

Lucas, que sólo llevaba una toalla enrollada a las caderas, se puso de pie y fue a por una caja grande que había en el tocador.

–¿Qué es eso? –preguntó Sofie con curiosidad, preguntándose si sería un regalo tardío.

Cuando habían vuelto de la luna de miel en las Seychelles, donde habían estado un mes, había pasado varios días abriendo regalos; pero parecía que todavía les llegaban algunos.

Lucas dejó la taza sobre una mesa y se acomodó en la cama.

–Son las fotos de boda que nos hizo Jack –dijo él.

Inmediatamente Sofie dejó la taza en la mesilla y le quitó la caja de las manos. Hacía mucho que tenían las fotos de boda oficiales; pero Jack, que era fotógrafo como Sofie, les había hecho su propio álbum, advirtiéndoles que no iba a ser nada tradicional.

–Déjame. ¡Me muero por verlas! –exclamó mientras rompía el envoltorio y destapaba la caja rápidamente.

Había un álbum de cuero blanco envuelto en papel de seda. Sofie lo abrió y enseguida entendió lo que había hecho su colega. Su ojo de fotógrafa le reveló inmediatamente que Jack había hecho un trabajo espléndido; pero según iban pasando las páginas, Sofie se olvidó de la composición y empezó a revivir aquellos momentos tan especiales. Había sido un día perfecto en el que había lucido el sol en un cielo sin nubes. Todo el mundo se había sentido feliz, pero nadie más feliz que Lucas y ella. Como todos los hombres, Lucas había ido de chaqué; al verlo otra vez allí en la foto a Sofie le estallaba el corazón de tanto sentimiento.

No hacía mucho que se habían conocido, sólo unos meses antes, cuando los dos estaban de vacaciones en Bali. Desde el principio se habían dado cuenta de que estaban hechos el uno para el otro, pero sólo les había dado tiempo a tener un brevísimo romance antes de que ella tuviera que regresar a casa. Lo que Sofie no sabía entonces era que Lucas estaba empeñado en volver a verla, y a su regreso a Londres lo había arreglado todo para que ella hiciera las fotos oficiales del nuevo cuartel general de Antonetti Corporation en la capital británica. El padre de Lucas era el dueño de la empresa, y Lucas el director general.

Pero Sofie no había tenido idea de nada de eso el primer día que se había presentado allí. Cuando Lucas había entrado en el despacho donde esperaba ella, Sofie se había quedado tan sorprendida que se había tropezado con una esquina de la alfombra, y de no haberla sujetado él se habría caído de bruces. Sofie se había enamorado en ese instante de Lucas, y tan fuerte había sido el sentimiento que desde entonces era consciente de que jamás tendría cura. Haciendo gala de tener muy buenos reflejos, Lucas la había agarrado con sus fuertes brazos, con una sonrisa complacida en los labios; pero al mirarla a los ojos se había puesto muy serio de repente.

–No quería decírtelo ahora, pero no puedo esperar más. Te amo –le había declarado él con voz emocionada.

–Yo también –le había susurrado ella, tan feliz que había sentido como si el corazón tuviera alas.

Entonces él la había besado, y a Sofie aquello le había parecido lo mejor del mundo. El beso de Lucas no había sido apasionado, pero le había vuelto el mundo totalmente del revés. Desde entonces había sentido algo indescriptible cada vez que lo miraba.

El breve romance había terminado en una boda por todo lo alto, más allá de lo que Sofie habría soñado; porque el deseo de los dos había sido que todos estuvieran allí para compartir su felicidad. Había corrido el champán, se habían tomado cientos de fotos y habían bailado toda la noche. Al día siguiente habían tomado un avión rumbo a las Seychelles, donde habían pasado cuatro semanas perfectas, antes de volver hacía un par de semanas al mundo real.

Las fotografías le hicieron recordar todo aquello que había culminado en el día de su boda, el más maravilloso de todos.

–¡Ay, mira mi tía con ese sombrero tan feo! –exclamó Lucas con una mueca de pesar.

Sofie se fijó en la foto de grupo a la que se refería su esposo. Jack la había hecho en el amplio jardín que rodeaba la iglesia.

–No sabía que hubiéramos invitado a tanta gente, pero aquí están… Por cierto, ¿quién es éste? No es uno de mis invitados, así que tiene que ser de los tuyos –le preguntó Lucas momentos después.

Sofie frunció el ceño.

–¿Dónde? –Sofie trató de localizar a la persona a la que se refería Lucas en aquel mar de caras.

–Ahí –Lucas señaló la figura de un hombre que estaba de pie al final de una de las filas de atrás.

Cuando Sofie se fijó en la persona que le señalaba su marido se quedó sin respiración del susto. ¡No! ¡Dios, no! La desolación que sintió al reconocer a ese hombre aniquiló toda su alegría en unos segundos. ¿Qué hacía él allí? ¿Y cómo era posible que ella no se hubiera dado cuenta?

–¿No lo conoces? –le preguntó Lucas, que estaba a su lado.

Sofie dio un respingo, porque no se acordaba de que Lucas estaba allí con ella de tan ensimismada y horrorizada que se había quedado. Volvía a sentir el miedo de antaño, pero trató de serenarse para que su marido no le notara nada raro.

–No, no lo conozco. Debe de ser uno de los maridos o de los novios que no llegaron a presentarnos –respondió razonablemente.

Pero no se sentía normal. Su nerviosismo y la angustia aumentaban por momentos, a pasos agigantados, y Sofie sabía que pronto se sentiría muy trastornada. Y no quería que Lucas se diera cuenta y empezara a preguntarle.

–¡Madre mía, mira qué hora es! –se volvió violentamente hacia el despertador de la mesilla–. ¡Llegaremos tarde si no nos damos prisa! –retiró la sábana y saltó de la cama–. Tú tienes una reunión con… como se llame; ya sabes a quién me refiero. Así que será mejor que utilices tú este cuarto de baño, y yo mientras me ducho en el del pasillo.

Sofie no le dio tiempo para discutir, sino que sacó algo de ropa y salió apresuradamente del cuarto. Cuando por fin se metió en el baño, cerró el pestillo de golpe, tiró la ropa al suelo y se apoyó contra la puerta mientras inconscientemente se deslizaba hasta el suelo. Agachó la cabeza entre las rodillas y se abrazó con fuerza la cintura.

¿Por qué ahora? Hacía ya unos años que no veía a aquel hombre; tantos que había creído que se había librado de él. Pero la foto demostraba lo equivocada que estaba. Sofie rompió a llorar desconsoladamente mientras se balanceaba adelante y atrás. Sintió ganas de vomitar sólo de pensar que él había estado en la iglesia, esperando y observándolos; y que después se había colocado en una de las filas para hacerse una foto de grupo, como si él tuviera derecho a estar allí, y sabiendo que ella lo vería y que se daría cuenta de que seguía por allí.

Se puso de pie justo a tiempo para abrir la tapa del retrete. Después de arrojar el café que se había tomado, se limpió la cara con un pañuelo de papel y se apoyó con debilidad contra la pared de azulejos. Menos mal que había dejado de temblar un poco.

