Don Mirócletes - Fernando González - E-Book

Don Mirócletes E-Book

Fernando González

0,0

Beschreibung

La Corporación Otraparte y la Editorial EAFIT ofrecen la presente edición de Don Mirócletes, una de las obras principales en el naciente ejercicio intelectual, entre lo filosófico, lo literario y lo político, de Fernando González. Dos ediciones aparecieron en Europa mientras fue diplomático en Génova y en Marsella. En 1932 es publicada por primera vez en París por la Editorial le Livre Libre. Una segunda edición, en 1934, apareció en Barcelona, editada por la Editorial Juventud, que también publicó El Hermafrodita dormido (1933) y Mi Compadre (1934), pero al parecer dicha edición no llegó a Colombia y la Corporación solo tuvo conocimiento de ella en 2017. Otra "segunda edición", de 1973, se publicó en Colombia por la Editorial Bedout, y una tercera en 1994 por la Editorial Universidad Pontificia Bolivariana. Esta Quinta edición, que ahora presentamos, es una revisión de las cuatro ediciones precedentes, aunando en una misma línea cronológica el camino editorial de una obra en la que resalta la vida palpitante en unos personajes harto complejos, "latentes en el autor", según se anuncia en el prólogo original. "Este es mi libro, el libro más mío", afirmó Fernando González en una entrevista para el periódico liberal Relator de Cali en 1936.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 222

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



González, Fernando, 1895-1964

Don Mirócletes / Fernando González. – Medellín: Editorial EAFIT, – Corporación Otraparte, 2020

260 p.; 20 cm. -- (Biblioteca Fernando González)

ISBN 978-958-720-666-1

ISBN 978-958-720-667-8 (versión EPUB)

1. Novela colombiana. I. Restrepo González, Alberto, pról. II. Tít. III.

Serie

C863 cd 23 ed.

G643

Universidad EAFIT – Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas

DON MIRÓCLETES

1932

PRIMERA EDICIÓN: PARÍS, LE LIVRE LIBRE, 1932SEGUNDA EDICIÓN: BARCELONA, JUVENTUD, 1934TERCERA EDICIÓN: MEDELLÍN, BEDOUT, 1973CUARTA EDICIÓN: MEDELLÍN, EDITORIAL UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA, 1994

QUINTA EDICIÓN EN LACOLECCIÓN BIBLIOTECA FERNANDO GONZÁLEZOCTUBRE DE 2020

© Corporación Otraparte

© Editorial EAFIT

Carrera 49 # 7 Sur - 50, Medellín

Tel. 261 95 23

Portal de libros: https://editorial.eafit.edu.co/index.php/editorial

http//www.eafit.edu.co/fondo

Correo electrónico: [email protected]

ISBN: 978-958-720-666-1

ISBN: 978-958-720-667-8 (versión EPUB)

Editores: Cristian Suárez y Gustavo Restrepo V.

Diseño y diagramación: Alina Giraldo Yepes

Ilustración de guarda: María José García Moreno

Universidad EAFIT | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto Número 759, del 6 de mayo de 1971, de la Presidencia de la República de Colombia. Reconocimiento personería jurídica: Número 75, del 28 de junio de 1960, expedida por la Gobernación de Antioquia. Acreditada institucionalmente por el Ministerio de Educación Nacional hasta el 2026, mediante Resolución 2158 emitida el 13 de febrero de 2018.

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial.

Editado en Medellín, Colombia

Diseño epub:

Hipertexto – Netizen Digital Solutions

CARÁTULA DE LA PRIMERA EDICIÓNEDITORIAL LE LIVRE LIBRE, PARÍS, 1932

CARÁTULA DE LA SEGUNDA EDICIÓNEDITORIAL JUVENTUD, BARCELONA, 1934

CONTENIDO

NOTA EDITORIAL

PRÓLOGO

En los subfondos del ser

Alberto Restrepo González

Don Mirócletes

Dos palabras

I

Líneas autobiográficas

II

Conferencia en Bogotá

III

Infancia de Fernández

IV

Don Mirócletes Fernández

V

El seminario

VI

Abrahán Urquijo

VII

Un comentario psicológico de Manuel Fernández

VIII

Ponce de León - La muerte de Tobías - La muerte de don Mirócletes - El Arzobispo, etc.

