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Julia 939 Después de quince años, ¿era demasiado pedir que su amor de juventud estuviera por lo menos gordo y calvo? Pues sí. En realidad, Robert Brooks era incluso más atractivo que antes. Y también era rico y … perfecto. Kelly Sinclair no podía aparecer en la reunión de antiguos alumnos admitiendo que su vida era un desastre. Así que llegó fingiendo ser refinada, alegre y... estar felizmente casada, igual que Robert. ¡Pero él también tenía un secreto!
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Seitenzahl: 196
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1996 Patricia Hagan
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El amor perdido, n.º 939- dic-22
Título original: Boy Re-Meets Girl
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1141-333-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Si te ha gustado este libro…
VAMOS, Kelly, lo deseas tanto como yo.
—¿No entiendes una negativa, Jeff?
Kelly le puso las manos en el pecho y le dio un empujón. Jeff perdió el equilibrio y cayó del sofá al suelo.
Se levantó rápidamente.
—Mira, ya te he dicho que no hay nada de que preocuparse. Será sexo seguro, por el amor de Dios. ¿Qué problema tienes? Los dos somos adultos y tenemos necesidades.
—Habla por ti, Jeff. Y ahora mejor será que te marches —Kelly se levantó, cruzó la habitación y abrió la puerta—. Además, me prometiste que esta cita no se convertiría en otro combate de lucha libre, ¿lo recuerdas?
Él agarró el abrigo y miró con desprecio las tazas vacías sobre la mesa.
—Vaya forma de darme las gracias por la cena. Te llevo al Golden Angus y me gasto casi cien dólares en carne y vino y todo lo que recibo a cambio es un trozo de tarta rancia y café aguado.
Ella se encogió de hombros.
—Échale la culpa al fabricante de lo de la tarta. Y en cuanto al café, por la noche no lo tomo fuerte porque me quita el sueño —dijo abriendo su bolso que estaba en la mesita junto a la puerta y sacando cincuenta dólares—. Y aquí está mi parte de la cena. Ya estamos iguales.
Él los apartó.
—Quédatelos. Me lo merezco por haber sido un estúpido y creer que apreciarías una cena agradable.
—Oh, lo aprecio, Jeff… pero no tanto como para demostrarte mi gratitud acostándome contigo. En eso es en lo que has sido un estúpido, en pensar que una mujer debe hacerlo.
—¿Sí? Pues espabila, Kelly. Estamos en los noventa, y la gente no se avergüenza de tener necesidades.
Ella levantó una ceja.
—Ya, necesidades… ¿Te has parado a pensar que quizás yo no necesite un bruto egoísta como tú en mi vida?
—¿Oh, no? ¿Cuánto hace que te quedaste viuda? Dos años, ¿verdad? ¿Y cuántas citas has tenido? Estoy seguro de que no muchas, porque en caso de que no lo hayas notado, hay más mujeres solas que hombres, y desde luego yo no tengo que perder el tiempo con una mujer guapa y tontita como tú.
Y con eso salió, cerrando de un portazo.
Con las manos en las caderas y los labios apretados, Kelly se quedó mirando la puerta.
—Guapa y tontita, ¿eh? —dijo en voz alta—. Pues a ese tipo de mujeres no las nombran normalmente directoras de bancos, Jeff Templeton. Y parece que has olvidado que has hecho una solicitud a esta mujer guapa y tontita para pedir un préstamo para comprarte un coche nuevo.
¡Al diablo con él!
Kelly regresó al salón y empezó a recoger los platos.
Él tendría su préstamo. Reunía los requisitos, y ella no era vengativa. Sería mejor olvidar el incidente y seguir adelante.
¿Pero hacia dónde?
Durante los dos años que habían pasado desde la muerte de Brent junto con su amante en el incendio del motel, Kelly sentía que lo había hecho muy bien tomando el control de su vida, algo que Brent no le había permitido hacer desde la boda.
Él se había ganado la vida decentemente como contable y no vio la necesidad de que ella terminara los estudios, porque no tenía la intención de dejar trabajar a su esposa. También quiso crear una familia en seguida, pero pasaron siete años antes de que naciera Missy. El matrimonio casi había perdido la esperanza para entonces y había empezado a separarse, haciendo el amor en raras ocasiones.
Hubo también un tiempo en el que Kelly empezó a sospechar que Brent se veía con otra mujer, y estuvo totalmente segura más o menos hacia el primer cumpleaños de Missy.
