El arte de viajar - Manuel Mujica Lainez - E-Book

El arte de viajar E-Book

Manuel Mujica Lainez

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El arte de viajar recoge gran parte de las crónicas periodísticas que Manuel Mujica Lainez escribió entre 1935 y 1977 en sus recorridos por el mundo. Si como novelista el autor de Bomarzo, Sergio o El gran teatro exhibió la versatilidad de su imaginación, como cronista despliega todo su estilo para referirse a las grandes capitales europeas, a China o a Bolivia. Con agudeza e ironía, en estos textos describe la Alemania de Hitler, presenta la situación de posguerra en Inglaterra y Francia, revela las riquezas del pasado en Grecia y Perú, narra las costumbres orientales, discute sobre arte moderno y, entre tantos otros temas, también critica las desventajas del turismo. Como afirma Alejandra Laera en su prólogo, este volumen es "una gran excusa para volver a la narrativa de Mujica Lainez desde un lugar diferente, para encontrarle nuevos sentidos, para ir en busca de lo novedoso y descubrir, también allí, lo que nos es familiar".

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MANUEL MUJICA LAINEZ

EL ARTE DE VIAJAR

Antología de crónicas periodísticas

Selección y prólogo de Alejandra Laera

 

El arte de viajar recoge gran parte de las crónicas periodísticas que Manuel Mujica Lainez escribió entre 1935 y 1977 en sus recorridos por el mundo. Si como novelista el autor de Bomarzo, Sergio o El gran teatro exhibió la versatilidad de su imaginación, como cronista despliega todo su estilo para referirse a las grandes capitales europeas, a China o a Bolivia. Con agudeza e ironía, en estos textos describe la Alemania de Hitler, presenta la situación de posguerra en Inglaterra y Francia, revela las riquezas del pasado en Grecia y Perú, narra las costumbres orientales, discute sobre arte moderno y, entre tantos otros temas, también critica las desventajas del turismo.

Como afirma Alejandra Laera en su prólogo, este volumen es “una gran excusa para volver a la narrativa de Mujica Lainez desde un lugar diferente, para encontrarle nuevos sentidos, para ir en busca de lo novedoso y descubrir, también allí, lo que nos es familiar”.

Índice

CubiertaPortadaSobre este libroUn hombre de mundo, por Alejandra LaeraEl cronista en tiempos turbulentos (1935-1955)Del primer viaje a Alemania en 1935Del viaje a Bolivia en 1938Del viaje a Oriente en 1940Del viaje a Europa en 1945Del viaje a Gran Bretaña en 1948El viajero de tierras inmemoriales (1955-1977)Del viaje a Europa en 1958Del viaje a Perú en 1959Del viaje a Europa y Asia en 1960Del viaje a Europa en 1974Del viaje a Europa en 1977AnexoCréditos

UN HOMBRE DE MUNDO Alejandra Laera

En una entrevista de los años setenta, Manuel Mujica Lainez (1910-1984) cuenta que, siendo adolescente, su padre les dio a elegir a su hermano y a él entre vivir en Europa o en Buenos Aires. Era mediados de la década de 1920: Mujica Lainez vivía con su familia en París desde hacía varios años, había pasado una temporada en Londres y ahora tenía la oportunidad de regresar a la Argentina. Sin dudarlo, contesta que quiere quedarse en Europa, porque le parece un mejor lugar de difusión para su obra si quiere ser escritor; en cambio, su hermano prefiere volver. Mujica Lainez termina la anécdota con una ironía: mientras su hermano vive en los Estados Unidos desde hace más de veinte años, él eligió quedarse en la Argentina. ¿Por qué lo tachan de extranjerizante, se pregunta, frente a los latinoamericanos que son la “esencia” de su país pero que sólo pueden vivir en el exterior?

La anécdota pone en evidencia no sólo la convicción temprana de Mujica Lainez acerca de su vocación, sino también su percepción del mundo y los modos de moverse en él. Si desde muy joven el futuro escritor detecta la relación entre las letras y la geografía, o sea que no es lo mismo ser escritor en París que en Buenos Aires, después probará las maneras de convertirse, desde la periferia, en un escritor universal, o sea a través de los viajes, de la elección de temas para sus narraciones, de las traducciones a diversas lenguas. La anécdota muestra, en definitiva, que desde la infancia hasta la vejez, desde sus deseos de ser escritor hasta su presente de escritor consagrado, Mujica Lainez es un hombre de mundo.

Aunque haya optado por la Argentina como lugar de residencia –primero con su casa en el tradicional barrio porteño de Belgrano y más tarde con su finca El Paraíso en las sierras de Córdoba–, Mujica Lainez nunca abandona la costumbre de viajar. Periódicamente, y cada vez con mayor frecuencia, realiza extensos viajes por Europa y también visitas a Asia y al resto de América. En esos viajes, nunca actuó como un turista común; siempre se comportó como un escritor viajero. No sólo encontraba en ellos materia para sus narraciones (la localidad de Bomarzo y su parque de los monstruos en la novela homónima, o Toledo y sus alrededores en El laberinto), sino también la posibilidad de diseñar mejor su figura de escritor. De ser cronista de la posguerra en Europa pasó a ser representante cultural de la Argentina a mediados de los años cincuenta, hasta convertirse, poco después, en una suerte de embajador de su propia obra. A lo largo de ese itinerario, Mujica Lainez –Manucho, como casi siempre lo llamaban– conoció a importantes personajes del arte y la política, dio entrevistas y conferencias y asistió a reuniones, banquetes y homenajes. Una carta de 1979 escrita a un amigo desde su finca El Paraíso, muy próximo a realizar otro largo viaje por Europa, anticipa algo de la rutina del escritor viajero: “Me ha escrito Alberto Manguel, anunciándome que en esa época aparecerá la edición inglesa de El unicornio, al tiempo que me indica las ventajas de mi presencia para el periodismo, televisión, etcétera”.

Cuando hacia el final de su vida preparó sus Placeres y fatigas de los viajes –cuyo primer tomo se publicó en 1983 y el segundo póstumamente, el mismo año de su muerte– mostró a pleno su faceta de viajero y cómo su trayectoria estuvo jalonada por los viajes. Si bien era sabido que Mujica Lainez pasaba largas temporadas en Europa, si bien conocía países muy diversos, si bien era posible leer algunas de sus impresiones de viaje en las páginas del tradicional diario La Nación, la reunión de esas “crónicas andariegas” –según reza el subtítulo del libro– da una imagen más completa del escritor y de su relación con el mundo. Sin embargo, Mujica Lainez escribió, además de las incluidas en Placeres y fatigas…, muchísimas otras crónicas. Lo hizo durante unos cincuenta años, desde 1935 hasta poco antes de morir, colaborando con ellas en La Nación, ya sea por un encargo periodístico en su carácter de cronista, como parte de su contrato laboral con el diario o como colaborador especial una vez obtenida la jubilación. En definitiva, todas las crónicas de viaje de Mujica Lainez tuvieron su origen en la actividad periodística; de allí que combinen el placer estético del viaje que sus observaciones mundanas nunca abandonan con el hecho de saber para qué y para quiénes se escriben esos relatos.

