E-Pack Chantaje octubre 2019 - Varias Autoras - E-Book

E-Pack Chantaje octubre 2019 E-Book

Varias Autoras

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Beschreibung

Ambición inconfesable TARA PAMMI Nikos Demakis tenía su plan perfectamente trazado. Cuando lograra alcanzar el puesto de director del negocio de su abuelo, finalmente podría dejar atrás su pasado. Chantaje emocional CAROLE MORTIMER No estaba dispuesta a sucumbir a un chantaje emocional. Enamorado de la heredera Christine Flynn La prometedora hija del senador era ahora una divorciada de mala reputación…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Pack Chantaje, n.º 175 - octubre 2019

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-794-2

Índice

 

Portada

 

Créditos

 

Enamorado de la heredera

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

 

Ambición inconfensable

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Publicidad

 

Chantaje emocional

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Publicidad

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Tess Kendrick se colocó a su hijo de tres años en la cadera y bajó las escaleras del jet privado de su abuela. El pequeño Mikey enterró la cara en su pecho al notar el caliente aire del verano.

Al final de las escaleras, un miembro del servicio de seguridad de su abuela la saludó con un movimiento de cabeza mientras que un auxiliar de vuelo uniformado le llevaba el equipaje hasta el todoterreno negro que la estaba esperando.

Hacía un año que todo su mundo se había venido abajo, un año desde que el escándalo de su divorcio la había obligado a exiliarse. De acuerdo, había estado en un palacio en el Mediterráneo y su abuela materna, la reina del pequeño y próspero país de Luzandria, había sido muy amable ofreciéndoles su casa, pero Tess no podía seguir viviendo en aquella jaula de oro.

La soledad, la añoranza y la desesperada necesidad de continuar con su vida habían hecho que volviese a Camelot, en Virginia. Allí era donde había nacido y crecido, donde seguían viviendo sus padres al menos durante una parte del año, pero, sobre todo, allí era donde estaba su hogar.

—¿Necesita ayuda con el niño, señora?

—No, gracias —dijo levantando al niño rubio que iba colgado de su cuello y colocándose el enorme bolso que llevaba al otro hombro—. Y gracias por acompañarme. Ha sido muy amable.

El serio soldado con acento francés bajó la cabeza.

—Ha sido un placer estar a su servicio, señora —le hizo un gesto para que pasase delante de él—. La acompañaré al coche.

El soldado no le había devuelto la sonrisa que ella le había dedicado. Era casi como si fuese en contra de las normas, o del código de aquellos hombres entrenados para servir a Su Majestad. Incluso de niña, cuando había ido a visitar a su abuela con sus hermanos, le había dado la sensación de que las sonrisas sólo les estaban permitidas al servicio más cercano a la familia real y a sus invitados.

A pesar de que quería mucho a su abuela, uno de los motivos por los que había estado deseando volver a casa era la formalidad del palacio. Además, a su pequeño, que era muy activo y curioso, ya lo había reprimido bastante su padre, el que ya era su ex marido, que nunca había querido oír, ni ver, al niño.

Abrazó a Mikey con fuerza y fue hacia el vehículo. Su príncipe se había convertido en rana, su vida de cuento de hadas en una pesadilla y su reputación se había visto mancillada en el proceso, pero Tess estaba dispuesta a cambiar aquello. Quería olvidarse de los últimos años de su vida y volver a trabajar en su proyecto en la Fundación Kendrick.

Lo que no sabía era cómo limpiar su reputación después de todas las mentiras que su ex marido había contado de ella. Lo único que podía hacer era esperar que la gente la recordase como la había conocido, no como su ex la había descrito, y que el tiempo hubiese curado lo peor de la herida.

Aunque había heridas que no las curaba ni el tiempo.

Lo que no sabía la gente era que su matrimonio con Bradley Michael Ashworth III se había deshecho el primer año de convivencia, y que ella no había estado viviendo en un mundo color de rosa. Dado que siempre le habían dicho que no contase nada que no quisiese que luego supiese todo el mundo, no había comentado los problemas de su matrimonio con ningún amigo. Ni siquiera con su familia. Y Brad le había prometido un prolongado y vergonzoso divorcio público si no cargaba ella con la culpa del fracaso de su matrimonio.

De todos modos, el divorcio había sido humillantemente público, pero su familia no tenía ni idea de que si Tess no hubiese hecho lo que le decía Brad, éste habría ido a la prensa con unas fotografías que le habían hecho al padre de Tess con otra mujer que no era su esposa.

El viento le puso unos mechones de pelo en la cara. Sonrió a su hijo e intentó no pensar en su padre y decirse que todo el asunto de Brad había terminado. Él se dedicaba en esos momentos a dirigir las inversiones de su familia en Florida, así que era poco probable que volviesen a verse. Además, casi toda la gente a la que conocía se iba de vacaciones en verano, así que tampoco tendría problemas en evitarlos a ellos. Otra tema muy distinto era evitar al público.

El auxiliar de vuelo pasó por su lado empujando un carro con media docena de maletas y la mochila de Mikey. El escolta de Tess lo ayudó a meterlo todo en el maletero del coche y Tess se fijó en el hombre alto, musculoso y que irradiaba testosterona que le estaba abriendo la puerta para que entrase. Tenía los hombros anchos y las caderas estrechas, iba vestido con un traje negro y corbata. Y a pesar de que llevaba gafas de sol, Tess sabía que no la miraba a ella, sino que vigilaba que no hubiese ningún incidente.

Era su guardaespaldas de Bennington’s, el exclusivo servicio de seguridad que su familia había utilizado desde hacía años. Ella había pedido que le asignasen una mujer, la misma que había sido su sombra durante los años de universidad, pero estaba en otra misión hasta dos semanas más tarde. Su hermano, Cord, le había recomendado a aquella montaña de músculos.

Era la primera vez que veía a Jeffrey Parker, pero lo reconocía de una fotografía que le habían enviado por correo electrónico, para que supiese que era el hombre que había contratado y no un impostor. A primera vista, le había parecido sorprendentemente guapo y muy masculino. En ese momento, en vez de pensar en que era todavía más imponente de lo que había esperado, se sintió agradecida por su presencia. Los paparazzi la habían seguido durante toda su vida, pero nunca la habían tratado con tan poca piedad como durante el último año. En ese tiempo, había aprendido a apreciar los servicios de un buen guardaespaldas.

Cord le había asegurado que el hombre al que él llamaba el «Toro» era el mejor.

Se puso detrás de ella cuando llegó al lado del coche, para que nadie pudiese verla mientras colocaba a Mikey en su silla. Un segundo después de cerrarle la puerta, apareció por el otro lado para ayudarla a asegurar al niño.

Los dos fueron a agarrar el mismo tirante, y Tess levantó la mirada al sentir su mano debajo de la de él.

Parker se había echado las gafas de sol hacia atrás para poder ver mejor dentro del vehículo. En la hoja informativa que le habían enviado a Tess ponía que tenía los ojos azules, pero no decía nada de la profundidad de aquel azul tan claro, ni de su intensidad.

—Puedo sola —dijo ella.

—Yo lo haré, señora.

—De verdad, estamos bien…

—No iremos a ninguna parte hasta que no me haya asegurado de que el niño está bien sujeto. Usted pidió que a su llegada hubiese el menor número de problemas posible; cuanto antes me permita hacer mi trabajo, antes la sacaré de aquí.

