Dos corazones atrapados - Patricia Kay - E-Book

Dos corazones atrapados E-Book

Patricia Kay

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Beschreibung

Cuando el padre de Alex Hunt desafió a sus cuatro hijos a casarse, Alex tuvo que idear un plan para conseguir esposa. Pero no imaginaba que la candidata ideal sería P.J. Kincaid, ¡su eficiente jefa! Entre los planes de P.J. no estaba enamorarse de nadie, aunque su irresistible empleado nuevo estaba haciendo que le resultara muy difícil concentrarse en el trabajo. Entonces descubrió la verdadera identidad de Alex… P.J. también ocultaba un secreto que podría hacer que todos sus sueños románticos se desvanecieran al llegar la medianoche. ¿O quizá esta vez Cenicienta encontrara a su príncipe?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Patricia A. Kay

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Dos corazones atrapados, n.º 1765- marzo 2019

Título original: The Billionaire and His Boss

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-441-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

Mediados de julio. Mansión Hunt.

 

 

Harrison Hunt, fundador y presidente de HuntCom, se sentó tras su enorme escritorio de caoba en la biblioteca de ese coloso al que llamaba «casa» y miró a sus hijos.

—Cuatro hijos y ninguno está casado —sacudió la cabeza claramente consternado—. Nunca he pensado mucho en mi legado, ni en tener nietos que continuaran con el apellido Hunt. Pero mi ataque al corazón me ha hecho enfrentarme a una dura verdad. Podría haber muerto. Podría morir mañana.

Su expresión resultó tristemente penetrante cuando continuó.

—Finalmente me he dado cuenta de que si dejo que os las arregléis solos, ninguno de los cuatro os casaréis nunca, y eso significa que nunca tendré nietos. En resumen, no pienso dejar más el futuro de esta familia al azar.

Su mirada los taladró.

—Tenéis un año. Un año. Para cuando ese tiempo concluya, cada uno de vosotros no sólo estará casado, sino que ya tendréis un hijo o vuestra esposa lo estará esperando.

Alex Hunt miró a su padre. No podía creer lo que estaba oyendo, y podía ver, por las expresiones de sus hermanos, que ellos sentían lo mismo. ¿Era una broma? ¿Le había afectado a la cabeza ese infarto al corazón?

—Y si alguno se niega —continuó Harry, ignorando la incredulidad en sus rostros—, todos perderéis vuestros puestos en HuntCom… y los beneficios que tanto amáis.

—No puedes estar hablando en serio —dijo finalmente Gray, el mayor, de cuarenta y dos años.

—Hablo totalmente en serio.

J.T., de treinta y ocho, dos años mayor que Alex, rompió el breve silencio.

—¿Cómo dirigirás la empresa si nos negamos a hacer lo que quieres? —le recordó a su padre las expansiones que estaban realizando en Seattle y en su complejo de Delhi—. Sólo los retrasos en la construcción ya le supondrán una fortuna a HuntCom.

Pero Harry no cedió. Dijo que no le importaban los proyectos en curso, porque si no querían acceder a lo que les estaba pidiendo, vendería el imperio HuntCom, incluyendo el rancho que tanto amaba Justin, la isla que era la pasión de J.T. y la fundación que tanto significaba para Alex. A Gray le interesaba todo. Había sido el segundo al cargo desde que se había licenciado y esperaba ocupar el puesto de presidente cuando Harry se retirara.

—Antes de que muera —continuó implacablemente—, quiero veros asentados y con una familia. Quiero veros casados con unas mujeres decentes que sean buenas esposas y madres —se detuvo un momento antes de añadir—: Y las mujeres con las que os caséis tienen que ganarse la aprobación de Cornelia.

—¿La tía Cornelia sabe algo de esto? —preguntó Justin, que, a sus treinta y cuatro años, era el hermano pequeño.

A Alex también le costaba creer que su sensata tía respaldara semejante locura.

—Todavía no —admitió Harry.

Alex sabía que su alivio fue compartido por sus hermanos. Cuando Cornelia se enterara del plan de Harry, lo detendría. De hecho, ella era la única capaz de convencerlo para que cambiara de opinión. Él la escucharía.

