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En "El Abismo, Ars Descentium", Johan Keating convierte el dolor en palabra y el trauma en arte. Esta colección de más de cien poemas traza un descenso poético hacia las profundidades del alma herida, atravesando la ansiedad, la enfermedad, la herencia emocional y la locura, hasta alcanzar una transformación espiritual. Lejos de embellecer el sufrimiento, esta obra lo honra con lucidez y crudeza, ofreciendo al lector no solo un espejo, sino una ruta de retorno hacia la luz.
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Seitenzahl: 91
Veröffentlichungsjahr: 2025
JOHAN H. KEATING
Johan H. Keating El abismo, ars descentium : un viaje interior desde el quebranto hacia el inicio del resurgir / Johan H. Keating. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6595-2
1. Narrativa. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
Dedicatoria
Capítulo I - EL UMBRAL
1.Ad Descendum
2.La Noche Sin Voz
3.Silencio de Sangre
4.El Ojo del Trauma
5.Lugares Donde No Fui
6.El Guardián del Límite
7.Averno Personal
8.Donde Comienza el Grito
9.La Puerta Estaba Abierta
10.Sombra que Despierta
Capítulo II - CUERPOS HERIDOS
11.Somatós (griego: cuerpo)
12.Órgano Doliente
13.Psique Fisurada
14.Autopsia de un Recuerdo
15.Grito Estancado
16.Inflammatio
17.El Tacto se Olvidó de Mí
18.Cartografía del Dolor
19.Vertebrae
20.Fragmentos Somáticos
Capítulo III - ENFERMEDAD COMO ORÁCULO
21.El Lenguaje del Dolor
22.Miocardio Roto
23.Ansiedad, la Amante Invisible
24.Cueva de la Rabia
25.Dermis: Carta a mi Madre
26.El Pulso del Silencio
27.Patología Sagrada
28.La Enfermedad del Aire
29.Somnia Inquieta
30.El Oráculo del Síntoma
Capítulo IV - HERENCIASY FANTASMAS
31.La Memoria del Nacido
32.Genograma del Alma
33.Herencia Inconsciente
34.Dolor Transgeneracional
35.Sombras de mi Padre
36.ADN Espectral
37.Lo que Calló mi Linaje
38.Códice Familiar
39.Retrato de un Ancestro
40.Heridas que No Son Mías
Capítulo V - INFANCIA EN SOLEDAD
41.El Niño que Fui
42.Juguetes Rotundos
43.Dientes de Leche sin Hermanos
44.Inocencia Perdida
45.Familia de Campo
46.Los Días sin Sol
47.El alma como río
48.Las voces de otros niños
49.Cuna de hijo único
50.Ceguera Adquirida
Capítulo VI - AMOR Y DESENCARNES
51.Silencio de los Cuerpos
52.Abismo de la Piel
53.Lo que No Supe Ser
54.El Exilio de la Piel en Llamas
55.El Beso que Me Partió el Alma
56.Amé como quien Cae Dormido
57.Venus en su Trance Febril
58.Morí Donde Nunca Fui Amado
59.La Espina que Danza en Mi Centro
60.El Amor como Herida que Abraza
Capítulo VII - LOCURA Y REVELACIÓN
61.Manía Sagrada
62.Psiquiátrico Interior
63.La Voz Que No Calla
64.Escisión
65.Cielo Psicótico
66.Mis Demonios Me Enseñan
67.Fragmento con Voz Propia
68.El Loco de Dios
69.Revelación en la Penumbra
70.Cuando el Dolor Es Origen
Capítulo VIII - EL RETORNO DE LA LUZ
71.El abrazo al monstruo
72.Volver a verme niño
73.De la oscuridad, oro
74.Tránsito de lodo
75.El nombre perdido
76.Recuerdo quién soy
77.De mi cuerpo hago templo
Capítulo IX - RENACIMIENTO
78.Metanoia (cambio profundo del alma)
79.El Perdón Tiene Piel
80.Mi Enfermedad Me Parió
81.El Dolor es Dios sin Nombre
82.Desnudez Sagrada
83.Silencio que Florece
84.La Luz que Agradece la Sombra
85.Donde el Alma Respira
86.Una Voz en lo Invisible
87.El Tiempo que Me Teje
