Disciplinas, saberes y prácticas - Víctor Navarro Brotons - E-Book

Disciplinas, saberes y prácticas E-Book

Víctor Navarro Brotons

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Entre los siglos XV y XVIII Europa fue escenario de una serie de novedades, cambios o transformaciones en los saberes acerca de la naturaleza, en los procedimientos y métodos empleados para describirla y explicar sus procesos, y en la manera de organizar las actividades o prácticas relacionadas con estos saberes. El presente libro ofrece un conjunto de trabajos basados en los resultados de investigaciones del autor realizadas a lo largo de varias décadas y en una amplísima bibliografía, dedicado todo ello a la actividad desarrollada en el ámbito de las disciplinas matemáticas o físico-matemáticas y sus aplicaciones, así como en filosofía natural, en la sociedad española de los siglos xvi-xviii. Todo ello, desde una perspectiva comparada y dejando de lado estériles apriorismos o construcciones ideológicas acerca de la «ciencia española».

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Seitenzahl: 1136

Veröffentlichungsjahr: 2014

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DISCIPLINAS, SABERES Y PRÁCTICAS

FILOSOFÍA NATURAL, MATEMÁTICAS Y ASTRONOMÍA EN LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE LA ÉPOCA MODERNA

DISCIPLINAS, SABERES Y PRÁCTICAS

FILOSOFÍA NATURAL, MATEMÁTICAS Y ASTRONOMÍA EN LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE LA ÉPOCA MODERNA

Víctor Navarro Brotons

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© De los textos Víctor Navarro Brotons, 2014 © De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2014

Publicacions de la Universitat de València http://[email protected]

Diseño de la maqueta: inmaculada Mesa Imagen de la cubierta: Astrolabio atribuido a G. Arsenius con el cuadrado náutico diseñado por Gemma Frisius (Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, Madrid) Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

ISBN: 978-84-370-9611-7

A José María López Piñero y Vicent L. Salavert Fabiani

In memoriam

ÍNDICE

Prólogo

I.

España y la Revolución Científica: aspectos historiográficos, reflexioi. nes y perspectivas

SIGLO XVI Y COMIENZOS DEL XVII: EL RENACIMIENTO CIENTÍFICO

II.

La práctica de las matemáticas en la España del Renacimiento. Una revisión historiográfica

III.

La enseñanza de la filosofía y las ciencias en las universidades: la reglamentación y la práctica

IV.

Escolasticismo, humanismo y ciencia en la Universidad de Valencia

V.

Copérnico en España. el caso de Diego de Zúñiga

VI.

Materia y forma: las teorías corpusculares

VII.

Humanismo y mecánica

VIII.

Astronomía y cosmografía entre 1561 y 1625

IX.

Aspectos de la obra cosmográfica de Pedro Nunes y su influencia en la cosmografía ibérica

X.

El cultivo de la geografía y las relaciones entre la geografía y la cosmografía

XI.

Imaginar y describir el territorio en el País Valenciano

XII.

Relaciones científicas entre los Países Bajos y España

XIII.

Las novedades celestes: entre 1572 y 1618

SIGLO XVII Y COMIENZOS DEL XVIII: LA ACTIVIDAD CIENTÍFICA EN LA ÉPOCA DE LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA

XIV.

El cultivo de las disciplinas físico-matemáticas y la contribución de los matemáticos jesuitas

XV.

La astronomía en las décadas centrales del siglo

XVII

: circulación de los conocimientos y prácticas entre los Países Bajos, italia y España

XVI.

Filosofía natural y disciplinas matemáticas: Galileo en España

XVII.

La

Libra astronómica y philosóphica

de Sigüenza y Góngora: la polémica sobre el cometa de 1680 y la crisis de la astrología

XVIII.

La renovación científica en la Valencia moderna: los «novatores» y las disciplinas físico-matemáticas

SIGLO XVIII (HASTA 1767)

XIX.

La actividad científica en la España del siglo

XVIII

y el papel de los jesuitas hasta la expulsión de la Compañía (1767)

Fuentes impresas

Bibliografía

Procedencia de los trabajos

Agradecimientos

Índice onomástico

PRÓLOGO

Hemos reunido un conjunto de trabajos publicados entre 1995 y 2012 en diversas revistas, como capítulos de libros o en actas de congresos, todos ellos referidos a la actividad desarrollada en el ámbito de las disciplinas matemáticas o físico-matemáticas y sus aplicaciones, así como en filosofía natural, en la España de los siglos XVI-XVIII, es decir, en lo que los historiadores llaman la época moderna. Hemos incluido también un trabajo dedicado a México y en algunos casos hemos ampliado el ámbito de nuestro interés al mundo ibérico, es decir, incluyendo Portugal. Más abajo indicamos la procedencia de los trabajos.

No es necesario señalar que los trabajos se sitúan en lo que a la historia de la ciencia se refiere, en el periodo conocido habitualmente como Revolución Científica, o como el período del Renacimiento y la Revolución Científica. Sin entrar a discutir el sentido y la validez de estos términos y de la periodificación adecuada de los procesos de renovación y cambio científico y filosófico que tuvo lugar en esta época en el mundo occidental, nuestros trabajos se sitúan necesariamente en este contexto sin más pretensión que mostrar la actividad desarrollada en España en las disciplinas, saberes y prácticas mencionados desde una perspectiva comparada.

Este libro en cierto modo pretende ser complementario del que publicó López Piñero dedicado a la «Medicina e Historia Natural en la sociedad española de los siglos XVI y XVII», que es una reedición revisada de su gran libro Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII (1979). Al planear la reedición López Piñero decidió no incluir las partes dedicadas a los saberes físicos-matemáticos y sus aplicaciones porque consideró que el desarrollo de la historiografía exigía que alguien más especializado que él en estas materias se ocupara de las mismas. En consecuencia y con gran generosidad me invitó a que me ocupara yo de esa parte. Así, en la contraportada de su nuevo libro anunció expresamente que dejaba «los saberes físico-matemáticos para otra obra en proyecto de víctor Navarro Brotons». Con el presente libro he pretendido cumplir esta tarea en la medida de mis posibilidades y con el formato que me ha parecido más adecuado en el momento actual.

Hemos dividido el libro en tres partes, dedicadas a tres períodos de la historia de la ciencia en la época moderna, además de dos capítulos de carácter principalmente historiográfico. Una periodificación que, si bien se ha discutido y es discutible para la cuestión general de la Revolución Científica, resulta muy adecuada para el caso de España.

El capítulo i, intenta hacer un balance sobre el estado de la cuestión que da título al capítulo: «España y la Revolución Científica». Particularmente después de varias décadas de trabajo por parte de un conjunto notable de historiadores que han intentado ir más allá de los planteamientos rudimentarios, esquemáticos y poco fundamentados de los protagonistas de la famosa polémica de la ciencia española. En este capítulo se hace un rápido recorrido por la historiografía sobre la cuestión, se exponen las cuestiones abiertas y los nuevos retos y nuevas exigencias que la historiografía general de la ciencia nos plantea.

El capítulo II, a pesar de su carácter historiográfico, lo hemos incluido en la parte 1ª porque en alguna medida puede servir de introducción de la misma. En este capítulo hemos aprovechado las reflexiones y sugerencias de Menéndez Pelayo sobre el «esplendor y decadencia de la cultura científica española» para examinar la actividad matemática en la España del siglo XVI desde una perspectiva historiográfica. Aquí nos hemos basado en los trabajos y conclusiones de Jim Bennett y otros autores acerca de la importancia de lo que Bennett llama «the practical mathematical tradition» para la construcción de la ciencia moderna, especialmente para la emergencia de la filosofía mecánica o la nueva filosofía natural del siglo xvii. El trabajo pretende mostrar, a partir de la rica historiografía con la que ya contamos, que en el mundo ibérico, prácticamente ignorado por Bennett, se produjo una importante actividad en estas materias (astronomía práctica, topografía, agrimensura, perspectiva, cartografía, arquitectura, fortificación, ingeniería y máquinas, el arte de la guerra y la náutica, que son las actividades mencionadas por Bennett). También sugerir algunas reflexiones sobre el alcance y límites de esta actividad y en relación con ello la validez y actualidad de las ideas de Menéndez Pelayo.

