El apasionante mundo de Erika Lust: Exhibicionismo - Sarah Skov - E-Book

El apasionante mundo de Erika Lust: Exhibicionismo E-Book

Sarah Skov

0,0

  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2020
Beschreibung

Esta colección de relatos cortos se publica en colaboración con la productora de cine sueca Erika Lust. Su meta es mostrar la naturaleza humana y la diversidad a través de historias de pasión, intimidad, amor y lujuria combinadas con una fuerte narrativa. Esta colección La mujer y el pescador Sexo en el auto Seducción en la bibliotecaNo toques el cuadro, tócame a míAlturas vertiginosas Tinder Taxi -

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 125

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Varios autores

El apasionante mundo de Erika Lust: Exhibicionismo

 

Lust

El apasionante mundo de Erika Lust: Exhibicionismo

Translated by Begoña Romero, Cymbeline Nuñez and LUST Copyright © 2020 Sarah Skov, Beatrice Nielsen, Lea Lind, Olrik and LUST, an imprint of SAGA Egmont, Copenhagen All rights reserved ISBN: 9788726775129

 

1. E-book edition, 2020 Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

Taxi Tinder

Lea Lind

 

Ya pasó gran parte del día, pero mi indolente cuerpo todavía resiente la trasnochada; la resaca se niega a abandonarme. Me arrastro hasta el lavaplatos de la cocina. Dejo que el agua corra hasta que se enfría y bebo con ansias dos vasos llenos de agua. El fresco líquido humedece mi garganta con tanta rapidez que me siento ahogada. Respiro con dificultad. Siento cómo el agua inunda cada célula de mi cuerpo. Despejo un mechón de cabello de mi frente. Me siento un poco mejor, pero estoy muy lejos de estar bien.

Consigo arrastrar mi cuerpo hasta el sofá y me dejo caer sobre él. Observo los vestigios de la fiesta en la mesa y me detengo, encandilada, en las últimas gotas de licor de las copas hasta que me mareo. Intento convencer a mi cerebro de que debo limpiar un poco. Después de todo, no celebramos mi cumpleaños número treinta ayer, sino la noche anterior. Mi mente continúa en modo siesta. Incluso en los momentos en que consigo enviar una señal a mi sistema biológico, llamándolo a la acción, mis músculos se quejan. Ni uno de ellos acepta que es momento de animarse para que mi cuerpo se ponga a limpiar.

Desvío la mirada de las copas de la mesa hacia una mosca ruidosa y chocante que vuela en caída. No ocurre nada más. Intento no sentir pena de mí misma. Como ha pasado tantas veces antes, no tengo ganas de regodearme en el pensamiento de que justamente estos momentos de silencio, estos momentos llenos de nada, son los que dejan en total evidencia la ausencia de un novio con el cual acurrucarme.

Carraspeo. Me humedezco los labios. Respiro hondo.

—Vamos, Missy. —Recuerdo a Mía arrastrando las palabras a través de la neblina del espumante en respuesta a mi queja sobre mi reiterado fracaso en las citas—.No tienes idea de lo suertuda que eres. Puedes hacer lo que se te antoje. No como todas nosotras, encadenadas de pies y manos.

—Encadenadas. —Ida soltó una risita nerviosa y enarcó las cejas.

Mía ignoró el comentario dominatriz y fijó su inestable mirada en mí.

—De cualquier manera, eres demasiado buena para estar soltera por mucho tiempo, así que... —dijo.

—¡Tengo treinta! —interrumpí—. ¡TREINTA!

—Lo sé, lo sé... Y los cuarenta son los nuevos treinta, así que acabas de cumplir veinte y, ¿quién se quiere comprometer tan joven? —continuó Mía mientras bajaba la mirada a su anillo de bodas.

Ida terminó otra botella, frunció sus labios y silbó el tema de Batman.

—Mía tiene razón —dijo—. Veámosle el lado positivo. ¡Citas! ¡Coger! ¡Amor! No necesariamente en ese orden. Pero no vayas por la vida dando tumbos como si tuvieras una venda en los ojos... Si tienes que estar vendada, que sea bajo circunstancias más entretenidas.

Mía puso los ojos en blanco, pero continuó con su idea.

