Ecomitos - Víctor Resco de Dios - E-Book

Ecomitos E-Book

Víctor Resco de Dios

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Beschreibung

Nuestro planeta muestra un claro deterioro ambiental: cambio climático, crisis energética, agotamiento del modelo de consumo… Uno de los primeros pasos que debemos dar para revertir esta situación es reconocer y evitar las ecomentiras o Ecomitos: las falsas creencias medioambientales que están instaladas en el imaginario popular como la efectividad de las cuotas en las emisiones de CO2, la exaltación de fuentes de energía alternativas que quizá no son todo lo beneficiosas que parecen o un amplio abanico de medidas que tiene más sustento político que científico.

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Ecomitos

Los bulos ecológicos que agravan la crisis ambiental

Víctor Resco de Dios

Primera edición en esta colección: enero de 2024

© Víctor Resco de Dios, 2024

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2024

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-10079-03-8

Diseño de cubierta: Alex Baudach

Realización de cubierta y fotocomposición: Grafime S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Primero, nos imaginamos una explicación. Luego, examinamos las consecuencias. Y, por último, comparamos nuestras predicciones con los datos. Si la teoría no se ajusta a la realidad, se trata de una teoría errónea. Esta sencilla frase encapsula la clave de la ciencia. No importa que fuera una teoría bonita, que seas muy inteligente, ni el nombre de la persona que la propuso. Si no se ajusta a las observaciones, estás equivocado. Y no hay más que decir.

RICHARD FEYNMAN, sobre el método científico

Índice

1. ¿Qué es un ecomito?Cambio climático2. Miopía climática en el Antropoceno3. Planeta caliente y el dinosaurio Frankie4. La gran trampaEnergía5. Colonialismo energético6. Verde nuclear7. ¡Más madera!Plásticos y reciclaje8. Bebés cyborg y plasticenta9. Reciclaje, unicornios y otras criaturas mitológicasBosques10. El bosque sin internet11. La pandemia de árboles12. Tierra baldíaGreenwashing o jugando al despiste13. Parejas de baile14. Un negocio truculento15. SuperhabitantesCoda16. Volviendo a ÍtacaEpílogoAgradecimientosBibliografía

1.¿Qué es un ecomito?

Uno de los gestos más antiguos del hombre que, desde el comienzo, repetimos diariamente, es alzar la cabeza y contemplar, con asombro, el cielo estrellado. Casi siempre esa contemplación termina con un sentimiento de fraternidad con el universo.

OCTAVIO PAZ

Cuando subimos a lo alto de una montaña y frente a nuestros ojos se revela el espectáculo de la naturaleza en su estado más puro, con un mar de árboles a nuestros pies, nos suele invadir esa sensación de fraternidad con el universo de la que hablaba Octavio Paz. Tenemos la impresión de que el mundo está bien hecho, y nos asalta una sensación de estar en consonancia con nuestro ambiente. No solemos pensar que, en realidad, estamos frente a un polvorín que podría arder cualquier verano en un megaincendio catastrófico. Tampoco nos damos cuenta de que el espectáculo que presenciamos no es natural, sino cultural: el resultado de miles años de aplicarse con la motosierra, con el hacha o con el sílex según el momento. Y es que el 95 % de nuestro territorio ha sido gestionado en mayor o menor grado.

Asociamos los bosques con la naturaleza más salvaje: consideramos que una mayor superficie forestal conlleva un mejor estado de conservación de la naturaleza, y pensamos que la deforestación va en aumento. Pero la realidad sigue por otros derroteros. La superficie forestal ha aumentado considerablemente en el norte global, y también lo ha hecho la de espacios naturales protegidos. Tenemos cada vez más bosques y más protegidos, pero la biodiversidad terrestre ha disminuido notablemente en las últimas décadas. Además, el aumento en la masa forestal repercute en una mayor virulencia en los incendios forestales, que se están convirtiendo en un problema de protección civil de primer orden. En los últimos trece años, en Europa han fallecido más personas en incendios forestales (473 víctimas) que en atentados terroristas (448 víctimas).1

Creo que nuestra relación con el medioambiente se parece en cierta forma a la aventura de don Quijote contra los molinos. Sancho advertía al de «la triste figura» de que no eran gigantes, pero el hidalgo manchego cargó contra ellos de todas formas, lo que acabó en un desenlace desastroso para el caballero. Consideramos como positivo que haya más bosque libre de la mano del hombre, pero, como desarrollaremos más adelante, la realidad es que la superficie forestal abandonada suele perder valor ecológico2 y supone un riesgo creciente en cuanto a protección civil en algunas zonas.3 El sentimiento nos nubla el entendimiento y, en este caso, no podemos echarle la culpa al Sabio Frestón, como hacía don Quijote argumentando que el malvado mago le había encantado.