Los capítulos III y IV se ocupan de comentar algunos aspectos relevantes de la reglamentación (constituciones, estatutos y otras disposiciones) y de las enseñanzas de lógica y filosofía (filosofía natural y metafísica) y de las disciplinas matemáticas (aritmética, geometría, astronomía, óptica, cartografía, geografía, náutica y astrología) en la España del siglo XVI. El capítulo III en particular se ocupa de la reglamentación y la enseñanza en las universidades de valencia, Salamanca y Alcalá, es decir, en las tres universidades más relevantes de España en la enseñanza de las mencionadas materias. Se trata de mostrar la evolución y cambios en los estatutos y constituciones y en paralelo la evolución y cambios en los contenidos reales de las enseñanzas. En general, la reglamentación de las enseñanzas es insuficiente para dar cuenta de las mismas y debe combinarse con el estudio de los textos impresos y manuscritos y con todo tipo de testimonios, disposiciones y acuerdos.

El capítulo IV se centra en la Universidad de valencia, sin duda una de las más importantes de la España del siglo XVI. La función de las universidades en la construcción de la ciencia moderna ha sido y sigue siendo reevaluada profundamente. En este sentido, el rico panorama de doctrinas y personalidades que se reunieron entorno a la Universidad valenciana en el siglo XVI permite acercarnos a algunos aspectos de esta reevaluación. Se destaca, en el primer tercio de siglo, la presencia de notables representantes del que se ha llamado el grupo de «calculatores» de la Universidad de París, como Juan de Celaya; del corpuscularismo en la tradición averroísta del médico Pere d’Olesa; la crisis del nominalismo y la hegemonía de la orientación humanista; los avances de las matemáticas en el marco del programa humanista, con la gran figura de Jerónimo Muñoz, y finalmente la decadencia y la reescritura contrarreformista de Aristóteles.

La cuestión del copernicanismo, o la teoría heliocéntrica, tal y como la formuló Copérnico, y su difusión y recepción en Europa ha sido uno de los temas más estudiados de la actividad científica y filosófica del Renacimiento. Sobre su recepción en España el caso más famoso y citado es el del filósofo y teólogo salmantino Diego de Zúñiga, cuyos Comentarios a Job fueron prohibidos hasta su corrección por la inquisición romana junto con la obra del propio Copérnico. Zúñiga había defendido que la teoría de Copérnico describía mejor que las anteriores el movimiento de la Tierra y que este movimiento no era incompatible con las Escrituras. Posteriormente, en un tratado de filosofía Zúñiga rectificó su opinión y afirmó que el movimiento de la tierra era imposible. El capítulo v está dedicado a exponer las ideas de Zúñiga y tratar de explicar su defensa inicial de la teoría de Copérnico y su posterior cambio de actitud. Para ello y para contextualizar adecuadamente a Zúñiga se describen los aspectos fundamentales de la recepción de Copérnico en la España del siglo XVI.

El capítulo VI está dedicado fundamentalmente a exponer las ideas sobre la materia y la forma de algunos destacados médicos españoles del siglo XVI, y muy especialmente, las del médico mallorquín afincado en valencia Pere Bernat d’Olesa i Rovira. Olesa hizo uso de la noción de minima naturalia en relación con la estructura de la substancia material y la estructura y formación de compuestos o mixtos. Aunque se ha querido ver en Olesa el punto de partida de una tradición atomista en España, continuada en dicho siglo por Francisco valles y Gómez Pereira, el único autor que defendió ideas, sino atomistas, sí corpuscularistas similares a las de algunos filósofos eclécticos del siglo XVII con tendencias atomistas, fue el médico mallorquín. No obstante, el estudio de las obras de valles y Gómez Pereira muestra la variedad de respuestas que se dieron a esta u otras cuestiones de la filosofía natural, en el marco general del aristotelismo renacentista, y el notable eclecticismo de los seguidores del aristotelismo, como ya apuntó Charles Schmitt.

El capítulo VII está dedicado al cultivo en la España del siglo XVI de la mecánica o teoría de las máquinas, de acuerdo con el significado del término en la época. Fue cultivada en España por humanistas, ingenieros, cosmógrafos y matemáticos con una orientación fundamentalmente práctica, aunque sus cultivadores también destacaron la nobleza de la disciplina en virtud de su relación y dependencia de las matemáticas. Entre los humanistas destaca Diego Hurtado de Mendoza, embajador imperial en venecia, que animó los primeros estudios de mecánica de Alessandro Piccolomini y estableció una estrecha amistad con Niccolò Tartaglia. Hurtado de Mendoza tradujo, además, al castellano las Cuestiones Mecánicas pseudo-aristotélicas. El estudio de la mecánica contó en España con un espacio institucional excepcional en la Europa de la época, la Academia de Matemáticas de Madrid, creada a iniciativa de Juan de Herrera. Un discípulo de Herrera, Juan Bautista villalpando, se interesó por el equilibrio estático en relación con la arquitectura, basándose en el pseudo Aristóteles, Pappus y Commandino. También se destaca el cultivo de la artillería, particularmente la obra de Diego de Álava. Pero el estudio de la mecánica, con la excepción ocasional de la artillería, fue excluido de las enseñanzas universitarias, y los filósofos escolásticos no mostraron ningún interés por esta materia, lo que impidió el contacto entre el estudio del movimiento y la teoría de las máquinas. Y fue precisamente ese contacto el que le permitió a Galileo sentar las bases de una nueva ciencia.

El capítulo VIII se ocupa de describir diversos aspectos de las relaciones astronomía-cosmografía en los tiempos de los primeros felipes. Se dedica especial atención a los proyectos de reforma de los instrumentos, regimientos y cartas de navegar por parte del Consejo de indias y a los resultados alcanzados y, de manera general, a las actividades astronómicas y propuestas de nuevas tablas de algunos de los más destacados autores portugueses y españoles en el ámbito de la cosmografía y la astronomía. En particular, se describen las observaciones, cálculos e instrumentos utilizados por Andrés García de Céspedes para revisar el regimiento del Sol y de la Polar. García de Céspedes y sus colaboradores fueron, junto a Harriot en inglaterra, los primeros que calcularon de nuevo la longitud del Sol y la oblicuidad de la eclíptica para elaborar las tablas de declinación. Es decir, no se sirvieron de las Ephemerides de uno u otro autor ya publicadas, como acostumbraban a hacer los autores de tablas y regimientos.

El capítulo IX está dedicado a la figura del portugués Pedro Nunes, especialmente a describir sus contribuciones principales a la fundamentación científica (matemática y astronómica) del «arte y ciencia de navegar» y a la influencia que estas contribuciones tuvieron en los cosmógrafos españoles y portugueses afincados en España (el caso de Lavanha) de las últimas décadas del siglo XVI y primeros años del xvii.

El Capítulo X intenta reivindicar la importancia de la geografía y la cartografía en la construcción de la ciencia moderna, de acuerdo con las indicaciones y sugerencias de autores como Jim Bennett y David Livingstone y en consonancia con la profunda renovación historiográfica de la historia de la ciencia y la notable diversificación de sus cultivadores. Ello está haciendo posible la integración de la geografía en la ciencia moderna. Pero además, la historia de la geografía no puede entenderse en toda su complejidad si su estudio no se integra con el de la cosmografía, la náutica, la cosmología, la astronomía, los instrumentos y las matemáticas. Este capítulo, junto a estas propuestas programáticas, explora estas relaciones en el caso español y recoge testimonios de los propios agentes históricos.

El capítulo XI está dedicado a describir las contribuciones a la geografía del matemático y humanista Jerónimo Muñoz. Muñoz, profesor de matemáticas y astronomía, enseñaba las técnicas para elaborar mapas y calcular la localización de los lugares, así como los fundamentos de la geometría descriptiva. Además, realizó una importante labor cartográfica y fue posiblemente la principal autoridad en la que se basó Abraham Ortelio para el mapa del Reino de valencia que incluyó en su famoso Atlas.

