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Garth tenía una bella esposa y dos hijos maravillosos, pero su matrimonio estaba en crisis y, si no actuaba con rapidez, corría el riesgo de perderlos. Por eso, decidió cambiar de actitud y convertirse en un buen marido. Garth prometió regalarle diamantes el día de la celebración de su décimo aniversario, pero Faye no quería diamantes. De hecho, cuando descubrió que la celebración del aniversario formaba parte de un tortuoso plan para mejorar la imagen de la empresa, lo que quiso fue el divorcio...
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Seitenzahl: 171
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Lucy Gordon
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Diamante en bruto, n.º 1386 - marzo 2022
Título original: The Diamond Dad
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1105-561-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
TÚ! —exclamó Garth Clayton, asombrado—. ¿Qué haces aquí?
Faye, la mujer de la que se había separado hacía dos años, lo miró de frente y pensó: «A pesar del tiempo transcurrido, aún no me ha perdonado».
—¿No vas a invitarme a entrar?
Él no se movió.
—Cuando te marchaste de esta casa, juraste que nunca volverías.
—Esa noche ambos nos dijimos cosas odiosas, pero no hablábamos en serio.
—Yo sí hablaba en serio —replicó inflexible.
Ella pensó que aparentaba más edad de los treinta y cinco años que tenía. Sus ojos marrones parecían más oscuros. Percibió unas finas líneas en torno a los ojos que nunca antes habían estado allí. Se le veía estresado, como si no durmiera o no se alimentara bien. Pero siempre sería un hombre apuesto, alto y esbelto, de largas piernas y brazos, cuya expresiva boca sensual una vez la había estremecido, a pesar del gesto tenso y amargo que en ese instante la deformaba.
Faye también era consciente de su propio cambio. La insegura adolescente con la que se había casado se había convertido en una madre de dos hijos segura de sí misma, y lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a la recia personalidad de su marido.
—He venido a hablar contigo.
Él la dejo entrar. Pudo sentir que la mirada del hombre recorría su figura y se fijaba en el nuevo corte que lucía su cabello castaño claro. La figura de Faye era alta y esbelta y, aunque no vestía lujosamente, el elegante traje bermejo con botones dorados le sentaba muy bien. Todo su aspecto hacía pensar que se encontraba delante de una mujer satisfecha consigo misma.
La hizo pasar a la sala de estar. Faye quedó un tanto sorprendida al notar que allí nada había cambiado. Al recordar la ira que se apoderó de él la noche en que lo abandonó, había pensado que Garth borraría cualquier huella de un pasado en común, pero todo permanecía igual que antes. En esa sala habían tenido su última disputa, cuando ella había intentado en vano hacerle comprender por qué se iba de su lado.
—¿Una copa?
—No, gracias. Tengo que conducir.
Garth enarcó las cejas.
—¿Al fin has aprendido? Seguramente tu profesor tenía mucha paciencia —comentó irónico.
—Eso ayudó mucho —admitió Faye.
El primer vehículo que tuvieron había sido un destartalado camión de segunda mano que ayudó a Garth a comenzar su carrera como constructor. Posteriormente, cuando la economía mejoró considerablemente, le compró un coche caro y trató de enseñarle a conducir, pero aquello fue un desastre. Y a ella le faltó seguridad en sí misma para intentarlo otra vez. Cuando se marchó de casa, no se llevó el coche.
Faye sintió que volvían los viejos recuerdos perturbadores. Quizá no debió haber ido a aquella lujosa casa, que él había construido «para ella», pero que reflejaba sus propios gustos. Allí había compartido la cama con Garth, pero nada más. Siempre le había disgustado ese lugar. Pero, en su afán por complacer a su marido, había ocultado sus verdaderos sentimientos, como siempre hizo durante su matrimonio. Sin embargo, eso ya formaba parte del pasado. El matrimonio había terminado de hecho, salvo en el nombre.