Pero estamos en un momento en el que no nos podemos permitir dar pasos en falso. El planeta que habitamos muestra un claro deterioro ambiental en amplias zonas. Y no estamos hablando solo de los bosques. El clima, que determina las bases de nuestra sociedad y economía, está cambiando a velocidades estratosféricas. Estamos inmersos en una crisis energética. Nuestro consumo de plásticos es tal que hasta en las analíticas se empieza a detectar la presencia de microplásticos, con consecuencias todavía desconocidas para nuestra salud. Estamos alterando el planeta a una escala que hay quien considera que hemos entrado en el Antropoceno: una nueva edad caracterizada por la omnipresente huella humana.4

Necesitamos líderes preparados para revertir la degradación ambiental, considerando también la disminución de la pobreza y de la desigualdad, pero sin incurrir en el problema de los «ecomitos»: las falsas creencias que están instaladas en el imaginario popular sobre aspectos ecológicos y ambientales. Necesitamos que los futuros presidentes y líderes mundiales entiendan la raíz, y la complejidad, de los procesos responsables por la crisis ambiental global, así como su solución.

Los líderes actuales nos han defraudado. La Organización de las Naciones Unidas ha realizado un llamamiento para la urgencia en la actuación ambiental, y muchos Gobiernos han aprobado en sendos parlamentos declaraciones de emergencia climática. Desde los Estados Unidos hasta China, pasando por América del Sur y Europa, muchos Gobiernos están desarrollando, o planeando, un «Pacto Verde» —el Green Deal—, que aspira a ser una nueva revolución tecnológica e industrial para descarbonizar la economía. La propia ONU ha desarrollado la Agenda 2030, con una serie de Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS). Estas medidas buscan no solo mitigar el cambio climático, sino compatibilizar el desarrollo económico con la preservación del medioambiente para asegurar el buen estado de la salud ambiental. Pero la crisis ambiental global no ha hecho más que aumentar.5

Y es que tomar medidas con la intención de revertir la crisis ambiental no equivale a tomar medidas que efectivamente reviertan dicha crisis ambiental. En realidad, muchas de las propuestas que están sobre la mesa, o que se han aprobado ya, se basan en ecomitos y pueden causar un daño mayor del que intentan solucionar.

Los ecomitos han permeado a todos los niveles de nuestra sociedad. Desde la ciudadanía en general hasta los dirigentes y líderes mundiales. La mayoría de las medidas que se están tomando dentro de lo que globalmente denominaremos el Pacto Verde caen dentro de la categoría de ecomito. Son medidas que gozan de la aceptación popular, ya que la ciudadanía cree que van en la dirección correcta. Pero la realidad es que enfrentarse a la crisis global con ecomitos es como enfrentarse a molinos creyendo que son gigantes: una aventura que no acabará muy bien.

Este libro pretende cubrir este vacío de conocimiento. Trataremos cuestiones avanzadas de sostenibilidad ambiental para preparar a los futuros presidentes y líderes que diseñen el Pacto Verde. Es decir, para poder reconciliarnos con la naturaleza y revertir la crisis ambiental global.

Trabajaremos con cuestiones complejas que están a caballo entre los campos de la ecología, ingeniería, humanidades y economía. Pero los temas complejos de abordar no tienen por qué resultar difíciles de entender. Tenemos enfrente un reto colosal, y asimilar los efectos de nuestras acciones sobre el medio resulta sencillo cuando entendemos los principios básicos que rigen la ciencia de la sostenibilidad.

Nuestra sociedad es rica en líderes de opinión, pero pobre en líderes de conocimiento. Mi objetivo es ampliar el número de líderes de conocimiento. Este libro nace de la experiencia acumulada tras impartir durante varios años las asignaturas de Cambio Global y de Cambio Climático en las universidades de Lleida y Western Sidney. He recopilado las evidencias científicas y técnicas sobre los temas antes comentados para exponer de forma sencilla esta compleja temática, sin incurrir en la ramplonería. En este sentido, mi papel es el de un simple transmisor del conocimiento existente, integrando aspectos ecológicos, ingenieriles y humanísticos.

Si este libro tiene algún mensaje novedoso, es el siguiente: te puedes convertir en un líder mundial con el conocimiento necesario para diseñar el Pacto Verde. Para ello, necesitas una fuente de conocimiento fiable, como es este libro; afrontar este reto con una dosis saludable de escepticismo y capacidad crítica, y dejar de lado cuestiones políticas e ideológicas. La Tierra no se curará con ideas, sino con propuestas solventes.

En la primera parte del libro, realizaremos un diagnóstico de la situación actual. Todo líder necesita una radiografía del estado de la cuestión ambiental para poder entender cuál es el problema y su magnitud. Hay quien exagera la gravedad de la situación actual, pero también nos encontramos con muchas fuentes que minimizan los riesgos reales. En esta sección calibraremos con precisión la magnitud de la crisis ambiental global, y también nos adentraremos en la importancia de las campañas publicitarias para influenciar a la opinión popular.

En la segunda sección, abordaremos la crisis energética: cómo salir del atolladero en el que nos encontramos, sin cargarnos el planeta. Todas nuestras actividades contaminan, por lo que debemos elegir las que tengan una menor huella ambiental. Pero la maraña de desinformación sobre energía impide la toma de decisiones correctas. Aclararemos cuestiones como: ¿Realmente la solución está en las energías fotovoltaica y eólica? ¿Tiene sentido cortar bosques para quemarlos en la generación de electricidad? ¿Debemos cerrar las centrales nucleares o sería preferible abrir más?

