Deuda del corazón - Helen Brooks - E-Book
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Deuda del corazón E-Book

Helen Brooks

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Beschreibung

No era tan inmune a sus encantos masculinos como fingía ser Toni George necesitaba un trabajo para pagar las deudas de juego que su difunto marido había acumulado en secreto. Con dos gemelas pequeñas que alimentar, no tuvo más remedio que aceptar un trabajo con Steel Landry, un famoso rompecorazones. Steel se sintió intrigado y algo más que atraído por la bella Toni, aunque sabía que estaba fuera de su alcance...

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Seitenzahl: 176

Veröffentlichungsjahr: 2011

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Helen Brooks. Todos los derechos reservados.

DEUDA DEL CORAZÓN, N.º 2114 - noviembre 2011

Título original: The Beautiful Widow

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-048-6

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

STEEL Landry estaba a punto de perder la paciencia. Había dedicado casi toda la mañana del lunes a arreglar el desastre causado por uno de sus empleados.

La empresa de Steel se había convertido en una corporación multimillonaria cuyos tentáculos se extendían a doce de las principales ciudades del Reino Unido. Como él no podía estar en todas partes y tampoco tenía plantilla suficiente, se había visto obligado a confiar en el personal de las distintas delegaciones del país. Por desgracia, uno de sus directores había incumplido ciertas obligaciones contractuales y había dejado en mal lugar a Landry Entrerprises.

Su mañana había sido todo un ejercicio de control de daños. Y aunque logró solventar el problema, le había dejado mal sabor de boca.

Además, las complicaciones estaban lejos de terminar. Su cuñado, Jeff, había llamado por teléfono para informarle de que su hermana había ingresado en el hospital porque corría el peligro de sufrir un aborto espontáneo; y su secretaria, una mujer tan eficaz como fiable, acababa de presentar su dimisión por adelantado porque habían trasladado a su marido a los Estados Unidos y ella se iba con él.

Miró los sándwiches de salmón que iban a ser su comida y, por segunda vez en veinte minutos, llamó al hospital.

La respuesta fue la misma de la vez anterior; según la enfermera que respondió, la señora Wood estaba tan bien como podía estar en semejantes circunstancias. Pero Steel pensó que, en la jerga hospitalaria, eso podía significar que estaba sufriendo los tormentos del infierno.

Preocupado, decidió posponer todas las obligaciones del día y acercarse al hospital de Londres para asegurarse de que Annie recibía el mejor trato posible. Jeff era un gran tipo y estaba profundamente enamorado de Annie, pero trabajaba en una empresa aeroespacial como astrónomo e investigador de sistemas de comunicaciones, y su mente pasaba más tiempo en las nubes que en el planeta Tierra.

Antes de salir, echó un vistazo a su agenda. No había nada importante.

Pero entonces, frunció el ceño.

Había olvidado la entrevista con la mujer que James le había recomendado para el puesto de diseñadora de interiores. Se llamaba Toni, Toni George, y había quedado con ella a las cinco y media de la tarde.

Steel movió la cabeza para intentar relajar la tensión de su cuello. Sólo faltaban dos horas para su cita con la señorita George, pero había una solución: visitaría a su hermana y quedaría con la diseñadora en su ático de Londres, que estaba a tiro de piedra del hospital.

Pulsó el botón del intercomunicador y dijo:

–Joy, esta tarde tenía una cita con Toni George. Llámala por teléfono y pregúntale si puede ir a la misma hora a mi piso. Tengo que irme al hospital.

Dos segundos después, su secretaria llamó a la puerta del despacho y asomó su cabellera rubia.

–Ya está arreglado, Steel –dijo–. Se ha asustado un poco cuando le he dicho que querías verla en tu piso… Pero se ha tranquilizado al saber que quedabais allí porque tienes que ir al hospital a ver tu hermana y te queda cerca.

Steel miró a Joy con humor. No se le había ocurrido que la señorita George se pudiera asustar con el lugar de la cita.

Se levantó del sillón y alcanzó la chaqueta del traje.

–Gracias, Joy. Ah, y felicita a Stuart por su ascenso.

–Lo haré.

Joy le dedicó una mirada cariñosa. Sabía que Steel adoraba a su hermana y que estaba muy preocupado por su estado, aunque su dura y atractiva cara no mostrara ninguna emoción. Llevaba cuatro años a su servicio y, además de ser el mejor que jefe que había tenido en toda su vida, también era el más guapo. Si no hubiera estado tan enamorada de su marido, se habría enamorado de él.

