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Luci narra los diversos intentos que hizo para dejar de chuparse el dedo. Muchos lectores verán aquí su reflejo y , en el mejor de los casos, también encuentren una solución. ---------------------------------- Luci recounts the many efforts she made to stop sucking her thumb. Many readers will see themselves reflected and in the best of cases, they too will find a solution.
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Seitenzahl: 25
Veröffentlichungsjahr: 2016
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Contenido
Un rayo en la oscuridad
Mi mamá era distinta
Mi papá
Una sonrisa para todo
Doña Tere
Mis hermanos
El Mori, la Mora y los canarios
El espejo
Samuel Fastlicht
La historia de san Michele
Los frenos
Ser escritora
Un rayo en la oscuridad
No era algo que hiciera a propósito. No. Lo hacía por instinto, sin quererlo, sin proponérmelo siquiera. Algo dentro de mí me lo pedía sin que yo pudiera evitarlo.
Era tan fuerte esa necesidad que, cuando alguien preguntaba mi nombre, mis hermanos contestaban como si yo no supiera hablar: “Se llama Lucía y se chupa el dedo”.
Yo los veía con enojo: me enfurecía su indiscreción, me daba coraje que fueran metiches; pero entre más me quejaba, entre más les reclamaba, más me hacían rabiar.
Así que terminé por escucharlos en silencio, avergonzada de mi costumbre, sin decir nada, nada, pero me desquitaba en la cena, la comida o el desayuno haciéndoles travesuras: me comía el pan de dulce favorito de uno o bebía el chocolate del otro o ponía un poquito de sal a la leche o de azúcar a la carne, y hacía cara de “yo no fui”.
Si me reclamaban, decía: “Me llamo Luci y no me chupo el dedo”; que era como decirles: “No soy tan tonta como creen. Puedo hablar por mí misma”.
Pero la verdad, hacer esas diabluras no me servía excepto para sentirme mal, y dejé de hacerlas.
La gente sonreía, consideraba gracioso, tierno, simpático, que mis hermanos me echaran de cabeza; pero a mi mamá no le hacía ninguna gracia que yo me chupara el dedo, como tampoco a mis abuelos ni a doña Tere ni a nadie.
Todos me decían: “Ya no te chupes el dedo, Luci, los dientes se te están saliendo”.
Pero sólo me chupaba el dedo de noche, dormida. Y mi mamá me pedía de mil maneras que dejara ese hábito, esa manía “tan mala”, porque ya tenía los dientes salidos, y fea la piel del dedo: se me había hecho una callosidad.
Y hacía todo lo posible para que dejara de chuparme el pulgar de la mano izquierda, porque soy zurda.
Inventaba muchas maneras de desalentarme, según ella, pero no le funcionaban: me entablilló el dedo con dos tablitas de madera, de ésas que el doctor pone sobre la lengua para ver la garganta cuando te pide que digas “Aaaaaaaa”; y luego, con tela adhesiva, las fijó a mi dedo.
No sé cómo, pero dormida, me arranqué la tela adhesiva y los abatelenguas, y me chupé el dedo.
Otra vez, mi mamá me untó el dedo con chile serrano, y luego puso mi mano dentro de un calcetín rojo, amarradito en mi muñeca con un listón blanco como si fuera una pulsera. Pero dormida, sin darme cuenta, me quité el calcetín y me chupé el dedo.
Probó vendarme la mano con una venda larga, larga, larga como si fuera de una momia, pero dormida, sin darme cuenta, me la quité, y me chupé el dedo.