La tercera sección trata sobre economía circular y, en particular, sobre el uso que hacemos de los plásticos y su reciclaje. Los plásticos son omnipresentes en nuestra cultura. Desde las edades más precoces, muchos bebés se alimentan en biberones de plástico, pero, ¿son realmente seguros para nuestra salud? Y ahora que se apuesta tanto por el reciclaje, ¿realmente sirve para algo?, ¿Existe alguna alternativa que permita alargar la vida útil de los productos y consumir menos recursos? Un líder del Pacto Verde debe conocer la efectividad de esta y otras medidas sobre la salud pública, sus posibles efectos colaterales y las opciones alternativas en un contexto de economía circular.

En la cuarta sección, abordaremos la gestión de los bosques, la biodiversidad y los espacios protegidos. En diciembre de 2022, se llegó a un acuerdo internacional por el cual se deben ampliar las áreas protegidas hasta el 30 % de la superficie terrestre en el año 2030. Parece una buena medida, pero un futuro líder debe ir más allá de las apariencias y poder analizar a fondo sus implicaciones. ¿Qué pasará con las personas que viven en los montes que se protegerán en un futuro cercano como, por ejemplo, los bosquimanos de África o los adivasi de la India? ¿Los expulsarán de sus tierras ancestrales en pro de una supuesta protección de la naturaleza? ¿Y realmente la mejor forma de proteger a la naturaleza es a través de reservas, o ha avanzado la ciencia lo suficiente como para poder compaginar la extracción de recursos con la preservación de la biodiversidad? La madera es un recurso renovable que se puede usar en construcción, para calefacción y muchos usos más. Si abandonamos su uso, la alternativa está en productos como el hormigón o el acero, que emiten mucho más CO2: ¿Cómo podemos cubrir nuestras necesidades materiales sin cargarnos el planeta?

En la quinta sección, entraremos a fondo en el problema del greenwashing, esto es, las campañas de marketing verde. Abordaremos cómo se han institucionalizado las falsas soluciones al cambio climático. Trataremos en profundidad algunos ecomitos muy arraigados, como las cuotas en las emisiones de CO2 y los programas de reforestación para «compensar» esas emisiones. También examinaremos hasta qué punto la superpoblación representa un problema ambiental.

Todo líder debe saber identificar dónde están los expertos de un tema concreto, y dónde los vendedores de humo y de crecepelo. La sexta sección del libro aborda el origen de muchos de los ecomitos presentes en la sociedad actual, que son los que han determinado las políticas ambientales que seguimos en la actualidad. También hablaremos sobre cómo los líderes de opinión en materia ambiental han distorsionado el debate, fomentando la aparición de ecomitos y lucrándose obscenamente de ello.

Y en el epílogo usaremos el ejemplo de la alimentación para ilustrar el papel que debemos jugar desde los distintos sectores para enterrar, de una vez por todas, a los ecomitos de nuestra sociedad.

Ahora bien, debo advertir al lector de que este libro no tiene ánimo de exhaustividad. Hay muchas cuestiones que no abordaremos. No pretendo formar a expertos en sostenibilidad ambiental, ya que eso requiere del estudio durante varios años. Además, los futuros presidentes carecen del tiempo requerido para ello. Aquí adquiriremos el conocimiento suficiente para que el lector pueda liderar la tan necesaria transición energética y ecológica y llevarla a buen puerto. Aquellos líderes realmente escasos de tiempo pueden saltar directamente a la sección de «Ecorrealidad» que cierra cada capítulo, y que incluye un resumen final.

Este libro es también una denuncia del cisma existente entre humanidades, ciencias e ingenierías. En demasiadas ocasiones, nos encontramos con expertos de una materia aportando una solución reduccionista a problemas complejos, sin reparar en las repercusiones que la aplicación de esa medida tendría sobre otros aspectos de la sociedad. Este libro busca ser un antídoto contra el cientificismo imperante en ciertos ámbitos, y es un canto a la sabiduría y al conocimiento humano, en su sentido más amplio, excluyendo únicamente la superstición y la superchería. Abordar problemas complejos requiere de una mirada amplia, que en este libro desarrollaremos.

En definitiva, en este libro desmontaremos algunos de los ecomitos que están firmemente instalados en nuestra sociedad. Es demasiado lo que está en juego. No podemos permitirnos fallar.

Cambio climático

Una de las principales dificultades con las que se encuentran los presidentes es la de calibrar la magnitud de los problemas con los que se enfrentan. Esto es porque no se pueden abordar todos de una vez y las operaciones de triaje, para priorizar y programar las acciones a realizar, resultarán esenciales.

Para ello, debemos desarrollar una visión global sobre los retos que afrontamos. La mayoría de los ciudadanos son conscientes de que el clima está cambiando, y muchos habrán oído hablar también de la pérdida de la biodiversidad. Pero estos son apenas dos de los diferentes aspectos que conforman la crisis ambiental global.

Ahora bien, la gravedad de la crisis climática no nos debe cegar. En ocasiones, se busca solucionar la emergencia climática de manera rápida. Entonces corremos el riesgo de incurrir en lo que llamaremos «miopía climática», donde las acciones de mitigación climática generan más problemas que los que buscan solucionar.

En esta sección, expondremos a qué nos referimos por crisis ambiental global, qué riesgos entraña la miopía climática, y si podemos contribuir a solucionar estos problemas como ciudadanos individuales.

