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Doloroso secreto Emilie Rose A pesar de ser su mujer, ella estaba completamente fuera de su alcance… Mercedes Ashton aceptó casarse con su mejor amigo, Jared Maxwell, sólo para no darle más disgustos a su familia. Se convenció a sí misma de que lo suyo era un matrimonio de conveniencia, pero lo cierto era que sentía algo por Jared. ¿Qué podría hacer Mercedes sabiendo que su marido tenía intención de poner fin al matrimonio en cuanto pudiera hacerlo? Jared Maxwell había hecho lo que debía, al fin y al cabo Mercedes lo había salvado en sus peores momentos. El problema era que el embarazo estaba poniéndola más bella que nunca… El mejor postor Roxanne St. Claire Pronto estuvo dispuesta a hacer todo lo que él le pidiera… Paige Ashton jamás habría imaginado que acabaría participando en una subasta benéfica que ella misma había organizado. Pero una de sus solteras desapareció y de pronto se encontró sobre el escenario… comprada por el hombre más guapo que había en la sala. Walker Camberlane decidió salvar a Paige de aquella incómoda situación haciendo la puja más alta. Aunque lo cierto era que tenía otro motivo muy diferente para convertirse en el mejor postor. Pero, por mucho que hubiera pagado diez mil dólares, Walker no tenía derecho a exigirle nada…
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Seitenzahl: 413
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por Harlequin Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
N.º 41 - agosto 2014
© 2005 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
Doloroso secreto
Título original: Condition of Marriage
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
© 2005 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
El mejor postor
Título original: The Highest Bidder
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicados en español en 2006
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-687-4611-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Créditos
Sumário
Dolororo secreto
Wine Country Courier
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
El mejor postor
Wine Country Courier
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Crónica Rosa
¿Gastroenteritis o náuseas por embarazo?
Últimamente Mercedes Ashton ha sido vista en varias ocasiones entrando a toda prisa en el aseo más cercano... y probablemente no para esconderse de los reporteros. Hay quien dice que podría estar embarazada, y ahora resulta que acaba de prometerse. ¿Con quién? No con su ex novio Craig, desde luego, sino con Jared Maxwell, íntimo amigo de la joven desde hace años. ¿De quién será el bebé?
¿Y ese repentino compromiso? ¿Han pasado de ser amigos a convertirse en amantes? No es que sea imposible, pero resulta sospechoso... o cuando menos demasiado oportuno. Sería muy romántico que después de tanto tiempo se hubieran enamorado perdidamente el uno de otro, pero las malas lenguas dicen que su matrimonio será sólo de conveniencia.
En fin, mirándolo de un modo frívolo la familia necesitaba algo con lo que olvidarse un poco de la que se ha montado tras el asesinato de Spencer Ashton. Hablando de lo cual... ¿sabremos algún día quién cometió ese asesinato?
Aun después de que la criada anunciara al visitante y saliera de la biblioteca, Spencer Ashton siguió sentado de espaldas a la puerta en su sillón de cuero.
Le estaba dando tiempo al granjero inútil con el que su ex mujer se había casado para que viera lo que daba el tener dinero y poder. Claro que dudaba que alguien como Lucas Sheppard supiera apreciar el valor de los cuadros que colgaban de las paredes, ni el de las primeras ediciones, lujosamente encuadernadas, que adornaban las estanterías.
—Puedes ignorarme tanto tiempo como quieras, Ashton; no tengo intención de ir a ninguna parte.
Bastardo arrogante... Spencer hizo girar su silla pero no se puso de pie.
—¿A qué has venido, Sheppard? ¿Vas a admitir por fin que las pocas hectáreas que le dejó a Caroline su madre no os dan para vivir? ¿Quizá incluso estás considerando venderme esas tierras después de todo? Si es así creo que deberías saber que mi oferta será inferior porque he perdido el interés en ellas.
Sheppard le sostuvo la mirada.
—No vamos a venderte las tierras. He venido a hablarte de los niños.
Hijo de perra... Quería sacarle más dinero con los mocosos de Caroline como excusa.
—Quiero a Eli, Cole, Mercedes, y Jillian como si fueran hijos míos... y quiero adoptarlos.
Spencer apretó la mandíbula y sintió la ira correr por sus venas, igual que una chispa por un reguero de pólvora. Aunque aquellos mocosos no hubieran sido más que una molestia para él eran suyos; él los había engendrado, y nunca renunciaba a nada que le perteneciera a menos que tuviese una buena razón para hacerlo, y el hacer felices a su ex mujer y a Sheppard no lo era.
—Por encima de mi cadáver.
—Ashton, no has visto a tus hijos desde que los abandonaste hace tres años; necesitan un padre.
Spencer se rió.
—Para tener a un don nadie por padre mejor que no tengan ninguno.
Sheppard resopló y sus ojos relampaguearon.
—Eres un arrogante, hijo de...
—Mi tiempo es valioso, Sheppard, y estás haciéndome perderlo. Vuelve con Caroline y dile que esos mocosos me pertenecen y que no voy a renunciar a ellos.
—En ese caso lo menos que podrías hacer sería ir a verlos de vez en cuando.
Spencer se puso de pie lentamente, apoyó los puños sobre el escritorio y se inclinó hacia delante con una mirada amenazadora.
—No me busques las cosquillas, Sheppard. Si lo haces interpondré una demanda para conseguir la custodia de los niños y Caroline no volverá a verlos.
Era un farol, pues no tenía el menor deseo de llevar a cabo esa amenaza y hacerse cargo de los críos, pero un hombre astuto sabía que tenía que correr riesgos. El padre de Caroline era quien se lo había enseñado, y había acabado ganándole en su propio juego. No sólo había conseguido que le legara a su muerte todas sus propiedades y su compañía, sino que además se había deshecho de su hija y de los mocosos lloricas.
—No tendrías la menor posibilidad de ganar una demanda de custodia —le dijo Sheppard—. Le quitaste a Caroline casi todo lo que tenía cuando te divorciaste de ella y no has vuelto a preocuparte por los niños.
—Ah, pero un pleito puede alargarse tanto tiempo... además los honorarios de los abogados están por las nubes y yo como sabes puedo permitirme los mejores. Estoy seguro de que detestarías que tu adorada Caroline tuviera que vender Las Viñas para poder costearse un abogado. ¿Crees que mi ex mujer seguiría queriéndote si tu capricho de adoptar a mis hijos acabase haciéndole perder lo poco que le queda?