El capítulo XII trata de ciertos aspectos de las relaciones científico-técnicas entre los Países Bajos y los reinos peninsulares de la monarquía española del siglo XVI. Las circunstancias políticas de los países implicados, que cambiaron considerablemente a lo largo de la centuria, condicionaron esas relaciones. Pero a pesar de lo adverso del contexto político e ideológico, éstas se mantuvieron y en algunos casos se intensificaron, especialmente en el último tercio del siglo XVI y en la primera década del xvii. Fueron particularmente intensas en historia natural, botánica, medicina, así como en astronomía, geografía, cartografía y en el arte de navegar. En el presente trabajo nos centramos en las relaciones concernientes a la astronomía, la geografía, la cartografía y la náutica.

El capítulo XIII se ocupa del impacto que tuvieron las novedades celestes en España, particularmente las novae y cometas, entre los matemáticos, humanistas, cosmógrafos y filósofos (o médicos-filosófos) en el período 1572-1616. Se destacan en primer lugar los trabajos de Jerónimo Muñoz sobre la supernova de 1572, que realizó el mejor estudio desarrollado en España sobre el fenómeno y uno de los mejores de Europa. Se estudian los trabajos dedicados por diversos autores al cometa de 1577 y la actitud de algunos filósofos ante las novedades celestes; a la nova de 1604, con especial atención a la obra de Núñez Zamora, y se comenta aspectos de los trabajos de los cosmógrafos sobre los cometas. Se pone de relieve que el desafío de las novae y cometas contribuyó de forma muy relevante, también en España, a la crisis del cosmos aristotélico-escolástico.

Con el capítulo XIV comienza la segunda parte dedicada al siglo XVII. A pesar del relativo aislamiento y decadencia de la actividad científico-técnica que tuvo lugar en España en el siglo XVII, en este capítulo se trata de mostrar que aislamiento y decadencia no deben entenderse como ausencia de actividad científica digna de ser considerada y estudiada. A través de algunas instituciones, personalidades o grupos más o menos aislados los nuevos conocimientos fueron penetrando en este país. Durante gran parte de la centuria la institución más destacada en este sentido fue el Colegio imperial de Madrid, regentado por los jesuitas. Con la fundación en él de los Reales Estudios en 1625 se crearon cátedras de matemáticas y de historia natural, además de la ya existente de la llamada Academia de Matemáticas, que también fue asumida por los jesuitas. En relación con ello, se describe la actividad desarrollada por los matemáticos jesuitas vinculados al Colegio imperial, a través del estudio de sus obras impresas y de un importante volumen de manuscritos. También se estudia la actividad científica de otros autores no jesuitas, que mantuvieron estrecha relación con éstos, no sólo con los del Colegio imperial, sino con algunos destacados matemáticos jesuitas de otros países.

La astronomía fue uno de los temas en que la circulación de los conocimientos fue más intensa, llegándose a formar importantes redes de relaciones y correspondencia. En el capítulo XV se estudia la circulación de los conocimientos entre los Países Bajos, italia y España, de gran importancia para el desarrollo de la actividad astronómica en este país en un período de relativa decadencia de la actividad científica. En primer lugar, a través de la actividad de destacados matemáticos de los Países Bajos como Jean Charles della Faille y Michael Florent van Langren. En segundo lugar, a través de las relaciones de destacados autores españoles, y especialmente de Juan Caramuel, con científicos de los Países Bajos. En tercer lugar a través de redes de comunicación en las que los astrónomos de los Países Bajos tuvieron una notable presencia. Nudos importantes de esas redes fueron autores como Gasssendi, Giambattista Riccioli, ismaël Boulliau y Athanasius Kircher. De particular importancia fue la red centrada en Riccioli. Uno de sus principales corresponsales fue precisamente el mallorquín Vicente Mut, el observador más destacado de la España del siglo xvii.

En el capítulo XVI se estudian las relaciones, influencia y/o recepción de Galileo en España. En primer lugar, se comentan brevemente las negociaciones de Galileo con el gobierno español relacionadas con sus aspiraciones al premio ofrecido para resolver el problema de la determinación de la longitud en el mar. Seguidamente se describen los primeros testimonios de la difusión en España del Sidereus Nuncius y las observaciones telescópicas de Galileo. La recepción de las novedades celestes y la discusión de sus implicaciones cosmológicas entre los profesores del Colegio imperial de Madrid. Las primeras referencias a la dinámica galileana. La difusión en España de los compendios y cursos de matemáticas publicados por autores como el español Caramuel o el francés Milliet Dechales, que incluían una amplia discusión de la obra de Galileo. La enseñanza de la filosofía natural en las universidades españolas: la hegemonía de la tradición escolástica y la escasa y limitada recepción y discusión de las novedades en los tratados y cursos de esta materia en el siglo XVII. La obra de los «novatores valencianos» y su labor en la recepción, asimilación y difusión en España de la obra de Galileo.

La astrología formaba parte, desde la Antigüedad, del repertorio de saberes, técnicas y habilidades del matemático-astrónomo. Durante el Renacimiento la astrología se enseñaba en las universidades, la practicaban la mayoría, sino todos, los matemáticos-astrónomos y formaba parte de su legitimación social. Con el avance de la Revolución Científica el cultivo de la astrología fue disminuyendo, aunque la crisis y decadencia de esta actividad obedece a una multiplicidad de causas y no únicamente a su descalificación científica. Un caso de gran interés para estudiar algunos aspectos de esta cuestión nos lo ofrece la polémica sobre el cometa de 1680 entre el poeta, historiador y astrónomo mexicano Carlos Sigüenza y Góngora y el jesuita Eusebio Kino. En 1681 Sigüenza redactó un Manifiesto philosófico destinado a criticar las doctrinas astrológicas y las creencias asociadas con los cometas. El escrito de Sigüenza fue criticado por varios autores, entre ellos el mencionado Eusebio Kino. Sigüenza elaboró una amplia y detallada respuesta a Kino: la Libra astronómica y philosófica. En el capítulo XVII se analiza el contenido de la obra de Sigüenza, sus ideas astrónomicas y cosmológicas, la evolución de sus puntos de vista sobre la astrología, y la controversia con Kino. Todo ello, en el contexto de las ideas circulantes en la época sobre estos temas, tanto en el ámbito hispánico como en el europeo.

Uno de los principales escenarios del proceso de renovación científica y filosófica en España de finales del siglo XVII y primeras décadas del XVIII fue la ciudad de valencia, tanto en el campo de la medicina y saberes biológicos relacionados con ella como en el de la filosofía natural y las disciplinas físico-matemáticas. El capítulo XVIII está dedicado a describir la labor desarrollada por los protagonistas de este movimiento de renovación, especialmente Baltasar de Íñigo, Juan Bautista Corachán y Tomás Vicente Tosca. Esta renovación se caracterizó por un notable esfuerzo de asimilación de las nuevas corrientes científicas, tecnológicas y filosóficas, tanto de las ideas, como de los métodos y procedimientos de argumentación, el recurso sistemático a la observación y la experimentación, el uso de instrumentos y las aplicaciones de la ciencia. Los matemáticos valencianos se reunían en tertulias y, hacia 1687, constituyeron una Academia Matemática tomando como modelo las sociedades científicas europeas. Asimismo, trataron de reformar las enseñanzas científicas en la Universidad. Corachán dejó un importante volumen de manuscritos de contenido físico-matemático, preparados muchos de ellos para sus enseñanzas privadas o universitarias. La contribución de los novatores valencianos a la renovación científica culminó con la publicación por Tosca de su Compendio Mathemático (1707-1715) en nueve volúmenes, y el Compendium philosophicum (1721) en 5 volúmenes.