2.Miopía climática en el Antropoceno

Las palabras que James Hansen, entonces científico de la NASA, pronunció en el Senado de los Estados Unidos el 23 de junio de 1988, resonaron con fuerza por todo el mundo. «El cambio climático ya ha empezado» anunciaba la portada de The New York Times al día siguiente.1

La costa este de los Estados Unidos estaba inmersa en una ola de calor, con temperaturas que superaban los 38 °C en Washington, y Hansen argumentaba que las evidencias de la influencia humana sobre el efecto invernadero eran numerosas e innegables. Han pasado ya treinta y cinco años desde ese momento y, al mirar atrás, contemplamos con desazón, pero sin sorpresa, cómo sus proyecciones se han cumplido.

James Hansen publicó el primer modelo climático que incorporaba los efectos del dióxido de carbono.2 No fue quien descubrió que el CO2 era un gas con efecto invernadero, obra de la científica estadounidense Eunice Foote en 1856. Tampoco fue el primero en calcular el efecto térmico de doblar la concentración de CO2 atmosférico, un mérito atribuido al químico sueco Svante Arrhenius desde 1896. James Hansen desarrolló el primer modelo de circulación atmosférica global que, con gran detalle espacial, cuantificaba las repercusiones climáticas de aumentar exageradamente las concentraciones atmosféricas de CO2.

Su modelo proponía que la temperatura media de la Tierra aumentaría 1 °C en treinta años. Se trata, sin duda, de una predicción espeluznante, pero, por desgracia, también ha sido terriblemente acertada. Las predicciones climáticas del modelo de Hansen en 1988 se han cumplido a lo largo de los siete lustros transcurridos. En la actualidad, contamos con muchos más modelos climáticos, y todos convergen en que el calentamiento ocurrido durante los últimos treinta y cinco años es atribuible a la emisión indiscriminada de gases con efecto invernadero.

El grado de calentamiento experimentado en la Tierra sigue las predicciones realizadas en 1988 por el equipo de James Hansen2 (también las de los otros modelos climáticos, que no mostraremos aquí).

Con los acuerdos climáticos vigentes en el momento de escribir estas líneas, la temperatura media global de la Tierra aumentará 2,5 °C a finales de siglo.3 Esto no quiere decir que la temperatura terrestre aumente 2,5 °C en todo el globo. Estamos hablando del valor medio, por lo que habrá zonas que se calentarán más que otras, como veremos en el siguiente capítulo.

El humorista español Miguel Gila, que solía caricaturizar la la guerra en sus actuaciones, decía en uno de sus gags: «Mire, sargento, yo no tengo miedo a las balas. Solo cuando van muy deprisa». Y en este sentido, el calentamiento global es como una bala: más que el grado de calentamiento, lo preocupante es lo rápido que se está desarrollando. La temperatura está aumentando a una velocidad que no tiene parangón, por lo menos, en la historia geológica reciente de la Tierra.

Miopía climática

La ciencia lleva décadas advirtiendo sobre este problema en ciernes, pero seguimos sin tomar medidas contundentes para revertir el problema: si en 1988 se emitieron 22 gigatoneladas de CO2 (es decir, 22.000.000.000.000.000 gramos de CO2), en la actualidad se emiten 37 gigatoneladas.4 Nos encontramos en un momento importante para la mitigación del cambio climático: cada día que pasa sin tomar medidas implica mayores riesgos y costes para la futura mitigación climática. De hecho, la Asamblea General de la ONU, en 2019, promovió la declaración de emergencia climática: «Tenemos que abordar esta emergencia global con ambición y urgencia», afirmaba su presidente, António Guterres, en la sesión inaugural. Como respuesta, muchos Parlamentos aprobaron posteriormente una declaración de «emergencia climática».

Declarar la emergencia climática a nivel oficial es un arma de doble filo. Por un lado, es innegable que décadas de inacción política nos han llevado a un estado de emergencia, y que debemos tomar medidas de inmediato. Por otro lado, una situación de alarma puede desembocar en acciones precipitadas, improvisadas y que, aplicadas a gran escala, tengan graves e indeseadas repercusiones. Este es el proceso al que ya hemos presentado como «miopía climática».

La miopía climática engloba a todo ese conjunto de actuaciones que se toman con el único objetivo de reducir las emisiones, sin consideración alguna por las consecuencias que ello podría acarrear sobre otros aspectos de la sociedad, o del medioambiente.

Se ha propuesto, por ejemplo, el uso de cultivos energéticos para disminuir nuestra dependencia del petróleo. Desde 2018, vemos en las gasolineras europeas etiquetas como E5 o E10, que nos indican el porcentaje de etanol en la gasolina. En el capítulo 7 («¡Más madera!»), explicaremos cómo el uso de estos biocombustibles ha encarecido los alimentos, llegando incluso a favorecer su escasez. Y es que se requieren grandes extensiones de terreno para poder desarrollar cultivos energéticos que, obviamente, compiten por el espacio ocupado por los cultivos agrícolas. Este es un claro ejemplo de cómo la miopía climática puede llegar a cegarnos: buscamos el desarrollo de combustibles con menos emisiones, y la medida que tomamos aumenta la hambruna. A medida que avancemos en el libro, iremos exponiendo más ejemplos sobre la miopía climática y su relación con los ecomitos.