Él no había apartado su mano y, dado que parecía no tener intención de hacerlo, fue Tess la que retiró la suya y se echó hacia atrás.

Antes de marcharse de allí, hacía un año, las cámaras la habían seguido a todas partes, por eso había pedido que su llegada fuese lo más discreta posible. Su guardaespaldas sólo estaba haciendo lo que ella le había dicho, no entendía por qué se había acalorado al sentir el contacto de sus hábiles manos.

Quiso achacar el calor a los nervios, y observó cómo Parker le sonreía a su hijo.

—¿Cómo está? ¿Demasiado apretado? —le preguntó al niño.

Él lo miró con cautela y sacudió la cabeza.

A pesar de su imponente aspecto, el hombre tenía una sonrisa increíblemente dulce. Y aunque llevaba el pelo demasiado corto para adivinar su color, tenía las cejas y las pestañas oscuras. Y al sonreír le salían unas arrugas alrededor de los ojos que hacían que no pareciesen tan fríos. Mikey le devolvió la sonrisa, vacilante.

Y eso que no solía ser cariñoso con los extraños. El guardaespaldas acabó de comprobar que el niño iba bien sujeto y dejó de sonreír. En cuestión de segundos, había salido del coche, cerrado la puerta y metido dentro las maletas que no cabían atrás.

Era evidente que su prioridad era que ni Tess ni su hijo estuviesen a la vista. No se presentó hasta que no estuvo sentado detrás del volante.

Miró por el espejo retrovisor y dijo:

—Soy Jeff Parker, señorita Kendrick. Me puede llamar Parker. Me han dicho que quiere ir directamente a la finca de su familia. ¿Es así?

De repente, la sonrisa que le había dedicado a su hijo se había esfumado y el hombre era pura profesionalidad. Tess se dijo que su hermano tenía razón, era una persona que intimidaba, y le sonrió.

—¿Sabe cómo llegar?

Él le dijo que sí y centró su atención en el miembro del séquito que le señalaba la puerta de salida. No sólo sabía cómo llegar a la propiedad que se encontraba a las afueras de la pequeña ciudad de Camelot, había recabado toda la información posible acerca de Theresa Amelia Kendrick, de Internet y de los archivos de Bennington’s. Siempre lo hacía, para saber a quién estaba protegiendo. Así como siempre estudiaba la zona en la que iba a trabajar.

Dado que su cliente había aterrizado en el pequeño aeropuerto regional de Camelot, no habían tenido los problemas que habrían podido surgir en el aeropuerto internacional de Richmond, que estaba a menos de cincuenta kilómetros de allí. No obstante, el emblema azul de Luzandria de la cola del avión no pasaba inadvertido. Y casi todo el mundo en Estados Unidos sabía que Luzandria era el país que Katherine Kendrick habría gobernado algún día si no hubiese renunciado a la corona al casarse, diez años antes, con el entonces senador William Kendrick. No obstante, el avión no estaría allí demasiado tiempo, ya estaban preparándolo para que volviese a Europa.

Y, hasta el momento, la identidad de su cliente estaba segura, así que había cumplido con su primer objetivo. Dejaron el aeropuerto por la carretera que daba acceso a la puerta trasera y Parker miró por el retrovisor.

Tess Kendrick le estaba acariciando el pelo a su hijo y murmurándole algo, y él asentía con cansancio.

Era más alta de lo que había imaginado. Y también más delgada, pero esbelta, e incluso más atractiva que en las fotografías. Pero, sobre todo, le parecía más delicada de lo que había esperado. Más… frágil. Aunque sabía que el aspecto podía engañar, sobre todo tratándose de una mujer rica y mimada. Tenía el pelo oscuro, pero llevaba mechas color platino, la manicura francesa y un traje blanco de pantalón muy poco práctico para un viaje trasatlántico con un niño. Era evidente que era una mujer cara de mantener. Y tenía una sensualidad discreta.

Se había recogido el pelo para apartárselo de las clásicas líneas de su cara, dejando a la vista los delicados lóbulos de sus orejas, el cuello largo. El escote de la chaqueta llegaba a sus pechos. La piel desnuda iba adornada por varias cadenas de oro. La más larga descansaba sobre su escote.

Parker ignoró la sensación de tensión entre sus piernas y se centró en la carretera. Tenía que admitir que era una mujer agradable a la vista, y que el calor que había sentido al tocar su piel, que era increíblemente suave, lo había pillado completamente desprevenido. Pero aquella primitiva respuesta de su cuerpo no era más que la reacción normal de un hombre ante una mujer bella. Una mujer mimada diez años menor que él, que tenía treinta y seis.

Pero, aparte de su aspecto físico, el resto de su clientano le impresionaba.

Según había oído, su marido se había quedado tan desconcertado como el resto del mundo cuando ella le había pedido repentinamente el divorcio y se había llevado al hijo de ambos fuera del país. Aparentemente, el tipo no tenía ni idea de lo que había pasado. Y Tess se había negado a hacer declaraciones. La prensa tampoco había conseguido averiguar los motivos de su marcha.

Parker, que había estado visionando vídeos antiguos un par de días antes, había visto confesar al marido que ella había dicho que el matrimonio le aburría, y que no creía poder ser feliz sólo con un hombre en su vida.

Se compadecía de cualquier hombre que se casase con una mujer como aquélla.

Parker respetaba el matrimonio. Aunque no estuviese hecho para él, que estaba casado con su trabajo y no estaba hecho para tener una mujer. Ni mucho menos, hijos. Él pensaba que los hijos tenían que tener a su padre cerca, y él nunca sabía dónde iba a estar. Pero la mujer que en esos momentos descansaba una mano sobre la rodilla de su hijo y miraba por la ventana había hecho una promesa al casarse. Y la había roto porque se aburría. Y llevarse a su hijo y dejar a su ex marido soportando la humillación pública era un golpe muy bajo.

El GPS hizo un sonido y él se centró en el sistema de navegación, que le decía que tenía que girar un poco más adelante. De todos modos, se recordó, no entraba en su trabajo que le gustase su clienta. Tenía que hacer de chófer y protegerla del público o de cualquier paparazzi que intentase violar su privacidad. En su tiempo libre, estaría en contacto por teléfono y ordenador con el equipo técnico que tenía que supervisar.

Dado todo lo que tenía que hacer, no habría aceptado aquella misión si no hubiese sido porque el hermano de Tess, Cord, se lo hubiese pedido. Le caía bien Cord, era un buen cliente.

Los Kendrick eran unos de los mejores y más antiguos clientes de la empresa. Y dado que rechazar el trabajo no habría sido políticamente correcto, lo había aceptado y había continuado supervisando, durante su tiempo libre, la seguridad de una conferencia judicial que tendría lugar muy pronto.

Tardaron menos de diez minutos en llegar a la propiedad de los Kendrick. La casa, como la mayoría de sus propiedades, no se veía desde la carretera. Una puerta doble de hierro suspendida entre pilares de piedra bloqueaba el camino.

Parker se acercó al pilar donde había que marcar la clave de entrada.

Tess se echó hacia delante.

—Veinticuatro, dieciséis, cincuenta y siete —dijo.

