Dimensiones de la exclusión psicosocial. - Pedro Enrique Rodríguez R - E-Book

Dimensiones de la exclusión psicosocial. E-Book

Pedro Enrique Rodríguez R

0,0

Beschreibung

Este libro es un intento por explorar algunas implicaciones teóricas, empíricas y prácticas de la exclusión psicosocial en psicología. Para ello toma como punto de partida una paradoja en la que, siendo reconocida como el principal factor de riesgo en salud mental, la atención a la exclusión psicosocial ha sido más bien periférica en la agenda de la disciplina, lo que ofrece una oportunidad para explorar no solo su importancia prioritaria en la actualidad de los países de América Latina y el mundo, sino también su potencial para repensar algunos importantes problemas teóricos y prácticos. Para ello, la primera parte explora diversos elementos de la tradición occidental ante la precariedad, revisa aportes históricos y propone un conjunto de elementos para una formulación contemporánea de la exclusión psicosocial, destacando sus posibles beneficios para la comprensión de un proceso mucho más dinámico y complejo que la mera noción de pobreza o carencia material. En la segunda parte se presentan hallazgos investigativos en los que se pueden apreciar algunos de sus procesos psicológicos más relevantes, tales como el papel decisivo de los vínculos como estructuradores de la experiencia, así como las consecuencias subjetivas del sufrimiento y la inequidad. También se analizan ciertas diferencias y similitudes en el funcionamiento y la respuesta a dispositivos de intervención con personas provenientes de contextos de plena inclusión. El libro finaliza con la propuesta de un modelo de intervención que podría ser de utilidad para el abordaje individual, comunitario y social.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 633

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Rodríguez R., Pedro EnriqueDimensiones de la exclusión psicosocial. Elementos para la teoría, la investigación y la intervención / Pedro Enrique Rodríguez R.

Cali : Programa Editorial Universidad del Valle, 2021.

344 páginas ; 24 cm-- (Colección Psicología - Investigación)1. Exclusión psicosocial - 2. Pobreza - 3. Exclusión - 4. Indicadores - 5. Intervención psicológica - 6. Investigación en psicología - 7.- Psicología social

302.1 cd 22 ed.

R696

Universidad del Valle - Biblioteca Mario Carvajal

Universidad del Valle

Programa Editorial

Título: Dimensiones de la exclusión psicosocial. Elementos para la teoría, la investigación y la intervención

Autor: Pedro Enrique Rodríguez R.

ISBN: 978-958-53481-6-5

ISBN-PDF: 978-958-53481-6-5

ISBN-EPUB: 978-958-53481-5-8

Colección: Psicología-Investigación

Primera edición

Rector de la Universidad del Valle: Édgar Varela Barrios

Vicerrector de Investigaciones: Héctor Cadavid Ramírez

Director del Programa Editorial: Francisco Ramírez Potes

© Universidad del Valle

© Pedro Enrique Rodríguez R.

Diseño de carátula y diagramación: Dany Stivenz Pacheco BravoCorrección de estilo: Anabel Correa Hernández

_______

Este libro, o parte de él, no puede ser reproducido por ningún medio sin autorización escrita de la Universidad del Valle.

El contenido de esta obra corresponde al derecho de expresión del autor y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad del Valle, ni genera responsabilidad frente a terceros. El autor es el responsable del respeto a los derechos de autor y del material contenido en la publicación, razón por la cual la Universidad no puede asumir ninguna responsabilidad en caso de omisiones o errores.

Cali, Colombia, julio de 2021

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

A la memoria de María de Lourdes Rojas Nieves.

AGRADECIMIENTOS

Este libro intenta recoger algunos aprendizajes del trabajo sistemático en contextos de exclusión psicosocial a lo largo de los años. Es un tiempo suficiente para haber acumulado una deuda de gratitud con muchas personas e instituciones. Es inevitable que este agradecimiento no solo sea imperfecto, sino además repleto de omisiones. En primer término, tengo que reconocer una inmensa deuda con mis profesores, los doctores Andrés Miñarro y Maritza Montero. También con los psicólogos y psiquiatras de la Unidad de Psicología Luis Azagra, del Parque Social Manuel Aguirre, en Caracas, y muy especialmente con Manuel Llorens, así como con Juan Carlos Romero, María Alejandra Corredor, John Souto, Maribel Goncalves, Mallé Westinner y Geraldine Morillo.

Deseo expresar un reconocimiento a mis pacientes (así como con las personas que, generosamente, aceptaron participar en las diferentes investigaciones que recoge este libro), quienes, como en una variante de la dedicatoria de Winnicott, decidieron hacer uso de su tiempo y sus vivencias psíquicas para enseñarme.

También deseo reconocer el apoyo de mis colegas y del personal administrativo del instituto de Psicología de la Universidad del Valle, así como a la Vicerectoría de Investigaciones de la Universidad del Valle, instancia que en su convocatoria 2016-I financió la realización de una investigación bajo el número SICOP 5285.

Deseo agradecer a mi esposa y colega, Alejandra Sapene Chapellín, con quien he tenido fructíferas conversaciones y quien leyó y comentó algunos capítulos. Finalmente, deseo expresar mi más especial gratitud a mis hijos, Emiliana y Pablo E. Rodríguez Sapene, por todas las horas que la escritura de este libro le robó a nuestra vida cotidiana, así como por regalarme a diario el siempre cálido recordatorio de la importancia de trabajar por un mundo mejor, más humano y más justo.

Naturalmente, tal como prescribe la tradición, debo resaltar que pese a la generosa influencia, colaboración y apoyo recibido por personas e instituciones, conviene recordar que todos los errores de este texto me pertenecen por completo.

CONTENIDO

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE:ASPECTOS CONCEPTUALES

CAPÍTULO 1EL ESTUDIO DE LA POBREZA Y LA EXCLUSIÓN PSICOSOCIAL COMO PROBLEMA TEÓRICO

La paradoja de la pobreza como problema básico en psicología

La paradoja de la pobreza como vía regia para la psicología

Dimensiones para el análisis

CAPÍTULO 2EL DISCURSO HISTÓRICO DE LA POBREZA: LA CONSTATACIÓN DE UNA PARADOJA

La historia antigua y la Biblia

La Edad Media

Siglo XVIII: El cambio de la visión religiosa a la estatal

Los grandes relatos modernos

Implicaciones analíticas de las perspectivas históricas

Hacia una integración: las posibilidades analíticas de la noción de Enfermedad Mental Transitoria

CAPÍTULO 3EL ESTUDIO DE LA EXCLUSIÓN PSICOSOCIAL EN PSICOLOGÍA

Modelos de abordaje teórico en pobreza y exclusión psicosocial

Modelos del subdesarrollo

Modelos sociales de la personalidad

Modelos atribucionales y del prejuicio

Modelos de estresores psicosociales

Modelos de síndromes de respuesta al stress y trauma

Modelos de género

Modelos culturales, sociales comunitarios, perspectivas críticas y clínica comunitaria

CAPÍTULO 4LA EXCLUSIÓN PSICOSOCIAL: UNA PROPUESTA INTEGRADORA

A un paso más allá de la pobreza: el reto de la exclusión psicosocial como una conceptualización dinámica y procesual

Críticas a la noción de exclusión

Hacia una noción contemporánea de la exclusión psicosocial

Exclusión Psicosocial: una propuesta

Las bases teóricas de la noción de exclusión psicosocial

CAPÍTULO 5PROBLEMAS E INDICADORES PSICOLÓGICOS RELEVANTES EN EXCLUSIÓN PSICOSOCIAL

Algunos problemas claves del debate en psicología

Variables que condicionan los efectos psicológicos en exclusión psicosocial

SEGUNDA PARTE:HALLAZGOS E INTERVENCIÓN

CAPÍTULO 6PROCESOS GENERALES ENCONTRADOS EN LA INVESTIGACIÓN TERAPÉUTICA

Historia de eventos traumáticos

Vivencias estresantes continuas y avasallantes

Dificultad para planear e imaginar el futuro

Desesperanza y debilidades en el control

Esperanzamiento irreal

Ausencia de disfrute y confort

Precarias narrativas de éxito

Dificultad para contar la propia historia

CAPÍTULO 7ALGUNOS HALLAZGOS VINCULARES

Madre como figura dominante

De la madre a la maternidad en la mujer: el significado de todo

Las relaciones con los hijos son intensas y necesitadas

Padre ausente o en la periferia

Sensación de poco apoyo familiar instrumental y afectivo

Hijos que tienen o quieren tener hijos

Comentarios finales: el discurso vincular en exclusión psicosocial versus el discurso en inclusión