Steel salió a la calle. Era un caluroso día de junio, pero se sintió algo mejor cuando se sentó al volante de su Aston Martin, arrancó el vehículo y puso el aire acondicionado. Le gustaba conducir.

Mientras se abría paso entre el denso tráfico del lunes, pensó en Annie.

Steel le sacaba doce años. Annie tenía veintiséis y había quedado a su cargo cuando sus padres fallecieron en un accidente de tráfico. Por entonces, Annie era una niña y él estaba a punto de entrar en la Universidad, pero las circunstancias lo obligaron a buscarse un trabajo y renunciar a sus estudios. Aunque sus padres les habían dejado dinero suficiente para sobrevivir, no habría sido suficiente para pagar la casa donde vivían. Y Steel no quería que perdiera su hogar.

A pesar de todas las dificultades, salieron adelante. Lo hicieron solos, porque sus abuelos también habían fallecido. Y las cosas les habían ido bien. Annie se había convertido en una joven tan inteligente como bella y él, en un hombre independiente y rico que no tenía que rendir cuentas a nadie.

Steel no lamentaba que su vida hubiera sido más difícil por tener que cuidar de Annie. La había cuidado porque quería cuidarla. Pero los largos años transcurridos hasta que su hermana llegó a los veintiuno y conoció a Jeff le habían enseñado una cosa: que no quería volver a ser responsable de nadie. Que quería una existencia sin ataduras y sin obligaciones emocionales. Que quería ser libre.

Naturalmente, eso tenía consecuencias en su vida amorosa. Sus relaciones duraban poco tiempo. Apenas habían transcurrido dos semanas desde que había roto con la última de sus amantes, Bárbara, una abogada refinada y voluptuosa de mirada felina.

Se pasó una mano por el cuello y recordó la bofetada que le había dado cuando la dejó. Echaba de menos su cuerpo en la cama, pero sabía que había hecho lo correcto al quitársela de encima. Además, Steel no engañaba a nadie. Dejaba claras sus intenciones desde el principio. Buscaba relaciones puramente sexuales, sin promesas, sin flores; relaciones entre personas adultas que querían compartir piel y afecto durante una temporada.

El tráfico era tan terrible que tardó una hora en llegar al hospital. Cuando abrió la portezuela, se llevó una mano al corazón. Estaba tan angustiado por la suerte de Annie que se le había acelerado.

Salió del coche, echó los hombros hacia atrás y alcanzó el ramo de rosas amarillas y blancas que había comprado por el camino.

Le temblaban las manos. No era lo mejor para inspirar confianza en una entrevista de trabajo. Y mucho menos cuando el hombre que la iba a entrevistar era Steel Landry, famoso por su actitud fría, segura y absolutamente profesional.

Toni respiró hondo y echó el aire muy despacio. Repitió la operación varias veces, intentando aplacar sus temores. Había leído en alguna parte que funcionaba.

Pero no funcionó. Sólo sirvió para que se sintiera ligeramente mareada y mucho más asustada que antes. Si se desmayaba delante de Steel Landry, sería desastroso.

Se levantó del sofá en el que se había sentado, caminó hasta la ventana y contempló la calle, muy concurrida. El cristal, doble, reducía el ruido del tráfico a un sonido apenas audible; y aunque las aceras estaban llenas de gente, no llegaba ni el menor eco de sus voces.

Se dio la vuelta y contempló la enorme y lujosa sala, con sofás y sillones de cuero, mesas de cristal, estanterías hasta el techo y una preciosa chimenea de mármol. Era un lugar impresionante, aunque a Toni le pareció algo frío. Tuvo la sensación de que la persona que vivía allí no quería dar pistas sobre su forma de ser y de pensar.

Todavía estaba pensando en ello cuando la puerta se abrió y apareció un hombre alto y de cabello oscuro.

–Siento haberle hecho esperar. He recibido una llamada urgente… Soy Steel Landry, y supongo que usted debe de ser Toni George, ¿verdad?

Toni asintió y él le estrechó la mano.

–Siéntese, por favor. Maggie nos traerá café dentro de un par de minutos –añadió él.

Ella se sentó en uno de los sillones. James había descrito a Steel como un hombre atractivo, y no se había equivocado. Sus duras facciones eran ciertamente atractivas, pero lo que más le llamó la atención fueron sus ojos, de un azul metálico, penetrante, con unas pestañas largas y negras que los enmarcaban a la perfección.

Toni pensó que muchos modelos de las revistas de moda habrían pagado una fortuna por tener unos ojos como aquellos.

–¿Quiere que le cuelgue la chaqueta? –preguntó Steel.

