E-Pack Deseos Chicos Malos 1 - febrero 2020 - Jules Bennett - E-Book

E-Pack Deseos Chicos Malos 1 - febrero 2020 E-Book

Jules Bennett

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Beschreibung

Rico, sexy y soltero Jules Bennett El famoso arquitecto y consumado playboy Zach Marcum sabía exactamente cómo conseguir lo que quería… En deuda con el magnate EMILY MCKAY Tendría su noche de bodas. Instantes de pasión JOAN HOHL ¿Lo harías por un millón de dólares? Negocios de placer CHARLENE SANDS ¿Qué era más grande, su sed de venganza o el deseo que sentía por ella? La esposa de su enemigo BRONWYN JAMESON Él estaba decidido a vengarse… pero aquella mujer era completamente inocente Infierno y paraíso BARBARA DUNLOP Era sexy, atrevido… y solo jugaba para ganar.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Pack Deseo Chicos Malos 1, n.º 187 - febrero 2020 I.S.B.N.: 978-84-1348-336-8

Índice

 

Portada

 

Créditos

 

ZACH. Rico, sexy y soltero

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

 

QUINN. En deuda con el magnate

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

 

TANNER. Instantes de pasión

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

 

EVAN. Negocios de placer

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

 

VAN. La esposa de su enemigo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

 

DEREK. Infierno y paraíso

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Capítulo Uno

 

–Esto es algo que siempre me gusta ver: el jefe de obras vigilando a sus trabajadores.

–La jefa de obras –Anastasia Clark contemplaba el trabajo de los hombres mientras procuraba no mirar al hombre de anchas espaldas que se le había acercado sigilosamente–. No es la primera vez que te equivocas. Cualquiera diría que lo haces a propósito.

–Es que lo hago a propósito.

Ana se arriesgó a mirarlo. Zach Marcum seguía siendo tan sexy como la última vez que lo había visto en la oficina de Victor Lawson, cerca de dos años atrás. Maldijo para sus adentros. ¿Por qué tenía que encontrarlo tan atractivo?

–Vayamos a tu oficina –le dijo él, mirándola por encima de sus gafas de sol–. Tenemos que hablar de algunas cosas.

Ana se abrazó a su tablilla sujetapapeles mientras se volvía del todo para mirarlo.

–¿No podemos hablar aquí?

No podía leer su expresión detrás de aquellas gafas de espejo que llevaba, pero casi se alegraba de no tener que mirarlo a los ojos. Aquellos ojos oscuros y enigmáticos podían dejar a una mujer literalmente sin habla. A cualquier otra mujer, no a ella.

–No. Aquí hace demasiado calor –sonrió.

Y girando en redondo sobre sus botas de trabajo, se dirigió hacia el pequeño remolque de Ana como dando por supuesto que no podía hacer otra cosa que seguirlo. Era igual que su padre. Pero que le pareciera uno de los hombres más atractivos que había visto en su vida no significaba que tuviera que transigir con su arrogante actitud.

Nunca en toda su vida había tenido que lidiar con un arquitecto tan arrogante… ni tan guapo. Tuvo que borrar ese último pensamiento de su mente si no quería añadir más preocupaciones a su trabajo, aparte de la lluvia de Miami, que se empecinaba en caer todos los días a primera hora de la tarde. Si Victor Lawson, el famoso multimillonario hotelero, no hubiera estado detrás del proyecto de construcción de aquel gran centro turístico, Ana habría declinado el ofrecimiento de Zach Marcum sin dudarlo. Tenía trabajo suficiente y no le faltaba el dinero, sobre todo teniendo en cuenta que no se lo gastaba en cosas frívolas. Cada dólar que no servía para pagar facturas, entre las que se contaban las pérdidas de juego de su padre, se transformaba en ahorros, tanto para ella como para su madre, Lorraine.

Pero la entrevista que tuvo con Victor y con la agencia Marcum la obligó a enfrentarse con la realidad. Aquel proyecto podría asentar su reputación en un territorio interesante. El hermano gemelo de Zach, Cole, y su prometida, Tamera, eran los arquitectos diseñadores y además gente estupenda. Al parecer la pareja se había reconciliado gracias a que Victor Lawson había contratado al mismo tiempo a la agencia Marcum y al estudio de arquitectura de Tamera.

Ana todavía no conocía a la hermana pequeña de los gemelos Marcum, Kayla, pero hasta el momento solo había oído maravillas sobre ella. Con lo cual solo quedaba Zach. Siempre tenía que haber uno en cada familia: la estrella de cada show, el que acaparara toda la atención, lo mereciera o no. Zach era una especie de réplica del padre de Ana: o al menos del hombre que había sido antes de que se diera al juego y lo perdiera todo. Un hombre guapo al que le sobraba el dinero y que gustaba de derrochar tanto como sus encantos, convencido de que las mujeres caerían rendidas a sus pies.

Pero si Zach pensaba que lo mismo le sucedería a ella iba listo. Ana era una profesional y siempre lo había sido. Y no estaba dispuesta a dejar que Zach y su ego le arruinaran la vida o el proyecto más importante de toda su carrera. Además de que no se trataba solamente de ella. Tenía detrás todo un equipo de hombres y mujeres con familias a su cargo. Por no hablar de su padre, que ya la había llamado para pedirle otros diez mil. Si su madre se decidiera a romper de una vez con él, Ana podría mantenerla, hacerse cargo de todos sus gastos. Y todo el dinero que Lorraine generalmente empleaba en financiar el vicio de su marido podría por fin ser utilizado, por ejemplo, en la compra de la casa que tanto soñaba con tener.

Girando sobre sus talones, siguió resignada a Zach a la oficina instalada en el remolque. Él ya había entrado y se había puesto cómodo, tomando asiento en una vieja silla de vinilo amarillo, frente al escritorio.

–¿Qué pasa? –inquirió ella antes de cerrar la puerta a su espalda para no desperdiciar el aire acondicionado.

Zach se quitó las gafas de sol y las dejó sobre la mesa cubierta de planos. Y a continuación tuvo el descaro de quedársela mirando con los párpados entornados, como esperando que fuera a encenderse o a derretirse de deseo. Ana pensó que el calor infernal de Miami debía de haberla afectado bastante, porque, efectivamente casi se derritió.

–Dime una cosa. ¿Qué te he hecho yo?

–¿Perdón? –dio un leve respingo, sorprendida por la brusca pregunta.

Zach se puso las manos en la cintura.

–Siempre se me ha dado bien juzgar a la gente. Algo lógico tratándose del más callado de la familia, siempre sentado al fondo observándolo todo… Y lo que observo en tu actitud es que no me tienes en mucho aprecio.

A punto de desternillarse de risa, Ana apoyó una cadera en una esquina del escritorio.

–Zach, apenas te conozco. No tengo ningún problema ni contigo ni con nuestra relación de trabajo.

Él se le acercó entonces, frunciendo las cejas como si la estuviera evaluando, poniéndola a prueba.

–No, esto no tiene nada que ver con nuestra relación de trabajo. Tu compañía es una de las más profesionales con las que he trabajado. Se trata de ti. Hay algo en la manera que tienes de tensar la espalda, de alzar la barbilla cada vez que me ves. Es algo muy sutil. Una cuestión de actitud, que sospecho intentas compensar insistiendo en el aspecto laboral de nuestra relación.

–¿Actitud? –repitió ella–. No entremos por favor en actitudes o valoraciones personales. ¿Es eso lo que has venido a decirme?

–¿Dónde está el resto de tu equipo?

Ana no se retorció las manos de puro nerviosa, como habría querido hacer. No le dejaría saber que estaba tan intranquila.