CAPÍTULO 8LA NARRACIÓN DE SÍ MISMO: HALLAZGOS Y CONSIDERACIONES

El habla de sí: pocas autorefencias

Vivencia personal dividida

Lo económico condiciona la autovalía y el significado del esfuerzo

Las diferencias subjetivas en el discurso de sí entre la exclusión y la inclusión

Algunas precisiones teóricas y posibles rutas

Actantes, objetos e instituciones: la mirada de sí mismo en relación con el exterior

CAPÍTULO 9NARRATIVAS DE LOS VÍNCULOS INSTITUCIONALES: EL DISCURSO DE MUJERES EN EL ÁREA URBANA DE SANTIAGO DE CALI

El problema de la institucionalidad en exclusión psicosocial

Primer análisis: Análisis de temas de la muestra de exclusión

Segundo Análisis: Análisis crítico de los contenidos vinculares y agenciales

CAPÍTULO 10ELEMENTOS PARA LA INTERVENCIÓN

Lo que caracteriza la intervención. Cinco consideraciones básicas

Hacia un modelo integrado en exclusión psicosocial: de la familia multiproblemática a los contextos multiproblemáticos

Dimensiones del contexto social y cultural

Dimensiones institucionales y asistenciales

Dimensiones grupales y personales

CONCLUSIÓN

30 propuestas abiertas sobre la exclusión psicosocial

REFERENCIAS

ANEXO AANÁLISIS DE HISTORIAS CLÍNICAS DE UNA MUESTRA PSICOTERAPÉUTICA DE ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS EN CONDICIONES DE DIFICULTAD ECONÓMICA

Aspectos metodológicos

ANEXO BENTRE LA CLÍNICA Y LA CULTURA: NARRATIVAS RELACIONALES DE PACIENTES EN EXCLUSIÓN PSICOSOCIAL

Aspectos metodológicos

ANEXO CNARRATIVAS INSTITUCIONALES: DISCURSO DE MUJERES EN SANTIAGO DE CALI

Aspectos metodológicos

NOTAS AL PIE

INTRODUCCIÓN

Este libro empezó a escribirse al inicio de mi trabajo con pacientes provenientes de contextos de pobreza relativa en una unidad de asistencia psicológica. El trabajo cotidiano me permitió notar que las entrevistas mostraban diferencias sutiles y, en ocasiones, incluso nada sutiles, respecto a los pacientes que provenían de contextos sociales más favorecidos. Naturalmente, siendo un psicólogo formado en América Latina, un continente caracterizado por importantes inequidades sociales y económicas, en el que, durante décadas, más de la mitad de la población ha vivido en pobreza, su contacto más o directo o indirecto había sido una experiencia cotidiana (Kliksberg, 1993). De hecho, mi universidad de formación, la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas, Venezuela, había sido diseñada de forma tal que los amplios ventanales de muchos de sus salones tenían al frente la vívida imagen de las barriadas construidas en los cerros del oeste de la ciudad. Precisamente esos espacios de la comunidad realizábamos nuestras pasantías profesionales, así como en otras instituciones destinadas a poblaciones de bajos recursos; sin embargo, pese a la notoria presencia de los contextos de vulnerabilidad social, en realidad, las referencias a problemas teóricos y técnicos específicos fueron casi inexistentes durante los tiempos de mi formación.

Fue por esa razón que, ya graduado, y enfrentado nuevamente a condiciones profesionales que me exigían trabajar con poblaciones en situaciones de vulnerabilidad, cuando comencé a realizar intentos sistemáticos por proveerme de herramientas teóricas y técnicas para la práctica. Entonces me encontré que las omisiones apreciadas durante los tiempos del pregrado estaban también asociadas a las limitaciones en la literatura. No es que no existiesen libros sobre pobreza y exclusión psicosocial (EP). Existían; y muchos. El problema es que esa literatura estaba fuertamente asociada a problemas, razonamientos y discusiones en ámbitos económicos y sociales, de manera que, salvo algunas notables excepciones, en general eran pocos —y en ocasiones, incluso, muy irregulares en forma y fondo—, las revisiones psicológicas disponibles para afrontar los retos de la práctica profesional.

Como si tal cosa no fuese suficiente, también se podía apreciar la existencia de una serie de ideas no siempre dichas de forma explícita, pero que era posible inferir respecto a la participación de la psicología en las discusiones sobre la pobreza y la EP. La primera de esas ideas en voz baja presentaba a los contenidos psicológicos como irrelevantes a la hora de considerar la pobreza como problema, pues su naturaleza económica y social daba ya suficiente cuenta de los elementos teóricos, metodológicos y técnicos que era preciso conocer respecto a ella; la segunda, sugería que, además de irrelevantes, los contenidos y procesos psicológicos podían ser considerados como peligrosos obstáculos contra la lucha de la pobreza, pues el psicologicismo terminaría por desdibujar los verdaderos motivos de producción y solución de los mecanismos de la pobreza. Aunque desde aquel tiempo —como ahora, de hecho— creo que es preciso reconocer que existen algunos elementos para la discusión en ambas ideas, tales consideraciones se confrontaban al mismo tiempo con algunos problemas inquietantes y por los cuales, seguramente, no dejaba de hacerme preguntas respecto al diálogo entre la pobreza como problema y la psicología como práctica teórica y aplicada.

El primero de esos problemas era el hecho de que, independientemente de los motivos que pudiesen explicar las condiciones objetivas de la pobreza y la vulnerabilidad, lo cierto es que las personas que padecían tales condiciones con frecuencia mostraban claros indicios de sufrimiento psíquico, y que ese sufrimiento psíquico merecía alguna forma de atención y respuesta por parte de los profesionales de la salud mental; sin embargo, en la práctica, y pese a la habitualmente compasiva aproximación de la psicología al dolor y al malestar, el sufrimiento asociado a la pobreza solía verse como un mero efecto inevitable de una condición general o, incluso, un obstáculo más ante un proceso cuyas fuerzas ajenas y ominosas estaban a una inmensa distancia de influencia de la práctica de la psicología como ámbito profesional.

El segundo problema era que el discurso de la psicología —o, para ser más exactos, de los profesionales de la psicología— respecto a las condiciones de pobreza y EP, solía estar intensamente marcado por argumentos sin ningún asidero en teorías o prácticas de intervención. Era frecuente escuchar frases como que, por ejemplo, “la psicoterapia no funcionaba con pobres”; o, ideas como que la pobreza, después de todo, era el producto de un “problema de mentalidad”. Tales afirmaciones me desconcertaban —lo hacen todavía, de hecho—, pues me era difícil comprender de qué manera la imposibilidad de una práctica o la existencia de un supuesto y prejuicioso “problema de mentalidad” podía no dar motivos para una discusión teórica rigurosa sobre los problemas asociados al ejercicio de la psicología. La pobreza, en ese ámbito, terminaba por ser un evento desafortunado, sin duda lamentable, pero frente al que era poco lo que se podía hacer desde una perspectiva profesional que no fuese, simplemente, asumirlo como parte del decorado de las intervenciones generales.

Por último, pero no menos importante, las noticias que llegaban de ciertas áreas de la economía mostraban una curiosa paradoja: mientras los psicólogos se lamentaban de las malas noticias de la pobreza como una realidad en la que poco o nada se podía hacer, los economistas se estaban ocupando de problemas del comportamiento, como era el caso de las fructíferas iniciativas vinculadas a comprensiones más sofisticadas sobre el comportamiento racional e irracional —v.g.: el trabajo del economista y premio Nobel de Economía Richard Thaler (2015), desde la década de los setenta—; o el interés en la comprensión de los factores psicológicos asociados al desarrollo social como ocurría con el trabajo de autores como Urdaneta (1989, 1993), interesado en la comparación de procesos entre países del llamado primer mundo versus países caracterizados por el eufemismo de “en vías de desarrollo”, así como el desarrollo de nociones muy cercanas a la lógica del pensamiento psicológico (aunque, desde otras perspectivas), como era el uso de los conceptos de agencia y capacidad por parte de Amartya Sen (1992), a principio de la década de los años noventa.