La miopía climática consiste en olvidar que estamos inmersos en una crisis ambiental y social global y centrarse únicamente en las emisiones de CO2. Las medidas a tomar para disminuir las emisiones pueden redundar en aumentos de la pobreza y la injusticia social, pérdidas de biodiversidad, aumentos en la actividad de los incendios, y otros problemas. Figura inspirada en un gráfico de Jan Konietzko.

Cambio global o Antropoceno

Para evitar la miopía climática, los futuros líderes deben desarrollar una visión global del problema al que nos enfrentamos, y de las posibles repercusiones de nuestras acciones, antes de proponer soluciones. A pesar de su gravedad, el cambio climático no es el principal problema al que se enfrenta la humanidad actualmente. El calentamiento global es apenas una parte, la punta del iceberg, de un proceso de mucho mayor calado al que denominaremos «cambio global». La afectación ambiental de las acciones del hombre ha llegado hasta el punto en que algunos científicos consideran que hemos entrado en una nueva época geológica: el Antropoceno, como comentábamos en el capítulo anterior.

Establecer una nueva edad geológica no es asunto baladí, ya que resulta necesario encontrar huellas de esa nueva época en el registro geológico. Esto es, en los suelos y rocas deben aparecer de forma evidente los rastros de la actividad humana: ¿Qué caracteriza a esta nueva época?

El primer y principal problema ambiental con el que nos encontramos es el de la pobreza extrema y el hambre en muchas zonas del mundo, pero sobre todo en África. Se prevé que la población humana aumente desde los 8.000 millones de personas actuales hasta los 11.000 millones a finales de este siglo.5 No debe entenderse el aumento de la población como algo negativo, sino al revés. Pero evidentemente garantizar la seguridad alimentaria, y los recursos suficientes para un desarrollo digno en todo el mundo, debe ser la primera cuestión ambiental que abordar. No se puede desligar la cuestión ambiental de la social, que debe constituir uno de los ejes centrales de cualquier política ambiental para este siglo XXI.

El Antropoceno es una edad dominada por la mala calidad del aire. El 99 % de la población humana respira aire con niveles de contaminación que superan los umbrales de salubridad definidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS). La OMS ha estimado que anualmente fallecen 4,2 millones de personas a causa de la mala calidad del aire ambiental y 3,2 millones por la mala calidad del aire doméstico.6

La contaminación también tiene un aspecto positivo, y es que los aerosoles enfrían el clima, porque no permiten que los rayos solares lleguen a la superficie terrestre. Los aerosoles pueden haber llegado a enfriar la temperatura del planeta hasta 0,7 °C. Dicho de otra forma, la contaminación atmosférica ha retrasado cuarenta años el calentamiento global. Este enfriamiento ha sido particularmente beneficioso para las economías tropicales, donde la bajada de temperaturas por la contaminación ha contrarrestado parcialmente el calentamiento.7

Otra característica del Antropoceno es que empezamos a llevar plásticos en vena. Anualmente producimos 245 millones de toneladas de plástico.8 Los análisis de sangre ya revelan la presencia de microplásticos,9 que también se han observado en la placenta o, mejor dicho, en la «plasticenta».10 Ingerimos e inhalamos microplásticos,11 y las concentraciones más elevadas se han observado en bebés. El 80 % de la basura que se encuentra en el mar es plástico,12 lo que supone un grave problema también para los habitantes de los océanos, algunos de los cuales acabarán más tarde en nuestra tripa (¿acabaremos comiendo pescado plastificado?). Desarrollaremos este tema, junto con otros de los aquí estamos introduciendo, más adelante.

En el Antropoceno se han acelerado las tasas de extinción de especies. Algunas proyecciones consideran que hasta un millón podrían estar en peligro.13 Esto se debe, principalmente, a cómo el cambio de uso y la fragmentación del paisaje desembocan en una pérdida de hábitats. Es decir, a cómo se modifica el territorio de los animales y de las plantas cuando lo que era su casa de repente se urbaniza, se industrializa o se usa con fines mineros o agrícolas. El cambio climático acelera la pérdida de biodiversidad, pero no es su principal causante.

Otro de los principales riesgos del Antropoceno está en la acidificación de los océanos, y es que estos absorben en torno al 25 % de todas las emisiones de CO2.4 Esto es positivo desde un punto de vista climático, porque solo el CO2 atmosférico contribuye al calentamiento global. Por tanto, los océanos nos ayudan a combatir el cambio climático, pero hay que pagar un precio importante por ello. Y es que cuando el CO2 se disuelve en el mar se transforma en ácido carbónico y altera el pH del océano.14 Estos aumentos de la acidez afectan a la capacidad para sobrevivir y crecer de los corales, de algunos moluscos e incluso del plancton. Estos cambios pueden desestabilizar la cadena trófica oceánica, de forma que disminuya la abundancia de peces y las capturas. Es decir, que la acidificación oceánica contribuye a desestabilizar la seguridad alimentaria.14

Llegados a este punto me gustaría advertir al lector de que este capítulo no pretende ser una crónica del apocalipsis, ni tampoco ser fuente de ecoansiedad. Ni el mundo se acabará, ni la humanidad se extinguirá en breve. Todos los problemas que aquí estamos relacionando tienen solución, y el futuro no está escrito. En el siguiente capítulo nos encargaremos de aclarar que no nos encontramos frente a ninguna catástrofe de proporciones bíblicas, aunque estemos inmersos en una grave crisis ambiental. Pero, como comentábamos antes, es importante entender en qué consiste la crisis ambiental global, antes de proponer soluciones. El conocimiento es la única protección frente a la miopía climática.

