Un completo desconocido - La otra mujer - Brenda Novak - E-Book

Un completo desconocido - La otra mujer E-Book

Brenda Novak

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Beschreibung

Tiffany 165 Un completo desconocido Aquel accidente había sido culpa de Hannah Price. Un momento de distracción que había cambiado la vida de Gabe Holbrook y había acabado con todo lo que siempre había querido ser. Él lo había tenido todo: inteligencia, atractivo y riqueza, y había sido uno de los mejores jugadores de la liga de fútbol americano. Ahora había regresado a Dundee, la pequeña ciudad en la que había crecido, pero era un completo desconocido para todos los que lo habían tratado en otro tiempo. Se había vuelto introvertido y amargado, aunque él estaba convencido de que sólo era porque estaba concentrado en recuperarse. Sin embargo, por culpa de Hannah, había cosas que jamás podría recuperar. Y ahora se veía obligado a tratar con ella… La otra mujer Elizabeth O'Connell había sufrido una de las peores traiciones que cualquier esposa podría imaginar. Descubrir que no era la única mujer en la vida de su marido significó el fin de su matrimonio y el principio de un verdadero infierno. Ahora sólo quería concentrarse en su nuevo negocio y en criar a sus dos hijos. Carter Hudson no figuraba en sus planes. Pero a medida que fue pasando tiempo con él, Liz se dio cuenta de que le gustaba tenerlo en su vida. Sin embargo, Carter tenía algunos secretos en su pasado de los que no conseguía escapar, secretos que parecían relacionados con cierta mujer…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Avenida de Burgos, 8B - Planta 18 28036 Madrid

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. N.º 165 - enero 2024

© 2005 Brenda Novak Un completo desconocido Título original: Stranger in Town

© 2006 Brenda Novak La otra mujer Título original: The Other Woman Publicados originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd. Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2006 y 2007

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. ® Harlequin, Tiffany y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países. Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-1180-694-7

Índice

Créditos

Un completo desconocido

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

La otra mujer

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

XI

XII

XIII

XIV

XV

XVI

XVII

XVIII

XIX

XX

XXI

XXII

XXIII

Epílogo

Si te ha gustado este libro...

Prólogo

UNA CAPA de hielo negro cubría la carretera. Hannah Price se echó hacia delante e intentó ver la tira estrecha de autopista entre los limpiaparabrisas, pero la oscuridad del campo y la nieve que caía dificultaban la visión. Agarraba con tal fuerza el volante que el blanco de los nudillos brillaba a la luz de los instrumentos del salpicadero. Respiró hondo e intentó calmarse.

No podían estar lejos. Los encontraría.

La idea de que se llevaran a sus hijos sin su permiso le llenaba el cuerpo de adrenalina de tal modo que apenas parpadeó cuando los neumáticos resbalaron en la curva siguiente. La parte de atrás de su minifurgoneta osciló y estuvo a punto de chocar con el quitamiedos que separaba la carretera de una pendiente pronunciada. Pero la mujer recuperó rápidamente el control y aceleró pensando en Brent y en Kenny. Según su vecino, el señor McDermott, su ex marido le llevaba menos de cinco minutos de ventaja y, si se daba prisa, podría alcanzarlos.

En la radio sonaban villancicos pero ella no prestaba atención. Tenía que encontrar a Russ, quien, según su vecino, había cargado el Jeep de cerveza y era evidente que ya había bebido antes. El señor McDermott también le había dicho que lo seguían dos coches de compañeros de Russ. Sin duda se divertirían mucho en la cabaña, emborrachándose y disparando contra todo lo que se moviera. No era un lugar seguro para Brent y Kenny y, además, según los papeles de la custodia, sus hijos tenían que pasar las vacaciones con ella.

Se acercaba la parte más peligrosa del viaje entre Dundee, su pueblo, y Boise. Consiguió pasar la primera serie de curvas sin resbalar por toda la autopista, pero luego quedó detrás de una camioneta que apenas se movía.

Frenó con una maldición. A ese paso, Russ cruzaría a Oregón antes de que ella pudiera llegar a Boise. Si eso ocurría, sus hijos la perderían hasta que su ex se cansara de la responsabilidad de cuidar de ellos y se dignara devolvérselos. Siempre que sobrevivieran hasta entonces.

Tenía que recuperarlos ya, antes de que hubiera otro incidente como el del año anterior, en el que uno de los amigos de Russ le había puesto un cuchillo en el cuello a Kenny.

Miró con ansiedad las líneas dobles amarillas en medio de la carretera oscura y brillante. Pasó al otro carril con la esperanza de poder adelantar a la camioneta. Pero no era posible. Las curvas eran demasiado cerradas.

Hannah sintió pánico. Pasaba el tiempo y Russ se llevaba a los niños cada vez más lejos.

Su ex marido insistía en que el accidente de la navaja había sido una broma. Pero a Hannah no le parecía divertido y Kenny tampoco se había reído mucho. Para ella, la broma había sido haberse casado con Russ. Si su madre no hubiera muerto cuando acababa de terminar el instituto dejándola sola... Estaba tan sola y tan desesperada por echar raíces que sucumbió a la persecución de Russ y se quedó embarazada.

Pero ya no tenía sentido lamentarse por eso. Había cometido un error colosal, pero entonces era joven e ingenua. Y cuando se quedó embarazada, pensó que no tenía elección.

Ahora sólo importaban Brent y Kenny. No podía permitir que Russ le sacara mucha ventaja, pues no sabía dónde estaba la cabaña.

Se puso de nuevo a la izquierda, con los ojos fijos al frente para intentar ver algo a través de la nieve.

Era inútil. No podía adelantar.

Volvió a su carril y tocó el claxon con la esperanza de que la camioneta se hiciera a un lado o aumentara la velocidad.

Vio las luces de los frenos que indicaban que el conductor había frenado todavía más... Sólo había conseguido irritarlo.

Faltaban treinta kilómetros para salir de las montañas. Hannah quería golpearse la cabeza con el volante. Tenía que adelantar. Sólo sería un momento. Unos segundos y podría seguir su camino.

Miró de nuevo el tráfico contrario. Pasó un coche y después nada. Había otra curva no muy lejos, pero estaba segura de que podría adelantar antes si no vacilaba.

Pasó al otro carril y se puso en paralelo con la camioneta, pero de pronto surgieron unos faros de la nada enfrente de ella.

Hannah pisó los frenos con fuerza e intentó volver al carril derecho, pero sus neumáticos no se agarraron al hielo de la carretera. La minifurgoneta osciló de lado a lado y los faros siguieron acercándose con su brillo deslumbrador.

Un movimiento brusco lanzó su pecho contra el volante y Hannah soltó un grito. El ruido de metal contra metal sonó en sus oídos. Notó sabor a sangre y todo empezó a darle vueltas mientras la furgoneta caía por el borde y se precipitaba al fondo del barranco.

Capítulo 1

Agosto, casi tres años después

GABE Holbrook vio con el ceño fruncido que Mike Hill salía de su todoterreno y se dirigía a la cabaña. Sabía que Mike iría a verlo y llevaba más de una semana esperándolo, desde que se enteró de la mala noticia de la familia Hill y asistió al funeral, pero todavía no estaba preparado. ¿Qué podía decirle?

Mike llamó a la puerta y Lazarus, el alaskan malamute de Gabe, se acercó con expectación.

Gabe suspiró y cruzó la sala con su silla de ruedas. No podía fingir que no estaba en casa. Mike sabía que, desde el accidente de tres años atrás, salía muy poco.

Por lo menos no había llevado a su esposa consigo. Gabe todavía no estaba preparado para ver a Lucky.

Como siempre, la alfombra gruesa dificultaba su avance. Giró demasiado pronto y chocó accidentalmente con la esquina de la mesa de la cocina. Como la mesa era de metal y todavía no había terminado de redondear sus bordes, se cortó en el hombro. Lanzó una maldición y abrió la puerta.