–Llegará a lo largo de esta semana –lo miró directamente a los ojos, aunque el esfuerzo le costó que se le disparara el pulso–. Estamos terminando otro proyecto en Seattle y allí las lluvias nos han ocasionado un retraso de un mes. La madre naturaleza no entiende de plazos.

Zach cerró la distancia que los separaba y apoyó las manos en el borde del escritorio, muy cerca de su cadera.

–¿Estás poniendo en peligro un contrato multimillonario solo por un problema meteorológico?

Esa vez se levantó para erguirse todo lo alta que era, pese a que él seguía sacándole unos cuantos centímetros.

–Puedo enfrentarme a cualquier problema, señor Marcum, y me atendré al presupuesto y a los plazos establecidos.

Una sonrisa iluminó los duros y atractivos rasgos de su rostro.

–Vuelvo a detectar un cambio de actitud. Te has enfadado y me has llamado «señor Marcum», cuando hace solo un momento seguía siendo «Zach».

Millonario o no, Zach tenía una faceta de chico malo que hacía que le entraran ganas de ponerse a gritar. ¿Por qué tenía que encontrarlo tan atractivo? Y, lo que era más importante: ¿por qué tenía que ser él tan consciente de ello? ¿Por qué lo encontraba tan atractivo y tan irritante al mismo tiempo?

–Yo prefiero que me llames Zach –continuó con aquella arrogante sonrisa suya–. Hasta que terminemos este proyecto, vamos a tener que vernos tanto que casi será como si nos hubiésemos casado.

Ana se apartó un mechón de pelo de la sudorosa frente al tiempo que exhibía su más dulce y sarcástica sonrisa.

–Pues qué suerte la mía…

–Sabía que te convencería –se burló–. El cemento llegará el lunes. Tu equipo estará disponible para entonces, supongo…

Ana asintió, mordiéndose la lengua. Aunque Zach era un buen profesional, su personalidad la sacaba de quicio. Pese a ello, y eso no podía dejárselo saber por ningún concepto, se habría ahogado literalmente en su encanto. Pero se negaba, se negaba radicalmente a dejarle saber los estragos que su presencia hacía en su lado femenino y no profesional.

Qué fácil le habría resultado enamorarse de aquella imagen de chico malo y sexy que tan bien sabía proyectar… sabiendo que debajo de aquellos gastados tejanos y aquella ajustada camiseta negra acechaba un ejecutivo multimillonario.

–Estás sudando.

–¿Qué? –volvió a dar un respingo.

–Si no bebes agua ahora mismo, te desmayarás por el calor –se acercó a la pequeña nevera que tenía al lado del escritorio y sacó una botella de agua–. Anda, bebe. No puedo consentir que mi jefa de obras quede fuera de servicio antes de que levantemos la primera viga.

Le quitó la botella de las manos y la destapó, sabiendo que tenía razón.

–Gracias.

–Así está mejor –comentó él, todavía estudiando su rostro–. Con este calor, necesitas hidratarte constantemente.

–Tengo una nevera a mi disposición y a la de mi equipo. No es mi primer trabajo, ¿sabes? Además, por muchas ganas que tenga de quedarme aquí sentada bebiendo agua junto al aparato de aire acondicionado, tengo que volver al trabajo. ¿Hay algo más que desees de mí?

La arrogante sonrisa desapareció al tiempo que se encogía de hombros.

–Mis deseos son incontables, pero me conformaré de momento con que te mantengas hidratada.

Ana pensó que iba a tener que medir mucho sus palabras con aquel hombre. Aunque tenía la sospecha de que siempre acabaría por encontrarles un doble sentido. Cerró la botella de agua y se dirigió hacia la puerta. La abrió y se hizo a un lado, indicándole que saliera primero.

–Hasta mañana –se despidió él mientras montaba en su espectacular motocicleta, que a buen seguro costaría más que el salario anual de varios de sus trabajadores. Ana pensó en encargar más agua mineral. Entre el insoportable calor de Miami y el espectáculo que ofrecía aquel hombre, iba a tener verdadera necesidad de mantenerse hidratada.

Pero rápidamente se recordó que su padre también había tenido, y seguía teniendo, todo el encanto del mundo. Él también había estado una vez en la cumbre del éxito, con su propio negocio del ramo de la construcción. Sin embargo, el vicio del juego y su afición a las aventuras habían terminado por resquebrajar la imagen de héroe que Ana se había hecho de él desde pequeña.

Regresó a la obra, aunque volvió a experimentar un cosquilleo por todo el cuerpo cuando oyó el rugido de la moto de Zach alejándose a toda velocidad. Aquel hombre parecía tener el poder de afectarla hasta cuando no lo veía.

 

* * *

 

Por lo que se refería a Anastasia Clark, era incapaz de mantener separados los negocios del placer. ¿Pero cómo mantener las distancias? Al fin y al cabo, él era el arquitecto director del proyecto. Tenía múltiples razones para dejarse caer por el tajo, y eso que las obras apenas iban por su segunda semana.

Por cierto que, si el resto del equipo de Ana no se presentaba en el tajo para finales de aquella misma semana, todavía tendría que verla más, y no precisamente por gusto. Dejando a un lado los aspectos personales, aquel proyecto tenía que salir perfecto, ajustado al presupuesto y dentro de los plazos.

Ese día, sin embargo, se alegraba de haberse pasado por las obras de camino a la oficina. Aquella maldita mujer lo tenía al borde del ataque cardiaco. Se echó a reír. Estaba claro que Ana no iba a caer rendida a sus pies, como solía suceder con la mayoría de las mujeres. No: por el poco trato que había tenido con ella, sabía que era independiente, tozuda y una celosa defensora de su intimidad. Y sin embargo percibía al mismo tiempo en ella cierta vulnerabilidad, algo que le recordaba a su hermana pequeña.

Sabía que a Ana no le habría gustado nada saber que había puesto la mira en aquel rasgo concreto de su personalidad, pero entendía bien a las mujeres como ella. Él mismo era un consumado maestro en el arte de disimular los sentimientos. ¿Acaso no seguía aún confuso, dolido e intrigado por su exmujer? ¿Una mujer que se había escabullido de su vida con la misma facilidad con la que había entrado en ella, y que recientemente había reaparecido para querer volver? Toda aquella situación no podía resultar más patética. Tal vez ella quisiera volver, pero Zach se negaba a colocarse nuevamente en su cola de admiradores. A veces en la vida las segundas oportunidades eran necesarias, pero su exesposa no tendría ninguna a la hora de recuperar su corazón. No después de haberse marchado con un tipo al que antaño él había tenido por amigo, dejando detrás nada más que una patética nota.

Volviendo a asuntos mucho más placenteros, a Zach no le había pasado desapercibido el hecho de que Ana había estado a punto de entrar en combustión cuando él le había acariciado la ruborizada mejilla. Lo cual era precisamente un aspecto más que le intrigaba de ella. Había trabajado antes con mujeres, pero a ninguna le habían sentado tan bien las camisetas blancas de tirantes y los tejanos gastados y desteñidos. Quizá la culpa la tuviera aquella melena cobriza que Ana se empeñaba en recogerse descuidadamente en lo alto de la cabeza. O la manera tácita que tenía de desafiarlo tanto en el plano profesional como en el personal.

Sí, aquella mujer lo atraía. Decididamente. La pasión que sin duda escondía sería de lo más divertido y entretenido si conseguía llegar hasta el fondo. Constituiría otra perfecta distracción, una más de las que había tenido últimamente, que le ayudaría a quitarse de la cabeza a Melanie, su ex.