Sin embargo, le dolía el corazón. Se había atrevido a ser feliz, a dejar atrás el pasado y a mirar hacia delante. ¿Pero de qué le había servido? Nada había cambiado. Gary Benson seguía allí. ¡Y pensar que le había parecido dulce y amable durante un tiempo!

Lo conoció cuando tenía diecinueve años, y los dos estudiaban fotografía en la misma facultad. Al principio Gary le había parecido una persona normal, pero pasado un tiempo se había dado cuenta de que no tenía nada de normal. Porque Gary era un enfermo que tenía fijación por ella. Después de salir con él un par de veces, ella había cortado al ver que él empezaba a agobiarla con sentimientos que ella no compartía. Gary no había aceptado un no por respuesta, y o bien la llamaba a cualquier hora del día o de la noche, o se presentaba en su casa y se quedaba allí plantado en la calle, esperando hasta que saliera ella y le dijera que se marchara.

Cuando un día Gary había dejado de llamarla por teléfono, Sofie había creído que por fin se había enterado bien de todo. Sin embargo, él había empezado a seguirla. Su familia había llamado a la policía, y el juez le había puesto a Gary una orden de alejamiento; pero eso no le había impedido que continuara acechándola. Gary solía desaparecer antes de que lo pillaran, y aparecía repentinamente en otro sitio y otro día.

Después de dos años de pesadilla, Gary parecía haber desaparecido de la faz de la tierra. Sofie jamás había sabido la razón, y con el tiempo había llegado a pensar que tal vez se había cansado de ella y se había fijado en otra pobre mujer. Pero estaba agradecida de que su vida hubiera vuelto a la normalidad.

Salvo que la normalidad ya no era la normalidad que había sido anteriormente: había dejado de confiar en los hombres por miedo a que se convirtieran en otro Gary Benson; se había vuelto reservada y cauta, y había tardado mucho tiempo en dejar de volver la cabeza para ver si él la seguía cuando iba por la calle.

El tiempo y la aparición de Lucas en su vida le habían curado de sus miedos; y con él había recuperado finalmente la confianza en sí misma. De Gary Benson se había olvidado del todo hasta que lo había visto en esa foto que les había hecho Jack. Parecía que Gary sólo la había dejado en paz temporalmente, que no se había olvidado de ella y que evidentemente seguía pensando que era suya.

Sofie nunca había sentido una rabia como la que sentía. ¿Cómo se atrevía a pensar que podía volver a molestarla? ¡No se lo permitiría! Se lo contaría a la policía, que si anteriormente no había podido detenerlo, bien podría hacerlo esa vez. Lo malo era que el único delito de Gary Benson era haberse colocado para una foto, en un lugar donde nadie lo había invitado. Eso no se podía llamar persecución.

¿Qué hacer? El instinto le decía que se lo contara a Lucas; pero él tenía tantas cosas en la cabeza en ese momento con la fusión de las empresas, que Sofie se dijo que no quería molestarlo. Podría esperar unos días para contárselo a su marido. Lucas era un hombre honorable y honrado, todo lo contrario a Gary Benson; y Sofie siempre se había sentido segura con él.

Sí, haría eso; aunque tenía miedo y le quedaba la duda de que Benson pudiera estar por allí vigilándola. Sofie pensó que estaría ganando tiempo. La fotografía era un aviso. Benson aparecería y llamaría a su puerta cuando estuviera listo. Menos mal que ella ya no era la joven indefensa de antes. Ahora tenía a un hombre fuerte para protegerla.

En ese mismo momento Lucas llamó a la puerta del cuarto de baño. Sofie se puso de pie de un salto y se echó la mano al cuello.

–Casi estoy lista –mintió mientras se quitaba el albornoz para meterse en la ducha–. Ponme una tostada, por favor.

Sabía que no podría dar ni un bocado, pero también que tenía que comportarse con normalidad; al menos durante un rato, hasta que volviera a estar sola. Después de lavarse y vestirse en un tiempo récord, Sofie bajó a la cocina, donde Lucas estaba sentado a la mesa tomándose un cuenco de cereales. Le dio un vuelco el corazón al mirarlo… ¡Lo amaba tanto!

Lucas levantó la vista y frunció el ceño ligeramente al percibir su atención.

–¿Qué ocurre, cara?

Ella sonrió para disimular sus preocupaciones mientras negaba con la cabeza.

–Nada, sólo estaba pensando lo mucho que te quiero –respondió ella.

Inmediatamente, él le tendió la mano con cariño.

–Ven aquí a decírmelo.

Ella se acercó a él y se dejó sentar sobre sus rodillas. Se pasó la mano por el pelo y lo miró a los ojos con sentimiento.

–Te amo, Lucas. Nunca dejaré de quererte.

Él sonrió.

–Me alegra tanto que sientas eso; porque es lo mismo que siento yo. Ya no me imagino la vida sin ti. Te lo demostraría ahora mismo si no tuviera esa reunión dentro de una hora.

Cuánto deseaba Sofie poder volver a la cama con él y olvidarse del mundo; pero no era posible. De modo que ladeó la cabeza con coquetería y sonrió también.

–Bueno, podrías darme un pequeño adelanto, ¿no?

Él se echó a reír y se cambió de postura, de modo que ella quedó tumbada sobre su brazo.

–Ah, sí, desde luego –susurró en tono sensual antes de besarla en la boca.

El beso fue de ésos que subían la temperatura y le dejaban a uno sin respiración en unos segundos. Lucas levantó la cabeza, sabiendo que los dos se quedaban con ganas de más.

–Menuda idea hemos tenido los dos; luego seguimos donde lo hemos dejado –dijo Lucas en el mismo tono ronco.

Sofie gimió con frustración mientras abandonaba sus brazos y se ponía de pie.

–Va a ser un día muy largo.

Él le sonrió con picardía y se levantó también.

–Sí, pero piensa en esta noche –le dijo mientras retiraba la chaqueta del respaldo de la silla para ponérsela–. Tengo que marcharme, cara. Piensa que yo voy a estar trabajando mientras tú te diviertes haciendo fotos.

Sofie se dijo que eso era lo que hacía cada día; pues él nunca estaba lejos de su pensamiento.

Lo acompañó hasta la puerta de la casa de Hampstead donde vivían, y como cada mañana ella agitó la mano mientras él salía con el coche.

Cuando Sofie se dio la vuelta para entrar en casa, le llamó la atención un movimiento en la acera de enfrente, y se volvió a mirar. Se quedó helada al reconocer al hombre que estaba a la sombra de un árbol frondoso; y tampoco fue capaz de moverse al ver que cruzaba la calle hacia donde estaba ella. Aunque él era la última persona del mundo con la que le apetecía hablar, tenía que enfrentarse a él de una buena vez y saber por qué había vuelto. Así que bajó las escaleras del porche, se acercó a la verja y se cruzó de brazos como para rechazar su presencia.

Gary Benson se paró al otro lado de la valla. Era un hombre anodino, venido a menos.

–Hola, Sofie –la saludó Gary como si se hubieran visto hacía días en lugar de años.

Ella lo miró con frialdad.

