El Aspirante a Pedonauta - Donald Rump - E-Book

El Aspirante a Pedonauta E-Book

Donald Rump

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Beschreibung

Hank Larmspitz tiene un plan. Bueno, más o menos. Va a ser el primer hombre en la luna, maldita sea, y va a hacerlo sin la ayuda de un traje espacial o incluso de una nave espacial. ¿Qué tiene en mente exactamente? Dan Dinkerleaf, un reportero local de KAAS-LD en Eureeka, quiere averiguarlo. Y cuando descubre las verdaderas intenciones de Hank, eso pone a prueba su paciencia. "¿En serio?", espeta. "¿No le parece que su teoría es... oh, no sé... implausible?" "Preste atención y tal vez aprenda algo." Hank hace sonar los nudillos y saca una ración de su marca favorita. Pensado para públicos adultos (y no tanto). Aproximadamente 2100 palabras.

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El Aspirante a Pedonauta

Donald Rump

Traducido por Sebastián Lalaurette

Libros de Donald Rump

A Punto de Reventar

Buscando a Floofy

Cuatro Cuentos Apestosos (Volumen 1, 2)

El Aspirante a Pedonauta

El Crítico Enculado

El Matrimonio Apesta

Embotellando Pedos

Escapada de Fin de Semana

Hasta que el Gran Pedo Nos Separe

La Pregunta de 500 Dólares

© 2015 Donald Rump. Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o transmitida por cualquier medio (electrónico, mecánico o cualquier otro) sin el expreso consentimiento escrito del autor.

Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y situaciones son o bien producto de la imaginación del autor o usados ficcionalmente. Cualquier semejanza con acontecimientos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es completamente casual.

Composición, formato y diseño del E-book por Donald Rump.

Imágenes bajo licencia de DepositPhotos.com y © Karl Kotas. Dibujos de pedos por Mel Casipit.

Primera Edición (v1.0)

Publicado el 9 de agosto de 2015

Última actualización el 3 de junio de 2018

ISBN-13: 9781516382293

Index

Página del Título

Libros de Donald Rump

Derechos de Autor

Dedicación

El Aspirante a Pedonauta

Sobre el Autor

Ad 1: El Matrimonio Apesta

Ad 2: A Punto de Reventar

Ad 3: Embotellando Pedos

¡Gracias!

Para todos aquellos que alguna vez se les ha ocurrido una idea loca.

El Aspirante a Pedonauta

—A ver si entiendo esto... —Dan Dinkerleaf frunció el ceño y miró al viejo con desconfianza.— Usted se va a lanzar al espacio...

—Ajá...

Hank Larmspitz se metió un poco de goma de mascar de menta entre el labio inferior y las encías.

—Y va a aterrizar en la luna... —continuó el reportero.

—Espero no errarle a la maldita —aulló Hank.

—¿Y va a hacer todo esto sin la ayuda de una nave espacial?

—Así es.

—Y bien, señor, ¿cómo va a hacerlo? —preguntó Dan, inmediatamente escéptico.

—Con esto. —Levantó algo que tenía en la mano y sonrió.

—¿Frijoles cocidos Blasto’s? —dijo Dan, leyendo lo escrito en la lata.

—Supongo que podría pedir un burrito de frijoles en Taco Bell, o quizás una de esas nuevas Tostadas Picantes del Menú de Antojos por un Dólar, pero esto puede hacer el trabajo.

Dan miró al camarógrafo, que se encogió de hombros. —Lo siento, no lo sigo. ¿Está diciendo que esta lata de frijoles puede convertirse en algún tipo de combustible para cohetes? Y si no va a usar una nave espacial, ¿en dónde lo va a poner? ¿En su camión? —Se volvió para mirar el Ford Ranchero rojo y maltratado que estaba estacionado detrás de ellos.

—¿Se refiere a Buffy? —preguntó Hank, pasando la mano por el costado del camión.

—Eh, sí... a Buffy.

Dan miró al camarógrafo. No podía creer que su colega Wolf Weigler lo hubiera puesto en esta situación. Había sido un día escaso en noticias en la estación KAAS-LD en Eureeka, Kansas. Maldición, todos los días lo eran. El día anterior, Dan había cubierto una historia sobre una extraña serie de baches que habían aparecido en la interestatal debido a lluvias inesperadas y pequeños terremotos y casi lo habían pasado por arriba. No es que hubiera demasiado tránsito en el pequeño pueblo de Eureeka, sin embargo. Él conocía a prácticamente todos los que vivían allí. Pero los que podían aprobar el examen de manejo, los pocos destacados, no deberían haber estado en la ruta, para empezar.