—¡A eso me refiero! No tienes por qué estar colgada de ganchos de carnicería en algún sótano derruido, pero el mundo está lleno de aventuras. Usa este tiempo para divertirte. El amor no llegará hasta que llegue... Disfruta de las fiestas hasta que sea el momento; nadie que lo haya hecho, deseó no haberlo vivido.

Levanté mi copa y me senté erguida. Hice un gesto de descreimiento, pero no tenía energía para contradecirlas. Principalmente, porque sabía que la probabilidad de que tuvieran razón era alta. Era estúpido sentarse a esperar algo que sabía que no pasaría y no haría ningún daño si pasara mi tiempo disfrutando un poco. En principio, esa fue la razón por la que bajé la aplicación Tinder. Sin embargo, aún no he tenido mi primera experiencia memorable con la app. No es que no haya pasado nada. Muy lejos de eso.Pero, en fin... Me estoy hartando de prepararme para algo extraordinario y luego tener que lidiar con la decepción.

La mosca continúa zumbando como loca. Intento fulminarla con la mirada. No tengo éxito. En cambio, emprende vuelo hacia el techo, como un boxeador victorioso que camina hacia el centro del ring para recibir los aplausos. Me rehúso a dar más atención a la pequeña bastarda; dejo que mis párpados se cierren.

Me he preparado mentalmente. Suspiro profundo e inicio sesión en Tinder una vez más. El chico de la sonrisa torcida, con el que he querido concretar una cita por semanas, aún no me ha respondido. Algunos otros me contactaron, pero yo lo quería a él. Y ese es el problema: sólo muy pocos de ellos valen la pena.

Molesta, martilleo la pantalla con mis dedos. Calculo que no he tenido noticias de él por setenta y ocho horas y veinticuatro minutos. Y eso a pesar de que usó sus primeros mensajes para denigrar a sus matches anteriores, explicándome que no eran serias, que no habían vuelto a contactarlo, ni siquiera con una excusa amable.

A medida que los minutos pasan, la sonrisa torcida me desagrada cada vez más y más. Me molesto conmigo misma por tener todavía ciertas ganas de encontrarme con él, aunque sea terrible para responder. Empujo mi lengua contra los dientes frontales mientras me imagino pellizcándole enojada los cachetes, estirando las comisuras de su boca ridícula a una distancia absurda hacia las mejillas, hasta transformarlo en una versión tonta de El Guasón.

Tarareo impaciente. Miro alrededor de la sala. Noto que la mosca decidió sentirse como en casa sobre el marco de mi ventana. Emite un zumbido terrible al intentar salir a través del vidrio.Despejo otro mechón de cabello de mi frente. Luego hundo una uña en mi pulgar con tanta fuerza que termina pareciendo una carita triste sin ojos. Estoy harta de perder mi tiempo con hombres que no quieren interactuar, aunque digan lo contrario. Y, aun así, no puedo evitar intentarlo una vez más.

«¿Quieres intentar una cita?», le escribo al chico de la sonrisa torcida.

Dos segundos después, borra el hilo de nuestra conversación y me cancela el match.

—¡Idiota! —murmuro con tanta rabia como para tirar el teléfono a la mesa.

Me estiro para alcanzar mis regalos de cumpleaños que están sobre la mesa. Son magníficos. Un sobre Michael Kors, medias Wolford y un viaje a la playa en abril.

—Sólo se cumplen treinta una vez, bebé. —Mía e Ida se habían reído cuando dije que los regalos eran demasiado.

Y justo en este momento, por primera vez, ¡decido que no me importa! Si quieren comprar regalos tan caros para mí, estaré feliz de aceptarlos. Sin vergüenza. No importa ni un poco si se sienten mal porque soy la única del grupo —por quién sabe cuántos años seguidos— que aún sigue soltera. Tal vez quieren vivir su sórdido deseo de libertad a través de mi vida amorosa.

Aun así, mi incomodidad no se va. Empiezo a extrañar a mi exnovio. Siempre me pasa en momentos como este, aunque era un completo idiota. Trato de sacudir la tristeza, pero la necesidad de sentirme abrazada por alguien crece cada vez más. Y estoy empezando a sentirme caliente.Desentierro mi teléfono de debajo de los almohadones y considero enviar mensajes sexuales a mi ex. En vez de hacerlo, le mando una foto del sobre a Mía.