IX

Tres días antes del viaje a Venezuela

X

Conferencia en Salamina

XI

Conferencia en Aguadas

XII

Conferencia en Aranzazu

AGONÍA DE EPAMINONDASEnsayo de patología descriptiva

por Manuelito Fernández

I

El perro de Jorge

II

La agonía

Notas al pie

NOTA EDITORIAL

La Corporación Otraparte y la Editorial EAFIT ofrecen la presente edición de Don Mirócletes, una de las obras principales en el naciente ejercicio intelectual, entre lo filosófico, lo literario y lo político, de Fernando González. Dos ediciones aparecieron en Europa mientras fue diplomático en Génova y en Marsella. En 1932 es publicada por primera vez en París por la Editorial le Livre Libre. Una segunda edición, en 1934, apareció en Barcelona, editada por la Editorial Juventud, que también publicó El Hermafrodita dormido (1933) y Mi Compadre (1934), pero al parecer dicha edición no llegó a Colombia y la Corporación solo tuvo conocimiento de ella en 2017. Otra “segunda edición”, de 1973, se publicó en Colombia por la Editorial Bedout, y una tercera en 1994 por la Editorial Universidad Pontificia Bolivariana.

Esta Quinta edición, que ahora presentamos, es una revisión de las cuatro ediciones precedentes, aunando en una misma línea cronológica el camino editorial de una obra en la que resalta la vida palpitante en unos personajes harto complejos, “latentes en el autor”, según se anuncia en el prólogo original. “Este es mi libro, el libro más mío”, afirmó Fernando González en una entrevista para el periódico liberal Relator de Cali en 1936.

Los editores

El texto que sirve de prólogo a la presente edición de Don Mirócletes pertenece al libro Testigos de mi pueblo del escritor envigadeño Alberto Restrepo González. Es un aparte del ensayo “Fernando González, testigo de la madurez de la fe”. La obra de la que se toma prestado este estudio sobre el libro que hoy la Corporación Otraparte y la Editorial EAFIT entregan a sus lectores se publicó en 1978, con una segunda edición en 1996.

El autor, sacerdote católico, es considerado como el más acertado y profundo intérprete del pensamiento de quien fue su tío, con quien alternó en vida muchas jornadas de reflexión y convivencia familiar en la casa de Otraparte en Envigado, y a quien ha leído y releído infinidad de veces, además de escribir sobre él muchos artículos en revistas y periódicos.

En 1997 publicó también la obra Para leer a Fernando González, un análisis exhaustivo sobre sus obras y su pensamiento: “Fernando González es fenómeno humano único entre nosotros. Desde niño estoy inquiriendo el proceso de su aparición y repudio; el sentido y el objeto de su búsqueda, tan dolorosa, solitaria y difícil; el significado y la validez de su mensaje, tan contradicho y deformado. Luego de mucho cavilar sobre el enigma de su existencia, creo haber dado con las líneas esenciales de su búsqueda y con el significado de la metafísica vivencial, que constituye su hallazgo”.1

Ernesto Ochoa Moreno

PRÓLOGO

EN LOS SUBFONDOS DEL SER

Alberto Restrepo González

A la búsqueda de los senderos de la libertad, Fernando González, que vivía en la antítesis como en su mundo, mientras estudiaba los mecanismos de la conciencia, y descubría, a través de la figura del Libertador, las posibilidades de llegar hasta la conciencia cósmica, se topó con los turbios contenidos del subconsciente.

Él, que siempre ha “estado con los descontentos; nunca satisfecho”,1 a la vez que vislumbraba la posibilidad de la liberación por el crecimiento en conciencia, profundizaba en el conocimiento de sí mismo hasta llegar a lo más hondo de su propia alma.