Él marcó los números, esperó a que se abriese la puerta y avanzó por el camino. El sol se estaba poniendo entre los árboles y, todavía con la ventana bajada, Parker sintió el cambio de temperatura del aire, el frío de las sombras, y oyó el relinchar lejano de un caballo. Los tres pisos de la mansión aparecieron delante de ellos al girar la curva.

Los árboles se abrieron y dieron paso a unos pastos cuidados, una fuente justo delante del pórtico y una fachada repleta de ventanas.

Era normal en su trabajo ser testigo de ciertas extravagancias. Había protegido a clientes en yates, en los mejores hoteles del mundo, en fincas que se extendían hasta el infinito. Lo que más le impresionaba de ellos era la cantidad de personal que necesitaban para mantener aquellos lugares.

Esperó que saliese alguien a recibirlos mientras bajaba del coche y le abría la puerta a sus pasajeros.

Pero la enorme puerta de la mansión se mantuvo cerrada. Él se echó hacia delante para tomar en brazos al niño, que se había dormido.

—Yo lo llevaré —dijo Tess—. Y su mochila también. Si no le importa tomar el resto del equipaje. Aquí está mi llave —comentó tendiéndole un pequeño llavero—. Es la plateada.

Pensando que era extraño que no esperase que nadie le abriese la puerta, Parker la ayudó a salir del coche. Ella le dio las gracias y lo esperó en la parte de atrás del coche con el niño en brazos.

Sorprendido porque siguiese sin salir nadie a recibirlos, le dio a Tess la mochila de Harry Potter de Mikey y empezó a sacar las maletas de diseño, suficientes como para poner una pequeña tienda. Parker, que no sabía cómo decirle a su cliente que hacer de mayordomo no era su trabajo, agarró cuatro maletas y la siguió escaleras arriba hasta la puerta.

Utilizó la llave que le había dado y abrió, recogió de nuevo el equipaje y la siguió dentro.

—Puede dejar las maletas en la entrada —dijo ella en voz baja para no despertar al niño—. Venga conmigo, por favor.

Y siguió andando, golpeando los tacones contra el suelo de mármol mientras atravesaba la entrada.

Parker se dio cuenta de que había polvo encima de los muebles, las lámparas estaban apagadas y las cortinas, cerradas. Pero lo que más notó fue que la casa estaba completamente en silencio, vacía.

De repente, le dio la sensación de que aquella misión no iba a ser tan sencilla como él había pensado. Siguió a su clienta hacia una pequeña puerta que estaba camuflada debajo de una escalera y que daba a un recibidor que también estaba a oscuras.

Era evidente que estaban en la zona de servicio. El pasillo estaba pintado de color blanco y las habitaciones tenían muebles prácticos, nada que ver con los sillones tapizados de terciopelo del salón principal, ni con el arcón labrado que había en la entrada.

Después de pasar por dos habitaciones con dos camas, Tess abrió la puerta de otra en la que había una cama de matrimonio, un armario y un escritorio a un lado, y una pequeña zona de estar al otro. Dejó a su hijo en el sofá de tweed color malva, se quitó un chal de punto de colores chillones y tapó al niño con él. Luego le quitó los zapatos, le tapó los pies y él se movió. Para tranquilizarlo, le acarició la cabeza antes de volver a salir al pasillo.

A Parker le sorprendió que fuese tan cariñosa con su hijo, no había esperado que se comportase de un modo tan maternal. Aunque tal vez hubiese sido un gesto protector, más que maternal. En cualquier caso, la vio sonreír incómoda cuando entraron en la enorme cocina.

Se estaba preguntando dónde estaba todo el mundo cuando Tess dio la luz y la habitación se iluminó.

—Puede instalarse usted en la habitación en la que he dejado a Mikey. Es la del ama de llaves —dijo todavía en voz baja—. Rose estará con mis padres en Hamptons todo el verano. Y el resto del personal está de vacaciones. Salvo el encargado de los establos y su esposa, que viven encima de los establos. Y el encargado de los jardines, que viven en la casita que hay cerca del lago. La habitación de Rose tiene baño, y puede utilizar la piscina y el gimnasio que hay en el piso de abajo si quiere.

Tess se dio cuenta de que Parker estaba frunciendo el ceño. Era un hombre difícil de descifrar, algo que parecía ser normal en su profesión, pero parecía más interesado en lo que lo rodeaba que en su propia comodidad.

Tess se sintió en desventaja y se dio cuenta de que empezaba a perder los nervios. Estaba agotada después de una semana preparando el viaje de vuelta, pero tenía que elegir entre quedarse allí quieta o moverse. Y dado que moverse le pareció más digno, se dio la vuelta y empezó a andar por la cocina. El hecho de que el guardaespaldas siguiese en silencio e inmóvil le alteró todavía más.

—Supongo que ha hecho los deberes —empezó Tess, odiando la situación en la que estaba, pero sin saber cómo plantear el tema de otro modo—. Y que sabe todo lo que se dijo de mí antes de que me marchase.

Se volvió y lo miró a los ojos.

—Casi todo —admitió él.

Tess no se molestó en imaginar lo que pensaría él de toda aquella basura, levantó la barbilla, pero entonces se dio cuenta de que no podía ponerse a la defensiva con él. Necesitaba tenerlo de su parte. Necesitaba, desesperadamente, un aliado.

Y tan mal estaba, que había tenido que contratarlo.

—Ha trabajado para mi hermano —le recordó con los brazos cruzados—, así que sabe que hay personas que distorsionan la verdad para sus propios fines. Y sabe que la prensa tiende siempre a exagerarlo todo —a su propio hermano le habían pedido que mantuviese a un hijo que no era suyo y lo habían acusado de provocar una pelea en un club nocturno que había empezado después de que él se marchase. Y si no recordaba mal, Parker había estado con él aquella noche en particular—. Espero que lo tenga en mente al pensar en todas las cosas que se han dicho de mí. Y también espero que mi hermano no se haya equivocado con usted —añadió antes de que él pudiese preguntarse por qué no se había defendido si todo lo que habían dicho de ella era mentira—. Cord me dijo que podía confiar en usted. En estos momentos, no tengo a nadie, aparte de mi familia, en quién confiar. Por eso pedí que viniese usted. Por eso, y porque mi hermano comentó que usted es capaz de casi todo.

Él arqueó una ceja.

—No quise comentarle mis planes por teléfono, ni por internet —añadió Tess—, pero además de ser mi chófer y de mantener alejados a los paparazzi, hay otras cosas que quiero que haga. Espero que no le importe.

Parker llevaba años aprendiendo a anticiparse a la gente y a las situaciones. Había pocas cosas que lo pillasen desprevenido. Dado que siempre estaba preparado para lo peor, casi nada le sorprendía. No obstante, no había esperado la absoluta franqueza de aquella mujer que le sonreía esperanzada, ni sentirla tan sola mientras esperaba a que él le confirmase si lo que su hermano le había dicho era verdad. Reconoció aquella sensación de separación, de no sentirse parte de nada, él mismo se había sentido así el año anterior.

No obstante, apartó aquello de su mente y la estudió con detenimiento.