El último capítulo está dedicado a describir a grandes rasgos los principales aspectos del considerable desarrollo científico español del siglo XVIII, que comenzó a manifestarse ya en la primera mitad del siglo, y el papel que los jesuitas desempeñaron en ese desarrollo hasta su expulsión en 1767. Aunque los jesuitas perdieron el protagonismo que habían tenido en el siglo anterior, continuaron participando activamente en el nuevo desarrollo de las ciencias en España. Además de la cátedra en el Colegio imperial, los jesuitas impartieron enseñanzas científicas en el Seminario de Nobles de Madrid, fundado en 1725, y en Barcelona, en el Colegio de Nobles de Cordelles. También fue muy destacada la presencia jesuítica en la Universidad de Cervera. En este capítulo se describe la actividad desarrollada en estas instituciones por diversos matemáticos jesuitas, algunos de ellos, como Johannes Wendlingen y Christian Rieger, procedentes de otros países. Finalmente se comenta la actividad desarrollada por algunos de los jesuitas expulsos en italia.

Desde que comencé a trabajar en el campo de la Historia de la Ciencia, a finales de los años sesenta, bajo la dirección de José María López Piñero, mi principal línea de investigación ha sido la actividad científica en la España moderna en las materias de las que trata este libro. Publiqué mi primer trabajo, dedicado a los «novatores» valencianos, en 1972. Por ello, este conjunto de trabajos aparecidos desde 1995 son una parte substancial, pero no agotan lo que he venido escribiendo desde aquellos primeros años hasta hoy sobre estos temas. Sea cual sea, por lo demás, el valor de los mismos. En cualquier caso, en la Bibliografía incluida hacia el final de este libro pueden verse referencias a buena parte de mis otros trabajos.

I. ESPAÑA Y LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA: ASPECTOS HISTORIOGRÁFICOS, REFLEXIONES Y PERSPECTIVAS

En un artículo incluido en la Géographie moderne de la Encyclopédie Méthodique, en 1782, Nicolás Masson de Morvilliers, tras ponderar diversos aspectos de la geografía española y de sus habitantes, preguntaba: ¿qué se debe a España? Desde hace dos siglos, desde hace cuatro siglos, desde hace seis, ¿qué ha hecho por Europa? Aunque finalmente Masson reconocía que había claros signos de recuperación, la cual sería posible finalmente con la ayuda de las metrópolis ilustradas, particularmente de Francia. Entre las causas aducidas por Masson estaban la despoblación de España, la gran cantidad de frailes y monjas, la Inquisición, los impuestos excesivos, el régimen dietético de los españoles, el clima y la emigración de los españoles.1 Por la misma época, una afirmación similar acerca de las deudas a España había sido lanzada en suelo italiano por varios autores, particularmente Girolamo Tiraboschi y Saverio Bettinelli, aunque más centrada en la literatura: según estos autores, los españoles, desde la época de Séneca y Marcial, habrían importado a Roma el mal gusto que habría corrompido las letras latinas, y en la época moderna Góngora y sus discípulos habrían introducido de nuevo esa misma corrupción en la literatura italiana.2

En un artículo dedicado a la filosofía española de los siglos XVII y XVIII, el destacado estudioso Anthony Pagden (Pagden, 1988: 139) afirmaba: «España nunca experimentó una revolución científica o alguna cosa semejante que se pueda acomodar a una descripción de este tipo». Otro muy notable historiador, Allen G. Debus, bien informado del desarrollo de la historiografía de la ciencia en España, a juzgar por la amplia bibliografía que cita, ha escrito un artículo dedicado a «Paracelsus and the Delayed Scientific Revolution in Spain». Ahora, en este caso, estamos ante un retraso, no una inexistencia. Según Debus: «Sería difícil defender que la ciencia y la medicina ibéricas fueron innovadoras como lo fueron la ciencia inglesa, francesa, italiana o alemana» (Debus, 1998: 147-148). Afirmación que Debus ilustra en parte por la reacción española a la obra de Paracelso y a la medicina química: todo queda explicado por el esfuerzo de Felipe II para preservar la ortodoxia religiosa. Afirmaciones semejantes se pueden encontrar en otros autores; aunque, es justo decirlo, también ha aumentado, y aumenta cada día, el interés de los historiadores por la historia de la actividad científica y filosófica en la Península y en las Islas.

Cuando, en los años 70, me sumé al programa de mi maestro, el profesor López Piñero, de reconstrucción de la actividad científica en la historia de España, uno de los primeros textos que leí fue la obra de Marie Boas: The Scientific Renaissance. En este magnífico libro, al mismo tiempo que se ponderaba y elogiaba la literatura española de historia natural sobre América, se decía, a propósito de la difusión de la obra de Copérnico: «Por alguna perversidad del desarrollo intelectual, países como Inglaterra y España, previamente atrasados en los avances culturales y sobre todo en los científicos se hicieron eco muy pronto de las novedades astronómicas. Quizás esto se debió a que no estaban en firme posesión de las antiguas». Esto, que puede ser cierto para Inglaterra, es, desde luego, totalmente erróneo para el caso español.

David Goodman, uno de los mejores conocedores de la actividad científicotécnica española del siglo XVI, de la que ha ofrecido una rica y compleja imagen, al referirse al siglo XVII español coincide en parte con estas conclusiones. Así, en una síntesis sobre «The Scientific Revolution in Spain and Portugal» afirmaba (sin duda obligado por las exigencias de la síntesis): «tan completo fue el colapso que es difícil encontrar alguna contribución a la Revolución Científica del siglo XVII». No obstante, en otro trabajo matizaba que en 1680 comenzó «un esfuerzo conjunto para modernizar la ciencia española».

Concluiré este pequeño repertorio de citas con una anécdota reciente: en un Congreso internacional de historia de la Ciencia dedicado a Galileo y celebrado en territorio español, un destacado estudioso americano dijo en sus conclusiones que aquella reunión mostraba que España podía considerarse ya un país moderno (moderno, bien entendido, no postmoderno: aún más recientemente, se puedo escuchar en Boston, en una reunión dedicada a los jesuitas y la cultura, una conferencia sobre un filósofo y naturalista español del siglo XVII, Juan Eusebio Nieremberg, al que se calificaba de moderno, premoderno y postmoderno a la vez).

La cuestión de ¿qué se debe a España?, planteada por Masson, se considera uno de los orígenes de la llamada polémica de la ciencia española, y está sin duda relacionada con la llamada «leyenda negra» (término inventado por el político e historiador Julián Juderías en 1913).3 Sobre esta supuesta «leyenda» decía Pierre Chaunu: «La leyenda negra es el reflejo de un reflejo, una imagen doblemente deformada, la imagen exterior de España, tal y como la España la ve. La especificidad de la leyenda negra radica no en la supuesta especial intensidad negativa de las críticas, sino que la imagen exterior ha afectado a España más que su imagen exterior ha afectado a cualquier otro país. La leyenda negra es por tanto, por así decirlo, el conjunto de rasgos negativos que la conciencia española descubre en la imagen de sí misma» (Chaunu, 1964). En la misma línea François Lopez apuntaba certeramente que toda la Ilustración española fue una gran revisión del legado del pasado y de las tradiciones nacionales. Nunca, añadía, la imagen de España proyectada en los otros países ejerció, al recibirse en el país, tanta influencia sobre el pensamiento y el actuar de la elite instruida. Probablemente no hubo en esa época ni una sola gran empresa intelectual que no tuviera por finalidad confesa rehabilitar a la nación denigrada por los extranjeros y abrir los ojos a los propios españoles (Lopez, 1999: 332-333).