Capítulo X - PUENTES INESPERADOS
88.Vox Compatis (la voz que comprende)
89.Donde Alguien Me Esperó
90.Contención Infinita
91.El Nombre Detrás del Síntoma
92.El Diván No Juzga
93.Luz Clínica
94.Ojos que Sostienen el Abismo
95.La Escucha que Me Salvó
96.Diagnóstico: Esperanza
97.Las Palabras que Me Devolvieron el Nombre
Capítulo XI - EPÍLOGO DEL ALMA
98.Soplo
99.Sangre Nueva
100.Respirar sin Pasado
101.Piel de Futuro
102.Mi Nombre es Llama
103.Las Manos que Quedaron
104.Bajo el Silencio que Fui
105.De Pie, Aun Sin Alas
106.El Hombre que se Abrazó
107.Ad Ascendum
Posfacio del autor
Hay umbrales que no se cruzan caminando. Se caen. Se sangran. Se suplican.
Este libro —El Abismo, Ars Descentium— no fue escrito: fue parido en mitad del grito. Es la voz de alguien que descendió sin red de contención, sin promesa de retorno, sin pactos con el consuelo. Aquí no hay versos para adornar el sufrimiento. Hay hueso, herida, espina, y un lenguaje construido a partir de todo lo que se rompe.
El lector que llegue esperando belleza clásica o metáforas dulces encontrará, en cambio, el arte de lo desgarrado. Porque esta obra no embellece el dolor: lo honra. No lo esquiva: lo recorre. Cada poema es un acto de exhumación, una excavación espiritual en la historia de un alma atravesada por ansiedad, trauma, linaje, cuerpo, infancia y locura.
Pero lo que vuelve sagrada a esta obra no es solo la crudeza, sino su lucidez. Como si el autor —Johan Keating— fuera un médium entre lo que duele y lo que revela. No es víctima de sus heridas: es su alquimista.
Esta no es una colección de poemas. Es un ritual de descenso. Una cartografía del alma rota. Un evangelio del quebranto. Una confesión colectiva escrita con tinta personal. Aquí el lector no es espectador, sino espejo.
Quien se atreva a adentrarse en estas páginas deberá renunciar al juicio, al pudor emocional, a la tentación de huir de sí. Porque este libro pide una sola cosa a cambio: que no mientas sobre tu dolor. Que lo mires. Que lo reconozcas. Que sepas que no estás solo.
Y cuando lo hayas hecho, sabrás que el abismo no fue castigo, sino llamado. Que el fondo también canta. Y que en la oscuridad más densa... empieza a gestarse la luz.
A quienes transitan las sombras de la angustia, la ansiedad y la depresión, a quienes cargan cicatrices invisibles y enfrentan tormentas en silencio. Que cada palabra de este libro sea un susurro de comprensión, un eco de tu lucha y un recordatorio de que, incluso en la oscuridad, hay luz esperando ser encontrada.
Antes del ascenso, hubo manos invisibles que impidieron la caída final. Ecos humanos, clínicos, sutiles, que no sanaron el dolor, pero lo sostuvieron. El penúltimo Capítulo es una ofrenda silenciosa a esos encuentros: terapeutas, voces compasivas, espacios donde el alma rota no fue juzgada. A los guardianes de la esperanza: terapeutas, psicólogos, psiquiatras, consejeros y todos aquellos que extienden una mano en los momentos más difíciles. Gracias por ser faros en la niebla, por escuchar sin juicio y por ayudar a reconstruir almas con paciencia y empatía.
En el último Capítulo es donde comienza el retorno, aunque el abismo aún respira cerca... siempre existe la luz....Que este libro sea un refugio para quienes buscan alivio y una ofrenda de gratitud para quienes los acompañan en el camino hacia la sanación.