Aparcó la moto en su lugar reservado del aparcamiento de la agencia Marcum, advirtiendo en seguida que el de Cole estaba vacío. Ahora que su hermano gemelo estaba comprometido con su antigua novia de la universidad, Tamera Stevens, cada vez lo veía menos. Se alegraba por ellos, siempre y cuando los tortolitos no intentaran jugar a los casamenteros con él. Cada vez que alguien descubría el amor, parecía dar por supuesto que el resto de sus amigos y conocidos lo estaban buscando también, cuando para Zach se trataba precisamente de lo contrario.

Se dirigió a su despacho y saludó a su secretaria, Becky. Nada más cerrar la puerta, se quedó nuevamente a solas con sus pensamientos que, una vez más, volvieron a girar en torno a la señorita Clark y a su melena pelirroja. Aquella mujer tenía un temperamento enérgico que casaba bien con el color de su cabello. Lo cierto era que tanto en genio como en actitud rivalizaba con su exesposa. Quizá fuera por eso por lo que no podía dejar de pensar en ella y por lo que se había sentido tan atraído desde un principio.

¿Era culpa de Ana que le recordara tanto a la mujer que lo había abandonado antes de que hubiera llegado a secarse la tinta de su licencia de su matrimonio? No, pero sí que era culpa suya que no pudiera quitársela de la cabeza. Si no fuera tan condenadamente misteriosa, no supondría mayor problema. Aquella mujer le irritaba. Y lo que le irritaba aún más era que una misma persona pudiera recordarle tanto a su hermana, a la que amaba con todo su corazón, como a la mujer que había acabado por rompérselo en pedazos.

Además, Ana tenía una excelente reputación profesional y Zach nunca había tenido la menor queja ni de su ética laboral ni de sus resultados. Su compañía constructora era puntera a nivel nacional y él sabía que había tomado la decisión correcta al contratarla, aunque era el proyecto más ambicioso al que se había enfrentado nunca, Cole y él estaban seguros de que lo sacaría adelante. Ana había fundado y levantado su empresa a pulso, poco a poco. Y Zach no podía evitar admirar aquella actitud, teniendo en cuenta que tanto Cole como Kayla y él mismo habían alcanzado también el éxito a fuerza de pura voluntad.

Aquella mujer lo había trastornado por completo. No sabía si lo que quería era perseguirla o evitarla como si fuera una plaga. En cualquier caso, disponía de un año o más para averiguarlo. Nunca se había tomado tanto tiempo para llegar a conocer a una mujer: la química o existía o no existía. En aquel caso, sin embargo, existía sin lugar a dudas.

–Zach.

La voz de su secretaria interrumpió sus pensamientos. Pulsó el botón del intercomunicador.

–¿Sí, Becky?

–La señorita Clark por la línea uno.

–Pásamela –levantó el auricular y pulsó el botón–. Anastasia.

–Zach, tenemos problemas.

Capítulo Dos

 

–¿Qué pasa? –se irguió en su sillón.

–Una tormenta tropical se dirige hacia Miami.

–No me había enterado –reconoció Zack mientras sus dedos se movían rápidamente por el teclado del ordenador a la busca de un mapa del tiempo–. ¿Está cerca?

–Disponemos de unos cuantos días antes de que nos alcance –le explicó ella–. Todavía existe la posibilidad de que cambie de rumbo o desaparezca, pero quería saber tu opinión. Para serte sincera, carezco de experiencia en tormentas tropicales como buena oriunda del Medio Oeste.

Zach soltó un suspiro de alivio una vez que localizó la mancha verde en el mapa del radar.

–Son bastante comunes, pero desde luego no podemos permitirnos perder más tiempo. La buena noticia es que, al no tener levantada la estructura, los daños serían mínimos.

–Espero que no tengamos muchas más.

–Estaré al tanto –cerró la pantalla–. Por ahora, pues, sigamos con lo planeado.

Ana pareció vacilar al otro lado de la línea.

–Umm… eso suena bien, gracias.

Aquella vacilación, unida a lo tembloroso de su respuesta, lo dejó intrigado. Había desaparecido la Ana firme, decidida. «Interesante», pensó.

Colgó justo cuando su hermano entraba en el despacho. Sonriéndose, se recostó en el sillón y cruzó las piernas.

–Me alegro de verte por aquí.

Cole evidentemente no podía aguantarse la sonrisa de oreja a oreja.

–Siento haberte dejado solo con el proyecto, pero Tam necesitaba un descanso después de la muerte de su padre.

La esposa de Cole, Tamera, había perdido a su padre de un cáncer de pulmón apenas un mes atrás. Como Cole y Tamera se habían reunido recientemente, habían disfrutado de unas bien merecidas vacaciones en Aruba tras su trabajo como diseñadores del proyecto del centro turístico de Miami.

–Lo entiendo. ¿Cómo está?

Con un suspiro, Cole se dejó caer en el sillón de cuero frente al escritorio de Zach.

–Va tirando. Sinceramente pienso que el descubrimiento de que su padre estuvo detrás de nuestra ruptura hace once años ha sido un golpe casi tan fuerte como el de la propia muerte de Walter.

El difunto padre de Tamera había frustrado el futuro de la pareja interponiéndose entre ellos cuando estudiaban en la universidad. Pero la amable mano del destino los había reunido después de una década larga de separación. Walter no había querido que Cole se casara con su hija. No había querido como yerno a un joven como él, en delicada situación económica, debido a la necesidad que había tenido, al igual que el resto de sus hermanos, de mantener a la familia tras la muerte de sus padres.

Zach sabía que los dos se habían querido mucho y que aquella ruptura le había causado a Cole una crisis nerviosa. Pero su hermano se había esforzado tanto como él y juntos habían fundado una empresa propia, nada más terminar los estudios. Cole nunca había vuelto a ser el mismo desde aquella ruptura. Pero ahora que había recuperado a Tamera, todo había vuelto a cambiar radicalmente. Sí, quizá el amor fuera algo real para alguna gente, reconoció Zach para sus adentros. Pero para muy poca. Poquísima.

–Hacéis una buena pareja –observó Zach–. Ella es fuerte y tú la estás ayudando. Lo superará.

Cole asintió antes de señalar los planos que estaban extendidos sobre su mesa.

–¿Qué tal van las obras?

–Sin problemas hasta el momento –bajó la mirada al diseño–. Me siento como un niño esperando recibir su regalo de Navidad. Me muero de ganas de verlo terminado.

–Todos nos sentimos igual –de repente Cole arqueó una ceja–. ¿Quieres contarme lo que te preocupa?

Zach maldijo para sus adentros. Odiaba aquella «intuición de los gemelos» que ambos compartían.

–Ella no debería ser tan… fascinante –confesó bruscamente–. ¿Cómo es que se me ha metido de esa manera en la cabeza? Y, lo que es más importante: ¿por qué se lo consiento?

–¿Estamos hablando de la jefa de obras? –rio Cole entre dientes–. ¿De Anastasia?

–Sí –suspiró Zach.

–Es atractiva. Pero no es tu tipo habitual. ¿Cómo es que de repente te has obsesionado tanto con ella?

–No tengo la menor idea.

–Quizá sea inmune a tus encantos, y por eso te tiene tan preocupado –sonrió al ver el ceño de Zach–. Bueno, no era más que una sugerencia… O quizá te sientes atraído porque es fuerte y testaruda. Como Melanie.

Cole rara vez mencionaba el nombre de Melanie. Y aunque sabía que se había acercado bastante a la verdad, Zach se negó a responder. Su silencio resultó de por sí suficientemente elocuente.