La expresión sombría de Mike se convirtió en preocupación en cuanto vio su brazo.

—Estás sangrando.

—Sólo es un arañazo —Gabe retrocedió y silbó para que Lazarus hiciera lo mismo.

—¿Quieres pasar?

Mike, alto y delgado, de pelo castaño y ojos avellana, se quitó el sombrero de vaquero y entró.

—¿Cómo te has cortado?

Gabe se miró el bíceps. Cuando oyó el coche de Mike, estaba haciendo pesas y sólo llevaba una camiseta de tirantes.

—Por la maldita moqueta —dijo. Se encogió de hombros.

—¿Y por qué no la arrancas y pones suelo de tarima? Eso te facilitaría la vida.

Porque Gabe le permitía pocas concesiones a su condición. Las concesiones lo hacían sentirse débil... inútil. Además, no pensaba pasar mucho más tiempo en silla de ruedas. Volvería a andar.

Pero no lo dijo en voz alta porque sabía que Mike le sonreiría con condescendencia. Nadie lo creía.

Sonrió.

—¿Me tomas el pelo? La madera buena me costaría una fortuna.

Mike enarcó las cejas.

—Te lo puedes permitir.

Gabe no estaba deseoso de hablar del motivo de la visita de Mike, pero tampoco quería que su amigo empezara a darle la lata una vez más con que tenía que dejar de encerrarse en la cabaña y volver a la vida.

Él tampoco consideraba que aquello fuera vivir. Por lo menos, no era la vida que siempre había conocido. Evitaba a la gente, incluida su familia, y asistía a pocos eventos. Pero meditaba, entrenaba, cultivaba su comida y trabajaba. Mike no lo entendía porque él no se había quedado paralítico y no había visto cómo se derrumbaba el sueño de su vida. No se había visto obligado a ver desde fuera cómo su equipo de fútbol americano perdía la Supercopa porque su quaterback tenía una lesión grave en la espina dorsal, concretamente en la parte baja de la espalda, lo que implicaba que podía hacer más que muchos parapléjicos, pero seguía siendo algo que los médicos no podían arreglar. Le hablaban de la investigación celular como una posibilidad para el futuro, pero Gabe no podía consolarse con algo tan incierto y tan lejano. Tenía que ponerse manos a la obra y vencer los efectos del accidente con trabajo duro y pensamiento positivo. Como había lidiado siempre con todo lo demás.

—Estoy seguro de que no has venido hasta aquí para hablar de mi moqueta —dijo.

Mike hizo girar el sombrero en sus manos en un movimiento circular.

—No.

Sus ojos se encontraron y Gabe tuvo la incómoda sensación de que Mike iba a pedirle algo que él no podría darle. Pero hacía mucho tiempo que eran amigos y era imposible evitar escucharlo.

—Siéntate —le señaló el sofá, que era prácticamente el único mueble de la cabaña que no había hecho él. Trabajar con madera, y últimamente con otros materiales como el metal, le daban un objetivo más allá de su terapia.

—¿Qué le pasa a la mesa? —preguntó Mike, cuando Gabe se acercó a buscar una toalla de papel para limpiarse la sangre del brazo.

Gabe miró el mueble en el que trabajaba en ese momento. Medía dos metros cuarenta por uno ochenta y estaba hecha al estilo misionero, pero la capa de metal y las cabezas grandes de clavos le daban un aspecto urbano.

—Amplío mi trabajo.

—Es rara, pero... está bien. Muy creativa.

Su diplomacia hizo reír a Gabe. Echaba de menos los tiempos en los que habían sido buenos amigos. Antes del accidente. Antes de que Mike se casara con Lucky.

—Veremos cómo acaba —se acercó de nuevo al sofá y observó el rostro de su amigo. Las líneas de fatiga en torno a los ojos y boca indicaban que los últimos diez días habían sido duros. Pero eso era de esperar, después del infarto imprevisto del entrenador Hill.

—Siento lo de tu padre —dijo.

Y no mentía. El entrenador Hill había sido un segundo padre para él. Fue él el que reconoció su talento y lo admitió en el equipo de fútbol del instituto. Sin su influencia, Mike no habría llegado al equipo de la Universidad de California, que fue donde maduró y empezó a sobresalir.

—Gracias por venir al funeral —repuso Mike—. La mayoría de la gente hacía mucho que no te veían.

Gabe no respondió. Intentaba imaginar lo que sentiría él si hubiese muerto su padre. Apenas había hablado con él desde el año anterior, cuando el senador Garth Holbrook había arruinado sus posibilidades de salir elegido congresista al hacer público algo que había conseguido mantener oculto durante veinticuatro años.

—He estado ocupado —dijo—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Creo que sabes por qué he venido.

Gabe se pasó los dedos por el pelo, que le caía a capas casi hasta los hombros. Ya apenas se molestaba en cortárselo, porque eso implicaba ir al pueblo.

—Y creo que tú sabes lo que voy a contestar.

—Te vendría bien.

Gabe hizo una mueca. Todo el mundo creía saber lo que necesitaba.

—No me digas lo que me vendría bien.

—Pues hazlo por el pueblo. La temporada empieza dentro de dos semanas. Los de la Junta Escolar están frenéticos, no saben dónde contratar a un sustituto. Sé que te aceptarían sin dudar, si tú quieres el puesto.

—No lo quiero.

Si quisiera trabajar, tenía otras muchas oportunidades. Lo habían llamado de varias cadenas para comentar partidos y se había negado. No se conformaría con menos del anillo de bronce, el anillo de la Supercopa que le habían robado de las manos. No podía permitir que nada lo distrajera de su objetivo, y menos si eso era entrenar al equipo de fútbol de un instituto pequeño.

—¿Por qué no se encarga uno de los ayudantes de tu padre?

—¿Quién? ¿Owens?

—No. Su artritis va de mal en peor.

—¿Entonces propones a Melvin Blaine?

Gabe levantó la barbilla.

—Supongo que sí, si no hay nadie más.

—Seguramente será el que elija la Junta si no te ofreces tú. Pero tú jugaste en ese equipo, Gabe. Recuerdas el temperamento de Blaine. No quiero que tenga más poder sobre los chicos del que tiene ya. Mi padre tampoco lo habría querido.

—¡Pero yo no he entrenado nunca!

Mike dejó el sombrero a su lado y se inclinó hacia delante con los codos en las rodillas.

—Nadie sabe más de fútbol que tú.

—No se trata sólo de saber de fútbol. Entrenar es conseguir que un grupo de individuos juegue como un equipo. Es... inspiración.

—Tú puedes enseñarles eso. La mayoría de los chicos te adoran. Eres un héroe.

Gabe sentía el comienzo de una jaqueca y se frotó las sienes.

—Adoran lo que yo era antes.

—Todavía eres el mismo hombre.

No, ya no era el mismo. El accidente le había costado algo más que su capacidad para jugar al fútbol. Lo había privado de su identidad. Ya no sabía qué era lo importante para él. Antes creía que su familia... hasta que se enteró de la decepción de su padre. Tenía que encontrar el camino de vuelta al hombre que había sido antes. Y entrenar interferiría con eso.

—Sería demasiado para mí. Cada entrenador tiene un estilo diferente y cuando sólo faltan dos semanas para el primer partido...

—Tú podrías lograrlo.

Tal vez sí. Pero se negaba a dejarse distraer por nada. Tenía que aferrarse a lo que había sido, puesto que no sabía lo que era ahora. Y había otro problema.

—¿Kenny Price no juega este año en el equipo?

Al fin Mike pareció sentirse incómodo.

—No tiene por qué. Sólo está en el décimo curso.

—Pero es bueno.

Gabe lo sabía porque lo había visto jugar. Cuando empezaba la temporada del fútbol americano, bajaba al pueblo a ver partidos. El estadio y el supermercado eran de los pocos sitios a los que todavía se molestaba en ir.

