E-Pack HQN hombres irresistibles - Lori Foster - E-Book

E-Pack HQN hombres irresistibles E-Book

Lori Foster

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Beschreibung

Camino hacía el amor Lori Foster Charlotte Parrish siempre quiso conocer a cierto tipo de hombre: alguien responsable, estable, aburrido. Los chicos malos no tenían posibilidades con ella. Sin embargo, cuando el coche la dejó tirada en un lugar apartado y apareció un misterioso desconocido de mirada melancólica, no fue capaz de negar lo atraída que se sentía por él. Mitch había ido al pueblo a buscar a una familia a la que no conocía. Para él conocer a sus hermanastros después de tantos años era un sueño hecho realidad. Encontrar además el amor ni siquiera se le había pasado por la cabeza, hasta que se cruzó con Charlotte. Era dulce, bondadosa, más sexy de lo que ella pensaba y demasiado buena, en general, para un tipo que había estado en la cárcel, como él. Por eso, cuando el pasado volvió para amenazarlo, y puso en peligro a Charlotte y a toda su familia, Mitch no se conformó con seguir las reglas. Las hermanas Lemon Jill Shalvis Brooke Lemon siempre ha llevado la vida que quería, con sus aventuras salvajes y sus errores, algo que Mindy, su hermana perfecta, nunca ha entendido. De modo que, cuando Mindy se presenta en su casa en pleno ataque de nervios con sus tres hijos a cuestas, Brooke se queda de piedra. En su deseo de reconciliarse, accede a llevarse a los niños de vuelta a Wildstone para que Mindy pueda calmarse y recomponer su vida. Lo que Brooke no quiere admitir es que ella está igual de perdida... Porque ¿cómo regresar a tu pueblo después de siete años lejos de allí? Brooke no tarda en encontrarse cara a cara con un error de su pasado: un hombre alto, moreno y sexy. Pero Garrett ya no está interesado en ella. Aunque sus actos no son coherentes con sus palabras, lo que hace que Brooke empiece a sentir cosas que creía olvidadas. Ambas hermanas no tardan en comenzar a preguntarse si se habrán equivocado en la vida y en el amor.

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack HQN Hombres irresistibles, n.º 387 - marzo 2024

 

I.S.B.N.: 978-84-1180-838-5

Índice

 

Créditos

 

Camino hacia el amor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

 

Las hermanas Lemon

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Epílogo

Nota de la autora

Notas

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

El calor y la humedad de aquella noche le dejaron marcas en la camisa. Le caían gotas de sudor por la nuca. En Freddie’s tenían aire acondicionado, pero él prefería el aire puro. Agradecía hasta la última gota de aire húmedo que le llenaba los pulmones.

A medida que pasaba el tiempo, la luna iba ascendiendo por el cielo negro. En realidad, no sabía cuánto tiempo; había perdido la cuenta en el instante en que la había visto. Los faros de los coches que pasaban de vez en cuando se le acercaban, pero no llegaban a iluminarlo.

Permanecía entre las sombras, absorto en ella.

Demonios, deseaba aquella boca.

Desde que la había visto se le habían pasado por la cabeza una docena de fantasías, casi todas ellas relativas a su boca, a cómo fruncía los labios, a cómo los torcía hacia un lado para expresar frustración, a cómo exhalaba un suspiro. Todo el paquete era bonito, pero era su boca lo que le mantenía inmóvil, observando. Imaginando.

Era una mujer menuda, pero parecía una luz brillante en medio de la oscuridad. Discreta, pero con algo que a él le resultaba innegablemente sexy.

Una vez se había fijado en ella, no había podido apartar la mirada.

Después de hablar suavemente por teléfono, se mordió el labio con la frustración y la derrota reflejadas en el rostro.

Había hecho algunas llamadas seguidas. ¿Acaso necesitaba ayuda? Teniendo en cuenta que había dado varias vueltas a un coche, fulminándolo con la mirada, a él le pareció que sí. Y, a juzgar por su cara de mal genio, esa ayuda no iba en camino.

Desde que había salido de la cárcel, hacía un año, había pasado mucho tiempo en compañía de mujeres. El sexo ocupaba uno de los primeros puestos de su lista de deseos, después del aire libre, la libertad y un filete. Se había entregado al contacto humano, a la ternura, a la carnalidad.

Había disfrutado proporcionándole placer a alguien. Ver a una mujer llegar al orgasmo le resultaba tan gratificante como satisfacer sus necesidades básicas.

Se había saciado y, a la vez, había hecho planes para cambiar el curso de su vida, hacerla mejor. Construirse un futuro que valiera la pena.

Allí estaba, donde tenía que estar, con decisión, con un propósito… pero distraído por una mujer impresionante.

Le causaba curiosidad, porque ninguna otra le había llamado tanto la atención. No sabía nada de ella, pero hacía que le ardiera la piel.

Intentó apartar la mirada, pero no lo consiguió.

Extraño.

Aunque fuera vestida de un modo sencillo, con pantalones vaqueros, una camiseta y chanclas, Mitch sabía que ella no tenía nada que ver con él. Tenía un aire de inocencia y una actitud reservada. Y, para alguien con un pasado problemático como el suyo, eso ponía a aquella mujer en la categoría de «No tocar».

Apretó los puños y notó que le quemaban las palmas de las manos. Sí, quería tocarla, a pesar de todo.

Y no apartó la mirada.

Desde aquella esquina oscura justo a la salida del bar, él la observó mientras hacía otra llamada y se paseaba de un lado a otro. La luz de seguridad le iluminó el rostro. Tenía los pómulos altos y marcados y la nariz recta y fina. La barbilla, pequeña. Y la boca… Al pensar en besar aquella boca, apretó la mandíbula.

Por primera vez desde hacía años, se preguntó si podía aplazar sus planes un poco, decirle algo, comprobar si había algo entre ellos aunque los obstáculos fueran tan evidentes.

Después de todo, los opuestos se atraían.

Había hecho de aquel viaje una base central sobre la que construir un nuevo futuro. Había estado investigado sutilmente en aquel pueblucho para descubrir todo lo que había podido sobre Brodie y Jack Crews. Esa era su prioridad, después de todo. Avanzar y dejar atrás el pasado. Y eso empezaba por los hermanos Crews. Acercándose a la barra aquella noche podría conseguir más información sobre ellos.

Pero… si se permitía un pequeño rodeo con aquella mujer de pelo castaño y rizado, ¿tendría tanta importancia?

Si escuchaba a su sexualidad, la respuesta era no. Sus genitales le estaban enviando el mensaje de que se lanzara a la aventura.

Su cabeza… le estaba enviando un mensaje parecido: que podía permitirse el retraso.

Desde que había llegado al pueblo, había descubierto que los dos hombres estaban casados, que eran queridos en la zona y que tenían un extraño pero interesante negocio llamado Mustang Transport. Algunas personas del pueblo le habían contado que se encargaban de cosas mundanas, pero también le habían hablado de asesinos en serie y psicópatas. Él pensaba que la verdad estaba en el término medio.

También había oído hablar de su madre. Había oído hablar de ella desde que tenía uso de razón. Por muchos motivos, le interesaba casi tanto como Brodie y Jack.

No tenía conexión con Rosalyn Crews, pero conocer a aquellos dos hombres era muy importante para él. No podía explicarlo, porque siempre había estado seguro de que no necesitaba a nadie y de que solo le hacían falta las cosas que podía conseguir por sí mismo. Sin embargo, ahora, por mucho que le molestara, quería algo más, y todo dependía de Brodie y Jack Crews.

Pero no tenía que suceder inmediatamente. Podía permitirse gastar un poco de energía si aquella mujer le concedía algo de su tiempo.

Mientras ella hablaba por teléfono, él se fijó en cada uno de sus movimientos. No oía lo que decía, pero sí percibía el suave murmullo de su voz, y se dio cuenta de que ella le dejaba un mensaje a alguien.

De repente, la mujer se apartó el teléfono de la oreja y lo miró con una expresión de molestia.

–Perfecto. Vaya mierda.

Eso, Mitch lo oyó claramente.

Ella se metió el teléfono al bolsillo y dio un gruñido. Y él, aparte del deseo que le provocaba, sintió curiosidad.

¿Acaso la había dejado plantada el hombre con el que tenía una cita?