–¿Qué es lo que quieres, Gary? –le preguntó Sofie sin previo aviso.

Pero su frialdad, como siempre, quedó ignorada.

–A ti. Sólo a ti, Sofie.

Sabía por experiencia que no conseguiría nada enfadándose con él, de modo que trató de mantener la calma.

–No puedes tenerme. Ahora hay alguien responsable de mí, ¿recuerdas?

La indirecta le hizo reír.

–Entonces me has visto en la foto. Cuánto me alegro. La verdad es que estabas preciosa de blanco.

Sofie resopló de rabia.

–No tenías derecho a estar allí. Era una boda privada.

Gary hizo lo que hacía siempre e ignoró lo que no tenía ganas de escuchar.

–¿Cómo pudiste casarte con él? ¡Me perteneces! ¡Tú me amas!

Ella negó con la cabeza mientras con el corazón en un puño se veía obligada a escuchar las mismas palabras que había escuchado años atrás.

–No, no te amo. Quiero a mi esposo, no a ti.

–Tú crees que lo quieres, pero cuando él se vaya te darás cuenta de que has cometido un error. Todo irá mejor después. Ya lo verás –le informó con complacencia.

Sus palabras no tenían sentido para Sofie.

–Él no se va a marchar a ningún sitio. Eres tú quien se va a ir. Márchate y aléjate –le ordenó en el tono más firme que le fue posible.

Gary se limitó a sonreír.

–Sabes muy bien que no lo dices en serio, Sofie.

Sofie pensó que no había manera de convencerlo.

–Lo digo muy en serio –respondió ella cada vez más frustrada–. Si no dejas de molestarme, voy a llamar a la policía.

Él sonrió con la confianza suprema de una mente enferma.

–No podrán hacer nada; porque yo no he hecho nada. Sabes que nunca te haría daño; te adoro. Sólo quiero que estemos juntos.

Ella se echó a reír en su cara.

–¡No lo dirás en serio! –se burló.

Tal vez ésa fuera la primera vez que lo veía enfadado.

–No te rías de mí, Sofie. ¡No me gusta que la gente se ría de mí! –le reprochó.

Acto seguido, Gary se dio la vuelta y se alejó pisando el suelo con fuerza, muy enfadado.

Sofie lo observó bajar por la calle y dar la vuelta a la esquina. Estaba que echaba humo. Pero Sofie se alegraba porque de algún modo había conseguido traspasar sus férreas defensas y había logrado hacerle daño. Una semilla de esperanza empezó a brotar en su interior al pensar que a lo mejor esa vez había ganado de verdad. Subió corriendo las escaleras de su casa con una sonrisa en los labios, mucho más aliviada de lo que se había sentido un rato antes.

 

 

Esa noche Sofie le preparó a Lucas uno de sus platos favoritos, ya que sería la última noche que pasaban juntos durante por lo menos una semana. Él tenía que ausentarse por un viaje de negocios, y ella quería hacer que esa noche fuera especial. Mientras la cena se cocinaba en el horno, subió a la segunda planta de la casa para darse un baño relajante que le dejó la piel suave y delicadamente perfumada. Entonces se puso unos pantalones de raso color crema y un top de seda. Miró el reloj y decidió bajar al salón a preparar un cóctel para tomarlo antes de cenar.

Cuando quince minutos después Sofie oyó la llave en la cerradura de la puerta, empezó a temblar de emoción, y con una copa en cada mano salió a recibirlo al vestíbulo.

–Hola –lo saludó en tono sexy.

Dejó los vasos en una mesa y se abrazó a él con fuerza para aspirar el olor de su cuerpo y recordarlo los días que estuviera fuera.

–Hola, cariño –respondió Lucas mientras dejaba el maletín en el suelo y la estrechaba entre sus fuertes brazos–. ¿Y esto por qué? ¿Qué pasa?

Sofie echó la cabeza hacia atrás para mirarlo.

–Te echaba de menos, eso es todo –le dijo ella mientras cerraba los ojos y empezaba a besarlo provocativamente en el cuello.

–Ah… Yo también te he echado de menos, cara –le susurró él mientras ladeaba la cabeza para besarla en los labios.

Sabiendo que era la primera vez que iban a separarse desde que se habían casado, Sofie no pudo contenerse. Lo besó con todo el amor que sentía por él y encendió la pasión que nunca estaba lejos. Si Lucas se sorprendió, no le duró mucho; porque enseguida se dejó llevar con el mismo amor que sentía por ella.

Cuando se separaron un momento después, ninguno de los dos tenía interés en comer.

–No sé tú, pero yo en este momento no tengo ningún apetito –susurró Lucas en tono sensual.

Sofie le acarició los labios.

–Pensé que tendrías hambre. Tengo una fuente en el horno –le dijo mientras lo miraba con sensualidad.

Él sonrió también, pero fue incapaz de disimular el ardor de su mirada.

–Tengo hambre… pero de ti. Vayámonos a la cama –le sugirió.

Y antes de darle la oportunidad de decir nada más, la levantó en brazos y subieron al dormitorio.

Una vez allí se desnudaron con una urgencia alimentada por un deseo ardiente y se tiraron en la cama. Como los dos sabían que esa noche iba a tener que durarles hasta que volviera Lucas, las caricias y los besos de Sofie fueron aún más apasionados. Quería demostrarle sin palabras cuánto lo amaba, y el resultado fue espléndido. Con la sensibilidad a flor de piel, en el dormitorio sólo se oían sus suspiros y jadeos de placer.

En ese momento no existía nada más en el mundo salvo ellos dos, enredados en el abrazo de sus cuerpos calientes y sudorosos. Sus alientos ardientes se mezclaban mientras subía la temperatura de los besos, cada vez más eróticos, y un deseo intenso dominaba todos sus movimientos. El apetito era demasiado intenso como para que durara mucho tiempo. Y guiados por una necesidad profunda, sus cuerpos se unieron, encajando a la perfección, y empezaron a moverse como un solo ser hacia el momento de liberación más deseado. Llegó con una explosión de sensaciones que los trasportaron entre gemidos de placer a un espacio sólo conocido por los amantes.

Bastante rato después, cuando el pulso volvió a ser normal, regresaron de nuevo a la realidad. Sofie se volvió hacia Lucas sin separarse de él y lo abrazó con fuerza, sabiendo que esa semana se le iba a hacer eterna.

Sintiéndose de pronto triste, se acurrucó junto a él y cerró los ojos.

–Ojalá no tuvieras que marcharte –suspiró ella.

Él le dio un beso en la cabeza.

–Yo también preferiría quedarme, pero sólo será una semana. Se pasará enseguida, amore. Después de eso, tenemos toda la vida por delante.

Sus palabras la consolaron como ninguna otra cosa.

–Mmm… toda una vida por delante… –murmuró ella, bostezando.

Una semana no era nada, se dijo Sofie; sólo eran tonterías suyas.

Su intención no había sido quedarse dormida, pero después de hacer el amor y de un día tan ajetreado, cayó rendida. Momentos después, Lucas siguió su ejemplo.