Años después, creo que podemos decir que todas estas aparentes contradicciones en el modo como la psicología se ha posicionado respecto a los problemas de la pobreza y la EP pueden ser razonablemente compredidas como el resultado de una serie de dimensiones epistemológicas, teóricas, metodológicas, políticas, y éticas que apuntan a problemas centrales en la construcción del saber psicológico (Rodríguez, 2006). Como pretendo demostrar a lo largo de este libro, existen razones de peso para pensar que los problemas relacionados con la EP no solo constituyen un ámbito donde la psicología como ciencia y profesión tiene importantes responsabilidades y aportes qué hacer, sino que además los problemas relacionados con ese ámbito representan una significativa posibilidad o vía regia para que la psicología como disciplina se confronte con algunos de sus importantes puntos ciegos, sus limitaciones, incluso sus flagrantes omisiones; pero, también, con sus grandes potencialidades para prestar alternativas de comprensión y acción en ámbitos tan significativos para la humanidad.

Así las cosas, lo que originalmente comenzó para mí como una inquietud de fuertes implicaciones prácticas, cuando al inicio de mi actividad profesional me vi confrontado con tales problemas, con el paso de los años terminó por devolverme a problemas metateóricos, teóricos y metodológicos que están en la base misma de la psicología y de los que todavía parece que tenemos mucho por aprender. No creo cometer un error al afirmar que este libro está organizado en función de ese recorrido, esas preocupaciones e intereses, así como las oportunidades de explorar en diferentes aportes bibliográficos me han ofrecido en el curso de estos años y con quienes este texto se encuentra en profunda deuda.

Como su título lo indica, este texto intenta aproximarse a las diferentes dimensiones de la EP; concepto asociado a una tradición con la cual (pese a las discusiones que habitualmente genera, y que ya discutiremos en la primera parte), propongo como alternativa a las limitaciones que el concepto de pobreza ha tenido a lo largo del tiempo. Para ello, he organizado el libro en dos partes. En la primera parte intento abordar el problema de la EP desde una perspectiva teórica relativamente amplia. El primer capítulo se ocupa de sentar algunas bases para la discusión, colocando especial interés en mostrar algunas de las contradicciones en el uso del concepto de pobreza en el ámbito de la psicología y otras disciplinas de las ciencias sociales, así como un esquema general que facilite la comprensión de importantes contradicciones, omisiones y paradojas en la producción de conocimiento. En el segundo capítulo propongo una panomárica selectiva, pero razonablemente abarcadora, de la evolución de la noción de pobreza como punto de partida de la EP. Allí, intento mostrar las consistencias a lo largo del tiempo, así como algunas contradicciones o paradojas que permiten comprender de una manera más ajustada algunas de las dificultades que persisten en el presente. En el tercer capítulo hago el intento por sintetizar los diferentes modelos psicológicos que han sido usados en el trabajo en contextos de pobreza y EP y que, de forma deliberada o no, constituyen las bases conceptuales y metodológicas de la intervención en el área. En el cuarto capítulo, presento y razono una propuesta específica para la noción de EP que, si no estoy equivocado, puede resultar de utilidad teórica y práctica para resolver los problemas históricos de la noción de pobreza en psicología. En el quinto capítulo, intento concretar algunos problemas y confusiones claves, así como algunos indicadores útiles en el abordaje de la exclusión como problema psicosocial.

La segunda parte ofrece un panorama basado en la práctica investigativa y las diferentes experiencias de intervención. Tal panorama, inevitablemente, implica un ámbito parcial, en el que he escogido la presentación de unos pocos, pero significativos temas. El primero de ellos, presentado en el capítulo 6, es la discusión sobre algunos procesos psicológicos generales documentados durante mi investigación en EP; el segundo, presentado en dos capítulos consecutivos, los capítulos 7 y 8, muestra algunos hallazgos respecto a los procesos vinculares (capítulo 7) y autoreferidos (capítulo 8) que parecen caracterizar los procesos psicológicos en EP. El capítulo 9, por su parte, presenta algunos hallazgos respecto a las narrativas de acceso y vinculación con instituciones imprescindibles del mundo social, como lo son los ámbitos educativos, de salud y trabajo, por parte de mujeres que viven en condiciones de exclusión en el contexto urbano de Santiago de Cali. Por último, el capítulo 10 intenta proponer un modelo integrado de intervención que tome en consideración las complejidades, sutilezas y retos que implica la intervención psicológica en ámbitos de EP.

Salvo los capítulos 9, 10 y las conclusiones, los capítulos de este libro tienen su origen en investigaciones previas. Como se indica en los capítulos correspondientes, una de esas investigaciones corresponde a una investigación realizada con una muestra de historias clínicas de pacientes provenientes de pobreza que agrupaban el registro de poco más de 1.000 horas de trabajo terapéutico y que tuvo por título: “Análisis de historias clínica de una muestra psicoterapéutica de estudiantes universitarios en condiciones de dificultad económica” (Rodríguez, 2002), y que corresponde a mi trabajo final en el postgrado en psicología clínica comunitaria de la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas. Esa investigación fue la base para los capítulos 5 y 6, así como algunos elementos del capítulo 7. La segunda investigación corresponde con mi tesis doctoral, titulada: “Entre la clínica y la cultura: narrativas relacionales de pacientes en exclusión psicosocial” (Rodríguez, 2014), Universidad Central de Venezuela. Fue la base (en ocasiones, con sustanciales modificaciones) para los capítulos 1, 2, 3 y 4, así como para los capítulos empíricos 7 y 8. Los hallazgos presentados en el capítulo 9, así como en algunos apartados del capítulo 10, corresponden con una investigación realizada con el apoyo de la Vicerrectoría de Investigaciones de la Universidad del Valle, bajo el número SICOP 5285 de la convocatoria 2016-1 y que aquí se presenta por primera vez. Los elementos metodológicos de los tres estudios pueden ser consultados en los anexos A, B y C.

Solo un par de precisiones finales: aunque una buena parte del material empírico que constituye este texto se recabó en ámbitos de intervención psicoterapéutica, es importante señalar que de ninguna manera mi propuesta intenta idealizar el contexto psicoterapéutico como ámbito privilegiado de intervención. Tal como puede apreciarse en el capítulo 10, la propuesta de intervención que aquí se presenta está basada en una noción multidimensional que considero imprescindible para dar una respuesta adecuada y propocional a las necesidades específicas que trae consigo la EP, con especial atención a los inmensos recursos y formas de adaptación que las personas que viven tales condiciones de inequidad nos ayudan a comprender.

PRIMERA PARTE

ASPECTOS CONCEPTUALES

CAPÍTULO 1

EL ESTUDIO DE LA POBREZA Y LA EXCLUSIÓN PSICOSOCIAL COMO PROBLEMA TEÓRICO

En su libro, The dark side of the landscape: the rural poor in English painting, 1730-1840 (1980), el historiador del arte John Barrell propone un cuidadoso y creativo análisis en el que devela el significado de la imagen del campesinado pobre en la obra paisajística de tres pintores ingleses del siglo XVIII. Caracterizado por ser un siglo de cambios tumultuosos en Occidente, la pintura de la época había comenzado a desmarcarse de los rígidos estándares pictóricos del pasado y comenzaba a explorar escenas cotidianas de la vida rural, impulsada por un sentido del gusto paisajístico y bucólico. Barrell parte de esta situación para explorar la forma en la que, mientras la sociedad inglesa confrontaba una situación de creciente estratificación y división social, con su respectivo monto de inequidad y sufrimiento, la pintura del momento ofrecía una representación “estable” y “unificada”, bastante lejos de la dura imagen del pobre que, en efecto, habitaba esos campos; a la vez que presentaba un mensaje tácito de benévola armonía al gusto del público receptor, en cuyos salones el campesino aparecía entre imágenes idílicas y discretas que armonizaban con un conjunto de inocuas y apacibles representaciones.