–Tenías que quedarte sin batería justo ahora –gruñó ella, y dio una palmada a una farola de metal–. Y ahora, ¿qué?

Ah, bueno… eso respondía su pregunta.

Mientras pensaba, se mordió el labio y miró hacia el bar. Movió la cabeza una vez y volvió a pasearse.

Las nubes cubrieron la luna y la oscuridad aumentó. Ella era demasiado menuda como para quedarse allí sola. ¿Qué debería hacer él? ¿Ser inteligente y alejarse, o preguntarle si necesitaba ayuda? Estaba indeciso cuando dos hombres salieron del bar haciendo mucho ruido.

Estaban borrachos.

La mujer alzó la vista, pero la apartó rápidamente y puso los ojos en blanco. Sin embargo, ellos la vieron.

–¡Hola, Charlotte! ¿Qué hay? –le preguntó uno de los hombres, con una mirada lasciva–. ¿Me estabas esperando, cariño?

Mitch captó la forma de reírse de aquel idiota sin afeitar, que demostraba la ironía de la pregunta.

–Pues claro que no –respondió ella, en un tono bien claro.

A Mitch le gustó el sonido de su voz, firme y sin tonterías. Pero no le gustó cómo la miraban aquellos dos tontos, como si estuvieran estupefactos. Además, se dirigieron hacia ella, a pesar de todo.

–Ah, vamos, no seas así –le dijo el tipo sin afeitar, y su amigo soltó una risotada, tropezó y balbuceó un poco más.

Charlotte. Bonito nombre. Ella se puso en jarras y soltó una advertencia.

–Demostrarías una gran inteligencia si sigues tu camino, Bernie.

–¿Cómo es que estás aquí sola? –preguntó él, con una voz burlona que a Mitch le parecía todo lo contrario a seductora–. Sabes dónde encontrarme a estas horas de la noche.

–Borracho, como de costumbre. Sí, lo sé. No es que sea de tu incumbencia, pero he terminado tarde una entrega y, al volver a casa, he tenido un problema con el coche –explicó ella, y añadió, en tono de amenaza–: Ya vienen a ayudarme.

–Te haré compañía hasta entonces.

–No, de eso, nada.

–Pero si ya estoy aquí.

Bernie se acercó. Ella no parecía asustada, sino, más bien, harta. Él salió de entre las sombras sin pensarlo dos veces, y ella lo vio.

Azul claro. Ahora que veía sus ojos con claridad, le parecieron tan irresistibles como su boca.

Ella, con alerta, se concentró en él. Se le separaron los labios y parpadeó dos veces.

«Estás marcando tu destino, cariño», pensó él. Intentó que su sonrisa fuera tranquilizadora y que, a la vez, le transmitiera su interés.

–¿De dónde has salido tú? –le espetó ella.

Mitch levantó las manos.

–Solo quería saber si necesitas ayuda.

Los otros dos hombres se enfadaron con él.

–Vete por ahí, imbécil. Ella no necesita nada de ti.

–¿Eres nuevo por aquí? –preguntó Charlotte, como si Bernie no existiera.

Mitch la miró fijamente antes de responder. ¿Conocía a todo el mundo de Red Oak, en Ohio? Probablemente. Era un pueblo pequeño. Se podía recorrer la calle principal, de un extremo a otro, sin sudar.

–Llevo unos días aquí –le dijo.

No era asunto suyo si él estaba de paso o si iba a quedarse. Además, ni siquiera él lo sabía por el momento.

Bernie, en un alarde de estupidez, se puso delante de él.

–No estás escuchando Te he dicho que…

Mitch esbozó una sonrisa mezquina con intención de intimidarlo.

–Es cierto. No te estoy escuchando. Estoy hablando solo con ella.

Solo por la diferencia de estatura, era más que ridículo que Bernie se atreviera a desafiarlo, pero lo hizo.

–¿Eres idiota?

Charlotte intervino, en un tono de ira, para interrumpir cualquier cosa que él hubiera podido decir o hacer.

–Estás advertido, Bernie. Si no lo dejas ahora mismo, no te van a gustar las consecuencias.

De todos modos, el muy tonto no escuchó.

–He dicho –estalló Bernie, con la respiración entrecortada– que te pierdas.

Un puño flaco atravesó el aire apuntando a la cara de Mitch.

–Mal hecho, idiota.

Instintivamente, Mitch esquivó el golpe y le dio un puñetazo en la barbilla.

–Tú tienes que aprender cuándo debes dejar las cosas –le susurró, mientras lo sujetaba por la pechera de la camisa para que no se cayera al suelo.

Sintió una ira que le resultaba muy familiar, a pesar de sus esfuerzos por reprimirla… hasta que una mano pequeña y fría lo tocó.

Mitch notó el contacto hasta los dedos de los pies. Miró primero los dedos pálidos, con uñas cortas y pulcras, que descansaban ligeramente sobre los músculos de su antebrazo bronceado por el sol.

A continuación, lo atrajo su rostro, de líneas delicadas, piel suave… Su boca y sus ojos.

Su pelo salvaje.

–Creo –dijo ella, en voz baja, con una sonrisa burlona– que si sueltas a Bernie, se irá rápidamente. Por lo menos, es lo mejor que podría hacer.

La intensa atracción desplazó a la ira.

Todo en ella le atraía. Se quedó a su lado, a la izquierda, y el olor embriagador de su piel y su pelo, a talco de bebés y flores, le llegó a la nariz.

Él respiró profundamente para llenarse los pulmones con su perfume, y supo que podría ahogarse con total felicidad en aquel olor.

Lentamente, para que ella no se alejara, Mitch abrió el puño y permitió que Bernie retrocediera hasta su amigo, que lo sujetó. Sin preocuparse por eso, Charlotte movió los dedos haciendo una ligera exploración antes de apartar la mano de golpe.

Interesante, sobre todo, el color que se extendió por sus mejillas.

–Gracias –le dijo, con una pequeña sonrisa.

–¿Por darle un puñetazo?

Ella hizo un gesto negativo con la cabeza.

–Por no hacerle más daño. Podrías haberlo hecho, lo sé.

Vaya. ¿Sin recriminaciones?

¿De verdad se lo agradecía?

No era a lo que estaba acostumbrado, pero lo aceptaría.

–Así que…

En aquel momento, Bernie escupió al suelo.

–Antes eras una chica muy agradable…

Y, así, tan fácilmente, destruyó la calma recién descubierta de Mitch y le hizo dar un paso hacia delante.

–Si te fueras ahora, demostrarías que eres inteligente.

Bernie, que estaba demasiado borracho para ver el peligro, miró a Charlotte, y ella, en lo que pareció un amable recordatorio, volvió a tocarle el brazo a Mitch.

Él la miró y ella sonrió.

Vaya, ¿cómo lo había sabido? No, él no castigaba a hombres menos fuertes por su idiotez. No resolvía las cosas a puñetazos, a menos que fuese inevitable. Entrecerró los ojos, pero por lo demás, ocultó su agitación.

–¿Estás bien? –le preguntó ella, mirándolo con sus ojos grandes y sinceros.

Dios… ¿acaso quería calmarlo? Él asintió con brusquedad, y ella dejó de fruncir el ceño.

–Me alegro –dijo, y le dio una palmadita.

Mitch estaba nervioso. Le fastidiaba el hecho de que, aunque ya no estuviera en la cárcel, persistiese en él el impulso de reaccionar primero y pensar después. Entre rejas, era lo más seguro.

«Ya no estoy en la cárcel». Al final, lo asimilaría. Haber ido a aquel pequeño pueblo era un paso más para conseguirlo.

El amigo de Bernie, que lo ayudaba a mantenerse en pie, murmuró:

–Que se jodan. Vámonos –dijo, haciendo un esfuerzo por salvar las apariencias de ambos.

–Sí, marchaos –dijo Charlotte, en voz baja. Y, con audacia, los ahuyentó.

Increíble. Pero lo que le importaba a Mitch era verlos marchar.

Porque, así, se quedaba a solas con ella.

Después de una segunda respiración profunda, se le ocurrió otra cosa: Charlotte se había acercado peligrosamente a una situación volátil.

Ella no lo sabía, por supuesto. De haberlo sabido, no se hubiese atrevido.