 

 

El fotógrafo para quien Sofie trabajaba tenía muchos encargos, con lo cual estuvo muy ocupada los dos días siguientes a la marcha de Lucas. Sofie echaba muchísimo de menos a Lucas, y cada noche esperaba con ilusión sus llamadas. El sonido de su voz le hacía sentirse menos sola, aunque no pudiera llenar el espacio vacío que por las noches había en su cama.

Llegado el miércoles, Sofie se sintió más animada, diciéndose que sólo quedaban un par de días para que Lucas volviera a casa. Pero cuando habló con él esa noche, su alegría desapareció.

–Lo siento, cara, pero voy a tener que quedarme unos días más. Las cosas no van como las habíamos planeado –le dijo Lucas.

A Sofie se le fue el alma a los pies.

–¡Ay, no, Lucas! –exclamó ella con los ojos llenos de lágrimas.

–Lo sé, lo sé –repitió él en tono tranquilizador–. No puedo evitarlo, cariño. He trabajado demasiado en esto como para echarlo a perder ahora. Lo entiendes, ¿verdad?

Ella lo entendía; pero no por eso se sentía mejor.

–Sí, lo entiendo –le respondió Sofie apenada–. ¿Qué ocurre? –le preguntó ella con desconfianza al oír una risa de mujer.

–Ah, hay gente por aquí haciendo el tonto; estamos haciendo un descanso y yo estoy al lado de la piscina. Mira, amore, no tengo mucho tiempo. Sólo recuerda que te quiero y que estaré en casa lo antes posible. ¿De acuerdo?

–De acuerdo, Lucas. Yo también te quiero –respondió ella, intentando fingir un poco.

Pero cuando colgó el teléfono tenía el corazón encogido. Unos días más le parecían una pena de cárcel; aunque sabía que bien poco podía hacerse al respecto. Sólo le quedaba aguantarse.

Durmió mal esa noche y consecuentemente se levantó tarde al día siguiente. Como tenía una sesión fotográfica en casa de un cliente, sacó el correo del buzón cuando salía de casa y se lo guardó en el bolso. Varias horas más tarde, cuando se sentó en un banco de un parque cercano para tomarse un sándwich tranquilamente, Sofie pudo leer el correo.

Había varios sobres de facturas y otros de publicidad; pero le llamó la atención un sobre marrón más grande que los demás, con su nombre y su dirección a máquina. Muerta de curiosidad, Sofie abrió el sobre y metió la mano dentro para ver qué contenía. Estaban bocabajo, pero quedaba claro que eran fotos. Preguntándose quién podría habérselas enviado, y pensando que serían más fotos de la boda que algún familiar había decidido pasarle, Sofie les dio la vuelta sin sospechar nada.

En la primera había una nota pegada que decía: ¿Sabes lo que hace tu marido cuando está fuera? Échales un vistazo a estas fotos.

Con el estómago encogido y algo temblorosa, Sofie retiró la nota, revelando la primera foto. La imagen la golpeó como un mazazo: era una foto de Lucas abrazado a una mujer que ella no había visto jamás; y los dos reían y se miraban como si…

–¡No! –gritó Sofie sin darse cuenta siquiera.

Cuando pasó a la foto siguiente el dolor fue aún peor, puesto que en esa imagen Lucas y la mujer estaban besándose apasionadamente.

Sin darse cuenta Sofie negó con la cabeza, aturdida, negando lo que tenía delante. En todas las fotos la mujer era la misma, aunque las habían tomado en distintos lugares. Fuera como fuera, cualquiera que viera las fotos se daría cuenta de que los protagonistas estaban viviendo un romance apasionado. Cerró los ojos para no verlos, pero en su mente no dejaban de repetirse las imágenes que ya se le habían quedado grabadas.

Aunque tenía ganas de vomitar, Sofie trató de mantener la calma. Aquello no podía ser verdad. ¡Era imposible que Lucas tuviera un affaire! Sin embargo, tenía las pruebas en la mano. ¿Pero de dónde habían salido? ¿Y quién se las habría mandado? Miró el sobre, pero aparte de la nota no había nada dentro, ni tampoco remitente. Alguien había querido que ella supiera la verdad, pero deseaba permanecer en el anonimato.

Sofie se quedó pensativa, diciéndose que la persona que se las hubiera enviado no tenía por qué ser amiga. A pesar de las pruebas, se preguntó si todo aquello sería verdad; si no habría alguna explicación verosímil. Ese frágil marco de confianza que había construido desde que había conocido a Lucas quería hacerle creer que había una respuesta, y la única manera de saberlo era preguntándoselo.

Lucas no le mentiría. Confiaba en él, y la confianza lo era todo. Sacó el móvil de su bolso y lo abrió… ¡Ah, se había olvidado de cargar la batería! Se guardó el móvil en el bolso y corrió a buscar un teléfono público.

Sabía que por el cambio horario Lucas estaría durmiendo en ese momento, pero no le importó y marcó el número del hotel donde se hospedaba. Tuvo que esperar un rato hasta que pasaron la llamada a su habitación, pero finalmente contestaron. Sofie aspiró hondo para hablar.

–¿Diga? Será mejor que sea importante –dijo una voz de mujer.

A Sofie se le paró el corazón y frunció el ceño.

–Lo siento. Tenían que ponerme con la habitación de Lucas Antonetti. Debe de haber habido un error… –empezó a disculparse.

–No ha habido ningún error, cariño. Ésta es la habitación de Lucas. Espera un momento, que te lo paso.

Sorprendidísima, Sofie se quedó paralizada mientras le llegaban ruidos al otro lado de la línea.

–Eh, Lucas, tío macizo, sal de la cama. ¡Te llaman por teléfono!

Sofie gimió con incredulidad al tiempo que todo empezaba a desmoronarse a su alrededor. No le hacía falta oír nada más, así que colgó y salió de la cabina totalmente desolada. Lo único que podía pensar en ese momento era que las fotos no habían mentido; que todo era cierto. ¡Horriblemente cierto!

Miró a su alrededor y sintió que todo le parecía extraño. Sólo quería marcharse a casa, a ver si se le pasaba un poco el disgusto. Paró un taxi que pasaba por allí, se sentó en el asiento de atrás y apoyó la cabeza entre las manos. ¿Cómo podía Lucas hacerle eso? ¡Había confiado en él! Había echado mano de todo el coraje que poseía para depositar su confianza en él y su fe en un futuro juntos; pero todo había quedado borrado de un plumazo.

Santo Dios, le pareció que estaba reviviendo lo que le había pasado con Gary Benson. Ese hombre le había amargado la vida; y de pronto era Lucas quien la traicionaba. ¡No podría soportarlo!

Entró en su casa, que ya no le parecía su casa sino un lugar de engaño y traición, y se dijo que ya no podría pasar ni una noche más allí. Cuando miró hacia el salón donde había pasado tantas horas felices junto a Lucas, supo que iba a dejar a su marido. Aunque lo amaba muchísimo, ya no confiaba en él. Si se quedaba, jamás confiaría en nada de lo que él le dijera o hiciera, y eso la destruiría; por eso tenía que marcharse.