—A ver —dijo Justin— si tengo esto claro. Tenemos que acceder a casarnos y a concebir un hijo en un año…

—Todos —le interrumpió Harry—. Los cuatro. Si uno se niega, todos perdéis y la vida que habéis conocido hasta ahora: vuestros trabajos, las participaciones que tenéis en la empresa y que tanto amáis, desaparecerá.

Tras esa declaración, se oyeron murmullos cargados de palabras malsonantes.

—Y la tía Cornelia tiene que darle el visto bueno a las novias —dijo Justin.

Si la situación no hubiera sido tan surrealista, Alex se habría reído. Si Cornelia hubiera tenido que aprobar a las novias de Harry, sus vidas habrían sido muy distintas.

Harry asintió.

—Es una mujer muy astuta. Sabrá si alguna de esas mujeres no puede ser una buena esposa.

Alex miró a Gray, cuya expresión estaba cargada de furia.

Ignorando sus rostros de incredulidad, Harry prosiguió:

—No podéis decirles a ninguna de esas mujeres que sois ricos, ni que sois mis hijos. No quiero más cazafortunas en la familia. Bien sabe Dios que ya me he casado con bastantes de ésas. No quiero que ninguno de mis hijos cometa los mismos errores que he cometido yo.

«Eso seguro», pensó Alex. Todas y cada una de las mujeres con las que Harry se había casado habían sido unas cazafortunas. Y probablemente la madre de Alex había sido la más grande de todas. Como siempre, pensar en su madre le despertaba sentimientos amargos, pero optó por eliminarlos de su cabeza. Había decidido, hacía tiempo, que pensar en su madre era contraproducente.

—No sé mis hermanos —dijo Justin finalmente—, pero por mí puedes quedarte con mi trabajo y metértelo donde te quepa. Nadie me dice con quién tengo que casarme o cuándo he de tener a mis hijos.

El semblante de Harry cambió. Por un momento, Alex pensó que a su padre le habría dolido ese comentario. Pero, ¿qué esperaba? Los estaba tratando como si fueran unas simples pertenencias. Como si los sentimientos de ellos no importaran nada. ¿Pensaba que lo aceptarían sin más?

—Bien —dijo con una dura voz. Miró a su alrededor—. ¿Y vosotros?

Alex asintió.

—Yo no soy mi madre. No puedes comprarme.

Aunque todos los hermanos estuvieron de acuerdo, Harry no se rindió. Sus últimas palabras antes de dejarlos fueron:

—Os daré algo de tiempo para volver a pensarlo. Tenéis hasta las ocho de la tarde. Hora del pacífico, dentro de tres días. Si en ese tiempo no me decís lo contrario, les diré a mis abogados que empiecen a buscar comprador para HuntCom.

—Mal nacido —exclamó Justin en voz baja mientras la puerta se cerraba.

—Se está marcando un farol —dijo Gray—. Jamás vendería la empresa.

—Yo tampoco lo veo factible —dijo J.T., pero hubo una cierta duda en su voz.

—No sé —dijo Justin—. Cornelia dice que Harry ha cambiado desde que sufrió el ataque.

Alex odiaba admitirlo, pero le daba la razón a Justin. Incluso aunque no hubiera sufrido ese ataque, Harry era un hombre testarudo. Cuando tomaba una decisión, era imposible hacerlo cambiar de idea.

—¿Diferente en qué sentido? —preguntó Gray. Su teléfono móvil sonó y lo miró con impaciencia.

—Dice que ha estado deprimido, aunque dudo que el viejo conozca el significado de esa palabra.

—Entonces a lo mejor nos ha hablado en serio —dijo Alex frunciendo el ceño.

—Los ejecutivos y trabajadores de la empresa están adquiriendo parte de ella, de modo que es imposible que se plantee venderla. Tendría que esperar unos meses. Está tomándonos el pelo.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —le preguntó Alex—. ¿Y si estás equivocado? ¿Quieres correr el riesgo? ¿Quieres perder todo en lo que has trabajado durante los últimos dieciocho años? Yo sé que no quiero ver la Fundación Hunt cerrada… o dirigida por otros —desde hacía años, Alex había estado al mando de la fundación, la rama filantrópica de HuntCom. Para Alex, era más que un trabajo. Era su pasión, su razón de ser. En lo que a él respectaba, lo mejor de ser un Hunt era tener la capacidad y los medios para hacer algo bueno en el mundo.