No debería confiar en él, pero no había dudado en interceder.

Valiente. Pero, también, tonto.

Y él no era capaz de decir por qué le impresionaba tanto.

Aunque ahora estaba fuera de su alcance, Mitch la sentía. Sentía su preocupación, su curiosidad. Ella lo estaba mirando fijamente.

«Contrólate». Para distraerse un poco, se quedó mirando a los dos hombres mientras recorrían la acera, hasta que desaparecieron de la vista.

¿Volverían? No.

Los cobardes nunca volvían.

–Lo siento –dijo Charlotte, mirándolo con curiosidad–. Bernie se pone muy estúpido cuando bebe.

Mitch tenía la impresión de que Bernie siempre era estúpido, pero, en fin.

–Le has asustado –dijo. Trató de sonreír para tranquilizarla, aunque él todavía no se hubiera relajado.

Ella se echó a reír. Su risa era tan agradable como su voz.

–Oh, no soy yo a quien tiene que temer.

Vaya, mierda. ¿Se refería a él? Entonces, después de todo, ¿sí le había molestado su dura reacción?

–No era mi intención…

–Tenías justificación. Me ha impresionado cómo has dado el puñetazo. No muchos hombres saben hacer eso.

Sin saber qué decir, él se tiró de la oreja. Lo cierto era que podía haber destruido a Bernie con muy poco esfuerzo. En cambio, le había dejado la cara en su sitio, así que, tal vez, su reacción no hubiera sido tan mala.

–Pero no estaba hablando de ti –dijo Charlotte–. Bernie no quería que dijera nada de él.

–¿Por qué?

–Porque, entonces, recibiría más de un puñetazo.

Entonces, si Charlotte tenía a alguien tan protector a su lado, era porque mantenía una relación, y eso significaba que no debería estar coqueteando con ella. Se llevó una decepción, aunque ya estaba acostumbrado a aquel sentimiento.

–¿Por parte de tu marido? –preguntó, con tanta caballerosidad como pudo.

–No, no. En realidad, de los hombres para los que trabajo. No estoy casada.

Él sintió un gran alivio y, en aquel mismo instante, decidió que iba a conseguirla. Se le acercó un poco.

–Me alegro de saberlo.

Aquella cercanía hizo que a ella se le cortara la respiración.

–¿Y tú? –le preguntó.

–Yo estoy libre –dijo él. En más de un sentido.

Mitch se acercó un poco más e inhaló su olor. Dios, se había perdido eso, el olor de una mujer, la fragancia fresca y conmovedora de su piel y cabello. Tal vez al sentir su intención, Charlotte se tocó la garganta, entre nerviosa y sorprendida. Y, por su sonrisa, a Mitch le pareció que estaba complacida por su interés.

–Espero poder llegar a conocerte mejor –le dijo. Y, para él, aquel mismo momento era perfecto–. Esperemos que más pronto que tarde.

–Oh…

Ella se llevó una sorpresa al oírlo. Pestañeó rápidamente y su sonrisa se volvió tímida. ¿No estaba acostumbrada a que los hombres se acercaran a ella? Era difícil de creer… Charlotte era uno de aquellos paquetitos perfectos, sexy, dulce, reservada… al menos, con él. Con Bernie había sido mandona y audaz.

Era una tentación.

–Me gustaría, pero, por desgracia, me esperan en casa desde hace un buen rato.

Mitch decidió actuar con cautela para no asustarla. Señaló con un movimiento de la cabeza el coche de Charlotte, un viejo Ford Focus de color azul.

–¿Mencionaste que has tenido un problema con el coche? –le preguntó.

–Sí. Y me lo van a repetir hasta la saciedad.

–¿Por qué?

–Mis jefes llevan bastante tiempo intentando convencerme de que cambie de coche –dijo ella, y se encogió de hombros–. Pero me gusta este. Él y yo… encajamos.

Sus ojos azules y un precioso coche azul, sí, encajaban.

Con un gesto adorable, torció la boca y se sopló un rizo para quitárselo de la cara.

–Antes de que se me acabara la batería, les he dejado mensajes a algunas personas, así que solo es cuestión de tiempo que aparezca alguien. Pero no sé cuánto tiempo. La mayoría de los lugares de por aquí están cerrados a estas horas, y no me gusta la idea de entrar a Freddie’s a esperar.

Mitch lanzó una mirada burlona hacia el bar. Sí, después de haber visto a aquellos dos borrachos desagradables que salían por la puerta, él tampoco quería que estuviera allí.

–Probablemente no deberías estar aquí sola.

Ella inclinó la cabeza con un gesto de desafío.

–No estoy sola, ¿no?

«Probablemente, tampoco deberías estar aquí conmigo».

Como necesitaba cambiar de pensamientos, miró hacia el Ford.

–Creo que podría echarle un vistazo.

–Ah… ¿sabes de coches?

–Sé un poco, lo suficiente.

O, más bien, lo sabía todo, pero no estaba dispuesto a compartir información sobre sí mismo, ni de sus antecedentes. Sería demasiado peligroso en aquel pueblo, en aquel momento, con tanto en juego.

Ella se humedeció los labios y, al ver aquel gesto, a él se le abrieron las ventanas de la nariz.

Antes de llegar a Red Oak se había hartado de sexo, o eso creía. Una sequía de cinco años le hacía eso a un hombre, lo volvía insaciable.

Por otra parte, ella no era como las otras mujeres. Dulce, sí, pero, también, valiente y orgullosa. Nadie podía pasar la vida sin algún tipo de sufrimiento, pero algunas personas se llevaban más golpes que otras.

Se alegraba de que las dificultades a las que se hubiera enfrentado la hubieran fortalecido.

Él también era más fuerte, pero no de la misma manera.

–En realidad –dijo ella, ajena a sus oscuros pensamientos–, creo que solo es una rueda pinchada. Podría haber aprendido a cambiar un neumático, pero nunca he tenido tiempo.

–¿Tienes el de repuesto?

Mientras lo preguntaba, dio la vuelta al coche y vio que el neumático trasero del lado derecho estaba completamente desinflado. Charlotte lo siguió, pero no se acercó demasiado.

–En el maletero.

–¿Y las llaves?

–Ya lo he abierto. Se me ha pasado por la cabeza intentarlo, pero me di cuenta de que no tenía ni idea. En cuanto vuelva al trabajo, lo primero que voy a hacer es aprender.

A él no le importaría enseñarle eso y mucho más. Por supuesto, ella aún no sabía que era un expresidiario y, cuando lo descubriera, se acabaría su amabilidad.

Se puso manos a la obra. Sacó el gato y la rueda de repuesto. Ella permaneció bajo la luz de la farola, con cautela, pero la curiosidad la acercó a él lo suficiente como para poder charlar. Inteligente por su parte. Probablemente pensaba que, si él se pasaba de la raya, ella podría estar en el bar en cuestión de segundos.

Aunque él nunca haría nada extraño. La gentileza con las mujeres era algo intrínseco de su personalidad, una parte tan importante de él como su rostro y su físico. Para él, todas las mujeres merecían ser cuidadas.

Por otra parte, seguramente la mayoría de la gente consideraría que un expresidiario se atreviese a hablar con una mujer era pasarse de la raya.

Exhaló un suspiro. La realidad de su situación nunca se le olvidaba.

–Soy Charlotte, por cierto –dijo ella–. Charlotte Parrish.

–Yo me llamo Mitch –dijo él. No le dijo su apellido. No podía. Todavía, no–. Me alegro de conocerte.

En lugar de presionarlo, ella empezó la charla habitual, preguntándole si se alojaba en el hotel. No, no estaba en el hotel. Si le gustaba el pueblo. Él dijo que sí, pero, sinceramente, no le importaba. ¿Cuánto tiempo iba a quedarse? Él dijo que aún no lo sabía, porque en realidad no dependía de él. Justo cuando estaba terminando de apretar la última tuerca, ella le preguntó:

–¿Y qué te trajo por aquí?

Mitch estaba intentando encontrar una mentira creíble cuando oyó la llegada de un coche que aparcó cerca. Después, el cierre de una puerta. Pensó que era alguien que iba al bar, hasta que una voz grave dijo:

–¿Charlotte?

Unos pasos rápidos se acercaron junto a la voz masculina.