–En serio –Cole se inclinó hacia delante, con los codos sobre las rodillas–. Quizá sea ella la única que finalmente esté consiguiendo hacer que olvides a tu exesposa. Dudo que Ana sea la típica tonta cazafortunas que tanto has estado frecuentando últimamente.

Cierto, Ana lo había tratado como si fuera un igual, en lugar de cederle constantemente la iniciativa en las conversaciones. Quizá el hecho de haber trabajado durante tantos años rodeada de hombres había templado su personalidad con una dureza especial. Y, ¿por qué diablos estaba empleando tanto tiempo en diseccionar a alguien que trabajaba para él? Lo único que quería era un pequeño contacto personal a solas…

–No negaré que es condenadamente sexy –admitió Zach–. Pero también es todo profesionalidad y dedicación.

–Y tienes una problema con eso, ¿verdad? –se burló Cole.

–Solo cuando detrás se esconde una mujer tan frustrante como impresionante con la que tendré que trabajar durante el próximo año –Zach se quedó mirando fijamente a su hermano–. Solo necesito empezar a verla como si fuera un trabajador más y olvidarme de que es una mujer preciosa que debería lucir joyas y vestidos elegantes en lugar de un casco de obra y un cinturón de herramientas.

Cole se inclinó hacia delante, plantando las manos en el cristal de la mesa.

–¿Por qué no ofrecerle la oportunidad de que sea esa mujer de los vestidos y de los diamantes? Quiero decir que… si no puedes sacarte esa imagen de la cabeza, quizá exista una razón para ello.

Zach estuvo a punto de reírse de la ocurrencia.

–Estás enamorado y eso te ofusca el pensamiento. Ana me escupiría en un ojo si se me ocurriera invitarla a cenar.

–Parece como si te asustara la posibilidad.

–Yo no tengo miedo de nada.

–Demuéstralo. Llévala a la fiesta que Victor ha convocado la semana que viene. Considéralo una cita de negocios, si así te sientes mejor.

–¿Pero por qué diablos estoy hablando de todo esto contigo? –de repente se echó a reír–. Ella no es mi tipo, así que no debería importarme su aspecto en un ambiente formal de esa clase. Me interesa más su aspecto en un escenario mucho más íntimo.

Cole lo miraba sin dejar de sonreír.

–Si estás hablando de esto conmigo, es porque no te puedes quitar a esa mujer de la cabeza. Si piensas que no tienes ninguna oportunidad con ella, entonces deja de preocuparte. Probablemente ella tampoco esté interesada en ti. Y ambos sabemos que eso es exactamente lo que se necesita para estimular una relación.

¿Que no estaba interesada? Eso no era posible. Había visto la manera en que se le aceleraba el pulso, en que había contenido el aliento cuando le acarició una mejilla. No, Ana estaba definitivamente interesada.

Y, ¿qué pretendía hacer él al respecto?

 

* * *

 

Patético. Absoluta y completamente patético. Zach se sorprendió a sí mismo, por segunda vez en aquel día, dirigiéndose a la misteriosa pelirroja que supervisaba los trabajos junto a dos de los miembros de su equipo. Dos hombres que parecían avasallarla con su estatura y con su cercanía. Los celos no eran un sentimiento nada agradable.

Era como si las burlonas palabras de Cole hubieran avivado el fuego abrasador que había experimentado desde un principio. Pero se negaba a creer que estuviera allí porque su hermano gemelo hubiera sembrado la duda en su alma sobre su capacidad para conseguir que Ana saliera con él.

Por alguna razón Ana ya le había demostrado su desdén, cuando él no había intentado absolutamente nada con ella. Evidentemente debía de haber tenido alguna amarga experiencia, probablemente con algún imbécil en la propia zona de obras, y ahora era cuando él pasaba a la acción, dispuesto a seducirla con el objetivo de que se acostaran juntos durante los próximos meses. La oportunidad no podía ser más adecuada, pensó.

–Zach.

Se detuvo en seco y renunció a acercarse a la sensual jefa de obras para concentrar su atención en Kayla. Su hermana acababa de bajar de su sedán color perla, tan hermosa como siempre. Con su melena oscura cuidadosamente recogida, un traje rosa brillante y elegantes tacones plateados, no podía contrastar más con aquella sucia y polvorienta obra.

–Te echaba de menos en la oficina –se le acercó, sonriendo, y miró luego a Ana por encima del hombro de su hermano–. Hola, creo que todavía no nos han presentado. Soy Kayla Marcum. Y tú debes de ser Anastasia Clark.

Zach ni siquiera había oído acercarse a Ana.

–Llámame Ana, sin más.

Las dos mujeres se sonrieron. Eran tan distintas, y sin embargo igual de bellas e impresionantes, cada una a su modo.

–¿Qué necesitabas? –le preguntó a su hermana.

No lejos de allí uno de los hombres soltó un largo silbido. El típico silbido agresivo admirativo. Zach no se volvió para buscar al culpable, pero advirtió que Ana se disculpaba para dirigirse a un grupo de obreros que estaba preparando el perímetro de la estructura a cementar.

–Lo siento –murmuró Zach.

Kayla se encogió de hombros.

–No es necesario que te disculpes.

–Me estoy disculpando por el género masculino en general. Eso ha sido una grosería.

Kayla volvió a mirar por encima de su hombro.

–Parece que Ana tiene la situación bajo control.

Zach se volvió, y se quedó sorprendido al ver a su jefa de obras encarándose con un joven obrero. No pudo escuchar las palabras, pero por la expresión del empleado no parecía una conversación demasiado agradable. Las mujeres dominantes le resultaban tremendamente atractivas, siempre y cuando él permaneciera al mando. Se concentró nuevamente en Kayla.

–¿Para qué me necesitabas?

–Oh, solo quería avisarte de que tengo que hacer otro viaje. Me marcho ahora mismo. Tengo el avión esperando.

Lo miró con aquellos enormes ojos suyos, sonriente, y Zach sintió un nudo especialmente incómodo en el estómago. Siempre lo miraba de esa forma antes de pedirle un favor difícil de conceder. Ni siquiera deseaba saber a qué venía aquel brillo malicioso de su mirada, aunque tenía la sensación de que estaba a punto de averiguarlo.

–No –se adelantó antes de que ella pudiera hacerle cualquier pregunta o petición que rondara por su pequeña y preciosa cabecita. Ya lo había adivinado.

–Te enviaré por correo electrónico una lista detallada con todo lo necesario.

–No.

–Por favor…

–Si no lo haces tú, tendrá que hacerlo Cole –insistió con un delicioso mohín.

–Lo primero de todo, no soy yo quien va a casarse. Lo segundo, Cole nunca jamás le organizaría un homenaje a la novia. Una fiesta de chicas.

–Yo no te he pedido que lo hagas tú –suspiró, frustrada–. Solo necesito que te encargues de unos cuantos detalles de mi parte mientras estoy fuera. No será nada del otro mundo.

Zach simuló una expresión aburrida, se cruzó de brazos y esperó, no sabía muy bien qué. No quería colaborar en planificar una fiesta de chicas, aunque se tratara de su futura cuñada. Él diseñaba y supervisaba estructuras de acero. No elaboraba tarjetas de invitación de frufrú y las decoraba con campanitas.

–Está bien… –consintió al final, y el gritito de deleite que soltó Kayla mientras daba un salto y lo abrazaba le arrancó una sonrisa–. Sabías que acabaría cediendo, ¿verdad? –rezongó.

–Es que siempre lo haces: te resistes un poco pero al final terminas aceptando –se apartó de él–. Cuando esté en el avión te enviaré mi hoja de cálculo.

Zach asimiló las palabras cuando su hermana ya se alejaba.

–¡Espera! ¿Hoja de cálculo, has dicho?