Ya consagrado, libre de la instancia periodística y en el umbral del fin de su carrera, el escritor viajero –el mismo que se mueve en el mundo como lo hace en su casa– realiza una selección de esas cientos de crónicas que quedaron dispersas en las páginas del diario a lo largo de casi cincuenta años y, con la publicación de los “placeres y fatigas”, cierra un itinerario que había comenzado, mucho antes, en la niñez y la adolescencia.

* * *

En la década del treinta, el periodismo seguía siendo, como desde el último cuarto del siglo pasado, un buen lugar para iniciarse en la carrera de las letras. En particular, lo era el diario La Nación, fundado por Bartolomé Mitre en 1870, que durante años había tenido como colaboradores a escritores como José Martí y Rubén Darío, por cuya redacción habían pasado Roberto Payró y Leopoldo Lugones, y que contaba desde hacía un tiempo con Eduardo Mallea como director de la sección literaria.

Desinteresado por completo en los estudios de Derecho que iniciara para complacer a su familia y cada vez más decidido a tomar en serio su vocación literaria, Mujica Lainez ingresa en 1932 a La Nación como redactor de crónicas gracias a sus contactos familiares. Lo que hasta el momento había sido una participación esporádica en la escena cultural porteña (su primer poema en el suplemento literario de ese mismo diario en 1927, otros poemas dispersos y algún relato en un par de magazines en los años siguientes), se convierte entonces en la decidida elección de un modo de vida: el periodismo no sólo será su trabajo y fuente de ingresos durante casi cinco décadas, sino también la posibilidad de afianzar su vocación y darse a conocer a través de diferentes tipos de contribuciones que lo acercarán paulatinamente a sus preferencias como escritor. Aunque había sido contratado para redactar crónicas sociales, Mujica Lainez se inicia en el periodismo haciendo de todo un poco según las necesidades del día a día.

En esa situación, y después de haber sido probado como enviado especial a diferentes puntos del país, el diario aprovecha su dominio de distintas lenguas y decide mandarlo como corresponsal a Europa para cubrir el primer vuelo del Graff Zeppelin entre Río de Janeiro y Alemania, donde permanece un par de meses. Mujica Lainez se inicia así en 1935 como escritor de crónicas de viaje, tarea que llevará a cabo en varias oportunidades en las siguientes dos décadas, alternándola al comienzo con resúmenes de conferencias de visitantes ilustres y necrológicas, y a menudo con sus colaboraciones en el suplemento literario. Hacia finales de la década del cincuenta, ya en otro momento de su vida y de su carrera, dejará de viajar a expensas del diario y lo hará por su cuenta o bien respondiendo a otro tipo de encargos, pero siempre extrayendo de esos viajes material para su publicación periodística.

Es notable, en ese sentido, que una de las primeras colaboraciones de Mujica Lainez con pretensiones literarias para el suplemento cultural de La Nación sea un relato de corte autobiográfico llamado “Los tíos de Inglaterra”, publicado a mediados de 1939, en donde vuelca una serie de impresiones sobre la vida inglesa originadas en los años pasados allí, que entran en diálogo con las que, en otra coyuntura, daría en sus crónicas. Es notable, sobre todo, porque Mujica Lainez –quien ya por entonces había hecho de la escritura de las crónicas de viaje su ocupación principal en el diario– nunca volvió a relatar esa primera experiencia en Europa (con excepción del par de minirrelatos que acompañan su inédito “Álbum de fotografías” que empezó a armar en los años sesenta) ni tampoco cultivó los géneros autobiográficos o memorialistas hasta Cecil (1972), donde era el perro del “Escritor” quien narraba en primera persona algunas escenas de las que era testigo (o sea que había una importante mediación entre la vida y su relato). Con esa elección, Mujica Lainez parece compensar la imagen del cronista de viajes (es decir, ¡del trabajador del periodismo!) con la imagen del joven educado en Europa. Es como si legitimara su condición de viajero por encargo (asalariado) con la experiencia de quien vivió en Europa y tiene allí una familia (los “tíos de Inglaterra”).

En cierto modo, Mujica Lainez nunca abandonaría ese gesto corrector, según se desprende de cotejar la tarea de selección y edición que realizó para los Placeres y fatigas… con la publicación original de las crónicas de viaje en La Nación. De las dos crónicas sobre el viaje en Zeppelin que publica el diario en agosto de 1935, el volumen sólo incluye la segunda y se inicia, en cambio, con una entrevista que le realizaron al propio Mujica Lainez en 1978 para recordar el evento, que exhibe el desplazamiento de periodista a entrevistado. Además, mientras en el libro aclara que su primer viaje como enviado de La Nación consistió en la inauguración del Graff Zeppelin, en el diario el relato de ese viaje es sólo el inicio de una serie relativamente extensa en la que el cronista presenta diferentes lugares de Alemania, ya por entonces la Alemania de Hitler, en inminente amenaza de desatar la guerra en Europa.

En ese conjunto de crónicas, los intereses de Manucho parecen ajustarse a los del público del diario y a los propios de las crónicas de viaje, siempre atentos, ambos, a todo lo que represente una novedad. De allí la importancia del Graff Zeppelin, pero también del Planetario de Jena o del imponente Museo de Pérgamo en Berlín. Si algo unifica este conjunto de crónicas, no es todavía el estilo ni el tono ni la predilección por ciertos temas. Lo que las reúne es, simplemente, la firma. Todas ellas pertenecen a un joven Manucho que por entonces firmaba “Manuel B. Mujica Lainez”. Es la firma, precisamente, lo que convierte al redactor de un periódico en un autor, lo que conduce al lector a buscar en sus escritos un estilo reconocible, un tono particular, una temática común. La firma, en definitiva, es lo que lo compromete con aquello que escribe. Tanto es así, que la elección del vuelo en el Graff Zeppelin por encima del resto de las primeras crónicas para empezar los Placeres y fatigas… borra todo rastro de trabajo en el viaje para convertirlo en un rasgo de excentricidad. Es decir, Manucho elige la excentricidad –recordemos que la crónica es de 1935, cuando aún no había publicado ningún libro– como rasgo fundante de su figura de escritor.