Como nunca ha “dicho una sola mentira”2 en sus libros, que son confesiones, se da a analizar los contenidos más hondos de su conciencia y como resultado de sus introspecciones crea a Manuelito Fernández, personificación de su alma en descomposición: “Manuel Fernández es Fernando González, pero éste no es Manuel Fernández. Mejor dicho: en mí vive, frustrado, reprimido, borrado por otras tendencias más fuertes, el amigo Fernández. Que es mi hijo se comprueba con el hecho de que siento deseos de llorar cuando, en virtud de la necesidad lógica de su carácter, pretende suicidarse o se va babeando detrás de una mujer cualquiera”.3

Manuel Fernández, hijo del dipsómano Mirócletes Fernández, es encarnación, a la vez, de la contradictoria subconciencia de Fernando González y de la humanidad americana, que por una parte es “enredo de embolias, semejantes a ovillos de hilo cuando un niño juega con ellos. Y resulta que nuestra bella individualidad no puede fluir por esos canales obstruidos”; y por otra, “ansia de belleza, belleza social, belleza interior, aspiración a lo perfecto”.

El camino que recorre González, tal como lo hemos estudiado en Viaje a pie y Mi Simón Bolívar, está sujeto al más férreo determinismo: “Nada hay en el universo que no sea una necesidad lógica, una cadena de causalidad”; “No creo en el infierno, sino en la ley de causalidad, que es peor”.

Manuelito Fernández es una fuerza lanzada desde sus más hondos orígenes a la más refinada sensualidad: “… de niño metía el dedo en los frascos de perfume y chupaba, y a los siete años lo vio [su padre] pálido y tembloroso acariciándole los pechos a la negra Chinca”.

“Fue seminarista durante doce años” –alusión a sus años de colegio jesuítico–, se retiró del seminario, donde “el seminarista no puede verse desnudo”, y donde se encuentra “la forma más ruda que existe en el mundo de las formas”,4 y pasó a la casa de su tío Abrahán Urquijo, en quien coexistían “un ansia desesperada por riquezas y un gran tormento místico”, pues estaba “sin alinderar con el predio común que llamamos Dios, la fuente de la vida”.

González, a la búsqueda de la explicación del porqué de sus más oscuros subfondos, se documenta observando unos treinta sacerdotes, el arzobispo, las iglesias, las beatas, las costumbres de los seminaristas, fenómenos que encarnan y tipifican el alma del pueblo antioqueño, negociante y místico, del cual la nación judía es apenas una degeneración.

El hallazgo de sus limitaciones constitucionales de fondo lo lleva inicialmente al escepticismo: “¿Dónde está la grandeza humana? Me fui a dormir y lloré a causa de Manuel Fernández. ¿Podría yo hacer noble siempre a Manuel Fernández? No, porque la vida es lógica como un serrucho”. “El hombre apareció para nada, o sea para hacerlo todo a medias, pues no sabe nadar bien, ni orinar bien, ni nada bien”.

Sin embargo, el amor a la lucha y a la superación no lo dejan sucumbir: “¿Y por qué no han de oírme los seres grandes de la vida espiritual? ¿Por qué no va Dios a oír a Abrahán Urquijo, por ejemplo, puesto que él entra a visitarlo? ¿Qué importan el estupro y el robo, si ningún humano busca sino la belleza, pero todos caemos en el fango, y siempre nos disgustamos al vernos sucios?”, y así, “Fernando González, matriculado en la Universidad de la Creación”, tal como lo había hecho meditando sobre las posibilidades de la conciencia, ahora, desde su bucear en los subfondos de su alma, llega también a la búsqueda de Dios, entendido como el “drama humano que se representa todo en el más humilde”, y se empeña en clarificar el significado que esa noción y esa vivencia encierran: “Hay instantes en que creemos que se ve a Dios en todas partes; pero Dios es muy esquivo. Es como coger un pez entre el agua con la mano”; pero “el que busca la juventud es Dios en potencia”.

González tiene clara conciencia de que Manuel Fernández es quien es porque de González salió, y expresa lo que González es:

La creación de un personaje se efectúa con elementos que están en el autor, reprimidos unos, latentes, más o menos manifestados, otros. […] La creación artística es, en consecuencia, la realización de personajes que están latentes en el autor. […] Y no sé por qué se me ocurrió crearlo y se fue soltando y comenzó a pensar y a lo último me dominaba hasta el punto de que en París pretendió que yo fuera el paralítico y casi me hace suicidar.