–Te veré dentro de una semana –gritó Kayla antes de sentarse al volante de su lujoso coche.

–Dios mío, Zach, lo siento tanto…

Zach se giró en redondo. Era Ana; su tono rezumaba frustración.

–Espero que no se haya marchado por culpa de Nate.

–¿Nate?

–Mi exempleado.

Zach sacudió la cabeza.

–Ah, no te preocupes. Se marcha al aeropuerto, tenía prisa. Espera un momento… ¿has dicho exempleado?

–Lo he despedido.

Se la quedó mirando atónito.

–No me mires así –replicó, volviéndose para dirigirse a la oficina del remolque–. No pienso consentir en la obra comportamientos tan poco profesionales.

Zack procuró alcanzarla.

–Teniendo en cuenta que esta también es mi obra, creo que yo también tengo algo que decir al respecto. Solamente ha silbado, Ana. Kayla no se ha dado por ofendida.

Ana subió los escalones del remolque, aferró el picaporte y se volvió para mirarlo.

–Eso lo habría podido tolerar. Pero cuando me dirigía hacia él, estaba de espaldas y dijo unas cuantas cosas sobre ella y sobre mí que preferiría no repetirte. No pienso aceptar comentarios ofensivos contra las mujeres que procedan de mis trabajadores. Y de ti tampoco, por cierto.

Impresionado por la seguridad de su tono, la siguió al interior del remolque.

–Bueno, yo tampoco estoy dispuesto a tolerar ese tipo de comportamientos. Pero te agradecería que en lo sucesivo consultes conmigo todas las cuestiones que afecten al desarrollo de las obras.

De espaldas a él, Ana se inclinó para abrir el cajón superior y se puso a rebuscar entre unos papeles. Zach no pudo menos que disfrutar de la vista.

–¿Hola? ¿Me estás escuchando?

Lo miró por encima del hombro.

–Te pido disculpas por no haberlo consultado antes contigo, Zach, pero me pareció que era lo mejor.

–Y no te equivocaste. Solo recuerda que los dos estamos casados con este proyecto y que, como buen matrimonio, las decisiones importantes tenemos que discutirlas en común.

–Es la segunda vez que comparas este proyecto con un matrimonio –observó ella, arqueando una ceja con expresión de curiosidad–. Tratándose de un soltero de fama mundial como tú, me sorprende que sepas algo de eso.

Zach maldijo para sus adentros. Tenía razón.

–No me endoses ese estereotipo, Ana. La gente no siempre es lo que parece o lo que dicen los demás que es.

–Tienes razón. A veces la gente es todavía peor –dejó sobre el escritorio la carpeta que había sacado y se acercó a él–. Por cierto que tú todavía no me has dado las gracias por haber defendido a tu hermana.

De repente Zach no supo qué deseaba hacer más: si aplaudirla por haberse solidarizado con su hermana, besarla hasta hacerle perder el sentido o estrangularla por haberlo sumido en aquel estado de confusión. Cualquier mujer capaz de hacerle frente en una discusión, o de igualar la pasión que ponía siempre en todo, seguramente podría hacer lo mismo en otros terrenos más fascinantes.

–Me sorprende que le hayas despedido sin la menor vacilación –observó.

–Eso es porque no me conoces en absoluto –volvió a mirar los papeles que tenía sobre el escritorio–. Si así fuera, sabrías que no soporto a los hombres que van exhibiendo por ahí su testosterona.

Aquella declaración confirmó sus sospechas iniciales. Algún imbécil le había dado motivos para sentirse amargada con todo el género masculino.

–Anastasia, dado que vamos a vernos prácticamente cada día durante meses, creo que es mejor que aclaremos algunas cosas –se interrumpió a la espera de que se decidiera a mirarlo–. Esa susceptibilidad tuya hacia mí tiene que desaparecer. No hay manera de que trabajemos juntos en esto y no terminemos implicándonos a nivel personal de alguna manera. Si tienes algo que decirme, suéltalo de una vez. Sé que has tenido una mala experiencia. Llevas el síndrome de la damisela amargada escrito en la cara.

Esperó a que lo corrigiera o se defendiera. Lo que no esperaba era que la muy osada esbozara una sonrisa. Un gesto que tuvo que sumar a la lista de cosas que admiraba en ella.

–¿Has terminado de analizarme? –le preguntó, ladeando la cabeza–. Puede que estés habituado a lucir esa sonrisa del millón de dólares con mujeres que luego caen rendidas a tus pies, pero no esperes que yo vaya a implicarme contigo en cualquier otro nivel que no sea el puramente profesional. No tengo ningún secreto y oscuro pasado del que tú necesites preocuparte, ni tampoco soy una… ¿cómo me has llamado? ¿Una damisela amargada? ¿Acaso necesitas alguna excusa para acudir a rescatar a una dama al galope de tu corcel, Zach? Bueno, pues sigue cabalgando. Yo no estoy interesada.

–¿Te sientes mejor? –le preguntó, sin molestarse en reprimir una sonrisa.

–¿Qué? –arqueó las cejas, sorprendida.

–¿Te sientes mejor después de haberme puesto en mi sitio?

Poniendo los ojos en blanco, Ana se echó a reír.

–Dudo que alguien te haya puesto alguna vez en tu sitio. Solo quería que supieras que no tiene sentido que desperdicies tus sonrisas y tus flirteos conmigo. Eso no ha sido nada profesional, pero tú me has preguntado y yo nunca miento.

Zach apoyó la cadera en el escritorio, sin mostrar la menor prisa por marcharse.

–¿Y si a mí no me parece un desperdicio flirtear contigo?

Ana, que se disponía a rodear la mesa, se quedó paralizada.

–¿Estás bromeando, verdad? ¿Acaso no podemos seguir adelante con este proyecto sin ponernos los dos en ridículo?

–Claro. Con una condición –esperó a que se volviera nuevamente a mirarlo y, por alguna razón, pronunció sin pensar–: Necesito que me ayudes a planificar un homenaje de novia. El de mi futura cuñada.

Ana sacudió la cabeza como si no hubiera oído bien.

–¿Perdón? ¿Un homenaje de novia? No sabía que te hubieras dado al pluriempleo.

–Mi hermana es la que se encarga de ello, pero ha tenido que marcharse de viaje –de repente se preguntó por qué le estaba contando todo aquello. ¿Desde cuándo iba por el mundo dando motivos para que se burlaran de él?–. Me ha pedido que la ayude.

–¿Y por qué me lo pides a mí? Yo no me he casado nunca.

Zach se echó a reír.

–Bueno, pero eres una mujer.

–Me alegro de que te hayas dado cuenta –repuso secamente.

–Oh, claro que me he dado cuenta –recorrió con la mirada su esbelta figura, incapaz de detenerse en un lugar específico: toda ella era perfecta–. Y mucho.

Con las manos en los costados, ladeó la cabeza y puso los ojos en blanco como si su compañía lo estuviera aburriendo mortalmente.

–¿Debería sentirme halagada de que me hayas incorporado a la lista de las mujeres afortunadas a las que has dejado entrar en tu vida?

–Oh, Anastasia –se echó a reír–, definitivamente no te pareces en nada a las otras mujeres de mi vida, eso te lo aseguro. Tú destacas entre todas las demás por méritos propios.

Vio que abría mucho los ojos. Y que se le dilataban las aletas de la nariz.

–¿Por qué no volvemos al momento en que me suplicaste ayuda? Mi corazón no puede soportar tanta frase romántica.

La miró fijamente a los ojos. ¿Qué sería lo que la había vuelto tan dura, tan amargada?