En ese sentido, el segundo conjunto de crónicas resulta una suerte de paréntesis en una carrera periodística que parecería adecuarse a los planes literarios de Mujica Lainez. Por un lado, porque se trata de un viaje latinoamericano realizado en una coyuntura política particular: Bolivia en ocasión del tratado de paz con Paraguay para cerrar la sangrienta Guerra del Chaco en 1938. Por otro lado, porque en lugar del pomposo nombre del autor, la crónica es adjudicada al típico “de un enviado especial”. Según lo anuncia en una extensa nota, La Nación envía a dos corresponsales para cubrir el acontecimiento: el joven Mujica Lainez viaja a Bolivia y el ya conocido Alberto Gerchunoff, a Paraguay. Si bien esto hace que, aun sin firmar las crónicas, sus redactores sean inconfundibles, las noticias relativas al viaje que acompañan las entregas ponen en evidencia las diferencias entre ambos. Mientras Gerchunoff –quien entre otras cosas había publicado su novela Los gauchos judíos en 1910– es recibido en Asunción como todo un escritor y saca un importante rédito cultural al dar conferencias y asistir a banquetes, Mujica Lainez es recibido en La Paz sólo como un enviado periodístico. El marco de publicación de estas crónicas –que Mujica Lainez dejó afuera de los Placeres y fatigas…– deja ver cómo el camino del cronista puede ser imprevisible. Así como el diario, al vincularlo con las crónicas sin incluir su firma al final de cada una, refuerza el perfil del periodista, así también ya podía ser considerado, desde otra perspectiva, un verdadero autor: en 1936 y en 1938 había publicado, respectivamente, Glosas castellanas y Don Galaz de Buenos Aires, sus dos primeros libros, algunos de cuyos capítulos habían salido adelantados en la sección literaria del mismo diario.

En poco tiempo, sin embargo, Mujica Lainez capitaliza su trayectoria previa en función de su participación en La Nación y publica en el suplemento cultural un conjunto de cinco crónicas de su viaje a Oriente, acompañadas por estilizadas ilustraciones. Aunque probablemente el destino exotista del viajero haya influido en ello, lo cierto es que de ser un “enviado especial” sin firma pasa a ser reconocido como autor de crónicas con estilo y contenido literarios. Lo que aumenta el interés de este desplazamiento es que el viaje por Corea, la China, Manchuria y el Japón surge a raíz de una invitación del gobierno japonés para formar parte, junto con otros periodistas, de una misión económica argentina en medio de la Segunda Guerra Mundial, sin que ello constituya un obstáculo para transformarlo en una exploración cultural, como se observa con sólo leer el comienzo de “Las perlas cultivadas”, donde se menciona que la visita a los santuarios de Ise y el almuerzo con “el rey de las perlas del Japón” fueron realizados gracias a formar parte de dicha misión. Las problemáticas circunstancias de redacción y publicación de estos textos probablemente expliquen, por un lado, que en la nota introductoria a Placeres y fatigas… Mujica Lainez aclare que nunca escribió nada sobre el Japón y, por otro, que incluya en el volumen apenas una sola crónica sobre la historia del ex emperador de la China y actual de Manchuria (o Manchukuo, según se la llamaba entonces).

En estas crónicas, que se encuentran entre sus mejores contribuciones periodísticas, no sólo es llamativo el modo en que Mujica Lainez imprime una mirada de corte realista por encima del imaginario fabuloso sobre Oriente, sino también que lo hace entretejiendo en el relato de viaje las circunstancias políticas que motivan la invitación. Así, el conflicto entre la China y el Japón –al que Mujica Lainez denomina “incidente” y que surge a partir de la invasión japonesa a Manchuria y la creación de un estado independiente ficticio– pasa a ser una suerte de trasfondo histórico que guía el itinerario (con la forma del relato de viaje en tren o de la minibiografía del emperador chino de Manchuria), ya que, obviamente, el Oriente que recorre Mujica Lainez es sólo aquel que el Estado japonés está en condiciones y quiere hacerle conocer.

De algún modo, este viaje –realizado en los comienzos de la guerra pero en el cual la política aparece sublimada– se puede confrontar con el gran viaje a Europa de 1945, en el que Mujica Lainez se pone camiseta de cronista y va como enviado de La Nación a cubrir la posguerra en Gran Bretaña, Alemania, Francia y Suecia. Entre septiembre y diciembre, Mujica hace un recorrido emblemático: desde las ciudades europeas, donde escribe dando testimonio de las huellas de la guerra, hasta Estocolmo, la ciudad de la consagración universal del escritor latinoamericano, donde conoce y conversa con Gabriela Mistral, a punto de recibir el premio Nobel de Literatura.

A diferencia de todas las demás crónicas, lo que distingue este extenso conjunto, que se va publicando con una frecuencia por momentos diaria en la primera o la segunda página del diario, es que Mujica Lainez se asume como un corresponsal que tiene tanto un método de trabajo como una misión que cumplir. En una de las dos crónicas redactadas desde Berlín es bastante explícito respecto del tratamiento que le da a sus “impresiones” de viaje: “A medida que las recibía, he formado con ellas un diario. Al releerlo ahora he pensado que es mejor mandarlo así, sin correcciones”. Y desde París, al igual que en otras ocasiones en las que se refiere a esa suerte de diario del que extrae fragmentos para dar a conocer al público, también anuncia: “Continúo transcribiendo las notas de viaje tomadas en mi visita a Normandía…”. Como si la experiencia del testigo sólo pudiera transmitirse a través de las notas, de los apuntes, la primera persona excede su papel convencional (ir al lugar de los hechos, hacer una entrevista, participar de un paseo, como en las crónicas anteriores) para aparecer involucrada explícitamente en el modo de mirar y de escribir. De allí, por lo tanto, que la elección de esa modalidad de redacción de las crónicas sea algo más que un método de trabajo y se fundamente en la misión que lleva el cronista, en esa suerte de responsabilidad que le depara la coyuntura de posguerra. Lo dice Mujica Lainez, desde París, en el “Diario de Estrasburgo”: “Al iniciar estas crónicas me propuse, sobre todo, ser sincero y referir sin eufemismos lo que viera”.

¿No están estos requisitos de la escritura en las antípodas de los recursos a la imaginación, a lo fantástico y a la perífrasis eufemística que caracterizarán buena parte de su obra narrativa? En principio, Mujica Lainez parece distinguir con bastante claridad las dos zonas de su producción (la periodística y la literaria), adecuándose a lo que se espera de cada una, pero sin que ello implique dejar por completo de lado sus propios intereses. No hay que olvidar que, por entonces, estaba entregado a las biografías de figuras de la literatura nacional, es decir, que el requisito referencial y la impronta verídica le eran familiares. Había publicado Miguel Cané (padre): un romántico porteño (1942) y Vida de Aniceto el Gallo (Hilario Ascasubi) (1943), y probablemente ya tenía en preparación la Vida de Anastasio el Pollo (Estanislao del Campo) que daría a conocer al año siguiente. Es sobre todo en el nivel temático donde ya aparece el Mujica Lainez más idiosincrásico. En las crónicas de la posguerra, además de la descripción de las ciudades y sus situaciones de vida, tienen su lugar las artes plásticas, la música, el teatro, las colecciones, o sea, casi todos sus gustos personales. No vamos a encontrar en estas crónicas una incursión en las zonas de la pobreza, en los márgenes urbanos, en el mundo de la miseria. Si algo del orden de la carencia le interesa es, antes que nada, el precio de los libros: “La escasez del papel es la clave de los precios altísimos que los libros actuales alcanzan…”.

