Desarrollo humano, ¿sin Dios? - Jesús Espeja - E-Book

Desarrollo humano, ¿sin Dios? E-Book

Jesús Espeja

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Beschreibung

El fenómeno de la globalización nos acerca más, pero no nos hace más hermanos. Los cristianos estamos inmersos, como los demás, en el proceso del desarrollo humano, con sus luces y sus sombras. Y tenemos el derecho y el deber de ofrecer desde la fe nuestra interpretación sobre cómo debe llevarse a cabo; como proposición, en actitud de búsqueda y en diálogo con los demás. Jesús Espeja reflexiona en este libro sobre la economía, sus efectos más inhumanos, y las necesidades éticas que plantea. Para sugerir finalmente claves desde la fe cristiana para un desarrollo humano integral. Porque «fuera del empeño histórico por la fraternidad no hay salvación».

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Índice

Portada

Portadilla

Créditos

Introducción

1. Economía y humanismo

2. Economía y ética

3. Propuesta desde la visión cristiana

4. Humanismo, economía y experiencia de Dios

Epílogo: Fraternidad y esperanza

Biografía del autor

Notas

© SAN PABLO 2022 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

E-mail: [email protected] - www.sanpablo.es

© Jesús Espeja Pardo 2022

Distribución: SAN PABLO. División Comercial

Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

E-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-285-6574-5

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www.conlicencia.com).

Introducción

En el origen de esta reflexión hay un signo nuevo. Está emergiendo con fuerza un reclamo cada vez más intenso: el ser humano quiere ser libre, actuar con autonomía en la gestión de las realidades seculares y encontrar caminos de felicidad. En ese reclamo han surgido muchas corrientes humanistas que buscan la centralidad de la persona humana en los procesos y mediaciones sociales. La subida del individuo que desea ser él mismo y el anhelo de buscar un futuro de felicidad deben ser supuestos ineludibles. Pero al canalizar estos anhelos, surgen los interrogantes.

Una primera sombra es que hoy en el mundo se producen recursos para satisfacer las necesidades de todos, pero estamos viendo la pobreza escandalosa e inhumana de millones de personas, mientras unos pocos acaparan los recursos. A la sensibilidad humanista golpea la miseria que sufren los pobres mientras otros se deshumanizan bajo la insaciable fiebre posesiva. Y esta desigualdad escandalosa se agrava en la mundialización de la economía con la exclusión o descarte de las mayorías empobrecidas. No hace mucho, cuando la pandemia seguía con sus destrozos, un periodista español entrevistó a una mujer africana de 93 años que había conocido a Nelson Mandela y vivía en la misma calle en que él vivió. Al preguntarle sobre cómo veía la situación, respondió: «Yo solo entiendo que el mundo está enfermo». Quizás la pandemia de la pobreza y de la injusticia en el mundo sea más grave y deje más muertos que la COVID-19.

Y otra dura constatación. En nuestra sociedad española muchos ven la convergencia histórica de la Iglesia, reducida frecuentemente al clero, con los socialmente privilegiados y con un mensaje del pasado que hoy ya no interesa; el agnosticismo y el indiferentismo han crecido incluso entre los mismos bautizados. Otros piensan que el cristianismo es sinónimo de idealismo, espiritualidad pietista y evasiva de los conflictos sociales; sus reparos contra la religión cristiana en buena parte provienen de percibirla como factor idiotizante de los pobres y en oposición siempre a cualquier cambio social necesario para solucionar la escandalosa desigualdad. Como, por otra parte, la práctica religiosa pretende ser mediación de la divinidad, es normal que muchos, preocupados por que las personas vivan con dignidad, descarten de su proyecto a Dios y a la religión.

Hoy nuestra sociedad, con muchas confusiones sobre qué es la laicidad, se declara laica. Lógicamente la Iglesia como institución de poder político cada vez se expulsa más de la organización social. Pierde la presencia de reconocimiento oficial que tuvo en otros tiempos, y debe pasar a una presencia pública no de imposición, sino de proposición que atraiga. Pero en vez de la conversión al Evangelio que implica ese cambio en el modo de estar presentes, los cristianos corremos el riesgo de buscar subterfugios. Ante las inclemencias del tiempo, fácilmente confundimos interioridad con intimismo y buscamos resguardo en un clima cálido de grupos cerrados en torno a una divinidad que permanece fuera de este mundo. Para la buena salud evangélica de la comunidad cristiana y para el bien de la sociedad, la religión no debe quedar en el ámbito de lo privado ni en la sacristía. Debe vivir en alianza con el mundo, del que forma parte, dentro de la organización social, sin la pretensión de dominar, pero siendo testigo creíble de ese Evangelio, sin tapujos y haciendo lo posible para que la organización social funcione, inspirada en la solidaridad fraterna.

