El apocalipsis a la vuelta de la esquina (2da. Edición) - Jesús Cosamalón - E-Book

El apocalipsis a la vuelta de la esquina (2da. Edición) E-Book

Jesús Cosamalón

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Beschreibung

"Recordar las décadas de 1980 y 1990 a través de sus registros periodísticos, documentos oficiales y otros testimonios nos permite tomar conciencia de la gran cantidad de dificultades que afrontamos: violencia, amenaza de cataclismos, basurales, epidemias, interminables huelgas y, como si fuera poco, una profunda crisis económica que nos hizo creer que las plagas del apocalipsis se habían ensañado con los peruanos. Mientras esto ocurría a nivel nacional, otro conflicto no menos importante se desarrollaba en las calles de Lima: la expansión del comercio informal, que agregó enfrentamientos entre autoridades, comerciantes y vecinos. Este libro analiza la expansión del ambulantaje, su relación con la crisis mayor del Estado nacional y local, sus vínculos con la extensa y profunda crisis económica y su impacto en los imaginarios urbanos. Además, incorpora la perspectiva de los propios ambulantes a través de información periodística y entrevistas. En esta segunda edición se ha añadido una nueva introducción y un capítulo adicional que analiza la situación de los ambulantes durante la pandemia de la Covid-19 y el tiempo posterior. Asimismo, se reflexiona acerca del papel de las regulaciones estatales en medio de la emergencia y su impacto en el comercio ambulatorio."

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Jesús A. Cosamalón Aguilar es doctor en historia por El Colegio de México. Obtuvo la licenciatura y maestría en Historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde es profesor principal del Departamento de Humanidades. Ha publicado diversas investigaciones dedicadas a la historia social del Perú y México, desde la época colonial hasta el siglo XX. Sus dos últimos libros son Historia de la cumbia peruana. De la música tropical a la chicha (2022) y, en coautoría con Francisco Durand, La república empresarial. Nueva historia del Perú republicano (2022).

Ha ejercido la docencia en diversas universidades del Perú y del extranjero, entre las cuales se encuentran la Universidad de Rouen, en Francia, la Universidad de Santiago de Chile, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Universidad del Pacífico, la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y la Universidad Nacional Federico Villarreal.

Jesús Cosamalón

EL APOCALIPSIS A LA VUELTA DE LA ESQUINA

Lima, la crisis y sus supervivientes (1980-2000)

Segunda edición

El apocalipsis a la vuelta de la esquinaLima, la crisis y sus supervivientes (1980-2000)© Jesús Cosamalón, 2023

© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2023Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú[email protected]

Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP

Imagen de carátula: Francisco Guerra GarciaFotografía de portada: Juan Pablo Chamán

Segunda edición digital: julio de 2023

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2023-06247e-ISBN: 978-612-317-879-6

A la tienda de abarrotes de mis padres en el Rímac, gracias a la cual conseguimos sobrevivir a todas las crisis.

Para Sebastián y Mauricio, nietos de dos provincianos que llegaron a construir una nueva vida en esta selva de cemento que llamamos Lima.

Índice

Agradecimientos

Prólogo

El apocalipsis, el comercio en las calles, la ciudad y las autoridades. . Una nueva introducción

Introducción a la primera edición

Parte I. La ciudad, la crisis y los ambulantes

Capítulo 1. Un largo debate. Definiciones del sector informal urbano

Capítulo 2. El centro en disputa: la batalla por el control de las calles

Capítulo 3. La democracia y el fin de la tolerancia: Lima y los ambulantes (1981-1982)

Capítulo 4. Falla general: la ciudad y la crisis total del sistema (1983)

Capítulo 5. Del caos al desastre: los fracasos en la gestión de la ciudad (1984-1995)