En otras palabras, puede decirse que lo que le importa de las ciudades europeas que visita, y en especial de las ciudades inglesas y de París, donde ha vivido, es lo mismo que le importará en las novelas de la saga porteña que va a escribir a lo largo de la década siguiente: las ruinas, los restos, la decadencia. Cómo se puede vivir en estado de carencia cuando se lo ha tenido todo, parecen preguntar muchas de estas crónicas. Estamos lejos de la miseria de la posguerra, es cierto, pero Mujica Lainez nos presenta inmejorablemente las huellas de la guerra en el mundo de la modernidad y el confort, del turismo y los hoteles, de la cultura y los espectáculos. Como la residencia de La casa (1954) o la mansión familiar de Los viajeros (1955), como la vida en la finca de Invitados a “El Paraíso” (1957), o incluso como en algunos cuentos de Aquí vivieron (1949) o de Misteriosa Buenos Aires (1950), Londres, París y las ciudades alemanas son escenario de una ruina que es tanto material como moral.

A la luz de gran parte de la obra posterior de Mujica y a modo de revisión crítica de las lecturas de dicha obra, cabe señalar que en estas crónicas periodísticas ya asoma una de las matrices fundantes de su narrativa. No se trata ni del pasado ni de la historia, sino de la ruina instalada en el presente. No son, por lo tanto, las ruinas antiguas que encontrará en Italia o en Grecia a partir del extenso viaje de 1958 y que conmocionarán su imaginación novelesca. Por el contrario, es esa ruina del presente ocasionada, no por el paso del tiempo –como ya lo había probado en sus volúmenes de cuentos–, sino por la acción del hombre. En suma, el sentido de la ruina es, antes que histórico –como lo sería en Bomarzo (1962)–, social. Por eso, la fuerza que contrarresta la ruina no anida en un personaje o un objeto diferenciado que se convierte en protagonista de la historia y vence el paso del tiempo (el duque jorobado e inmortal de Bomarzo [1962], el hada Melusina de El unicornio [1965] o el escarabajo que pasa de mano en mano a través de los siglos en la novela que lleva su nombre [1974]), sino en los hombres y su capacidad de renovación e innovación.

Hay, en ese sentido, un impulso modernizador en Mujica Lainez que se deja ver con claridad en las crónicas de la posguerra, en las que el interés por la ruina (lo arruinado o los restos) se combina con el interés por la novedad (lo artístico o lo científico tecnológico) que ya estaba en las primeras crónicas desde Alemania y que reaparecerá en las del viaje a Inglaterra que realiza en 1948, invitado en calidad de periodista por el gobierno británico. Es que Inglaterra, donde se encuentra con las primeras “huellas de la guerra”, como él mismo las llama, resulta propicia para comparar el paisaje antes y después de la guerra e imaginar el largo proceso de reconstrucción. Allí, donde transcurrirá gran parte de su primera novela, Los ídolos (1952), está Londres, y en esa ciudad están Shakespeare y sus representaciones, el antiguo “sabor” urbano y las ventajas modernas, las colecciones del British Museum y la nueva camada de escritores de posguerra; en resumen: “tradición y actualidad” que “dan color al cuadro londinense”, para decirlo glosando el título de una de las crónicas. Pero también allí está la televisión, invento del cual advierte su importancia y del que espera –como lo había hecho con el planetario en la Alemania de Hitler– que pronto llegue a la Argentina.

Como en ninguna de las crónicas posteriores, el hogar –según llama Georges Van den Abbeele al lugar de origen al reflexionar sobre las características de los relatos de viaje– está casi siempre presente en estas crónicas, no sólo porque se tengan en cuenta los parámetros nacionales del potencial público lector a la hora de dar testimonio de la posguerra europea, sino también porque se piensa la cultura y la sociedad con un patrón universal que lleva a imaginar la equiparación entre la Argentina y Europa, aunque por momentos se lo haga recurriendo a un repertorio convencional y rozando el lugar común. Eso explica la crónica sobre la importancia de la carne argentina para el “Viejo Mundo” o sobre el afianzamiento de las relaciones con Gran Bretaña, con las positivas consecuencias sociales y culturales que acarrearían. La posguerra aparece como la coyuntura privilegiada para que el “Viejo Mundo” sea salvado por el Nuevo Mundo, para que éste contribuya a la reconstrucción de aquél; así, en el estado en ruinas de los principales países de Europa estaría la oportunidad de la Argentina.

Pero además, los viajes a Londres y a París son para Mujica Lainez viajes con un doble hogar: el hogar es, como en casi todos los relatos de viaje, el lugar de origen, del que se parte y al que se va a regresar, pero también lo es el lugar de destino, la ciudad europea. A partir de ese punto en que Londres y París son un hogar para Mujica Lainez, puede decirse que en la Europa de la posguerra –tal como sucede en los viajes en general, según Van den Abbeele– “el hogar que uno deja no es el mismo al que uno retorna”, ya que “la propia condición de la orientación, el oikos, es paradójicamente capaz de provocar la más grande de las desorientaciones”. En efecto, la Europa que Mujica Lainez encuentra en la posguerra no es la misma en la que vivió, pero será precisamente por eso que encontrará en ella los temas que le serán más caros a su narrativa de los años siguientes.

Por otra parte, probablemente Mujica debió sentir una desorientación similar al regresar a la Argentina. El contexto nacional que dejó atrás es bien diferente de la coyuntura que lo espera a su retorno: el 17 de octubre de 1945 había tenido lugar la multitudinaria manifestación en la Plaza de Mayo a favor de Juan Domingo Perón, que cambiaría por completo el paisaje político y social de la Argentina. Dos hechos de corte biográfico resultan ilustrativos de cuánto afecta a Mujica Lainez el ascenso al poder del peronismo: primero, debe abandonar su cargo al frente del Museo Decorativo que ocupaba desde 1937; por último, acepta la propuesta del gobierno militar que derroca a Perón en 1955 como Director General de Relaciones Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores. En ese controvertido cargo, en el que se aprovecha precisamente el arte de viajar de Mujica Lainez, el escritor realiza primero dos nuevos viajes por Latinoamérica: a Perú y a Ecuador en 1956 y sólo a Ecuador un año después, aunque en principio no hay registro periodístico de los mismos.