Los hermanos continuaron discutiendo el ultimátum de Harry, pero dado que no iban a llegar a ninguna parte, finalmente decidieron dar por finalizada la noche.

—Mañana te veo en la oficina —le dijo Gray a J.T. cuando todos se dirigían hacia la puerta—. Tenemos que revisar las cifras para esa posible instalación en Singapur.

Alex y sus hermanos cruzaron el pasillo y salieron de la casa hacia el aparcamiento, que estaba a medio camino de la colina que daba al lago Washington. Cada vez que iba allí, se maravillaba ante la belleza de ese lugar. Al otro lado del río brillaban las luces de los edificios de Seattle.

Sin embargo, no podía decirse que Alex quisiera vivir en un lugar como ése. ¿Quién demonios necesitaba una mansión? Al menos cuando los cuatro habían vivido con Harry, habían ido armando ruido por todos los rincones de ese lugar, pero ahora que su padre estaba solo, a excepción de los sirvientes, parecía ridículo tener una casa así de grande. Al parecer, Harry necesitaba dar muestras de su fortuna.

Alex siguió pensando en la condición expresada por su padre mientras conducía su Navigator plateado de vuelta a la ciudad, donde tenía un apartamento en el centro, cerca de las oficinas de la Fundación Hunt.

Para cuando había llegado a casa, se había preparado una copa, una ensalada y había calentado un poco del pollo que había cocinado dos días atrás, ya estaba completamente convencido de que sus hermanos y él habían hecho lo correcto al rechazar la propuesta de su padre. Era demasiado manipulador. Demasiado frío y calculador. Además, ya estaba empezando a creer, al igual que Gray, que Harry les estaba tomando el pelo.

Su padre había invertido demasiado trabajo y demasiado tiempo en construir su imperio como para abandonarlo.

No.

Jamás vendería nada. Lo único que tenían que hacer era esperar, y entonces él se echaría atrás.

Por esa razón, cuando los hermanos se reunieron ante una llamada de Justin la noche siguiente y éste les dijo que creía que debían aceptar, Alex se quedó impactado, incluso aunque su hermano le explicó el porqué de su propuesta.

—He ido a ver a Cornelia y cree que hay una gran posibilidad de que la amenaza de Harry de vender la compañía sea real. Me ha dicho que cada vez está más preocupada por él desde que sufrió el infarto. Que lo ve demasiado reflexivo, lo cual no es propio de él, y que en algunas ocasiones le ha dicho que lo único que quiere es que nos casemos y tengamos hijos. Cornelia dice que teme que Harry sienta una necesidad de enmendar todo lo que ha hecho mal y que lo está preparando todo, tanto en el aspecto económico como emocional, para morir.

—¿Entonces vas a dejarla que elija a tu mujer? —le preguntó Alex sin dar crédito a lo que oía.

—No —dijo Justin—. Quiero hacerle creer eso, pero en realidad yo la elegiré. Paso la mitad del tiempo en Idaho, no en Seattle. Me casaré con alguien que le resulte aceptable, la instalaré en una casa en la ciudad y luego volveré a Idaho.

—¿Crees que eso va a funcionar? —preguntó J.T.

—Oh, claro —respondió Justin cínicamente mientras arrastraba las palabras—. En el momento en que se entere de que se ha casado con un Hunt y que tiene una asignación muy generosa, vivirá en Seattle encantada mientras yo vivo donde me dé la gana. Anotaré lo que me cueste mantenerlos a ella y al niño como gastos de empresa.

—Maldita sea, Justin —dijo Alex—. Eso es muy cruel —además de deshonesto. Alex sabía que sus hermanos lo consideraban demasiado idealista, que no entendía la fría realidad del mundo.

—No es cruel. Es práctico —respondió Justin.