Parte II. La década maldita

Capítulo 6. El apocalipsis a la vuelta de la esquina

Capítulo 7. Lima, la trampa mortal

Parte III. Los supervivientes

Capítulo 8. La calle y la disolución de las diferencias

Capítulo 9. La calle es una selva de cemento

Capítulo 10. El difícil arte de amanecer con vida

Capítulo 11. El Ave Fénix. Las cenizas de la ciudad

Capítulo 12. Un largo epílogo. Y el apocalipsis dobló la esquina

Bibliografía

Agradecimientos

Esta investigación se pudo realizar gracias al apoyo que recibí de la entonces Dirección Académica de Investigación de la Pontificia Universidad Católica del Perú, dirigida en ese tiempo por Margarita Suárez y Carlos Chávez. Gracias a las becas obtenidas como parte del Concurso de Proyectos 2007 y 2008 (Proyecto DAI-3495), pude diseñar y ejecutar la investigación que hoy sintetizo en estas páginas. Posteriormente, entre los años 2016 y 2017, tanto Carlos Chávez, desde la Dirección de Gestión de la Investigación PUCP, como Pepi Patrón, vicerrectora de Investigación, apoyaron de forma entusiasta la publicación de estas páginas. A todos ellos mi agradecimiento por apoyar un trabajo dedicado a la historia reciente.

El proyecto fue diseñado, dialogado y dirigido por un equipo de amigos y colegas de los cuales aprendí mucho gracias a su agudeza y capacidad de trabajo. Martín Monsalve y José Ragas se encargaron de elaborar parte de esta investigación; no solo se limitaron a cumplir puntual y eficazmente con sus compromisos, fueron el imprescindible apoyo en todas las discusiones que generaban la metodología, los resultados y sus interpretaciones. Muchas de las ideas expresadas en este libro son el resultado de sus críticas y sugerencias, las cuales me dejan con una enorme deuda por su generosidad y calidad intelectual.

El equipo multidisciplinario, bajo mi dirección general, contó con la labor de muy eficientes asistentes de investigación, en ese entonces estudiantes y hoy reconocidos profesionales y colegas. Quedo en deuda con la extraordinaria labor de María Elena Gushiken, Luis Miguel Silva-Novoa, John Sifuentes, Ignacio Vargas Murillo y Raúl Silva. Su trabajo fue fundamental para los resultados de la investigación.

La redacción de este libro demandó algunos años, tiempo en el cual me beneficié de comentarios y críticas a versiones parciales y preliminares. Una vez más, Iván Hinojosa contribuyó con su agudeza intelectual y me alentó a terminar el trabajo; José Ragas leyó una parte de esta publicación, me indicó algunos vacíos y sugirió valiosas lecturas. Jorge Lossio también leyó uno de los tantos borradores y me ofreció valiosos comentarios. A principios de la década iniciada en el año 2010, tuve la suerte de ser convocado como docente en el Taller de Investigación en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la PUCP. En esos salones tuve la enorme suerte de trabajar con los arquitectos Wiley Ludeña y Luis Rodríguez, quienes me enseñaron muchísimo de la historia urbana limeña y me iniciaron en el conocimiento de los valiosos aportes de los arquitectos para la comprensión del pasado y presente de la ciudad. Sin sus enseñanzas los vacíos de esta publicación serían insalvables. Además, ambos colegas y amigos tuvieron la gentileza y sacrificio de leer los borradores de este manuscrito, de señalar sus múltiples deficiencias y de ayudar con importantes sugerencias. A todos los mencionados les ofrezco un enorme agradecimiento y mis disculpas si es que a pesar de sus advertencias aún persisten las deficiencias que me hicieron notar.

Maribel Arrelucea fue, en todos estos años, un constante apoyo que me permitió dedicarme a la redacción de este libro. Además, disfrutó conmigo y nos emocionamos con el recuerdo de esos años tan difíciles para todos. No me imagino estas páginas sin su contagiosa sonrisa, su mirada tierna y conmovedora cuando le mostraba algunas de las imágenes que se incluyen en esta edición. Además, y como siempre, estuvo muy dispuesta a leer la versión final de este trabajo, para sugerir nuevas ideas y evitar errores.

Agradezco al Fondo Editorial de la PUCP y a su directora Patricia Arévalo por su confianza en realizar esta segunda edición y permitirme agregar una nueva introducción y un capítulo final. Además, la portada del libro es parte de un magnífico cuadro del pintor Francisco «Pancho» Guerra García, con el cual me une una amistad de muchos años. La pintura fue un regalo de Maribel en medio de la pandemia, sin pensar que sería la imagen perfecta para la portada de esta edición. Por último, mi agradecimiento a todos los lectores y lectoras de la primera edición de este libro, quienes con sus comentarios y críticas me animaron a reeditarlo con las actualizaciones necesarias.