Pero la historia al menos servía como noticia. No quería alarmar a los residentes de las áreas vecinas sobre pozos gigantescos que se podrían tragar sus granjas de la noche a la mañana. Pero publicaron la historia igual, y Dan sintió que había hecho algo por el bien de la comunidad.

Así que, cuando tuvo que elegir entre cubrir la historia de un par de bolas de burro fritas que se habían materializado misteriosamente en la caja de donas más fina de Eureeka y esto, se dijo: “¿Qué tengo que perder?".

Pero esta historia era absolutamente desconcertante, y ya estaba pensando en cortar en seco la entrevista si no rendía frutos en los próximos momentos.

—¿Usted está loco? ¿Cómo se supone que vaya a la luna de ida y vuelta en un camión? Dudo que Pilot tenga una gasolinera allá arriba y además, no volvería entero. —Palmeó suavemente el camión como si fuera el trasero rechoncho de su novia y se volvió hacia la cámara.

—Entonces, si no va a poner su... eh... combustible en una nave espacial ni en un camión, ¿en dónde lo va a poner para llegar a la luna?

—En donde está mirando ahora mismo. En mí —dijo Hank, señalándose con el pulgar, y desplegó una amplia sonrisa.

—Está bromeando, ¿verdad? Quiero decir, en serio, ¿me está cargando? —Dan rió y miró a su alrededor.— Wolf me dijo que usted iba a hacer un viaje a la luna (hoy mismo) sin la ayuda de las comodidades modernas.

—Sí. Simplemente me voy a bajar esta lata de frijoles que tengo aquí y a salir disparado —dijo, ajustándose el sombrero de cowboy.

Dan miró a su alrededor, confundido.

—Entonces va a...

—Voy a viajar al espacio exterior montado en un pedo.

—Muy bien, eso es todo. Corta —dijo Dan con un ademán.

—No, no, no. ¡Sigue! —imploró Wolf.

Dan se cruzó de brazos.

—No puedes estar hablando en serio. Esto no tiene objeto.

—Nos va a hacer una demostración en vivo. ¿No es verdad, señor Larmspitz?

—Sí, estaré allá arriba en unos momentos.

—¿En serio? ¿Va a hacerlo ahora? —dijo Dan.

—Sí. —Hank escupió y se tiró un pedo.— Ups. Mejor será que los guarde.

Desafortunadamente, no podía metérselos de nuevo adentro, y el viento que salía resonando de su trasero era verdaderamente atroz, haciéndolos pensar que había desayunado un animal atropellado en la ruta.

—Pero la luna ni siquiera está visible.

Dan torció la cabeza hacia el cielo, levantando una mano para cubrirse los ojos del sol.

—Sí, pero aún está ahí. Que no la veas no significa que no está ahí. ¿No le enseñó nada su mamá¡

—Muy bien. —Dan volvió a elevar el micrófono.— Pero ¿qué ocurrirá si pasa junto a la luna cuando está en el espacio y se da cuenta de que se disparó en la dirección equivocada?

—Oh, si está ahí arriba, la encontraré. Ninguna luna está a salvo de este viejo zopilote. —Las líneas de la cara curtida de Hank se torcieron hacia arriba.

—Entonces ¿cómo cree que será esto? ¿Ya ha visitado la luna? —preguntó Dan.

—No. Éste será mi viaje inaugural.

—Entonces ¿por qué está tan confiado? ¿Ya fueron a la luna otros miembros de su familia y vivieron para contárselo?

—Oh, no. No me creerían si se lo contara. Pero he tenido encuentros. Una noche me tiré un pedo tan fuerte que a la mañana siguiente me desperté en Pikes Peak —sonrió Hank.

—¿Pikes Peak, Colorado? Eso es al menos a quinientas millas de aquí.

—¿No es notable? Pero los coloradenses con los que hablé no estaban sorprendidos.

—¿En serio? ¿Podría elaborar un poco?

—Bueno, me dijeron que los mexicanos lo habían estado haciendo durante siglos. Que los que son realmente buenos pueden proyectarse con sus pedos hacia Colorado oa través de la frontera. No tienen que preocuparse por la aduana, ni siquiera por Nuevo México. Sólo dan el salto. Así es como me enteré de todos los vuelos previos a la luna.

—¿Eh? —dijo Dan, que ya antes de esto apenas podía seguir la historia.