La propuesta de Barrell constituye una interesante analogía de algunas de las cosas que podemos decir sobre la pobreza y la exclusión psicosocial (EP) en la sociedad, así como su capacidad para existir y no existir al mismo tiempo dentro del paisaje de la producción de conocimiento. En efecto, pese a la evidente importancia que le otorgamos a la pobreza como problema social que, al menos en el contexto de América Latina, en los últimos años ronda el 40% de la población general entre pobreza relativa y pobreza extrema (CEPAL, 2019), en realidad, no es necesariamente mucho lo que objetivamente hemos evolucionado como sociedad respecto a su comprensión y mitigación. De hecho, tal como señalan Ayala et al. (1998), y aunque pueda parecer una sorpresa, pese a acompañarnos desde el inicio de la humanidad, las ideas que tenemos sobre la pobreza son relativamente las mismas.

Algo semejante ocurre en el cuerpo de la psicología. Pese a que existe una pequeña y lúcida literatura especializada, la pobreza como tema dista del protagonismo de otros temas en la agenda de prioridades en estudio de la disciplina (Galindo y Ardila, 2012; Smith, 2010; Waldegrave, 1990). En realidad, la situación es incluso más complicada. Con frecuencia podemos encontrarnos con que su mera discusión como problema es despachada como un elemento que no requiere mayor dilucidación1, al tiempo que parece existir un consenso tácito en la utilización poco razonada de algunas de las herramientas históricas de la disciplina, como es el caso de las nociones de locus de control y desesperanza aprendida, que abordaré más adelante en este mismo capítulo.

De hecho, es significativo que, en medio de este escenario, sean precisamente otros ámbitos de conocimiento, como es el caso de la economía conductual, los que han tomado el liderazgo en considerar dimensiones subjetivas y comportamentales, mientras el recorrido de la psicología ha permanecido relativamente estable (Rodríguez, 2006, 2009).

Ninguno de estos elementos debería interpretarse como un simple producto del desinterés o del azar. Como espero poder mostrar en estos primeros capítulos, nos encontramos ante la presencia de una serie de peculiares paradojas que recorren la larga y compleja relación de Occidente con la pobreza y la EP y, unido de forma inevitable a ello, también con la forma como el discurso científico terminó por incorporarla. Es posible resumir estas paradojas en dos ideas. La primera es esta: la desconcertante relación que existe entre la notoriedad de la pobreza como problema psicosocial (de hecho, el principal problema psicosocial) y el poco esfuerzo relativo que la psicología ha realizado para el estudio y sistematización de las variadas aristas de ese problema.

La segunda podría expresarse en estos términos: la pobreza y la EP, al ser exploradas, develan importantes puntos ciegos de la disciplina en los que todavía podrían realizarse avances, más allá de los meros consensos ideológicos, de manera tal que podría decirse que los problemas de pobreza y exclusión constituyen verdaderas puertas de entrada a contradicciones epistemológicas fundamentales en el saber psicológico instituido, así como una serie de retos que rebasan, de sobra, la simple ubicación en categorías analíticas convencionales de sus narrativas sociales.

LA PARADOJA DE LA POBREZA COMO PROBLEMA BÁSICO EN PSICOLOGÍA

En efecto, si se atiende a las referencias más generales, en las últimas décadas no han dejado de aplicarse los adjetivos más inquietantes desde las más variadas parcelas de la profesión al tema de la pobreza como problema fundamental para el funcionamiento psicológico, notoriedad de la que poco podrían aspirar otros temas más visibles. Así, por ejemplo, autores como Felner et al. (1995) le han denominado como “la gran epidemia del siglo XX”; otros han visto en ella “el principal factor de riesgo para la salud mental”, entre todos los factores de riesgo existentes (Schorr, 1988; McLoyd, 1998; Prilleltensky, 2003; Rodríguez, 2006, 2009). Incluso instituciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud [OMS] (2004, 2009, 2016) y la Organización de las Naciones Unidas [ONU] (2000) la han descrito, —junto a otras variables socioculturales asociadas a ella, como el género—, como “la principal causa de morbilidad en el mundo”. Al inicio de una influyente compilación sobre psicología y pobreza, Carr (2003) la denominó como “el principal flagelo del planeta en la actualidad2” (p. 1).

Un compendio sobre las manifestaciones sintomáticas encontradas en condiciones de pobreza incluyen, entre otros efectos: presencia de sufrimiento y contenidos traumáticos (Moreira, 2003, 2005; Rodríguez et al., 1990; Sawaia, 1999); síntomas de depresión, ansiedad y baja autoestima (Bolger et al., 1995; DuBois et al., 1992; Felner et al., 1995) frustración, rabia, hostilidad, sentimientos disfóricos, tanto como sentimientos de desesperanza y desmoralización dentro de la familia (Conger et al., 1992; Conger et al., 1993; Conger et al., 1994; Elder et al., 1985; Rodríguez, 2002, 2006, 2010) poca aceptación por parte de los pares (Bolger et al., 1995), dificultades en el rendimiento y la ejecución académica, (DuBois et al., 1992; Felner et al., 1995; McLoyd, 1990, 1998; Rodríguez et al., 2009); a su vez, es frecuente el reporte de problemas conductuales en los contextos educativos (DuBois et al., 1992; Felner et al., 1995), disminución de las competencias sociales (Conger et al., 1993), efectos negativos en el rendimiento dentro de las pruebas intelectuales, tanto como efectos en habilidades cognitivas y verbales (McLoyd, 1998; León, 2007), conducta delincuencial (Bolger et al., 1995; 1995; McLoyd, 1998), así como manifestaciones asociadas a abuso físico y sexual temprano (Felner et al., 1995), rechazo parental, conflictos entre padres e hijos (Bronfenbrenner, 1979; McLoyd, 1990, 1998; Conger et al., 1993, 1994; Elder et al., 1985), así como, entre otros, menos expectativas de esperanza de vida (Prilleltensky, 2003).

Sin embargo, pese a esta persuasiva evidencia empírica, se advierte que el papel de estos contenidos en la agenda pública de la psicología clínica y el ámbito psicosocial muestran un panorama irregular en el que podemos apreciar: (a) muy pocos desarrollos teóricos de la psicología como ciencia y profesión, mostrando un fuerte énfasis por la asimilación de comprensiones económicas y sociológicas, (b) una casi inexisteste presencia del tema dentro de los programas de estudios, (c) así como una sistemática omisión de reflexiones y consideraciones respecto a las diversas tecnologías de la práctica y la intervención (Rodríguez, 2002, 2006).

LA PARADOJA DE LA POBREZA COMO VÍA REGIA PARA LA PSICOLOGÍA

Se podría admitir que el poco peso que ha tenido el estudio de la pobreza a lo largo de la historia de la psicología coincide con lo que ocurre en otros temas de la disciplina en los que la dimensión cultural o contextual es imprescindible para su correcta comprensión (Cole, 1999; Díaz-Guerrero, 2002; Gergen et al., 1996); después de todo, el estudio de los procesos contextuales o culturales ha tenido, por años, lo que Gergen et al. (1996) señalaron, desde dos décadas atrás, como un matiz de “materia pendiente”. Rolando Díaz-Guerrero (2002), posiblemente uno de los investigadores más visibles de la ecuación persona-cultura en el contexto latinoamericano, alguna vez comentó en uno de sus textos, al referirse a su medio académico de formación:

Mis mentores en la State University of Iowa, entre 1943 y 1947 (…) me proveyeron de un sólido conocimiento teórico y metodológico sobre la ciencia de la Psicología. Pero la palabra cultura no estaba en el vocabulario psicológico de la época, mucho menos el término psicología trans-cultural. (p. 3)

Cole (1996/1999) ha propuesto una idea sencilla y estimulante para el debate que concuerda con el problema de más elemental exposición a tales contenidos expuestos por Díaz-Guerrero. En sus palabras:

Mi tesis básica es que el paradigma científico que dominó la psicología y las otras ciencias conductuales-sociales posteriormente no resolvería de manera adecuada las cuestiones científicas planteadas por Wundt. Por consiguiente, los intentos por (…) reintroducir la cultura como un constituyente crucial de la naturaleza humana se han enfrentado a dificultades insuperables. (p. 26)

Una ilustración, entre las muchas disponibles, puede verse en una revisión realizada por Nagayama y Maramba (2001) sobre la presencia de temas culturales en las principales revistas psicológicas norteamericanas durante las dos últimas décadas del siglo XX; el elocuente resultado encontrado fue que, entre los años 1987 y 1999, solo el 1% de los artículos presentados a tales revistas correspondían explícitamente con temas de psicología transcultural y minorías étnicas; sin embargo, uno de cada tres personas que para entonces vivían en ese país pertenecían, precisamente, a algún tipo de minoría. Aunque esa situación ha comenzado a cambiar en los últimos años bajo el impulso de diferentes movimientos, con renovadas formas de repensar el problema de la psicoterapia y la intervención con minorías étnicas (Cabassa y Baumann, 2013; La Roche et al., 2015), lo cierto es que el patrón ha sido notorio y, en términos generales, da cuenta de un discurso que podría definirse como dominante a lo largo del tiempo.

Sin embargo, pese a esa directa asociación con otros problemas culturales, la propuesta que intentaré desarrollar en este texto es que la contradicción en el campo de la pobreza y la EP puede entenderse como un epifenómeno de un proceso mucho más amplio que involucra dimensiones epistemológicas, teóricas y metodológicas, así como políticas y éticas muy propias de su condición de objeto de estudio poco valorado por la psicología.

Un punto de partida particularmente importante en esta discusión es el propuesto por O´Connor (2002), para quien la importancia de comprender que cualquier desarrollo sobre la noción de la pobreza pasa por considerar el significado de lo que el término pobreza significa para la sociedad. En sus palabras:

…la construcción de una agenda antipobreza requerirá un cambio básico en la manera en que nosotros, como sociedad, pensamos colectivamente sobre “el problema de la pobreza”, un cambio que comienza con una redirección en el conocimiento científico social del conocimiento en pobreza. (p. 4)

La autora ha propuesto una diferenciación particularmente útil para la comprensión de los problemas teóricos en el área, mediante la diferenciación entre conocimiento en pobreza (poverty knowledge) e investigación en pobreza (poverty research). En palabras de O´Connor, mientras el conocimiento en pobreza describe “una forma de definir y enfrentar los problemas sociales presentados por la superposición desigualdades económicas, raciales, de género y étnicas” (2016, p. 171), la investigación en pobreza, describe en su lugar “un conjunto de prácticas, protocolos y normas en ciencias sociales” (2016, p. 171) mucho más cercanas a elementos operativos y procedimentales. Esta diferenciación, aunque sutil, es importante, pues nos permite apreciar la distancia que existe entre las prácticas de las que se derivan hallazgos definidos —v.g.: índices, medidas, cuantificaciones y representaciones subjetivas—, propios de la investigación en pobreza, respecto a la existencia de modos de entender esas prácticas, de generar discursos políticos y públicos y, por esa misma razón, incidir en el desarrollo de determinados imaginarios sociales en un marco fuertemente condicionado por elementos políticos e ideológicos.

Otro elemento importante para la discusión está en que, pese a llegar a constituirse en sí misma como una “industria académica” —con todas las implicaciones económicas de visibilidad y eventuales fuentes de influencia— con una serie constatable de hallazgos empíricos y conceptuales desarrollados a lo largo del tiempo, la influencia del conocimiento académico en pobreza está bastante condicionado por dimensiones exteriores a los miembros internos de la “industria académica”, al punto que, incluso podría pensarse que, más que el valor de las aportaciones, eventualmente puede prelar la forma en la que los conocimientos producidos corresponden con los intereses políticos en juego (O´Connor, 2016). Un buen ejemplo de ello podría ser la crítica de autores como Weddenburg (1974), quienes desde hace décadas han señalado que la escogencia del término pobreza constituye en sí misma una decisión política que invisibiliza dimensiones políticas más complejas, como es el caso de la inequidad y la injusticia.

Parte del problema que espero poder demostrar a lo largo de este texto está en el modo como, desde hace décadas, la mirada psicológica —o, incluso en ocasiones, las suposiciones pseudopsicológicas, en muchas ocasiones fuertemente asociadas por suposiciones de naturaleza ideológica— han creado una narrativa en la que el sujeto en pobreza es caracterizado por las limitaciones de su acción, omitiendo de manera sistemática la importancia de factores contextuales y ecológicos que, eventualmente, podrían dotar de un significado mucho más amplio el funcionamiento implicado3. El resultado de ello podría verse en el callejón sin salida que implican análisis que se debaten entre el fatalismo y el voluntarismo extremos, creando así una situación posiblemente irracional, pero con suficiente capacidad para ajustarse a la sensibilidad del canon dominante respecto a la pobreza y la EP.

Permítase realizar dos breves ilustraciones sobre las consecuencias que pueden traer la mirada inadvertida de las dimensiones teóricas de la psicología en el estudio de la pobreza.

Los problemas para comprender los discursos de los pobres sobre la pobreza

Un elemento que resulta particularmente significativo es que, pese a su larga historia dentro de las ciencias, como comenta Székely: “aunque parezca sorpresivo, existen pocos estudios sistemáticos en el mundo que han documentado el punto de vista de los pobres sobre cuestiones que tienen que ver con la pobreza” (2005, p. 11. Cursivas añadidas). El dato, en realidad, es más que desconcertante, pues la tradición de encuestas en pobreza se remonta al menos al año de 1886, cuando el empresario mercante Charles Booth inició un estudio sobre las condiciones sociales de los vecindarios marginales del Este de Londres, un proyecto que creció hasta convertirse en la ambiciosa obra de 17 volúmenes titulado: Life and Labour of the People in London (1889-19034) (O´Connor, 2016). Para hacer todavía más desconcertante la cuestión, es posible encontrar una serie de problemas en temas centrales en dichos estudios.

En una investigación nacional conducida en México a principios del siglo XXI, Székely (2005), encontró que, al preguntar por qué existen los pobres a los mismos pobres, el 19.36% de los encuestados respondió que, porque no trabajaban lo suficiente, el 15.80% porque el gobierno no funcionaba bien, el 14,71% porque en el mundo siempre han existido pobres y ricos, el 13.50% debido a la voluntad de Dios y el 13.25% porque ninguna institución les ayudaba lo suficiente para salir de la pobreza. Es decir, un patrón de respuesta absolutamente coherente con lo que conocemos en otros ámbitos como explicaciones estructurales de la pobreza (Feagin, 1972). Ahora bien, al preguntar a los pobres qué se debería hacer para vivir mejor, el 42.7% respondió: ¡trabajar más!, —en oposición al 17.9% que respondió que buscar apoyo del gobierno—, lo cual deja en claro una evidente contradicción entre la forma como los encuestados abordan las causas que explican la pobreza y las acciones que deben realizarse para poder salir de ella.

Este hallazgo, aunque curioso, no representa una novedad. De hecho, es frecuente encontrar respuestas de este tipo cuando realizamos conversaciones con comunidades en contextos de pobreza y precariedad social. También podemos verle replicado en otros estudios en el contexto latinoamericano. Un ejemplo es la analogía con el trabajo de von Hoegen y Palma (1999), quienes exploraron las percepciones y las ideas sobre la pobreza de un total de ocho grupos culturales e idiomáticos de Guatemala. En ese estudio, las principales causas de la pobreza, según un listado de opciones no excluyentes, volvieron a ser causas fundamentalmente estructurales, sobre las que no existía ninguna posibilidad de control por parte de los pobres: los bajos salarios (100%), los precios de las cosas y servicios (82%), la falta de tierra para los cultivos (63%), la falta de trabajo (59%). Por su parte, al explorar sobre soluciones recomendadas para esa situación, el 41% aludía a la necesidad de que el gobierno hiciera planes conforme al pensamiento de los pobres, así como que trabajase directamente con las comunidades para la solución de los problemas. Ese 41% ofrecía entonces una interpretación alejada de cualquier forma de comprensión estructural o fatalista, análoga a las explicaciones de la muestra mexicana. En palabras de estos autores: “los pobres se ven a sí mismos en capacidad y disposición de ayudar al gobierno a planificar, programar y ejecutar proyectos de desarrollo comunitario, participativamente, sin esperar ayudas paternalistas” (p. 129). Aquí, nuevamente, vuelve a reproducirse el mismo esquema en donde las causas y las alternativas de solución propuestas por los mismos pobres dan cuenta de un patrón diferencial. Tales hallazgos contrastan con las narrativas que suelen articularse en el cuerpo social.