Cuando Toni se levantó para quitarse la chaqueta, notó el aroma de su loción de afeitado; un aroma cálido y con un fondo cítrico.

Inconscientemente, se estremeció. Y se sintió aliviada cuando Steel se dio la vuelta para colgar la chaqueta. Además de ser muy atractivo, también era muy alto. Ella sobrepasaba el metro setenta, pero él le sacaba más de diez centímetros.

Se sentó de nuevo y sacó fuerzas de flaqueza. Su voz sonó sorprendentemente tranquila, teniendo en cuenta lo nerviosa que estaba.

–Le agradezco que me haya recibido… Sé que está muy ocupado. Espero que su hermana se encuentre mejor.

Él frunció el ceño y se sentó frente a ella. Toni supo que había cometido un error al preguntar por su hermana.

–Está embarazada y han surgido complicaciones –declaró Steel.

Toni se ruborizó un poco, pero mantuvo la compostura.

–He traído una muestra de mis trabajos y una lista de mis clientes anteriores, que estarán encantados de darle las referencias que necesite. Yo…

Steel alzó una mano para acallar a Toni. Después, se echó hacia delante y la miró con intensidad.

–La investigué antes de concederle la entrevista, señorita George –le explicó–. James es el mejor arquitecto que conozco, pero él sería el primero en admitir que no sabe mucho de diseño de interiores. Cuando me sugirió su nombre, dijo que era una diseñadora excelente y que trabajó seis años para él, hasta que lo dejó hace cuatro para fundar una familia. ¿Es correcto?

–Sí, sí… Es correcto.

–Y ahora quiere volver a trabajar…

Toni se sintió como si fuera una reclusa y la estuvieran sometiendo a un interrogatorio.

–Sí, en efecto.

–¿Por qué? –preguntó Steel.

–¿Cómo?

–¿Por qué quiere volver a trabajar? ¿Porque tenía intención de volver a ejercer? ¿Porque se aburre? ¿Porque tiene problemas económicos?

–Yo…

–¿Está segura de que no quiere tener más niños?

–insistió él.

Toni se sintió profundamente ofendida por las preguntas de Steel. Alzó la barbilla, orgullosa, y respondió:

–Estoy completamente segura. Y en cuanto a mis motivos para volver al trabajo, no son asunto suyo.

Él la miró con frialdad.

–En eso se equivoca. Supongo que James le explicaría que pretendo diversificar mi negocio. Antes me dedicaba a asuntos específicamente inmobiliarios, pero ahora tengo un proyecto que consiste en convertir una antigua fábrica en un edificio de apartamentos para ricos… Y cuando digo ricos, quiero decir verdaderamente ricos.

Steel hizo una pausa y siguió hablando.

–Tenemos que darles lo mejor de lo mejor. Tenemos que ofrecer un espacio tecnológicamente puntero, pero sin perder ni un ápice de calidez. Conozco a un montón de diseñadores excelentes, pero James mencionó su nombre en una conversación y me pareció que podía ser la persona adecuada. Este proyecto sólo es el principio de un plan más ambicioso. Necesito gente que se pueda comprometer a largo plazo.

Toni asintió. Ella también había hablado con James, quien le había dicho que Steel era un espíritu inquieto, un hombre que no podía ser feliz sin desafíos.

–Dentro de un par de años, la persona que ocupe el cargo de diseñador de interiores tendrá su propio equipo y más responsabilidades de las que pueda imaginar –continuó él–. Como ve, tengo todo el derecho del mundo a preguntar por sus motivos y a esperar una respuesta satisfactoria. No me puedo arriesgar a que me deje en la estacada. Su vuelta al trabajo podría ser un capricho temporal.

Toni asintió de nuevo. La explicación de Steel le había parecido razonable.

–Puede estar seguro de que mi vuelta al trabajo no es un capricho temporal. He vuelto porque necesito dinero.

Él entrecerró los ojos.

–¿Y qué opina su marido? ¿Cómo va a cuidar de sus hijos, señorita George?

–Yo…

Toni no esperaba aquella pregunta. Los acontecimientos de los meses anteriores habían sido muy duros para ella, y no ardía precisamente en deseos de compartirlos con un desconocido. Pero respiró hondo y mantuvo la compostura.

–Mi marido falleció de repente y me dejó con muchas deudas. En cuanto al cuidado de mis hijos, no es un problema –aseguró–. Estamos viviendo en casa de mis padres. Mi madre se puede encargar de ellos.