En este último sentido, los debates de la época de la Ilustración produjeron trabajos nada desdeñables. Recordaré aquí las obras de Francisco Lampillas y Juan Andrés, dos jesuitas expulsos, que marcharon a Italia e intervinieron en la polémica contra Tiraboschi y Betinelli. Lampillas, en su Saggio storico apologetico della Letteratura Spagnuola contro le preggiudicate opinioni di alcuni moderni scritori italiani (1778-1781, 6 vols.), mostró un amplio conocimiento de la actividad, digamos hispánica, en medicina, historia natural, navegación, arte militar, filosofía natural y humanismo en sus diferentes orientaciones y manifestaciones. Por otro lado, Lampillas reconoció los pocos progresos realizados en España en el período más reciente en matemáticas y física; rechazó, sin embargo, la atribución a factores como el clima, esgrimido por sus oponentes, así como el concepto de un «temperamento nacional» o «genio» inalterable. Ante todo eso, introdujo una perspectiva histórica y adoptó un punto de vista relativista.4

En la época contemporánea, es decir, en los siglos XIX y XX hasta la Guerra civil, la polémica acerca de ¿qué se debe a España? o «de la ciencia española» continuó, con resultados diversos. La crisis de los ideales ilustrados, que se manifestó dramáticamente en los Años de la Guerra de la Independencia y el reinado de Fernando VII, hizo de nuevo muy difícil el desarrollo normal de la actividad científica española, aunque desde luego no lo ahogó totalmente; ello dio de nuevo argumentos a los más pesimistas acerca del papel y posibilidad de la ciencia en la historia española. Conservadores y liberales incorporaron en sus combates ideológicos la cuestión de la ciencia española; pero, al propio tiempo, se realizaron repertorios bio-bibliográficos de gran utilidad y estudios monográficos o historias, por parte de algunos científicos, de las propias disciplinas centrados en las realizaciones españolas en diversos periodos.

Algunos destacados científicos, como Cajal, criticaron, por su insuficiencia o inconsistencia, las teorías esencialistas propuestas como explicaciones de la debilidad de la cultura científica en España. Cajal, no negaba la influencia de algunos de estos factores, como la intolerancia religiosa o el orgullo y arrogancia española, aunque criticaba su exageración: «nuestros males no son constitucionales, sino circunstanciales, adventicios», concluía el sabio.5

Sin embargo, las explicaciones basadas en el «carácter nacional» y en los rasgos esenciales de lo «español» continuaron siendo utilizadas por historiadores tan relevantes como Sánchez Albornoz y Américo Castro. Américo Castro afirmó que la ciencia fue una víctima de las guerras contra el Islam, que produjeron el efecto de alentar determinados valores y prácticas (honor, coraje, fervor religioso) y desalentar otros (racionalidad, ciencia, trabajo manual). «Nunca hubo en España auténtico y propio pensamiento científico», afirmaba Castro en 1953, ya que este pensamiento habría sido ajeno al modo de existir de los españoles, a su «vividura».6 Para Sánchez Albornoz, Castro había exagerado tanto la extensión como la naturaleza del contacto entre musulmanes y cristianos, que fue conflictivo y por lo tanto no podía conducir a un intercambio cultural creativo; además, la mayoría de los componentes de la cultura «española» serían idiosincrásicos o estaban formados por elementos romanos, góticos u otros no semíticos. En su España, un enigma histórico Sánchez Albornoz apenas dedicó a la actividad científica una docena de páginas de las 1.500 de la obra, con muchos errores y siguiendo la peor tradición apologética.

En los años sesenta una nueva generación de historiadores de la medicina y de la ciencia comenzó a desarrollar un programa de reconstrucción de la actividad científica en la historia de España. Sus protagonistas trataron de superar los planteamientos de la polémica de la ciencia española mediante la investigación rigurosa y el recurso a los nuevos presupuestos, orientaciones y modelos de la historia social de la medicina y de la ciencia. Sin duda, la personalidad más destacada en este sentido fue José María López Piñero, y la obra más importante, en el tema que nos ocupa, Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII. Esta obra, aparecida en 1979, puede considerarse una síntesis de la historiografía existente sobre el tema hasta esta fecha, incluidas las contribuciones del propio por López Piñero y sus colaboradores o discípulos. Formado en Alemania, en historia de la medicina, López Piñero asimiló los presupuestos de la historia social de la medicina de Sigerist a través de Erwin Ackernecht, presupuestos que trataría de aplicar a la actividad científica en general; asimismo, se familiarizó con las ideas y propuestas de la escuela de los Annales y con el programa planteado inicialmente por Henri Berr de «histoire intégral» o «historia total». López Piñero enarboló como uno de los objetivos principales de su labor como historiador contribuir a esta historia integrando en ella la actividad científica y técnica. También se interesó por la tradición funcionalista y por la obra de Merton, aunque no estaba de acuerdo en recurrir como causas explicativas, a motivaciones y valores de raíz religiosa, como el calvinismo. Para López Piñero, los mecanismos por los que la actividad científica se desarrolla o no, son principalmente formales y conscientes, es decir, institucionalizados y canalizados por la acción de todas las instituciones de los grupos dominantes que detentan el poder. No obstante, López Piñero también reconoció que la represión ideológica fue una de las causas destacadas de la decadencia de la actividad científica en España y de su relativo aislamiento, con lo que acabó presumiendo consecuencias no anticipadas de acciones no dirigidas conscientemente contra la ciencia. Asimismo, al referirse a los «valores impuestos por la moral contrarreformista», reconoció su peso negativo, si bien como un elemento secundario en una «dinámica socioeconómica muy compleja».7 Su historia social de la ciencia se refiere principalmente al externalismo social: de qué manera actuarían las estructuras de poder y las necesidades sociales y económicas como mecanismos selectivos de las alternativas en la ciencia. En cuanto al externalismo cognoscitivo y los planteamientos constructivistas en la línea del strong programme, López Piñero nunca ha negado su legitimidad, al menos en su versión moderada; y en el caso de la medicina ha insistido en el concepto de sistemas médicos de las diferentes culturas. Pero no le ha interesado mucho la sociología del conocimiento científico propiamente dicha y entendida como el estudio de la influencia causal de los factores sociales y no-científicos en las corrientes intelectuales y en los contenidos conceptuales de la ciencia. En cualquier caso, lo que me parece interesante subrayar, como perspectiva u orientación básica de López Piñero, es su interés por reconstruir la actividad científica, agrupada en diversas áreas, que trató de establecer según la organización propia de los saberes y prácticas en la época en estudio.

Una cuestión básica para tratar el tema de España y la Revolución Científica es el de delimitar qué se entiende por «España» en los siglos XVI y XVII. Una solución habitual es entender por tal el conjunto de reinos de la época que constituyen la actual España, con todas las cautelas que imponen las enormes diferencias administrativas, y de otros órdenes. Como señala Maravall, al hablar de la Monarquía española hay que distinguir tres planos: cada reino peninsular, el conjunto de los reinos de tradición hispánica y el conglomerado imperial que había venido a constituirse bajo la Corona de España. Esto último quizás afectaba más a la política que a la estructura del Estado naciente, aunque aquella –el complejo imperial– perturbó y acabó destrozando a ésta (la estructura del Estado); por ello, añade Maravall, se podría titular esta fase de la historia española: la Monarquía contra el Estado. En lo que se refiere a la ciencia y a la técnica, los tres niveles afectaron a la actividad científica: el proyecto imperial, la construcción del Estado moderno y la diversidad de los reinos peninsulares, con su propia organización político-social y sus propias tradiciones culturales.

Otra cuestión es la relativa a qué entendemos por Revolución Científica y todos los debates asociados: revolución versus continuidad, cómo definir y delimitar el cambio científico, qué entendemos por ciencia en los siglos XVI y XVII y la conveniencia o no de mantener este término, con todas las cautelas hermenéuticas necesarias. Sin entrar a discutir esta cuestión, ahora sólo quiero señalar la provisionalidad de las afirmaciones comparativas sobre el nivel de la actividad cientificotécnica y filosófica en «España», como en cualquier otra área geopolítica o cultural de la Europa de los siglos XVI y XVII. Tanto más, por cuanto carecemos de estudios comparados basados en criterios adecuados y homogéneos de comparación que permitan establecer un balance entre los procesos generales y los culturalmente específicos. Como es sabido, la pesadilla de todo editor de estudios comparados es lograr que los autores utilicen criterios que permitan posteriormente tal comparación. Por poner un ejemplo, el libro editado por Porter y Teich (1992) sobre The Scientific Revolution in National Context, pionero en este planteamiento de la Revolución Científica, no va más allá de un conjunto de ensayos muy interesantes pero sin una auténtica perspectiva comparada y sin que se hagan explícitos los problemas de definir las «naciones» europeas estudiadas en esta época: «Italy», «German Nations», «Poland», «Spain and Portugal», etc… Aunque estamos completamente de acuerdo con los editores del volumen en que los procesos de cambio científico global no pueden ser aislados y entendidos sin tener en cuenta cuestiones de lenguaje, educación, redes de comunicación, instituciones, economía, relaciones sociales y políticas, religión, mecenazgo y otros elementos comparables. Sin embargo, como dice Pyenson (2002: 264-265), no queda claro en este libro que la «nación» sea una unidad de análisis mejor que las comunidades lingüísticas, las regiones, ámbitos geográficos determinados o definidos o las ciudades.