—Es normal que te sientas raro con respecto a su madre. Si crees que no puedes tenerlo en tu equipo, no importa. Puede jugar un año más con los juveniles.

«Raro» no describía bien lo que sentía Gabe hacia Hannah Price. Pero a los dieciséis años, Kenny era mejor delantero que Jonathan Greer o Buck Weaver.

—Yo no haría jugar a un chico por su edad, sino por su talento. Y no sería justo ni para él ni para el equipo.

—Gabe, si tú no aceptas el trabajo, se lo darán a Melvin Blaine.

Gabe se dijo que, si podía rechazar un contrato de muchos millones de dólares con la cadena ESPN, podía rechazar también aquello.

—Podéis dar este año por perdido y sustituir a Blaine cuando termine la temporada y podáis encontrar a alguien mejor.

Mike lo miró como si estuviera loco.

—¿Dar el año por perdido? ¿Crees que eso es justo para los chicos? ¿A ti te habría gustado partirte el trasero por un equipo que no tuviera ninguna esperanza?

Gabe era demasiado competitivo para eso y Mike lo sabía.

—Además, no será tan fácil reemplazar a Blaine —continuó Mike—. Si entra, se quedará hasta que haga alguna estupidez. Como lo que te hizo a ti. ¿De verdad quieres darle esa oportunidad?

Gabe siguió frotándose las sienes, pero no dijo nada.

—Vamos. Sólo una temporada.

Gabe arrugó la toalla de papel con la que se había secado la sangre del brazo y la lanzó a la papeleara de la cocina.

—Yo quería a tu padre, Mike. Le debía mucho. Pero...

—En ese caso, hazlo por él.

Los recuerdos que Gabe intentaba combatir se colaron por fin en su mente y vio al entrenador Hill diciéndole que fuera a hablar con él al principio del tercer curso de instituto, después de que lo pillaran haciendo pellas. Como era mucho más joven que los demás, se sentía obligado a probar su valía, lo que a esa edad implicaba beber y despreciar las notas y en general todo tipo de reglas. No había imaginado nunca que el entrenador Hill se hubiera fijado en él. De hecho, ni siquiera había entrado de suplente hasta que Duane Steggo se lesionó la rodilla.

Pero el entrenador sí se había fijado y una tarde lo llamó y se sentó a hablar con él en los vestuarios vacíos. Le explicó que había dos tipos de hombres: hombres fuertes, que se mantenían fieles a sus ritmos internos independientemente de todo lo demás; y hombres débiles, que se dejaban influir fácilmente y acababan negándose a sí mismos todo lo que podían ser. Le dijo que él sólo quería hombres fuertes en su equipo y le preguntó qué clase de hombre quería ser él. Fue entonces cuando Gabe decidió dejar de preocuparse por encajar allí y dedicar su energía a ser el mejor en todo. Y acabó graduándose con honores y con una beca para la Universidad de Los Ángeles.

No sabía si aquello habría sido posible sin el entrenador Hill. Su padre había intentado motivarlo de distintas maneras, pero había sido el entrenador el que había conseguido llegar él.

—¿Gabe? —insistió Mike.

Él se pasó una mano por la cara y frunció el ceño al ver que Lazarus ponía el morro en sus rodillas y lo miraba como si le suplicara en favor de Mike.

Él podía rechazar un programa a nivel nacional, pero no podía rechazar a Mike, teniendo en cuenta lo que éste significaba para él.

—Muy bien —dijo al fin—. Pero dile a la Junta Escolar que me busquen un sustituto lo antes posible porque no pienso dedicarles más de un año.

Mike tomó su sombrero, se levantó y le estrechó la mano.

—Muchas gracias. Sabía que podía contar contigo —se acercó a la puerta, pero vaciló un instante—. Supongo que no te apetecerá venir a cenar con Lucky y conmigo algún día de las dos próximas semanas.

Gabe apretó la mandíbula. Mike le hacía esa invitación siempre que se veían. Pero Gabe no podía tenérselo en cuenta. Mike quería a Lucky y se esforzaba por darle todo lo que ella deseaba y, desde que el padre de Gabe se hiciera la prueba de paternidad, no era ningún secreto que ella quería hacerse amiga de la familia a la que acababa de descubrir.

—Quizá en otra ocasión —repuso.

Mike suspiró.

—De acuerdo. Por hoy me conformo con lo que ya he conseguido.

Gabe casi se arrepentía ya de su decisión. Pero sabía que le debía aquello al entrenador Hill. Y además, odiaba a Melvin Blaine.

—Mamá, ¿dónde estás? —el hijo mayor de Hannah Price cerró con un portazo y subió las escaleras de dos en dos—. ¿Mamá?

Hannah sintió un escalofrío de aprensión al oír la voz alterada de su hijo. Había sido una semana difícil. ¿Qué pasaba ahora?

—Estoy en mi despacho —gritó.

Dejó a un lado el marco que examinaba. Uno de los fabricantes con los que llevaba varios meses trabajando había empezado a enviarle material defectuoso y tenía que hacer algo al respecto. Pero eso podía esperar.

Kenny entró en la habitación como una tromba, con pantalón corto de gimnasia, una camiseta empapada en sudor y deportivas llenas de barro.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, preocupada.

Él se dejó caer en el taburete que usaba Hannah para colocar cosas en los estantes superiores del armario y ella se fijó por enésima vez ese verano en lo mucho que estaba creciendo. De pequeño había sido más regordete, como Brent, su hijo de siete años, que había llegado por sorpresa mucho después de que ella hubiera decidido no tener más hijos. Pero en los últimos años se había estilizado mucho al crecer. Con su pelo castaño abundante y sus ojos marrones, se parecía mucho a ella y a veces eso no le gustaba nada porque la gente le decía que era casi tan guapo como su madre.

—¿Por qué ha tenido que morirse el entrenador Hill? —preguntó con voz quejosa.

Ella le sonrió con tristeza.

—Lo echas de menos, ¿verdad?

A ella le ocurría lo mismo. Como madre soltera, agradecía especialmente al entrenador de fútbol que se hubiera interesado por Kenny y hubiera sido un modelo tan bueno para él. Sobre todo porque su trabajo, el estudio de fotografía que había instalado en el garaje y el cuarto de invitados, implicaba que no siempre podía estar disponible para su hijo.

—Los chicos dicen que no jugaré esta temporada —repuso él.

—Claro que jugarás. El año pasado jugaste en todos los partidos.

—Eso eran juveniles, mamá. El entrenador Blaine me pasó ayer con los mayores. Y ahora que el entrenador Hill ha muerto...

—El que ocupe su lugar sabrá reconocer tu talento.

—Ya tienen a alguien.

—¿Quién?

—Gabriel Holbrook.

Hannah se sobresaltó.

—¿Qué?

—Ya me has oído.

Kenny parpadeó con rapidez, como si estuviera al borde de las lágrimas, y ella comprendía por qué. Oyó en su mente el golpe del accidente que atormentaba todavía sus sueños.

—Los chicos tienen razón, ¿verdad? Seguro que me odia.

—Claro que no te odia —repuso ella. Pero no estaba segura. ¿Qué sentiría Gabe por su hijo? ¿Querría que sobresaliera en un deporte que él ya no podía jugar por culpa de ella?

Kenny la miró implorante.

—A lo mejor tú no tuviste toda la culpa. A lo mejor él iba muy deprisa y...

—No, sí fui yo.

Por supuesto, de no ser por Russ y el pánico que sentía por sus hijos, no habría ido conduciendo como una loca, pero sí, ella había sido la que chocó de frente con Gabe, que iba a su casa a pasar las fiestas de Navidad.

Kenny se apartó el pelo de la cara.

—Mucha gente me ha hablado de ese accidente, pero tú nunca. ¿Qué pasó exactamente, mamá?

Hannah negó con la cabeza. No podía darle detalles. Las repercusiones de aquella noche dolían todavía demasiado. Ella había conocido a Gabe toda su vida. Había sido un chico con talento, carismático... el hombre que lo tenía todo.