Alguien llamó a la puerta. Era Maggie, que apareció con una bandeja con café y un bizcocho. Dejó la bandeja en la mesa y dijo:

–Te he preparado uno de mis bizcochos de frutas. Joy me comentó que te marchaste del despacho sin comer nada, y la cena no estará preparada hasta las ocho.

Steel se recostó en el sillón y dedicó una sonrisa radiante a su criada.

Toni sintió una punzada en el corazón. Steel era un hombre tremendamente atractivo cuando estaba serio; pero cuando sonreía, era dinamita pura. Su atractivo sexual aumentaba un mil por ciento.

–Gracias, Maggie. Aunque no corro el peligro de morirme de hambre –ironizó él.

–Puede que no, pero saltarse las comidas no es sano –declaró Maggie, con tono de reproche maternal.

Maggie se giró hacia Toni, la miró y sacudió su cabellera gris.

–Ah, estas jóvenes de hoy en día… Estás tan delgada que seguro que comes como un pajarito. Anda, sírvete un poco de bizcocho con el café.

Toni decidió obedecer. Era lo más fácil.

Satisfecha, Maggie sonrió y se fue.

–¿Siempre la convencen con tanta facilidad? –susurró él.

Ella miró el plato con el bizcocho y se encogió de hombros.

–Volviendo al asunto de los niños –continuó Steel–, ¿cuántos tiene?

Toni supo que se había ruborizado cuando alcanzó el currículum que llevaba en el maletín. No había tenido tiempo de enviárselo. James la había llamado la noche anterior para decirle que había mencionado su nombre a Steel y que quería verla al día siguiente. Era una oportunidad demasiado buena para desaprovecharla.

–En el currículum están todos mis detalles personales, señor Landry.

Toni le acercó la carpeta, pero él la rechazó.

–Prefiero que me lo cuente usted misma –dijo.

–Está bien… Tengo dos niñas gemelas.

–¿De cuántos años?

–Casi cuatro.

Toni dejó la carpeta en la mesita. Su voz se había suavizado perceptiblemente al pensar en Amelia y Daisy, pero la mirada de Steel se volvió más intensa.

–¿Y será capaz de trabajar de noche cuando sea necesario? Tenga en cuenta que éste no es un empleo de ocho horas al día.

–Si tengo que trabajar de noche, trabajaré de noche por mucho que me disguste –declaró con sinceridad–. Mis hijas están en buenas manos. Es tan sencillo como eso.

Él la miró por encima de su taza de café.

–Sólo tengo otra pregunta de carácter personal.

–Adelante.

–Ha dicho que su marido le dejó deudas. ¿Son importantes? ¿A cuánto ascienden?

Ella suspiró y respondió.

–A ochenta mil libras esterlinas.

Steel ni siquiera se inmutó. Toni pensó que ocho mil libras serían calderilla para él, pero para ella eran una pequeña fortuna.

–Mi marido había pedido varios préstamos –siguió hablando–. Casi todos estaban pagados cuando falleció, pero también había pedido a la familia, a los amigos e incluso a algunos compañeros de trabajo. Les contaba unas historias que…

Toni no pudo terminar la frase. Le dolía demasiado.

–¿Para qué quería el dinero? –preguntó Steel.

–Para jugar. Era ludópata.

–¿Y usted no lo sabía? –preguntó, sorprendido.

A Toni no le extrañó que le sorprendiera. Ni ella misma se lo podía creer. Había vivido cuatro años con Richard y no sabía nada de su adicción.

Todo su matrimonio había sido un torbellino. Se conocieron en la boda de uno de sus amigos y se casaron tres meses más tarde. Richard era un hombre tan encantador, apasionado y divertido que se enamoró locamente de él. Cuando empezó a tener las primeras dudas, ya se había quedado embarazada de las gemelas.

–No, no lo sabía –le confesó–. Pero estoy decidida a pagar hasta el último penique del dinero que pidió prestado.

–¿De cuántos acreedores estamos hablando?

–De muchos.

–¿Y ninguno de ellos está dispuesto a olvidar el asunto? A fin de cuentas, usted no era consciente de la adicción de tu esposo.

Ella alzó la barbilla, orgullosa.

–Algunos lo están –respondió ella–, pero no lo puedo permitir. Tarde lo que tarde, tendrán su dinero.

Steel la observó en silencio durante unos segundos. Después, se bebió el resto del café, lo dejó en el platito y preguntó:

–¿Incluso a costa del bienestar de sus hijas?

Ella le lanzó una mirada dura.

–Mis hijas siempre serán mi prioridad absoluta –se defendió–. Siempre. Pero eso no significa que no deba asumir mis responsabilidades.