Hemos de considerar también las cuestiones de cronología y periodificación. Y a la hora de evaluar los procesos de evolución cultural y científica y cambio cultural-científico, hemos de dar cuenta adecuadamente de los substratos culturales y esclarecer qué fenómenos estimularon el cambio cultural y dirigieron su velocidad y dirección; asimismo, en qué medida los substratos culturales anteriores limitaron el alcance de tal cambio. Y también ha de atenderse al impacto del contacto cultural. La interpretación de Américo Castro acerca de la configuración de la cultura española, tuvo el mérito de desacreditar para siempre la idea de una España eterna al plantear que esta cultura fue el resultado de la interacción entre cristianos, musulmanes y judíos en la España medieval. Pero, como señala Glick, esta interpretación pierde toda su fuerza explicativa al privar a esa interacción de su sentido evolucionista de competición. Según Glick, Castro no sería tanto un neoidealista hegeliano, influido por Dilthey (el erlebnis de Dilthey sería la vividura o vivencia de Castro), como un neolamarckiano: la competitividad se convierte en Castro en un impulso interior, no diferente a la «fuerza vital» de neolamarckianos confesos como George Bernard Shaw. Finalmente, en la perspectiva de Castro, los procesos culturales se habrían desarrollado en un vacío social, independiente en gran medida de las fuerzas sociales.

En relación con todo esto, el esfuerzo realizado por Beatriz Helena Domingues en su libro Tradição na Modernidade e Modernidade na Tradição. A Modernidade ibérica e a Revolução Copernicana es muy digno de consideración. Sobre todo al replantear la cuestión de la peculiaridad española a partir de una amplia discusión del concepto de modernidad y de una crítica del finalismo en la historiografía de la ciencia. Finalismo que sólo considera un camino predeterminado hacia dicha modernidad, entendida ésta asimismo de manera unívoca. Helena también critica el recurso a la doctrina del «carácter nacional»: «la opción ibérica, dice Helena, no fue resultado de ningún carácter nacional, sino de un desarrollo histórico y cultural que puede y merece ser dilucidado». Sin embargo, esta autora no consigue liberarse de las ideas de Américo Castro. Como se advierte en la cita, Helena habla de «opción ibérica» y en otros lugares de su libro da a entender con más claridad que el caso español, o «ibérico» fue resultado de una elección consciente de un supuesto sujeto histórico: Iberia o España: «Mucho más que algo completamente aparte o exótico en relación a la tradición europea occidental (el caso ibérico) fue otra lectura de la misma tradición». Por ello propone el nombre de modernidad medieval. Y aunque se puede entender todo ello como un tropo, el riesgo es oscurecer la perspectiva evolucionista.

En lo que se refiere a la actividad científico-técnica y filósofica en la España bajomedieval, comparada a la del resto de Europa, estuvo afectada por cuatro factores de particularismo, como ya señaló Guy Beaujouan: la presencia musulmana, la debilidad de las universidades, la precoz madurez de las lenguas peninsulares y el papel excepcional de los judíos. Los monasterios, las catedrales, las cortes y círculos nobiliarios, y las aljamas judías fueron, junto con algunas, muy pocas, universidades, los lugares donde se cultivaron los saberes científicos, médicos y filosóficos. En los últimos años se han realizado un buen número de investigaciones que han permitido reevaluar aspectos importantes de esta actividad, tanto para la Corona de Castilla como en la de Aragón. En cuanto a la primera, ha aparecido recientemente una obra de síntesis; y en cuanto a la segunda, está ya editada una obra similar relativa a los países de lengua catalana.8 Pero algunas cuestiones permanecen sin una explicación satisfactoria. Una de ellas es lo que Luis García Ballester llamó «reflujo de la escolástica»: los libros de filosofía natural y medicina traducidos en Toledo (y en el Sur de Italia) «fluyeron» hacia los centros intelectuales europeos, para volver luego a los centros hispanos esos mismos libros, una vez reconocidos y valorados en Bolonia, Padua, Aviñón, Viterbo, París u Oxford. Y algo similar sucedió, al parecer en astronomía, con las Tablas Alfonsíes. Otro aspecto relacionado es: ¿porqué en el ámbito hispánico, en las coronas de Castilla y Aragón, no se siguió durante los siglos XIV y XV el ritmo de creación de universidades que se dio en la Europa Central, cuando por demografía, riqueza circulante y existencia de minorías propicias pudo hacerse? De ahí que lo más interesante en la actividad científica y médica se llevó a cabo principalmente fuera del mundo académico, en la sociedad cristiana y en el seno de la minoría judía (habría que excluir el caso muy especial de Montpellier, que perteneció a la corona de Aragón hasta 1348, con personalidades de tanto relieve como Arnau de Vilanova; Salamanca, en cambio comenzó su periodo de esplendor en la segunda mitad del siglo XV).9

Esta tradición ofrece importantes contrastes con el panorama del siglo XVI. En este siglo se crearon en la Península un considerable número de universidades (18 en la Corona de Castilla y 12 en la de Aragón), algunas de notable relieve, como las de Alcalá y Valencia. Otras, ya existentes, como la de Valladolid, se consolidaron y alcanzaron mayor importancia. Por otra parte, las corrientes nominalistas, tanto en lógica (la lógica «terminista»), como en filosofía natural y en teología, que apenas habían tenido eco en la España de finales de la Edad Media, alcanzaron una gran difusión en la primera mitad del siglo XVI en las universidades de Salamanca, Alcalá, Valencia, Valladolid y Zaragoza. Ello tuvo lugar en gran medida gracias a un buen número de profesores españoles, formados en París bajo la influencia de John Maior y Jerónimo Pardo, que fueron protagonistas destacados de dichas orientaciones, importándolas a su regreso a España o influyendo en los profesores de las Universidades españolas con sus libros.

Durante gran parte del siglo XVI la actividad científico-técnica y filosófica en los reinos peninsulares tuvo una gran vitalidad, en estrecho contacto con las corrientes europeas, y con algunas peculiaridades propias derivadas de la tradición medieval y de nuevos factores aparecidos en el escenario en relación con la nueva configuración política y las ambiciones imperiales. Hechos como la expulsión de los judíos o su conversión forzosa tuvieron sin duda un efecto negativo para el cultivo de la medicina y de ciertas actividades técnico-científicas, pero este efecto es difícil de precisar dado el gran número de judíos conversos que siguieron desempeñando sus profesiones, especialmente la de medicina. Como acertadamente lo ha expresado Goodman (1991:131): «la Sociedad española del siglo XVII no podía prescindir de sus médicos conversos». En todo caso, el problema de los conversos contribuyó mucho a la atmósfera de sospecha e intolerancia, siempre muy negativo para la actividad científica.