—Puede creer a su hermano. Tanto usted como sus planes están seguros conmigo, pero tal vez su hermano haya hecho que se cree una falsa impresión de mí, o de lo que estoy dispuesto a hacer —tenía la sensación de que lo que quería la hermana de Cord no era echar una partida de póquer, ni salir por la noche—. Tengo que decirle que nunca infrinjo la ley.

Ella abrió mucho los ojos.

—Yo nunca le pediría que hiciese algo así. Lo que quiero es perfectamente legal.

—¿Y qué es exactamente lo que quiere que haga?

—Algunos recados. Y tal vez, que vigile a Mikey un rato de vez en cuando, si es absolutamente necesario.

Parker gimió en silencio. Era guardaespaldas, no esclavo personal. Y, mucho menos, canguro.

—Con los debidos respetos, señorita Kendrick, pero mis atribuciones están en el contrato que ha firmado su familia con Bennington’s. Y consisten en vigilarla, protegerla y evacuarla si es necesario. Si necesita un secretario personal, tendrá que contratar uno. Y, tal vez, también una niñera.

Observó su pelo, que acababa de retirarse de la cara, su rostro perfectamente maquillado, la chaqueta de seda y su escote.

Y se dijo que Tess Kendrick estaba acostumbrada a conseguir todo lo que quería. Y a desprenderse de lo que no quería, como había hecho con su marido.

No obstante, en vez de mostrarse ofendida, vio en su expresión algo parecido a una disculpa.

—Ése es el problema —comentó—. Aunque supiese a quién contratar… en quién confiar —señaló—. No quiero tener a nadie más cerca. Cuantas menos personas sepan que estoy aquí, menos posibilidades habrá de que se hable de mí. Lo único que le pido es que me ayude a comprar una casa, y hacer como si fuese usted quien quiere comprarla. Y un coche. Perdí el mío con el divorcio.

En realidad, lo había perdido todo, salvo algunos objetos personales, su ropa, y las cosas de Mikey, que estaban casi todas en el ático de sus padres. No obstante, no lo dijo. En parte, porque quería olvidarse de los últimos años. Y, en parte, porque no creía que a aquel hombre le interesase saber que necesitaba reconstruir su vida y la de su hijo.

—¿Y sus hermanos?

—Gabe no tiene tiempo libre. Y nunca se prestaría a comprarme un coche, de todos modos.

Su hermano mayor era gobernador del estado. Y, además de tener poco tiempo, no se había puesto demasiado contento con todas las cosas que se habían dicho acerca de su divorcio. Por eso no quería pedirle el favor.

—Cord está metido en el negocio inmobiliario. Y entiende de coches.

—Está con su esposa en Florida Keys, pescando. Y le pediría a Ashley que me ayudase a comprar una casa, pero vive a una hora de aquí y está muy ocupada con los niños. Además, las dos juntas atraeríamos demasiada atención.

Por otro lado, su hermana nunca había estado de acuerdo con su modo de vida. Ashley siempre lo hacía todo bien, y había esperado que su hermana pequeña le siguiese los pasos.

Dado que Tess era la benjamina de la familia, todos sus hermanos habían insistido siempre en cuidarla, en hacerle las cosas, y lo único que se había esperado de ella era que mantuviese la integridad del apellido familiar.

Tess odiaba pensar que había cometido un error con la única decisión importante que había tomado en toda su vida.

—No le llevará demasiado tiempo —prometió, intentando no sentirse fracasada, ni impotente—. Necesito tener mi propia casa antes de que vuelvan mis padres —que llegarían al día siguiente del Día del Trabajador, con lo que tenía seis semanas.

Él la miró con escepticismo.

—¿Sabe cuánto tiempo puede tardarse en comprar una casa y mudarse a ella?

—La verdad es que no —admitió Tess. No tenía ni idea—. Pero no puedo permitir que me lleve demasiado tiempo. Me sentiría muy incómoda viviendo con papá y mamá —bajó la voz—. Sobre todo, con mi padre. Si es necesario, alquilaré algo hasta que encuentre lo que quiero. No me gustaría ir de un lado a otro con Mikey, pero haré lo que sea necesario.

Pensó en su padre, no estaba preparada para enfrentarse a William Kendrick todavía. Estaba decepcionada y enfadada porque hubiese traicionado a su madre. Y no tenía a nadie en quien confiar. Así que lo único que podía hacer era controlar sus emociones del mismo modo que controlaba la ansiedad que le provocaba todo lo demás a lo que tenía que enfrentarse, y utilizar toda su energía en superar el pasado.

Parker seguía en silencio.

—Le pagaré lo que me pida.

Pero no era lo que ella quería que hiciese lo que lo mantenía en silencio, sino verla tan tensa y nerviosa. Estaba seguro de que al señor Kendrick no le había hecho ninguna gracia toda la publicidad que se le había hecho al divorcio de su hija. No obstante, ella no parecía incómoda al hablar de su padre, sino, más bien, herida.

Sintió lástima por ella, y no quiso sentirla. Pero no podía evitarlo. Sabía lo que significaba perder la aprobación de un padre. Desde que había dejado los marines, cinco años antes, el suyo casi ni le hablaba. Pero su padre era general y la carrera militar siempre había sido su vida.

Frunció el ceño. No le gustaba pensar en aquello. Ni le gustaba darse cuenta de que ella había conseguido distraerlo. No obstante, aquella mujer acababa de recordarle lo solo que se sentía desde que había perdido a su hermana y al padre que nunca había estado ahí para ellos.

Se recordó que aquello no tenía nada que ver con lo que su cliente le había pedido. Y justo, en ese momento, oyó pasos en la galería que había fuera y se dio la vuelta en el mismo momento en que se abría la puerta.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Tess había oído una llave y el golpe de una puerta, pero antes de que le diese tiempo a imaginarse quién podía tener tanta prisa en entrar, se dio cuenta de que su guardaespaldas le había bloqueado la vista de la puerta.

Parker le hizo una señal para que estuviese quieta, pero ella asomó la cabeza y vio una manzana rodar por el suelo.

Ina Yeager, la empleada afroamericana de su madre, tenía casi cuarenta años. Se quedó quieta. Tenía la mano derecha apoyada en el pecho y en la izquierda llevaba una bolsa con comida.

Tess le dio la vuelta a la montaña de músculos que tenía delante.

—Todo va bien. Ina, éste es el señor Parker. Es mi chófer y guardaespaldas —explicó—. Se va a quedar aquí un par de semanas. Parker —añadió—. Ésta es Ina, trabaja en la casa —sonrió a la mujer y recogió la manzana que se había caído al suelo—. Es la esposa del encargado de los establos.

Al ver que Tess se agachaba a recoger una lechuga y una cebolla roja que estaban en el suelo, la mujer se agachó también.

—Lo siento. No sabía que estuviese aquí. En la cocina, quiero decir. Eddy ha salido a buscar el equipaje, pensé que estaría explicándole dónde dejarlo.

—Puede dejarlo en la entrada.

—Se lo diré.

Ina recorrió a Parker con la mirada. Recogió lo que quedaba en el suelo, unos plátanos, y se volvió hacia Tess.