–Acabo de leer tu mensaje, cariño. Siento haber tardado tanto. Traté de devolverte la llamada, pero no contestabas y…

¿Era uno de los chicos con los que trabajaba? Como no quería que terminara aquel rato que estaba pasando con ella, Mitch mantuvo la cabeza agachada y se concentró en bajar el coche y quitar el gato. Los pasos se detuvieron.

–¿Qué está pasando aquí?

Charlotte dio un gruñido.

–Me quedé sin batería. Lo siento, Brodie, no podía avisarte, pero ya está resuelto.

Mitch se quedó en shock. Brodie. Sintió tanta incredulidad, que cerró los ojos y soltó un murmullo. «Joder». Por suerte, nadie lo oyó.

No podía haber dos hombres con un nombre tan particular en un pueblo tan pequeño. Todavía no estaba listo para conocerlo, pero, en realidad, ¿cuándo iba a estarlo?

Quería investigar y saber más, estar mejor preparado, pero no iba a tener esa oportunidad.

Hubo una pausa llena de desconfianza.

–¿Resuelto? ¿Cómo?

–Me ha ayudado Mitch.

Al no ver forma de evitarlo, Mitch se incorporó y se puso en pie, preparándose automáticamente. Se volvió para mirar a Brodie Crews y, al verlo, casi se le escapó un silbido de sorpresa.

¿Por qué nadie había mencionado que Brodie era un forzudo?

Con su metro noventa de estatura, los otros hombres rara vez podían mirarlo a los ojos, pero Brodie no solo estaba a la par con él, sino que también era muy musculoso.

Sin embargo, lo que más desconcierto le causó fue el parecido. Brodie tenía una nariz exactamente igual a la suya, una mandíbula similar, la frente, los pómulos…

Brodie, con las cejas levantadas y los brazos cruzados, preguntó:

–¿Por qué me miras así, tan fijamente?

Mitch frunció el ceño y sacudió su cabeza.

–Perdón, yo…

–¿Y no te importaría soltar la llave inglesa? –añadió Brodie, mientras empujaba ligeramente a Charlotte detrás de él para protegerla con su cuerpo–. ¿O es que hay alguna razón por la que la tienes agarrada con esa fuerza?

Mitch se miró la mano. Sí, tenía los nudillos blancos de apretar tanto la herramienta. Agitó la cabeza con disgusto y se le escapó una risa. Con cuidado, colocó la llave inglesa de nuevo en el coche de Charlotte y se inclinó para recoger el gato.

El silencio le inquietó.

–Así que Charlotte trabaja para ti, ¿eh? –preguntó. Su mala suerte crecía por segundos.

–Trabaja para mí, trabaja conmigo, me da órdenes… Elige.

Brodie se acercó y levantó la rueda pinchada.

–Entonces, estabas aquí de casualidad, ¿no? –preguntó.

–Sí –dijo Mitch, y asintió hacia el bar. Después, dijo una mentira verosímil–. Estaba conociendo la vida nocturna.

Brodie soltó una risa desdeñosa.

–No hay mucho de eso por aquí, así que, ¿para qué vas a quedarte?

Se oyó un jadeo femenino, y los dos hombres giraron la cabeza.

–¿Por qué le estás haciendo el tercer grado, Brodie? –preguntó Charlotte, con los puños apoyados en caderas y el ceño fruncido–. Me ha ayudado. Deberías darle las gracias.

Brodie se encogió de hombros.

–¿Gracias? –dijo con ironía.

Antes de que Mitch pudiera responder, se oyó otra voz.

–¿Qué pasa aquí?

Sabiendo instintivamente lo que se iba a encontrar, Mitch miró hacia el otro lado y vio a otro hombre que se acercaba rápidamente. Tenía la misma altura, la misma maldita nariz, la misma mandíbula… pero era más delgado. Aquel tenía que ser Jack.

–Que Brodie está siendo un imbécil –dijo Charlotte, en tono de acusación.

–Dime algo que no sepa.

Aunque su respuesta fue más relajada, en sus ojos oscuros se reflejó la misma precaución que mostraba Brodie.

Mitch sintió una avalancha de emociones desconocidas. No esperaba verse en aquella situación; solo tenía planeado lo que podía decir o hacer, pero no lo que iba a sentir. Decidió salir de detrás del coche para poder mirar a la cara a los dos hombres. Que pensaran lo que quisieran.

–¿Charlotte también te llamó a ti? –preguntó Brodie.

Jack asintió.

–Justamente estaba llegando al pueblo y estaba en una zona sin cobertura. Vine hacia acá en cuanto oí la llamada.

Brodie le explicó lo que había sucedido antes de que pudiera hacerlo Charlotte.

–Se le pinchó una rueda y él se la cambió. Charlotte se quedó sin batería, o nos habría devuelto la llamada para avisarnos. Eso es todo lo que sé.

–Ah.

Ahora que Mitch se había movido, Jack se acercó y se quedó junto a Charlotte.

–Entonces, si no se hubiera quedado sin batería, ¿nunca hubiéramos sabido que ha conocido a alguien?

–Eso parece, sí.

–Oh, por el amor de Dios –dijo ella, y le dio un codazo a Brodie en el estómago. Él resopló y se apartó un poco. Sabiamente, Jack se retiró, pero solo un paso–. Ha sido un simple pinchazo y ya terminó, así que…

–¿Hace poco que has llegado al pueblo? –le preguntó Jack.

Charlotte levantó las manos.

–Ya ha pasado por el interrogatorio.

Mitch apreciaba que protegieran a Charlotte, aunque fuera tan irritante para ella. Se encogió de hombros y respondió:

–Llevo aquí unos días.

Jack entrecerró los ojos y alzó la barbilla.

–¿Estás de paso?

Brodie lo estudió con atención mientras esperaba su respuesta.

Resignado, Mitch aceptó que le obligaran a hacer aquello en aquel lugar y en aquel momento.

Delante de Charlotte.

No era lo que él quería, no era lo que había planeado.

El aire húmedo y opresivo se cerró a su alrededor. Se le encogieron los músculos, como siempre que se sentía inquieto.

En la cárcel, se había sentido inquieto muchas veces.

Aquello era diferente, claro, así que, ¿por qué le rechinaban los dientes?

Brodie se puso junto a Jack, como debían hacer los hermanos. Mierda, mierda, mierda. Juntos, los hombres presentaban un frente unido. No exactamente hostil, pero tampoco amigable. Y ¿por qué iban a darle la bienvenida a un completo extraño que estaba hablando con una mujer que les importaba?

Una vez que lo explicara todo, los dos querrían echarlo.

Sin embargo, iban a saber muy pronto que no se marcharía fácilmente cuando, por fin, había conseguido llegar hasta allí. Había trabajado mucho por conseguirlo y, se lo mereciera o no, tenía un plan e iba a cumplirlo.

–¿Por qué estáis haciendo esto? –preguntó Charlotte, con desesperación.

–Porque son astutos, por eso –dijo él–. Y sienten que algo no va bien.

Brodie apretó la mandíbula y se enderezó aún más.

Jack se cuadró de hombros.

Aquellos hombres eran impresionantes, y una pequeña parte de él se sintió orgullosa.

–¿Mitch? –preguntó Charlotte. Su expresión reflejaba compasión, confusión.

Él había sufrido muchas pérdidas en la vida. Aquella le dolió más que la mayoría.

–Lo siento –dijo, y giró el cuello para liberar algo de la tensión. Estaba decidido a superarlo, y añadió–: La cosa es que…

Y se entrometió otra voz. En aquella ocasión, era una voz aguda, llena de autoridad, acostumbrada a ser escuchada y obedecida. La voz de una mujer.

–Brodie, Jack, comportaos como es debido.

Brodie puso los ojos en blanco.

–Nuestra madre –le dijo a Mitch–. Y, si crees que nosotros somos desconfiados, prepárate.

Su madre.

Rosalyn Crews.

Algo incómodo se removió dentro de él y le aceleró el corazón. Mitch se giró, conteniendo la respiración; pero, por supuesto, no estaba preparado. Ni siquiera se había acercado a prepararse.