A quien haya seguido mi trayectoria no le extrañará esta reflexión, que incluye gestión de la economía, desarrollo humano integral y fe o experiencia cristiana. Con su forma de vivir y en sus parábolas, Jesús de Nazaret propuso la fraternidad universal como vocación de los seres humanos. A esta vocación hay que responder en un dinamismo social marcado por la ambigüedad que los seres humanos llevamos dentro. En la reflexión sobre la propuesta de Jesucristo he comprendido que el conocimiento de lo que ocurre en el mundo –lugar donde se juega la dignidad de las personas– tiene la misma importancia que el conocimiento de la Palabra de Dios encarnada en la conducta de Jesús. Por eso, siendo ya profesor de teología dogmática, vi la necesidad de estudiar sociología y estar unos meses trabajando en el Centro «Lebret», París, sobre el movimiento Economía y humanismo. La compasión al ver el deterioro que sufren tantas personas me llevó a sintonizar con los movimientos cristianos en el mundo del trabajo, y con la Teología latinoamericana de la Liberación. En esa línea me vino muy bien la colaboración durante algún tiempo en la Comisión de Pastoral Social, dentro de la Conferencia Episcopal Española, en la época de la transición política. Todavía tienen actualidad sus valiosos documentos Constructores de la paz, de 1986, y La Iglesia y los pobres, de 1994. En continuidad con los mismos ha nacido esta reflexión.

Más que aportar la visión cristiana sobre el desarrollo como una instancia que viene y juzga desde fuera, parto de que los cristianos estamos dentro del proceso y somos ciudadanos activos como los demás. Igual que los otros, tenemos el derecho y el deber de ofrecer desde la fe nuestra interpretación sobre el desarrollo humano y la forma de llevarlo a cabo, no como imposición, sino como proposición y en actitud de búsqueda, en diálogo con los demás, que también tienen su verdad, pues todos somos caminantes hacia la verdad completa.

En esta reflexión un primer capítulo es sobre la relación de la economía tal como está funcionando y el reclamo humanista de nuestro tiempo. Ante un manifiesto desajuste, desde el ámbito de la misma economía, se ve la necesidad de una ética: a esto dedicaré un segundo capítulo. Después se aporta la interpretación sobre el desarrollo humano desde la fe o experiencia cristiana. Para ver finalmente qué relación hay entre un desarrollo humano integral, humanismo y fe o experiencia cristiana.

1 de enero de 2022

Casa de Espiritualidad. Caleruega

1

Economía y humanismo

Por economía entendemos aquí la forma de producir y distribuir los recursos para satisfacer las necesidades de todos con el fin de lograr una vida buena, con dignidad. Aunque hay muchas corrientes y definiciones de humanismo, es instancia común la preocupación para que la persona sea centro, fin y no medio en la organización y dinamismo sociales.

Economía bajo la fiebre posesiva

No hace falta ser un especialista para ver cómo está funcionando la economía. Mientras unos pocos se pueden dar «la buena vida», multitudes no pueden sobrevivir y llevar una vida buena. La economía ha degenerado en crematística: afán desorbitado de acaparar dinero, no pensando en el bien común, sino en el propio enriquecimiento. El dinero se convierte en fin y las personas interesan en cuanto pueden ser económicamente rentables. La economía ya no es medio para satisfacer las necesidades de todos, sino que todos quedan al servicio de la economía, entendida como artimaña para acaparar individualistamente los recursos.

Arrodillándose ante el dios dinero, unos perecen bajo la fiebre posesiva, mientras muchos mueren de hambre. En el fondo está la ideología o el interés individualista: sacar el máximo beneficio económico utilizando y explotando irreverentemente a las personas. Esta ideología pervierte el funcionamiento del mercado: en vez de ser instrumento muy válido para la producción y distribución de la riqueza que haga posible la vida digna de todos, degenera en choque de libertades egoístas que compiten por ganar más con el menor gasto. En vez de mirar a las necesidades que tiene la gente, se mira la forma de conseguir más ganancias. Con ese objetivo se ignora la necesidad que sufren los pobres y se inventan nuevas necesidades para los que pueden comprar. Se olvida el bien común y se absolutiza la propiedad privada: «lo mío es mío y puedo hacer con ello lo que quiera».

Esta ideología inspira una jerarquía de valores en las cuatro áreas que vertebran la existencia humana: posesiones, relaciones interpersonales, ejercicio del poder y ubicación en la organización social. En cuanto a las posesiones, el valor es acaparar dinero. En las relaciones con los demás, la persona vale por la utilidad que renta, no por lo que es en sí misma. El poder se busca y se ejerce para hacerse rico y los individuos se sitúan, individualistamente, dentro de la organización, buscando su seguridad al margen del bien común.