Y ella lo había destrozado en un abrir y cerrar de ojos. El nuevo Gabe escondía mucho dolor detrás de sus ojos azules y casi nunca se dejaba ver en público. Pero seguía siendo muy atractivo. Moreno, ojos azules, rasgos fuertes y cuerpo duro como una roca.

—Conozco a ese hombre y no te castigará a ti por mí.

—¿Le pediste perdón?

—Por supuesto.

—¿Te perdonó?

—Creo que sí —pero eso tampoco lo sabía de cierto. Las pocas ocasiones en las que había podido decirle cuánto sentía aquello, él le había sonreído y le había contestado que la culpa era del destino.

Su generosa actitud sólo conseguía que ella se sintiera peor aún. Unos meses atrás, después de que se encontraran en el supermercado, incluso le había enviado una nota para decirle que dejara de disculparse y que no volviera a pensar en ello.

—Me parece que el entrenador Blaine se ha alegrado tan poco como yo de que venga Gabe —dijo Kenny.

—¿Por qué?

—Porque pensaba que él iba a ser el entrenador jefe.

—¿Ha dicho algo?

—A nosotros no. Pero cuando ha venido Mike Hill a decírnoslo, se ha puesto colorado. Y yo le he oído murmurarle al entrenador Owens que, si creen que un jugador tullido y acabado puede ser mejor entrenador que él, están muy equivocados.

Hannah se llevó una mano al pecho.

—¿Lo ha llamado jugador tullido y acabado?

—Sí.

La mujer sintió un nudo en el estómago. Ya había hecho bastante con arruinarle la vida a Gabe. No quería que su hijo se viera mezclado en el drama del instituto.

—¿Kenny?

El chico levantó la vista.

—Quiero que hagas todo lo que te diga el entrenador Holbrook, ¿me oyes? Que te esfuerces todo lo que puedas y no te quejes nunca.

—¿Y si me deja en el banquillo porque soy tu hijo?

—Lo haces igual.

—Pero mamá...

—Él es el entrenador, Kenny. Tiene que contar con tu lealtad, tu respeto y tu apoyo.

—¿Y el entrenador Blaine?

—¿Qué pasa con él? Nunca te ha caído muy bien.

—Con algunos jugadores está bien.

—Tiene sus favoritos y tiene sus chivos expiatorios. Que tú seas uno de sus favoritos no significa que me gusten sus métodos. Aléjate de él todo lo posible —repuso Hannah.

Pero no sabía si su hijo le haría caso. Sobre todo teniendo en cuenta que, cuando estaban en el instituto, Russ había perdido su puesto en el equipo a favor de Gabe y seguramente daría a Kenny otros consejos.

Capítulo 2

COMO Gabe se había convertido en un recluso, Hannah imaginaba que su cabaña sería una especie de cobertizo rodeado de maleza y con barriles llenos de agua de lluvia a un lado. Lo que vio cuando aparcó el coche fue una casa de madera de dos pisos con un jardín bien cuidado. La chimenea de piedra estaba cubierta de hiedra y una hamaca oscilaba suavemente en la brisa.

El aroma a tierra y pino llenó su olfato. Aunque más tarde haría calor, todavía hacía frío en las montañas, y veía salir humo de la chimenea de Gabe.

Se acercó a la puerta con nerviosismo. Dentro sonaba música de rock, por lo que llamó con fuerza. Lazarus, el perro, empezó a ladrar, pero Gabe no apareció.

¿Estaría trabajando en la parte de atrás? Hannah había oído que hacía muebles y, después de ver las sillas del porche, comprendió que no era ningún aficionado. Quizá quisiera venderle una. Podía hacer muy buenas fotos de niños sentados en una silla así, sosteniendo un perro o un conejo...

Volvió a llamar.

Sólo le contestaron los ladridos de Lazarus.

A un lado de la casa había una puerta en la valla de madera. Llamó para anunciar su presencia y entró en el jardín, donde encontró un porche aún más grande con más muebles de exterior. Siguió un camino de cemento que cruzaba un jardín espectacular en dirección a un taller grande, cuya puerta estaba abierta.

—¿Gabe?

Metió la cabeza y no pudo verlo, pero sí vio muchas otras cosas interesantes. Había un armario tallado de madera de caoba sin barnizar, un dinosaurio de metal que encajaba bien en un jardín tan elegante como aquél, un reloj de pared, varios relojes y partes de relojes más y tres mecedoras de distintos tamaños.

Hannah nunca había visto muebles tan hermosos. Las mecedoras, talladas a mano, eran fabulosas.

—¿Puedo hacer algo por ti, Hannah?

La joven se sobresaltó y se volvió.

—Siento interrumpirte —dijo—. He llamado en la casa, pero no has contestado.

Lazarus se acercó a darle la bienvenida con un olfateo y un lametón en la mano.

—Estaba en la ducha.

Hannah vaciló un momento.

—Supongo que te preguntas por qué he venido.

—Imagino que tiene algo que ver con Kenny —Lazarus volvió a chuparle la mano, pero Gabe silbó y chasqueó con los dedos y el perro volvió de inmediato a su lado—. Este año estará en mi equipo,

¿verdad?

—Sí.

—Por lo que he visto, es bastante bueno.

—El fútbol es muy importante para él.

Cruzó las manos con nerviosismo detrás de la espalda. El fútbol también había sido muy importante para Gabe.

De pronto le pareció estúpido haber ido allí. Ella no era la persona indicada para ayudarlo. Gabe estaba en silla de ruedas, pero era todavía una presencia poderosa. Blaine no presentaría ningún problema para él.

Pero ya estaba allí y era demasiado tarde para retroceder.

—No he venido a hablar de Kenny —dijo—. Quería advertirte que vas a encontrar cierta enemistad en el entrenador Blaine.

Él se frotó la barbilla con los nudillos.

—¿Por qué dices eso?

Gabe la había besado una vez, en una fiesta de graduación. Por algún motivo, Hannah no pudo evitar pensar en eso en aquel momento.

—¿Hannah?

Ella, que miraba la forma de sus labios, carraspeó, y sintió que se ruborizaba.

—Por algo que me comentó Kenny ayer cuando vino de entrenar —contestó.

—¿Y qué fue?

La joven no pensaba decirle lo que le había llamado Blaine.

—Básicamente, tiene envidia de que te hayan dado el trabajo a ti.

A él no parecía impresionarlo que ella hubiera ido hasta allí para decirle eso.

—¿Y...?

Hannah parpadeó sorprendida.

—Tengo miedo de que conspire contra ti o quiera dejarte en mal lugar.

—¿Y...? —repitió él.

—Y... quería decirte que tuvieras cuidado.

Lazarus ladró, pero Gabe le puso una mano en la cabeza y guardó silencio.

—Sé cuidarme solo, Hannah. No necesito que tú me protejas.

—Lo sé. Yo sólo... —se interrumpió. Él tenía razón. Si no hubiera estado en silla de ruedas, ella no habría ido allí. Habría sabido que podía lidiar solo con Blaine.

Todos los remordimientos que sentía desde el accidente le provocaban un dolor agudo en el pecho. Quería redimirse de algún modo. Arreglar el desastre. Pero no había modo de hacer eso.

—Lo siento —dijo.

Notaba los ojos llenos de lágrimas. Las combatió e intentó salir, pero él la agarró por la muñeca antes de que pudiera salir por la puerta.

—¿Hannah?

El calor de su mano parecía envolverla como una manta. Recordó de nuevo aquella noche de veinte años atrás en que la había besado. Deseó que volviera a besarla, que pudiera ser el hombre de antes. Ella había salido del accidente con sólo un brazo roto y una brecha en la frente, pero no sabía si se recuperaría alguna vez de los remordimientos.

—Estoy bien —dijo él con firmeza—. Tienes que perdonarte a ti misma, ¿de acuerdo?