Finalmente, este libro lo dedico a mis dos hijos, Sebastián y Mauricio, nacidos al igual que yo en Lima, pero, como millones de limeños, nietos de provincianos que contribuyeron a construir la ciudad que habitamos. Quizá sea esta la mejor manera de no olvidar que la historia la hacemos todos, desde el lugar que nos toca habitar y construir, tal como fue la pequeña tienda de abarrotes que administraron sus abuelos en el Rímac.

Prólogo

En estas páginas quisiera respetar el espíritu del autor y de su magnífico libro, a saber, tratar de mantener la historia personal, pero al mismo tiempo comprenderla desde una perspectiva mucho mayor, asumiendo mi condición de ciudadana limeña, con una relación íntima con la ciudad de la que se ocupa este texto. Soy limeña de nacimiento, hija de madre migrante de la Amazonía y de padre chalaco. He vivido, y sobrevivido, buena parte de mi vida en esta ciudad. La he gozado, sufrido, amado y detestado. Creo que como todas y todos.

Lima es compleja y con problemas multidimensionales, que se juntan, atraviesan y superponen; con personas reales que sufren y ríen, que trabajan o intentan trabajar; con mujeres, hombres y, lamentablemente, también niños y niñas que salen a la calle y se instalan en ella para procurarse unos recursos económicos que de otra manera no pueden conseguir. Y precisamente el propósito de esta importante investigación es respetar y dar cuenta en la medida de lo posible de esa multidimensionalidad. Por ello resulta tan pertinente una aproximación inter y multidisciplinaria, con una interesante variedad de fuentes y testimonios. Suelo decir que son las universidades las que tienen facultades disciplinares, pero que el mundo real tiene problemas que exigen miradas múltiples e interdisciplinarias.

Precisamente por ello el autor propone un enfoque multicausal del tema de la informalidad en la forma específica que aquí se estudia, que es el comercio ambulatorio en la ciudad de Lima. La informalidad, desde el inicio, es presentada no como un problema de barreras legales propias de un Estado ineficiente y arcaico y que se resuelve con la titulación, como proclama un modelo bastante difundido, sino como un sistema que incluye ámbitos muy diversos, que van de la economía a las estructuras familiares, de los patrones de asentamiento urbano a la acción (o inacción) política, entre muchos otros. Una mirada que se propone ser integral es, así, multidisciplinaria.

Es curiosa la sensación de que un libro le ponga frente a los ojos, reflexiva y críticamente, experiencias que una misma ha vivido en esta Lima cuyo arco de significantes es tan amplio que va de «la ciudad jardín», «la ciudad chicha», «la ciudad señorial» a «Lima la horrible». Quienes hemos vivido en esta ciudad, que es todas las anteriores, entre 1980 y el 2000, nos encontramos aquí, en estas páginas, mirándonos con el asombro que está al origen de todo conocimiento, según dice la filosofía antigua. Y nos repetimos una y otra vez que Jesús Cosamalón tiene razón, y mucha, cuando dice que la informalidad no es ilegalidad y que los trabajadores de la calle no son «callejeros», sino que convierten las calles en espacios públicos para ganarse la vida. El tema de los espacios públicos me ha ocupado durante largos años y algunas investigaciones, pero como espacios de formación de opinión pública y acción política, nunca con los ojos puestos en los miles de conciudadanos que trabajan en ellos para subsistir.

Convivimos con la institución del serenazgo, con los guachimanes, con la seguridad privada, con vendedores y vendedoras ambulantes y en estas páginas vamos re-descubriendo sus orígenes, su historia, sus conflictos. Yo no recordaba que los primeros serenos fueron pagados por los comerciantes formales a partir de 1981, cuando fue prohibido el comercio ambulatorio por «la suciedad de las calles», pero sí me reconozco cuando el autor nos recuerda que en la década de los ochenta todo fue informalidad y deterioro; dice incluso «surreal». Pues sí, esos tiempos los recuerdo nítidamente, pues mis hijos nacieron en 1985 uno y en 1990 el otro. Y cómo no recordar los apagones, los coches-bomba, el agua con restos fecales, la inexistencia de (o la imposibilidad de acceder a) los pañales descartables, el miedo, las cintas adheridas a las ventanas y hasta una «lonchera bomba» en el colegio de mis niños.