Los padres de Kelly habían muerto en un accidente de coche unos años antes, y ella no tenía otros familiares cercanos. Así que al no tener preparación para encontrar un trabajo con el que ganarse la vida, le resultó más fácil cerrar los ojos a los escarceos de Brent y centrar su vida en torno a su hija. Por tanto, cuando él murió, ella no sintió un gran dolor.
Le quedó algo de un seguro y después de comprar un apartamento pequeño pero cómodo, guardó el resto para la educación de Missy. Y luego hizo lo que Brent siempre le había prohibido: buscar un trabajo. Comenzó como cajera y ascendió en un año, y poco después fue propuesta para directora.
Kelly metió los platos en la pila y dejó caer el agua sobre ellos, pensando que había sido una tonta al volver a salir con Jeff. Era igual que los otros hombres con los que había salido otras veces: egoísta y preocupado sólo por él, esperando que ella se acostara después de unas pocas citas. ¿Y qué había de malo mientras fuera sexo seguro? Eso también lo decían todos.
Sonó el teléfono y respondió cansada, preguntándose quién llamaría tan tarde.
—¿Kelly? Soy Jeff.
—¿Qué quieres? —gruñó Kelly.
—Te hablo desde el teléfono del coche. No podía esperar hasta llegar a casa. Creo que me he portado como un imbécil. ¿Puedes perdonarme?
—Claro.
Kelly se encogió de hombros. Le daba igual. De todos modos no pensaba volver a salir con él.
Jeff suspiró aliviado.
—Es estupendo. Eres un cielo, ¿lo sabías? Y realmente lo siento. Pero es que me vuelves loco y…
Ella le interrumpió.
—Es tarde, Jeff. Buenas noches.
—Eh, espera. Tengo que saber que me darás otra oportunidad. Y esta vez te prometo que no me pasaré. He pensado que el domingo podríamos ir a pasar el día a la costa… tomar pescado fresco. Ya sabes, dar una vuelta en mi coche nuevo —se detuvo un instante—. El banco aprobará el préstamo, ¿verdad?
—Oh, no te preocupes por eso, Jeff. Ya sabes cómo somos las mujeres guapas y tontitas. Damos préstamos a todo el mundo. Y no me des las gracias. No quiero ir a la costa ni a ninguna otra parte contigo. Buenas noches y adiós.
Colgó y fue de nuevo a ver a Missy. La canguro, una vecina muy maternal, le había dicho que se había portado como un ángel, como de costumbre.
Kelly miró con cariño a su hijita dormida. La tapó bien, le dio un beso y empezó a marcharse, pero se detuvo.
Con la suave luz de la noche, podía ver la fotografía de Brent y no pudo evitar pensar que aunque fue horrible como marido, no se podía negar que se había esforzado por ser un buen padre.
Entonces se miró en el espejo de la pared sobre el tocador rosa y lleno de cosas de Missy.
Con el pelo oscuro y rizado, grandes ojos marrones y nariz respingona, era considerada una mujer mona. Y en su último año de estudiante la nombraron «Mejor Personalidad».
Pero una chica mona con una buena personalidad no era el tipo de mujer con el que debió casarse Brent Reeves, porque había terminado liado con mujeres llamativas y sensuales.
Kelly fue a la cocina, se sirvió un vaso de vino y puso música de Barry White.
Se quitó los zapatos y se acurrucó en el sofá, preguntándose por qué se estaba torturando creando un ambiente tan romántico. Después de todo, sólo servía para que se sintiera aún más sola… especialmente un sábado por la noche.
—Nunca debí casarme con él —susurró.
Pero sabía bien por qué lo hizo.
Después de su graduación, sus padres habían insistido en que fuera a Raleigh, en Carolina del Norte, al Meredith College, al que también había ido su madre. Una vez allí, Brent, cuya madre había sido la compañera de habitación de la madre de Kelly, empezó a llamar a Kelly para salir con ella.
Al principio a ella no le interesaron las citas ni ninguna otra cosa, porque creía en los cuentos de hadas y en que sus sueños se harían realidad, y que terminaría casándose con su novio del instituto, Robert Brooks.
Pero el destinó le deparó algo muy distinto.
Ella y Robert habían planeado casarse aquel junio y no habían hablado de otra cosa desde su primer año de estudiantes. Los padres de Robert no pudieron permitirse enviarle a la universidad, pero él tenía un buen trabajo en la fábrica de papel en Canton, no lejos de su ciudad natal, Weaverville, al norte de Asheville.
Kelly recordaba lo furiosos que se pusieron sus padres cuando ella les dijo que no quería ir a la universidad y que su deseo era casarse con Robert y tener hijos con él. Él se ganaba la vida decentemente en la fábrica y ella podría ir a trabajar allí mismo, en la oficina. Se las arreglarían, porque se amaban y eso era lo que más les importaba.