Su dardo envenenado acertó de pleno en la diana, y a Spencer lo llenó de satisfacción ver cómo se ensombrecían las facciones de Sheppard.
—Eres un hijo de perra sin corazón, Ashton —masculló antes de salir de la biblioteca.
Spencer volvió a sentarse en su sillón de cuero, apoyó los codos en los reposabrazos, entrelazó los dedos y sonrió.
—No lo sabes muy bien... pero lo sabrás, Sheppard, pronto lo sabrás —murmuró para sí.
Jared entró en el pequeño cuarto de baño y le tendió una toallita húmeda a Mercedes, que acababa de vomitar y estaba sentada en un taburete.
—¿Gastroenteritis? —le preguntó.
—Ojalá fuera eso —contestó ella tomando la toallita.
Mercedes fue a levantarse y, al ver que se tambaleaba, Jared la agarró por los codos para sostenerla.
—Pues entonces mi comida debe haberte sentado mal —dijo mirándola preocupado.
—No seas tonto —replicó ella con una débil sonrisa—. La comida que has preparado estaba riquísima... como siempre. Si tuviera alguna pega que ponerle a tu modo de cocinar no llevaría viniendo once años a cenar contigo todos los miércoles.
—Entonces... ¿qué te ocurre? —inquirió él apoyándose en el marco de la puerta.
Mercedes se aplicó la toallita en la frente y las mejillas, y luego apartó su melena de pelo castaño rizado para ponérsela en la nuca.
Jared se fijó en que estaba rehuyendo su mirada y tuvo la sensación de que estaba ocultándole algo. ¿Pero qué? ¿Y por qué? Nunca habían tenido secretos el uno con el otro.
Al ver cómo temblaban sus manos tuvo un mal presentimiento. ¿Qué tenía miedo de contarle?
Mercedes suspiró, irguió los hombros, y le preguntó aún sin mirarlo:
—¿Te importaría que esta noche me fuera un poco antes?
—Por supuesto que me importaría. Mercedes, si no me dices qué te pasa difícilmente podré ayudarte.
La joven alzó el rostro hacia él, y la expresión de angustia en sus ojos hizo que sintiera una punzada en el pecho.
—Me temo que no hay nada que puedas hacer para ayudarme.
—¿Cuántas veces te habré dicho yo eso en el pasado? —le espetó él—. ¿Y cuántas veces me hiciste caso?
Mercedes lo había ayudado a superar la muerte de su esposa y de su hijo y también su posterior adicción a la bebida a raíz de aquel trágico suceso.
Había sido la mejor amiga de su mujer, Chloe, y había acabado siéndolo también de él.
—Lo sé, pero...
Jared se apartó del marco de la puerta y se acercó a ella.
—Ahora me toca a mí ser quien te ayude —le dijo remetiendo un mechón rizado tras su oreja—. Por favor, deja al menos que lo intente.
Mercedes apretó los labios.
—¿Podríamos volver al salón?
Jared asintió y cuando llegaron allí Mercedes ocupó su sitio habitual en el rincón del sofá, pero no se quitó los zapatos, ni se sentó sobre las pantorrillas, como acostumbraba a hacer. Su postura tensa y sus puños apretados delataban su agitación.
—Craig me ha dejado.
—Demos gracias a Dios —masculló Jared. Sin embargo, al ver la expresión dolida en el rostro de Mercedes deseó haberse mordido la lengua—. Perdona, no es que me alegre, pero los dos sabemos que no sentías nada por él, y además no te merecía. Ninguno de los perdedores con los que por algún extraño motivo te ha dado por salir hasta la fecha te merecía. Francamente, Mercedes, tienes un gusto pésimo con los hombres.
Mercedes esbozó una sonrisa triste.
—Sigue, no te contengas.
Jared se encogió de hombros. Mercedes era la única persona con la que tenía la confianza suficiente como para ser totalmente sincero. Bueno, quizá no al cien por cien; había un secreto que no le contaría nunca.
—Aunque intentaras hacerme creer que te ha roto el corazón el que te haya dejado no te creería. No estabas enamorada de él.
Mercedes suspiró.
—No, no lo estaba, y no lo echaré de menos, pero...
No terminó la frase, y al verla bajar la vista y morderse el labio Jared inquirió:
—¿Tuvisteis una pelea?
—Sí y no.
—¿Qué quieres decir?
Cuando la joven levantó la cabeza a Jared le pareció ver miedo en sus ojos y una idea repentina hizo que la sangre le hirviera en las venas.
—¿No te pegaría ese bastardo, verdad?, porque si lo hizo...
—No, no me pegó, pero... —a Mercedes se le quebró la voz y se mordió de nuevo el labio inferior—... me dijo que abortara.
Jared sintió una punzada en el pecho y se le hizo un nudo en la garganta. El estómago se le encogió, los latidos de su corazón se aceleraron, y las manos se le pusieron frías.
—Estás embarazada...
Mercedes volvió a morderse otra vez el labio y lo miró incómoda.
—Sí. No quería decírtelo... hasta que decidiese qué hacer.
Los dolorosos recuerdos que la repentina noticia de su embarazo había traído a la mente de Jared estaban consumiéndolo por dentro. No quería seguir aquella conversación pero le debía muchísimo a Mercedes, que lo había sacado del infierno en el que se había convertido su vida seis años atrás. Si no hubiera sido por ella en ese momento estaría en el cementerio enterrado junto a su esposa y su hijo.
—No querías decírmelo porque pensabas que me haría recordar a Chloe y a Dylan —la corrigió él.
Una lágrima rodó por la pálida mejilla de Mercedes.
—Es verdad; lo siento.
Aunque hacía cinco años que había dejado la bebida, en ese momento Jared no le habría dicho que no a un trago de alcohol para aturdir las emociones que estaban agitándose en su interior.
—Y ese cerdo de Craig se lava las manos, ¿no es así? —masculló.
—Cree que el bebé es tuyo. Le dije que tú y yo no teníamos esa clase de relación pero pensó que estaba mintiendo. Empezamos a gritarnos y como yo le insistí en que era suyo me dijo que abortara porque aunque él fuera el padre no tenía ninguna intención de asumir su responsabilidad.
—¿Y has tomado ya una decisión? —inquirió Jared.