Hubo un tiempo en que su corazón había latido impaciente ante la sola idea de ver a Garth Clayton. Para una muchacha de dieciocho años, aquel hombre parecía un dios con sus cabellos oscuros, su aire vivaz, su gracia y simpatía. Camino a la tienda de ropa donde trabajaba como dependienta, todos los días pasaba por el solar en construcción donde él trabajaba. A veces se detenía para observarlo desde lejos, admirando la valentía con que se subía en los altos andamios y alzaba enormes pesos, al parecer sin ningún esfuerzo.
Era tan inocente que apenas había reconocido la llama del deseo en su admiración por aquel cuerpo masculino. Lo único que sabía era que tenía que lograr que él se fijara en ella. Cuando al fin lo consiguió, no pudo evitar sonrojarse hasta la raíz de los cabellos, echando a correr hacia la tienda. El resto del día lo había vivido en un trance, cometiendo un error tras otro, hasta que al fin se ganó una reprimenda de la jefa. Pero ella estaba en el séptimo cielo.
A la mañana siguiente, Garth la estaba esperando.
—Ayer no quise molestarte —se excusó bruscamente.
—No lo hiciste, sólo que fue una sorpresa para mí.
—¿Sorprendida? ¿Una chica tan bonita como tú?
Fueron al cine pero, para su desilusión, esa noche él no la besó. Pensó que, tal vez, se aburría con ella. Sin embargo, la volvió a invitar, y a la tercera cita la besó. Ella pensó que no podía haber más felicidad en el mundo.
Pero sí que la había. El recuerdo de su primera noche de amor todavía la hacía llorar. El recio y poco sutil joven Garth, se había comportado con mucha delicadeza y ternura, tratándola como si fuera algo precioso para él.
A partir de entonces, cuando no hacían el amor, se dedicaban a conversar. Garth le habló de su sueño de convertirse en su propio jefe, un constructor que haría prosperar su pequeño negocio. El cielo era el límite para él. Faye no recordaba haberle contado lo que ella esperaba de la vida. Él era todo lo que entonces deseaba.
Cuando le informó de que estaba embarazada, él dijo: «El próximo mes tendré una semana libre. Esos días serán nuestra luna de miel».
«¿Luna de miel?«, preguntó ella. «¿Quieres decir que nos casaremos?». «Desde luego que nos vamos a casar», había respondido él con absoluta seguridad.
Estaba demasiado feliz para haber notado que Garth daba el matrimonio por hecho, sin pedírselo previamente. Tras su boda en el Registro Civil, habían pasado una semana en la costa, en una caravana prestada. Como no tenían dinero, era poco lo que podían hacer, salvo pasear por la playa agarrados de la mano, comer comida barata y amarse, amarse, amarse. Fue un tiempo en que nada perturbó su felicidad, y ella pensó que así sería siempre.
Pero eso había sucedido cuando era una chica inocente que creía en el amor eterno, antes de descubrir el verdadero carácter de Garth y experimentar la destrucción gradual de todo aquello que había constituido su felicidad.
Garth la siguió hasta la sala de estar y esperó a que ella se dispusiera a hablar. Se podía sentir la tensión en la atmósfera, y Faye pensó que la entrevista sería mucho más dura de lo que había previsto. Se quitó la chaqueta, dejando al descubierto una camisa verde oliva sin mangas y una cadena alrededor del cuello.
Garth observó la cadena. Era de oro. Una cadena sencilla, pero muy valiosa. No era algo que ella hubiera podido costearse, ni tampoco uno de sus regalos, porque se había negado a llevárselos.
—Estaba a punto de irme a la cama.
—Decidí venir tarde para darte tiempo a volver a casa después del trabajo. Espero no interrumpir, si estás acompañado.
—¿Te refieres a una mujer? No, de todas las acusaciones que me hiciste, ésa fue la única que no se te pasó por la cabeza, aunque al parecer yo era un desalmado.
—Nunca dije eso, Garth. Sólo dije que no podía seguir viviendo a tu lado.
—Así me lo hiciste saber, pero nunca entendí bien por qué.
—Intenté explicártelo.
—Creo que mi delito fue trabajar día y noche para darte una vida confortable, con todos los lujos que pudieras desear. Y por eso fui castigado con la pérdida de mi mujer y de mis hijos.
La dureza de su voz dejaba claro que, como siempre, no pensaba ceder.