Y no sólo marcharse, sino desaparecer de la faz de la tierra para no volver a verlo. Si no se marchaba, el amor que sentía por él podría terminar minando sus defensas; o tal vez sintiera la tentación de quedarse para tratar de vivir con las dudas. No. Debía marcharse y no volver la vista atrás. Sólo de pensarlo se le encogía el corazón; pero también sabía que tenía que ser fuerte. Más tarde, cuando todo hubiera pasado, cuando estuviera lejos de allí, podría derrumbarse.

Fue la fuerza de su propósito la que la animó a descolgar el teléfono y llamar a sus padres. No podía marcharse sin explicarles por qué lo hacía. Tras unos cuantos tonos, su madre contestó la llamada.

–Hola, mamá… Quería deciros que no os preocupéis si no sabéis nada de mí durante un tiempo –dijo Sofie con voz trémula mientras hacía un esfuerzo enorme para no echarse a llorar.

Su madre sintió inmediatamente que algo iba mal.

–¿Por qué? ¿Qué ocurre, Sofie? ¿Qué ha pasado?

Sofie aspiró hondo.

–Voy a dejar a Lucas, mamá –declaró con tirantez.

–¿Que vas a dejar a Lucas? –dijo su madre con incredulidad–. Pero… ¿por qué? ¿Qué ha pasado, hija? Pensaba que eras tan feliz…

Su madre parecía tan disgustada como ella.

–Ahora no puedo explicártelo, mamá. Sólo quiero que sepas que tengo que hacer esto que voy a hacer. No puedo… –se le quebró la voz y se mordió el labio inferior con fuerza–. No sé cuándo volveré a veros, pero os escribiré.

–Sofie, por favor, no te precipites. Ven a hablar con nosotros; a lo mejor podríamos ayudarte.

Sofie se aguantó las lágrimas.

–Nadie puede ayudarme. Lo siento, mamá. Os quiero a los dos. No os preocupéis por mí. Adiós –susurró con un hilo de voz antes de colgar, sin darle a su madre la oportunidad de decir nada más.

Al instante el teléfono empezó a sonar otra vez, pero ella lo ignoró. Subió al dormitorio, sacó dos maletas enormes del vestidor y guardó todo lo que quería llevarse. Las bajó al vestíbulo y fue a la mesa del salón a escribir la carta más dura que había tenido que escribir en su vida. En la carta le decía a Lucas que se marchaba y que no perdiera el tiempo buscándola, porque no iba a volver. Luego metió la nota en un sobre, escribió el nombre de Lucas y lo dejó apoyado sobre el reloj de la repisa.

Finalmente llamó a un taxi, y mientras el conductor guardaba el equipaje en el maletero, cerró la puerta y echó las llaves en el buzón. Cuando bajaba las escaleras de su casa, sintió que se alejaba de todos sus sueños e ilusiones.

–¿Sabe de qué estación salen los trenes para el norte? –le preguntó al taxista.

–Depende de la parte del norte que te interese, guapa –le dijo el hombre.

–Lléveme a la más cercana –le dijo ella antes de recostarse y cerrar los ojos.

Todo había terminado. Había hecho lo que tenía que hacer. Sólo le quedaba encontrar el modo de vivir el resto de su vida sin Lucas.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

BUENO, me alegro de no tener que decirle eso! –exclamó Sofie riéndose mientras se daba la vuelta para retirar una copa de champán de la bandeja de un camarero que pasaba a su lado.

Todo iba como la seda, tal y como ella lo había planeado. Cuando su jefe le había propuesto la idea de hacer un concurso de fotografía, ella había accedido con entusiasmo, aunque nunca había imaginado que tendría que organizarlo y dirigirlo. Pero como a ella le gustaba mucho superarse, no le había vuelto la espalda al proyecto. Tener que ser la anfitriona de la ceremonia de entrega de premios y que repartirlos no era lo que había deseado, ya que no le gustaba en absoluto llamar la atención. Aquélla sólo era una competición local y era imposible que la noticia apareciera en algún periódico que no fuera local.

Su vida no había sido nada fácil durante esos últimos años. Había economizado y escatimado, y había conseguido mantenerse a flote haciendo cualquier trabajo que se le presentaba. Al final, sin embargo, las circunstancias la habían obligado a pedir ayuda con un nombre distinto, y poco a poco su vida había ido mejorando. En ese momento tenía un trabajo fijo y vivía en una pequeña casa baja de alquiler. Aunque no había visto a nadie de su vida pasada, no podía evitar volver la cabeza cuando iba por la calle. Había llegado tan al norte como le había sido posible sin abandonar el país. Como había pagado todo en metálico, no había dejado ningún papel ni rastro alguno a su paso. Sofie Antonetti había desaparecido de la faz de la tierra seis años atrás, y su nombre actual era el de Sofie Talbot, fotógrafa adjunta y persona muy reservada. Si se sentía sola, jamás lo demostraba; y si estaba triste, sólo su almohada lo sabía.

Con un suspiro de satisfacción paseó la mirada por el salón para comprobar que todo estaba bien. Inconscientemente desvió la mirada del grupo de personas con quienes charlaba y se fijó en las puertas del salón que tenía justo enfrente a tiempo de ver a un hombre alto que en ese momento accedía a la sala y miraba alrededor con interés. Al verlo, Sofie sintió una mezcla de pánico y asombro que la desgarró por dentro con la fuerza destructora de un terremoto… Porque aquél no era cualquier hombre, sino alguien a quien ella reconocería entre un millón. Alguien a quien ella llevaba siempre en su corazón.

Lucas la había encontrado.

Durante unos segundos, Sofie no fue capaz de mover un músculo. Llevaba tanto tiempo temiendo y a la vez deseando que llegara ese día, que de momento no supo cómo reaccionar. Verlo de nuevo la llenaba de alegría, tras haber estado convencida de que jamás volvería a ver su amado rostro de no ser en sueños.

Superado el primer momento de asombro, Sofie sintió una opresión en el pecho y se le llenaron los ojos de lágrimas de la emoción contenida. Como él aún no la había visto, Sofie se aprovechó de ello.

A través de las lágrimas lo devoró con la mirada con la avidez de alguien que hubiera vagado sin alimento por una tierra baldía y que de pronto encontraba algo que llevarse a la boca. En el pasado había amado a ese hombre más allá de la razón y de la duda casi desde su primer encuentro. Él siempre había poseído algo que había despertado sus sentidos como nadie más lo había hecho; porque con ninguno había sentido lo que con Lucas.

En ese momento sintió esa energía especial que sólo sentía cuando lo miraba. Lucas apenas había cambiado. Su cabello seguía siendo del mismo negro azulado que ella recordaba, aunque tendría ya treinta y seis años. Con uno de los trajes de diseño italiano que siempre le habían gustado, una copa de champán en una mano y la otra en el bolsillo del pantalón, Lucas era el típico hombre confiado y seguro de sí mismo. Poseía un aire de savoir faire que siempre le había parecido tremendamente atractivo.