—Su madre me llamó para decirme que iba a quedarse una temporada aquí con su hijo. Pretendía llegar antes que usted y ordenarlo todo. He comprado lo suficiente para que cenen y desayunen mañana —dejó las verduras al lado de la pila y sacó una fuente de un armario—. No me acordaba de todas sus preferencias —comentó llenando el cuenco de fruta y sacando de la bolsa leche, mantequilla, pan y huevos—. Si me da el menú para la semana, volveré mañana al mercado.

La mujer, diez años mayor que ella, parecía incómoda. Tess supuso que era porque no llevaba el uniforme puesto. Y por la presencia de Parker, que observaba todos sus movimientos en silencio.

Eso estaba pensando Tess cuando se dio cuenta de que Ina también la miraba a ella. Suponía que se habían dicho muchas cosas acerca de su divorcio.

—Yo cocinaré para usted, dado que Olivia está con sus padres. ¿Se va a quedar en su antiguo dormitorio?

—Sí, con Mikey —«pero yo me ocuparé de eso», iba a decir, pero Ina ya había empezado a hablar.

—Se lo arreglaré en cuanto haya terminado aquí. ¿En qué habitación quiere que se instale el señor Parker?

—En la de Rose —era la habitación más grande, y la única que tenía cama de matrimonio.

Teniendo en cuenta su tamaño, incluso aquella cama le quedaría pequeña.

—Dejaré toallas limpias en su baño.

—Dígame dónde están, y yo me ocuparé de ello.

Ina abrió la boca, pero la volvió a cerrar. Fruncía el ceño, como si no hubiese oído bien.

—Tengo que arreglar todas las habitaciones. No se ha hecho nada desde que se fueron sus padres el mes pasado. Tengo que pasar la aspiradora, limpiar el polvo. Supongo que querrá flores frescas…

Tess sacudió la cabeza.

—No se preocupe por nada. No quiero que malgaste sus vacaciones conmigo. Haga como si no estuviésemos aquí. Y, por favor, no le diga a nadie que he vuelto. A nadie de fuera, quiero decir. No le ha dicho nada a nadie en el mercado, ¿verdad?

—Ni una palabra —respondió Ina, que parecía confusa—. Su madre me pidió que fuese discreta con su presencia. Y yo se lo he dicho a Eddy y a Jackson. Pero su madre también me pidió que me ocupase de usted y de su hijo…

—Y yo le estoy pidiendo que se olvide de que estoy aquí.

La mujer no quería disgustar a su jefa. Y Tess tampoco quería causarle problemas a Ina, pero quería continuar su vida sola, sin que nadie se ocupase de ella.

Tenía que aprender a cuidarse sola, y de su hijo.

—Necesito pasar tiempo sola. Con mi hijo. Si necesito su ayuda, la llamaré. Yo se lo explicaré a mi madre si dice algo —le prometió—. ¿De acuerdo?

—Si está segura…

—Segura. Disfrute de tu tiempo.

—¿Me llamará si necesita algo?

—Sí.

—Bueno, en ese caso, voy a decirle a Eddy que deje su equipaje en la entrada —luego dudó—. Podemos subírselo a su habitación si quiere.

—No será necesario, de verdad, Ina. Sólo dígame dónde están las toallas limpias para el señor Parker.

La empleada le mostró un armario en el que había ropa de casa, y luego desapareció por la puerta que llevaba al comedor, y a la entrada. Poco después, Tess vio a Ina y a su marido pasar por delante de las ventanas de la cocina y volver a los establos.

—¿Puedes confiar en ella?

—Eso espero. Ina lleva diez años trabajando para mis padres. Nunca le he oído decir nada inapropiado. Parece ser que mi madre sabe inspirar lealtad mejor que yo.

Miró a Parker distraídamente y luego cerró un armario y abrió otro. A él le sonó como si la hubiesen traicionado, pero se recordó que su vida no era asunto suyo. Salvo si afectaba a su trabajo. No obstante, en esos momentos, Parker estaba interesado en lo que Tess estaba haciendo.

El modo en el que se movía por la habitación le hizo pensar que estaba buscando algo en particular. O tal vez estuviese intentando familiarizarse con un lugar que le era desconocido.

—Entonces —dijo Tess—. ¿Va a ayudarme?

—No pienso hacer de canguro.

—¿Significa eso que me ayudará a comprar la casa?

—Haré las llamadas —asintió.

—¿Y el coche?

—Dígame lo que quiere y la ayudaré a conseguirlo.

Ella apartó la mirada, como si supiese que él se había dado cuenta de que estaba desesperada y de que le agradecía inmensamente su ayuda. Siguió buscando, como preocupada. Pero fue cuando dejó una cacerola encima de los fuegos y desapareció detrás de donde estaba la despensa, cuando Parker se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Aunque era evidente que no estaba segura de cómo hacerlo.

Estaba estudiando las instrucciones de la caja de pasta como si fuesen todo un misterio.

—¿Le importa si le pregunto por qué no ha permitido que la ayudasen a preparar la cena? —preguntó Parker.

—Porque ya va siendo hora de que aprenda. ¿Qué cree que lleva la salsa marinara? Es la favorita de Mikey. Dejó la caja y volvió a buscar en las estanterías—. Me lo inventaré, no me queda otra.

—Necesita tomates.

Tess encontró una lata.

—¿Como éstos?

Él dio un paso al frente y miró la etiqueta.

—Ésos tienen chile. Necesita tomates solos.

—Gracias —murmuró ella mientras seguía buscando—. Sólo estamos a siete kilómetros de Camelot. Tal vez sea mejor que vaya a cenar a un restaurante, pero puede acompañarnos si quiere formar parte del experimento —tomó otra lata—. ¿Ésta?

Parker no supo qué tiraba de él en esos momentos, si el hecho de que lo hubiese invitado a cenar con ella y su hijo, o que quisiese, de repente, ser autosuficiente. Se preguntó en qué se estaba metiendo, aunque sabía que ya era demasiado para salir, y asintió con cautela.

—¿No ha cocinado nunca antes?

—Nunca lo he necesitado —admitió ella—. Mi madre siempre ha tenido cocinera. Y en la universidad, y después de casarme, íbamos de restaurantes o comprábamos comida para llevar. Nunca me interesó la cocina.

«Hasta ahora», tenía que haber dicho.

Parker no quiso preguntar por qué había decidido aprender delante de él. Su resuelta respuesta había resucitado la imagen que tenía de ella antes de conocerla, que era una niña mimada que acababa aburriéndose de todo.

Se apartó de la isla. Ella le había pedido que fuese su secretario y su canguro. No pensaba hacerle también de cocinero.

—Es probable que encuentre la receta en un libro de recetas —le sugirió—. Mientras tanto, yo voy a dar una vuelta a la casa. ¿Dónde está situada la alarma?

—Lo siento. Sólo estaba pensando en dar de comer a mi hijo —respondió ella, dejando los ingredientes al lado de la cacerola—. Quería decirle que no se preocupase mientras estemos aquí. Sólo necesito que nos proteja cuando estemos en la calle.

—¿Tienen un equipo de seguridad aquí?

—Está la alarma.

—¿Pasan patrullas regularmente? ¿O tienen perros?

—Lo de las patrullas, no lo sé. Y papá y mamá tienen un setter irlandés, Copper, pero está con ellos. Y Eddy e Ina tienen un pastor alemán.

—Pero no debe de ser un perro guardián. Yo no lo he visto por ninguna parte al llegar.