—Quizá sería mejor que me marchara y volviera otro día…
—No, por alguna razón, has venido hasta aquí. Te has mantenido muy alejada de mí últimamente. De hecho, nunca acompañas a los niños cuando vienen a visitarme y, cuando voy a buscarlos a tu casa, apenas me hablas.
—No quiero trastornarlos con nuestras discusiones.
—¿Cómo están? Siento que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que los vi.
—Pudiste haberlos visto la semana pasada si hubieras ido a la obra de teatro que hacía Cindy en el colegio, como prometiste. Ella era la protagonista. Deseaba tanto que tú estuvieras allí y te sintieras orgulloso de ella.
—Y ésa era mi intención, pero en el último minuto surgió algo que no pude aplazar.
Faye suspiró.
—Siempre surgía algo, Garth. Un negocio siempre era más importante que tus hijos.
—Eso no es cierto. Estuve en el cumpleaños de Adrian.
—Sólo dos horas. Y no fuiste a su partido de fútbol, ¿no es así? Y la verdad es que le importaba mucho. Y el año pasado, Cindy se quedó muy acongojada al no verte aparecer el día de su cumpleaños. Te quiere tanto y tú siempre la dejas de lado. La próxima semana es su cumpleaños. Cumplirá ocho años. Por favor, Garth, intenta ir a verla, aunque sólo sea por esta vez.
—¿El sábado? Demonios, lo veo muy difícil. Tengo que atender a un cliente. ¿Has venido a verme por esto? —preguntó, notando que ella lo miraba con resignación.
—No, he venido para decirte que quiero el divorcio.
Garth inspiró profundamente.
—Esa decisión es un tanto repentina, ¿no crees? —dijo con brusquedad.
—Llevamos dos años separados. Siempre has sabido que quiero el divorcio.
—Pensaba que a estas alturas ya habrías entrado en razón.
—¿Quieres decir que pensabas que volvería contigo? —replicó con una breve risa irónica—. Recuerdo que tu versión de entrar en razón consistía en que los demás hicieran lo que a ti te convenía.
—Porque yo era razonable. Observa tu comportamiento desde que te marchaste. Fue una locura irte a vivir a esa casa tan pequeña, mientras yo estoy solo en este inmenso lugar. Podrías tener un hermoso hogar, pero prefieres vivir en una conejera. Ni siquiera me permitiste pagarte una casa decente.
—Tú pagas la manutención de los niños.
—Pero tú no quieres aceptar ni un centavo para ti —comentó con amargura—. ¿Sabes cómo me sienta eso?
—Lo siento, Garth. Pero no quiero depender de ti. Eso te intriga, ¿verdad? Has dedicado tu vida a sacarle hasta el último centavo a cada uno de tus negocios. No comprendes que alguien no desee tu dinero. Yo no lo quiero. Y nunca lo quise. Lo que yo quería… —Faye enmudeció.
—¿Qué querías? Juro que nunca supe qué era lo que querías.
—¿De veras? Y, sin embargo, una vez me lo diste —observó con tristeza—. Cuando nos casamos, todo lo que yo necesitaba venía de ti. El día de nuestra boda fui la mujer más feliz del mundo. Tenía tu amor. Esperaba a nuestro hijo…
—Alquilamos un piso de dos habitaciones, sin agua caliente —le recordó Garth.
—No me importaba. Todo lo que me importaba era amarte y que tú me amaras.
—¿Alguna vez dejé de hacerlo? ¿Hubo algún día en que yo no intentara darte lo mejor? Hice de todo para complacerte y tú me lo tiraste a la cara como si fuera basura.
—Yo ya tenía lo mejor. Pero tú te lo llevaste.
—Nunca dejé de amarte —replicó Garth, irritado.
—Pero dejaste de tener tiempo para mí.
Cuando iba a replicar, sonó el teléfono.
—No atenderé a nadie, no importa quien sea —dijo antes de descolgar el receptor—. Hola. Mira, no puedo hablar ahora. Estoy ocupado. ¡Demonios! ¿No puede llamar más tarde? Sí, ya sé que he estado todo el día intentando comunicarme con él, pero… De acuerdo. Que se ponga.