Y también la amabilidad de la señora Luz, que me vendía las granadillas para los primeros jugos de los bebés, en una impecable carretilla con número de inscripción municipal, licencia y todo. Y recién ahora noto, o recién alguien me hace ver clara, la tremenda ambigüedad de las políticas municipales para con los y las vendedoras ambulantes: licencia, reubicación, desalojo, tolerancia o tolerancia cero, prohibición, Polvos Azules, Mesa Redonda, y así casi al infinito. ¿Reconocer el derecho al trabajo es lo mismo que reconocer el derecho de los ambulantes a ocupar los espacios públicos? ¿Es legítimo oponer el derecho de usar la vía pública para trabajar con el derecho de los ciudadanos y ciudadanas a una urbe «en condiciones de higiene y ornato»?

La ampliación de la informalidad entre 1980 y 1990 se explica a partir de dos grandes procesos: el primero fue la brutal caída de los ingresos reales que obligó a la población a adquirir productos al menor costo posible; el segundo, un contexto favorable a la ocupación informal de las calles por causa de la debilidad del Estado, que no logra controlar los espacios y no cubre adecuadamente los servicios públicos, facilitando el surgimiento de nuevos actores al amparo de estas zonas grises. A inicios de los ochenta se dice que «Lima ya no tiene limeños, tiene clubes de provincianos», citando El Diario de Marka en julio de 1980. Se nos recuerda que a partir de 1980 una ciudad mestiza, irreverente e informal emergió de las ruinas de la ciudad señorial; una Lima que nos muestra la heterogeneidad étnica y cultural de nuestro país. En realidad, no es exceso de Estado o de reglamentación lo que explica el aumento enorme de la informalidad sino, todo lo contrario, su ausencia. La ausencia del Estado. Hay que recordar que entre 1989 y 1990 se reconocieron 432 nuevos asentamientos humanos en Lima. Y que entre 1980 y 1992 se desplazaron aproximadamente 400 000 personas por causa de la violencia, la pobreza extrema o los desastres ambientales.

Y todos sabemos lo que sucedió a partir de 1990, que fue el propósito del primer gobierno de Fujimori, las reformas estructurales que todos y todas conocemos. Es el surgimiento de la «cultura combi», la «liberación del transporte público» (que nos hace la vida cotidiana cada vez más difícil hasta hoy, 2018, en Lima), la privatización de los servicios públicos, la desregulación de los mercados, la aparición de las AFP, de las universidades-empresa, y un gran etcétera. Barrios enrejados, parques con puertas, tranqueras, basura acumulada, menús callejeros en carretillas, desastres ambientales (El Niño), servicios públicos colapsados, privatización y más privatización y menos Estado. Hasta me había olvidado del robo de las tapas de los buzones del alcantarillado público, con el objeto de traficarlas entre las diversas fundiciones de la ciudad. Salvo algunos curiosos «focos» como la Sunat, en general, ausencia del Estado, como se insiste en este libro.

El «ambulante» como nuevo personaje urbano es claro desde inicios de la década de los años ochenta. Es claro que muchos son migrantes. Pero la crisis económica empuja a las calles a personas de todos los sectores sociales. Ellos incluso generan simpatía entre la población, que los defiende de las agresiones o desalojos de los policías o los serenazgos. Sin embargo, uno de los temas importantes que este libro quiere destaca es que hay un continuo, un vínculo, entre lo informal y lo formal: las propias empresas «emplean» a vendedores informales para abaratar sus costos y llegar a compradores a los que formalmente les cuesta mucho llegar. Polvos Azules es un muy buen ejemplo de ello. Y este me parece un ángulo sumamente enriquecedor para entender la complejidad del fenómeno del comercio ambulatorio en Lima.

Según se nos indica, diversas investigaciones han puesto en evidencia que las empresas formales recurren parcialmente a la informalidad en sus actividades para adaptarse mejor a la demanda o minimizar sus costos. Parte de este proceso consistía en la subcontratación de actividades como una forma de atenuar los riesgos de la actividad en época de desequilibrios económicos.

Nos recuerda el autor, historiador al fin y al cabo, que en la historia de muchos países las actividades fuera del ordenamiento legal han estado presentes constantemente, y en el Perú, por lo menos desde la época colonial al presente. Desde esta perspectiva, la informalidad es un espacio generado para la negociación y la agencia de los individuos, que se convierte en un modo de vida ampliamente difundido en las ciudades capitalistas globalizadas. Sin embargo, y esto me parece muy importante, el doctor Cosamalón se niega a llamarlos ‘emprendedores’. Para él, y creo que, con buenas razones, argumentos y fuentes, son ‘supervivientes’.