–Kayla me va a enviar una lista de tareas por correo electrónico –explicó–. ¿Qué te parece si quedamos a cenar después y hablamos tanto del homenaje de novia como del proyecto?

–¡Tienes que estar de broma! ¿Esperas que salga contigo para que te ayude a organizar el homenaje de novia de alguien a quien ni siquiera conozco? ¿Es así como te lo montas con las mujeres?

–Olvídalo –cambió de opinión. No iba a suplicarle ni a mostrar debilidad alguna, por mucho que necesitara su ayuda. Indudablemente la lista de Kayla sería prolija y detallada, pero se las arreglaría solo–. Y no te sientas tan halagada. No te estaba pidiendo que salieras conmigo. Solo era un asunto de trabajo.

–¿Trabajo, dices? –para su sorpresa, Ana pareció reflexionar–. Está bien. Te veré en Hancock a las seis. Es el único restaurante que conozco desde que estoy aquí y la comida es buena. Si te retrasas un solo minuto, me largaré.

Zach dio un paso adelante. Estaba tan cerca que Ana tuvo que alzar levemente la cabeza para mirarlo.

–Te recogeré en tu apartamento; mi secretaria tendrá tu dirección. Yo me encargaré del restaurante. Esta noche, Ana, probarás algo distinto. Ya lo verás.

–Yo no estoy buscando probar algo distinto.

Zach cerró los dedos sobre sus finos hombros desnudos y la atrajo lentamente hacia sí.

–Yo tampoco. Antes.

–No te atreverás… –bajó la mirada a su boca.

–No, porque este no es un buen momento –murmuró–. Considéralo una advertencia para cuando surja la ocasión adecuada.

Podía ver que el pulso que le latía en la base del cuello, bajo su piel bronceada, era casi tan rápido como el suyo. Se había humedecido los labios con la punta de la lengua y Zach sabía que estaba excitada. «Bienvenida al club», pensó.

El pitido del móvil que Ana llevaba a la cintura casi lo sobresaltó. Retrocedió un paso, permitiéndole que contestara. Vio que le temblaba la mano cuando sacó el aparato de la funda.

–¿Sí?

En menos de un segundo, su expresión pasó de la pasión y la curiosidad a la severidad y a la rigidez.

–Ahora mismo estoy ocupada.

Interesante. Zach se alegró de no ser el destinatario de aquel tono helado.

–Te llamaré en cuanto pueda. Ahora estoy trabajando.

Cortó la comunicación, volvió a guardarse el móvil y vaciló por un momento antes de volver a mirarlo.

Zack se preguntó quién tendría la capacidad de enfadarla tanto con una simple llamada de treinta y dos segundos. Indudablemente había alguien, y en el proceso había acabado con el modesto progreso que había hecho él para debilitar sus defensas.

–¿Todo bien? –le preguntó, cada vez más incómodo con su silencio.

Ana alzó la mirada, desaparecida ya la expresión que había asomado a sus ojos apenas unos minutos atrás.

–Sí –le espetó–. Y ahora, tal y como le decía a mi padre… tengo que trabajar.

Su padre. Obviamente no estaba muy encariñada con él. Una punzada de dolor atravesó el pecho de Zach cuando evocó los imborrables recuerdos que tenía del suyo. Sacudió la cabeza, poco dispuesto a escarbar en el pasado cuando tenía un presente y un futuro en los que concentrarse. Incapaz de resistirse a tocar su fina y acalorada piel una vez más, y movido también por la necesidad de borrar aquella helada mirada de sus ojos, deslizó un dedo por su mejilla. Sonriente, la tomó del mentón hasta que vio que las comisuras de su boca se alzaban un tanto.

–Te veré a las seis –la soltó y se dirigió a la puerta–. Ah, y no hace falta que lleves el cinturón de herramientas.

Capítulo Tres

 

Vestida y dispuesta, Ana esperaba en la terraza de su apartamento con vistas al mar. Miró de nuevo el reloj. Zach se había retrasado ya dos minutos. A los hombres como él les encantaba hacer esperar a las mujeres. Y esperaban que las mujeres suspiraran de deleite cuando al fin se presentaban ante su puerta con un impresionante ramo de flores o una carísima botella de vino. Como si fuera eso todo lo que necesitaran para llevárselas a la cama.

No, gracias. Ella no era de las que suspiraban, ni de las que se acostaban con nadie fácilmente. De hecho, teniendo en cuenta que hasta la fecha no se había acostado con hombre alguno, no iba a empezar a hacerlo ahora con Zach Marcum. Probablemente pensaría que las vírgenes de veintiocho años no existían, pero ella era la prueba viviente. Si su mujeriego padre no la hubiera vacunado contra aquel tipo de intimidades, lo habrían conseguido los relatos y fanfarronadas que durante años había venido oyendo de sus equipos de construcción, mayoritariamente masculinos.

Por cierto que Zach, hasta el momento, estaba consiguiendo bastante más de lo que se merecía. Estaba más que acostumbrado a que las mujeres se desvivieran por sus atenciones, y allí estaba ella, siguiendo órdenes suyas como un cachorrito bien amaestrado.

La llamada a la puerta la sacó de sus reflexiones. Maldiciendo los nervios que le cerraban el estómago, se alisó el vestido azul brillante. Se había llevado varios vestidos en aquel viaje porque sabía que a Victor Lawson le gustaba dar fiestas en su casa de Star Island, a las que supuestamente ella tendría que asistir. Era un sencillo vestido corto de lana, entallado. Atravesó el apartamento y abrió la puerta antes de que pudiera cambiar de idea. La manera en que Zach contuvo la respiración nada más verla le provocó un estremecimiento. ¿Zach Marcum impresionado por una mujer? Interesante.

–Estás increíble.

–Pareces sorprendido –se echó a reír–. Tú mismo me dijiste que me quitara cinturón de herramientas, ¿no?

No quería sentirse afectada por el calor de su mirada mientras viajaba por todo su cuerpo: desde las uñas recién pintadas de rosa de sus pies hasta el redondo escote de su vestido, pasando por sus piernas desnudas.

–Es que no esperaba… esto –alzó por fin sus cálidos ojos color chocolate.

–Es solo un vestido normal y corriente –Ana se dijo que tenía que aligerar la tensión del ambiente–. Seguro que habrás visto a mujeres con ropa mucho más sofisticada.

–Sí, es verdad. Pero ninguna que sacara tanta belleza de lo más sencillo.

–Si quieres que vuelva a ponerme la camiseta y los tejanos, puedo hacerlo. Pero entonces tendré que ponerme también el casco de obra y el cinturón de herramientas.

La sonrisa satisfecha que Ana había llegado a conocer tan bien iluminó su rostro.

–Aunque tengo que admitir que también estás increíble con tu atuendo de trabajo, prefiero con mucho esta imagen tuya tan sexy.

«Oh, vaya», exclamó para sus adentros. A ese paso, iba a ponerse a suspirar. ¿Sexy? Ahora entendía por qué las mujeres caían tan fácilmente en su trampa.

–¿Nos vamos ya? Habrás reservado mesa, ¿verdad?

Zach alzó entonces una mano para apartarle un rizo cobrizo de la cara y recogérselo detrás de la oreja. Ana no quería reaccionar a su contacto, pero al parecer su cuerpo no podía evitarlo. Sentía un cosquilleo allí donde él posaba su mirada, como si la hubiera acariciado con sus manos grandes y fuertes.

Antes de que la situación se tornara todavía más incómoda, le hizo salir y se dirigió al ascensor. Una vez dentro, Zach pulsó el botón del vestíbulo y se volvió hacia ella.

–Tengo que reconocer que ese vestido me ha hecho perder el hilo de mis pensamientos. Es como una segunda piel.