Ante la evidencia de que Manuel Fernández no es un personaje fantástico sino la expresión de sí mismo, en su fondo más oscuro, González aclara que estudiarse a sí mismo en sus más oscuras simas interiores, más que una autoescucha, es la escucha de Dios, presente en él: “Apenas soy un copista de lo que me dicta Dios. Escribí este verso: ‘Oiré la voz y obedeceré’”, y toma la decisión de no huir de sí mismo, sino, por el contrario, asumirse tal como es, pues “el mal hay que tragarlo y asimilárselo, digerirlo”, pues su “alma en descomposición” y su carencia de “juventud”, “unidad anímica” y “fortaleza” son herencia de “esos buchones parientes suyos”.

Lo que realmente interesa a González es “el problema de la vitalidad”:

Hace cinco años y tres meses que toda mi actividad gira alrededor de este problema. Al estudiar a mis conciudadanos, al estudiar a mis parientes me guía el ansia de resolverlo. […] Resuelto, lo quedarán también el problema de América y sus gobiernos, el problema biológico. Pero en realidad no me preocupa el problema social, pues soy egoísta como buen enfermo […]. No quiero ser el que soy, todo y nada. Soy un comienzo de todo.

Los descubrimientos hechos en sí mismo lo llevan a un diagnóstico pesimista: “Suramérica no tiene remedio. Son habladores, imitadores y sentimentales”; “Se adopta toda moda, todo vicio, toda escuela filosófica o artística. Se está al corriente de la vida europea. Pero todo es superficial, no sale del alma, así como la planta nace en la tierra. […] ¡En verdad, bizcos solitarios, cuán dignos sois de admiración!”.

En el escrutinio de sus profundidades psicológicas, González, el sensual ab utero, topa con la imagen de la coja Matea, y en su figura y sus difíciles experiencias de iniciación sexual descubre el hecho medular, determinante del oscuro fondo suyo y de su pueblo latinoamericano, a partir del cual hará el análisis y la crítica de la inautenticidad latinoamericana: “El vicio solitario”:

La coja mía, mi buena coja, mi Eva coja, perdonó mis desarreglos imaginativos, mis apresuramientos, y así espero que la humanidad perdonará a los ardientes mulatos de Suramérica su falta de realizaciones.

[...] Suramérica es como el muchacho de los jesuitas, capaz de sugestionarse hasta sentir el olor de las trenzas, hasta sentir que se electrizan en agradable cosquilleo las terminaciones nerviosas. El suramericano se habituó a que la masa nerviosa reaccionara con la imaginación y no con la realidad; no puede poseer ya la realidad.

Entiendo por vicio solitario toda manera de efectuarse la descarga nerviosa sin que sea excitada por la realidad.

[...] Todos los males de Suramérica proceden del vicio solitario.

A la vez que descubre que, tanto a nivel personal como suramericano, el vicio solitario es la causa de la pérdida del sentido de la realidad y de la falta de vitalidad y dinamismo, descubre también que entre nosotros el dolor “ha dejado de ser estímulo para mejoramiento, para la ascensión, como es el cuerpo duro para la pelota de caucho que rebota”, y decide vivir y enseñar que “el hombre es promesa y que el maestro es el dolor, el castigo; que vivir es experimentar para purificarse; que el sufrimiento corresponde al necio y la felicidad al sabio […]. El dolor corresponde al que se equivoca y la dicha al que acierta”.

Este período de la vida de González, que como Manuelito Fernández, su creación, era “alma en descomposición”, que “se defendía de la descomposición buscando grandes hombres y cosas bellas, pero en resumidas cuentas no podía entender y no veía sino muertes”, es una especie de contrapunto entre la muerte (Mirócletes, Epaminondas, el cura Urrea, Callejas, Tobías, el perro Caín son seres en agonía) y la belleza de la vida palpitante (“Ponce de León buscando en la Florida la fuente de la juventud perpetua”).

Fernando González concluye este duro período asumiendo sus límites y en lucha contra ellos desde lo que es por herencia y por formación, para llegar a asumir plenamente la vida, más allá de las apariencias, hasta llegar a Dios:

Yo soy un jesuita soltado por estos pueblos de Colombia para mejorar a mis conciudadanos. Pero está lejos de ese jesuita nuevo la palabra “verdad”; no existe, ni tampoco el error, en los hechos: todo es manifestación de Dios.