Entonces, dos meses antes de la graduación y tres antes del día planeado para su boda, Robert le dijo de repente que tendrían que aplazar sus planes porque él se iba a Atlanta a trabajar en el aeropuerto, donde le instruirían en el mantenimiento de aviones.
Kelly se quedó pasmada. Él nunca había dicho nada sobre desear semejante trabajo, pero estaba completamente decidido.
—Quiero poder cuidarte bien a ti y a nuestros hijos —le había explicado—. Quiero ganar mucho dinero, y créeme, hay mucho siendo mecánico de aviones.
Ella le dijo que de acuerdo, que también iría a Atlanta y se casarían como habían planeado. Posiblemente también podría encontrar un trabajo mejor pagado en una ciudad grande. Así no tendrían que aplazar nada.
Pero él no quiso oír hablar de ello, diciéndole que sería un error no aprovechar su oportunidad de ir a la universidad.
—Una buena educación es algo que nunca nadie podrá quitarte, Kelly. No puedo dejar que rechaces eso para casarte conmigo. Además, estaremos juntos en las vacaciones, y el tiempo pasará volando y al final te alegrarás de que hayamos esperado.
Pero no funcionó así, porque una vez él se marchó a Atlanta y ella a Raleigh, empezaron a separarse, aunque no fue culpa de Kelly.
Él no le escribió como había prometido, y cuando ella le preguntó la razón, Robert le juró que le había enviado una carta cada día.
Y cuando las llamadas telefónicas de Robert empezaron a ser menos frecuentes, Kelly pensó que estaría saliendo con otra.
Finalmente su madre le dijo que había oído en la peluquería donde trabajaba la hermana de Robert, que él salía con alguien. Entonces, Kelly supo con una gran tristeza que sus sospechas habían sido correctas.
Al final y a pesar de seguir sufriendo, se dejó llevar por la emocionante vida en la universidad y empezó a salir con otros chicos, intentando no pensar en lo mucho que seguía amando a Robert.
Durante las vacaciones de Navidad, finalmente se encontraron. Discutieron y ése fue el final oficial de su noviazgo.
Con su madre y Brent presionándola continuamente, Kelly, herida y desilusionada, se dejó manipular para aceptar la proposición de matrimonio de Brent.
Pero la verdad era que nunca había dejado de pensar en Robert y en lo distinta que habría sido su vida si se hubiera casado con él. Incluso en ese momento, seguía comparando a los demás hombres con él, ya que siempre había sido cariñoso, tierno y atento.
Y años después de su ruptura, cuando ella regresó a Weaverville para el funeral de sus padres, oyó que él se había casado. Posiblemente en ese momento tendría varios hijos, sería completamente feliz y nunca pensaría en el pasado ni en ella. Y aunque Kelly sabía que era una tonta al seguir pensando en él, no podía evitarlo.
La música terminó y Kelly se terminó el vino.
Era hora de acostarse.
Cuando fue a la puerta a asegurarse de que estaba bien cerrada, vio el correo sobre la mesa de la entrada. Lo miró rápidamente… la factura de la luz, una postal de una de las chicas del banco que estaba de vacaciones en Disneylandia… No vio nada interesante hasta que llegó al último sobre. Se lo habían enviado desde su antigua dirección, donde había vivido antes de que muriera Brent. Posiblemente en la oficina de correos lo habrían devuelto al remitente si no fuera por la súplica escrita en letras mayúsculas:
POR FAVOR, POR FAVOR, REMITIR A LA NUEVA DIRECCIÓN.
Se la enviaban desde el Old Stone Inn, un famoso y moderno hotel en Asheville. Escrito a bolígrafo encima de la dirección grabada, ponía Sandra Fuller.
Kelly no recordaba conocer a nadie con ese nombre y con curiosidad, abrió la carta.
Querida Kelly,
¿Me recuerdas? Sandra White, tu antigua compañera del equipo de animadoras en Rockmont High. Mi apellido es ahora Fuller, y la razón por la que te escribo es para invitaros a ti y a tu familia a nuestra reunión de antiguos alumnos en Asheville la primera semana de julio. Han pasado quince años desde que nos graduamos, y es una pena que no nos hayamos reunido antes.
Sandra continuaba explicando que trabajaba en el hotel y que había organizado allí mismo un programa muy atractivo para sus compañeros. Por un precio ridículamente bajo, un graduado podía llevar a toda su familia y disfrutar de las comodidades del lugar, piscina, golf y tenis junto con la posibilidad de montar a caballo y hacer excursiones por las montañas.