—Voy a tenerlo —murmuró ella tras vacilar un instante.
Jared inspiró tembloroso, se puso de pie y fue hasta la chimenea. Se agarró con ambas manos a la repisa de madera y trató de inspirar más profundamente, pero tenía tal tensión acumulada en los músculos del pecho que no pudo.
—No había planeado el embarazo, pero pienso tener a este bebé y no haré como hizo mi padre con nosotros; jamás se sentirá rechazado.
Jared no creía que pudiera soportar la incertidumbre que ese embarazo traería consigo en los siguientes meses. El cariño que le tenía a Mercedes era tan fuerte que si algo saliese mal y la perdiese no sabía cómo podría seguir viviendo.
Se pasó una mano por el cabello castaño y se volvió hacia ella.
—¿Y qué ha dicho tu familia? —inquirió.
Mercedes bajó la cabeza y se puso a juguetear nerviosa con uno de sus pendientes de perlas.
—No les he dicho nada y no tengo intención de hacerlo; todavía no.
Jared la miró entre sorprendido y confundido. Mercedes tenía que ver a sus hermanos todos los días porque trabajaban juntos y aquello era algo que a la larga no podría ocultarles.
—¿Por qué no?
—¿Que por qué no? No puedo decirles que he sido tan idiota que he permitido que me deje embarazada un hombre tan canalla como nuestro padre, y que igual que él no quiere saber nada de su hijo.
Jared comprendía lo mal que debía estar sintiéndose y se arrepintió de haber hecho aquella pregunta.
—Mercedes...
—Además, desde que se supo que el matrimonio de Spencer con mi madre no fue válido la prensa no ha dejado tranquila a mi familia.
Y por si fuera poco estaba también el misterio sin resolver del asesinato de Spencer en mayo, añadió Jared para sus adentros.
—¿De cuánto estás?
—De ocho semanas. Me hice un test de embarazo casero pero todavía no he ido a que me vea un médico por miedo a que los medios se enteren. Sé que no puedo mantener esto en secreto indefinidamente, pero tan pronto como averigüen quién mató a Spencer nos dejarán en paz.
Ocho semanas... Chloe había perdido bebés a las ocho y diez semanas de embarazo, recordó Jared sin poder evitar que la angustia lo invadiera.
—Pero no pasará mucho tiempo antes de que empiece a notársete —replicó—. Un par de meses a lo sumo.
—Lo sé —murmuró ella.
—¿Eres consciente de que esto pondrá tu vida patas arriba? —le dijo Jared.
—Lo soy, y no me importa —respondió ella alzando la barbilla. Luego, sin embargo, lo miró preocupada—. Jared, yo... yo valoro tu amistad más que nada en este mundo. Por favor, no dejes que esto nos distancie.
—Tu familia te ayudará —le dijo él.
Mercedes dio un respingo y se llevó una mano al pecho.
—¿Y tú no?
—No puedo.
Mercedes bajó la vista y pasaron unos minutos antes de que hablara de nuevo.
—¿Significa esto que tendremos que dejar nuestras cenas de los miércoles?
Su voz temblorosa hizo que Jared se sintiera fatal. No quería apartarla de él, pero si quería mantener la cordura no tendría más remedio que poner tierra de por medio entre ellos.
—Aún no.
Pero pronto sí, pensó Mercedes. Esas palabras no habían cruzado sus labios, pero era lo que quería decir.
—Entiendo —murmuró poniéndose de pie—. Sólo te pido que me guardes el secreto hasta que me sienta preparada para decírselo a mi familia.
—Creo que estás cometiendo un error.
—No, mi único error ha sido quedarme embarazada de un hombre al que sabía que nunca podría amar —replicó ella.
Tomó su chaqueta y su bolso y se dirigió a la puerta. Sin embargo, al llegar a ella se detuvo y se giró con la mano en el pomo.
—La vida sigue —le dijo a Jared—, y tienes que seguir jugando con las cartas que te han repartido. Aunque no sean buenas nunca sabes cuándo puede cambiar tu suerte, y puede que acabes ganando la partida.
¿Cuántas veces le había dicho esas palabras en los oscuros días del pasado, cuando su existencia se había convertido en un terrible vacío?, se dijo Jared.
Para él no había nadie más importante que Mercedes y se sentía como un canalla por no haberle ofrecido su apoyo incondicional, pero no creía que tuviera fuerzas para hacerlo.
Cuando Mercedes entró en el restaurante se le acercó el maître, pero justo en ese momento vio a su hermanastra Paige haciéndole señas desde una mesa al fondo del comedor, y le dijo con una sonrisa que ya había visto a la persona que estaba esperándola.
El hombre asintió con la cabeza y Mercedes se dirigió hacia la mesa de Paige mirando en derredor por el rabillo del ojo, alerta por si hubiera algún paparazi.
Probablemente debería haber rechazado esa invitación a almorzar. Corría el riesgo de que le entraran náuseas, que aquello llegara a oídos de la prensa, y que aumentasen así el número de especulaciones que corrían sobre los Ashton.
Cuando llegó junto a la mesa su hermanastra se levantó y le estrechó la mano.
—Gracias por venir.
—Parecía urgente cuando me llamaste por teléfono.
—Sí, bueno, ahora te contaré —dijo Paige. Miró en derredor con cautela, y le preguntó—: ¿Cómo te encuentras? Me he enterado de que has roto con tu novio.
Mercedes suspiró y se sentó. Hacía semanas que Craig se había marchado al sur de California, donde había conseguido un puesto importante en una empresa de renombre gracias a sus contactos, y no tenía ganas de hablar de él, pero suponía que Paige sólo estaba preguntando por cortesía y que pronto pasaría al asunto por el que la había citado allí.
—Sí, Craig ya es historia, pero lo llevo bien —respondió—. ¿Cómo te has enterado? Creía que la noticia todavía no había saltado a los periódicos.
—A través de Kerry, la que fue secretaria de mi... de nuestro padre —le explicó Paige—. ¿Puedo preguntarte por qué habéis roto? Cuando trajiste a Craig a aquella fiesta benéfica en febrero me pareció un hombre encantador y atractivo.
—Oh, sí, ya lo creo que es encantador y atractivo —asintió Mercedes con sorna—. Pero también es superficial, desleal... y te aseguro que no es la clase de hombre junto al que ninguna mujer querría envejecer. Claro que ésos fueron precisamente los motivos por los que salía con él.