Otra característica del Antropoceno es la desestabilización de los ciclos biogeoquímicos. Esto es, la alteración de nutrientes tales como el nitrógeno y el fósforo, con consecuencias más importantes de lo que a primera vista pueda parecer. El nitrógeno, por ejemplo, que se aplica en los fertilizantes, es muy soluble. Esto hace que sea muy viajero, y que pueda resbalar fácilmente desde el suelo, donde se ha aplicado como fertilizante, hasta las aguas subterráneas. Es por ello que el nitrógeno puede contaminar las aguas, creando problemas de salud particularmente graves en los niños.15 El exceso de nitrógeno y fósforo también causa problemas de contaminación por eutrofización. Desastres ecológicos como los del Mar Menor, en España, o del golfo de California, en México, donde toneladas de peces aparecen muertos repentinamente, son un ejemplo de las consecuencias de la eutrofización.16

Hay más aspectos que caracterizan al Antropoceno. Por ejemplo, se estima que en torno al 25 % del agua que llevan los ríos no alcanza el océano,17 ya que se usa en aprovechamientos humanos, y también que nos hemos apropiado de un cuarto de toda la producción primaria de la vegetación.18 Estos factores no deben entenderse como necesariamente negativos, ya que los regadíos, por ejemplo, son esenciales para poder cultivar alimentos, pero sí sirven como ejemplos para ilustrar que no estamos únicamente frente a una emergencia climática. Nos encontramos en una nueva era, dominada por la huella humana, que trasciende, y va mucho más allá, de un cambio de clima.

Esto no implica que el planeta se esté transformando en algo asqueroso, sino que está cambiando. Y no es esta la primera vez que una especie altera por completo nuestro planeta. Hace 2.400 millones de años, un grupo de microbios fotosintetizadores, las cianobacterias, catalizaron lo que hoy conocemos como la Gran Oxidación: un período en el que las concentraciones de oxígeno aumentaron desde menos del 0,001 % hasta el 5 % del nivel actual de oxígeno.19 El oxígeno era entonces algo nuevo para la vida en la Tierra que, hasta ese momento, había sido anaeróbica. Es decir, el oxígeno era puro veneno para la mayoría de los habitantes terrestres de aquella época. El aumento en las concentraciones de oxígeno tras la aparición de la fotosíntesis desembocó en la primera gran extinción documentada a escala global. La biodiversidad que luego se desarrolló en la Tierra solo fue posible gracias a que, en su día, ocurrió una catástrofe global. Ahora estamos en un momento muy diferente. Pero el futuro no está escrito, y podemos tomar acciones para catalizar un cambio positivo. Depende, en gran parte, de las acciones que tomen los futuros líderes.

Ecorrealidad

El calentamiento global antropocéntrico es un hecho científico del que no queda duda alguna. Debemos actuar con rapidez para iniciar su mitigación cuanto antes, pero considerar que el cambio climático es el principal problema ambiental en la actualidad no es del todo acertado. El cambio climático es una de las principales alteraciones planetarias inducidas en el Antropoceno, pero no la única. La Tierra funciona como un sistema, casi como un organismo. Cualquier acción que tomemos, y que se implemente a gran escala, afectará a otros aspectos del sistema Tierra, por lo que debemos ponderar las acciones a tomar.

Debemos actuar con rapidez y contundencia, pero sin prisas exageradas. La declaración de emergencia climática puede no ser una buena estrategia, ya que corremos el riesgo de incurrir en la miopía climática. Esto es, algunas de las acciones actualmente sobre la mesa de la mitigación climática pueden generar una serie de problemas, con consecuencias negativas no deseables. Antes poníamos el ejemplo de cómo el aumento en el uso de los biocombustibles ha traído hambrunas, porque parte de los cultivos ya no se dedicarán a la producción de alimentos.

Vivimos en el Antropoceno. Una nueva era en la que la huella del ser humano está moldeando todos y cada uno de los rincones del planeta Tierra. Estamos en un momento de cambio, muchos dirán que de crisis, y es cierto. Nos encontramos frente a una grave crisis ambiental global, pero esta crisis también puede ser una oportunidad de reconciliarnos con el planeta y para aprender a coexistir con el mundo natural. Para ello, debemos librarnos de los ecomitos que nublan nuestro entendimiento, hasta el punto de impedir el desarrollo de medidas efectivas. En los siguientes capítulos, explicaremos más detalladamente la relación entre la miopía climática y los diferentes ecomitos.

En este capítulo, hemos presentado una radiografía de la situación ambiental actual. Cuando uno vive en semejante crisis surge, inevitablemente, la tentación de caer en el catastrofismo. Hay quien considera incluso que nos vamos a extinguir como especie. Pero ¿qué tendría que pasar para que ocurra semejante apocalipsis? ¿Estamos realmente frente a un problema tan grave? A continuación abordaremos esta sensación de un inminente fin del mundo, su base científica (o falta de ella), junto con sus consecuencias sociales. Es decir, si en este capítulo hemos explicado cuáles son algunos de los principales problemas ambientales, en el siguiente explicaremos la gravedad y la magnitud real de la situación.