No era sólo una reunión de clase, eran unas vacaciones, con un precio demasiado bueno para rechazarlo.
Sandra también le hablaba de lo mucho que le había costado localizarla, porque nadie había oído nada de ella desde hacía años. Le había escrito anteriormente, pero le habían devuelto la carta, así que había vuelto a intentarlo escribiendo la súplica en el sobre.
Finalmente le decía que por favor llamara si recibía esa carta y que creía que iban a asistir todos los convocados.
A Kelly le dio un vuelco el corazón.
Si así era, también iría Robert.
Miró su reloj. Era casi medianoche. Demasiado tarde para llamar, pero a primera hora de la mañana lo haría. Ver a Robert podría causarle dolor, pero quizás eso fuera lo que necesitara: verlo con su familia y darse cuenta de que tenía que dejar de pensar en él y continuar con su vida.
Y al hacer eso, quizás dejara de comparar a todos los hombres que conocía con el hombre que nunca había podido tener.
EL enorme hotel de piedra apareció ante sus ojos.
Emocionada, Kelly le dio un codazo a Missy, que estaba acurrucada en el asiento a su lado.
—Mira, hija. Ése es. ¿No es bonito? ¿Ves como está en lo alto de las montañas desde donde se ve la ciudad? Las vistas deben ser espectaculares.
Missy, de seis años, se enderezó y se frotó los ojos.
—¿Tiene piscina? —preguntó adormilada.
—Ya te lo he dicho, cielo. Tiene dos. Una cubierta para que puedas bañarte aunque llueva, y otra fuera. Te lo vas a pasar muy bien. Sandra, a quien debes llamar señora Fuller, me ha dicho que hay todo tipo de actividades para los niños. ¡Oh, cariño, será maravilloso!
Kelly paró en el gran porche cubierto donde un portero uniformado estaba esperando para aparcar su coche después de que los botones sacaran el equipaje.
—Estamos aquí para la reunión de Rockmont High —le dijo Kelly al portero.
—Y no son las primeras —replicó él agradablemente—. Algunos de sus compañeros ya están aquí. Posiblemente encontrará a casi todos en la terraza, pero quizás prefiera registrarse antes de unirse a ellos, así yo sabré dónde se ha de entregar su equipaje. También hay un mostrador a la derecha según se entra al vestíbulo donde les darán las etiquetas identificativas para su reunión.
—Mamá, me haces daño en la mano —protestó Missy, haciendo que Kelly se diera cuenta de que en su euforia, había apretado sus dedos con fuerza.
Se detuvo para darle otro abrazo.
—Lo siento. Mamá está nerviosa porque va a ver a todos sus viejos amigos, eso es todo.
Otro hombre joven y uniformado les estaba sujetando las puertas abiertas, pero cuando Kelly intentó pasar, Missy se quedó quieta.
—Cielo, ¿qué ocurre?
—Estaba pensando en lo que me has dicho que no puedo decir.
¡Oh, no! Kelly llevó a su hija rápidamente a una de las mecedoras de madera que había al final del porche. Una vez sentadas, se armó de toda su paciencia y empezó.
—Missy, creía que estaba claro por qué es tan importante que no digas a nadie que papá se ha ido a vivir con los ángeles.
—Lo olvidé.
Kelly suspiró.
—Como ya te dije, no es asunto de nadie, y se supone que ahora tenemos que divertirnos, ¿así que por qué hablar de cosas tristes? Si tú le dices a la gente que tu papá está en el cielo, les daremos pena y no se portarán igual, así que mejor será que quede entre nosotras, ¿lo entiendes?
—Eso creo.
—Y ahora prométeme de nuevo que no dirás nada.
—No lo haré.
—¿Y recuerdas lo que sí puedes decir?
—Que papá está trabajando mucho y no podía venir. Pero eso es una mentira —añadió la niña con los ojos muy abiertos y acusadores.
—Algún día, cuando seas mayor, te explicaré por qué es necesaria, cielo.
Kelly sabía que Missy nunca olvidaría que le había pedido que mintiera y desearía no haber tenido que hacerlo, pero había pensado mucho en la situación y había llegado a la conclusión de que sólo podía ir a esa reunión si fingía que Brent seguía vivo y que tenían un matrimonio perfecto. De otro modo parecería como si hubiera ido únicamente para ver a Robert, y eso sería humillante.