Su mirada se encontró con la de ella.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

La venerada matriarca de la familia Crews. Mitch sabía de ella, pero no pensaba que fuese a conocerla y, menos, a aquellas horas, en el centro de la ciudad, delante de Brodie y Jack y con Charlotte de testigo.

La sorpresa hizo que Rosalyn se detuviera en seco. Se le separaron los labios y le brillaron intensamente los ojos. Unos ojos muy bonitos, oscuros, con pestañas espesas.

Iguales a los de sus hijos, Brodie y Jack.

Y muy, muy diferentes a los suyos. Se le contrajeron los músculos del cuello. Él no huía de nadie. Nunca.

Pero, que Dios lo ayudara, quería huir de la avalancha de las cosas que le hacía sentir aquella mujer.

En vez de eso, afianzó los pies en el suelo y se concentró en respirar lenta y constantemente, y se mantuvo inmóvil.

–¿Mamá?

Jack se acercó a ella con preocupación.

Mitch la miró sin poder evitarlo. Había oído hablar tanto de ella… En su cabeza, representaba cosas intangibles que rara vez había experimentado: amabilidad, compasión, lealtad y cariño.

Cosas que una madre le daba a un hijo, pero que su propia madre no había compartido con él. Mitch no estaba seguro de que su madre poseyera esas emociones. Por lo menos, él nunca las había conocido de su mano.

–¿Qué pasa, Ros? –después de lanzarle a Mitch una sonrisa para darle valor, Charlotte se acercó apresuradamente a ella.

Él ya sabía que la llamaban Ros, un diminutivo de su hombre. Lo había oído muchas veces. No era como se la había imaginado. En realidad, era mejor. Tenía un aire cálido y amigable, fuerte, maternal.

Era real.

Y estaba inmóvil, mirándolo absorta.

–¿Estás bien? –le preguntó Charlotte.

Ros la miró un instante y asintió con una sonrisa de incertidumbre. Después, dio un paso hacia él, y Mitch permaneció en su sitio, callado, cuando el impulso de alejarse latía dentro de él.

Jack y Brodie siguieron los pasos de Ros. Eran sus hijos, y su protección se extendió más allá de Charlotte. A él siempre le habían dicho que eran del tipo de hombre que protegía instintivamente a cualquier persona más pequeña, más débil o necesitada, así que, por supuesto, estarían especialmente atentos a aquellos a quienes querían.

Querían a su madre.

Ella se tocó la boca con las yemas de los dedos, con un gesto de puro asombro, y exploró su rostro. Con una breve carcajada, dijo:

–Perdón por mirarte así.

Sin apartar los ojos de los de ella, Mitch asintió bruscamente. Lo comprendía, aunque nadie más pudiera entenderlo.

–Es que… te pareces mucho a alguien a quien conozco. O, más bien, a alguien que era igual que tú a tu edad.

–Sí, señora –dijo él. Sabía perfectamente a quién se parecía.

–¿A quién? –preguntó Brodie.

–Hay algo que… –dijo Jack, observándolo con atención.

Mitch empezó a sudar.

Al cuerno. No podía soportar más la tensión, así que dijo la verdad.

–Me parezco a Elliott Crews.

Pasaron unos segundos en silencio total. Pero, al menos, él ya podía respirar mejor.

Ya estaba hecho. No había escapatoria.

Mitch los observó a todos. Se habían quedado boquiabiertos, pero cerraron la boca. Charlotte era la única que estaba pestañeando.

No era exactamente como hubiera querido hacer las cosas, pero, al cuerno. Se preparó para la censura que se avecinaba.

La mirada de Charlotte era la que más le quemaba. Claramente, ella estaba atando cabos, viendo las cosas como no las había visto antes.

¿Qué pensaba ahora de él? Parecía que lo miraba casi con admiración, pero… no, no iba a creerlo.

Él sonrió con perspicacia, con desaprobación hacia sí mismo, y la miró a los ojos.

«Ahora todo parece diferente, ¿eh?». Y eso que no había oído lo peor.

Él era un desgraciado por estar allí, por hacer lo que iba a hacer.

Se concentró en Ros. Era más fácil que ver el desdén de Brodie o Jack. Si vacilaba un instante, se echaría atrás.

Y no podía permitírselo.

–Lo sé –dijo–. Es un shock, ¿verdad?

Rosalyn tomó aire.

Jack apretó los labios.

Brad preguntó:

–¿Nuestro padre?

Mitch asintió con tirantez y confirmó sus sospechas:

–Sí. También es mi padre.

 

 

Eso sí que era un bombazo. Charlotte se había quedado anonadada, así que, ¿cómo se sentirían los demás?

Por instinto, rodeó a Ros con un brazo y se giró hacia Brodie y Jack. Estaban aturdidos.

¿Se darían cuenta de lo mucho que le había costado a Mitch ir hacia ellos?

Ella, sí. Lo veía con claridad.

Como muchos hombres con un equivocado sentido de la virilidad, Mitch intentaría disimularlo, pero a ella no la engañaría.

Tal vez fuera porque había experimentado su protección, su preocupación, y tenía la sensación de que lo había conocido bien en tan corto espacio de tiempo. Sin embargo, había algo… una especie de conexión que la atraída irresistiblemente hacia él.

Y, ahora que sabía por qué estaba allí, aún más.

Era un hombre grande, como sus hermanos, con un físico fuerte, hombros anchos y erguidos con dignidad y una expresión forzada de arrogancia. Estaba solo contra el peligro, esperando su destino.

Estaba sufriendo por la familia Crews, pero los conocía. Se apoyaban los unos a los otros, y eso significaba que podían superar casi todas las cosas.

Charlotte miró de nuevo a Mitch. No podía apartar la vista.

Y, ahora, veía el parecido. Mitch tenía el pelo más claro que sus hermanos, rubio oscuro, y no tenía los ojos oscuros de Rosalyn. Sin embargo, el resto, sus rasgos faciales, su cuerpo increíble, su altura y su sonrisa…

De repente, Rosalyn emitió una exclamación de alegría y abrió los brazos en señal de aceptación.

–¡Lo sabía!

En el rostro de Mitch, que hasta aquel momento tenía una expresión estoica, se reflejó el horror al verla acercarse.

Ros no se detuvo.

–Aunque no podía creerlo, ¡te juro que te he reconocido!

Brodie intentó detenerla.

–Mamá, espera…

Ros se echó a reír.

–¡Es tu hermano!

Oh, cuánto la quería Charlotte. Por eso, y por muchas otras cosas.

–¿Le vas a creer? –preguntó Jack, con más desconfianza que animosidad.

–Tú también tienes ojos en la cara, hijo. Ves la verdad igual que yo.

Mitch, espantado, siguió dando pasos hacia atrás. Si seguía así, acabaría en mitad de la calzada.

Miró hacia atrás para calcular la distancia, y Ros aprovechó para rodearle la cintura con los brazos.

Como ella lo estaba mirando atentamente, vio algo trágico en su cara.

Confusión. Tormento.

Esperanza.

Era asombroso que una muestra de afecto de Ros pudiera afectar tanto a un hombre tan enorme y poderoso.

Y, típico de Ros, a ella no le importó. Echó la cabeza hacia atrás y le sonrió.

–Eres exactamente igual que él.

Con la respiración acelerada, con los brazos colocados en un ángulo cómico para no tocarla, Mitch frunció el ceño.

–Sí, ya lo sé.

Ros lo estrechó de nuevo entre sus brazos. Después, de repente, se puso furiosa.

–¡Lo voy a matar!

Todos se quedaron mirándola.

Jack preguntó, con cautela:

–¿A papá?

–¡Sí, a tu padre! –respondió ella, blandiendo el puño–. ¿Cómo se atrevió a ocultármelo?

Mitch intentó sonreír.

–Debería pedir disculpas…

–Oh, cariño, no –dijo ella–. Tú no tienes nada por lo que disculparte.

Él arrugó las cejas sobre sus ojos de color castaño y dorado.

–En realidad, señora –dijo–, usted no puede saberlo.

–Es verdad, mamá –dijo Brodie–. Ni siquiera sabes por qué ha venido.

Ros sonrió.

–Ha venido porque es de la familia.

Mitch la miró con incredulidad.

Charlotte dio un paso adelante. Normalmente, dirigir a la familia era tarea de Ros, pero la matriarca estaba un poco distraída abrazando a Mitch en aquel momento.