¿Resultaba acaso asombroso que se hubiera enamorado locamente de él, y que se hubiera casado con él tras un breve y apasionado romance? Volvería a hacerlo otra vez sin dudarlo un segundo; salvo que tenía un enorme problema. Aunque todavía lo amaba, y siempre lo amaría, sabía de corazón que él ya no sentía lo mismo por ella.

Ese pensamiento la devolvió al presente, al hecho de que estaba allí mirando a un hombre que nunca se alegraría tanto de verla a ella como ella de verlo a él. Asustada, Sofie se dio la vuelta rápidamente con la esperanza de que él no la hubiera visto aún. ¿Por qué se había quedado mirándolo embobada? Aquél no era el final feliz, sino el principio de lo que podía convertirse en otra pesadilla.

La mera idea le revolvió el estómago, y Sofie dio un sorbo de champán para calmar sus nervios. Se dijo que debía pensar, que debía ser lógica. El que ella llevara seis años escondiéndose de él no quería decir que él hubiera estado buscándola. Seguramente aquélla sería una mera coincidencia, ya que Sofie ni siquiera utilizaba el apellido por el que él la conocía. Se dijo que probablemente estaría allí por algo relacionado con el trabajo, y a lo mejor incluso se hospedaba en aquel hotel y se había asomado al salón a ver la ceremonia por mera curiosidad.

Sofie se dijo que ésa sería la explicación más lógica. Sin embargo, esperaba que él se diera media vuelta y saliera del salón antes de que pasara media hora. Si se quedaba allí hasta las nueve la vería, ya que ésa era la hora designada para presentar los premios para los ganadores del concurso de fotografía, una tarea con la que había estado muy ilusionada.

La fotografía era una de sus alegrías, y poder volver a dedicarse a su profesión, aunque fuera de un modo tan sencillo, había sido muy importante a la hora de darle sentido a su existencia y llenarla de propósito. Allí, ella se había sentido bien, feliz; sin embargo esa felicidad peligraría si Lucas no se marchaba enseguida. Si él la viera, se produciría una confrontación inevitable, que era lo que Sofie más temía. Aunque había dejado a Lucas por una buena razón, sabía el dolor y la rabia que habría sentido su marido al ver que ella había desaparecido sin dejar rastro. Además de eso, había otras cosas que ella nunca le había dicho, y entre ellas una muy importante que la condenaría definitivamente a los ojos de Lucas.

Como no tenía ningún sitio donde esconderse, lo único que podía hacer por el momento era salir del salón y perderse entre la multitud que llenaba las otras salas. Pronto se vio rodeada de grupos de gente que charlaba y reía, y pudo empezar a respirar de nuevo con tranquilidad. Al menos eso le pareció hasta que sintió una extraña sensación en el ambiente, y supo con certeza que Lucas había entrado en la misma habitación donde estaba ella. Deseó que él pasara de largo, que no la viera; pero cuando se le puso el vello de punta estuvo segura de que si se daba la vuelta se encontraría con un par de ojos azules.

Y así lo hizo, compelida por una fuerza a la que no podía resistirse y con el corazón retumbándole en el pecho. Le pareció como si todo ocurriera a cámara lenta, y los sonidos de su alrededor se redujeron a un mero murmullo sin sentido mientras su mirada se encadenaba con la mirada de Lucas, que estaba de pie al fondo de la sala. La invadió una sensación de fatalidad mientras bajaba la vista para levantarla de nuevo.

Inconscientemente, Sofie debió de contener la respiración unos segundos, porque de repente aspiró hondo, como si le faltara el aire. Después de tanto tiempo, resultaba extraordinario mirarse de nuevo a los ojos, sentir la intensa energía que fluía entre sus miradas. Ella no veía su expresión, sólo sabía que la experiencia era tan vívida como lo había sido siempre.

Esperó a que él se acercara a ella; pero él no lo hizo y eso la confundió. Como si hubiera adivinado sus pensamientos, Lucas sonrió débilmente. Azorada, Sofie se volvió apresuradamente, tratando de encontrar una explicación a su modo de actuar. Seguramente él estaría esperando el momento oportuno. Si hablaban, o cuando lo hicieran, sería con sus condiciones. El comportamiento de Lucas era una manera discreta de recordarle su abandono. Aquello lo había controlado ella, eso lo controlaría él.

Y Sofie pudo comprobar que ésa era la táctica de Lucas cuando notó que él la seguía de una sala a otra, aunque manteniendo siempre entre ellos la misma distancia. Estaba jugando al gato y al ratón con ella, y ella no era ningún personaje de tebeo que pudiera ajustarle las cuentas a él. Lo único que tenía claro era que no pensaba permitir que Lucas adivinara lo nerviosa que le estaba poniendo.

–¡Aquí estás! Creía que te había perdido.

Sofie se dio la vuelta y sonrió con cierto pesar al ver a David Lacey, su jefe y el instigador de aquel evento. Se había olvidado totalmente de él en cuanto había puesto los ojos en Lucas.

–Yo… esto… he venido para tomarme algo fresco –se excusó alzando un poco el vaso.

–Qué raro, pensaba que me habías encargado a mí esa tarea –comentó David mientras levantaba dos vasos que llevaba en la mano.

Pero Sofie no lo escuchaba, sino que sus ojos se movían ya en busca de Lucas. Lo localizó no muy lejos de ella y observándolos a los dos con interés.

–Y el perro se largó con el hueso de jamón –concluyó David en tono seco.

Sofie se volvió a mirarlo con los ojos muy abiertos.

–Esto… Ay, lo siento, David… ¿Qué decías?

David, lógicamente, frunció el ceño.

–Olvídalo, no tiene importancia. ¿Te encuentras bien, Sofie? –le preguntó preocupado, entonces le miró la copa–. ¿Cuántas te has tomado?

David dejó la otra copa que le había llevado a uno de los camareros que pasaban.

Sofie aspiró hondo y trató de controlarse un poco. Lo que menos falta le hacía era que David empezara a hacer preguntas incómodas.

–Lo siento. Como se acerca el momento de dar el discurso estoy un tanto distraída.

¡Santo cielo, eso era quedarse corta! Además, era totalmente mentira. No le tranquilizaba en absoluto saber que Lucas observaba todos sus movimientos.

–No te preocupes, ésta es la segunda que me tomo.

Habitualmente no bebía mucho, y ni siquiera se había terminado la otra copa porque se le había calentado el champán.

–Veo que todo el mundo que es alguien se ha presentado en esta fiesta –comentó David mientras paseaba la mirada por la sala–. Mire donde mire veo una cara conocida. Aunque lo cierto es que hay una persona que no conozco. ¿Tienes idea de quién es el hombre de traje que está junto a la puerta?

A Sofie le dio un vuelco el corazón.

–¿Qué hombre? –le preguntó de mala gana, sin saber qué hacer.

Si decía que no sabía quién era, tal vez Lucas se acercara a ella y David la pillaría en una mentira.

–Da lo mismo, se ha marchado –respondió David, sin saber lo mucho que su comentario la afectaría.

Sofie se dio la vuelta y miró hacia donde había visto a Lucas por última vez; y al ver que no estaba allí, se le fue el alma a los pies. Por mucho que hubiera temido tener que enfrentarse a él, le daba más miedo que él se marchara y no volverlo a ver.