En cambio, el siguiente viaje que emprende como funcionario oficial es sumamente productivo a nivel periodístico y narrativo. Por un lado, lleva a cabo una serie de actividades que combinan la misión oficial, lo turístico y lo literario contribuyendo a formar la discutida imagen de Manucho como embajador cultural de la Argentina, pese a que la noticia de la elección presidencial de Arturo Frondizi lo sorprende en mitad del viaje y decide renunciar a su cargo. Por otro lado, a lo largo de su recorrido escribe un importante conjunto de crónicas de viaje que serán publicadas bajo el nombre de “Viaje europeo” en La Nación y todas, sin excepción, serán incluidas en Placeres y fatigas… Aunque los dos aspectos del viajero, el de enviado oficial y el de cronista, no necesariamente coincidan, ambos constituyen a Mujica Lainez como un escritor viajero en el sentido de ser aquel que se posiciona como un hombre de mundo, que se convierte en connaisseur y accede adonde otros no pueden acceder, pero también que incorpora a su narrativa todas las geografías recorridas y las resignifica.

El largo viaje de 1958 que abarca España, Francia, Inglaterra, Grecia e Italia, y que dura más de medio año, inicia una serie de extensos viajes periódicos, a razón de uno cada dos años aproximadamente, en los que, a sus lugares habituales (sus hogares europeos), agrega otros nuevos, en particular toda España y Grecia. En ellos no hay aventuras ni conflictos; a lo sumo, las molestias –o “fatigas” como las llamaría Manucho tiempo después– que pueden sucederle a cualquier turista. Pero sí hay descubrimientos, sorpresas; en fin, placeres. A partir de estos viajes, en los que se produce una nueva inflexión en la colaboración periodística de Mujica Lainez, el tono de las crónicas o relatos es muy diferente al anterior. Si bien la primera persona ya estaba presente en las crónicas previas, acá Mujica adopta incluso un tono autobiográfico –tal como lo ilustra inmejorablemente “Adiós y peregrinación a las fuentes”– en el que resuena no únicamente su experiencia como viajero, sino también su trayectoria como escritor. Sin duda, en todas estas crónicas la distancia entre la escritura del viaje y la escritura narrativa se acorta: lo que las acerca es, ante todo, el estilo. El detenimiento de la mirada en ciertos lugares y la captación del detalle, el creciente interés por el monumento o el museo, e incluso un regodeo en los objetos artísticos, son algunas marcas de esta serie de crónicas (“Dos capillas, dos espíritus” o “Magia de la Acrópolis”). La exploración de la belleza –del paisaje, del arte, de las estampas de vida– es de aquí en más un imperativo ya no sólo de su obra literaria, sino también de los viajes y las crónicas, aunque en estos casos se trata de una belleza más ligada al ideal clásico que al grotesco. A todo esto se suma la búsqueda del pasado, el rastro del pasado en el presente, que también aparece en casi todas sus novelas.

De entre todos los países por los que viaja Mujica Lainez a partir de 1958, serán dos –además de las siempre visitadas capitales de Francia e Inglaterra– los que se conviertan en espacios recurrentes: España y Grecia. Si en Londres y París radica la modernidad, lo nuevo, el futuro, en España y en Grecia se encuentran las “fuentes”, el pasado, los orígenes (de América y del mundo occidental, lo que quizás explique por qué Italia –pese a Bomarzo– nunca llegue a cumplir del todo esa función). Ya no son las ruinas del presente, como en las ciudades de la posguerra, sino las ruinas o los restos del pasado. Esos restos no son sólo materiales, del orden de lo arquitectónico, sino que permiten ver la pervivencia del pasado. Son restos que funcionan, para el ritmo sincronizado de la modernidad, a modo de desborde o exceso, y que han permanecido en algunos paisajes y costumbres. Están, incluso, en aquellas costumbres de apariencia más superficial. Por ejemplo, cuando en “Excursión a lo largo del teatro londinense” Mujica habla de la “locura del reloj” y explica que mientras en Londres el horario debe ser respetado con exactitud y en París hay una mínima tolerancia, en Madrid es totalmente inexacto: quien invita a comer a las diez lo hace sólo para servir la comida a las once. Están, en definitiva, en el ambiente: en España “la restauración está muy de moda” (“Aire andaluz”) y en Grecia “la Historia canta y canta alrededor” (“La ruta mágica: Eleusis, Delfos”).

La predilección por aquellos lugares en los que la Historia se deja ver a cada paso se proyecta hacia Siria, Turquía e Israel. Sin embargo, pese al cambio de tono y la estilización de algunas descripciones, Mujica Lainez evita –igual que en el viaje a Oriente, aunque ahora en otro sentido– todo exotismo. Más bien, la misma Historia actúa a modo de reconocimiento de lo nuevo y de lo diferente. Este viajero no retorna nunca para contar lo otro y darlo a conocer como lo exótico, aunque como novelista a veces sí lo haga. En el “modelo de retorno”, propio –según Daniel Link– del viaje europeo de aquellos que siempre vuelven al lugar de origen, como los turistas del siglo XX, el que viaja lo hace para no ser un extranjero nunca. Pese a ser americano, Mujica Lainez parece seguir ese modelo; en Mujica, el imperativo de no convertirse en un extranjero provoca siempre el reconocimiento de lo desconocido, la familiaridad con lo diferente, ya sea a través del recuerdo, como en las ciudades europeas modernas, ya sea a través de lo aprendido en los libros, como en los nuevos países que recorre en sus viajes.

Toda la experiencia como escritor viajero acumulada a partir de 1958, entonces, se vuelca en la redacción de las crónicas, repercute en el estilo y acompaña el viraje que dará la narrativa de Mujica desde Bomarzo en adelante. Este vis-à-vis, del cual no siempre deja registro, tiene constancia a lo largo de los años, aunque su dinámica varíe. De manera más implícita, comienza en el viaje de 1958, pero si entonces no puede entrar a conocer el castillo de Bomarzo, lo hará en su viaje de 1960, cuando se encuentra en plena escritura de su novela, la cual interrumpe por varios meses hasta su retorno. Bomarzo se publica finalmente en 1962 y en ella están presentes muchos de los intereses que ya aparecían desperdigados en las crónicas, además de que en sí misma supone la experiencia del viaje a Italia y en particular a la ciudad donde se encuentran el castillo y el parque de los monstruos que le dan título.