La soltó, pero ella no se movió. Quería echarle los brazos al cuello y sentir los latidos de su corazón. Sabía que él tenía razón. Los dos tenían que olvidar el accidente y seguir adelante. Pero él estaba en una silla de ruedas y sentía furia y amargura, aunque intentara no dirigir esas emociones contra ella.

—¿Qué?

No tenía derecho a pedirle nada, pero el dolor en su pecho hacía que le resultara imposible alejarse. Incapaz de encontrar palabras, le pasó dos dedos por la mejilla.

Él la miró a los ojos y ella vio en su mirada la necesidad intensa de él, y lo sorprendió tanto ver derrumbarse sus defensas, que se quedó sin aliento. Parecía hambriento de un contacto humano, y no era de extrañar. ¡Había perdido tanto! Y lo que no había perdido, lo había rechazado.

El perro gimió y Gabe recuperó su máscara de indiferencia.

—No me hagas favores, Hannah —gruñó —retrocedió un poco con a silla—. Olvídate de mí y sigue con tu vida.

La mujer dejó caer la mano al costado.

—No puedo olvidarte —confesó. Pero antes de que él pudiera contestar, Lazarus echó a correr ladrando y Mike Hill entró en el jardín.

Gabe, que luchaba por lidiar con las emociones que lo habían embargado de pronto y sin previo aviso, silbó a Lazarus y se centró en el avance de Mike. Hannah se marcharía pronto y su pulso se calmaría. Sólo tenía que esperar, ignorar el anhelo repentino por ella y seguir con su programa de ejercicios para recuperar su vida algún día. Desde el accidente se había apartado de todos, incluida su familia, y era normal que echara de menos el contacto físico con otros.

—Hola, perrito —Mike sonrió y acarició a Lazarus, pero Gabe notó que estaba sorprendido. Hannah debía de ser la última persona a la que esperaba encontrar allí.

—¿Qué te trae por aquí otra vez? —preguntó Gabe.

—Te traigo la lista del equipo —Mike le tendió la carpeta que llevaba en la mano y se llevó la mano al sombrero para saludar a Hannah—. He visto tu Volvo fuera. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias —murmuró ella, ruborizándose.

—¿Cómo va el trabajo?

Gabe sabía que Hannah trabajaba duro para mantener a sus dos hijos. También sabía que no tenía más remedio que hacerlo. Era de dominio público que Russ Price no contribuía mucho a la familia. La mitad del tiempo estaba sin trabajo.

—Muy bien —repuso ella—. Ahora que casi se acaba el verano, está aflojando un poco, pero no está mal, necesito ayudar a Kenny y Brent a prepararse para la vuelta al cole.

—¿Kenny juega de nuevo con los juveniles este año? —preguntó Mike.

—El entrenador Blaine lo ascendió de equipo la semana pasada —repuso ella.

Mike miró a Gabe.

—No lo sabía.

—Yo tampoco —comentó Gabe—. Pero me parece perfecto, ya que yo pensaba hacer lo mismo.

—A Kenny lo alegrará saberlo —ella tomó una pelota de tenis del suelo y se la lanzó al perro—. Tengo que ir de compras. Será mejor que me vaya.

Mike la observó alejarse, mientras Gabe jugaba con el perro y la pelota.

—¿Qué hacía aquí? —preguntó Mike cuando ella hubo desaparecido.

—Nada. Ha venido a decirme que el entrenador Blaine no está contento con mi nombramiento.

—¿Y te ha dicho cómo lo sabe?

—No —Gabe lanzó de nuevo la pelota que el perro acababa de dejar en su regazo—. Creo que Kenny oyó algo en el entrenamiento.

Su amigo frunció el ceño.

—Yo también percibí que no le gustaba cuando les di la noticia de que te habían contratado —dijo. Y parecía casi tan preocupado como Hannah.

A Gabe no le gustaba nada que lo trataran de un modo tan distinto al de antes.

—¿Por eso has hecho cincuenta kilómetros en vez de dejarme la lista en el campo? —preguntó—. ¿Para avisar al pobre tullido?

Mike lo desarmó con una sonrisa.

—Perdona. No esperaba interrumpir nada importante. Y menos con Hannah Price.

—Mike... —le advirtió Gabe.

El otro colocó las palmas de las manos hacia arriba y se encogió de hombros.

—Me alegro de ver que no le guardas rencor por el accidente. Lo que pasó fue culpa de Russ.

Pero no era Russ el que chocó con él. Si Hannah hubiera pasado dos minutos antes o dos minutos después... o simplemente hubiera esperado a que Russ le devolviera a los chicos...

—Cualquier madre habría ido tras sus hijos —declaró Mike.

Gabe a veces estaba de acuerdo y a veces no. Generalmente, intentaba no pensar en Hannah... Ni en ninguna otra mujer.

—¿Por qué te muestras tan insistente? —preguntó.

Su amigo sonrió.

—Quizá porque he visto cómo te mira.

Gabe no quería seguir por aquel camino.

—¿Podemos volver al fútbol?

—Tienes muchos años por delante. No hay necesidad de vivirlos solo.

Mike empezaba a hablar como su hermana Reenie. Todo el mundo pensaba que debía conformarse con lo que pudiera sacar de la vida en una silla de ruedas. Pero Gabe nunca había sido conformista.

Lanzó la pelota a Lazarus y el perro salió corriendo. Mike subió la rampa que llevaba al porche y se sentó en una silla que colgaba de las vigas. Estaba hecha de enea y tenía forma de tazón. Era uno de los últimos experimentos de Gabe.

—Y creo que deberías invitar a salir a Hannah —insistió—. Seguro que decía que sí.

Gabe también estaba seguro. Ella se sentía tan culpable por el accidente que haría casi todo lo que le pidiera. Pero a él no le interesaba para nada explotar su compasión ni la de nadie.

—Olvídalo.

—A ella le vendría bien un respiro. No es fácil criar sola a esos chicos.

—No está sola.

—Russ sólo consigue dificultarle las cosas.

—¿Y eso cómo lo sabes?

—Esto es Dundee. Aquí nos conocemos todos. Siempre le causa problemas. Hace una semana, cuando los chicos estaban con Russ, Kenny sorprendió a Brent viendo una película porno.

—¿Y de dónde la había sacado?

—Se titulaba Mi gatita. Pensó que era de animales.

Lazarus ladró y Gabe le lanzó la pelota.

—¿Kenny también la vio?

—No creo.

—¿Cómo lo sabes?

Russ lo contó en el pub el lunes. Encontraba divertidas las preguntas que le había hecho Brent sobre lo que había visto.

—¡Qué idiota! —Gabe movió la cabeza con disgusto—. ¿Cómo se casó con alguien así?

Mike puso los brazos detrás de la cabeza y colocó los pies en un escabel cercano.

—¿No te acuerdas de lo que pasó entre ellos? —preguntó.

—No sé si lo he sabido alguna vez.

En aquella época, Gabe estaba en la universidad, ocupado en hacer realidad su sueño, y prestaba poca atención a lo que sucedía en Dundee.

—Se casaron unos meses después de que ella terminara el instituto porque estaba embarazada.

Gabe miró el césped y vio que el perro perseguía a una ardilla.

—No me la imagino acostándose con Russ en primer lugar.

Mike se encogió de hombros.

—No sé cómo ocurriría. Pero ella no pudo irse a la universidad como nosotros; ella tenía que quedarse a cuidar de su madre y Russ vivía en la casa de al lado.

—¿Qué le pasaba a su madre?

—Cáncer.

—¿Y el padre?

Murió en un accidente de avión cuando Hannah era pequeña. Sé que les dieron algo de dinero, pero estuvieron las dos solas hasta que murió su madre.

Gabe se pasó una mano por el pelo. Seguro que ella se había sentido muy sola.

—Mi madre cree que ella lo hizo por la familia de él —comentó Mike.

Gabe lo miró sorprendido.