Así pues, ella carraspeó y consiguió llamar la atención de todo el mundo. Trató de sonreír alegremente, y dijo:

–¿Qué os parece si vamos a casa para hablar?

–Sí –dijo Ros, con entusiasmo.

Brodie y Jack intentaron dar una excusa al mismo tiempo.

–A mí me está esperando Ronnie –dijo Jack.

–Es tarde y Mary se va a preocupar –añadió Brodie.

Como conocía bien a sus hijos, Ros los miró con severidad y dijo:

–Perfecto. No quiero que mis queridas nueras se preocupen. Vosotros marchaos y Charlotte y yo iremos a casa con Mitch.

–¿Cómo?

–No, ni hablar.

Ros siguió manipulando con toda dulzura, y les prometió:

–Mañana os pondremos al corriente.

Charlotte se echó a reír al ver la expresión de horror de Jack y la de terquedad de Brodie. Los dos sabían que Ros iba a ganar, así que, ¿para qué luchar contra ella? Con picardía, dijo:

–Yo llevo a Mitch en mi coche.

Pensó que, de ese modo, se saldría con la suya.

Por desgracia, Mitch protestó.

–¿Y yo no puedo decir nada al respecto?

–Por ahora, tú eres quien decide –respondió Ros, en un tono mucho más suave, mientras lo abrazaba de nuevo–. Pero ya has llegado hasta aquí, ¿no? ¿Por qué no vas a venir de visita?

Él se giró y comenzó a masajearse la nuca.

 

 

Charlotte, en voz baja, le provocó:

–Sabes perfectamente que quieres hacerlo.

Él la miró y entrecerró los ojos. Después, se giró hacia Brodie.

–Mira, yo no tenía pensado nada de esto… Bueno, sí, pero no ahora. Y no con… –le dijo, y señaló vagamente a Charlotte.

Ella se sintió un poco ofendida, herida, pero se dio cuenta de que él intentaba zafarse también de Ros, aunque sin éxito.

–Yo creía que podíamos hablar Jack, tú y yo, pero podemos esperar hasta mañana –dijo Mitch.

–Eso lo dices –respondió Jack– porque no conoces a nuestra madre.

Charlotte sonrió.

No, no conocía a Ros, pero estaba a punto de hacerlo.

 

 

A Mitch nunca se le hubiera ocurrido que iba a verse en aquella situación. Con delicadeza, pero también con firmeza, tomó a Rosalyn Crews por los brazos y la echó hacia atrás. Aunque era una mujer de poca estatura y un poco regordeta, tenía la actitud valiente y autoritaria de un superhéroe.

Tenía la cara muy lozana y el pelo castaño claro, recogido en una cola de caballo, y llevaba unos pantalones vaqueros y una camiseta. No parecía lo suficientemente mayor como para ser madre de dos hombres adultos.

En casi todo lo que él podía ver, era lo contrario a su padre, Elliott.

–¿Podría hablar contigo y con Jack en privado un minuto? –le preguntó a Brodie.

Brodie abrió la boca, pero fue Rosalyn quien respondió.

–No –dijo, y Jack y Brodie suspiraron.

Entonces, ella se volvió hacia Mitch.

–Somos una familia. Podemos hablar entre todos.

Con reticencia, él buscó la mirada de Charlotte. ¿Ella también era de la familia? Dios Santo, si había estado a punto de…

–No, yo, no –dijo Charlotte rápidamente, como si le hubiera leído el pensamiento–. Es decir, ellos son como mi familia, porque mis padres murieron. Pero no tenemos parentesco de sangre.

Brodie enarcó una ceja.

–¿Y por qué das tantas explicaciones?

–Shhh –le dijo Rosalyn. Después, entrelazó los dedos y se puso a observar a Mitch–. Como seguro que ya sabes, soy Ros, su madre, así que lo que les preocupe a ellos también me preocupa a mí.

–Podría preocuparse mañana, en vez de ahora mismo.

Ros no se inmutó.

–Ahora estamos todos aquí, así que ven a casa. Haré un café. Charlotte preparó galletas esta tarde. Podemos conocernos.

Aquella buena voluntad dejó desarmado a Mitch. Sin embargo, hubo una pequeña información que lo distrajo: ¿Charlotte cocinaba?

Y ¿qué demonios le importaba a él? No, no le importaba. Si quisiera una galleta, podría comprarse un paquete en el supermercado.

Se irguió y miró a Ros.

–Para ser sincero…

Ella lo miró con lo que debía de ser una expresión maternal patentada que transmitía decepción, determinación y una obcecación extrema a la hora de salirse con la suya.

Él no había visto aquel tipo de expresión nunca, pero había tenido un tipo de madre distinto.

La mirada surtió efecto. Cuanto más se alargaba, más poder tenía.

–No es una buena idea –murmuró Mitch.

Ros sonrió.

–Claro que sí.

Sin querer, Mitch miró a Charlotte y vio que ella también estaba sonriendo. Rápidamente, apartó la vista. Era hora de olvidarse de todas sus fantasías, porque había quedado claro que estaba fuera de los límites.

Aunque era más fácil decirlo que hacerlo. Todos tenían su atención, pero Charlotte, más que nadie. Su presencia le calmaba y le provocaba a partes iguales. Cuanto antes se alejara de ella, mejor.

Para ellos.

Mitch se frotó la barbilla y pensó en sus opciones.

Tal vez Ros pensara que lo entendía porque sus hijos eran tipos grandes y capaces.

Pero no era cierto.

Que él supiera, Brodie y Jack eran unos hombres muy agradables que también podían, si era necesario, ponerse chulos. Luchar con limpieza, sin trucos sucios. Con medida y de un modo civilizado.

Él, por el contrario, se había moldeado con la supervivencia desde la infancia y había terminado de afinarse en la cárcel.

No era cruel por naturaleza, pero podía serlo cuando se le provocaba.

Distinguía el bien del mal, pero, algunas veces, la línea se desdibujaba.

Valoraba la vida, pero se la quitaría a alguien si fuera necesario. Lo había intentado varias veces. Si hubiera pasado mucho más tiempo en la cárcel, ¿quién sabía cuántos habrían muerto?

Para él, su objetivo había sido siempre el mismo: sobrevivir. Quería vivir y, para conseguirlo, hubiera estado dispuesto a matar a otros.

Sin embargo, aquello no tenía cabida allí. No iba a aprovecharse de la bondad de Rosalyn.

Y eso significaba que tenía que decir la verdad.

–Lo primero es dejar las cosas claras –dijo él, y la miró a los ojos–. Soy un expresidiario.

Esperó las recriminaciones, pero no llegó ninguna.

Brodie y Jack se acercaron. Se situaron bloqueando a Charlotte por completo y protegiéndole las espaldas a su madre.

Un expresidiario era una amenaza. Lo entendía.

Sonrió burlonamente y dijo:

–Ya me imaginaba que eso iba a captar toda vuestra atención. Pero no quiero nada de vosotros.

–Estás aquí –dijo Brodie–. Tiene que haber un motivo.

–Claro.

–¿Y cuál es?

Aquella calma tan extraña era más inquietante que una reacción de rabia.

–No tengo intención de molestar, ni de utilizaros a ninguno, ni nada de eso. Solo…

Vaya. Así no era como se suponía que debían ir las cosas.

Él no era de los que se quedaban sin palabras. Exponía sus motivos y esperaba la respuesta con la cabeza alta. Así era como había conseguido trabajo a pesar de ser expresidiario y como había reconstruido lentamente su vida durante el año anterior, haciendo caso omiso de los rechazos y sorteando los obstáculos, sin rendirse.

Y tampoco iba a rendirse en aquel momento, aunque no supiera qué hacer.

Todos esperaron en silencio.

Él se pasó una mano por la cara.

–¿Está aquí Elliott? –preguntó. Su padre era la última persona a la que quería ver, pero, quizá, pudiera servirle de amortiguador.

–Estamos divorciados –dijo Rosalyn–. Desde hace mucho tiempo.

–Espero que no fuera por mi madre…

–No –dijo Rosalyn, y volvió a acercarse a él–. Elliott no entiende lo que es la fidelidad. Nunca lo entendió. Eso no es culpa tuya ni de tu madre.