—El primer hombre en la luna no fue norteamericano. ¡Fue mexicano!

—¿En serio? —Dan no estaba impresionado por la asombrosa revelación.— ¿Y usted tiene pruebas de esto?

—Sí, bueno, los mexicanos no eran tan listos. Imagino que me toparé con sus huesos cuando me pasee por allá arriba. Si usted quiere, puedo traer algunos como recuerdo. —Dio un escupitajo y le acertó a un mosquito que zumbaba cerca.— Pero a diferencia de ellos, yo lo he planeado, para poder hacer el viaje de vuelta. —Levantó una segunda lata de frijoles.

—¿Así que va a usar una segunda lata de frijoles para volver a la tierra? —dijo Dan, sacudiendo la cabeza.

—Así es. Probablemente debería llevar una tercera, en caso de que no todo vaya según el plan. Como en la Apolo 13.

—¿Tres latas de frijoles? ¿Eso es todo lo que se necesita para un vuelo de ida y vuelta al espacio?

—Sí, y ahora ya sabe que Food Barn, acá a la vuelta, las tiene en oferta: tres por dos dólares. En estos días no se puede comprar ni un galón de gasolina por dos dólares. —Hank se ajustó el sombrero.— ¡Eso es hacer valer el dinero! Lástima que la NASA no me consultó antes de poner a un hombre en la luna. Les podría haber ahorrado un montón de dinero a los contribuyentes.

—¿No le parece que su teoría suena... oh, no sé... implausible?

Hank apretó los labios y sacudió la cabeza.

—No, de verdad que no.

Dan se aflojó la corbata, claramente enojado por el tiempo que estaba llevando la entrevista y la dirección que había tomado. —Si está planeando hacer un viaje al espacio, ¿dónde está su traje espacial? —dijo, señalando los vaqueros rotos del viejo, su camisa de franela y sus botas de suela de acero.

—Oh, ¿piensa que debería llevar una camisa más oscura para que destaquen mis ojos azules?

—¡No, imbécil! Quiero decir... —tosió Dan.— ¿Cómo es posible ir a la luna con un par de vaqueros?

—No entiendo bien adónde quiere llegar.

—Bueno, para empezar, ¿cómo piensa respirar? No hay oxígeno en el espacio.

—Ah, simplemente retendré el aliento. No planeo quedarme mucho. ¿O usted cree que debería? ¿Para que un satélite o alguien en la tierra me tome fotos?

—No, eh... no lo sé, pero... ¡uff! —Dan trató de quitarse de encima la agobiante frustración.— Digamos que usted es capaz de lanzarse al espacio con una generosa ración de Frijoles Cocidos Blasto’s. ¿Cómo detendrá su impulso una vez que esté en el espacio? No hay gravedad ni resistencia del viento entre la tierra y la luna. Continuará a la velocidad que esté llevando hasta que se estrelle. A menos que su lata de frijoles también incluya frenos, podría ser un aterrizaje muy duro.

Hank se adelantó y miró a la cámara.

—¿Ve esta cara? Como puede ver, soy un poco áspero, y no me haría más feo estrellarme de cara en el mar de la luna. Antes de tener a Buffy tuve una motocicleta y me di contra un bache a setenta y dos millas por hora en el desierto. Aterricé de cabeza. No me mandó al hospital ni nada, a menos que yo recuerde. No puede ser mucho peor que eso.

—¿En serio? ¿Y si se equivoca?

—Hank Larmspitz nunca ha estado equivocado en su maldita vida. Aun así, no es nada que no se pueda arreglar con un poco de Alka-Seltzer.

—Muy bien. Bueno, supongo que no lo sabremos hasta que lo intente. Entonces ¿entiendo que nos va a hacer una demostración?

—Sí, seguro. —Hank se metió una lata de frijoles en el bolsillo y empezó a abrir la otra.— Es genial que ahora tengan estas latas que se abren fácil. Mucho mejor que usar un abrelatas... o los dientes.

Dan sólo asintió mientras Hank se bajaba la lata de frijoles cocidos.

—Ahora le convendría dar un paso atrás antes de que despegue. No sé bien qué tan grande va a ser la onda expansiva.

—Estoy seguro de que estaré bien —dijo Dan, haciéndole un guiño al camarógrafo.

—Como quiera. Pero no diga que no se lo advertí.

Hank se volvió e hizo algunas caras. Se inclinó ligeramente hacia adelante, frotándose el estómago con la mano. —¡Maldita sea, esos frijoles son brutales! —Se acarició el estómago.— —Muy bien. En cualquier momento. —Cerró los ojos y gruñó.