—Sabes que esto no funcionará a menos que todos estemos metidos en ello —dijo Gray.

—Lo sé —respondió Justin—, y sólo nos irá bien si redactamos un contrato que le ate las manos a Harry en el futuro. Tendríamos que asegurarnos de que nunca más vuelva a chantajearnos de este modo.

—Absolutamente —terció J.T.—. Si ve que puede manipularnos como si fuéramos marionetas, lo volverá a hacer.

—Pues si hacemos esto vamos a necesitar un contrato blindado que controle la situación —dijo Alex pensando en alto.

—Si Harry nos hubiera amenazado únicamente con perder nuestros ingresos —dijo Justin—, le diría que se fuera al infierno. Pero no estoy dispuesto a perder el rancho. ¿Qué pensáis vosotros?

Alex finalmente rompió el silencio que siguió a esa pregunta.

—Si fuera sólo el dinero, yo también le diría que se fuera al infierno. Pero no es sólo eso, ¿verdad?

—Se trata de las cosas y de los lugares que sabe que nos importan —dijo J.T. con tono adusto.

—Una parte de lo que exige Harry es que las novias no conozcan nuestras identidades hasta después de habernos casado. ¿Cómo vas a encontrar en Seattle una mujer que se case contigo y que no sepa que eres rico, Justin? —le preguntó Gray.

—He estado fuera del estado la mayor parte de los últimos dieciocho meses y, además, nunca he destacado tanto como vosotros.

—Ya, claro —se mofó J.T.—. No hay ni uno solo de nosotros que no haya salido en algún periódico o en alguna revista.

—Pero no tanto como Harry —dijo Gray—. Él es el rostro público de HuntCom.

—Bueno, entonces, ¿qué me dices, Gray? ¿Estás dentro? —le preguntó Justin.

Alex sabía que Gray podía ser tan testarudo como Harry.

—Asúmelo, Gray. Harry tiene todos los ases en la mano.

—Siempre los tiene —Gray suspiró exageradamente—. Esto es un asco, pero si podemos lograr un modo de atarle las manos en el futuro, entonces supongo que sí, estoy dentro.

Para cuando acabó su reunión, Alex ya estaba pensando en formas de cumplir su parte de ese extraño trato y de encontrar a su particular Cenicienta.

Capítulo 1

 

 

 

 

Seis semanas después

 

 

Alex observó su nuevo apartamento con satisfacción. Ese lugar, con su decoración insulsa y el mobiliario de una tienda de saldos, no tenía nada que ver con el bloque de apartamentos en el que vivía, pero no le importaba. Nunca le había importado. La única razón por la que vivía allí era porque era lo que se esperaba de él al ocupar el puesto de director de la Fundación Harrison Hunt.

Mientras pensaba en la fundación, frunció el ceño. Dejó resueltos todos los problemas, asignó tantas tareas como pudo y se ocupó de todo lo que se le ocurrió antes de decirles a sus empleados que se iba a ausentar durante un largo periodo de tiempo. Y sabía que su asistente, Martha Oliver, a quien todos los que la conocían bien llamaban Marti cariñosamente, era de fiar y que podía confiar en ella para que se ocupara del noventa y nueve por ciento de las cosas que pudieran surgir.

Pero era ese uno por ciento lo que le preocupaba a Alex. De todos modos, sólo estaría a noventa minutos en coche del centro de Seattle y, en caso de emergencia, Marti podría contactar con él mediante el móvil sabiendo que él acudiría lo antes posible. De hecho, ella había estado escribiéndole correos para mantenerlo al día de todo. Alex se anotó mentalmente que tenía que darle un sustancioso extra cuando esa situación estuviera por fin resuelta y él volviera al trabajo… lo cual, esperaba, fuera muy pronto.

Sabía que no había motivos para preocuparse. Las cosas marcharían bien durante su ausencia. Se recordó que lo único que tenía que hacer era encontrar rápidamente a una mujer apropiada con la que casarse y así no tendría que estar alejado de la fundación demasiado tiempo.