Increíble. Entonces, después de saber que su marido la había engañado con su madre, ¿ella estaba dispuesta a seguir sonriéndole? ¿Cómo iba él a reaccionar a eso?

Mirando a Charlotte, no. Eso fue un grave error, porque, cuando la miró, no pudo apartar la vista. Los rizos le acariciaban la mejilla y tenía una suave sonrisa en los labios…

–¿Has estado en la cárcel? –preguntó Brodie.

–Cinco años –respondió él, sin pestañear.

–¿Y por qué te condenaron?

Mitch se contuvo para no mirar a su alrededor por si había alguien que pudiera oírlo todo. Pero era un expresidiario, simple y llanamente, y no podía ocultarlo. Así pues, no había motivo para intentarlo.

Abrió la boca…

Y Charlotte se adelantó con una actitud enérgica y práctica.

–Por el amor de Dios, ya está bien de darle la lata. ¿Es que queréis que os cuente la historia de su vida aquí, en mitad de la calle?

Él se quedó sorprendido al ver que ella lo defendía, pero también le molestó que pensara que necesitaba que lo defendiera. Frunció el ceño.

–¿Darme la lata por hacerme una pregunta?

Sus reacciones habían sido mucho más calmadas de lo que él esperaba.

Pero, entonces, Rosalyn intervino.

–Es obvio que no ha matado a nadie.

Brodie sonrió con suficiencia.

–Sí, está claro que un asesino habría tenido una condena mucho más larga.

–¿Le hiciste daño a alguien? –insistió Jack, sin hacer caso de la frustración de Charlotte.

Mitch hizo un gesto negativo y trató de resumir los hechos.

–Me detuvieron por complicidad en un trapicheo de drogas. El traficante era el novio de mi madre, no yo. Yo fui el conductor de la entrega. No había nadie más para hacerlo, así que me ofrecí.

–¿Por qué? –preguntó Brodie, en un tono de acusación.

«Porque me hicieron una encerrona, y no se me ocurrió otra solución».

Y su madre…

No, eso no iba a contarlo. No era una gran contribución, de todos modos.

–A Newman lo detuvieron y nadie sabía cuánto tiempo iba a tardar en salir. Sus amigos me encontraron, me dijeron que sin la entrega no habría dinero para la electricidad ni la comida de mi madre, para nada. Yo me ofrecí a ocuparme de todas esas cosas, pero el trato ya estaba hecho. Había que entregar la mercancía para evitar las posibles consecuencias. Así que fui. Conduje.

Al recordarlo, se le encogió el corazón.

–Una maldita vez, conduje. Y me cazaron.

–¿Cinco años por eso? –preguntó Brodie.

–Podían haber sido solo tres si hubiera dado nombres de otra gente, pero eso también habría implicado a mi madre, así que…

Por algún motivo, se giró hacia Rosalyn.

–Su novio, Newman, tenía problemas, y ella no tenía a nadie más.

–Solo a su hijo –dijo Rosalyn.

Aquella muestra de comprensión lo conmovió profundamente.

–Ella era… difícil.

Débil, dependiente, egoísta. «No se parecía en nada a ti».

–Yo no quería tener nada que ver con su estilo de vida, así que me fui de casa a los diecisiete años.

–¿Dónde? –preguntó Jack.

–Aquí, allá. No importaba.

A menudo, había tenido que vivir en la calle, pero era mejor que ser el saco de boxeo de Newman.

Brodie frunció el ceño.

–¿Y ella permitió que te marcharas?

Sí, era lógico que Brodie no lo entendiera. Pero él lo entendía perfectamente: su madre estaba demasiado drogada como para notar que su hijo no estaba en casa.

Sin embargo, tampoco dio explicaciones.

–Ella no podía impedírmelo –dijo–. Era drogadicta y dependía completamente de Newman. Si no hubiera cumplido el trato, la habrían matado sin dudarlo.

–Dios –murmuró Brodie.

–Así que lo hice, me pillaron y fui a la cárcel –dijo, para terminar. Se sacó las llaves del bolsillo y añadió–: Tengo que irme.

–Espera –dijo Charlotte, y dio un paso hacia él.

Pero él dio un paso hacia atrás antes de que ella pudiera tocarlo. Tenía que marcharse inmediatamente.

–Mi perro me está esperando –dijo, y miró a Brodie–. Te llamo a tu oficina mañana para ver si quieres hablar. Si tienes tiempo. Si no lo tienes, lo entenderé.

–Espera –le dijo Brodie.

Mitch no sabía que esperar, y se preparó.

Brodie se detuvo delante de él.

–Ven a la oficina mañana a las diez, con el perro. Nos tomaremos un café para conocernos.

La incredulidad lo dejó mudo. «Ven a las diez». ¿Así, tan fácil? Les había dicho que había estado en la cárcel, que había formado parte de un trapicheo de drogas, que era un hermano a quien no conocían por culpa de la infidelidad de su padre… ¿y le invitaban a un café?

¿De verdad podía ser tan fácil?

«Sí, claro». En su vida, nada ocurría sin muchos sudores, sin mucho trabajo y, algunas veces, sangre. Había tardado, pero había aprendido a tener paciencia, y allí estaba, con el corazón golpeándole contra las costillas.

Brodie sonrió y le puso la mano en el hombro.

–Bienvenido a casa, hermano.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Charlotte no quería pensar en el motivo por el que se había esforzado tanto en peinarse y maquillarse aquella mañana. Por suerte, no pareció que ni Jack ni Brodie se dieran cuenta, lo cual era extraño, porque a ellos nunca se les escapaba nada. Sí le pareció que Ros se había percatado, a tenor de la pequeña sonrisa que esbozó al verla, pero no le dijo nada.

No era porque quisiera llamar la atención de Mitch. Antes de que revelara su vínculo con Brodie y Jack, sí, pero… ¿ahora?

Bueno, ella los quería como si fueran sus hermanos, y los admiraba.

Pero nunca, nunca se emparejaría con un hombre como ellos.

Quería y necesitaba a alguien más tranquilo. Alguien que pudiera ser feliz sin tantas emociones. Un tipo a quien le gustaran las comidas tranquilas en casa, que quisiera tener hijos, que compartiera una vida plácida con ella.

Ciertamente, los dos hermanos se habían casado y habían sentado la cabeza, y estaban dedicados a sus mujeres. Pero siempre serían machos alfa que no pestañearían a la hora de enfrentarse al peligro. Y esa no era la vida que quería.

Ella quería a un hombre que sí pestañeara, que evitara el peligro para no preocuparla.

En realidad, Mitch no estaba precisamente allí, rogándole que saliera con él. La noche anterior, cuando había empezado a aparecer todo el mundo, él la había relegado. Sí, la había mirado de vez en cuando, pero, con él, ella no estaba segura de qué significaban aquellas miradas. En muchos sentidos, reaccionaba igual que cualquier otro hombre, pero había algo que le decía que no lo era. Seguramente, la intensidad…

Porque… era un hombre muy intenso. Brodie y Jack tenían facetas, sentido del humor, sensualidad y lealtad, que añadían matices interesantes a su personalidad alfa.

Mitch debería tener lo mismo, pero era como si alguien le hubiera robado esos rasgos y solo le hubiera dejado la determinación y el orgullo necesarios para seguir adelante.

La tenía fascinada.

Hacía que pensara cosas en las que antes no pensaba. Que se arreglara el pelo y se pintara. Una locura.

Se paseó por la oficina y sirvió la bandeja de galletas, puso las servilletas, colocó las tazas junto al café. No sabía qué hacer, pero no podía concentrarse en el trabajo hasta que todos se reunieran con… Oh, un momento.

Mitch iba a ir allí para reunirse con su familia, y ella no lo era.

Brodie le dio un codazo.

–No pongas esa cara de preocupación. Me da la impresión de que este hombre ya ha tenido suficiente de eso. Sonríe, que es lo que necesita –le dijo, y se encaminó hacia la puerta.

–Brodie, espera.

Él retrocedió.

–¿Qué pasa?

Ella carraspeó.