–¿Esperabas que te recibiera en cueros, ataviada únicamente con mi martillo?

Cerró los ojos.

–Espera un momento. Estoy teniendo una fantasía…

Ana no pudo evitarlo y se echó a reír.

–Eres patético.

–Culpable –Zach se encogió de hombros–. Ahora en serio, te debo una cena por haberte solidarizado con mi hermana.

–¿Así que solamente se trataba de eso? –sonrió, sorprendida.

Se abrieron las puertas del ascensor y Zach la guio delicadamente del codo para salir.

–Eso y que necesito tu ayuda para planificar esa fiesta de chicas.

–Podrías haberte limitado a darme la lista de tareas que te envió Kayla. No tenías necesidad de emplear una de tus tardes libres conmigo,

Esa vez fue Zach quien se echó a reír. Inmediatamente le hizo detenerse y la obligó a que lo mirara.

–¿Qué es lo que te hace tanta gracia? –le preguntó ella.

–No imaginaba que fueras tan cobarde.

Le entraron ganas de borrar aquella sonrisa engreída de su rostro, aunque en el fondo sabía que tenía razón. Era una cobarde en muchos aspectos, y Zach no se imaginaba cuántos.

–Llámame cobarde si quieres, pero ambos sabemos que estás tan acostumbrado a salirte siempre con la tuya que te has inventado esa excusa para salir conmigo. Sé que tu empresa tiene una reputación impecable, pero traspasar la línea y entrar en un terreno personal sería un grave error para los dos.

–Sabes tan bien como yo que estás malgastando tu aliento. Puedes negarlo todo lo que quieras pero, si la ignoramos, esta recíproca atracción solo nos causará una tensión sexual cada vez mayor durante el desarrollo del proyecto.

Ana cruzó los brazos y alzó la barbilla, negándose a entrar en una discusión personal en pleno vestíbulo. Liberándose de su mano, salió al portal del edificio.

–Yo no estoy negando nada –continuó caminando–. Solamente constato el hecho de que este proyecto es mi prioridad número uno. No tengo tiempo para esas cosas, Zach.

Alcanzándola, cerró las manos sobre sus hombros desnudos y la miró directamente a los ojos.

–También para mí es una prioridad este proyecto, pero no pienso dejar que me consuma mi tiempo libre. Y lo que nosotros… sí, nosotros hagamos juntos en nuestro tiempo libre no tiene nada que ver con nuestra relación profesional.

Ana sabía que aquella era una discusión que no podía ganar, pero una vez que Zach descubriera que carecía de experiencia, ¿acaso no perdería todo interés por ella?

La llevó a su lujoso deportivo, un Bugatti. Ana se instaló en el cómodo asiento de piel mientras él se sentaba al volante. Al ver que no arrancaba inmediatamente, se volvió para mirarlo.

–¿Qué pasa? –preguntó.

–Eso va a ser complicado –se volvió también hacia ella–. Tanto si ignoramos esta tensión sexual como si no.

Ana no supo qué responder. Aquel nivel de tensión sexual era algo de lo que sabía bien poco, pero tenía la estremecedora sensación de que iba a averiguarlo más pronto que tarde. Suspirando, Zach alzó una mano y le retiró suavemente la melena del hombro desnudo.

–Yo estoy preparado para el desafío. ¿Y tú?

–¿Tengo elección?

Le acarició la mejilla con un dedo.

–No más que yo –y se volvió por fin para arrancar el coche.

Capítulo Cuatro

 

Al restaurante al que la llevó Zach jamás se le habría ocurrido ir sola. Y aunque era perfecto, eso era algo que jamás le confesaría al señor del ego hiperinflado.

Mientras el maître los guiaba hasta su mesa, Ana se fijó en la decoración. Exuberantes plantas tropicales separaban las diferentes mesas, creando un ambiente íntimo y recogido. Las luces tenues y una pared por la que resbalaba agua a modo de cascada hablaban de una íntima y relajante experiencia, justo lo que ella necesitaba.

Ana se sentó en un banco de forma curva, en una esquina junto a la cascada. Zach también se sentó, pero directamente junto a ella. Lo miró arqueando una ceja.

–¿Piensas acercarte tanto mientras comemos?

–A la primera oportunidad, pienso acercarme mucho más.

–¿Te atrae físicamente cualquier mujer con la que te cruzas? –se burló.

–En absoluto. No diré que he sido un santo, pero tampoco me disculparé por ser sincero y decirte lo que siento.

–La sinceridad es una virtud que aprecio, sin duda, pero te advierto que yo no confío fácilmente en la gente.

–En mí confiarás. Quizá no ahora, pero sí a su debido tiempo.

«¡Oh, Dios!», exclamó Ana para sus adentros. ¿Querría eso decir que…? Flirtear era una cosa, pero el tono que había utilizado era tan serio, tan rotundo. Indudablemente Zach se sentía perfectamente cómodo en cuestiones sexuales, al menos eso era lo que decían las crónicas de sociedad. Así que probablemente aquella conversación sería únicamente incómoda para ella…

–Zach, nosotros no somos nada más que compañeros de trabajo y yo te estoy ayudando con ese homenaje. No hay nada personal en esto. Nunca lo habrá. La confianza no es un problema para mí, pero no me gustaría que fuera yo la que tuviera que restaurarla.

–Tú no tendrás que hacer nada –se inclinó para susurrarle al oído–: Ya me encargaré de arreglar tus problemas de confianza.

La caricia de su aliento le produjo estremecimientos por todo el cuerpo. Afortunadamente, el camarero escogió aquel momento para aparecer. Ana ni siquiera escuchó lo que pedía Zach: estaba demasiado ocupada intentando dominarse. Una vez que volvieron a quedarse solos, procuró ignorar el romántico ambiente del selecto restaurante, y al hombre tan poderoso como sexy que tenía delante, para ir directamente al grano:

–¿Por qué te esfuerzas tanto conmigo? Podrías tener a todas las mujeres que quisieras.

–A todas no –una chispa asomó a sus ojos. La calidez de su tono resultó más que elocuente.

–¿Qué lista te dio Kayla para la fiesta de chicas?

Zach sonrió ante aquel radical cambio de tema.

–Necesito elaborar una carta de distribución de asientos y elegir el menú.

–Eso no parece tan difícil –pensó que aquel terreno era mucho más seguro.

–Tú no has visto la lista de invitadas. Cada una tiene una anotación con instrucciones específicas. No se puede sentar a cierta gente al lado de otra, y las madres con niños tendrán que estar cerca de los baños.

Ana no pudo evitar reírse ante aquella imagen del poderoso magnate preocupado por tales asuntos.

–Todo saldrá bien. Te lo prometo –le aseguró, dándole unas palmaditas en el brazo–. Pero empecemos por lo más sencillo. El menú.

–Sí, con eso no tengo problemas. Filetes de ternera y pollo como lo más básico.

–Es una fiesta de chicas –le recordó ella–. A nosotras nos gusta algo menos… masculino.

–Pero si tú acabas de pedir un filete.

–Bueno, yo siempre tengo un apetito enorme.

–¿Qué elegimos entonces? ¿Palitos de zanahoria y salsa para untar?

Su tono burlón y el brillo malicioso de sus ojos no dejaban de divertirla.

–¿Para qué hora del día ha programado Kayla el evento?

El camarero volvió en ese momento para servirles el pan y las bebidas. Ana bebió un sorbo de agua y se recostó en el cómodo asiento.

–Me dijo que a primera hora de la tarde –respondió él–. A eso de las dos o las tres.

