Églogas - Garcilaso de la Vega - E-Book

Églogas E-Book

Garcilaso de la Vega

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Beschreibung

La obra poética de Garcilaso es reducida, pero de gran importancia en el contexto de las letras españolas (tres églogas, dos elegías, cinco canciones, treinta y ocho sonetos, una epístola en verso y algunos poemas breves tradicionales). A la muerte de Garcilaso, sus manuscritos pasaron a manos de Juan Boscán (poeta e íntimo amigo de Garcilaso). La viuda de Boscán, Ana Girón de Rebolledo, se encargó de publicarlos. Garcilaso de la Vega, máximo exponente del Siglo de Oro español, recupera el género clásico de las églogas. El poeta adopta el género eglógico porque le permite expresar los sentimientos más íntimos y dar voz a la introspección, mediante su lenguaje poético. En sus composiciones, especialmente en las tres Églogas, Garcilaso da prueba de su gran talento y sus conocimientos literarios, que abarcan desde los clásicos hasta los renacentistas italianos neoplatónicos. Garcilaso recupera este género en el que la evocación de la naturaleza juega un papel crucial. Sus composiciones tratan temas amorosos en un ambiente bucólico y pastoril. La naturaleza idealizada sirve para mostrar los sentimientos. El amor y el descubrimiento de la naturaleza, aparecen en las tres Églogas de Garcilaso de la Vega. - Égloga I: La más valorada de sus tres composiciones. Los pastores Salicio y Nemoroso lamentan el desdén de sus amadas y de la muerte. Ambos personajes corresponden a dos períodos biográficos de Garcilaso, el de su amor no correspondido por Isabel Freyre y el de la tristeza causada por la muerte de ésta. - Égloga II: La segunda égloga es la más extensa y compleja de las tres. Se cuentan los amores de Camila y Albanio. - Égloga III: La tercera y última égloga recurre al locus amoenus, y en ella se idealiza la belleza de un paisaje del Tajo. Cuatro ninfas bordan tapices que contienen diferentes historias de amor. Aparecen referencias mitológicas (Orfeo y Eurídice, Apolo y Dafne, por ejemplo) y la historia de la ninfa Elisa y el pastor Nemoroso.

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Seitenzahl: 88

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Garcilaso de la Vega

Églogas

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Églogas.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de la colección: Michel Mallard.

ISBN rústica ilustrada: 978-84-9897-4126

ISBN tapa dura: 978-84-1126-105-0.

ISBN ebook: 978-84-9897-187-3.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Églogas 9

Égloga I 11

Égloga II 25

Égloga III 87

Libros a la carta 101

Brevísima presentación

La vida

Garcilaso de la Vega (Toledo, 1501-Niza, 1536). España.

Miembro de la nobleza, intervino desde joven en la política de Castilla y en 1519 entró en el ejército de Carlos V. Combatió contra los comuneros en la batalla de Olías (1521) y participó, junto con su amigo Juan Boscán, en una fracasada expedición contra los turcos (1522) a Rodas. Tras enfrentarse en Navarra a los franceses, fue nombrado caballero de Santiago y se casó con Elena de Zúñiga. Poco después conoció a la portuguesa Isabel Freyre, su gran amor imposible, quien inspiró la mayor parte de sus poemas, y cuyo matrimonio con otro hombre lo deprimió. Viajó a Italia por primera vez en 1529, recorrió varios países europeos y fue desterrado a una isla del Danubio por asistir a la boda secreta de su sobrino, no autorizada por el rey. Fue perdonado gracias al duque de Alba, entonces vivió en Nápoles y participó en la expedición imperial contra los turcos de Túnez.

El amor y el descubrimiento de la naturaleza, aparecen en las tres églogas. En la primera, el autor habla por boca de dos pastores: Salicio, que se lamenta de haber sido rechazado por Galatea, y Nemoroso, que llora la muerte de Elisa. Ambos personajes corresponden a dos períodos biográficos de Garcilaso, el de su amor no correspondido por Isabel Freyre y el de la tristeza causada por la muerte de ésta.