Paige parpadeó sin comprender, pero antes de que pudiera decir nada llegó una camarera para tomarles nota. Mercedes pidió gaseosa y una ensalada de pasta, y cruzó mentalmente los dedos para que su estómago se comportase.
Paige le caía bien; le recordaba a sí misma once años atrás, tan ingenua y llena de vitalidad. Parecía como si hubiese pasado una eternidad de aquella época en que había sido una estudiante de universidad, a sus veintidós años, saboreando los últimos meses de libertad antes de empezar a trabajar en el negocio familiar.
Claro que Paige ya estaba trabajando en las Bodegas Ashton, así que tal vez su despreocupada vida de estudiante ya hubiese terminado.
—¿Cómo es que no has pedido vino? —inquirió su hermanastra.
—Es que luego tengo que volver a la oficina porque me ha quedado un montón de trabajo por hacer y necesito mantener la cabeza despejada.
—Lo que necesitas es divertirte un poco —le dijo Paige. Luego, apoyando los codos en la mesa, se inclinó hacia delante con una sonrisa conspiradora—. ¿Te has enterado de que vamos a celebrar una subasta de solteras dentro de poco? Podrías apuntarte. Nunca se sabe; podría aparecer tu príncipe azul para pujar por ti.
Mercedes hizo una mueca. Dudaba que nadie fuese a pujar por una embarazada que tenía náuseas todo el tiempo.
—No creo que lo haga, pero gracias.
Muchos de los matrimonios que había conocido habían terminado de un modo doloroso. Su padre había abandonado a su madre después de años de infidelidad para casarse con su secretaria, Lilah, la madre de Paige, a quien tampoco le había sido fiel, y el primer matrimonio de su hermana Jillian había sido un desastre.
Por eso ella sólo salía con hombres de los que no creía que pudiese enamorarse, para evitar que pudieran hacerle daño.
El matrimonio de Jared y Chloe por supuesto había sido una excepción; había sido algo mágico mientras había durado, pero Chloe había muerto en un accidente de coche, había perdido a su bebé, y Jared había quedado destrozado por la tragedia.
La camarera llegó en ese momento con lo que habían pedido, y Mercedes apartó sus pensamientos y se puso a comer.
—¿Cómo está tu madre? —le preguntó a Paige.
Los ojos de su hermanastra se ensombrecieron.
—No muy bien. Nuestro padre era una persona muy activa y nos resultará muy difícil seguir adelante sin él. Todavía no nos hemos repuesto de su pérdida.
Mercedes imaginaba que Lilah debía estar de los nervios, y no sólo por el asesinato de su marido, sino también por todos los trapos sucios que la prensa estaba sacando de él. En los últimos meses se había sabido que había estado casado años atrás con una mujer de Nebraska, que habían tenido dos hijos, y que los había abandonado. Sin haberse divorciado de aquella mujer se había casado con su madre, y por si eso fuera poco recientemente había aparecido un nuevo hijo suyo... ilegítimo.
¿Habría amado Spencer Ashton a alguien aparte de a sí mismo? Mercedes no comprendía cómo podía ser que Paige aún no hubiera abierto los ojos y se hubiese dado cuenta de que su padre, al que decía que aún estaba llorando, había sido un bastardo egoísta.
Cuando estaban acabando de comer Paige soltó su tenedor y se agachó para sacar unos periódicos doblados del maletín de cuero que había en el suelo, apoyado junto a su silla, y los puso sobre la mesa.
—Éste es el motivo por el que te he invitado a almorzar. ¿Has visto las portadas de los últimos días?
—No, y no estoy segura de querer verlas —murmuró Mercedes.
Sin embargo tomó los periódicos y vio que la prensa seguía vertiendo la misma clase de especulaciones y mentiras sobre sus familias. ¿Revocarán o no el testamento?, decía uno de los titulares. ¿Se quedarán los hijos bastardos con la finca del padre?, se leía en otro.
Mercedes volvió a dejarlos sobre la mesa. Ninguno era tan original como uno que había leído la semana anterior: Los Ashton se lían a botellazos... o casi. El reportero que había escrito el artículo hablaba de lo que había bautizado como «la Batalla de los Viñedos». Comparaba a Bodegas Ashton con el gigante bíblico, Goliat, y a Viñedos de Louret con David. A Mercedes le había parecido muy ocurrente, pero le entristecía pensar cuánto daño podrían acabar haciéndose los unos a los otros antes de que aquella pugna se resolviera.
La muerte de Spencer había convertido a los hijos de su segundo y su tercer matrimonio en rivales, y los reporteros esperaban como aves carroñeras su siguiente movimiento.
Paige volvió a guardar los periódicos en el maletín.
—Tenemos que hacer algo —le dijo a Mercedes—. Nuestras familias están sufriendo por culpa de todo esto, y nuestros negocios se están resintiendo.
Mercedes asintió con la cabeza.
—Estoy de acuerdo, pero no sé qué podemos hacer para poner freno a esta locura.
Paige vaciló un instante.
—¿Podrías hablar con Eli y pedirle que no revoque el testamento?
Ajá... El verdadero motivo de aquella invitación a almorzar...
—Mi hermano está haciendo lo que considera que es justo, Paige —le dijo a su hermanastra—. La finca Ashton y la compañía Ashton-Lattimer deberían estar en manos de mi madre ya que pertenecían a su padre. Además, Spencer no se divorció de su primera esposa, así que su matrimonio con mi madre no fue válido, y por tanto no tenía derecho a recibir la herencia que recibió de mi abuelo. Me gustaría que las cosas fueran distintas, pero me temo que no será fácil cerrar la brecha que hay entre nosotros.
—Bueno, al menos podríamos llegar a un acuerdo de forma privada en vez de dejar que la prensa siga aireando nuestros trapos sucios —apuntó Paige.
Si con un acuerdo pudiesen borrarse el dolor, la ignominia, y las traiciones que Spencer le había infligido a su familia...
—Yo también quiero que acabe el enfrentamiento entre nuestras familias —le dijo a Paige—, y no estoy segura de que eso sea posible, pero te doy mi palabra de que haré todo lo que esté en mi mano para lograrlo.
—¿No estarías pensando irte sin mí, verdad? —le preguntó Mercedes a Jared, asomándose a la ventanilla mientras aparcaba junto a su todoterreno.