En cambio, el viaje a España funciona retroactivamente y plantea una relación con lo español muy diferente a la del filohispanismo de sus primeros textos, que va más allá de la admiración por el acervo artístico del Museo del Prado exhibida en el póstumo Un novelista en el Museo del Prado (1984). El recorrido que hace el protagonista por la España renacentista en El laberinto (1974), se inicia en Toledo; se continúa, en clave de picaresca, por varias ciudades que el lector tuvo ocasión de conocer a través de las crónicas publicadas antes en La Nación, y termina en América. En este punto, el imaginario español se cruza con el imaginario colonial americano, configurado éste también por el propio conocimiento de Mujica Lainez, quien además de los mencionados viajes a Bolivia y Ecuador, conoció bien Perú y más tarde México, aunque lamentablemente escribió muy poco al respecto. Una crónica de 1974 ilustra este interés por la relación entre ambas geografías, a pesar de que la idea de unión termina acallando la brutal realidad de la conquista: “Trujillo, donde España se une a las Américas”.

Desde ya, la importancia de la geografía no siempre tiene un estatuto referencial en Mujica Lainez. Así como la investigación se combina con la imaginación histórica, también el viaje se combina con la invención geográfica, tal como sucede en Crónicas reales (1967) y en De milagros y melancolías (1968). O, si no, se convierte en motor del relato aunque no se vincule directamente con los viajes realizados por Manucho, como sucede en Sergio (1976). De cualquier modo, a finales de los años setenta Mujica Lainez recupera su interés por el paisaje porteño: El cisne (1977) y El gran teatro (1979) transcurren, respectivamente, en una mansión emblemática de Buenos Aires y en el teatro Colón. Sin embargo, hacia el final de su vida produce una suerte de síntesis: ¿no es El escarabajo (1982), su última novela, un larguísimo paseo por todas las geografías y a través de todos los tiempos?

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Además de ser un buen lugar para iniciarse en la carrera literaria, como lo hizo Mujica Lainez, los años de 1930 fueron un momento en que el relato de viaje alcanza su culminación en la prensa periódica. Los diarios no sólo incluyen diferentes tipos de relatos de viaje, desde el más tradicional que daba cuenta de la experiencia de un escritor en el exterior del país hasta aquellos vinculados con las figuras modernas de los enviados especiales y los corresponsales extranjeros. También los acompañan con ilustraciones y, cada vez en mayor medida, con fotografías, de modo de acercarle lo distante y ajeno al lector apelando a todos los recursos que se tienen a mano, ya sean artesanales o tecnológicos.

El diario La Nación, de hecho, estuvo tempranamente interesado en la publicación de crónicas de viajes y contó con dos de los cronistas más brillantes de América Latina entre finales del siglo XIX y comienzos del XX: José Martí, con sus crónicas desde Nueva York, y Rubén Darío, con sus crónicas desde Madrid y París. También, en una línea equidistante de la crónica de autor y de la crónica del corresponsal, La Nación publicó las de la Primera Guerra Mundial enviadas por Roberto Payró desde Bélgica. En parte como consecuencia de esta larga tradición, al momento de empezar la tarea de corresponsal, las crónicas de Mujica Lainez convivían con otras crónicas de viaje en diferentes secciones del diario, ya sea en el cuerpo principal, ya sea en la sección de arte y literatura o en la de actualidades, que salían los domingos.

La función crecientemente informativa de la prensa moderna, siempre atenta a la introducción de la novedad y a la ampliación del público lector, influye en la importancia que gana la crónica, que sabe combinar esa necesidad de información con una buena dosis de entretenimiento. La crónica de viajes parece ser, todavía a mediados de siglo, un vehículo privilegiado para acortar la distancia en el tiempo y en el espacio con el resto del mundo. A través de la lectura de la crónica –puede imaginarse– el lector se siente parte del universo. Pero, además, en esa yuxtaposición de noticias y relatos que es propia de la página del diario, el contenido y la escritura de la crónica pueden ganar nuevos sentidos; su relación con otros contenidos y otras formas, su misma ubicación respecto del resto, provoca efectos que la exceden. Es cierto que, sacadas de su contexto inicial de publicación y pasadas al formato del libro, el efecto primero de lectura se pierde y, en esa suerte de desactualización, parecen diluirse los rasgos periodísticos y ganar intensidad los literarios. Sin embargo, la recuperación parcial de ese efecto periodístico es un índice de la función testimonial de la crónica y de la posición del cronista en tanto autor. En ese cruce, el sentido de las crónicas de viaje (qué se cuenta, cuándo, cómo) adquiere matices que, en clave exclusivamente literaria, resultan imposibles de captar.

Las crónicas escritas desde Alemania ilustran con claridad la encrucijada de la escritura periodística. Aunque se trata de artículos referidos a las novedades técnicas o al paisaje urbano, Mujica Lainez deja caer alguna que otra impresión acerca de la situación política, que se ve potenciada por la lectura de otras zonas del diario. ¿Cómo leer la crónica titulada “La Casa Parda de Munich es la cuna del nacional socialismo”, cuando en la misma página hay ecos de la amenaza de una guerra inminente? ¿Qué partido tomar, frente a los reparos que por momentos le causa al cronista lo que ve, cuando un par de días antes un titular anunciaba que “Hoy se realizará en Berlín un mitin en que hablará el antisemita Julius Streitcher” (15 de agosto de 1935)? Así, la serie escrita desde la Alemania nazi hay que leerla teniendo en cuenta, a la vez, la postura antifascista y antibélica que en política internacional sostenía el diario, el doble objetivo informativo y recreativo que de las crónicas de viaje esperaba el lector y la cautela del cronista. Recién entonces es posible percibir mejor el contrapunto con otras notas del periódico vinculadas con el mismo tema.

Aunque con otra dimensión, las crónicas enviadas desde Bolivia en ocasión de la paz con Paraguay que da fin a la Guerra del Chaco participan de un juego similar. Ya La Nación había anticipado el objetivo que perseguían sus cronistas, Mujica Lainez y Gerchunoff, en La Paz y en Asunción respectivamente: “estudiarán, observarán, se pondrán en contacto con la realidad a través de sus múltiples problemas, y traducirán sus informaciones en crónicas inspiradas por ese propósito tantas veces enunciado como prenda segura de amistad entre los pueblos: procurar un mejor conocimiento de los hombres y de las cosas; abrir, en suma, el proficuo camino de la comprensión”. Poco de estas promesas aparecen en las crónicas de Mujica Lainez, que parece más guiado por las oportunidades que le ofrece el viaje, y sobre todo por sus propios intereses, como se observa en “La literatura de posguerra”, que en el encargo de corte político social que se desprende del anuncio del diario. Aunque algo más metódico en la selección de temas, tampoco Gerchunoff termina de ajustarse a un objetivo que, por otro lado, está más al alcance de las numerosas noticias sobre los acontecimientos vinculados con el cese de la guerra que aparecen en el diario por esos mismos días.