Fernando González decide: “Que la vida mía en Medellín sea como una preñez y que me paran… Pero es claro que mi debe, mis pasiones, mis impulsos, deben saldarse. […] ¡Yo seré mi hijo, o sea Manuel Fernández, que evoluciona hacia Dios, pero tan lentamente!…”. “El mundo de los sentidos es una apariencia desvaneciente, y detrás está la esencia, dice el que se hace filósofo con el primer dolor. A costa de lágrimas es como se intuye a Dios”.

FUENTE

Alberto Restrepo González (1997). “Fernando González, testigo de la madurez de la fe”. En Para leer a Fernando González. Medellín: Editorial Universidad Pontificia Bolivariana y Universidad de San Buenaventura.

Don Mirócletes

DOS PALABRAS

Me parece que a ninguno lo atormentó un personaje suyo como Manuelito Fernández a mí. Amargóme los días de mi primera visita a París, pues allá lo creé y llegó a estar tan vivo que me sustituyó. Casi me enloquezco al darme cuenta de que me había convertido en el hijo de mi cerebro.

Quise formar un personaje y rodearlo de gente y de vida observada hace tiempos. Me cogió la lógica que preside a la aparición de los organismos artísticos y casi me lleva a la locura. El 20 de agosto de 1932, a las once de la noche, entré al metro en la estación de la Magdalena, huyendo de una hermosa que me repetía: Pas cher! Pas cher! Quatre vingts francs avec la chambre…, y allá me sentí tan idéntico a mi personaje que lo oía hablar dentro de mi cráneo, y entonces terminé este libro sin que Manuelito se suicidara. Si se mata –me dije–, oiré que la bala rompe mis huesos y penetra en mi cerebro. Mi proyecto y la lógica exigían terminar con el suicidio. Pero fue imposible.

¿Cómo sucede esto? Yo no lo sabía antes. La creación de un personaje se efectúa con elementos que están en el autor, reprimidos unos, latentes, más o menos manifestados, otros. Durante el trabajo, la imaginación y demás facultades se concentran e inhiben los complejos psíquicos que no entran en la creación, y desarrollan, activan aquellos que lo van a constituir, hasta el punto, a veces, de que el autor sufre un desdoblamiento y la ilusión de haber perdido su personalidad real.

La creación artística es, en consecuencia, la realización de personajes que están latentes en el autor. Nadie puede crear un criminal, un avaro, un santo, un idiota, un celoso, sin que los lleve por dentro. Puede ser buena toda la apariencia de un artista y crear un monstruo. Pero ahí se traiciona, ahí confiesa… La observación no es bastante por sí sola para creaciones verdaderas; ayuda apenas.

¿Cómo puede ser que Manuelito esté en mí? ¿Si nunca he pensado lo que pensó, dicho lo que dijo y ni siquiera yo sabía que existieran tales pensamientos? Pues sencillamente –ahora lo veo muy claro– que estaba atado dentro de mí, dormido, con la boca cerrada, paralítico. Y no sé por qué se me ocurrió crearlo, y se fue soltando y comenzó a pensar y a lo último me dominaba hasta el punto de que en París pretendió que yo fuera el paralítico y casi me hace suicidar. ¡Jamás volveré a efectuar estas experiencias!

Ya pasó. Esto lo escribo en Marsella. No quiero ver las pruebas del libro; no quiero leerlo. Eso no es mío, o mejor es la enfermedad que había en mi cerebro. Es un hijo mío monstruo. El editor me dice que es necesario quitar algunas palabras, frases y versos, y le contesto:

—Eso es de Manuelito y no quiere, desea hablar así, pensar de ese modo y hacer versos que parezcan hongos venenosos.

Pocos libros tienen tanta vida; pocos tienen personajes que vivan independientemente del autor. Como creación, es la obra mía que más me agrada. Pero no quiero leerla porque sentiré que soy Manuelito y deseo olvidar eso tan horrible.

También en San Francisco estaban Pedro Bernardoni, el lobo y los ladrones. Por eso era tan humilde. En el más santo está el asesino, y ¿qué no habrá en mí?

Lo mismo sucede en la vida orgánica, que de padres buenos salen pícaros y de bellos salen monstruos, y a veces, como hermanos, un pillo y un santo.

¿Cómo podrían aparecer, si no estuvieran en los padres? Hay muchas posibilidades en cada uno y el secreto del arte consiste en darles realidad. El valor de la obra se mide por la vida que adquiere la posibilidad que había en el artista.