Jared apretó la mandíbula y frunció el ceño.
—Creía que no querrías venir —masculló antes de levantar la puerta del maletero para meter su bolsa de viaje.
Mercedes se bajó de su coche y fue junto a él.
—Cada vez que has ido a una de estas «misiones de reconocimiento» te he acompañado —replicó ella—. ¿Por qué no iba a querer ir esta vez?
Jared era el dueño de una pequeña cadena de hotelitos rurales, y de cuando en cuando iba a visitar algún otro para ver si le merecía la pena adquirirlo.
—¿Te sientes con fuerzas en tu estado? —le preguntó.
En ese momento sí, pensó Mercedes. Dentro de cinco minutos no podría decirle.
Llevaba un par de días sin dormir bien, desde que le dijera que estaba embarazada, y la noche anterior, de madrugada, había decidido dejar de darle vueltas al asunto, diciéndose que probablemente las cosas volverían a la normalidad entre ellos una vez que Jared se hubiese hecho a la idea.
No quería perder a su mejor amigo, y si para ello tenía que actuar durante unas cuantas semanas como si no estuviese embarazada, lo haría.
—Pues claro que me siento con fuerzas —le dijo colgándose el bolso del hombro—. Claro que si no quieres que vaya porque crees que no necesitas una segunda opinión de ese hotelito que vas a ver, no tienes más que decírmelo.
Jared se pasó una mano por el cabello.
—Siempre he valorado tu opinión, Mercedes.
—Entonces deja que vaya a por mi maleta y vayámonos —contestó ella—. Si quieres que te diga la verdad estoy deseando alejarme de Napa aunque sólo sea durante el fin de semana. Aquí con paparazis y reporteros por todas partes me siento como un insecto al que estuvieran observando a través de un microscópico.
Mercedes fue a su coche a por la maleta, pero Jared la siguió, y cuando extendió la mano para tomar el asa él hizo lo mismo y sus manos se tocaron. Un cosquilleo subió por el brazo de Mercedes y al notar el pecho de Jared contra su espalda sintió que una oleada de calor invadía su vientre.
Sorprendida, giró la cabeza hacia él. Sólo unos escasos centímetros separaban sus labios y el aliento mentolado de Jared acarició su boca al tiempo que sus ojos azules se miraban en los de ella.
Sin embargo, de pronto Jared parpadeó y la expresión de su mirada se tornó insondable. Mercedes le había visto hacer eso con otras personas pero a ella nunca la había bloqueado de esa manera. No sabía si había sentido aquella extraña conexión entre ellos, pero si así era parecía que su intención era fingir lo contrario.
Era lo mejor si no querían estropear su amistad, y era exactamente lo que ella iba a hacer.
—No deberías levantar cosas pesadas en tu estado —le dijo Jared con el ceño fruncido.
Mercedes, que se notaba la boca repentinamente seca, se humedeció los labios.
—No llevo casi nada en la maleta —replicó—. Sólo vamos a dormir una noche.
Jared esbozó una media sonrisa.
—La Mercedes que yo conozco nunca viaja ligera de equipaje —respondió—. Yo llevaré tu maleta —añadió tomándola y sacándola del maletero—. Vamos.
Ya a bordo del todoterreno Mercedes lanzó una última mirada a su coche. Sabía que podía quedarse tranquila dejándolo allí, junto a la casa de Jared, que estaba a unos diez kilómetros escasos del primer hotelito que habían comprado Chloe y él al poco de casarse. El hotelito con el que habían empezado su negocio y donde habían vivido hasta la muerte de ella.
Inspiró profundamente, tratando de calmar su agitada respiración y sus nervios. ¿Qué le estaba ocurriendo? ¡Jared era su amigo, por amor de Dios! Nunca se había sentido atraída por él. Además su corazón pertenecía a Chloe, aunque ya no estuviera, y siempre sería así.
¿Por qué entonces, si lo tenía tan claro, le sudaban las manos y el corazón estaba latiéndole como un loco? La culpa la tenían sus hormonas, se dijo, que estaban dislocadas por culpa del embarazo. Tenía los pechos tan sensibles que hasta el roce del sujetador y de la blusa la excitaban.
—¿Lista? —le preguntó Jared.
Mercedes asintió, y cuando se hubieron puesto en marcha le dijo:
—¿Sabes? Quizá no metería tanta ropa en la maleta si me dijeras adónde vamos en vez de intentar sorprenderme cada vez.
—Bobadas; sé que te encantan mis sorpresas —replicó él—. Vamos a Sierra Nevada.
—Pero eso está a más de una hora de aquí —dijo ella enarcando las cejas.
En ese momento pasaron junto al hotelito y Mercedes se despidió al pasar del matrimonio White, los guardeses, que estaban en el jardín. Ella misma los había contratado seis años atrás cuando Jared, roto de dolor por la muerte de Chloe y de su hijo, había sido incapaz de seguir atendiéndolo.
Al contratarlos lo había hecho pensando que sería algo meramente temporal, hasta que Jared se repusiese de la pérdida, pero cuando eso ocurrió Jared decidió que no quería volver a hacerse cargo del establecimiento; no sin Chloe.
Así pues los White habían seguido trabajando allí y Jared se había centrado en la adquisición y administración de otros hotelitos.
Casi siempre se trataba de hotelitos con potencial, pero cuyos dueños estaban atravesando por dificultades económicas. Jared los compraba y hacía de ellos establecimientos acogedores y prósperos. Mercedes se encargaba de contratar a parejas que, como los White, quisieran ocuparse de ellos.
—No podrías haber estado más acertada al escoger a los White —le dijo Jared volviendo la cabeza un instante hacia ella—. Yo nunca habría contratado a nadie.
—Eso me temo —asintió ella—. Habrías sido capaz de vender el hotelito, y renunciar a tus sueños y a los de Chloe. Le encantaba.
Una sonrisa triste asomó a los labios de Jared.
—Y a ti. No sé a cuál de las dos os gustaba más.
Tenía razón. Por aquel entonces Mercedes no había podido evitar sentir en cierto modo celos de su amiga. No sólo se había agenciado al marido perfecto, un hombre que la adoraba, sino que además iba a vivir en aquel lugar, que parecía salido de un cuento de hadas.
—Bueno, ¿y qué tiene de especial ese hotelito que vamos a inspeccionar? —le preguntó a Jared.