—Había oído que una mujer se case por el dinero de un hombre, pero nunca por su familia.

—Cuando la madre de Hannah se puso enferma, Violet Price la ayudó mucho. Es posible que, cuando se quedó sola, Hannah quisiera cimentar esa relación, aferrarse a la gente a la que ya apreciaba.

Aquello sonaba razonable. Pero a Gabe no le encajaban los cálculos.

—Kenny tiene dieciséis. Si se quedó embarazada al terminar el instituto...

—Tuvo un aborto —Mike lo miró de soslayo—. ¿Hay más preguntas sobre ella que quieras hacerme?

Gabe hizo una mueca.

—Has empezado tú. ¿Tienes algún problema?

—Ninguno. Necesitas que alguien te cuente lo que te perdiste todos esos años que pasaste presumiendo tanto en la tele.

Gabe sonrió a su pesar.

—Teniendo en cuenta la diferencia de edad entre Kenny y Brent, estuvo con él muchos años —comentó—. ¿Por qué no lo dejó después del aborto?

—Si no te interesa Hannah, ¿por qué quieres saber tantas cosas de ella? —preguntó Mike.

—Porque quiero conocer la situación familiar del capitán de mi equipo. Los entrenadores hacemos esas cosas.

Mike se echó hacia delante en la silla.

—¿Kenny va a ser la atracción principal?

—Por supuesto —contestó Gabe.

Su amigo se encogió de hombros.

—No sé por qué se quedó tanto, y más teniendo en cuenta que Russ no era un buen marido. Cambiaba a menudo de trabajo, iba al pub todos los fines de semana, volvía borracho a casa muchas veces y compraba cosas que no podían pagar. Mi madre ha sido muy amiga de Violet muchos años y mueve la cabeza siempre que sale el nombre de Russ.

Mike se puso en pie y su amigo alzó la vista hacia él.

—¿Entonces ya mantenía ella a la familia con la fotografía?

—Los primeros años, no. Trabajaba en el restaurante.

—¿Y cuándo empezó a hacer fotos?

Mike cruzó el porche.

—Ni idea. Pero debió de ser antes del divorcio, porque me enteré de que Russ había pedido pensión alimenticia de ella.

Gabe lo miró sorprendido.

—Dime que no la consiguió. Dime que ella no lo mantiene.

Su amigo sonrió.

—Tendrás que preguntárselo tú.

—¿Qué?

Mike bajó la rampa y empezó a alejarse hacia la parte delantera de la casa.

—Llámala.

—No pienso llamarla.

—¿Por qué? Invítala al cine.

—De eso nada.

—A lo mejor te lo pasas bien. ¿Tan malo sería eso?

—Sí.

Mike cerró la puerta de la verja tras de sí y Gabe lo miró con furia. Pasarlo bien con Hannah sí sería malo. Porque entonces quizá quisiera volver a verla. Y no podía permitirse sentirse demasiado cómodo. Tenía una larga batalla por delante. No podía darse el lujo de rendirse y conformarse con pasar el resto de sus días en una silla de ruedas.

—No pienso invitarla a salir —gritó.

Pero Mike se había ido ya y sólo le respondió el ladrido de Lazarus.

Capítulo 3

EL DÍA se había quedado caliente y seco. El calor golpeó a Gabe cuando abrió la puerta de la furgoneta. Sacó la silla a la acera y se sentó. Sentía que lo miraban desde el campo de fútbol. Hasta las animadoras que practicaban delante del gimnasio se pararon a mirar cuando salió.

Tomó la carpeta del equipo del asiento de atrás, la colgó en el respaldo de la silla, silbó a Lazarus y empujó la puerta de la verja.

El perro, animado por la promesa de actividad, corría en círculos a su alrededor. Gabe estaba bastante seguro de que el entrenador Hill nunca había llevado un perro a los entrenamientos, pero no le importaba. Si a la Junta Escolar no le gustaba, podían despedirlo. Él no había pedido aquel trabajo.

El entrenador Owens se acercó en cuanto lo vio. Se encontraron en la pista de carreras que rodeaba el campo.

—Hola, entrenador. Hacía mucho tiempo.

Entrenador... Gabe se preguntó si le costaría mucho acostumbrarse a su nuevo título.

—Gracias. Yo también me alegro de verte.

La artritis de Owen había avanzado y distorsionaba sus manos, pero su sonrisa no mostraba ninguna hostilidad, ni siquiera al mirar a Lazarus, y Gabe decidió que seguía siendo tan abierto y amable como siempre.

Blaine, por supuesto, era otra historia. Estaba de pie en el extremo más alejado del campo con un silbato en la boca y los brazos en jarras. Miró a Gabe de hito en hito, pero éste se negó a dejarse intimidar por un hombre que ni siquiera era capaz de controlar su temperamento. Él lo había visto arrojar a jugadores contra las taquillas, lanzar un balón a la nuca de un hombre y tirar una carpeta al otro lado de la estancia. A él le había metido una vez la cabeza debajo del agua por no hacer la jugada que le había marcado. No importaba que Gabe hubiera interpretado bien la defensa contraria y supiera que la jugada de Blaine estaba equivocada. Y tampoco importaba que hubiera ganado el partido con aquella jugada. Sólo importaba que todos sabían que no había hecho lo que decía Blaine y a éste no le gustaba que le quitaran protagonismo.

Teniendo en cuenta su falta de control, era un milagro que siguiera entrenando en el instituto, pero llevaba tanto tiempo allí que seguramente todos lo consideraban ya una parte inevitable del equipo.

Gabe miró a los chicos, que se habían vuelto hacia él con expectación. Curiosamente, sus rostros estaban ya sucios de tierra y sudor, como si llevaran tiempo practicando.

—¿Llego tarde? —preguntó.

Owens se tensó visiblemente.

—No. Es sólo que el entrenador Blaine quería empezar hoy pronto.

Gabe observó a los aproximadamente cuarenta chicos que lo miraban con curiosidad.

—¿Llamó a todos esos chicos para que vinieran temprano hoy?

Owens se secó el sudor de la frente con la toalla que llevaba al cuello.

—Yo empecé la lista de llamadas y los chicos la fueron siguiendo.

—¿Y a nadie se le ocurrió avisarme a mí?

—Supongo que todavía no estás en la lista.

—Pues ponme en cabeza. A partir de ahora seré yo el que empiece las listas de llamadas.

—De acuerdo, entrenador. Lo que tú digas.

Era evidente que Blaine ya había iniciado las hostilidades para ver hasta dónde podía llegar. Gabe no cedería ni un centímetro ahora si no quería encontrarse el doble de resistencia más adelante.

—¿Y te importa decirle al entrenador Blaine que quiero hablar con él, por favor?

Owens vaciló un momento, pero hizo lo que le decía. Los chicos, Gabe y algunos padres sentados en las gradas lo vieron acercarse a Blaine y hablar con él. Blaine se acercó entonces despacio.

—¿Querías verme, Gabe?

Éste esperó a que se acercara porque no tenía intención de anunciar públicamente que ya tenían problemas el primer día de entrenamiento.

—Bueno, Melvin, parece que no se me ha comunicado que había un cambio en el horario del entrenamiento.

Blaine sonrió.

—No vi la necesidad de que vinieras temprano. No sabía lo flexible que podías ser con... —miró la silla—. No estaba seguro de tu horario y sabía que Owens y yo podíamos encargarnos solos.

Gabe apretó la silla con fuerza. Recordó de nuevo la mano de Blaine en su nuca cuando le empujaba la cabeza debajo del agua. Él tenía entonces dieciséis años y Blaine unos cuarenta. Pero cuando el pánico se apoderó de él, se revolvió y tiró al entrenador al suelo. Todavía no sabía lo que habría ocurrido si el entrenador Hill no llega a entrar en aquel momento en los vestuarios.

Ahora respiró hondo.

—Está bien por hoy, pero más vale que no vuelva a ocurrir. ¿Hablo claro?