Y si esto es verdad, mi libro tiene algún mérito, pues una noche en París, hace doce días, gritaba en mi dormitorio, invocando a mis buenos padres, que están en Colombia, para que me defendieran del monstruo Manuelito Fernández.

Por eso le dije al editor que no podía suprimir las palabras vulgares ni los versos negros, y ahora lo repito a mis lectoras. ¿Habrá lectoras para este libro?

El editor me decía con mucha prudencia:

—Suprímale esos pequeños lunares, pues quién quita que algún día la gloria…

Me tentó. Al oír la mágica palabra se me apareció el busto de Verlaine en los jardines del Luxemburgo; se me presentó su gran cabeza deforme en donde siempre está posada una paloma: LA GLORIA. La mía será en Envigado, en el jardincito al frente de la iglesia en donde me bautizaron, entre las ceibas de la plaza, y será un afrechero que se posará en mi cabeza deforme también… Pero a pesar de todo, a pesar de la gloria, no puedo suprimir una sílaba.

¡Ojalá que algún día me dé a crear al santo que está dormido en mí, y entonces… Pero hoy no insistan, queridos editor y lectoras!

F. G.Marsella, 11 de septiembre de 1932Villa “L’Espérance”, avenue Bonneveine, 63 bis

ILÍNEAS AUTOBIOGRÁFICAS

Nací en Bello, población de Antioquia, departamento de Colombia, en 1895; nací con tres dientes y mordí a mi madre, que murió por un cáncer que se le formó allí. Nací con dientes porque mi padre era alcohólico, y eso hace madurar pronto. En todo me he adelantado, pero soy niño en dejar de fumar y beber: llevo la cuenta y he comenzado trescientas siete veces a dejar los vicios. Una vez los dejé durante un año. Así, yo soy un técnico en métodos para curar de la nicotina y del alcohol. Ahora veremos. Soy un eterno estudiante.

PRIMER MÉTODO

Dejarlos poco a poco y tomar purgantes durante el régimen para lavar el hígado y las otras vísceras.

Al amanecer se tira uno de la cama y se va desnudo para un espejo de cuerpo entero; se pone los dedos índices en las sienes y se dice:

“Fernández, ahora ya se hace la paz en tu cerebro; ya va circulando la sangre acompasadamente. Por lo mismo, estás concentrado. Cuando hay muchos esbozos de ideas, la sangre corre; pero cuando la mente está lista para un gran propósito, para un esfuerzo solo, grande y duradero, la sangre… ¡Ya estás! ¡Cuán fuertes tus ojos! Oye: aquí tienes este paquete de cigarrillos y esta botellita. Es lo que puedes fumar y beber hoy. Por consiguiente, demora el comenzar…”.

A los dos días se disminuye la dosis. Así se continúa.

SEGUNDO MÉTODO

Ante el espejo: “Fernández, ¡cuán asquerosos este cigarrillo y este aguardiente, uf!”. (Se hacen esfuerzos para vomitar. Este método se llama autosugestión mimética).

TERCER MÉTODO

Dejarlos de una vez, y siempre que venga el deseo ir hacia el espejo y tener un monólogo: “Tic, tic… Oye, Fernández, cómo va el reloj; acuérdate que el placer pasado es doloroso, y que todo es pasado, o va a pasar ya, ya. Todo pasa, todo pasa…”. Y, si aprieta el deseo, ir haciendo el vacío mental poco a poco hasta dormirse. Durante estos sueños, la subconsciencia trabaja. Lo malo está en que hay que pasar el día en el espejo, pero ¡acordarse de que todo triunfo facilita el siguiente, en la guerra con los hombres y consigo mismo!

FISIOLOGÍA DEL DESEO DE FUMAR Y DE BEBER

Yo quiero fumar. Yo quiero beber. ¿Qué significado tienen estas frases? Que el conjunto de células que forman el organismo se ha habituado a vivir en un medio formado por alcohol y por nicotina. Cada célula necesita de esos ingredientes, y el conjunto de sus necesidades se sintetiza en la palabra yo. La necesidad de beber se manifiesta a la conciencia en forma de sequedad de la garganta, y la de nicotina, en forma de fiebre en las venas, irritabilidad nerviosa y ruidos arteriales en la cabeza.