Algo que es notorio en nuestra experiencia cotidiana y que el libro desarrolla de manera muy interesante es el desarrollo de una ciudad que exige un aumento del desplazamiento de la población a grandes distancias, lo cual aleja a los individuos de su residencia y genera una demanda por personas que necesitan satisfacer sus necesidades en las rutas que emplean para desplazarse en el entorno urbano. De este modo, «el ambulantaje» (como lo llaman los investigadores mexicanos Capron, Giglia & Monnet) no solo sería una respuesta personal a un problema de empleo, sino una respuesta social al propio desarrollo de la dinámica urbana y su complejidad. En la definición de ambulantaje también debe considerarse el hecho de que el poblador que compra en las calles es un ‘cliente ambulante’, cuya movilidad puede ser mayor que la del propio ambulante. La conclusión del estudio de los mencionados investigadores es de gran importancia para el autor, y por ello me permito reproducirla:

La racionalidad del comercio ambulatorio no puede reducirse a la autogeneración espontánea e informal de un empleo, ya que corresponde también a la satisfacción de una demanda específica, la del viajero urbano con sus necesidades de circulación (limpia parabrisas o lustrabotas), de comunicación (tarjetas telefónicas), de información, (periódicos), de diversión en tiempos de espera (payasos y malabares en los semáforos), de alimentación diferenciada según momentos del día, o de productos adaptados a las formas de sociabilidad (flores). Estas necesidades son las del cliente que llamamos el cliente ambulante (Capron, Giglia y Monnet, 2005, p. 26).

De este modo, se nos señala, aparece la adecuación mutua entre una oferta y demanda móviles. El cliente aprovecha el tiempo muerto de espera en un semáforo, compra en su ruta hacia alguna actividad, etcétera; mientras que para el vendedor la flexibilidad de horarios de trabajo y de independencia personal compensan las dificultades en el ejercicio de la actividad. Debo confesar que nunca había visto el fenómeno del comercio ambulatorio desde esta perspectiva y me parece que enriquece mucho la comprensión del mismo.

Pero quisiera volver al inicio: respetar el espíritu del autor y del libro y no olvidar las historias personales. Pienso en el señor Raúl, que trabaja en la esquina de la avenida Universitaria con La Marina, cerca de la PUCP, que nos espera cada lunes temprano con mentas y pañuelos desechables que sabe me resultan imprescindibles. Particularmente conmovedor, entre varios otros, me ha resultado el testimonio de la señora Eulogia Torres, vendedora ambulante de dulces, en un día de enfrentamiento entre Sendero Luminoso —que había convocado a uno de sus tristemente célebres «paros armados»— y la policía en el año 1989. La columna de Sendero marchó por la Plaza Manco Cápac, comenzó la balacera y la señora Eulogia se escondió detrás de su carretilla de dulces y al final la tuvo que dejar, pues una vecina le permitió refugiarse en un edificio. Su comentario fue: «Hasta ahora no entiendo por qué nos matamos unos a otros, no sé qué está pasando». Felizmente pudo recuperar su carretilla, aunque recobrar la confianza en trabajar en las calles de la ciudad probablemente le tomó un poco más de tiempo. Pero no tiene alternativa. Ser trabajadora ambulante es riesgoso, fue mucho más en décadas anteriores, es agotador e incierto. Es un centro de Lima que se ha convertido, como dice Wiley Ludeña parafraseando a José Matos Mar, «en el centro del desborde popular».

Me resulta imposible dejar de mencionar las diferencias y desigualdades de género que también atraviesan la experiencia del comercio ambulatorio en Lima. Para muchas mujeres de escasos recursos, durante la década de los ochenta, la venta de comida fue una actividad muy usual para completar los ingresos familiares, adecuado además a su rol (división del trabajo) en casa, pero además permitiéndoles salir un poco de la dependencia total respecto de la pareja, en el caso de que la hubiere. Aquí salta otra vez la desigualdad: el porcentaje de mujeres solas es mucho más alto que el de varones solos. Por ejemplo, en el rango de edad de más de 44 años, el 71% de los hombres tiene una pareja, mientras que solo el 50% de las mujeres la tiene. Además, lo preparado para vender también permite alimentar a la familia, con lo cual, se nos recuerda, «se optimizan» los esfuerzos y los recursos.