—Veo que tu técnica de deshacerte de la gente no ha mejorado mucho —dijo Faye con humor.
Garth frunció el ceño.
—Serán sólo cinco minutos. Eso es todo. Atenderé la llamada en el estudio.
—¿Puedo prepararme un poco de té?
—Ésta es tu casa. Haz lo que te apetezca —dijo desapareciendo por la habitación.
La cocina, espaciosa y moderna, estaba equipada con lo último en aparatos electrodomésticos, ingeniosamente disimulados bajo maderas de roble. Los pucheros de cobre, junto con las rojas baldosas del piso le conferían un aire muy acogedor; pero a Faye nunca se lo había parecido. Garth le había dicho que eligiera el decorado que más le gustara, pero más tarde insistió tanto en sus preferencias, que ella optó por ceder. ¿Fue allí cuando empezó a sentir que no encajaba en el papel que le habían asignado? No, sucedió mucho antes.
¡Con qué ansiedad le había enseñado la nueva casa! Construida en una suave pendiente y rodeada de olmos, era verdaderamente impresionante.
—¡Aquí la tienes, cariño! Bienvenida a Elm Ridge. Tu nuevo hogar, como siempre lo soñaste.
Su orgullo la había conmovido, y no tuvo corazón para decirle que ése no era el hogar que ella deseaba. No se le parecía en nada.
El hogar de sus sueños había sido «un pequeño lugar todo para nosotros», como una vez Garth le había prometido. Tras dos años de matrimonio ya habían adquirido una pequeña casa, porque Garth era un hombre que había nacido para triunfar. Allí ella había sido completamente feliz. Pero cuatro años más tarde, él la había arrastrado a esa enorme mansión, poco acogedora. Incluso tenían un ama de llaves, una hacendosa y encantadora mujer llamada Nancy. Al poco tiempo, Faye se convirtió en su amiga. Disfrutaba charlando con ella en la cocina, porque se sentía más a gusto en casa con Nancy que con cualquiera de las nuevas amistades de su marido, todas muy adineradas.
En esa casa, siempre se había sentido triste y ahogada. Sin duda, Garth había sido muy generoso. Le había dado todo lo que el dinero podía comprar, pero a la vez había manipulado su vida y la de los niños desde las alturas.
Garth no había sido capaz de darse cuenta de que ella ya no era la muchacha que lo había adorado ciegamente, con la que se había casado. Había madurado convirtiéndose en una mujer capaz de pensar por sí misma, que aún lo amaba, pero a sabiendas de que no era perfecto.
También discutían a causa de los niños. Garth se sentía muy orgulloso de su hijo, sin embargo prestaba muy poca atención a su hija. No obstante, Cindy adoraba a su padre, y Faye a menudo percibía una mirada de tristeza en los ojos de la pequeña ante la falta de atención del padre.
Aunque, a decir verdad, Adrian tampoco estaba muy bien atendido. Garth le compraba todo lo que quería, pero nunca tenía tiempo para ir a verle jugar en su equipo de fútbol del colegio. Estaba decidido a hacer del niño un hombre de éxito, así como él entendía el término; pero Adrian quería ser futbolista. Garth solía decir, encogiéndose de hombros: «Ya se le pasará. No lo estimules».
Ella siempre cedía en las discusiones, diciéndose que le bastaba con estar junto a él. Pero los niños eran otra cosa. Los defendía con una fortaleza que sorprendía a su marido. Las discusiones se convirtieron en peleas. Cuando no pudo soportarlo más, abandonó a Garth llevándose a los niños. «No creas que esto se ha acabado, Faye, porque nunca será así», fueron sus últimas palabras aquella última noche.
Después de tomar una taza de té, Faye subió las escaleras, mientras Garth continuaba en el teléfono. Pero la habitación que había compartido con Garth y la de los niños estaban cerradas con llave. Frunciendo el ceño, se dirigió a la planta baja.
En su recorrido, descubrió la nueva habitación de Garth junto al estudio. Allí, todo era de excelente calidad, pero el efecto que producía era desolador, como si el hombre que la habitaba también llevara la desolación dentro del alma.