Él se encogió de hombros.
—Es un hotelito para familias.
Mercedes enarcó las cejas sorprendida. Jared había evitado durante todos esos años los hotelitos dirigidos a familias con niños pequeños. ¿Podría significar aquello que estaba empezando a superar por fin la desgracia que había sufrido?
—Vaya, eso se sale de tu criterio habitual de elección.
—Es una finca de unas sesenta y cinco hectáreas al norte de Yosemite. El hotel tiene veinte habitaciones y además hay treinta cabañas. Entre las actividades de recreo los dueños ofrecen senderismo, pesca, rafting...
Mercedes asintió.
—Una oferta muy variada, desde luego. ¿Vamos a hacer rafting este fin de semana, aprovechando que venimos?
—No creo que debas en tu estado.
Mercedes lo miró irritada.
—¿Perdona?
—Es demasiado peligroso —contestó él apartando un momento la vista de la carretera para mirarla—. Tienes que pensar en el bebé.
No era que no comprendiese su preocupación después de que Chloe hubiese tenido dos abortos a las pocas semanas de gestación, pero ella no era frágil como lo había sido Chloe.
—Jared, no soy de porcelana. Además, hago senderismo y practico varios deportes con regularidad. Estoy en muy buena forma.
Jared la recorrió con la mirada y Mercedes no sólo se estremeció por dentro sino que además se le endurecieron los pezones. Horrorizada por esa reacción de su cuerpo cruzó los brazos sobre el pecho.
Quizá pudiera achacar su absurda reacción a la cantidad de tiempo que había pasado desde la última vez que había tenido relaciones sexuales, lo cual había sido cuando había concebido con Craig al bebé que llevaba en su vientre. Antes de eso... Bueno, antes de eso Craig y ella habían estado a punto de romper, así que no había habido demasiado sexo entre ellos.
Como Jared había apuntado nunca había estado enamorada de él. Sabía ser divertido y se movía como pez en el agua en las fiestas y eventos sociales, pero también tenía la molesta costumbre de flirtear con sus amigas, lo cual era bastante embarazoso.
Jared apretó los labios.
—Sí, pero ahora estás embarazada y debes cuidarte —respondió.
—Estoy perfectamente, gracias.
—Pues a mí me parece que has perdido peso, y creo que lo que debes hacer es no malgastar tus energías y descansar.
—Estoy viendo que este fin de semana no me vas a dejar salir siquiera de mi habitación. Por amor de Dios, Jared, no estoy diciendo que quiera hacer puenting ni paracaidismo.
—Mejor para ti porque no te lo permitiría.
¡Que no lo permitiría! Mercedes sintió que la ira se apoderaba de ella.
—Ya tengo a dos hermanos mayores que están todo el día encima de mí y no me dejan hacer nada; no necesito otro.
—Lo único que estoy pidiéndote es que no hagas locuras mientras dure tu embarazo —insistió él.
Como si ella fuese una inconsciente que fuera a poner en peligro la vida de su bebé...
El silencio entre ellos se prolongó haciéndose incómodo, algo que nunca les había sucedido. Entristecida, Mercedes recostó la cabeza contra el asiento y cerró los ojos. Además de tener las hormonas alteradas su estado también la hacía sentirse cansada buena parte del tiempo. Intentaría dormir un poco hasta que llegaran al hotel.
Cuando Jared oyó que Mercedes estaba llamando a la puerta que conectaba su habitación con la de ella fue a abrir, y al verla se le cortó la respiración.
La había visto docenas de veces con el bañador negro de una pieza que llevaba puesto, pero nunca le había parecido tan femenina con él como en ese momento. Quizá se debiera a que hasta entonces no la había mirado de ese modo... y no debería estar haciéndolo, pero resultaba difícil cuando sus senos, que habían aumentado de tamaño con el embarazo, resaltaban de un modo tan evidente.
Se pasó una mano por el rostro y trató de encontrar sentido a lo que Mercedes acababa de decirle.
—¿Que vas dónde?
Mercedes resopló exasperada y se cruzó de brazos, lo cual hizo que la parte superior de sus senos asomase aún más por el escote del bañador.
—A nadar. En el folleto decía que la piscina es climatizada y necesito desentumecer los músculos después de una hora y media sentada en el coche. ¿Vienes conmigo, o vas a inspeccionar el terreno como siempre y a pedirles a los dueños que te enseñen los libros de cuentas?
Mercedes lo conocía demasiado bien, pensó Jared. Su libido había estado inactiva desde la muerte de Chloe, pero por algún motivo que no lograba entender parecía que estaba despertándose, y no creía que fuese una buena idea ir con ella a la piscina.
—Lo segundo —respondió—, y por cierto... en caso de que estuvieras pensando hacerlo, no vayas a la sauna; las temperaturas elevadas son peligrosas para el feto.
Mercedes resopló y sacudió la cabeza con incredulidad antes de cerrar la puerta.
Jared esperó a oírla salir de su habitación, y unos minutos después bajó él también y salió a los jardines de la parte delantera del edificio. Con un poco de suerte quizá el aire fresco del atardecer lo ayudaría a apartar de su mente los pensamientos impropios que había estado teniendo.
Con Mercedes siempre había podido ser él mismo, pero en los dos últimos días la tensión sexual que había entre ellos le estaba haciendo sentirse decididamente incómodo.
Además, la noticia de su embarazo había traído a su mente recuerdo de Chloe: la emoción de cada embarazo, el pesar por cada aborto que había tenido... y también el golpe devastador que había supuesto su muerte para él.
No creía que fuera capaz de pasar de nuevo por todo eso con Mercedes. No estaba enamorado de ella, como lo había estado de su esposa, pero le tenía tanto cariño que no quería ni imaginar que pudiera perderla también. Mercedes se había convertido en una parte muy importante de su vida, en su bastón, en el hombro en el que se apoyaba.
Nunca debería haberse encariñado con ella. ¿Acaso no había aprendido la lección con la muerte de Chloe? Querer te hacía vulnerable, te hacía sufrir.
Sin embargo, ¿cómo podría darle la espalda ni apartarse de ella? Necesitaba a Mercedes tanto como respirar; su amistad lo había ayudado a sobrevivir, y gracias a su buen sentido de los negocios había conseguido convertir en un éxito su pequeña cadena de hotelitos.