Claro que podía decir simplemente que Brent había muerto y que era viuda, pero algunos de sus viejos compañeros podían tener amigos o familiares en Raleigh, y como ella había enviudado muy joven, podrían sentir curiosidad y preguntarles por su muerte. Entonces la escandalosa verdad saldría a la luz, ya que el incendio del motel había sido titular de varios periódicos, y se informó de que Brent y la mujer con la que estuvo fueron encontrados en la misma cama.
No, no podía dejar que nadie lo averiguara. En esas circunstancias, la mentira estaba permitida.
También era importante que pareciera como si hubiera ido únicamente para pasarlo bien y aprovechar esa estupenda oportunidad.
—¿Estás de acuerdo con todo? —le preguntó a su hija.
Pero Missy ya no le hacía caso. Había visto a un niño de nueve o diez años y quería saber si habría alguna niña de su edad.
—¿Por qué no entramos y lo comprobamos? —le sugirió Kelly.
—Kelly Sinclair, no puedo creer que realmente seas tú.
La mujer pelirroja y regordeta pareció salir de la nada en cuanto Kelly y Missy entraron al vestíbulo. Kelly la miró fijamente, pestañeó y no pudo recordar quién era. Pero entonces leyó su identificación.
—Sandra Fuller.
—¡Sí, soy yo! —gritó Sandra—. Y a ti no puedo olvidarte. Sigues tan linda como hace quince años. No has cambiado nada. ¿Pero yo? —se golpeó las caderas—. Yo sí he cambiado. Ahora ocupo más. Engordé mucho cuando dejé de fumar hace un tiempo, ¡pero qué diablos! Imagino que es mejor estar gorda y viva que flaca y muerta, ¿verdad? —entonces dirigió su atención a Missy—. ¿Y quién es este ángel?
Kelly la presentó, sintiéndose orgullosa.
—Y acaba de terminar el primer curso.
—Maravilloso. ¿Y dónde está tu estupendo marido? Recuerdo que le vi en el funeral de tus padres y pensé que era un bombón. Ha venido, ¿verdad? Quiero robártelo para un baile esta noche. Porque desde luego bailaremos. Lo he preparado todo para que tengamos música fuera todas las noches, y se está fenomenal, porque se ven todas las luces de Asheville. Es como una alfombra de estrellas.
Kelly le contó con cuidado la historia que había inventado.
—Me temo que Brent no estará aquí. Tenía mucho trabajo y no podía dejarlo.
—Vaya, es una pena. Pero no te preocupes, que tú te divertirás de todos modos. Esta noche cenaremos junto a la piscina al aire libre, así que corre a registrarte y luego sal a la terraza a empezar la diversión. Las margaritas están deliciosas.
—¿Y yo?
Las dos se giraron para mirar a Missy.
—¿Y yo? —repitió algo más alto mirando a su madre—. Me dijiste que habría otros niños, pero no veo ninguno.
—Claro que no, porque todos están en la fiesta del helado que he preparado para que os conozcáis —se apresuró a explicar Sandra—. Está en la Sala Dogwood, al final del pasillo a la izquierda. Si corres llegarás justo al comienzo y podrás hacer algunos amigos para divertirte esta noche en la cena.
Missy, pegando saltitos miró suplicante a su madre.
—¿Puedo ir, mamá? ¿Puedo ir?
—Sí, pero quédate allí y no vayas a ninguna parte. En cuanto me haya registrado iré para que no te pierdas intentando buscarme.
Pero Missy ya había echado a correr.
—No te preocupes por ella —le dijo Sandra—. Están bien supervisados, y después de que se hayan pegado un atracón de helado, los llevarán a la cena. Podrás encontrarte allí con ella. Ahora vamos a ocuparnos de ti.
Kelly la siguió y se adentraron en el enorme vestíbulo con varios grupos de sofás y sillas. En cada extremo de la sala había una gran chimenea que se extendía hasta el techo alto con vigas. Grandes ventanales daban a la terraza y a la impresionante vista de Asheville contra las míticas montañas Blue Ridge.
Kelly firmó en el registro y cuando Sandra le dio su etiqueta identificativa, sonrió al ver la foto dentro del plástico.
—Dios, ¿realmente estoy así ahora?
—¿Por qué te sorprende? Ya te he dicho que no has cambiado nada. Espera a ver a los demás, como Becky Comstock, que es ahora Becky Bearden. Se ha decolorado el pelo, y yo juraría que Holly Porter Whitesides se ha estirado la cara, aunque siempre fue muy vanidosa. Se casó con Bucky Whitesides de Asheville, ¿lo recuerdas?
Kelly escuchó sin decir nada mientras Sandra le hacía un resumen de los que habían llegado.