Quizás por la frecuencia casi diaria, quizás por la potencia que adquieren en medio de las noticias más secas, más puramente informativas, quizás porque contrastan con el ejercicio imaginativo que provocó en los lectores el largo conflicto bélico en Europa, las crónicas de la posguerra, en particular las de 1945, resultan un complemento imprescindible de los acontecimientos políticos contemporáneos. Hay en ese momento en La Nación varios corresponsales de guerra (Fernando Ortiz Echagüe y Leonardo Spearman, entre los más asiduos), que alternan la primera plana con Mujica Lainez y a través de cuyos testimonios el lector accede a lo que ocurre en Europa occidental. Pese a las grandes diferencias entre todas las miradas, siempre se trata de crónicas que se relacionan estrechamente con el resto del material del diario: en algunos casos, le dan a ese material un plus de sentido que es consecuencia directa de la observación personal o del relato de una experiencia de viaje (como “Prestigio del general De Gaulle”); en otros casos, la crónica resulta autosuficiente y se independiza casi por completo de la información sin perder por eso su sintonía con la actualidad (“El Renacimiento cultural londinense”).

Algo cambia en el “Viaje europeo” de 1958. Si bien el hecho de integrar una serie les otorga a las crónicas de este viaje, y también de los siguientes, un rasgo de autonomía que las corre del lugar estrictamente periodístico y propicia una identificación sobre la base del título general y del nombre del autor, la inconstancia en la publicación atenta contra ese mismo rasgo y acentúa una suerte de extemporaneidad que parece serles característica. El diario refuerza –podría decirse– una fuerte tendencia del propio Mujica: la desvinculación respecto de la coyuntura, la descontextualización respecto del tiempo y el espacio que le son contemporáneos. A esto contribuyen dos cuestiones fundamentales para la prensa: la ubicación de la serie en el interior del diario y la relación entre la fecha de escritura y la de publicación.

Las entregas del “Viaje europeo” se encuentran siempre en la segunda página, en medio de las principales notas de actualidad, o sea en una zona muy saturada de información política y económica. ¿Cómo recibe el lector esas crónicas? ¿Qué efecto de lectura y qué tipo de interés le provocan? Comparadas con otras crónicas, como las del viaje que por esos mismos meses está realizando el periodista Jules Dubois por América Latina, que aparecen en la primera página y tratan temas de actualidad, las de Mujica Lainez no le dan información al lector sino que le hacen recorrer un espacio desconocido a modo de paseo. Es en parte por eso que, antes que con las noticias del diario, estas nuevas crónicas deben leerse en diálogo con sus otras colaboraciones periodísticas, con sus estudios sobre pintores y, en los últimos años de su vida, con las obras en colaboración con el fotógrafo Aldo Sessa. No hay que olvidar que, además de una inclinación personal, Mujica Lainez –quien había dirigido el Museo de Arte Decorativo entre 1937 y 1945– está al frente de la sección de arte de La Nación desde 1949 y hasta comienzos de los años sesenta. También eso, entonces, explica la presencia de crónicas sobre las bienales de Venecia y San Pablo, así como los artículos sobre arte argentino y latinoamericano escritos en sus visitas a la misma San Pablo o a Río de Janeiro, por donde pasa al volver de algunos de sus viajes a Europa. En todo caso, parecería que fuera ante todo el lado artístico lo que a Manucho le interesa de ciertas ciudades. Es difícil entender, si no, que la prioridad en su viaje a Perú sea hablar de “Las colecciones privadas de Lima” y que por eso, o quizás porque poco antes había salido una nota sobre el mismo tema, la prometida crónica sobre el Machu Pichu no llegue a publicarse.

El otro elemento que propicia la extemporaneidad a la que tienden las crónicas a partir de la serie del “Viaje europeo” es la distancia que hay entre la fecha de escritura que anota Mujica Lainez al comienzo de cada texto –y que es la que mantiene en Placeres y fatigas…– y la fecha de publicación en el diario. Esa distancia supera, en ocasiones, el mes, y su efecto es paradójico: si por un lado indica la autonomía de la crónica en el interior del diario, por el otro también señala una cierta prescindencia del diario respecto de la crónica. El efecto es flagrante, sobre todo, en las reseñas de espectáculos, donde la noción de actualidad actúa con más fuerza, pero también en los casos en que se hace mención a la situación de escritura, en las que el autor se refiere a su condición de escritor en viaje. Esa pérdida de actualidad periodística se da en “Clos-Lucé y Leonardo” cuando Mujica Lainez apela a la posibilidad de que el lector visite el lugar: “Si su visita, como la mía, coincide con la exposición ambulante de los inventos leonardescos, que la Sociedad IBM y que la Unesco traslada a través del mundo, dejándola, cuatro meses por año, en los subsuelos de Clos-Lucé, el turista saldrá ganando”. Probablemente, el lector que se encuentre con esa crónica dos meses después de haber sido escrita tenga que esperar otro año, si viaja, para admirar la exposición.

Todo esto no significa, de cualquier modo, que la relación con otras noticias del diario desaparezca por completo, sino que se produce por contraste antes que por complementariedad. Un caso extremo son las crónicas publicadas a mediados de 1974, en particular, cuando refieren el recorrido por Chipre y Grecia entre mayo y junio de ese año. Esa serie aparece sin ningún tipo de marco (como sí el “Viaje europeo”, por ejemplo), en la segunda página del diario y en medio de las noticias sobre la muerte del entonces presidente Juan Domingo Perón y el ascenso de su viuda Isabel Perón; más todavía, en medio de noticias sobre la fuerte crisis institucional y la alarmante ola de violencia en la Argentina. Hay, sin embargo, unas noticias que bien podrían contextualizar, aunque a posteriori, estos envíos, y que desplazan el interés por los sucesos nacionales durante un par de días del mes de julio de 1974: el golpe pro griego en Chipre que se detiene con la ocupación turca del tercio norte de la isla. ¿Dónde estuvo Mujica Lainez –bien puede haberse preguntado el lector– cuando estaba en Chipre visitando la torre de Otelo?

Ambas cuestiones, la ubicación en el diario y la fecha de publicación, surgen al reponer las crónicas en su contexto periodístico originario y marcan la clara diferencia entre la labor de Mujica Lainez como corresponsal y sus colaboraciones como escritor viajero. El desplazamiento, desde ya, sólo puede fundamentarse en el fortalecimiento del nombre de autor, sobre todo cuando ese nombre no está al amparo de un suplemento dedicado a las letras que le da un marco específico a la lectura. Esto explica también, probablemente, que mientras Mujica escribe crónicas de viaje con fruición, escritoras como Luisa Valenzuela o Silvina Bullrich publican circunstanciales relatos de viaje en la sección literaria del mismo diario. En forma paulatina, y tal como puede comprobarse privilegiadamente en la actualidad, la crónica o relato de viaje parece devuelto –por el acortamiento del tiempo y el espacio propio de las modernas tecnologías informáticas– a la zona más literaria, a la zona donde la firma –pertenezca a un periodista o a un escritor– es algo más que garantía de veracidad.