Se puso a pasear por los terrenos de la finca, y cuando llegó al lugar donde estaba la piscina Mercedes lo vio. Con un par de brazadas llegó al borde y le dijo:
—La depuradora está en buen estado y funciona como debe; lo he comprobado.
Era la rutina que habían establecido cada vez que iban a visitar un hotelito, y Mercedes desde un primer momento se había adjudicado la inspección de las piscinas. Jared se acercó y se detuvo a un par de metros. La piel y el pelo mojados de Mercedes brillaban con la luz del atardecer, y el leve oleaje del agua elevaba sus senos sobre la superficie. Jared se notó la boca repentinamente seca y carraspeó antes de hablar.
—Estupendo.
—¿No quieres darte un baño?; el agua está buenísima.
—Ahora no puedo. He hablado con los dueños y he quedado con ellos dentro de unos minutos para que le echemos un vistazo a los libros de cuentas.
—Tú te lo pierdes.
Mercedes levantó un brazo, se impulsó hacia atrás y se alejó agitando con fuerza las piernas. Jared dio un paso atrás pero el agua ya le había salpicado el pantalón.
—¡Mercedes! —protestó.
La joven se detuvo en medio de la piscina y se echó a reír.
—Sólo es un poco de agua, quejica —le dijo—. Bueno, si cambias de opinión ya sabes dónde estoy —añadió.
Y antes de que él pudiera contestar se sumergió bajo el agua.
Le apetecía estar un rato a solas antes de ir a ver a los dueños, así que se adentró en la zona boscosa donde estaban las cabañas. El silencio y la tranquilidad que reinaban allí, entre los altos árboles, hicieron sin embargo que acudieran a su mente recuerdos amargos. Después de la muerte de Chloe había pasado varios meses de acampada, deprimiéndose y bebiendo.
Había sido Mercedes quien había ido a rescatarlo para llevarlo de vuelta a la civilización. Primero había intentado convencerlo para que regresara con ella mostrándose comprensiva y compasiva, pero cuando eso no había funcionado no se había arredrado a la hora de tomar medidas más drásticas.
Lo que Mercedes no sabía, y no se lo diría nunca, era que en aquel año había estado a punto de suicidarse. Una noche, estando acampado junto a la costa de California había decidido que no podía seguir viviendo sin su mujer y ebrio como estaba se había acercado al borde del acantilado tambaleándose. Había estado a punto de saltar, pero antes de que fuera demasiado tarde le había parecido oír la voz de Mercedes llamándolo, pidiéndole que no lo hiciera.
En aquellos momentos se había dicho que los suyos no lo echarían en falta, sobre todo su padre, que lo había desheredado al dejar su puesto en la cadena hotelera de la familia para abrir con Chloe un hotelito rural. Además sus dos hermanos mayores no querían enfrentarse a su padre, por lo que apenas tenía contacto con ellos.
Para Mercedes en cambio no sería justo, se había dicho. Mercedes era lo único que le quedaba y antes de que Chloe muriera le había prometido que cuidaría de ella. Sin embargo, pronto Mercedes tendría un hijo, y no estaba seguro de poder soportar verla con el bebé y acordarse constantemente de lo que había perdido y nunca tendría.
No podía vivir con ella pero se temía que tampoco sin ella. ¿Qué iba a hacer?
—Bueno, ¿cuál es tu veredicto? —le preguntó Jared a Mercedes a la mañana siguiente, mientras desayunaban en el soleado comedor del hotelito.
—Que debes comprar este sitio —contestó ella—. De hecho, creo que si lo haces te suplicaré que me dejes ser la gerente durante el primer año.
Le encantaba la tranquilidad que se respiraba en aquel lugar, y allí podría estar alejada de la prensa y del estrés que habían estado sufriendo en los últimos meses su familia y ella.
Desde que llegaran el día anterior no había tenido náuseas, y había comido con un apetito inusitado durante la cena. De hecho seguía con hambre. Ya no le quedaba nada en el plato y se le estaba haciendo la boca agua con sólo mirar el de Jared. Sin poder contenerse extendió una mano y tomó una uva.
Jared empujó el plato hacia ella.
—Quiero que vayas a que te hagan una revisión —le dijo poniéndose serio de repente.
El apetito de Mercedes se desvaneció.
—Lo haré cuando volvamos.
—Yo me refería a hoy —replicó él—. Hay una mujer, una ginecóloga, que es cliente habitual de uno de mis hotelitos. La he llamado y me ha dicho que te recibiría. Además puedes estar segura de su discreción.
Mercedes lo miró boquiabierta.
—Pero si aún no hemos acabado de ver las instalaciones ni...
—No hace falta —la interrumpió Jared—. Ya me he decidido. Le haré una oferta al dueño y le pediré que me mande más información por fax. Si salimos ahora llegaremos a Sacramento a tiempo para la consulta. Quiero asegurarme de que estarás en buenas manos.
Antes de desentenderse, pensó Mercedes irritada.
—Jared, sé que tus intenciones son buenas, pero seré yo quien decida cuándo y a qué médico quiero ir.
Él puso su mano sobre la de ella y la miró a los ojos.
—Hazlo por mí; por favor.
Su preocupación hizo que desapareciera el enfado. La calidez de la mano de Jared sobre la suya hizo que volviera recorrerla de arriba abajo un cosquilleo, igual que el día anterior, cuando sus manos se habían tocado al ir a tomar la maleta.
Quería negarse, demostrarle que era una mujer fuerte e independiente, pero sencillamente no fue capaz de hacerlo.
—De acuerdo, pero tendrás que venir conmigo.
Jared se removió incómodo en su asiento.
—Mercedes...
—¿Qué? Éste es mi primer embarazo y estoy un poco asustada; te necesito a mi lado —murmuró ella.
Detestaba admitir que tenía miedo, pero difícilmente podría olvidar todo lo que había pasado Chloe.
Había acompañado a su amiga a la consulta del médico cuando Jared no había podido hacerlo y nunca olvidaría aquel terrible día en que, durante su segundo embarazo, el médico les había dicho que no conseguía detectar los latidos del bebé.
Si el ginecólogo tuviese que darle malas noticias, no quería estar sola en esos momentos. No había planeado aquel embarazo pero quería tener ese bebé y había empezado a imaginarse cómo sería criarlo, pensó poniendo una mano sobre su vientre.