ÉglogasÉgloga I

A don Pedro de Toledo,

marqués de Villafranca, virrey de Nápoles

Salicio y Nemoroso

El dulce lamentar de dos pastores

Salicio juntamente y Nemoroso,

he de cantar, sus quejas imitando;

cuyas ovejas al cantar sabroso

estaban muy atentas, los amores,

de pacer olvidadas, escuchando

Tú, que ganaste obrando

un nombre en todo el mundo,

y un grado sin segundo,

agora estés atento, solo y dado

al ínclito gobierno del estado

albano; agora vuelto a la otra parte,

resplandeciente, armado,

representando en tierra al fiero Marte;

agora de cuidados enojosos

y de negocios libre, por ventura

andes a caza, el monte fatigando

el ardiente jinete, que apresura

el curso, tras los ciervos temerosos,

que en vano su morir van dilatando:

espera, que en tornando

a ser restituido

al ocio ya perdido,

luego verás ejercitar mi pluma

por la infinita innumerable suma

de tus virtudes y famosas obras:

antes que me consuma,

faltando a ti, que a todo el mundo sobras

En tanto que este tiempo que adivino

viene a sacarme de la deuda un día,

que se debe a tu fama y a tu gloria;

que es deuda general, no solo mía,

mas de cualquier ingenio peregrino

que celebra lo digno de memoria:

el árbol de victoria

que ciñe estrechamente

tu gloriosa frente

dé lugar a la hiedra que se planta

debajo de tu sombra, y se levanta

poco a poco, arrimada a tus loores:

y en cuanto esto se canta,

escucha tú el cantar de mis pastores

Saliendo de las ondas encendido,

rayaba de los montes el altura

el Sol, cuando Salicio, recostado

al pie de una alta haya, en la verdura,

por donde una agua clara con sonido

atravesaba el fresco y verde prado;

él, con canto acordado

al rumor que sonaba

del agua que pasaba,

se quejaba tan dulce y blandamente

como si no estuviera de allí ausente

la que de su dolor culpa tenía;

y así, como presente,

razonando con ella, le decía:

Salicio ¡Oh, más dura que mármol a mis quejas

y al encendido fuego en que me quemo,

más helada que nieve, Galatea!

Estoy muriendo, y aun la vida temo;

témola con razón, pues tú me dejas;

que no hay, sin ti, el vivir para qué sea

Vergüenza he que me vea

ninguno en tal estado,

de ti desamparado,

y de mí mismo yo me corro agora

¿De un alma te desdeñas ser señora,

donde siempre moraste, no pudiendo

della salir un hora?

Salid, sin duelo, lágrimas, corriendo

El Sol tiende los rayos de su lumbre

por montes y por valles, despertando

las aves y animales y la gente;

cuál por el aire claro va volando,

cuál por el verde valle o alta cumbre

paciendo va segura y libremente,

cuál con el Sol presente,

va de nuevo al oficio,

y al usado ejercicio

do su natura o menester le inclina

Siempre está en llanto esta ánima mezquina

cuando la sombra el mundo va cubriendo

o la luz se avecina

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo

¿Y tú, desta vida ya olvidada,

sin mostrar un pequeño sentimiento

de que por ti Salicio triste muera,

dejas llevar, desconocida, al viento

el amor y la fe que ser guardada

eternamente solo a mí debiera?

¡Oh Dios! ¿Por qué siquiera,

pues ves desde tu altura

esta falsa perjura

causar la muerte de un estrecho amigo,

no recibe del cielo algún castigo?

Si en pago del amor yo estoy muriendo,

¿que hará el enemigo?

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo

Por ti el silencio de la selva umbrosa,

por ti la esquividad y apartamiento

del solitario monte me aguardaba;

por ti la verde yerba, el fresco viento,

el blanco lirio y colorada rosa

y dulce primavera deseaba

¡Ay, cuánto me engañaba!

¡Ay, cuán diferente era

y cuán de otra manera

lo que en tu falso pecho se escondía!

Bien claro con su voz me lo decía

la siniestra corneja, repitiendo

la desventura mía

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo

¡Cuántas veces durmiendo en la floresta,

reputándolo yo por desvarío,

vi mi mal entre sueños, desdichado!

Soñaba que en el tiempo del estío

llevaba, por pasar allí la siesta,

a beber en el Tajo mi ganado

y después de llegado

sin saber de cuál arte,

por desusada parte

y por nuevo camino el agua se iba;

ardiendo y con el calor estiva,

el curso enajenado iba siguiendo

del agua fugitiva

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo

Tu dulce habla, ¿en cúya oreja suena?