«¿Qué hago con una bolsa tan costosa cuando todo lo que quiero es un hombre?», escribo. Luego espero. Miro impaciente los puntos suspensivos que indican que está respondiendo.

«Pide un reembolso y gástate el dinero en un gigoló», me responde, y agrega un video de su lengua bailando arriba y abajo entre sus dedos índice y medio.

«Muy graciosa —le respondo—. ¿Quieres acompañarme al centro mañana?»

«No puedo —escribe—; cita con marido».

«Gracias por nada», le respondo.

«Missy... Diviértete un poco en lugar de perder el tiempo sintiendo pena por ti misma —me escribe—, ¿qué pasó con el tipo con el que tomaste un café la semana pasada?»

«¡Puaj! Era un tipo desagradable en la vida real —le respondo—, con voz de soprano».

«No tiene por qué hablar mientras cogen», escribe. Y envía a continuación el emoji del mono que se tapa la boca.

No me molesto en responderle. Me quedo dormida y sueño con que todo es perfecto. En el sueño, los hombres son espectaculares y cero problemáticos. Voy girando, por todos lados, bajo el brillo del reflejo de la bola de disco que hace que la pista de baile cobre vida. Siento que un par de ojos oscuros arden al mirarme. Nos enredamos. Él presiona su cuerpo contra mí. Desliza sus manos por mi cintura hasta llegar debajo de mi vestido mientras me besa el cuello. Me río. Giro y empujo mi cuerpo contra el suyo. Me levanta. Rodeo sus caderas con mis piernas y me lleva al baño. Me apoya en la mesada y se desabrocha los pantalones.

Mi entrepierna está empapada cuando despierto. Mi cuerpo no entiende que la fiesta se terminó. Cierro mis ojos con fuerza e intento recrear las sensaciones del sueño en mi cuerpo, pero ya no se siente real. Suspiro. Deslizo mi mano en mi ropa interior y me froto con furia el clítoris, arriba y abajo, estimulando un rápido orgasmo. Eso me da un momento de alivio. Pero aún extraño el deseo y la diversión real.

Golpeo mi cabeza, rítmicamente, contra el respaldo del sofá, como si fuera un reloj en cuenta regresiva.Mi mirada se desvía hacia la carísima bolsa. Le tomo una foto y la publico en Ventas en línea. Marco un precio bajo con la condición de que la transacción sea rápida: el pago en dos horas. No sé de dónde saqué que eso podría funcionar para mí, pero quizás Mía tenga razón. Aunque de ninguna manera voy a contratar a un gigoló. Olvídalo. Necesito a alguien que quiera cogerme por voluntad propia, no porque necesite alimentar su cuenta bancaria. Sin embargo, lo que escribió Mía aún me da vueltas en la cabeza. Porque no necesito cosas materiales, necesito experiencias. Relaciones. Seducción. Una buena cogida. Aunque sea sólo por una hora o una semana o más. No quiero sentarme aquí a vegetar. Esperar. Necesito un match y uno interesante. Ahora mismo. No mañana. No quizás. Definitivamente ya.

De pronto siento mi cuerpo renovado. Me pongo de pie y elimino todos los restos muertos de la fiesta. Abro el balcón y dejo que el aire fresco le dé vida al departamento. Junto las copas y los potes sucios, y los llevo a la cocina. Dejo que el agua del grifo corra hasta que se calienta, pongo el tapón, agrego jabón lavaplatos y dejo la vajilla en remojo. Con un trapo, limpio la mesa del comedor hasta que queda inmaculada.Al mismo tiempo que veo a la mosca volar a través de la puerta abierta del balcón, salta un mensaje de Ventas en línea.

«Ofrezco el precio base. ¿Recolección inmediata?», dice.

Me estremezco. Lo dejo sin respuesta por unos diez minutos. Luego respondo:

«Ok».