De hecho, así como el nombre de autor de Manuel Mujica Lainez se continúa delineando en otras zonas del diario con la publicación de entrevistas y de reseñas sobre sus libros, así también termina rubricando su figura de cronista cuando cierra su extensa contribución a La Nación con la publicación de una serie de tres “Notas de viaje” en el suplemento literario, ese lugar que pareció siempre el más adecuado dentro del diario, pero que estuvo lejos de ser el único que ocupó.

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La organización de El arte de viajar responde a las dos figuras mejor delineadas como escritor de textos de viaje de Manuel Mujica Lainez: el cronista y el viajero.

A fines de los años cincuenta se produce un desplazamiento que, más que estar anunciado en crónicas anteriores, se deja ver entonces con mayor claridad. Por eso, aunque las crónicas aparezcan ordenadas en el tiempo ello no se debe a un criterio cronológico, sino a que ambas figuras se suceden la una a la otra; hay zonas de contacto y superposiciones, es cierto, pero sobre todo distinciones que pueden rastrearse en diferentes niveles (en la elección de lugares, en la escritura y en la publicación, entre otros). Tampoco se ha seguido un criterio espacial: los países, las ciudades, los pueblos, aparecen una y otra vez en la mayoría de los casos, pero en ocasiones el viaje se singulariza: se visita una vez para ya no volver.

En cambio, la posición que asume Mujica Lainez ante cada viaje sí permite ordenar desplazamientos e itinerarios, como si el arte de viajar fuera tal porque el viajero es, siempre, un viajero que escribe. En definitiva, es en las figuras del cronista y del escritor viajero, y en el juego de tiempos y espacios en el que se mueven, donde se diseña progresivamente el nombre del autor y donde se delinea su trayectoria.

El cronista en tiempos turbulentos (1935-1955)

El cronista es, en Mujica Lainez, aquel que atraviesa espacios intentando acortar las distancias, pero es también, sobre todo y por las particulares coyunturas en las que realizó sus primeros viajes, aquel que se ve enfrentado, siempre, a la necesidad de dar cuenta de tiempos difíciles. La Alemania nacionalsocialista en 1935, el final de la Guerra del Chaco en la misión a Bolivia de 1938, la China invadida o el Japón en guerra inminente en 1940, la posguerra europea en 1945 y la londinense también en 1948. La guerra, en el pasado reciente o en el horizonte cercano, atraviesa todos los itinerarios y produce efectos en cada espacio, cada situación, cada personaje.

Como enviado periodístico, en esa etapa de su vida en la que el cronista también se está haciendo escritor, Mujica Lainez debe testimoniar, precisamente, lo que ocurre en esos tiempos difíciles atravesados por las guerras. Y lo hace combinando el deber con el placer, como en la China, o buscando el placer en el deber, como en el Londres o el París de la posguerra. Así, en estos viajes despunta, entre la reflexión que se pretende y la aventura que se evita –para retomar las definiciones propuestas por Jorge Monteleone–, la noción de viaje como espacio del deseo y a la vez como zona de ensueño. Por eso, las artes, la literatura y la sociabilidad mundana no dejan de estar presentes –como vestigio, como datos o como anuncio– ni aun en los recorridos más turbulentos.

El viajero de tierras inmemoriales (1955-1977)

Si algo cambia en los recorridos emprendidos a partir del “Viaje europeo” de 1958 es que la búsqueda de los placeres del viajero, aquello que configura todo un arte de viajar en Mujica Lainez, ya no está supeditada a los deberes del cronista sino que resulta pura elección del escritor. Sólo que no es ese itinerario clásico –como bien lo describe Monteleone– “con largas estancias en ciudades-museo, donde el viajero se satura de obras de arte”. Así como los itinerarios se expanden con un criterio guiado por la curiosidad antes que por el encargo, también Mujica se instala cómodo en la Historia y busca viajar en el tiempo, como si se desplazara hacia el pasado (los orígenes, los comienzos) de las tierras que recorre. Es en ese punto donde el arte en el viaje se combina con el arte del viaje.

El viaje en el espacio, en cierto sentido, parece la excusa para poder viajar en el tiempo. Los largos itinerarios de 1958, 1960, 1974 y 1977, en los que recorre Europa, e incluso el viaje a Perú de 1959, exhiben ese impulso hacia el pasado que devela, a su vez, nuevas facetas del presente.

Criterios de esta edición

El arte de viajar consta de una importante selección de las crónicas periodísticas de viaje escritas para el diario La Nación entre 1935 y 1977 por Manuel Mujica Lainez. Si bien muchas de esas crónicas fueron incluidas por su autor en los dos volúmenes que integran Placeres y fatigas de los viajes (1983 y 1984), el criterio predominante ha sido incluir aquellas que, por un motivo u otro, Mujica dejó sin incorporar y permanecieron inéditas en libro. La edición de El arte de viajar está fundamentada, de hecho, en el cotejo entre la publicación de las crónicas en el diario y su publicación en los libros de 1983 y 1984. Esta investigación en los diarios de la época, por otra parte, no sólo permitió descubrir textos inéditos, sino constatar que muchas de las crónicas de Placeres y fatigas… habían sido escritas para La Nación, pero no habían sido publicadas por el diario. La presente selección consta, en definitiva, de casi todas las crónicas inéditas en libro y de un conjunto significativo de las crónicas incluidas por Mujica Lainez en su Placeres y fatigas de los viajes.

En el Anexo (pp. 357-364) se encuentra una lista completa con las referencias de las crónicas que integran El arte de viajar. En el caso de las crónicas inéditas, a continuación del título se indica la fecha de publicación en el diario La Nación. En el caso de aquellas incluidas en Placeres y fatigas de los viajes, se respeta el retitulado hecho por Mujica Lainez para la ocasión y se deja constancia, siempre que fue posible su localización en el diario, del título original con el que fueron publicadas y la fecha.

El arte de viajar quiere ser, ante todo, una gran excusa: para volver a la narrativa de Mujica Lainez desde un lugar diferente, para encontrarle nuevos sentidos, para ir en busca de lo novedoso y descubrir, también allí, lo que nos es familiar.

Mi agradecimiento, por último, al personal de la Hemeroteca del Congreso de la Nación. donde consulté el material periodístico utilizado para esta edición.

Bibliografía

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MONTELEONE, Jorge, El relato de viaje. De Sarmiento a UmbertoEco, Buenos Aires, El Ateneo, 1998.

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