—Tal vez estuviese en el lago.

—¿Cuántas hectáreas tiene la finca?

—Unas doce.

—¿Y cuántas habitaciones tiene la casa?

—¿Incluidos los baños y las habitaciones de servicio? —se encogió de hombros—. Tal vez, treinta y cinco.

—Eso es demasiado espacio para estar sola —le dijo él rotundamente—. Sé que no quiere que nadie se entere de que está aquí, pero si alguien lo hace, la prensa y los paparazzi no tardarán en aparecer. Podrían intentar entrar.

Aquello le recordó a Tess que, efectivamente, había habido ocasiones en las que se había violado la privacidad de la finca. Los paparazzi habían trepado los muros para hacer fotografías de su boda y un fotógrafo había alquilado un globo aerostático para la fiesta en la que Ashey celebraba sus dieciséis años.

Y en una ocasión habían fotografiado a su hermano Gabe al lado del lago con la hija del ama de llaves. Addie era su esposa en esos momentos, pero la prensa se había cebado con aquello en el pasado.

—Sólo quiero asegurarme de que esté tan protegida como crea estarlo.

Parker estaba haciendo lo que estaba entrenado para hacer, lo que ella le pagaba para que hiciese, pero acababa de quitarle la poca seguridad que había sentido.

De repente, Tess se sintió vulnerable. Levantó la mano hacia el pasillo.

—El sistema de seguridad está detrás de uno de los paneles de la sala de calderas.

—¿Y el monitor de la puerta principal y de las cámaras que rodean la finca?

—Junto al ordenador. Aquí —dijo señalando una pequeña habitación que había al lado del office.

—¿Es el único?

—El encargado de los establos tiene otro. Está allí porque siempre tiene que haber alguien con los caballos.

Él fue hacia la habitación en la que, aparentemente, el ama de casa realizaba las tareas domésticas. Encima del escritorio había un ordenador de última tecnología, una pantalla de televisión plana que mostraba las imágenes de todas las cámaras situadas en la propiedad. En la pared de al lado había un intercomunicador que debía de estar conectado con la puerta principal y, posiblemente, con los establos.

En la pantalla fueron apareciendo buena parte del lago, praderas y jardines, caballos pastando, una piscina. Luego, varias imágenes que sólo mostraban piedras y follaje. Debían de proceder de las cámaras que rodeaban la propiedad.

—¿No hay nadie en la finca aparte de Ina, Eddy y… cómo se llama el encargado de los jardines?

—Jackson. Y no. No hay nadie más.

—Necesito conocerlos, por si aparecen en pantalla.

—Llamaré a Ina y le pediré que se los presente.

Parker la observó ir hacia el teléfono. Al hacerlo, la suavidad de su perfume, que era sutil, cálido y fugaz, como la propia mujer, se movió con ella.

Se había dado cuenta de lo bien que olía cuando se había puesto a asegurar al niño en el coche. En ese momento había pensado que había sido el roce de sus manos lo que le había afectado tanto, pero entonces supo que no necesitaba tocarla para que lo invadiesen aquellas inquietantes sensaciones.

Necesitaba irse de allí.

—Se encontrará con usted al lado del seto en forma de arco —anunció Tess dándole una excusa para ir hacia la puerta—. Sólo tiene que seguir el camino empedrado que cruza el césped.

—Comprobaré el interior de la casa cuando vuelva.

Tess iba a decirle que no tenía que preocuparse por el interior de la casa, pero entonces recordó que era la primera vez que estaba sola en aquella enorme mansión.

Esa noche estarían solos su hijo y ella, y el ridículo guardaespaldas que estaba saliendo de la habitación como si necesitase urgentemente respirar aire fresco.

Tess observó por la pantalla cómo avanzaba por el camino. Y se dio cuenta de que no necesitaba aire. Sólo quería utilizar su teléfono móvil.

 

 

—Estoy en medio de la nada en estos momentos, pero no será un problema seguiros desde aquí.

Parker sujetó el pequeño teléfono móvil contra su oreja mientras andaba. No le costaba hacer dos trabajos a la vez. Lo que le costaba era admitir que Tess Kendrick tenía un desconcertante efecto en él.

—Lo mejor es que los enviéis a la oficina de FedEx, en Camelot, Virginia —continuó—. Yo los recogeré allí. Dadme un par de días para compararlos con los gráficos que ya tenemos y os diré algo.

Al otro lado de la línea, su compañero le dijo que tendría las huellas que habían estado esperando a mediodía.

Después de recibir un escueto informe acerca de cómo estaba el equipo de vigilancia instalado en el hotel, y de dar las gracias todavía más brevemente, Parker cerró el teléfono y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta.

El año anterior había coordinado la seguridad de varios conciertos de rock en Central Park, Los Angeles, y Londres. Había trabajado con los equipos de seguridad de los Oscar. Y empezaría a trabajar para los Emmy y el festival de cine de Cannes en los próximos meses. En esos momentos coordinaba las estrategias de protección y evacuación del Servicio Marshal’s, junto con el equipo de seguridad del hotel para una conferencia judicial que tendría lugar en Minneapolis el mes siguiente.

Dado que se tomaba muy en serio sus obligaciones, Parker hacía uso de toda su experiencia, que era considerable. Había estado en el grupo de Operaciones Especiales de la Marina y todavía seguía estando de servicio de un grupo especial de entrenamiento. Le encantaba la parte táctica del trabajo. Al contrario que su padre, no quería que la carrera militar fuese su vida. No echaba de menos la violencia que había encontrado, y también causado, en operaciones clandestinas en ciertos países del Tercer Mundo. Pero su corazón y su alma siempre estaban dispuestos a aceptar un reto. Por eso no se lo había pensado dos veces a la hora de aceptar el trabajo en la sede central de Bennington’s, en Baltimore. Ni tampoco al aceptar el ascenso que le habían ofrecido un par de años antes para que coordinase los proyectos tácticos más importantes de la empresa. Al principio, la novedad del trabajo, la variedad de destinos y la exclusiva clientela de Bennington’s habían sido suficientes para mantenerlo fascinado. No obstante, no había tardado en echar de menos utilizar sus capacidades psicológicas y técnicas. Y, sobre todo, echaba de menos los retos que implicaban los grandes proyectos.

Oyó el relinchar de los caballos y, a lo lejos, vio que Ina lo saludaba.

Al ver a la empleada, a la que Tess había dicho que disfrutase de su tiempo, Parker recordó que él era la única persona a sus órdenes. Y sólo eso ya iba a significar un reto en aquella misión.

 

 

Cuando volvió a la casa media hora más tarde, ya no se acordaba de que su cliente había decidido repentinamente ser autosuficiente. En esos momentos tenía una idea general de la zona, y lo que le preocupaba era controlar la zona trasera de la casa. La mala noticia era la cantidad de balcones y puertas acristaladas que daban a los bonitos jardines. Todos eran una posible puerta de entrada, o un lugar desde donde tomar fotografías. La buena noticia era que cualquiera que intentase trepar hasta ellos corría el riesgo de romperse la cabeza.

Entró en la casa intentando no hacer ruido por si el niño estaba durmiendo y vio que Tess seguía en la cocina.

Había sacado todos los libros de cocina que había en la librería del pasillo. Y los tenía amontonados a ambos lados de donde estaba ella, concentrada leyendo uno de ellos.