Cuando acepto la oferta la compradora obtiene mi dirección. Cuarenta minutos después está en mi puerta y transfiere un valor considerable a mi cuenta bancaria desde su teléfono. Aunque lo publiqué a un precio muy generoso, sigue siendo un monto ridículo por lo elevado.

—¿Y tienes el recibo también? —pregunta la chica.

—Sí —le respondo. Está dentro de la bolsa.

Saca el recibo y verifica la fecha.

—¿Esto acaba de ser comprado el otro día? —pregunta.

—Sí —le respondo.

—¿Por qué no lo devuelves tú misma, entonces? Te devolverán el monto completo —pregunta con curiosidad.

—Porque necesito el dinero hoy y no abren los domingos —le digo con una sonrisa.

—Pero eso significa que me estás regalando algunos cientos de pesos —dice—. Puedo ir a devolverlo mañana mismo.

—¿Lo harás? —le pregunto.

—No creo —me responde—, pero nunca se sabe.

—No me importa si lo haces —le digo riendo—. Necesito algo que el dinero no puede comprar.

—Ok... —dice con una sonrisa dubitativa—. Bueno, un placer hacer negocios contigo.

—No hay de qué —le digo mientras cierro la puerta.

Tengo mariposas en el estómago. Mi plan incierto comienza a tomar forma. Corro a la ducha. Me afeito las piernas y la línea del bikini hasta que quedan suaves como la seda. Me lavo el cabello y aplico acondicionador. Controlo la urgencia de frotar mi clítoris en busca de otro orgasmo. Más tarde tendrá lo que necesita. Voy a ir por todo. Y seguiré así toda la noche hasta que encuentre un match que esté dispuesto a encontrarse conmigo ahora.

Cierro la llave del agua. Me seco. Me aplico loción corporal, me maquillo y me seco el cabello. Me pongo mi vestido dorado de tiras que sólo había tenido el valor de usar frente al espejo. Me pongo un par de finos collares alrededor del cuello, mi chaqueta de piel rosada y llamo un taxi. Uno cuyo conductor acababa de empezar su turno.

—Si va a ir lejos, necesitamos el dinero anticipado —dice la operadora.

—No hay problema —le respondo.

Diez minutos después, un auto negro para frente a la puerta de entrada del edificio. Abro la puerta y entro a la parte trasera. Los suaves asientos de piel acarician mis piernas. Saco mi teléfono.

—¿Adónde? —pregunta el conductor.

—A ningún lugar en particular. Sólo intento encontrar un match —digo sin dejar de mirar la pantalla de mi teléfono.

Acepto a Charles, veintiséis años, que es una mezcla de Johnny Depp y Gary Grant. Su foto de perfil es como de Hollywood antiguo. Nos imagino pasando los domingos en cama, alternando entre coger apasionadamente, ver películas viejas en blanco y negro, y fumar cigarrillos.

Esa idea me da la certeza de que este tema de las citas no tiene por qué ser difícil y que si tan sólo pudiera hacer match con Charles... Pero mi optimismo se desvanece cuando me encuentro ante un sin fin de perfiles ocultos tras lentes oscuros, todos un «no» seguro para mí. Siento como si estuviera abriéndome camino a través de una nube de polvo irritante y debo haber estado maldiciendo en voz alta, porque de pronto escucho al conductor defender a su género:

—Sólo intentan impresionarla pareciéndose lo más posible a James Bond —dice—, pero eso sin dudas no funciona con usted, ¿verdad?

—Tengo que poder ver sus ojos —le respondo—. Si no, no puedo darme cuenta si son psicópatas. Esa es una condición básica para conocer a alguien en línea. La regla número uno, de hecho.

—Ya veo —dice el conductor—. Si esa es la regla número uno, ¿cuáles son las otras reglas?

—Hay muchas reglas —suspiro—. Demasiadas para recordarlas todas.

Aparece un match con un nuevo set de fotos. Es Charles, quien de pronto se llama Rigo, y es el peor Latin lover del mundo.

«¿Qué carajos? —escribo—. Ni siquiera eres tú en la foto de perfil...».

«Cálmate, querida —me responde—. No seas tan superficial».

No habrá domingos calientes con Johnny Depp, pienso y lo borro de inmediato. Me recuesto en el asiento resignada.

Vuelvo a un viejo match