–De acuerdo: hagamos algo divertido. ¿Qué tal una degustación de helados? Para cuando comience la reunión todas las invitadas ya habrán comido, de manera que una rueda de postres sería ideal, y los niños se morirán por comer helado.

Zach se volvió un poco más hacia ella en su asiento, apoyó el brazo en el respaldo y le lanzó una de sus matadoras sonrisas:

–Continúa.

Ana experimentó una punzada de orgullo. El motivo de que quisiera impresionar a aquel hombre con sus planes para su cuñada era algo que se le escapaba.

–Tendrá que ser al aire libre. No, que sea un lugar donde se pueda entrar y salir. Queremos que la gente se mezcle y disfrute. Y los helados se derretirían con este calor.

–¿Sabes? Conociendo a Tamera y a mi hermana, sé que la idea les encantará.

–Pues siéntete libre para atribuirte el mérito y quedar como un héroe –dijo Ana mientras tomaba una rebanada de pan.

–¿Por qué? La idea no ha sido mía.

La partió en dos y se llevó un pedazo a la boca.

–No tienen por qué saber que una desconocida intervino en la planificación de algo tan íntimo y personal.

Zach se le acercó un poco más. Lo suficiente para que pudiera distinguir las vetas negras de sus pupilas color chocolate.

–Tú no eres una desconocida, Ana.

El otro pedazo de pan que estaba sosteniendo escapó de sus dedos para caer sobre el inmaculado mantel.

–Zach, no vas a conseguir llevarme a la cama.

–¿Es eso lo que estoy intentando hacer? –sonrió.

–¿Acaso no lo es? Podemos fingir que estás flirteando o que únicamente estás siendo tú mismo y yo puedo reírme y batir pestañas con coquetería o podemos saltarnos todas estas tonterías para ir al meollo de esa tensión que existe entre nosotros.

Zach le apartó un rizo de la frente y se lo recogió detrás de la oreja.

–Se llama química, no tensión. La tensión hace que la gente se sienta incómoda. Y yo no lo estoy en absoluto.

–Eso es porque estás acostumbrado a desplegar tu encanto y a que las mujeres caigan a tus pies para que puedas arrastrarlas a tu cueva.

Zach echó la cabeza hacia atrás y rio a carcajadas.

–Ana, yo no soy un Neanderthal –le aseguró con voz baja, todavía risueña–. No arrastro a las mujeres a ningún lugar donde no quieran estar. Si me has dicho eso, es porque te enfurece sentirte tan atraída por mí.

–Tu ego y tus comentarios están fuera de control –siseó, airada–. No voy a negar que me atraes, pero eso no quiere decir que tenga que seguir todos y cada uno de mis impulsos. Además, yo no tengo tiempo para juegos.

Intentó apartarse, ganar distancia. Pero él debió de pensar que pretendía escapar, porque la agarró del brazo para susurrarle al oído:

–Me disculpo por mis comentarios, pero sabes que tengo razón.

–No puedo hacer esto. En serio, Zach. Ni siquiera puedo fingir que seremos algo más que compañeros de trabajo porque ni me gusta hacer esas cosas ni quiero mentirte. Por favor, deja de empujarme a hacer algo que yo no quiero.

–Esa nunca ha sido mi intención, Anastasia.

Esa vez sí que se volvió para mirarlo, con sus bocas a la distancia de un suspiro.

–¿Cuál es tu intención, entonces?

Aparte de la manera tierna a la vez que posesiva en que sus labios empezaron a moverse sobre los suyos, Zach no llegó a tocarla. Ana no quería responder a aquellos labios, pero… ¿cómo podía resistirse? Con un suspiro y un cosquilleo que reverberó por todo su cuerpo, se apoyó ligeramente en él: lo suficiente para dejarle saber que deseaba aquello.

Zach ladeó levemente la cabeza, entreabriéndole los labios. Ella le había dado luz verde con aquel corto suspiro y aquella pequeña basculación. De repente sintió una caricia como de pluma a lo largo de la mandíbula: las yemas de sus dedos. Un estremecimiento la recorrió de pies a cabeza. Pero antes de que pudiera formular otro pensamiento, él se retiró.

–Mi intención es demostrarte lo deseable que eres y que no todos los hombres se aprovechan de las mujeres.

Ana abrió los ojos y tragó saliva.

–Quizá, pero tampoco todos los hombres tienen buenas intenciones.

–No hay nada malo en ceder a tu propia necesidad, a tu pasión –continuaba acariciándole el rostro–. Yo soy un hombre paciente, Anastasia, y creo que la espera bien merece la pena.

Ana volvió a estremecerse, aún más que antes. Ante aquella declaración, ¿o era una amenaza?, supo sin ninguna duda que estaba librando una batalla perdida. ¿Sabría él acaso algo de su inexperiencia? ¿Le habría dado acaso alguna pista?

Capítulo Cinco

 

Zach recorría a toda velocidad las calles flanqueadas de palmeras de Miami. Cuando cayó la noche, había sacado una de sus motocicletas favoritas con la intención de despejarse la cabeza, saborear un poco de libertad e intentar resolver los problemas que lo acosaban. Que, en aquel preciso momento, parecían girar todos en torno a una sexy y tozuda jefa de obras.

Detuvo su Harley en el arcén de una calle, cerca del mar. La luna se reflejaba en la blanca espuma de las olas que morían en la costa. Después de dejar a Ana en su apartamento, había necesitado de un tiempo para recuperarse. Esa noche había percibido en ella una insólita inocencia, una curiosa ingenuidad.

Le sonó el móvil. Lo sacó el bolsillo, miró la pantalla y suspiró mientras aceptaba la llamada.

–¿Melanie?

–¿Puedo pasarme por tu casa?

Sintió una inmediata opresión en el pecho. Allí estaba, hablando con la mujer con la que se había casado, la que había creído que amaría para siempre. La mujer que lo había abandonado sin mirar atrás.

–Me dejaste. Y yo no doy segundas oportunidades.

–Cometí un error. ¿Es que no podemos hablar simplemente?

Por mucho que quisiera hacerlo, no podía; no le daría la oportunidad de que lo destruyera de nuevo.

–Tengo que dejarte.

Cortó la llamada y volvió a guardarse el móvil antes de clavar la mirada en la espuma blanca de las olas. No podía evitar pensar en el día de su boda y en los escasos meses de felicidad, a los que siguió aquel momento de pesadilla. Un momento de pesadilla que pretendía olvidar, y que sin duda olvidaría en cuanto Melanie dejara de llamarle y de enviarle mensajes. Sí, su ex le había hecho mucho daño, pero él también había tenido algo de culpa en aquel desastre. Si no se hubiera mostrado tan vulnerable, tan expuesto, no habría sufrido tanto cuando ella lo abandonó para largarse con uno de sus presuntos amigos. Era un tópico, y lo sabía. Pero Zach estaba decidido a mirar al futuro. A disfrutar de cada momento de su libertad y de su soltería.

Se negaba a cuestionarse a sí mismo, o a admitir siquiera que se había acostado con cada mujer disponible que se había cruzado en su camino después del divorcio. ¿Qué mal había en querer disfrutar de la compañía de una mujer sin la carga de una relación? Como, por ejemplo, la de Ana.

¿Estaría Ana dispuesta a renunciar a aquel muro defensivo que había erigido en torno a sí misma? Si no era así, ¿estaría él realmente dispuesto a arriesgarse a la posibilidad de otro rechazo? Sin duda. ¿Acaso no había endurecido su corazón tras el desengaño de Melanie? Estaba perfectamente preparado para mantener una relación íntima con Ana. ¿Relación? No, esa no era la palabra. Aventura. Aunque tenía el presentimiento de que la señorita Clark no era nada aficionada a las aventuras.