No es sorprendente, entonces, que algunos autores se hagan la pregunta más evidente:

¿Cómo se puede entender que pese a que se piensa que la pobreza obedece a elementos sobre los que se carece cualquier tipo de influencia, se afirme que es posible vivir mejor, y que esa posibilidad se logre a través de más trabajo? (Pérez et al., 2005, p. 212)

Un argumento que se podría considerar es que, después de todo, el análisis racional que realizan personas en pobreza está condicionado de manera dramática por las propias condiciones de inequidad educativa a las que han estado expuestos. Después de todo, casi cualquier analista perspicaz podría indicar que los discursos producidos por las víctimas de la pobreza y la EP no tendrían por qué ser particularmente diferentes a los que podrían aportar las víctimas de una enfermedad crónica: su conocimiento y vivencia en primera persona, pese a su incuestionable valor subjetivo, no tendría por qué asegurar un protocolo particular de intervención. Ocurre, sin embargo, que estas paradojas van más allá de la narrativa de los pobres y excluidos.

¿Por qué se encuentran tales contradicciones? ¿Son contradictorios los contenidos encontrados? ¿Son contradictorios los discursos sobre esos contenidos?

La propuesta de interpretación que intento sostener aquí es que, hallazgos como los de Székely (2005) en México y von Hoegen y Palma (1999) en Guatemala sorprenden a la comunidad de científicos sociales en la medida en que rompen con una suposición largamente compartida respecto a la respuesta esperada ante la pasividad y la inacción.

Palomar (2005) lo señala con bastante precisión cuando, releyendo precisamente la aparente paradoja en la encuesta realizada a los pobres de México, recuerda que históricamente, los autores han pensado en términos de la pasividad como un rasgo dominante: “esto es así porque en nuestra cultura, desde sus precedentes en el mundo azteca y en el período colonial, se caracteriza por valores de subordinación y autoritarismo” (p. 187), de manera que ese patrón corresponde con el patrón analítico canónico a la hora de representar la visión del más desfavorecido.

No deja de ser significativo que, en el caso concreto de los hallazgos de Széleky (2005), que son retomados una y otra vez desde diferentes perspectivas de las ciencias sociales, la explicación más convincente sea la propuesta por Dieterlen (2005), una autora que tiene su base de formación en la filosofía, no en las ciencias sociales, y quien asumió la intepretación de los resultados con base en nociones cercanas a los desarrollos en filosofía política propuestos por el filósofo John Rawls. Es así como esta autora propone un análisis en el que deja claro que los datos aparentemente contradictorios del estudio de los resultados de la encuesta nacional mexicana en realidad revelan una posición absolutamente sensata por parte de los encuestados de origen pobre. En su interpretación, las personas en pobreza evidencian una clara percepción de falta de oportunidades —es decir, una comprensión tácita de condiciones estructurales reales—, a la vez que también expresan la idea del trabajo como elemento fundamental para combatir la pobreza —es decir, la dimensión individual—, en la medida en que es el único ámbito de acción que, en caso de estar disponible, podría permitirles agenciar la satisfacción de sus necesidades. De esta forma, la aparente contradicción de los hallazgos entre las causas de la pobreza y su solución, lo que en realidad describe es el razonable acercamiento a una situación que, en sí misma, guarda una contradicción. Podríamos concluir, entonces, que los pobres no están equivocados ni son necesariamente confusos en sus respuestas. En realidad, ofrecen explicaciones perfectamente racionales a dos condiciones de vida: el origen de sus limitaciones materiales, por una parte, y las posibilidades de su posible solución5.

Sin embargo, esto no termina de responder a la pregunta: ¿Por qué es tan complicado ver esta situación?

Veamos, para profundizar en ello, una segunda ilustración.

El locus de control como sustitución de la consecuencia por la causa

Quizá el recurso teórico originado en la psicología más utilizado en el análisis de la pobreza y la EP sea el concepto de locus de control propuesto por Rotter (1966); de hecho, su popularidad ha sido tal que es habitual encontrar explicaciones que dan cuenta del locus de control externo como forma de explicar procesos psicosociales en pobreza desde las más diversas perspectivas, omitiendo con frecuencia cualquier tipo de argumentación teórica, de modo que el locus de control termina por ser asumido como un elemento por sí mismo inherente a la pobreza.

Un ejemplo notable es el que presenta el ambicioso estudio denominado “Proyecto Pobreza” y que, entre otros textos, encontró su expresión en el libro de Ugalde et al. (2004)Detrás de la pobreza: percepciones, creencias, apreciaciones. Allí, después de realizar un levantamiento de más de 14.000 entrevistas en todos los estratos y todas las regiones de Venezuela, país en el que se enfocó el estudio, la apuesta de los autores consistió en un análisis de las dimensiones culturales de la pobreza. En este caso, Ugalde et al. (2004), apostaron por un modelo interpretativo en el que se partía de tres conjuntos de creencias que los autores consideraban indispensables para la superación de la pobreza. Estas eran: 1) el locus de control interno; 2) la confianza en otros y las instituciones, y 3) un conjunto de valores o preferencias valorativas que, en general, los autores sintetizaban como una dicotomía entre Moderno versus Tradicional o Pre-moderno.

Tal como en su momento apuntaba De Viana (diciembre, 1998), en un análisis preliminar de los resultados:

Por los resultados puede afirmarse que más del 80% de los venezolanos no parecen tener las condiciones culturales requeridas por la modernidad, es decir, el 87,7% cree que el curso de los acontecimientos le es ajeno, corresponde a una entidad externa a él. Para el 37,1% tal carencia de control es absoluta. (p. 13. Cursivas añadidas)

Aquí, nuevamente, volvemos a encontrarnos con una curiosa paradoja teórica. Si bien, por un lado, tenemos frente a nosotros el frecuente hallazgo de un locus de control externo como locus dominante, al mismo tiempo nos encontramos con una aseveración que, por su magnitud e implicaciones prácticas no puede ser menos que inquietante: el 80% de las personas “no parecen tener las condiciones culturales requeridas por la modernidad” (De Viana, 1998, p. 13), en la medida en que su locus de control no les permite atribuir una expectativa de control sobre los eventos de la realidad. En otras palabras, todo el inmenso aparataje investigativo termina por reposar en una explicación con una dirección muy precisa: las eventuales limitaciones en el locus de control de los sujetos que padecen la pobreza. Tal resultado presenta un agravante. Dichas limitaciones en la agencia incluso sentencian las posibilidades de alcanzar al fin una posibilidad de desarrollo.

Es significativo que, sin embargo, hallazgos análogos sobre el predominio del locus de control externo puedan verse fácilmente en los resultados de estudios realizados en países de primer mundo, sin que tales apreciaciones correspondan con un conector directo a su efecto sobre el desarrollo, y mucho menos sobre su potencial de ser modernos. Ese es precisamente el caso de los hallazgos reportados por el Pew Research Center (2018), al conducir una encuesta nacional sobre el significado de Dios para la sociedad norteamericana. Sus resultados reportaban que el 48% (es decir, casi la mitad de los adultos encuestados) creían que Dios determinaba lo que ocurría en sus vidas la mayor parte del tiempo, en un claro reconocimiento de un importante elemento de locus de control externo. Tal comentario, sin embargo, ocurría en el contexto de un país desarrollado y, ante él, no existía la menor sospecha de fragilidad cultural o limitaciones para el cumplimiento de determinados logros de desarrollo. ¿Acaso no debería considerarse, igual que en el estudio realizado en un país de América Latina, que tal interpretación contradecía elementos explicativos sobre el desarrollo de la principal potencia económica del mundo? La ilustración es pertinente en la medida en que ayuda a apreciar las consecuencias del uso de conceptos de origen psicológico de forma tan amplia que, al final, termina por correr el riesgo de ofrecer una lectura descontextualizada.