En las Universidades de Salamanca, Alcalá y Valencia, en las enseñanzas en la facultad de artes (lógica y filosofía) convivieron en las primeras décadas del siglo las corrientes nominalistas y realistas (la enseñanza según las tres vías o «perspectivas») con las orientaciones humanistas. Hacia mitad del siglo las corrientes nominalistas fueron desapareciendo, bajo la presión del humanismo y de la vuelta al llamado «verdadero Aristóteles». Pero si bien es cierto que algunos humanistas como Pedro Juan Núñez insistían en la necesidad de una rigurosa hermenéutica del Corpus Aristotélico, complementado con otros materiales de otras corrientes doctrinales y con materias científicas, la tendencia fue, frecuentemente, más a volver hacia el siglo XIII –Tomás de Aquino, en especial, pero no únicamente– que al «verdadero Aristóteles». Doctrinas como las de la intensio y remissio de las formas y todas las cuestiones de la tradición de los llamados calculatores se exponían ahora, en las obras de las últimas décadas del siglo, de manera breve y confusa o simplemente se ignoraban o rechazaban porque mezclaban las matemáticas y la física. No obstante, los filósofos jesuitas continuaran dedicando atención a estos temas, bajo la influencia de Domingo de Soto, en las obras del cual aún se discutían ampliamente los temas del movimiento, tanto desde el punto de vista de las causas como de los efectos.

En las primeras décadas del siglo los profesores españoles de lógica, filosofía y teología que estudiaron y enseñaron en París y en España, también se interesaron por cuestiones de matemáticas, astronomía y geografía, siguiendo la tradición de los calculatores mertonianos: así Pedro Ciruelo, profesor de teología en Alcalá, es autor de una obra enciclopédica que incluía varios tratados de astronomía, astrología y matemáticas y comentarios a los Analytica posteriora de Aristóteles en los que consideraba las matemáticas como ejemplo perfecto de demostración aristotélica. Junto a Ciruelo, cabe citar, como especialmente relevantes, a Pedro Margalho, Juan Martínez Silíceo, Pedro de Espinosa y Gaspar Lax entre los profesores de lógica y filosofía que también publicaron textos de las disciplinas matemáticas. En las últimas décadas del siglo, se advierte entre los profesores españoles un esfuerzo por demarcar con claridad las matemáticas de la filosofía natural, aunque no siempre de manera consistente. Ello puede verse, por ejemplo, en la obra médico-filosófica de Francisco Valles, quién, a pesar de sus protestas contra la mezcla de las matemáticas y la filosofía natural, no deja de recurrir a las matemáticas para resolver determinados problemas (como, por ejemplo, el de los grados de las cualidades, sobre el que introduce una larga discusión). En su discusión de la gravedad, Valles se basa en Arquímedes para explicar el carácter relativo del peso.10

Las Universidades de Valencia, Alcalá y Salamanca también contaron con cátedras de matemáticas, en las que se enseñaba un amplio repertorio de materias, incluida la cosmografía (geografía matemática y descriptiva y cartografía) y algunos de sus profesores intervinieron activamente en los debates cosmográficos y cosmológicos y circularon entre los espacios académicos, cortesanos y los relacionados con las navegaciones. La introducción de la obra de Copérnico en los Estatutos de 1561 de la Universidad de Salamanca no fue efecto de ninguna especial perversidad del desarrollo intelectual, como decía Boas (Boas, 1970). Fue obra de los hermanos Aguilera, que residieron en Roma en los años 40, siendo Juan de Aguilera médico de los papas Pablo III y Julio III. Los Aguilera frecuentaban las reuniones en el Palazzo Colonna, a las que asistían otros españoles como Andrés Laguna, y en el ambiente italiano los Aguilera debieron conocer el De revolutionibus. Por otra parte, la cátedra de matemáticas y astronomía de la Universidad de Salamanca llevaba ya más de un siglo funcionando con profesores competentes. El propio Juan de Aguilera la desempeñó como sustituto en 1538. A partir de 1578 la cátedra la desempeñó Jerónimo Muñoz, uno de los científicos más destacados de la España del siglo XVI: matemático, astrónomo, geógrafo, cartógrafo, helenista y hebraísta, Muñoz fue requerido para ocupar la cátedra ofreciéndole un salario equiparable a las cátedras mejor retribuidas. Tanto en Valencia, que fue su primer destino como catedrático de matemáticas (lo había sido de hebreo en Ancona), como en Salamanca, Muñoz impartió una enseñanza de gran calidad de aritmética, geometría, trigonometría, óptica o perspectiva, introducción a la astronomía, geografía y cartografía (incluidos los rudimentos de la geodesia), modelos planetarios y uso de tablas e instrumentos. También se ocupó de cuestiones de ingeniería e hizo experiencias de balística descritas por su discípulo, el tratadista de ingeniería militar Diego de Álava. Muñoz se consideraba perfectamente legitimado para discutir cuestiones cosmológicas como astrónomo –aunque, en sus Comentarios a Plinio, leídos en Valencia, al exponer con claridad sus ideas cosmológicas también usó hábilmente su condición de teólogo, profesor de hebreo-Sagradas Escrituras–. Muñoz intervino activamente en los debates cosmológicos de la época, especialmente en relación con la supernova de 1572. Sus ideas cosmológicas eran afines a la tradición estoica y antiaristotélicas en aspectos fundamentales y fueron criticadas por algunos filósofos y teólogos aristotélicos; Muñoz, tras su texto sobre la supernova y un folleto sobre el cometa de 1577 ya no publicó más obras (se conserva, en cambio, un buen volumen de manuscritos), pero continuó defendiendo sus ideas en Salamanca, donde formó un buen número de discípulos: dos de ellos le sucedieron en la cátedra de Salamanca, y siguieron defendiendo ideas similares, aunque más cautelosamente; otros se orientaron hacia la cosmografía y se convirtieron en cosmógrafos del Consejo de Indias y miembros de la Academia de Matemáticas de Madrid. Estos últimos, los cosmógrafos y matemáticos de la corte, apenas insinuaron las cuestiones cosmológicas y adoptaron una postura pragmática hacia la astronomía, al servicio de la geografía matemática, la cartografía y el arte y ciencia de navegar, como lo hizo el gran matemático, tutor de príncipes y cosmógrafo mayor de Portugal Pedro Nunes.11

La cartografía, la geografía, la astronomía náutica y el arte de navegar fue impulsada por el gobierno, sin duda en relación con el reconocimiento, control y dominio de las nuevas tierras descubiertas y la expansión territorial ultramarina. También en relación con los territorios europeos de la monarquía. A tal efecto se crearon nuevas instituciones. Todo esto es bien conocido en sus líneas generales: en Sevilla se creó la Casa de la Contratación con diversos cargos asociados como el de Piloto Mayor (1508), encargado de examinar a los pilotos y dirigir la elaboración del mapa patrón; el oficio de «cosmógrafo y maestro de hacer cartas y astrolabios y otros ingenios para la navegación» (1523); nuevos puestos con un cometido similar (1537); «cosmógrafos de honor», como Pedro Medina; y finalmente, ya en la época de Felipe II, en 1552 se creó la cátedra de cosmografía y arte de navegar. En la corte, Carlos V fundó el Consejo de Indias (1524), en el que se creó en 1571 el puesto de cronista-cosmógrafo mayor de Indias, que se separaría en dos. Finalmente, en 1582 comenzó a funcionar la llamada Academia de Matemáticas de Madrid, impulsada por Juan de Herrera, donde se enseñaba un repertorio de disciplinas matemáticas análogo al de la Universidad de Salamanca, si bien con mayor énfasis en lo relacionado con la cosmografía y la náutica. También inicialmente se enseñaba en la Academia materias relacionadas con la ingeniería militar, si bien finalmente se estableció una cátedra independiente de esta materia, dependiente del Consejo de Guerra.12

En el reinado de Felipe II y a partir de la Contrarreforma, el control ideológico y la represión de la libertad de pensamiento comenzó a pesar muy negativamente en el desarrollo de la ciencia y la filosofía. No hace falta recordar la pragmática de Felipe II prohibiendo a los españoles estudiar o enseñar en el extranjero, que dificultó considerablemente la comunicación con el resto de Europa a los intelectuales españoles. Pero, por otra parte, como han puesto de relieve López Piñero, David Goodman y otros diversos autores, también en esta época se dio un impulso notable a determinadas actividades científico-técnicas, en relación con los intereses del estado y de la monarquía. Todo ello ha llevado a algunos historiadores a señalar que fue precisamente el carácter excesivamente utilitario y pragmático de la promoción de la actividad científico-técnica, aislada del pensamiento especulativo, y sometido este a un severo control, lo que marcó sus límites y dificultades para desarrollarse creativamente y asimilar las nuevas corrientes de pensamiento.13