Levantó la mirada cuando él llegó a la puerta. Se retiró el pelo que le caía sobre la cara y se irguió.

Fue entonces cuando Parker se dio cuenta de que se había quitado los tacones y de que llevaba las uñas de los pies pintadas de un brillante rojo coral. Los collares también descansaban cerca de tres platos de cerámica encima de los cuales estaban los cubiertos envueltos en servilletas de tela.

—¿Va todo bien? —preguntó Tess.

—Eso parece. Ed dice que no hay alarmas en el perímetro de la propiedad debido a los animales salvajes, pero la alarma de la casa principal y del garaje se oye en su casa y en la central de alarmas. Piensa que la policía de Camelot tardaría entre dos y diez minutos en venir, dependiendo de dónde estuviesen los coches patrulla.

—¿Acaso le ha dicho algo que le haga pensar que vamos a necesitar a la policía?

—Si se refiere a si ha visto paparazzi por la zona, no. Ha sido un verano muy tranquilo.

Ella respiró profundamente.

—¿Le importa si inspecciono la casa ahora? —añadió Parker.

Sabía que la distribución interior era esencial para su trabajo. Y quería saber, en especial, dónde estaban las puertas, o cualquier otro posible punto de acceso o salida. No pensaba que los Kendrick estuviesen amenazados y, de acuerdo con los archivos de Bennington’s, no había habido nunca ningún intento de secuestro, venganzas ni cosas por el estilo. Pero dado que tenían mucho dinero, no había que descartar nunca la posibilidad. Los niños eran especialmente vulnerables.

—Necesito saber dónde va a estar durmiendo con su hijo.

—¿Le importa si esperamos un poco? Tengo que quedarme aquí hasta que se despierte Mikey. Seguro que no se acuerda de la casa, y se asustará si se despierta y no me ve —luego, miró preocupada el libro de cocina—. Tengo que averiguar cómo hacer esto también. Va a tener hambre cuando se despierte.

Parker había estado fuera media hora.

—¿No ha encontrado ninguna receta?

—He encontrado varias. Pero todas me parecen… complicadas.

—¿Puedo echar un vistazo?

Ella le tendió el libro. En la página por la que estaba abierto había una receta de salsa boloñesa y otra de salsa marinara.

Parker señaló la segunda.

—¿Qué le pasa a ésta?

—No sé exactamente cómo saltear, ni reducir.

Hasta entonces, Parker no se había dado cuenta de que tenía ojeras, ni de lo cansada que parecía a pesar de estar sonriendo. Pero lo cierto era que no había querido fijarse demasiado en ella. Se consideraba un hombre justo, y, para ser justo, tenía que admitir que Tess no parecía ser la mujer que él se había imaginado. Era joven y era evidente que sabía lo que era vivir bien, pero en ningún momento se había comportado como si fuese una mujer mimada, egoísta, difícil o exigente. Tal vez un poco débil, aunque no estaba seguro. En cualquier caso, hasta el momento no se parecía nada a la diva de la que hablaba la prensa.

Parker se olvidó de sus prioridades y recordó que eran las dos de la madrugada en el país del que acababan de llegar. La mujer debía de estar muerta de cansancio.

Se dijo que sólo lo hacía por el chico, y se olvidó de que se había jurado no hacer de cocinero.

—No son recetas tan complicadas —le dijo aflojándose la corbata—. Pero no debería hacer experimentos con un niño inocente. Yo lo haré.

Tess parpadeó, incrédula.

—No puedo pedirle que haga eso.

—No me lo ha pedido.

—Lo que quiero decir es que no tiene que hacerlo. Yo me las arreglaré.

Él arqueó una ceja y se quitó la chaqueta.

—Quiero decir, si usted me dice cómo —rectificó Tess.

—Será más rápido si lo hago yo —dejó la chaqueta en el respaldo de una silla—. Esa cacerola nos servirá para la pasta —añadió mientras se remangaba la camisa—. Pero necesito otra más pequeña para la salsa. ¿Le importa si miro en la despensa? —preguntó acercándose a ella—. Sólo necesito ajo, aceite de oliva, sal y albahaca. La albahaca fresca es mejor, pero si no hay, la seca servirá también.

Tess abrió la boca y la volvió a cerrar. No sabía si su guardaespaldas quería acabar pronto con la cocina para que así le enseñase la casa en cuanto Mikey se despertase, o si pensaba que ella era incapaz de preparar la cena. Lo último le dolió, sobre todo, porque tenía la sensación de que la consideraba una chica inocente, joven, inútil o una combinación de las tres cosas. En cualquier caso, no podía dejarse vencer.

Aquel hombre estaba acostumbrado a hacerse cargo de las cosas. Ya había encontrado el aceite de oliva y había sacado una botella de algo verde y poco consistente cuando ella entró también en la despensa.

No era la primera vez que estaba cerca de un hombre grande, pero el cuerpo de Parker la hacía sentir enana, a pesar de que no era una mujer pequeña.

Consciente de que olía a jabón y a hombre, le quitó ambas botellas de las manos.

—No tiene que hacer esto —insistió con más firmeza—, pero le agradecería que me dijese cómo se hace.

Estaba tan cerca de él que tuvo que levantar la cabeza para mirarlo. Delante sólo tenía su ancho pecho. Un pecho en el que cualquier mujer se habría sentido segura.

Al pensar aquello, sintió una oleada de calor, y se dio la vuelta.

—Por favor —murmuró.

—Está bien —accedió él por fin, siguiéndola hasta los fuegos—. Quítese la chaqueta y busque un delantal.

—Prefiero dejarme la chaqueta puesta.

—Si no quiere estropearla, quítesela.

Una chaqueta blanca y de seda, de Armani, no era lo más práctico para una primera lección de cocina. No obstante, a Tess no le apetecía ir a cambiarse de ropa.

—Da igual —dijo.

¿Le daba igual porque podía permitirse manchar un traje que costaba dos mil dólares? ¿O porque estaba acostumbrada a salirse siempre con la suya?

—La salsa de tomate mancha mucho —volvió a advertirle él.

—No llevo nada debajo —contestó ella, incómoda, agarrando un delantal—. No llevo camisa, quiero decir.

Él no pudo evitar bajar la mirada a su escote.

Aquélla era más información de la que necesitaba.

Miró el delantal y le dijo:

—Venga, dese la vuelta —no quería imaginársela vestida sólo con un sujetador de encaje.

Ella lo hizo.

—Levántese el pelo.

Obedeció.

Parker se sintió torpe mientras le ataba el delantal al cuello, y lo hizo lo más rápido posible, para no pensar demasiado en la atractiva curva de su hombro, en el suave pelo de su nuca. Tenía la piel caliente y suave y su pelo era también como de seda.

Su olor atacó al resto de sus sentidos.

—Lo primero que tiene que hacer es picar un diente de ajo.

Ella soltó su pelo, se volvió y lo miró a los ojos.

—No creo que a Mikey le guste el ajo.

—Es necesario para hacer bien la salsa marinara.

—Entonces, enséñeme a hacerla mal.

Se dio la vuelta para ir a buscar lápiz y papel y sintió los ojos de él clavados en su espalda.