Jared observó el gesto con expresión torva. Lo que le estaba pidiendo no sería fácil para él.
—Está bien, te acompañaré... pero esperaré fuera.
Cuando Jared entró en la consulta el corazón le latía como un loco y tenía un nudo en la garganta.
—¿Qué ha ocurrido?; ¿hay algún problema? —le preguntó a Mercedes mientras cerraba tras de sí.
La doctora Evans no estaba, y Mercedes, sentada en una de las dos sillas frente a su escritorio, se volvió hacia Jared con expresión perpleja.
—No... al menos que yo sepa.
—¿Entonces por qué le has dicho a la enfermera que me llamara?
Mercedes frunció el entrecejo.
—Yo no le he pedido que te llamara.
Un mal presentimiento se apoderó de Jared. Si la enfermera le había pedido que pasara a la consulta y no por deseo de Mercedes quizá sí hubiera algún problema. El corazón le dio un vuelco y los amargos recuerdos del pasado se alzaron como una negra sombra sobre él.
Mercedes parecía estar pensando lo mismo que él porque en su rostro se había dibujado una expresión de pánico y sus manos estaban aferradas con tal fuerza a los brazos de la silla que los nudillos se le habían puesto blancos.
—¿Crees que hay algún problema y la doctora no ha querido decírmelo mientras estaba sola?
Antes de que Jared pudiera responder se abrió la puerta del cuartito anexo y volvió a entrar la doctora Evans.
—Toma asiento, por favor, Jared —le dijo señalándole la otra silla con un ademán.
Jared no quería sentarse, no quería saber si había algún problema con el embarazo de Mercedes porque no estaba seguro de poder soportarlo, pero tenía que hacerlo por ella; se lo debía. ¿Podría ser fuerte por ella? Diablos, sí, claro que podría, se dijo. Se sentó junto a ella y tomó la fría mano de Mercedes en la suya.
La doctora les sonrió.
—Bueno, me alegra informaros de que va todo estupendamente.
Aunque de los labios de Jared escapó un suspiro de alivio, su confusión no se desvaneció.
—Pero...
—La salud de Mercedes es inmejorable —continuó la doctora sin escucharlo—, y la posibilidad de que pudiera perder al bebé es de menos del diez por ciento. En fin, si todo sigue bien seréis papás a mediados de abril.
¿Papás? Jared frunció el entrecejo. ¿De dónde demonios había sacado la doctora Evans aquella idea? Giró la cabeza hacia Mercedes, pero ésta parecía tan confundida como él.
Jared comprendió de pronto que la doctora debía haber malinterpretado sus palabras cuando la había llamado por teléfono la noche anterior para pedirle a Mercedes cita con ella.
¿Qué debía hacer, decirle la verdad... o mantener la boca cerrada? Quizá fuera mejor no decir nada.
Le apretó suavemente la mano a Mercedes para indicarle que le siguiera la corriente y volvió la cabeza hacia el frente.
—Eso es estupendo —dijo—. ¿Hay algún tipo de precaución que deba tomar Mercedes durante estos meses?
—Bueno, Mercedes me ha comentado que suele nadar, hacer senderismo, y montar en bicicleta, y me ha preguntado si podría seguir haciéndolo. Le he dicho que no hay ningún problema siempre y cuando lo haga con moderación. Y también podéis retomar vuestra vida sexual; Mercedes me ha dicho que hace bastante que no tenéis relaciones.
Jared giró la cabeza y miró con los ojos muy abiertos a Mercedes, que se había puesto roja como un tomate, antes de volverse de nuevo hacia la doctora. La boca se le había secado de repente y el pulso se le había disparado.
Mercedes... él... sexo... Nunca había pensado en esas tres palabras juntas y no tenía intención de hacerlo. Sin embargo, la sola idea hizo que una ola de calor descendiera hasta su entrepierna.
La doctora empezó a hablarles de unas vitaminas y de la dieta que debería seguir Mercedes, pero él en lo único en lo que podía pensar en ese momento era en que tenía que salir de allí, y rápido.
—¿Me he perdido algo antes, en la consulta? —le preguntó Mercedes cuando regresaban en el todoterreno—. Juraría que había dejado en blanco la casilla del nombre del padre en el impreso que he tenido que rellenar.
Las manos de Jared apretaron con fuerza el volante.
—Creo que la doctora ha malinterpretado algo que le dije anoche, cuando hablamos por teléfono.
A Mercedes le dio la impresión de que Jared parecía incómodo.
—¿Qué le dijiste exactamente?
—Que una persona muy especial para mí estaba embarazada —contestó él sin apartar la vista de la carretera.
El corazón de Mercedes comenzó a latir como un loco, y era ridículo porque aunque sabía que en efecto su relación con Jared era especial, no lo era en el sentido que había entendido la doctora.
Hizo una mueca al recordar el momento en que le había preguntado cuánto tiempo hacía de la última vez que había tenido relaciones sexuales. Por supuesto, ella no podía haber imaginado que creía que había sido con Jared con quien había concebido al bebé que llevaba en su vientre.
De pronto su imaginación se vio inundada por imágenes de los dos, desnudos y sudorosos, frotándose el uno contra el otro. Sorprendentemente, lejos de resultarle chocantes, la excitaron enormemente. Condenadas hormonas...
—¿Eso es todo lo que le dijiste?
—Sólo eso —asintió él.
—Bueno, se lo aclararé la próxima vez que venga a revisión —dijo Mercedes.
Jared frunció el entrecejo y vaciló un instante antes de decir:
—No veo qué sentido tendría que hicieras eso... a menos que quieras el historial médico de Craig y de su familia.
Mercedes lo miró un instante antes de girar el rostro hacia la ventanilla.
—No necesito su historial médico. Me cercioré de que no tenía ninguna enfermedad antes de que empezáramos a tener relaciones.
—Pues entonces déjalo estar —le aconsejó él—. ¿Qué mal puede hacer que la doctora crea que el padre soy yo?
—Es una mentira, Jared —replicó ella—. No quiero que la vida de mi hijo empiece con una mentira. Mi padre tejió la suya en torno a un puñado de mentiras que acabaron volviéndose contra él.
—Pero tú no eres como tu padre.
—No, pero aun así creo que mentir no está bien, así que a menos que estés dispuesto a venir conmigo a cada revisión y hacer el papel de devoto papá, será mejor que aclare las cosas.