He descendido sin alas,
y sin embargo, caí suave
como un rezo sin sentido
cuando el alma olvida su idioma.
La noche me besó los párpados y dijo:
“Ven, aún no sabes quién eres”.
No fue un salto, fue un deshilacharse lento,
con la dignidad de los caldenes
y la nostalgia de las piedras que extrañan el río.
Caminé sobre el humo de mis certezas,
mis pasos fueron dudas con forma de eco,
y cada sombra tenía un rostro que alguna vez me amó.
En el descenso, todo lo alto pierde sentido:
la gloria, la cima, el dios invocado,
espejismos que ya no responden.
Caer fue mi manera de orar.
El barro reconoció mi nombre.
Las raíces me abrazaron con ternura ancestral.
Y supe —por fin— que el fondo también canta.
Descender hacia el abismo,
pero no por huida, sino por necesidad sagrada,
como quien se arranca la piel
para encontrar el hueso que aún recuerda la luz.
La noche llegó sin voz,
sin la cortesía de un trueno
ni el susurro de un ángel.
Solo una mudez espesa como brea
y un cielo donde ni los muertos se animan a hablar.
La oscuridad no duele, dijo alguien,
pero esta tenía filo y nombre: el mío.
Me senté en medio del cuarto,
a escuchar el sonido de no ser.
Ni el alma respondía.
Afuera, la vida seguía
con su desfile de espejismos,
dentro, yo era un pozo sin reflejo.
Pensé en mi madre y en mi abuela en la cocina,
y en mi padre con sus silencios de llanura:
el linaje de callar me atravesaba
como una herencia maldita.
La noche sin voz me pidió que confesara.
¿Confesar qué, si todo era ausencia?
Entonces lloré, no con lágrimas,
sino con los órganos.
Y comprendí que el lenguaje del dolor no tiene gramática.
La noche sin voz fue mi maestra.
Me enseñó a escuchar lo innombrado.
Hay un silencio que grita más que los disparos.
Un silencio que duerme en la sangre,
que late al ritmo de lo no dicho.
Lo llevamos como un tambor interno:
herencia de abuelos callados,
de madres que ocultaron su llanto tras platos limpios
y canciones de cuna desafinadas.
Mi sangre guarda secretos que no son míos,
y sin embargo, duelen como si lo fueran.
Una vez, el silencio me habló.
Tenía la voz de un niño ahogada
bajo el agua del deber familiar.
Ese día comprendí: no todo lo que se hereda es amor.
También hay silencios que enferman.
Silencio de sangre, te nombro para romperte.
Para que la palabra —al fin— me devuelva el cuerpo.
No todos los ojos miran hacia afuera.
Algunos miran hacia adentro y encuentran ruinas.
El ojo del trauma no parpadea. Está fijo,
como una cámara sin moral,
registrando cada latido de la herida.
Recuerdo la noche en que dejó de llover
pero dentro de mí siguió lloviendo años.
Ese ojo lo vio todo: la soledad en la silla del niño,
la mano que no llegó a sus cabellos,
la palabra que se gritó por error y se quedó para siempre.
El ojo del trauma es un testigo silencioso,
un juez sin piedad, un dios sin consuelo.
Pero también es la lámpara. Ilumina lo que nadie quiere ver.
Y al hacerlo, comienza el lento arte de sanar.
Hay mapas que no existen en la geografía
y sin embargo los recorro cada noche.
Lugares donde regreso: la infancia feliz,
la casa sin gritos, el abrazo de quien me supo amar.
Son espacios construidos con el deseo,
con la nostalgia de lo imposible,
y el eco de lo que no fue.
A veces sueño con ellos
y al despertar me duelen
más que cualquier recuerdo real.
Mi alma tiene habitaciones vacías,
mesas sin pan, miradas que nunca se cruzaron.
Y sin embargo, son mías.
Las defiendo como un reino invisible.
Porque también soy lo que no viví.