Conviene recordar que la noción de locus de control, acuñada originalmente por Rotter (1966) en su poco exitosa teoría del aprendizaje social cognitivo corresponde, significativamente, con apenas un pequeño elemento dentro del marco general de su teoría de la personalidad. Ese elemento es el conjunto de las tres “expectativas generalizadas”, entre las cuales el locus de control coexiste con la expectativa generalizada de solución de problemas, así como la expectativa generalizada de reforzamiento. Por motivos que no competen a la presente discusión, las otras dos expectativas fueron relegadas de cualquier interés y la expectativa generalizada de locus control de Rotter terminó por convertirse en una de las variables más estudiadas de las últimas décadas del siglo XX en psicología (Pervin, 1996/1998; Rotter, 1990). Este elemento es importante, pues implica que el locus de control no es, en la teorización de Rotter, una explicación teórica de gran alcance capaz, por ejemplo, de explicar un proceso socialmente tan complejo como el desarrollo, sino una variable que, junto a las otras dos expectativas propuestas, expresan una función que da cuenta del potencial de conducta. De esta forma, el locus de control solo describe lo que es capaz de describir: expectativas sobre la probabilidad de obtener un refuerzo en función de los aprendizajes previos que el sujeto ha tenido en su interacción con ese refuerzo. Como señala el mismo Rotter (1966) en su paper sobre expectativas generalizadas:

Los efectos de recompensa o refuerzo en el comportamiento anterior dependen en parte de si la persona percibe la recompensa como contingente de su propio comportamiento o independiente de él. La adquisición y el rendimiento difieren en situaciones percibidas como determinadas por la habilidad versus la oportunidad (cursivas añadidas). (p. 1)

Es así como la noción de locus de control, lejos de ofrecernos una alternativa explicativa poderosa y global, en realidad nos muestra una útil y versátil variable que, al menos en la teorización original de Rotter, describe una sutil función evaluativa de la posibilidad de la recompensa, medida por la experiencia previa. Lo cual implica que, más que un elemento estructural de explicación de amplios patrones de conducta, en realidad viene a describir secuencias definidas y sistemáticamente ajustadas a la percepción del contexto particular. Es decir, el producto de una experiencia previa ante la posibilidad de controlar una determinada contingencia, pero en ninguna medida la razón que pueda dar cuenta de la aparición o no de tal contingencia. Así, por ejemplo, el locus de control tendrá mayor poder en contextos novedosos para el sujeto, en el que la expectativa generalizada de control opera como un mapa de generalizaciones que predecirá el ambiente con base en la experiencia pasada, pero tendrá mucho menos peso con contextos en los que existe un aprendizaje previo y ante el que la expectativa tendrá poco valor predictivo; aquí, por cierto, se puede apreciar una clara analogía con los hallazgos experimentales de Seligman (Peterson, Maier y Seligman, 1993) respecto a la desesperanza aprendida, en cuanto el proceso de desesperanza se aprendía como consecuencia de las contingencias de castigo recibidas, es decir, era una consecuencia de una acción previa, y de ninguna manera un atributo temperamental, disposicional o causal inherente al sujeto experimental.

Naturalmente, la noción de locus de control podría evolucionar perfectamente en una dirección más compleja que, incluso, negase o corrigiese elementos fundamentales de la original teorización de Rotter. El problema es que cuando observamos el uso del concepto no existe ninguna referencia precisa que nos haga pensar que el concepto ha sido replanteado, por lo que no queda otra alternativa que considerarlo en los límites precisos de su conceptualización original. Dicho de otra manera, el locus de control externo en la pobreza vendría a señalar antes que una causa de la pobreza, más bien un caracterizador de lo que implica vivir en pobreza.

Aunque esta precisión podría parecer en contracorriente con la interpretación habitualmente utilizada del locus de control, tal cosa no es ni de lejos una novedad. Hace ya varias décadas que Montero (1991) ofrecía un análisis crítico de la noción de locus de control en su libro Ideología, alienación e identidad nacional. En ese texto, Montero describe el significado racional de la noción de locus de control externo por parte de los más desfavorecidos, expresando la naturaleza racional y perfectamente adaptativa del locus de control. En sus palabras, el locus de control externo, característico de la población nacional, en realidad expresaba: “una conducta de supervivencia basada en una evaluación objetiva (…) del medio y del rol que se juega en él” (p. 34). Tal posición está en perfectamente concordancia con el desarrollo de las diferentes visiones de agencia, capacidad, libertad y empoderamiento que se han descrito desde la década de los 90s, en gran medida impulsadas por la reflexión, a medio camino entre la economía y la filosofía política, realizada por el economista de origen bengalí Amartia Sen (1992, 1999, 2006).

DIMENSIONES PARA EL ANÁLISIS

Una vez planteadas algunas de las implicaciones de los retos, peculiaridades y dificultades que el estudio de la pobreza sigue proponiendo para la producción de conocimiento en ciencia, cabría preguntarse de qué forma podríamos intentar ordenar nuestra aproximación al problema.

Una propuesta para ello es pensar el problema de la pobreza y la EP con base en un conjunto de dimensiones críticas para el análisis. Estas son: (a) dimensión epistemológica (b) dimensión teórica y metodológica; (c) dimensión política y ética.

Dimensión epistemológica

Uno de los temas más importantes del plano epistemológico en psicología es el predominio de los modelos intrapsíquicos. El reconocimiento dogmático de los procesos internos como procesos causales unívocos, acarrea, como consecuencia natural, la idea de que “la influencia cultural que solo podría operar después de la configuración de los procesos internos del individuo” (Rodríguez, 2006, p. 31). O, en otros términos: el efecto de la cultura es, por una mera suposición correspondiente al modelo de realidad, un efecto necesariamente menor y secundario, condicionado por oscuros procesos que ocurren dentro del individuo. La consecuencia de tal dogma es la mera trivialización de la importancia de la cultura y el contexto.

Tal situación presenta esencialmente un desconcertante callejón sin salida desde el plano epistemológico, pues:

La consecuencia obvia para un modelo teórico y técnico que desdeñe considerar el peso de los factores (culturales, tales como la pobreza) habrá de ser, necesariamente, la suposición de que tales especificidades carecen de importancia por lo que, en consecuencia, cualquier tipo de cuestionamiento teórico o técnico habría de resultar una empresa innecesaria. (Rodríguez, 2006, pp. 31-32)

Así las cosas, pese al reconocimiento nominal de su importancia como problema social, se corre el peligro de terminar trivializando la importancia de factores críticos para la comprensión de las dinámicas de la pobreza y la EP, tanto como, de forma análoga, Montero (2003) ha señalado respecto a la hipótesis relacional en ciencia, un escenario donde esta: “ha sido muchas veces naturalizada de tal manera que reconociéndose su existencia, se le ha tenido por obvia, se la ha dado “por sentada”, con lo cual se la dejaba fuera de los análisis y de las explicaciones” (p. 43).

Sin embargo, existen todavía más complicaciones.

Uno de los elementos más importantes es el que se vincula a la naturaleza ideológica del modo como pensamos los problemas de la pobreza y la EP no solo como ciencia, sino también como sociedad.

En el caso de la psicología, el estudio por excelencia sobre la causalidad de la pobreza ha sido la influyente investigación de Feagin (1972) sobre los tres modelos explicativos de la pobreza, recogidos en un paper con el sugerente título: Poverty: we still believe that God helps those help themselves, en el que documentó un modelo explicativo de la pobreza que, a grandes rasgos, parece explicar eficientemente lo que las personas tienden a construir sus explicaciones sobre las causas y orígenes de la pobreza6. Estas explicaciones de la pobreza son: a) la explicación estructuralista: según la cual la responsabilidad de la pobreza debe recaer en limitaciones, errores o distorsiones de la estructura social o de otras variables sociopolíticas; b) la explicación individualista: según la cual la responsabilidad de la pobreza puede y debe ser explicada por las acciones u omisiones de las propias personas que viven en pobreza; c) la explicación fatalista: según la cual la explicación de la pobreza corresponde a un asunto que escapa del control humano y debe ser atribuido a un destino ominoso o a la mera voluntad de Dios.