El único adorno que había era una foto junto a la cama, que mostraba el alegre y ansioso rostro de un chico de casi nueve años. Faye sonrió al reconocer a Adrian, pero la sonrisa desapareció al descubrir que no había ninguna foto de Cindy.
Esperó en el vestíbulo hasta verle abrir la puerta del estudio.
—Me gustaría ver tu estudio. Hay algo que quiero saber —dijo.
Una breve ojeada a la habitación confirmó sus sospechas. Había dos fotos de Adrian, pero ninguna de Cindy.
—¿Cómo te atreves? —exclamó volviéndose a él—. No tienes derecho a borrar la existencia de tu hija de esa forma. Cindy todavía es tu hija y ella te quiere. ¿Dónde está su foto?
—Mira, lo siento. No lo hice a propósito. La verdad es que ese detalle se me pasó por alto.
—Ella no es un detalle. Nunca la tuviste en cuenta y eso le partía el corazón. Te preocupabas únicamente de Adrian, y sólo cuando podías verte reflejado en él. Pero no se te parece. Él es amable y sensible.
—No hay nada suave en él cuando patea un balón en el campo de juego.
—¿Y cómo lo sabes? Apenas le has visto jugar. Sí, es cierto que es un juego rudo, pero es un chico muy bueno y amable. Cuida de Cindy, se preocupa por los demás.
—Es todo lo que yo no soy, al parecer —replicó Garth.
—Exactamente. No le gustan las cosas que a ti te gustan y no le voy a forzar, contrariando su verdadera forma de ser. Ésa es una de las razones por las que me marché: para protegerlos de ti.
—Eso ha sido un golpe bajo —dijo Garth, muy pálido.
—Duro sí, pero es cierto. Garth, he venido esta noche porque estoy cansada de vivir en el limbo; realmente quiero el divorcio.
—Nunca te lo daré. Te lo dije cuando te marchaste.
—Sí, dijiste que te quedarías con los niños si yo insistía en divorciarme. Eso me asustó entonces. Incluso utilizaste ese argumento para obligarme a renunciar a mi trabajo…
—No necesitabas trabajar. Sabes que te ofrecí una buena suma de dinero para tus gastos personales.
—Pero yo quería independizarme.
Él no comprendía eso. Nunca lo había hecho. Años atrás, Faye había hecho un curso de contabilidad por correspondencia. Al ver cómo se esforzaba en sus estudios para conseguir su diploma, Garth comentó que era una locura. Después de diplomarse, Faye se sintió muy orgullosa cuando consiguió su primer trabajo en el estudio de un ecologista de mucho prestigio, Kendall Haines; pero la reacción amargamente airada de Garth la obligó a renunciar al puesto.
Sin embargo, negándose a la derrota, encaró el problema de otra manera. Como realmente tenía verdaderas aptitudes para el oficio, comenzó a aceptar trabajos a tiempo parcial que le encargaban varios pequeños negocios de la localidad. Al final, había ganado su independencia enfrentándose a la hostilidad de Garth.
—Tuve que dejar mi primer trabajo para conseguir que al fin dejaras de amenazarme con pedir la custodia de Cindy y Adrian. Ahora comprendo que no tenía sentido. Ningún tribunal te habría concedido la custodia de los niños; y si así hubiera sido, no habrías sabido qué hacer con ellos. Quiero que asumas de una vez por todas que nosotros no formamos parte de tus propiedades. La verdad es que desearía obtener el divorcio cuanto antes. Se aproxima nuestro décimo aniversario de bodas y no quiero seguir siendo legalmente tu esposa en esa fecha.
Garth la miró fijamente.
—¿Ésa es la única razón?
Ella se sonrojó ante su mirada penetrante.
—No, además quiero volver a casarme.
Esperaba una violenta respuesta de su orgullo herido, pero su falta de reacción la dejó desconcertada.
—Háblame de él —le pidió con suavidad.
—Es un hombre amable y yo lo quiero.
—¿Crees que él puede ocupar mi puesto como padre?
—Ya lo hace, y lo hace muy bien.
—No tiene ningún derecho. Todavía soy el padre, y todavía soy tu marido.
—Debí haber sabido que tú no sueltas lo que consideras que te pertenece.