Sofie lo buscó con la mirada, pero no lo vio. Le angustiaba pensar que hubiera podido marcharse sin hablar con ella, después de llevar toda la noche mirándola. Sin saber bien por qué, Sofie sintió una angustia tremenda. Sabía que lo mejor era que él se marchara; que ellos jamás podrían estar juntos porque no tenían futuro. La lógica le decía que lo mejor era dejarle marchar; que marcara con aquel momento el final de su historia. Tristemente, su corazón pisoteado siempre deseaba más.

Y por esa razón dio un sorbo de champán con tantas ganas que estuvo a punto de vaciar la copa. Al verlo, David arqueó las cejas y le quitó la copa de las manos.

–¡Ya vale! Si haces eso con el estómago vacío te pondrás piripi. Espera aquí. Voy a por algo de comer –dijo David.

Dejó la copa a un lado para ir a buscar el buffet; pero ella le puso la mano en el brazo para impedírselo.

–No, no vayas. De verdad, estoy bien –mintió Sofie con valentía, que en realidad estaba hecha un manojo de nervios–. De todos modos, me toca ya dar el discurso.

Sintió cierto alivio cuando tuvo que subir al estrado para ayudar a entregar los premios. Charlar con David como si no hubiera pasado nada le resultó muy difícil, y lo que menos le apetecía hacer era sonreír ante las cámaras. Pero como era parte del trabajo, trató de sonreír como si nada.

Al bajar la vista con naturalidad hacia el mar de caras que había más abajo, le dio un vuelco el corazón al ver otra vez a Lucas. ¡No se había marchado! Como si le hubiera adivinado el pensamiento, Lucas alzó la copa a modo de saludo silencioso. Ese gesto fue suficiente para dispersar sus pensamientos, mientras se decía que aún no había pasado nada entre ellos.

Desgraciadamente, cuando Sofie y los ganadores bajaron del estrado y quedaron rodeados por familiares y amigos, lo perdió de vista. Tardó un buen rato en poder librarse discretamente de todas las personas que querían hablar con ella; pero en cuanto estuvo sola, Sofie buscó de nuevo a Lucas en la sala, con el mismo resultado anterior. Cansada de tantas emociones, y sabiendo que no estaba de humor para charlar con nadie más en ese momento, Sofie decidió escapar a la tranquilidad de la terraza.

Hacía una noche muy cálida, y Sofie se dirigió a una baranda donde se apoyó para contemplar las vistas de la ciudad. La luz se disipaba y las luces de la ciudad empezaban a titilar en la creciente oscuridad. Nunca le había pesado mudarse a vivir al norte; tan sólo las circunstancias que habían motivado su marcha. Había desaparecido del mapa sin dejar rastro, y lo cierto era que no podía haber elegido un lugar mejor para irse a vivir. Sin embargo, siempre había temido que Lucas la encontrara, sobre todo al principio.

Cuando pasado el tiempo él no había dado con su paradero, Sofie había empezado a pensar que estaba a salvo. ¡Qué casualidad que esa misma noche Lucas hubiera aparecido de nuevo en su vida! Y por muchas ganas que tuviera de verlo, sabía que no era lo más recomendable; sobre todo en ese momento. Había algunas cosas que él no sabía de ella aunque tuviera derecho a saberlas; y Sofie tenía miedo de cómo iba a reaccionar si las averiguaba.

Hacía años que había aprendido que la vida podía llegar a ser muy cruel, y a veces obligaba a las personas a tomar decisiones muy difíciles de tomar.

En ese momento una ráfaga de suave brisa despeinó su media melena castaña, y Sofie sintió un escalofrío en la espalda. Se dio la vuelta y se quedó sin respiración cuando vio una figura que surgía de entre las sombras.

De cerca seguía siendo el hombre más guapo que había visto en su vida. La luz que se colaba por una de las ventanas destacaba el negro casi azulado de su pelo y el azul intenso de sus ojos. Recordaba esos ojos risueños que la habían mirado con tanto amor que a menudo la habían dejado sin aliento. Pero en ese momento que le tenía delante, a Sofie le costó adivinar lo que se ocultaba en su mirada.

Lucas se detuvo a unos metros de ella y la miró de arriba abajo mientras en sus labios se dibujaba una sonrisa ligeramente burlona. En otro tiempo esa mirada habría despertado su sensualidad inmediatamente; pero no había rastro de calidez en los ojos que la observaban en ese momento. Eso la dejó confusa, y el rayo de esperanza quedó ahogado incluso casi antes de poder reconocerlo. Se alegró infinitamente cuando él la miró a los ojos.

–¿Qué es lo que te ha llevado tanto tiempo? –preguntó Lucas con aquella voz aterciopelada que siempre le había gustado tanto.

Su pregunta la asustó.

–¿Tanto… tiempo? –Sofie carraspeó para aclararse la voz y serenarse un poco–. No te entiendo –respondió con la confusión que le producía la infinidad de emociones que estaba sintiendo.

Estar frente a frente con el hombre que aún amaba seis años después de haberlo abandonado no era una situación que hubiera planeado; más bien al contrario.

Lucas sacudió la cabeza con decepción.

–Por supuesto que sí. Llevas toda la noche observándome; y la verdad es que me ha encantado que me miraras. Por eso supe que cuando no me vieras vendrías a buscarme.

A Sofie se le aceleró el pulso de tal manera que apenas podía respirar.

–No era por eso. Tenía calor y necesitaba…quiero decir… –Sofie se dio cuenta de que estaba casi tartamudeando, así que cerró los ojos y aspiró hondo–. Pensaba que te habías ido.

–Esperabas, querrás decir –le respondió Lucas con suavidad.

Ella se pasó la lengua por los labios con nerviosismo.

–Sí… no… Bueno, como sea… –fue su respuesta agitada–. ¿Y por qué iba a querer verte? –continuó en tono más resuelto, haciendo un esfuerzo por controlarse–. No tenemos nada que decirnos –añadió con más firmeza, sabiendo que la negación era la única defensa que tenía.

Necesitaba que él la dejara, que se alejara de ella; porque si él se enteraba de su pecado, jamás la perdonaría. Ella en su lugar, tampoco lo perdonaría.

–Al contrario, creo que tú y yo tenemos mucho de qué hablar, señora Antonetti –le respondió él con indignación.

Sofie se estremeció, sabiendo que él tenía derecho a estar enfadado; más derecho de lo que creía.

–Lucas… –respondió con desconsuelo.

El destello de un sentimiento indescifrable brilló en sus ojos azules.

–¡Ah, Lucas! ¿Sabes que en el pasado el oírte pronunciar mi nombre encendía mi deseo? –dijo él con sarcasmo.

Como ella lo recordaba a la perfección, su comentario hundió más el cuchillo que le atravesaba el corazón.

–Por favor, Lucas… –susurró ella en tono suplicante.

Sabía el daño que le había hecho al dejarlo de ese modo; y que debería haberse quedado y enfrentado a él con la prueba de su traición… Pero eso qué importaba ya. Que él la hubiera traicionado era irrelevante, lo mismo que el temor de que él hubiera podido convencerla para que no lo abandonara, para que siguiera viviendo con él una mentira.