Pero no ocurrió nada.

—¿Está seguro acerca de esto, señor Larmspitz? —dijo Dan, hablándole al micrófono.

—Sí, lo tengo —respondió, agitando la mano.

Nada aún. Sólo unos pocos pequeños bolsones de gas salieron borboteando de su trasero.

—¿¡Qué demonios está pasando!?

Hank dio un pisotón y empezó a deambular. —Ya sabe, un buen fuego necesita yesca para encenderse. ¿Haría los honores? —dijo, alcanzándole a Dan su encendedor.

-¿No necesitará esto para volver a casa? —dijo Dan.

—Oh, tengo una caja de fósforos en el bolsillo. Pero el fuego necesita oxígeno. ¿No dijo usted recién que no hay oxígeno en el espacio?

—Sí, pero...

—Oh, maldición. No se preocupe, ya pensaré en algo. Ahora, a mi señal, enciéndame. T menos diez, nueve... —Sintió que algo retumbaba en su intestino delgado.— Ocho... siete... seis... —El dolor agudo en su abdomen se intensificó.— ¡Ave María! ¡Viene fuerte esta vez! Cinco... cuatro... tres... Hey, ¿está filmando esto?

—Sí, sí, todo bien. —El camarógrafo abrió una lata de cerveza y le dio un sorbo.

—Dos... uno. ¡Despegue! ¡¡¡Enciéndame!!! —gritó Hank, y lanzó una ráfaga de viento cataclísmico jamás vista.

Dan accionó el encendedor, luego otra vez, hasta que salió una chispa. Cuando el gas se encendió, el Heroico Hank fue lanzado hacia el cielo.

—No puede ser —dijo Wolf, siguiéndolo hasta donde podía.

Después de unos momentos, Hank explotó como unos fuegos artificiales en el Cuatro de Julio. Una lluvia de sangre, cerebro y otros pedacitos desagradables cayeron sobre el sorprendido camarógrafo y el reportero. Asombrosamente, siguieron filmando.

Dan se examinó. Estaba cubierto de restos humanos de la cabeza a los pies.

—Rápido, di algo —dijo Wolf con un ademán.

—¿Cuán lejos pueden los seres humanos empujar los límites sin la ayuda de la ciencia o la tecnología? Un hombre buscó la respuesta, y pagó caro por ello. —Dan miró a la cámara, con el rostro salpicado de sangre y materia gris. —Soy Dan Dinkerleaf, reportando para KAAS-LD, canal...

De repente, un sorete largo y marrón centelleó en su descenso y se estrelló en la rubia cabeza del periodista. —¡Oh, maldición! —dijo, arrojando el micrófono.— Igual, este trabajo siempre fue una mierda.

Sacudió el puño, se metió en su auto y se alejó, con la descendencia fecal de Hank colgándole de la melena dorada.

FIN.

Sobre el Autor

Cuando no está escribiendo sobre viejos pedorros, Donald Rump escribe sobre pedos de verdad: cuanto más apestosos, mejor. También es un defensor del programa Ni Un Pedo Atrás y del matrimonio igualitario para todas las entidades gaseosas, grandes y pequeñas. Al parecer, también da consejos sobre citas.

El Sr. Rump vive en Maryland del Sur con Floofy, su pedo mascota.

El Matrimonio Apesta

Mackelroy Puggsley creía haberlo oído todo, hasta que un extraño hombre llamado Bilby Bloob se aparece en su vestíbulo una mañana. Cuando Bilby le pide un permiso de matrimonio para su gaseosa esposa, el viejo pone el freno. Sí, una cosa es casarte con tu novia de la secundaria, pero ¿con un pedo? ¿A quién se le puede ocurrir casarse con un pedo?

—No me iré a ningún lado hasta que nos dé un permiso de matrimonio —insisitó Bilby.

—¿Ah, sí? —Mackelroy se hizo sonar los nudillos.

A Punto de Reventar

Barnabus Prim ha llegado al final del camino. Ahogado en deudas y casado con una mujer odiosa que no puede ni verlo, decide hacer lo impensable. Pero encontrar el camino al más allá resulta mucho más difícil de lo que él había imaginado.

Embotellando Pedos

¿Podría el poder más grande...

El camino a la riqueza, más allá de nuestra imaginación más salvaje...

La clave para alcanzar el más alto nivel de conciencia espiritual y la felicidad...

... Ser obtenido por pedos embotellado???