Datos actualizados refuerzan la tendencia de que son las mujeres, en particular las migrantes de la sierra, quienes no cuentan con muchas oportunidades alternativas al comercio ambulatorio, dada la nítida diferencia educativa respecto de los varones. Muchísimas de estas mujeres migrantes pasaban del servicio doméstico (que abandonaban por maltrato en las casas o por tener ya una familia propia) a ser vendedoras ambulantes. Ello les permite también mayor flexibilidad en el manejo de sus tiempos. Comida y ropa eran los rubros principales de negocio.

No hay, lamentablemente, mayor sorpresa en la constatación de que las mujeres son las más pobres de los pobres y las menos educadas de los menos educados. Pero ellas son las que cuidan y nutren y convierten la vía pública en una extensión del hogar, de lo privado, que permite en particular que las mujeres sin pareja puedan seguir cuidando a sus hijos. Sin embargo, como bien señala el autor, se trata de temas que aún necesitan investigaciones más detalladas.

En su epílogo, que lleva como interesante subtítulo «¿El ave fénix? Las cenizas de la ciudad», Cosamalón reafirma su convicción de que las explicaciones basadas en la excesiva regulación del Estado no alcanzan para comprender el fenómeno; y es muy honesto cuando señala que la ternura y simpatía que le generan las personas a las que ha estudiado, por su energía y fortaleza para sobrevivir a la crisis económica, la violencia y la desintegración del Estado, se mezclan con el sentimiento de indignación ante la injusticia que padecen al tener que ganarse la vida en las calles, exponiéndose a muchísimos riesgos. Sin embargo, se niega a caer en lo que él mismo llama «un romanticismo cegador», que asume mecánicamente la existencia de buena voluntad en las personas pobres. Inspirándose aquí en Gustavo Gutiérrez, nos dice que «la opción por los pobres» de la Teología de la Liberación no supone que por ser pobres merecen caridad o compasión por su buena conducta.

Como todo buen trabajo de investigación, el libro propone respuestas y deja abiertas nuevas preguntas: ¿por qué tanta incapacidad para producir políticas públicas coherentes?, ¿por qué la ambigüedad pasa a ser la regla en la relación de los municipios con el comercio ambulatorio?, ¿por qué tanta ausencia del Estado? Lamentablemente, estas y otras preguntas que se abren siguen siendo válidas en este siglo XXI que avanza. Ya no hay terrorismo, pero persisten la pobreza, las desigualdades y, nítidamente, la informalidad.

Y para no salir del asombro mencionado, vuelvo nuevamente al inicio, a una historia personal. El libro de Jesús Cosamalón está dedicado a vidas de trabajadores esforzados, honestos, que viven buscándose diariamente el sustento, vidas frágiles que dependen de su ingenio, de su fortaleza y del azar, como la de don Luis Bendezú. A principios del siglo XXI don Luis, un anciano cargador de bultos, declaró que trabajaba cerca de doce horas por unos diez soles al día (más o menos tres dólares en 2017); él era consciente del abuso, «pero como no hay trabajo no me queda otra que soportarlo. Total, aunque sea los diez soles me alcanzan para alimentar a mis dos pequeños hijos»1. La reflexión que lanzó en la nota, tan simple como conmovedora, es la esencia que guía este libro: «imagínese si me enfermo».

Hace más de cincuenta años, la primera vez que nos mudamos a una casa con jardín, en Lima, trabajaba una vez a la semana un estupendo jardinero, don Jacinto Ugarte. Yo le pregunté una tarde qué pasaba si se enfermaba, porque le dolía la rodilla. Y me respondió que él no podía enfermarse. Me impresioné mucho. Y ahora entiendo más. Así de dura sigue siendo la vida en Lima para algunos de nuestros conciudadanos y conciudadanas. No hay que perder la capacidad de indignarse y, como dice el autor, lo más peligroso es acostumbrarnos a esta situación, asumir que los responsables son las personas y que la vida es siempre así de injusta.

Gran libro, en el que he aprendido mucho de mi ciudad, de mí misma y de nosotros como habitantes de la misma urbe.

Dra. Pepi PatrónProfesora principalPUCP

1 La República, 1-7-2001, «Don Luis Bendezú, el rostro de millones subempleados marginados de la ley de Trabajo».