Alex no era ni arrogante ni vanidoso, aunque, por otro lado, tampoco ignoraba que poseía mucho atractivo. Durante toda su vida le habían dicho que era guapo y, allá donde iba, las mujeres lo miraban y flirteaban con él. De modo que si encontraba a alguien que lo interesara y que creyera que iba a ser del agrado de su padre y de su tía Cornelia, sospechaba que lo único que tendría que hacer sería actuar del modo que las mujeres esperaban de un buen pretendiente.

Después de que sus hermanos y él hubieran decidido seguir adelante con la propuesta de Harry, Alex había pensado mucho en la estrategia a seguir para encontrar la clase de mujer que quería. Lo que había decidido era que jamás podría hacerlo mientras continuara trabajando en la fundación. Necesitaba ir a alguna parte donde no lo conocieran, y tenía que encontrar un empleo común con gente común.

Luego investigó las distintas sociedades que poseía Harry y las fue descartando hasta quedarse con una en la que no destacaría descaradamente de los demás. Le dijo a su padre que quería un puesto en su centro de distribución en Jansen, a una hora y media de Seattle, justo al sur de Olympia. Sabía que la mayoría de la gente de Jansen veía la televisión de Portland y leían el periódico de Portland, de modo que sería poco probable que lo reconocieran por haberlo visto en fotos publicadas con relación a la Fundación Hunt. Y si alguien lo reconocía, sencillamente diría que siempre lo confundían con uno de los hermanos Hunt.

Alex no pensaba que tuviera que preocuparse; siempre había intentado pasar desapercibido. Odiaba las fiestas de sociedad. Si no fuera por la fundación, dudaba que alguien lo asociara con la familia Hunt.

Sin embargo, aquél día lo comprobaría porque, en menos de cuarenta y cinco minutos, comenzaría su nuevo trabajo en el principal centro de distribución de HuntCom.

Un nuevo trabajo.

Un nuevo apartamento.

Un nuevo nombre.

Sí. Había decidido que durante el tiempo que durara su búsqueda, sería conocido como Alex Noble. En otro sitio habría sido distinto, pero al trabajar en un lugar relacionado con HuntCom, no podía ser Alex Hunt sin que nadie se extrañara ante la coincidencia de tener el mismo apellido.

Por eso se decidió por Noble, que era el apellido de un anterior padrastro. Su madre, Lucinda Parker Hunt Noble Fitzpatrick, ya iba por su tercer matrimonio y Alex había pensado en alguna ocasión que no sería el último, a pesar de que Terrence Fitzpatrick y Lucinda habían celebrado recientemente su veinticuatro aniversario de boda.

Había cosas sobre Terrence que a Alex no le gustaban, concretamente su inclinación a pensar que el dinero podía solucionar cualquier problema. Sin embargo, sí que había hecho bien una cosa. Le había dado a Alex una hermana pequeña, Julie, a la que adoraba, a pesar de que Terrence la malcriaba prodigándole enormes cantidades de dinero y regalos.

Pensó en Julie y en sus recientes escapadas. Deseó poder hacerla entrar en razón, pero ella se reía al verlo preocupado y le decía que era un aburrido y un antiguo que se había olvidado de lo que era ser joven.

Su desdén, a pesar de ir acompañado de cariño, le hacía daño. Alex no creía que fuera un aburrido. Simplemente era sensato y realista. Por eso mismo no sentía adoración ni por el dinero ni por el poder. ¿Significaba eso que algo fallaba en él? Supuso que para su hermana pequeña y su pandilla, seguro que sí.

Aún seguía pensando en Julie cuando entró en el aparcamiento de empleados del Centro de Distribución HuntCom. Pero cuando vació sus bolsillos y pasó por el control de seguridad, deliberadamente la sacó de su mente. Ese día no podía permitirse distraerse ni con Julie ni con ninguna otra cosa. Necesitaría estar atento y concentrado para llevar a cabo su farsa con éxito.

Le llevó una hora rellenar la documentación necesaria y visionar una película de orientación en el Departamento de Recursos Humanos, pero a las nueve en punto —él estaba en el primer turno, que comenzaba a las ocho—, la asistente de la directora de Recursos Humanos, Kim, lo llevó hasta el gigantesco almacén, que era una colmena de actividad.