–¿Sus responsabilidades? ¿No será más bien una cuestión de orgullo?

–Richard robó a su familia y a sus amigos. No les robó en el sentido literal del término, pero lo hizo de todas formas. Mintió, engañó y probablemente seguiría mintiendo y engañando si no hubiera sufrido un infarto una mañana, cuando salió a correr. Una de sus tías, una anciana, le dio los ahorros de su vida. Ahora sólo tiene lo suficiente para comer y para dar de comer a sus gatos –declaró, enfadada.

–Dudo que todos sus acreedores sean ancianos al borde de la indigencia –afirmó Steel, aparentemente inmune a su enfado.

–Y no lo son. Pero todos confiaron en mi difunto esposo, que los engañó a todos. Los traicionó –dijo ella.

–Como la traicionó a usted.

Toni parpadeó, desconcertada. Unos segundos antes, había considerado la posibilidad de levantarse y marcharse de allí. Ahora no sabía qué hacer. De repente, se encontraba al borde de las lágrimas.

–Venga, termínese el café y el bizcocho –dijo él con dulzura.

Tras un segundo de duda, ella obedeció.

Steel no dejó de mirarla. Tras la expresión serena de su rostro, sus pensamientos bullían con frenesí. No estaba acostumbrado a que lo desconcertaran. Cuando entró en la sala y vio a la joven del abrigo verde pistacho junto a la ventana, los sensores de su masculinidad se activaron ante su figura esbelta y su cascada de cabello castaño oscuro.

Toni George era una mujer extremadamente atractiva. No era guapa en el sentido clásico del término, pero muchas modelos habrían dado cualquier cosa por tener sus pómulos y poseer un eco de aquella belleza indefinible. Cuando se había quitado el abrigo y se lo había dado, Steel se excitó sin poder evitarlo y deseó que no estuviera casada.

Se dijo que debía tener cuidado. Toni era viuda y tenía dos hijas. Una relación con ella podía resultar catastrófica.

Sacudió la cabeza y se recordó que ella no estaba allí para tener una aventura con él, sino en una entrevista de trabajo. Además, Toni no encajaba en su mundo. No se parecía nada a las mujeres con las que salía.

Alcanzó la carpeta de la mesita, la abrió y leyó el contenido del currículum. Era de carácter casi estrictamente profesional, con muy pocos detalles personales.

Cuando terminó de leer, alzó la cabeza y preguntó:

–¿Cuánto tiempo ha pasado desde la muerte de su esposo?

Ella cambió de posición, nerviosa.

–Cuatro meses.

Steel asintió.

–¿Era feliz con él?

Toni se puso tensa. A Steel no le habría sorprendido que reaccionara mal y se negara a responder; a fin de cuentas, se estaba metiendo en asuntos que no le concernían. Pero ella respondió de todas formas, cabizbaja.

–No. No era feliz.

En la mente de Steel se encendió una luz roja. No debía seguir por ese camino. Sería mejor que se concentrara en las cuestiones profesionales.

Volvió a mirar el currículum y comentaron un par de aspectos. Los trabajos de Toni eran impresionantes, pero eso ya lo sabía; no le habría ofrecido una entrevista de trabajo si no lo hubiera sabido con anterioridad.

Para su sorpresa, Toni George cambió de actitud. Al hablar de su trabajo se transformó en una persona distinta, en una mujer entusiasta, intensa y atrevida que confiaba plenamente en sí misma. En una mujer que le pareció aún más bella que antes.

Faltaban pocos minutos para las seis y media de la tarde cuando él le preguntó si quería ver los planos y las fotografías del proyecto. Una hora después, Steel echó un vistazo al reloj y se llevó una sorpresa; no podía creer que el tiempo hubiera pasado tan deprisa.

–¿Tiene prisa por irse? –le preguntó–. No me había dado cuenta de que se hubiera hecho tan tarde…

Ella sacudió la cabeza.

–No, no tengo prisa. Pero si no le importa, me gustaría llamar por teléfono a casa. Las niñas se tienen que acostar dentro de poco.

Steel sonrió levemente. Había olvidado que aquella mujer de ojos enormes y cuerpo delicioso era la madre de dos hijas.

Señaló el teléfono, que estaba en una mesita de cristal y dijo:

–Adelante. Yo también tengo que llamar. Quiero interesarme por el estado de mi hermana.

–Puedo llamar con mi móvil…

Él se levantó del sillón.

–No es necesario –dijo–. Yo llamaré desde la línea de mi despacho.