De lo anterior se deduce que el mejor método es el gradual: reglamentar el vicio en escala descendente y tratarse mentalmente por medio del espejo.

Hay muchos otros métodos, pero no puedo ocuparme ahora de ellos.

¿Resultado? Ningún resultado he obtenido. Cada vez, en cada derrota, queda más débil mi poder afirmativo, mi voluntad. Pero es que a mí me ataca la tentación de un modo sui generis: cuando la garganta se pone seca o la sangre hormiguea, y estoy en lo más recio de la lucha, se me aparece la imagen de mi madre y me dice: “¿Qué podrá ser el hombre que mordió a su madre, el niño alcohólico que nació con dientes?”.

EL CINE

Mi pasión es el cinematógrafo. Allí está mi iglesia. Cuando veo a un actor, a una bailarina, a un artista del gesto, salgo transformado. Mis amigos creen entonces en mí. Salgo con la chispa en los ojos, con los músculos tonificados. ¿Qué pasó? Que nació la decisión, y nada es más bello que el cuerpo de un hombre decidido. Mi espíritu, hundido en mi cuerpo alcohólico, salió a bañarme, así como el sol. Al decir actor, bailarina, artista, les doy su magno significado. No hay regulares, pues no lo son.

Por ejemplo, veo una cara llena y resuelta que hace el papel de hombre bueno, y me sube una decisión firme: “Seré un hombre grande, artista, actor, escritor, alguna cosa, pero perfecta…”. Y así comienzo mis regímenes, hasta que mi voluntad de hijo del alcohólico Mirócletes se cansa…

LA GRANDEZA HUMANA

Por eso nadie ama la grandeza humana como yo. Cuando veo un hombre grande, mis ojos se dilatan: generalmente los tengo alargados y parecen dos grandes cortadas. Mis amigos dicen que en ciertos días, al salir del cine, mis ojos tienen una belleza prometedora.

Cuando oigo que hay un gran hombre, o cuando leo algo sobre ellos, dejo de fumar y beber durante ocho días.

Ahora me voy en busca de Simón Bolívar. Un régimen venezolano de dos meses, ¿me dará resultados?

Esto es, amigo, lo que puedo decirte acerca de mí, para que te expliques mis conferencias, que taquigrafiaste, y mis teorías psíquicas y políticas que tanto te gustan.

IICONFERENCIA EN BOGOTÁ

Trataré de la personalidad. Trataré duramente, porque yo quiero ser hombre duro y que mi Colombia lo sea. Lo dulce, la literatura, es de mujeres. Quiero ser duro, porque en realidad soy blando. Odio la literatura, porque en realidad soy poeta alcohólico e inconexo; yo nací con dientes y mordí a mi madre, que murió por eso. Colombia es dulzona, rábula, poetisa, alcohólica, nació con dientes y mordió al hombre duro, a su padre don Simón Bolívar. No me perdono esta imagen, digna de un bogotano, señores…

La personalidad es el conjunto de modos propios de manifestarse el individuo. Aquello que se manifiesta se llama individualidad. Siento vértigo de grandeza humana al contemplar lo perfecto de esta definición.

Yo tengo un primo que lee las novelas al revés, comenzando por el último capítulo, con el propósito de imaginar de qué comienzos pudo resultar ese fin. Este primo tiene per-so-na-li-dad para leer.

La individualidad es lo que se manifiesta: es igual en todos, pero más o menos dormida a causa de embolias psíquicas, como, por ejemplo, la herencia alcohólica.

Este estudio es de suma importancia. Eso que llaman algunos garabato, gancho, y que los yanquis llaman it, es la personalidad. Desde tiempos remotos, desde que el hombre existe, la ciencia ha querido robar a la naturaleza el secreto de la personalidad. Los yanquis escriben y escriben acerca de ello. Hasta el zapatero más desgraciado se cree con derecho.

Lo que llaman buenas maneras son los modos propios de obrar los grandes hombres. Al verlos, fueron anotando: “Se debe caminar así, etc.”. Un gran hombre comía cogiendo la cuchara con el asa sobre el dedo índice, falangina, y debajo del pulgar, y apuntaron: “La cuchara…”. Las buenas maneras son los modos de obrar las individualidades fuertes. Advierto que en el curso de esta conferencia los términos personalidad e individualidad serán sinónimos.