Alex no pudo evitar sonreír cuando una joven con el pelo morado y de punta pasó por delante de ellos como una bala, subida a unos patines en línea. Ante su mirada socarrona, Kim dijo:

—Es Ruby. También es preparadora.

—¿Preparadora?

—Perdona. Encargada de mercancía, preparadora de pedidos. El mismo trabajo que vas a hacer tú. Ya sabes, recoges la mercancía de las estanterías para que puedan enviarse a la empresa o persona que ha hecho el encargo.

—Ah —a Alex le divirtió pensar qué dirían sus colegas de la fundación si pudieran verlo en ese momento. Sabía que la mayoría se sentían intimidados por él. Después de todo, era uno de los Hunt. Lo respetaban porque trabajaba tanto como ellos y sabían que se preocupaba por la labor que estaban haciendo, pero aún no lograban tratarlo como trataban al resto de trabajadores. Para ellos, él estaba fuera de su grupo.

—Estoy segura de que harás muy bien este trabajo —le dijo Kim con una mirada de admiración.

Alex no estaba interesado en ella; había visto su alianza de boda. Por eso, lo único que le dijo fue:

—Eso espero.

Lo llevó hacia un grupo de gente que parecía estar discutiendo algo. Cuando se detuvieron a su lado, la conversación se cortó bruscamente y una joven muy atractiva, como Alex pudo ver, con el cabello rojizo y rizado recogido en una coleta azul y vestida con unos vaqueros ceñidos y una camisa blanca abierta en el cuello, se apartó del grupo y fue hacia ellos. Unos ojos muy azules cargados de inteligencia lo miraron antes de volver su intensidad hacia Kim.

—P.J —dijo—, es Alex Noble, el nuevo miembro de tu plantilla. Alex, te presento a P.J. Kincaid, la encargada.

Alex se preguntó si P.J. había adoptado las iniciales en lugar de su nombre por la misma razón que J.T. había elegido las suyas: su hermano odiaba su nombre; le parecía que Jared era un nombre afeminado y había dicho que mataría a cualquiera que insistiera en usarlo.

—Hola —dijo ella, extendiendo la mano—. Bienvenido a HuntCom.

Alex le tomó la mano y le dio un buen apretón. Ella hizo lo mismo.

—Hola —dijo.

—Buena suerte —dijo Kim. Lo sonrió, se dio la vuelta y se alejó.

Cuando la atención de Alex volvió a centrarse en P.J., ella lo estaba mirando fijamente. A Alex le preocupó el riguroso examen al que lo estaba sometiendo. ¿Sospecharía algo? Se obligó a mantener la mirada.

—Me han dicho que tienes experiencia —dijo ella.

Sí, sin duda su voz denotaba duda.

—Sí.

—¿Y antes… trabajabas… dónde?

Ciñéndose a lo que se reflejaba en su currículum falso, Alex respondió:

—En un almacén en Sacramento.

—¿Qué clase de productos? —le preguntó pensativa.

—Electrodomésticos para el hogar.

—¿Por qué te marchaste? —le preguntó sin dejar de mirarlo.

—Demasiado lejos como para ir al trabajo todos los días desde aquí.

Ella asintió, pero a Alex su instinto le dijo que no se estaba creyendo la historia del todo.

—¿Has rellenado todos los documentos?

—Sí.

—¿Te han hecho le chequeo médico y los análisis antidoping?

—Sí —no era verdad, pero sobre el papel se decía que Alex se había sometido a esas pruebas.

—Entonces… ¿listo para trabajar?

—Sí.

Tras girarse, ella señaló a uno de los hombres que seguían reunidos no muy lejos de ellos.

—Rick.

Un hombre de pelo y ojos negros de unos treinta años, fue hacia ellos. Al igual que P.J, Alex y casi todos los empleados que había visto hasta el momento, excepto los del Departamento de Recursos Humanos, llevaba vaqueros. Su camiseta negra era de un concierto de los Red Hot Chili Peppers.