La lógica de la comercialización corrompe a la política, que ya no funciona según el derecho, sino según criterios económicos. Vacía de gratuidad ese ámbito cálido de amor que es la familia, e incluso pervierte la comunidad religiosa cuando sus miembros son valorados y atendidos por lo que ganan económicamente. Si con esa misma ideología procesamos el tratamiento irreverente no solo de las personas, sino también del entorno creacional que es nuestro hogar, el deterioro será irreversible, atentaremos contra la misma vida de la humanidad.

Reclamos del humanismo

Actualmente el término «humanismo» tiene significados muy variados y se presta a confusión. Pero en todas sus acepciones hay un elemento común: la valoración, el gusto, la estima, la búsqueda, la defensa de lo más humano. No es fácil determinar el contenido de este calificativo. Podemos decir que lo humano es lo que hace feliz a las personas; pero no hay acuerdo en el contenido de esa felicidad. Digamos que lo humano es valorar y cuidar la dignidad de la persona como centro y fin; el humanismo sería esfuerzo por lograr ese objetivo. «La persona es fin y no debe ser utilizada como medio» es el imperativo del filósofo Immanuel Kant en el siglo XVIII que ha calado en la filosofía moderna y está en el fondo de las distintas corrientes humanistas.

Estos reclamos de humanismo para hacer que la persona sea fin y no medio, caminan con distinta visión.

Hay corrientes humanistas que defienden la centralidad de la persona humana sin recurrir a una instancia superior e incluso rechazando expresamente ese recurso. Los llamados filósofos de la sospecha –Feuerbach, Marx, Nietzsche, Freud– combatieron falsas imágenes de la divinidad y prácticas religiosas alienadoras de las personas, concluyendo sin más en el ateísmo. Su intención era humanista: que las personas sean ellas mismas, libres de dioses y religiones impuestos por la fuerza y desde arriba. A diferencia de otros filósofos de la sospecha, Marx destacó exageradamente la influencia de la economía, se quedó en la necesidad de cambiar las estructuras y centró su interés no en la dignidad de toda persona humana, sino en la fuerza de una clase social, el proletariado, para cambiar la situación. Corrientes humanistas actuales también quieren fomentar la dignidad y centralidad de la persona humana sin valorar suficientemente el peso del factor económico. Y con frecuencia se propone un humanismo donde la persona sea centro absoluto sin reconocer o incluso negando la existencia del Creador.

Otras corrientes humanistas suponen una Presencia de amor fundante que da consistencia y dignidad a las personas humanas. Ya en el siglo XIII Tomás de Aquino dio un viraje a la filosofía griega: el centro no es el cosmos, sino la persona humana, medida de todas las realidades creadas. Su antropocentrismo, sin embargo, se fundamenta en un teocentrismo: el centro absoluto es el Creador, que garantiza la dignidad y centralidad de los seres humanos. En esa visión procedieron los humanistas en los inicios de la modernidad. Pico della Mirandola, en El discurso sobre la dignidad del hombre, de 1486, dejó la introducción al humanismo de la modernidad. En el siglo XVI hubo tres grandes humanistas dentro de una visión religiosa: Lutero, Erasmo de Rotterdam y Francisco de Vitoria. Este último, maestro animador en la escuela de Salamanca, puso las bases para el derecho internacional. En continuidad con esa escuela, y movidos también por la compasión ante los abusos de los colonizadores contra los indefensos indígenas, los dominicos en La Española expresaron su espíritu humanista, inspirado en su experiencia de Dios. Sigue teniendo actualidad el famoso Sermón de Montesinos, de 1511: «¿Acaso estos no son hombres? ¿Con estos no se deben guardar y cumplir los preceptos de caridad y de la justicia?». Fray Bartolomé de las Casas respiró esa compasión y plasmó el clamor humanitario en su ministerio como obispo de Chiapas.

Un reclamo humanista de liberación que sigue vivo no solo en los pueblos pobres y dependientes, sino también en otros grupos marginados porque no tienen un trabajo digno, por su condición sexual o por el color de su piel. Las migraciones, provocadas en gran medida por la injusticia y desigualdad entre los pueblos y dentro de los mismos, son un tema cada vez más sangrante. El sufrimiento de tantos inocentes a consecuencia de guerras provocadas en países pobres por intereses bastardos de los poderosos y la pandemia del hambre que sufren muchos mientras se producen riquezas suficientes para todos, denuncian que nuestro desarrollo tiene brechas mortales.

En el mundo laboral desde el siglo XIX se viene denunciando que las personas son valoradas únicamente por el trabajo que rinden; ellas no son centro de atención; su valor se mide solo por lo que aportan económicamente. El tema se ha complicado más con la llegada de la técnica que ahorra mano de obra. Sin duda, este progreso técnico es un paso más hacia la vocación del ser humano, que debe hacerse cargo y organizar el mundo con su inteligencia y sus invenciones. Pero este cambio, que en principio puede significar un paso adelante, deja fuera de juego a muchos trabajadores.

Una ideología inaceptable