Lucas se acercó un poco más, y Sofie vio que tenía los ojos brillantes.

–Tú solías decirlo también, cuando me rogabas que te hiciera el amor. ¿Te acuerdas de eso, Sofie? ¿Te acuerdas de algo?

Santo cielo, se acordaba de todo; no había olvidado ni un solo momento, ni un solo sentimiento. Ni la felicidad, ni la pena. Y por muchas cosas que deseara desdecirle, debía tener cuidado. Arriesgaba demasiado.

–No tiene sentido recordar –respondió Sofie–. Yo ya he olvidado el pasado.

Era mentira. No pasaba un día sin que recordara y deseara lo que había perdido.

Él sonrió con ironía.

–Qué conveniente. El problema es que el pasado tiene la costumbre de aparecer cuando uno menos se lo espera. Como me pasó a mí, cuando entré ayer en el hotel y vi tu foto con el anuncio del concurso.

Sus palabras la inquietaron muchísimo.

–Entonces no estabas…

Se calló bruscamente, consciente de pronto de lo que revelaría su pregunta; pero Lucas era demasiado astuto como para no darse cuenta.

–¿Buscándote? No, estoy aquí en viaje de negocios, así que podrás imaginar mi sorpresa. Mi errante esposa, a quien he buscado de un extremo al otro del país, escondida en esta ciudad –explicó Lucas con una risotada burlona.

Ella levantó la cabeza con orgullo.

–No me estaba escondiendo –negó.

Había sido cierto. No se había marchado de Londres para esconderse de Lucas, sino porque no había querido volver a verlo, precisamente porque sabía que su amor por él la debilitaría. Sin embargo, las circunstancias habían cambiado, y había terminado escondiéndose de él por razones totalmente distintas a lo anterior.

Él arqueó una ceja, haciendo aquel gesto que ella recordaba tan bien y que le sacudió las entretelas del corazón.

–¿Entonces por qué te has cambiado de nombre si no era para que no te encontrara?

Sofie notó una sensación de angustia en el estómago. Jamás le había resultado fácil mentir, pero tal y como estaban las cosas, tenía que encontrar el modo de hacer que él se marchara y la dejara en paz.

–Porque… bueno, porque…

La inventiva le fallaba. ¿Dios, qué podía decirle? Trató de encontrar la inspiración y se agarró a lo primero que se le ocurrió.

–Yo… estaba pensando en abrir mi propio estudio –le respondió, gesticulando exageradamente–. Durante una época –añadió, con la esperanza de que él aceptara su respuesta.

–Eso me lo habría creído si te hubieras llamado Smith o Brown; pero mi apellido suena de lo más profesional. ¿Así que dime, amore, por qué no te quedaste con Sofie Antonetti? Tenías derecho, siendo mi esposa.

–¡Deja de llamarme así!

Su respuesta provocó en él una sonrisa irónica.

–¿Por qué? Sigues siéndolo –respondió burlón–. Sofie Antonetti, mi esposa.

Ella emitió un leve gemido entrecortado, nuevamente sorprendida. Sin duda él no podía estar refiriéndose a…

–Te dije que no intentaras encontrarme, que te olvidaras de mí. Pensé que…

Lucas ladeó la cabeza.

–Que me divorciaría de ti. Pues estás muy equivocada, señora Antonetti. De ninguna manera pensaría en abandonarte sin que me dieras primero una explicación. ¿Entonces, la pregunta viene a cuento, por qué no te divorciaste tú de mí? ¿Qué razón podría haber para eso? Ah, sí, porque si lo hubieras hecho, yo habría sabido dónde estabas, y tú no querías que pasara eso, ¿verdad, Sofie? –concluyó en tono seco.

Sofie tragó saliva con dificultad.

–Yo te abandoné. Tenías derecho a hacerlo.

Él la miraba con expresión funesta.

–Desde luego que sí. Dijiste que me amabas, que estabas deseando casarte conmigo. Y de pronto, unos meses después de la boda, te desvaneces. ¿De verdad pensaste que podría pasar página y olvidarme de ti? Ni lo sueñes, Sofie.

Debería haber sabido que un hombre de pasiones tan grandes como Lucas no dejaría pasar nada. Él no sabía que ella conocía lo de su relación extramatrimonial. Lo único que sabía él era que ella lo había abandonado, y Sofie ya no podía darle explicaciones. Ni en ese momento, ni nunca.

–Lo siento, cometí un error.

Él soltó una risotada vacía.

–Desde luego que sí. Abandonarme no fue lo correcto. Estás en deuda conmigo, Sofie, y ahora que te he encontrado, tengo toda la intención de cobrármela.

Sofie lo miró fijamente, sabiendo que ésa era una de las razones por las que se había escondido. Ella siempre había sabido que Lucas era un hombre apasionado, y que su rabia sería tan amenazadora como el amor que decía sentir por ella. Tal vez la había amado, pero eso no le había impedido tener un lío con otra. Sin embargo, por mucho que él quisiera respuestas, ella no tenía ninguna, ya que no se atrevía a dejar que él adivinara su secreto por miedo a lo que pudiera hacer.

De modo que tenía que contenerse y ser tan firme en su resolución como lo había sido cuando lo había dejado.

–No te debo nada. Si te hice daño, lo siento, pero hice lo mejor para todos. Vuelvo a decírtelo. Olvida que me conociste un día, Lucas. No estábamos hechos el uno para el otro. Celebra tu reunión y márchate a casa, por favor.

Lucas se rió de ella.

–Sólo porque en el pasado consiguieras que yo hiciera por ti todo lo que me pedías, no imagines que todavía puedes hacerlo. Me quedaré aquí hasta que arregle todos mis asuntos.

No era lo que ella quería escuchar, y de nuevo se puso nerviosa.

–Bien. Quédate, pero no me molestes. No eres bienvenido, Lucas –le dijo en tono cortante, pensando que no podría hacer nada más.

Él entrecerró sus ojos azules, con desconfianza.

–¿Por qué? ¿Porque me has sustituido? ¿Estás acaso con el hombre con quien te he visto hablando? ¿Qué has hecho con él? ¿Le has mandado a algún recado para poder largarte?

Tan cerca estaba de la verdad que Sofie se sintió incómoda; porque desde que había salido a la terraza no había vuelto a acordarse de David.

–David está acostumbrado a mí. No le importará.

Al menos, eso esperaba.

Él arqueó una ceja.

–Pobre hombre, que lo despidan con tan poco cariño. Tal vez debería decirle que está saliendo con una mujer casada.

Como no quería que le hablara a nadie de ella, Sofie tuvo que dejarle claro al menos eso.

–No tienes que preocuparte por David, porque es mi jefe –le corrigió rápidamente.

–Será mejor que sea cierto, amore. No me gustaría que terminaras este primer encuentro conmigo con una mentira –le aconsejó en tono suave sin dejar de mirarla a los ojos.

–La primera y la última –le corrigió ella en tono firme, aunque empezaban a temblarle las piernas.