Hablaba tranquilo y una expresión tan agradable que el otro tardó un momento en asimilar sus palabras.

—No pensaba que...

—La próxima vez no pienses. Así lo harás mejor.

En la barbilla de Blaine se movió un músculo. Aparte del color del pelo, que se había vuelto gris, seguía igual que cuando entrenaba a Gabe.

—Owens y yo hemos hecho esto desde que tú ibas en pañales —siseó.

—Sí, y ahora estoy en silla de ruedas —repuso Gabe—. Pero eso no va a cambiar nada.

Blaine no dijo nada. Gabe tampoco. Era un forcejeo silencioso de voluntades. Blaine tenía que entender que, con silla o sin ella, Gabe era tan competitivo como siempre. No había pedido aquel trabajo, pero ahora que estaba allí, no permitiría que nadie lo espantara.

—Seguro que traer un perro al entrenamiento va contra las normas de la escuela —dijo Blaine al fin.

Gabe se encogió de hombros.

—Presenta una queja.

—Distraerá a los chicos.

—Se acostumbrarán.

Blaine apretó los labios, pero no dijo nada.

—Si no tienes más preguntas, creo que esto es todo —comentó Gabe—. Llama al equipo. Quiero hablar con ellos.

Kenny había esperado con impaciencia la nueva temporada de fútbol americano desde que terminara la anterior. Le daba algo en lo que centrarse que no tenía nada que ver con su vida personal. Pero el entrenamiento de ese día había sido tenso, Kenny no había visto a Blaine tan molesto en mucho tiempo.

—¿Quieres que te lleve? —le preguntó Matt Rodríguez, cuando salieron de los vestuarios.

—No, gracias —Kenny dejó sus cosas en el suelo y se sentó en el bordillo, al lado de la valla que rodeaba el campo.

—¿Viene tu madre? —preguntó Matt.

—Mi padre —lo que implicaba que tendría que esperar. Su padre siempre llegaba tarde.

Matt sacó las llaves del coche de su bolsa deportiva.

—Hasta mañana.

—Adiós.

Kenny lo miró con envidia subir a una camioneta vieja. Él también tenía carné, pero no coche. Su madre no podía prestarle el Volvo porque lo necesitaba para ir a hacer fotos y sabía que no podía esperar que su madre lo ayudara a comprar uno, aunque fuera uno viejo. Russ Price tenía suerte de tener un coche para él.

Lanzó una piedra al aparcamiento y apoyó la espalda en la valla. Pensó en el fin de semana. La idea de pasarlo en la caravana de su padre no lo atraía nada. Y seguía enfadado con Russ por haber dejado la película porno al alcance de Brent.

El ruido de un coche le hizo levantar la vista.

—¿Te llevo? —Tiffany Wheeler, una de las animadoras, le sonrió desde el interior de su Escarabajo verde.

—No, gracias. Estoy esperando.

—¿Esta noche irás al baile?

Kenny titubeó. Estaba casi seguro de que le gustaba a Tiffany, lo cual era un gran cumplido, teniendo en cuenta que era un año mayor y que muchos chicos iban detrás de ella. Pero no podía ir al baile porque no quería dejar a su hermanito a solas con su padre. No podía estar seguro de que Russ no se fuera a beber y dejara a Brent solo en casa.

—Esta vez no.

—¡Oh! —la expresión de ella parecía decepcionada—. Está bien. Que te diviertas con lo que quiera que hagas —dijo.

Haría de canguro, lo cual no tenía nada de divertido. Pero él era la única protección de Brent cuando no estaban con Hannah. Y si le contaba a su madre las cosas que ocurrían en casa de su padre, ella volvería a pedir la custodia completa en los tribunales y Kenny no quería que ocurriera eso. Las batallas legales aterrorizaban a todo el mundo, sobre todo a Brent, que quería mucho a Russ a pesar de todo.

Kenny también quería a su padre, pero le habría gustado que fuera capaz de organizar su vida y enorgullecerse un poco más de sí mismo.

—Hasta luego —dijo.

Media hora después, el entrenador Blaine pasó a su lado sin decir nada. El entrenador Owens, que apareció cinco minutos después, le dijo adiós.

—¿Kenny?

Al ver que se acercaba el entrenador Holbrook con su perro, el chico se puso en pie.

—¿Sí, señor?

Holbrook lo observó un momento.

—¿Te llevo a algún sitio?

Kenny miró la entrada del aparcamiento con la esperanza de ver el viejo Jeep de Russ, pero la entrada y la calle estaban vacías.

—Mi padre probablemente esté en camino.

Gabe enarcó las cejas.

—Eso de «probablemente» me preocupa.

Kenny intentó dar más convicción a su voz.

—Seguro que llega en cualquier momento.

—¿Y si no viene?

—Iré andando —dijo el chico, aunque había cinco kilómetros hasta su casa, estaba ya agotado y hacía mucho calor.

Holbrook miró su reloj.

—¿Le dijiste a qué hora terminabas?

Kenny le había dicho que terminaba media hora antes de lo que en realidad terminaba, una estrategia con la que a veces conseguía acortar la espera.

—Sí.

—Lleva casi una hora de retraso.

—Supongo que estará ocupado.

Gabe apretó los labios.

—Vamos. Yo te llevo.

El chico recogió sus cosas y lo siguió de mala gana por el aparcamiento. Cuando Gabe empezó a salir de su silla, vaciló. ¿Debía ayudarlo y cargar la silla?

El hombre debió de percibir su titubeo.

—Está todo controlado —dijo con brusquedad.

Kenny se disponía a subir a la furgoneta detrás del perro cuando su padre aparcó por fin a su lado.

—¿Qué pasa? —gritó Russ desde el Jeep—. ¿Hoy ha terminado antes el entrenamiento?

Kenny no contestó. Tomó sus cosas.

—Ha llegado mi padre —dijo—. Gracias, entrenador.

—Eh, Brent, ¿has visto eso? Es Gabe Holbrook —dijo Russ—. ¿Sabías que fue mejor jugador del país dos años seguidos?

Hasta Brent parecía temeroso de que su padre los pusiera en evidencia.

—Abróchate el cinturón —dijo Kenny a su hermano.

—¿Ahora entrenas al equipo? —preguntó Russ.

Holbrook se sentó al volante antes de contestar.

—Sí.

Russ miró a Kenny con aire acusador.

—¿Por qué no me lo habías dicho?

—No te he visto desde que ha ocurrido —repuso el chico.

Rezó para que su padre se pusiera en marcha de una vez, pero Russ no lo hizo.

—Tengo que admitir que eso me pone algo nervioso —dijo—. Este chico tiene talento. Tú no la vas a tomar con él por lo que hizo Hannah, ¿verdad? Kenny no tuvo nada que ver con que acabaras en silla de ruedas. Y es el mejor quaterback que tienes. Debería ser el capitán.

Kenny sintió que se ruborizaba. Gracias a su padre, seguro que acababa en el banquillo. ¿Por qué tenía que meterse en eso?

Gabe miró a Russ con frialdad.

—Tú preocúpate de tu trabajo como padre de Kenny —dijo—. Yo me preocuparé del mío como entrenador.

Cerró las puertas y salió del aparcamiento.

Russ movió la cabeza.

—Ese tipo va a ser un problema, seguro. Tenemos que invitar a una copa al entrenador Blaine.

Gabe miró su reloj. Pensó que, antes de volver a casa, seguramente debería ir a ver a su madre. No lo hacía a menudo porque no quería encontrarse con su padre. Pero había sesión en el Senado, por lo que seguramente Garth no andaría por allí.

Aparcó delante de la casa de sus padres. Aunque su madre no tenía la culpa del lío que había terminado con una medio hermana que Gabe no quería, lo molestaba que se empeñara en mostrarse tan comprensiva con el tema. ¿Cómo podía recibir a Lucky en la familia después de lo que había hecho Garth?