Tus claros ojos, ¿a quién los volviste?

¿Por quién tan sin respeto me trocaste?

Tu quebrantada fe, ¿do la pusiste?

¿Cuál es el cuello que, como en cadena,

de tus hermosos brazos anudaste?

No hay corazón que baste,

aunque fuese de piedra,

viendo mi amada hiedra

de mí arrancada, en otro muro asida,

y mi parra en otro olmo entretejida,

que no se esté con llanto deshaciendo

hasta acabar la vida

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo

¿Qué no se esperará de aquí adelante,

por difícil que sea y por incierto?

¿O qué discordia no será juntada?

Y juntamente, ¿qué tendrá por cierto?

¿O qué de hoy más no temerá el amante,

siendo a todo materia por ti dada?

Cuando tú enajenada

de mí, cuitado, fuiste,

notable causa diste

y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,

que el más seguro tema con recelo

perder lo que estuviera poseyendo

Salid fuera sin duelo,

salid sin duelo, lágrimas, corriendo

Materia diste al mundo de esperanza

de alcanzar lo imposible y no pensado

Y de hacer juntar lo diferente,

dando a quien diste el corazón malvado,

quitándolo de mí con tal mudanza,

que siempre sonará de gente en gente

La cordera paciente

con el lobo hambriento

hará su ayuntamiento

y con las simples aves sin ruido

harán las bravas sierpes ya su nido:

que mayor diferencia comprendo

de ti al que has escogido

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo

Siempre de nueva leche en el verano

y en el invierno abundo; en mi majada

la manteca y el queso está sobrado;

de mi cantar, pues, yo te vi agradada,

tanto, que no pudiera el mantuano

Títiro ser de ti más alabado

No soy, pues, bien mirado,

tan disforme ni feo,

que aún agora me veo

en esta agua que corre clara y pura,

y cierto no trocara mi figura?

con ése que de mí se está riendo:

¡trocara mi ventura!

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo….

¿Cómo te vine en tanto menosprecio?

¿Cómo te fui tan presto aborrecible?

¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?

Si no tuvieras condición terrible,

siempre fuera tenido de ti en precio,

y no viera de ti ese apartamiento

¿No sabes que sin cuento

buscan en el estío

mis ovejas el frío

de la sierra de Cuenca, y el gobierno

del abrigo Extremo en el invierno?

Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo

me estoy en llano eterno!

Salid sin duelo, lágrimas corriendo

Con mi llorar las piedras enternecen

su natural dureza y la quebrantan,

los árboles parece que se inclinan,

las aves que me escuchan, cuando cantan,

con diferente voz se condolecen,

y mi morir cantando me adivinan

Las fieras que reclinan

su cuerpo fatigado

dejan el sosegado

sueño por escuchar mi llanto triste

Tú sola contra mí te endureciste,

los ojos aun siquiera no volviendo

a lo que tú hiciste

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo

Mas ya que a socorrerme aquí no vienes,

no dejes el lugar que tanto amaste

que bien podrás venir de mí segura,

y dejaré el lugar do me dejaste;

ven, si por solo esto te detienes

Ves aquí un prado lleno de verdura,

ves aquí una espesura,

ves aquí una agua clara,

en otro tiempo cara,

a quien de ti con lágrimas me quejo

Quizás aquí hallarás, pues yo me alejo,

al que todo mi bien quitarme puede;

que pues el bien le dejo,

no es mucho que lugar también le quede

Aquí dio fin a su canta Salicio,

y suspirando en el postrero acento,

soltó de llanto una profunda vena

Queriendo el monte al grave sentimiento

de aquel dolor en algo ser propicio,

con el pesada voz retumba y suena

La blanda Filomena,

casi como dolida

y a compasión movida,

dulcemente responde al son lloroso

Lo que cantó tras esto Nemoroso

decidlo vos, Pierides, que tanto

no puedo yo ni oso,

que siento enflaquecer mi débil canto

Nemoroso Corrientes aguas, puras, cristalinas,

árboles que os estáis mirando en ellas,

verde prado de fresca sombra lleno,

aves que aquí sembráis vuestras querellas,

hiedra que por los árboles caminas,

torciendo el paso por su verde seno;

yo me vi tan ajeno

del grave mal que siento,

que de puro contento

con vuestra soledad me recreaba,

donde con dulce sueño reposaba,