—Tengo que anotarlo todo. Quiero ser capaz de hacerlo sola la próxima vez.

Le dio la impresión de que Parker sacudía la cabeza mentalmente. Pero no le importó. Tenía que aprovecharse de sus habilidades como cocinero.

Y quería saber cómo las había adquirido.

—¿Dónde aprendió a cocinar?

—Con mi madre.

—¿Es cocinera?

—No, es primer violín de la Orquesta Sinfónica de Philadelphia. Tiene que echar aceite de oliva aquí —dijo cambiando de tema y señalando el cazo que había en el fuego—. Si fuésemos a hacer la salsa bien, lo siguiente que añadiríamos sería el ajo, luego, abriríamos la lata de tomate y la echaríamos también. Dado que no quiere ajo, añada el tomate.

—¿Cuánto?

—Toda la lata.

—Me refería al aceite.

—Un par de cucharadas soperas. Depende de cómo le guste a cada uno, da igual la cantidad.

—Yo quiero saber la cantidad exacta.

Con aquel lápiz y aquel cuaderno, parecía una estudiante esperando la respuesta del profesor. No obstante, no fue aquello lo que le sorprendió, sino lo joven que le parecía cada vez que levantaba la mirada para cerciorarse de que había hecho algo bien, o para preguntarle qué tenía que hacer después, y lo inocente y tentadora que le resultaba.

La textura de su piel invitaba a acariciarla. Sus labios rogaban ser besados. Y tenía que haber estado ciego para no fijarse en la preocupación que había en aquellos bonitos ojos oscuros.

—¿Mamá?

Tess dejó lo que estaba haciendo y miró hacia el pasillo.

—Estoy aquí —dijo—. ¿Está bien así? —preguntó volviendo a mirar rápidamente el cazo.

Parker le dijo que él vigilaría la comida y ella fue hacia donde estaba su hijo, todavía medio dormido.

Lo tomó en brazos y volvió con él, sonriendo.

Parker había conocido a mujeres guapas. Acompañantes de hombres ricos, o sus hijas, esposas o amantes. Había protegido a estrellas del rock, a modelos, y había tenido que rechazar propuestas que no le habría importado nada aceptar a modo de entretenimiento si la política de la empresa no lo hubiese prohibido.

Pero no necesitó pensar en la política de la empresa cuando reprimió la fuerte atracción física que sentía hacia Tess. Tampoco tenía que recordarse que era la hermana pequeña de Cord Kendrick, que lo había recomendado porque confiaba en él.

Fijó su atención en el niño. Sólo tenía que recordar que aquella mujer había hecho que su hijo no pudiese vivir con su padre.

Sólo necesitaba eso para aplacar el calor.

Él niño lo miró preocupado.

Parker se agachó para ponerse a su altura.

—Qué camiseta más bonita —le dijo sonriendo—. ¿Juegas al fútbol?

Mikey asintió, sin soltarse de la pierna de su madre.

—Tengo una pelota.

—¿Sí? Ya me la enseñarás.

El niño miró a su madre.

—¿Dónde está mi pelota?

—Todavía no la hemos sacado.

—¿Podré enseñársela cuando la hayamos sacado?

—Si el señor Parker quiere verla.

Parker le guiñó un ojo al chico, que sonrió.

Luego, volvió a ponerse de pie.

—Esto tiene que hervir a fuego lento un rato —dijo señalando la cazuela—. ¿Dónde quiere comer?

—Hace tan bueno fuera, que había pensado que podíamos comer en el jardín. A no ser que prefiera que nos quedemos en el comedor.

Él pensó que no era un invitado, sino su empleado.

—Yo comeré en la cocina —dijo guardando las distancias—. ¿Por qué no me enseña ahora la casa?

Tess había empezado a sentirse cómoda con él pero sus palabras hicieron que volviese a ponerse tensa. Acababan de recordarle que había que mantener las distancias. Ella había pensado que podían comer juntos, dado que estaban los tres solos, y porque no le parecía bien que él comiese solo. En especial, después de haberle enseñado a preparar la comida.

De repente, sintió vergüenza. Había cambiado de actitud tan rápidamente que era como si pensase que se le había querido insinuar. Y ella no habría sabido cómo hacerlo ni aun queriendo. A pesar de lo que Brad le había dicho a todo el mundo, no tenía demasiada experiencia con los hombres.

Intentó apartar aquello de su mente, echó los hombros hacia atrás y tomó a Mikey de la mano. El niño se había despertado con fuerzas renovadas y Tess no quería que le rompiese nada a su madre.

Intentó imitar el porte frío de su hermana y fue hacia el comedor. Mikey la siguió, volviéndose para comprobar que aquel hombre alto los seguía. Ella se sintió como una guía turística, mientras iba enseñándole, y nombrando, cada habitación. El salón de música, el salón principal, que casi no se utilizaba, la biblioteca, el estudio de su padre, la oficina de su madre. La terraza interior. El atrio. La sala de estar. La sala de juegos. Eso, antes de que Parker la ayudase a subir el equipaje y siguiesen viendo la zona de los dormitorios.

Parker no había dicho casi nada, se había limitado a comprobar ventanas y puertas y a mirar al techo en busca de Dios sabía el qué. Tess no tenía ni idea de cómo funcionaba su mente. Sólo sabía que se había marchado, como aliviado, a buscar su equipaje al todoterreno mientras Mikey y ella se cenaban la primera comida que había preparado ella.

Y lo cierto era que le había salido muy bien.

Al menos, su hijo no se moriría de hambre.

Tenía que haberle dado las gracias a Parker por ello. No obstante, no lo vio hasta después de haber metido los platos en el fregadero, estaba demasiado cansada para ocuparse de ellos esa noche, y haberse ido a su habitación. Él llamó a la puerta.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Tess estaba completamente agotada. La última noche en Luzandria casi no había dormido a causa de los nervios, y tampoco había conseguido descansar en el avión. No sabía cuántas horas hacía que no dormía, pero eso daba igual. Esperaba que la siesta que se había echado Mikey antes de cenar no le impidiese dormir bien aquella noche. Estaba buscando su pijama cuando golpearon tres veces la puerta.

Dejó a su hijo y las maletas en la zona de estar, pasó al lado de la cama de matrimonio, recogió un cojín del suelo y abrió la puerta.

Parker ocupaba todo el marco. Incluso con el primer botón de la camisa desabrochado y las mangas levantadas parecía tan profesional como la primera vez que lo había visto.

Le tendió algo pequeño y negro.

—Utilice esto si me necesita por la noche. Sólo tiene que quitar la protección y apretar este botón y estaré aquí.

Ella tomó lo que parecía un pequeño busca.

—Todas las puertas están cerradas, y la alarma encendida. Yo estaré en mi habitación —miró hacia donde estaba Mikey y sonrió. Pero la sonrisa desapareció de sus labios cuando volvió a mirarla a ella—. Creo que eso es todo —concluyó—. Así que buenas noches.

—Espere —dijo ella, conteniéndose para no agarrarlo del musculoso brazo—. Gracias por haberme ayudado esta noche. Con la cena —murmuró, porque no quería que él pensase que no había apreciado lo que había hecho por ella.

Él sonrió con cansancio.

—Y gracias por esto —añadió Tess levantando el pequeño aparato—. Que descanse.