3.Planeta caliente y el dinosaurio Frankie

El miedo al Apocalipsis es una constante en prácticamente todas las civilizaciones conocidas. La versión española de Wikipedia recoge en una entrada denominada «Fechas del fin del mundo» una lista con 94 días en los que debería haber surgido el apocalipsis:1 59 que ocurrieron antes del siglo XX, 35 entre 1900 y 2022, y también incluye 10 posibles fechas más para el fin del mundo tras el 2023. La versión inglesa es aún más exagerada, e incluye 69 fechas más. Estos números nos muestran que tenemos a nuestro alcance un amplio abanico de armagedones, ragnaröks, jinetes del apocalipsis y de un sinfín de batallas y oportunidades para elegir, según nuestras preferencias, tanto el momento como la forma en la que se acabará el mundo. Por suerte, todas estas oportunidades han sido malogradas hasta ahora.

Creo que este despliegue de futuros catastróficos es la expresión a nivel cultural del atávico miedo a la muerte que sentimos a nivel individual. El miedo a perecer es una fuerza muy poderosa que llevamos insertada como un clavo en nuestra cabeza. Por lo general, quizá no pensemos en ello muy a menudo (o tal vez sí), pero sabemos que la espada de Damocles siempre está sobre la mesa y somos plenamente conscientes de lo efímero y frágil de nuestra existencia. Todavía no sabemos hasta qué punto el miedo a la muerte es algo psicológico, que aprendemos con la edad, o si es un factor biológico vinculado a la evolución y resulta de la selección natural. Lo que sí sabemos es que se trata de un miedo prácticamente universal entre los humanos.

Pero creo que este miedo atávico no explica del todo nuestra pasión apocalíptica. Nuestro interés por el fin del mundo seguramente surge también de nuestra tendencia natural hacia la morbosidad: nos atrae la catástrofe. Prestamos más atención a las malas noticias que a las buenas. De hecho, algunos estudios han cuantificado que los artículos que incluyen palabras como «catástrofe» o «desgracia» en los titulares son más leídos que aquellos títulos menos sensacionalistas. La pasión por el desastre corre por nuestras venas.

Pero la ciencia, el positivismo, el uso de un método objetivo para examinar el mundo natural, nos debería aportar la vacuna contra el miedo exagerado por el colapso de nuestra especie. No siempre ha sido así. Llevamos más de dos siglos de catástrofes maltusianas que no han sido cumplidas. El científico inglés Thomas Malthus publicó en 1798 su Ensayo sobre el principio de población2 en el que proponía que el crecimiento poblacional sería más rápido que la capacidad para producir alimentos. Su conclusión fue que la población no podría aumentar de forma sostenida, algo que aún no ha ocurrido.

En la literatura científica abundan los mensajes catastrofistas. En 1960, por ejemplo, un equipo de profesores de la Universidad de Illinois publicó un artículo en la revista Science titulado: «El día del juicio final: 13 de noviembre de 2026».3 Escribo estas líneas a falta de tres años para llegar a ese día supuestamente fatídico, por lo que todavía es pronto para poder evaluar esta predicción, pero mucho tendrían que cambiar las cosas para que no llegáramos a comer las uvas en la Nochevieja de 2027. Los profesores de Stanford: Paul y Anne Ehrlich, en su libro de 1968 titulado La explosión demográfica4 (o Bomba P, según la traducción), predecían una gran hambruna para las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado, con cientos de millones de muertos. Nuestra pasión por las catástrofes convirtió a ese libro en un bestseller que, ahora sí, podemos decir que erró en sus predicciones. Un futuro líder del Pacto Verde debe saber discriminar, incluso dentro de los estudios científicos, para conocer cuáles son creíbles, sin dejarse arrastrar por los sensacionalismos comerciales.

Más recientemente, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) creó a «Frankie el dino», un raptor que nos advertía, a través de un divertido vídeo en YouTube,5 cómo estamos condenando a nuestra especie a la extinción. En el vídeo, Frankie realizaba un discurso en la sede de las Naciones Unidas y comparaba el cambio climático con el meteorito que extinguió a los dinosaurios. Esta es una muestra de cómo los líderes actuales nos están fallando. Aunque lo diga la ONU, lo cierto es que el cambio climático actual no acabará con nuestra especie.

La retahíla de catástrofes anunciadas que finalmente no se cumplieron es larga. ¿Realmente es tan grave la situación? ¿Qué hay de verdad en esos anuncios y hacia dónde estamos yendo? Dicho de otro modo: ¿qué mundo estamos dejando a nuestros hijos?