—Rick, te presento a Alex Noble. Le enseñarás todo esto —tras mirar a Alex, añadió—: Alex, es Rick Alvarado. Lleva siete años en la empresa y podrá responder a cualquier duda que tengas.

—Sígueme —dijo Rick—. Daremos una vuelta para que puedas hacerte una idea de dónde está todo —le dijo mientras se dirigían al pasillo más cercano—. ¿Sabes algo de la empresa, Alex?

Alex asintió.

—Un poco. Busqué información cuando supe que trabajaría aquí.

—Así que ¿sabes que el viejo Hunt empezó creando un nuevo software y que de ahí todo subió como la espuma?

Volvió a asentir con la cabeza.

—Ahora manufacturamos prácticamente todo lo relacionado con el campo de la informática —continuó Rick—. Tenemos unos tres mil productos que enviamos desde este mismo lugar.

—¿Tantos? —preguntó Alex, a pesar de que ya lo sabía.

—Por eso trabajamos veinticuatro horas los siete días de la semana. Tenemos tres turnos. De ocho a cuatro, de cuatro a doce y de doce a ocho. A muchos de los chicos les gustan los turnos de la tarde y de la noche, pero a mí me gustan los de día. Pero claro, trabajo los otros turnos siempre que están escasos de personal porque es dinero extra y con tres hijas y una mujer a la que le gusta exprimir las tarjetas de crédito… —se rió—. El dinero extra siempre me viene bien.

—¿Así que tres niñas?

—Sí, las hemos tenido muy seguidas. La mayor tiene ocho y la pequeña cuatro —comenzó a sacar varias fotos de su cartera—. Sólo haré esto una vez —le prometió al entregárselas a Alex.

Alex sonrió ante el parecido. Las tres niñas tenían el pelo moreno y rizado y los ojos oscuros.

—Son una monada.

—Sí —dijo Rick orgulloso—. Son buenas niñas. María ha estado quedándose en casa, pero en septiembre Jenny, la pequeña, ya empieza el colegio, así que volverá a trabajar.

—¿A qué se dedica? —preguntó Alex educadamente.

—Es profesora de infantil. Trabaja en el colegio al que irá Jenny.

Ya se habían detenido en un pasillo abarrotado de mercancía.

—No tienes que acordarte de todo lo que voy a enseñarte —le dijo—. Sólo voy a darte una idea general. Te daremos un diagrama del lugar y del listado de productos que te indicará dónde se encuentra cada artículo. Te llevará un tiempo, pero en un par de semanas, te parecerá que llevas mucho tiempo trabajando aquí.

Eso esperaba. Lo último que quería era alimentar esa duda que había visto reflejada en los ojos de su nueva jefa.

—Este sitio es enorme. ¿Recibimos pedidos de todas partes o sólo de ciertas áreas?

—El centro está dividido en cuatro sectores. Nuestra unidad prepara los pedidos para el sector B. Te lo mostraré, aunque lo cierto es que, con el tiempo, querrás familiarizarte con todos los sectores.

—¿Y eso?

—En ocasiones hay ciertos productos que se venden mucho, como las promociones especiales o cosas así, y puede que se te pida que prepares pedidos en algún sector distinto al tuyo.

Alex asintió. Tenía sentido.

—¿P.J. supervisa todos los sectores?

—Sí. Es la jefa. La única persona que está por encima de ella aquí es Steve Mallery.

La chica del pelo morado pasó patinando por delante de ellos.

—Ruby —dijo Alex.

Rick se rió.

—Ya la conoces, ¿eh?

—La empleada de Recursos Humanos que me ha traído me ha dicho cómo se llama.

—Ruby parece una punki con esos tatuajes y todos los pendientes que lleva por el cuerpo, pero es una de nuestras mejores empleadas.

—He de admitir que me ha sorprendido ver los patines.

—Algunos chicos los llevan. Ojalá yo supiera patinar, también los llevaría. Así puedes moverte más rápido por aquí, aunque yo probablemente me mataría. O, si no, me rompería una pierna o algo por el estilo.

—Te entiendo —dijo Alex, a pesar de que se enorgullecía de estar en forma. Aun así, no era patinador. Nunca lo había sido.