En conjunto, las realizaciones españolas (en España o por autores afincados en este país) en el siglo XVI en campos como la geografía, la cartografía, el magnetismo terrestre, la astronomía (sobre todo, pero no únicamente, en relación con la náutica) o la historia natural fueron muy notables, y aunque en muchas ocasiones el secreto impuesto por el gobierno limitó su difusión, no la impidió, y por diversos cauces entraron a formar parte del patrimonio europeo del saber. También fueron notables las contribuciones en el campo de la técnica, como han puesto de relieve varios autores y especialmente Nicolás García Tapia. Y aunque algunas realizaciones importantes fueron llevados a cabo por ingenieros extranjeros, se puede decir que los españoles hicieron obras de gran importancia, algunas de las cuales constituyeron hitos en la ingeniería del momento. Esto fue lo que ocurrió en el campo de la ingeniería hidráulica, sobre todo en la construcción de presas y azudes y en los molinos, algunos de cuyos tipos, como los llamados de regolfo, fueron los precedentes de las turbinas hidráulicas actuales.14

No considero necesario extenderme comentando también las actividades en el campo de la medicina, bien conocidas gracias a los trabajos de López Piñero y otros autores; baste recordar que en España se asimiló con rapidez la renovación anatómica simbolizada por Vesalio, por discípulos directos de este, que hicieron algunas contribuciones; y que la Universidad de Valencia contó con la primera cátedra dedicada a los medicamentos químicos: un caso excepcional de incorporación del movimiento paracelsista a una institución académica.15

En el siglo XVII, la actividad científica descrita experimentó una profunda decadencia, paralela a la intensa crisis y decadencia en el ámbito político, económico y social que experimentó España, muy especialmente Castilla, pero también los otros reinos peninsulares. Los intentos desesperados de los nuevos monarcas y sus ministros para mantener una posición hegemónica en Europa no llevaron sino a nuevos desastres y a profundizar en la crisis. Sobre las causas, tanto de la decadencia político-económico-social, como de la científico-técnica, y la interacción entre ambas, aún no existe una descripción o modelo satisfactorio y unánimemente aceptado. No obstante, conviene recordar, en primer lugar, que la crisis económica, política y social no fue un fenómeno exclusivamente español, aunque, ciertamente, España fue sin duda uno de los países donde fue más intensa. Segundo, que la correlación decadencia político-económico-social y decadencia científico-técnica no es nunca perfecta. Tercero, que esta decadencia relativa no tiene que confundirse con ausencia de actividad científico-técnica. En su libro Ciencia y técnica López Piñero no ofreció una explicación articulada de la decadencia de la actividad científica, paralela a la política, económica y social, aunque a lo largo de su obra presentó o sugirió una constelación de factores: el avance de la Contrarreforma, con la consiguiente hegemonía del escolasticismo contrarreformista y la represión de la actividad científica; el declive económico y la «traición de la burguesía», es decir, el que los estratos medios de las ciudades, que constituían uno de los núcleos básicos de la actividad científica, no se convirtieran en una burguesía propiamente dicha y adoptaran, por el contrario, los valores impuestos por la moral contrarreformista; el retroceso consiguiente de la secularización; la actitud agresiva y excluyente hacia los judíos conversos, entre los que abundaban los médicos y científicos; el cambio regresivo de la mentalidad de los grupos políticos dirigentes y finalmente, los condicionamientos socioeconómicos, políticos y religiosos. Naturalmente, todos estos factores deben ser cuidadosamente cualificados en cuanto a su verdadero significado, contenido y alcance, y cabe preguntarse también si, aún siendo necesarios son suficientes para ofrecer una explicación convincente. Junto a ellos, habrá que ponderar también las peculiaridades, limitaciones y fragilidad que tuvo, en el siglo XVI la actividad científico-técnica en el ámbito hispánico.

Recientemente, Mordechai Feingold proponía, como una de las claves explicativas del éxito de Inglaterra al adaptarse rápidamente en el siglo XVII a las nuevas corrientes científico-filosóficas y técnicas, que ello se debió en parte a la gran debilidad del pensamiento escolástico y su escasa presencia en las universidades inglesas en el siglo XVI.16 En el caso de España, el enorme espesor que este pensamiento fue tomando hizo cada vez más difícil su eventual evolución y transformación.

Pero, en todo caso, crisis, aislamiento y decadencia no debe confundirse con ausencia de actividad científico-técnica digna de ser tenida en cuenta. Además, y como siempre suele suceder, el aislamiento científico y filosófico distó mucho de ser completo. El propio López Piñero propuso la periodificación de la actividad científica española del siglo XVII en tres fases: la primera, que correspondería aproximadamente al tercio inicial de la centuria, en la que dicha actividad habría sido básicamente una prolongación de la renacentista, ignorando las nuevas corrientes científicas. La segunda, que comprendería a grandes rasgos los cuarenta años centrales del siglo, se caracterizaría por la introducción en el ambiente científico-médico español de algunos elementos «modernos», que fueron aceptados como meras rectificaciones de detalle de las doctrinas tradicionales o meramente rechazados. Finalmente, en las dos últimas décadas del siglo, algunos autores rompieron abiertamente con los esquemas clásicos o tradicionales e iniciaron la asimilación sistemática de las nuevas corrientes filosóficas y científicas europeas.17

Esta periodización que durante bastante tiempo nos ha proporcionado un marco general de trabajo, es muy problemática, como el propio López Piñero ha reconocido, porque plantea la cuestión de forma asimétrica. En efecto, presupone un modelo o proceso de revolución científica determinado, y el caso español como uno de aislamiento, y separación del modelo europeo, aislamiento que se superaría después a través de la recepción de la «ciencia moderna» elaborada en Europa. Pero la llamada Revolución Científica fue un largo proceso de cambios, cuya cronología es difícil de precisar; y tan poco riguroso y convincente es, a nuestro juicio, reducir el escenario de la Revolución Científica a unos países determinados, como tratar de describirla según un modelo determinado o a partir de las realizaciones de un pequeño grupo de grandes figuras o genios. Por otra parte, no olvidemos, sobre el tema del aislamiento español, que la monarquía hispánica incluía en el siglo XVII, además de los territorios peninsulares e insulares varios territorios europeos (los reinos de Nápoles y Sicilia, el Milanesado, los Países Bajos y el Franco Condado), además de los americanos. Asimismo, que el control de la circulación de saberes y prácticas es un empeño que siempre fracasa, como la historia muestra una y otra vez.

En todo caso, lo que es indudable (invirtiendo la afirmación de Pagden) es que, si en el siglo XVII hubo una decadencia relativa de la actividad científica, finalmente «España experimentó una “revolución científica” o una serie de cambios que pueden plausiblemente acomodarse a su descripción»: la mecánica newtoniana, la química de Stahl, Boerhaave y Lavoisier, la naciente ciencia de la electricidad, la botánica de Linneo, las diversas corrientes en fisiología y medicina, las nuevas tecnologías, incluida la máquina de vapor, la nueva instrumentación científica, las nuevas organizaciones científicas (sociedades y academias), la introducción de la ciencia en la esfera pública, el periodismo científico, y otros rasgos de lo que se considera la ciencia-técnica europea moderna se pueden reconocer en la España del siglo XVIII, además de la circulación de las nuevas corrientes filosóficas: el mecanicismo, el sensualismo de Locke y Condillac, las corrientes leibnizianas, las corrientes deístas, el hedonismo materialista, etc.18

La cuestión que preocupó a los historiadores españoles e hispanistas es si esa revolución (renovación y cambios) comenzó súbitamente en España con la nueva dinastía borbónica o bien estuvo «preparada» (en sentido retrospectivo, claro) ya en el siglo XVII