No nos vamos a extinguir (por ahora)

Para entender qué debería ocurrir para que nos extingamos como especie, o prácticamente, podemos examinar cómo ocurrieron las grandes extinciones pasadas y poner de relevancia su excepcional magnitud. La extinción de los dinosaurios, ocurrida hace 66 millones de años, se debió al choque de un meteorito en Chicxulub, en la península del Yucatán, en el golfo de México. El meteorito creó un cráter de unos 190 km de diámetro y emitió unos escombros a la atmósfera que, cuando precipitaron de vuelta a la Tierra, crearon un pulso de calor que achicharró a muchos organismos.6 Se estima que también emitió unos 1.500 millones de toneladas de hollín en la atmósfera. Los rayos del sol no pudieron llegar a la superficie terrestre, ya que eran interceptados por los aerosoles y, en consecuencia, las temperaturas disminuyeron 10 °C durante varios años, o décadas. La oscuridad aumentó y el crecimiento de las plantas decayó, por lo que muchos de los herbívoros y carnívoros, que habían sobrevivido en un primer momento, acabaron falleciendo por inanición.

A menor escala, algo parecido pudo ocurrir en la destrucción de la ciudad bíblica de Sodoma. «Llovió del cielo fuego y azufre y los destruyó a todos», se dice en Lucas 17. Y es que hace 3.600 años un asteroide impactó sobre la ciudad de Oriente Próximo que hoy llamamos Tall el-Hammam. El meteorito volaba a 61.000 km/h y su explosión liberó tanta energía como 1.000 bombas de Hiroshima. En un solo instante, la temperatura del aire alcanzó los 2.000 °C, por lo que sus 8.000 habitantes fallecieron al instante y toda la ciudad quedó arrasada. Le explosión también se notó en Jericó, a 22 km de distancia, donde derribó la muralla que protegía la ciudad.7

Escribo estas líneas cuando se libra una guerra entre Rusia y Ucrania, y tenemos la amenaza de una guerra nuclear en ciernes sobre nuestras cabezas. Si acaeciera una guerra nuclear a gran escala entre Estados Unidos y Rusia, donde se emplean 4.400 ojivas de 100 kt (kilotones, equivalentes a miles de toneladas de TNT), se inyectarían a la estratosfera 150 millones de toneladas de aerosoles. Esto disminuiría la radiación solar y la temperatura del mar bajaría 6,4 °C,8 y estamos hablando de un escenario en el que se usaría en torno a la mitad del arsenal atómico actual.

A nivel global, dos años después de la guerra, la producción de alimentos disminuiría un 80 %. Dichas reducciones serían más acusadas en la zona templada del hemisferio norte, donde llegarían al 99 %. A pesar de que se trata de un escenario terrorífico, la especie humana no llegaría a extinguirse, ya que seguiríamos disponiendo del 20 % de los alimentos aunque, evidentemente, miles de millones de personas fallecerían.9 Cabe destacar que la cantidad de aerosoles emitidos en una guerra nuclear (150 millones de toneladas) es apenas un 10 % de la despedida tras el meteorito en Chicxulub (1.500 millones). Por tanto, ni tan siquiera un evento tan extremo como una guerra nuclear se acerca a la magnitud necesaria para acabar con nuestra especie.

El cambio climático actual se debe al aumento de las concentraciones atmosféricas de gases con efecto invernadero, y no es comparable con el caso que acabamos de explicar. Sin embargo, creo que este ejemplo sirve para ilustrar la magnitud de la tragedia que sería necesaria para acabar con nuestra especie: una que libere diez veces la energía de una guerra atómica a escala global.

Las especies de mamíferos viven, de media, un millón de años antes de extinguirse.10 Nuestra especie apareció hace unos 200.000 años. Somos una especie todavía joven, por lo que no debemos tener prisa en alcanzar la extinción.

A qué nos enfrentamos realmente

Que no nos vayamos a extinguir no implica que tengamos por delante un escenario paradisíaco. Para nada. Las previsiones a las que nos enfrentamos no son precisamente halagüeñas. El cambio climático y, en general, las alteraciones planetarias durante el Antropoceno, nos dejan un escenario francamente preocupante. El IPCC es el organismo auspiciado por las Naciones Unidas para elaborar informes septenales sobre cambio climático, y los realiza atendiendo a diferentes escenarios de emisiones. Esto es, elabora los informes sobre el clima futuro, sus impactos y la mitigación, en función de diferentes condicionantes socioeconómicos y políticos: desde los más negativos hasta los más optimistas. Actualmente, con los pactos climáticos que hay aprobados en las conferencias internacionales, se espera que la temperatura media de la Tierra aumente en torno a los 2,5 °C a final de siglo, como ya hemos comentado.

Un aumento medio de la temperatura a nivel global de 2,5 °C implica que el calentamiento será mayor en algunas zonas que en otras. De forma general, el calentamiento aumenta con la distancia del Ecuador, pudiendo llegar a los 4 °C en el Mediterráneo, y hasta los 7 °C en el Ártico.11 Un aumento medio de la temperatura global también conlleva cierta incertidumbre en las predicciones, y el rango probable de calentamiento global está entre los 2,1 y los 3,5 °C.

Puede parecer que un aumento de 2,5 °C de temperatura media es un cambio modesto. No lo es: se trata de un cambio brutal. El calentamiento global no es solo un cambio en la temperatura media, sino que también implica un cambio en la distribución de las temperaturas. Esto es, los eventos extremos, tales como las olas de calor, serán cada vez más extremos. Las olas de frío no desaparecerán, porque cambia también la distribución de las temperaturas.