–Se me acaba de ocurrir que yo, en realidad, no soy de la familia, así que no sé si Mitch querrá que yo…

–Sí, claro que sí querrá. Tú no eres tonta, Charlotte. Ahora que sabemos que es nuestro hermano, tendrá que pensárselo –dijo Brodie, y se estremeció exageradamente–. Ni siquiera puedo imaginarme que…

Ella se quedó espantada por lo que estaba queriendo decir y le dio un empujón, aunque no consiguió moverlo en absoluto.

–¡No seas idiota!

Al pasar, Jack dijo:

–Eso es como pedirle que no respire.

Siguió andando hasta las puertas de cristal y se asomó. Después, miró el reloj.

–Solo faltan cinco minutos –le dijo Brodie, frotándose las manos.

Charlotte se dio cuenta de que los dos estaban ansiosos, más incluso que ella. Y tenía sentido. No todos los días aparecía en tu vida un hermano del que no sabías nada. Además, era muy parecido a ellos, se comportaba como ellos y… bueno, parecía que los necesitaba. Así pues, ella entendía perfectamente que Brodie y Jack estuvieran impacientes por volver a verlo.

Por suerte para Mitch, la familia era algo muy importante para aquellos dos hermanos, y ellos se las iban a arreglar para resolverlo todo. Y entonces, Mitch podría… podría… ¿Quedarse? ¿Formar parte de las cosas? ¿Sería eso lo que quería?

Brodie siguió hablando como si no hubiera habido ninguna interrupción.

–Te habrás dado cuenta de cómo te mira, ¿no? Reconozco el interés de alguien cuando lo veo. Ese hombre estaba…

–Me refería a que no soy de la familia –dijo ella–, así que tal vez no debería estar presente.

Brodie frunció el ceño.

–Sí eres de la familia.

Jack asomó la cabeza.

–Claro que eres de la familia –dijo, y miró a Brodie con el ceño fruncido–. ¿Tú has dicho que no es de la familia?

–¿Yo? No –dijo Brodie, y asintió hacia Charlotte–. Lo ha dicho ella.

Ros empujó a sus dos hijos para apartaros y, para su madre, ellos sí se movieron.

–Tú eres de la familia en todo lo que verdaderamente importa.

Como llevaba bastante tiempo viviendo con ellos, desde que habían muerto sus padres, sabía que era eso lo que sentían, y los quería mucho.

–Me refiero a que no soy familia de Mitch.

–Yo, tampoco –dijo Ros–, pero no voy a cambiar de opinión, y tú tampoco deberías hacerlo. Vamos a aceptarlo todos, porque a todos nos concierne.

Jack y Brodie se miraron, y Jack entró en la habitación. Brodie se quedó en el umbral de la puerta.

Querían aparentar calma, pero Ros los conocía muy bien. Se cruzó de brazos y los atravesó con una mirada que los puso a los dos en guardia.

–¿Qué pasa?

Jack se sentó a la mesa.

–He investigado un poco.

Charlotte se dejó caer en una silla, frente a él.

–¿No podías esperar a ver qué nos dice él?

–Va a venir hoy –dijo Brodie–. Va a saber perfectamente dónde trabajamos y, en este pueblo, es muy fácil averiguar dónde vivimos. Todo el mundo nos conoce. Lo más inteligente es que sepamos con quién estamos tratando.

–Si solo estuviéramos Brodie y yo, no importaría tanto, pero mamá y tú vivís solas.

–Vivimos juntas –dijo Charlotte–. Que no haya un hombre en casa no significa que estemos solas.

Brodie y Jack se miraron como si fueran a contradecirla.

–Bueno –dijo Ros, sin censurarlos–. ¿Qué habéis averiguado?

–¡Ros! –exclamó Charlotte–. Él ha venido con buena voluntad.

–En realidad –dijo Jack–, no tenemos ni idea de por qué ha venido. Anoche se marchó sin decírnoslo.

–Salió corriendo –dijo Brodie con una sonrisa–. Creo que mamá lo asustó.

–O a lo mejor fue Charlotte, cuando salió a defenderlo –dijo Jack–. No me pareció que le gustara.

–Oh… cállate –dijo Charlotte, y quiso negarlo, pero era cierto. Lo había defendido.

Y volvería a hacerlo.

–Claramente, tú le gustas –dándole una palmadita en la mano–. Brodie y Jack están intentando protegerte. No tiene nada de malo.

Seguramente, Ros sentía eso porque sus hijos lo habían aprendido de ella. Roslyn Crews era un mujer alfa. Estaría dispuesta a enfrentarse al mismo diablo por defender a sus hijos, pero también se enfrentaría a ellos si pensaba que lo merecían.

A ella no le gustaba que hubieran investigado a Mitch, pero lo entendía. Brodie y Jack habían trabajado mucho para levantar su empresa, y tenían buena reputación en el pueblo.

–De todos modos, lo único o es que ha cumplido su condena. Aparte de que lo detuvieran esa vez, no tiene otros antecedentes penales. Su madre murió unas semanas antes de que él saliera de la cárcel.

Ros frunció el ceño.

–Pobre chico. Entonces, está solo. O, por lo menos, lo estaba –dijo.

Brodie asintió.

–Aparte de papá, no parece que tenga a nadie más.

–Y todos sabemos de qué sirve tener a nuestro padre –dijo Jack con disgusto.

Charlotte asintió.

Elliot no era exactamente una mala persona, pero era un mal padre y un mal marido. Si Brodie y Jack habían crecido con amor, seguridad y un modelo que seguir, era por Ros, que había compensado la falta de un padre en sus vidas. Charlotte lo sabía porque llevaba trabajando para ellos desde los dieciséis años, y se había ido a vivir con ellos a los dieciocho, cuando había muerto su madre.

–Bueno, pues ahora nos tiene a nosotros –dijo Ros–. Espero que todos ayudéis a solucionar los problemas que puedan surgir.

Se oyó el ruido de un coche que se acercaba, y todos se pusieron de pie. Brodie encabezó el desfile hasta la puerta de las oficinas, y todos se asomaron a mirar. Mitch aparcó un precioso Mustang negro.

–Cuando vuelva a ver a Elliott –dijo Ros con un gruñido–, se va a enterar de lo que vale un peine.

Charlotte estuvo a punto de sonreír. Nadie sabía pelearse tan bien como Rosalyn. Qué sorpresa se iba a llevar Elliott cuando se dignara a aparecer otra vez. Nunca sabían cuándo esperarlo, pero sabían que iría más tarde o más temprano.

Siempre iba.

–Parece del setenta y dos –dijo Brodie admirando el coche con el ceño fruncido.

–Regalo de cumpleaños –dijo Jack–. Qué cabrón.

Charlotte sabía que se refería a Elliott, no a Mitch.

A Elliott le gustaba regalarles a sus hijos un Mustang que pudieran restaurar. Era como un gesto para compensarlos por todos los momentos en los que no había estado presente, que eran la mayoría. Sin duda, el coche de Mitch era un montón de chatarra cuando se lo regaló.

Lo que molestó a todo el mundo, sin embargo, fue la prueba de que Elliott sabía que Mitch era su hijo, porque, de lo contrario, no le habría regalado el coche.

–Sonreíd –les recordó Charlotte, al ver la expresión sombría de sus caras.

Los dos hermanos dejaron de fruncir el ceño.

Ros respiró profundamente.

Cuando Mitch abrió la puerta del pasajero y dejó salir a un perro negro de la parte trasera, Brodie cabeceó.

–Es igual que papá, conduce un Mustang y tiene perro. No solo es familia, sino que tenemos mucho en común.

Ojalá fuera cierto, pensó Charlotte. A ella le caía muy bien, y quería lo mejor para él.

Y aquella familia era lo mejor.

Al verlos a todos mirándolo, Mitch se quedó sorprendido y mostró cierta inseguridad. Aquel día llevaba un jersey blanco, unos pantalones vaqueros desgastados y unas zapatillas negras. Le brillaba el pelo rubio oscuro bajo el sol matinal, y la luz marcaba sus pómulos altos y los ángulos de su mandíbula recién afeitada.

Solo un hombre con su físico podía convertir una ropa informal en algo tan sexy.

Brodie abrió la puerta de par en par y salió.

–Bienvenidos el perro y tú.

Ver a Mitch otra vez le provocó un pequeño dolor en lo más profundo. Pero él no había ido allí para cortejarla a ella.

Aquel hombre necesitaba una familia.

Ella tenía que mantenerse al margen.