—¡Gabe! —su madre abrió la puerta antes de que él llamara.

Lazarus se adelantó y la mujer le acarició la cabeza.

Después del accidente, sus padres habían contratado a un albañil para que instalara una rampa. En cuanto Gabe llegó arriba, su madre lo besó en la frente.

—Hola, mamá. ¿Qué tal?

Tenía buen aspecto. Había engordado unos kilos y su pelo moreno empezaba a ralear. Pero el brillo de sus ojos azules siempre la hacía parecer guapa.

—Muy bien. Me alegro mucho de verte.

—Estaba en el pueblo y se me ha ocurrido pasarme.

—Me alegro. Entra a tomar algo. Tu padre sentirá no haber estado aquí.

Gabe se detuvo un momento antes de cruzar el umbral. Su madre siempre intentaba arreglar las cosas entre su padre y él.

—No empieces, mamá.

La mujer sostuvo la puerta abierta y Lazarus entró delante. Celeste lo llevo a la cocina, donde sirvió un vaso de té helado a Gabe, pero no cambió de tema.

—Gabe, ¿cuándo vas a superar esa historia de Lucky? No soporto cómo está afectando a tu padre. Quiero recuperar a mi familia.

—¿Una familia que incluya a Lucky?

—¿Por qué no? Ella es tan inocente como tú.

A cierto nivel, Gabe estaba de acuerdo. Pero la situación era demasiado abrumadora para lidiar con ella en ese momento.

—Yo no pretendo hacerle daño, sólo quiero que me dejen en paz a mí. Vive y deja vivir.

—Ella pregunta mucho por ti.

—Mamá...

—Y tu padre...

Gabe dejó el vaso en la encimera con fuerza.

—¿Te preocupa papá? Él tiene la culpa de todo.

—Tienes que valorar su vida entera —dijo ella con gentileza—. No medirlo todo por un error. Todo el mundo puede cometer un error.

Tal vez sí. Y en otro momento, quizá él se hubiera tomado aquello de otro modo. Pero se había enterado de la aventura de su padre y de la existencia de su medio hermana justo cuando su vida empezaba a hundirse bajo él. Creía que su padre era la única persona en la que siempre podía confiar... hasta que Garth le hizo aquella terrible confesión.

—Tuvo una aventura con la prostituta más notoria del pueblo, mamá. Peor aún, tuvo un hijo con ella —hizo una mueca—. Y yo hice campaña por él y recaudé fondos diciéndoles a todos que tenía integridad y que sería un buen congresista.

—¿O sea que todo esto es porque te avergüenzas? —preguntó su madre.

—Claro que no. La humillación pública sólo es una parte de eso —repuso Gabe—. Pero ahora no quiero seguir hablando de Lucky. He venido a decirte que tengo un empleo.

—¿Sí? ¿Dónde?

—Aquí. Entreno a los Espartanos.

—¡Eso es maravilloso! ¡Tu padre estará tan...! —Celeste se contuvo—. Hasta Reenie se alegrará de oírlo.

—Sí, bueno —él se encogió de hombros—. Ya veremos cómo va.

Sonó el teléfono. Contestó su madre.

—¿Diga? Sí, querida, ya me he enterado. Es una buena noticia. De hecho, ahora está aquí. Sí. Te veré el jueves. Lo pasaremos bien. Me encanta comprar antigüedades. Está bien. Hablaremos pronto.

Gabe la miró.

—¿Quién era?

—Lucky.

Otra vez Lucky. La gente más importante de su vida gravitaba en torno a ella. Suspiró.

—Tengo que irme.

—Gabe, no te vayas todavía —le pidió su madre.

Pero su hermana entró en ese momento por la puerta.

—Hola. Me ha parecido ver tu furgoneta en la puerta. ¿Has decidido mostrarte un poco humano y salir de la cabaña?

Gabe no contestó. Llamó a Lazarus con un silbido y se marchó.

¿Dónde estaba Kenny?

Hannah estaba sentada en su escritorio mirando el teléfono, presa de la ansiedad que sentía casi siempre que Russ se llevaba a los chicos. Tenía miedo de que su ex condujera borracho con ellos, de que quemara el remolque con un cigarrillo, de... Imposible saber lo que podía hacer Russ.

Sonó el teléfono y contestó enseguida.

—¿Diga?

—¿Hannah?

No era Kenny, era Betsy Mann, la mujer que había llamado dos horas atrás para quejarse de que Russ había ido muy tarde a recoger a Brent, quien había ido a jugar con su nieto, y ella había tenido que perder su clase de canto. A Hannah la irritaba que la gente esperara todavía que se disculpara por los fallos de Russ. Después de todo, llevaban ya casi seis años divorciados.

—¿Has encontrado a Kenny? —preguntó Betsy.

Hannah se apoyó en la mesa y descansó la frente en el hueco de la mano.

—No. Russ no contesta y el entrenador Blaine tampoco, pero Owens me ha dicho que seguía esperando en la acerca cuando se marchó él.

—¿Has ido al instituto?

—Sí, pero no lo he visto. Ni allí ni por el camino.

—Me han dicho que Gabe Holbrook es el nuevo entrenador. ¿Has probado con él?

—No.

—¿Tienes su número?

—No.

—No te preocupes. He llamado a Celeste, la madre de Gabe, por si no lo tenías, y me lo ha dado.

A veces la gente de Dundee se empeñaba en ayudar más de la cuenta. Pero a Hannah en ese momento, eso no le importaba.

—No viene en la guía, ¿sabes? Pero yo soy amiga de Celeste y me lo ha dado enseguida.

Hannah anotó el número.

—Gracias —dijo.

Colgó el teléfono y se quedó mirando el número mientras hacía acopio de valor para llamar.

Gabe bajó el volumen de la cadena musical con el mando a distancia y se acercó al teléfono.

—¿Diga?

—¿Gabe?

—¿Sí?

Supo instintivamente que era Hannah. E inmediatamente temió que la hubiera llamado Mike para sugerirle que salieran juntos.

—¿Has visto a Kenny? —preguntó ella.

Él suspiró en silencio. Recordó con disgusto el comportamiento de Russ.

—Su padre ha ido a buscarlo.

—¿De verdad? —preguntó ella, con evidente alivio—. No he hablado con ellos y no estaba segura.

—Ha llegado tarde, pero ha llegado —explicó él.

—Me alegro.

—Encantado de ayudar —Gabe estaba impaciente por dejar el teléfono; ya había tenido que lidiar con demasiada gente ese día—. Buen fin de semana.

—¿Gabe?

—¿Sí?

—Me preguntaba...

Él se puso tenso. ¿Qué iba a decirle? ¿Habría hablado Mike con ella después de todo?

—¿Qué?

—Si hay alguna posibilidad de que...

—No.

Lazarus, tumbado a su lado, levantó la cabeza y ladró, seguramente por la tensión que percibía en él. Hubo un largo silencio, durante el cual Gabe pensó cómo podía suavizar esa brusca negativa.

—Pero no sabes lo que te iba a preguntar —dijo ella al fin—. Tú haces muchos muebles. No puede ser que una silla sea tan importante para ti. O, si lo es, quizá puedas hacerme una igual.

Aquello lo pilló por sorpresa.

—¿De qué hablas?

—De la silla del porche delantero de tu casa. Me gustaría que me la vendieras.

Gabe parpadeó atónito... Y se sintió bastante tonto.

—¿Quieres mi silla?

—Si puedo pagarla, sí.

El hombre sonrió a Lazarus, como si el perro pudiera compartir su vergüenza, y movió la cabeza. La culpa de aquello la tenía Mike. Tal vez su vanidad también tuviera algo que ver, pero, después de todo, no era la primera vez que una mujer lo invitaba a salir.

—Puedes llevártela —dijo.

—No, así no. Prefiero... ¿puedes ponerle un precio?

Gabe no sabía cuánto cobrarle. Nunca había vendido ningún mueble y no necesitaba dinero.