Un elemento relevante es que existe una consistente evidencia empírica que permite afirmar que la ubicación dentro de cada de una de esas tres explicaciones corresponde a influencias sociales, tales como la propia exposición, o no, a condiciones de pobreza durante el recorrido vital (Gorshkovm y Tikhonova, 2006), la perspectiva política (Carrasquel y González, 2009; Zucker y Weiner, 1993), el nivel educativo (Carr y Maclachlan, 1998), entre muchas otras variables. Así, por ejemplo, Furnham encontró en 1982 que los británicos de orientación política conservadora solían dar más importancia a las causas individuales de la pobreza. Años antes, Huber y Form (1973) argumentaron que la estratificación social por motivos individuales —es decir, por motivos atribuibles directamente al sujeto— podía entenderse por el peso de tres valores occidentales de gran importancia ideológica: la igualdad, el éxito y la democracia. En contraposición con estos elementos de orientación más bien política, Hilgartner y Bosk (1988) propusieron la “teoría de arena pública”, en la que explican que el contacto directo con los pobres determina la sensibilización ante la pobreza más que la mera influencia ideológica y el tipo de modelo explicativo del que se parta.

En todo caso, la evidencia empírica no solo tiende a enfatizar que a mayor nivel económico predominan las explicaciones individualistas —sobre todo en el caso de los hombres— (Palomar, 2005), al tiempo que mientras existen mayores indicadores de victimización —tal como culpar a Dios, a la sociedad o al gobierno— hay mayores manifestaciones de falta de control, baja autoestima, indicadores depresivos y menos ajuste psicosocial, al punto que los niños de origen africano que no atribuían su pobreza a causas sociales —es decir, estructurales, sino más bien individuales—, tendían a tener más y mejores puntajes académicos (McBride, et, al., 2002), todo lo cual en apariencia podría apoyar de una manera tácita la suposición según la cual las perspectivas explicativas individualistas de la pobreza son, de por sí, mejores alternativas subjetivas como predictores no solo de éxito relativo, sino incluso de protección ante situaciones de inequidad7.

Es precisamente ese marco el que O´Connor (2002, 2016) enfatiza en su análisis, cuando reclama la importancia de revisar lo que pensamos sobre la pobreza como elemento central en el modo como nos enfrentamos a ella.

En resumen, lo que intento sostener es que un análisis adecuadamente soportado sobre premisas epistemológicas claras podría contribuir de forma significativa a precisar los límites de la discusión. Es de esta manera como el reconocimiento de dimensiones que escapan a la dimensión teórica y metodológica pueden ofrecer importantes elementos para comprender la forma como se actúa frente a los temas de la pobreza y la EP, más allá de los elementos estrictamente conceptuales. Un buen ejemplo de ello es la frecuente presencia de programas realizados en contextos de pobreza —así como en muchos otros contextos de interés social—, donde suposiciones ingenuas, descontextualizadas o sencillamente prejuiciosas acaban por infringir diferentes consecuencias perniciosas a los sujetos a quienes se ha dirigido la intervención. Un ejemplo notorio es el efecto que las diferentes miradas sociales terminan por tener sobre un tema tan sensible como es el caso de los niños de la calle. Al referirse a este problema, Glauser (1999) comentaba, de forma lúcida y sintética:

Nosotros seguimos mirándolos a través del anteojo de nuestras pautas, nuestros intereses y necesidades, y los vemos con variable aumento de color y nitidez, sin darnos cuenta de que vemos no sus características y condiciones, sino aquellas que nuestros cristales enfatizan y nos hacen ver.

Así cada cual saca de ellos y hace con ellos lo que le es útil. Las señoras de sociedad los hacen objeto necesitado de su pasatiempo bondadoso y caritativo; las instituciones sociales, los educadores y promotores –cristianos a o no—los enfocan con proyectos y los convierten en contraparte y referencia social, y hasta su potencial político actual y futuro pasó a ser considerado por los partidos y movimientos políticos. Igualmente, los niños de la calle comenzaron a poblar los análisis de los investigadores sociales, pues hay dinero para investigarlos. (p. 21)

Llorens (2005), valiéndose de la sugerente analogía de “nosotros los sujetos” en un estudio sobre los procesos emocionales en el personal asistencial que trabajaba con tales niños, también ha reflexionado sobre este tema a la hora de considerar las inevitables implicaciones emocionales de los profesionales, voluntarios e instituciones que participan en el trabajo con los llamados niños de la calle. En sus palabras:

Es importante mostrar cómo los programas de intervención siempre están teñidos de (…) sistemas de valores (…). Todos tienen un ideal de cambio y una manera de trabajar que se ve influenciada por factores como, por ejemplo, la religión de los miembros, la profesión, el nivel socioeconómico, etc. (p. 265)

Dimensión teórica y metodológica

Algo semejante al problema de las visiones sobre la pobreza y la EP ocurre con los problemas de conceptualización y medición. En este caso puede apreciarse que, en la medida en que la teorización psicológica aceptó de forma acrítica las nociones propias de los modelos económicos y sociales más generales, en esa misma medida, acabó por comprometer las posibilidades analíticas y metodológicas con las que podría contar como disciplina. Un ejemplo de ello es el reconocimiento de la importancia de estudiar los factores subjetivos de la pobreza. Desde que comenzó a recibir si quiera un poco de atención en algunos círculos académicos, el estudio de tales fenómenos ha abierto algunos caminos estimulantes y de prometedoras posibilidades, entre las cuales se encuentran la de estudiar con más detenimiento las causas y relaciones entre la vivencia de pobreza, así como la mediación de otras importantes variables, dentro y fuera de la tradición psicológica8 (Barrera et al., 2001; Barrera et al., 2006).

Algo semejante puede apreciarse en los aportes de Prilleltensky (2003), quien ha señalado, al referirse a la importancia subjetiva de los actores:

…la aplicación de esta orientación al tema de la pobreza implica que debemos examinar las experiencias, consecuencias, fuentes y acciones hacia la pobreza desde la perspectiva de los pobres, tanto como desde la perspectiva de las ciencias sociales críticas. (p. 20)

En ese marco, la propuesta implica la incorporación de nociones de naturaleza propiamente psicológicas como la noción bienestar, así con la dimensión política de la experiencia personal y social; porque tal como nos enseñan perspectivas más amplias, como los enfoques comunitarios, ambas están intrínsecamente conectadas con las prácticas y modos de comportamiento. Una sensibilidad teórica de esa naturaleza resulta coherente con las propuestas originadas en los campos de teorización psicológica más disímiles.

Uno de ellos proviene del trabajo en contextos ecológicos y es la ya histórica propuesta de Bronfenbrenner (1979/1987, 1992) respecto a la diferenciación entre determinantes distales y determinantes proximales de la conducta. En la visión de este autor, los determinantes distales corresponden a factores de determinación general, distantes del círculo de influencia directa del sujeto, tal como es el caso de factores ambientales, nacionales, entre otros. Por su parte, los determinantes proximales aluden a los espacios de interacción más cercanos del sujeto, como es el caso de la familia de origen, las interacciones cotidianas y el espacio que ocupa en un momento y lugar determinado. Si se consideran estas elementales apreciaciones sobre el problema de la determinación de la conducta, resulta fácil entender que la psicología, sistemáticamente, ha desatendido los elementos proximales de la determinación de la pobreza y la EP, apostando de una manera no necesariamente óptima a los factores más remotos de la determinación.

Los problemas teóricos y de medición también pueden verse reflejados en discusiones, en apariencia sutiles, que en realidad condensan importantes consecuencias para el desarrollo teórico. Un ejemplo de ello es la idea que el historiador E.P Thompson deja muy clara al inicio de su libro, Customs in Common