El castillo de Lesley - Jane Austen - E-Book

El castillo de Lesley E-Book

Jane Austen.

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Beschreibung

Este libro recoge una buena muestra de lo que escribio la primera Jane Austen. Estas diez obras de juventud de adolescencia deberiamos decir cabe situarlas cuando Jane Austen tenia entre 12 y 18 años; son obras realmente muy tempranas junto a otras algo mas evolucionadas, y revisadas con el criterio de una escritora que podia ya considerarse una novelista en ciernes.Estos pequeños textos satiricos jamas fueron publicados en vida de la autora, y fue menester esperar hasta 1922 para que un editor se decidiera a publicarlos. Entre ellos se encuentran cinco textos rigurosamente ineditos en español como son Frederic y Elfrida, Mister Harley, Sir William Montague, Amelia Webster y La visita.

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Anotación

LAS PRIMERAS INCURSIONES LITERARIAS DE LA JOVEN JANE AUSTEN. Las obras juveniles de Jane Austen (1775-1817) están reunidas en tres cuadernos que la autora llamó "Volúmenes" y numeró del I al III. Austen escribió estos textos entre 1787 y 1793, entre sus 12 y 18 años de edad. Por tanto, incluyen desde ocurrencias casi infantiles hasta piezas en las que ya se adivina el genio de su autora como novelista madura... Son textos llenos de ironía, y la mayoría abiertamente humorísticos, incluyendo desde la parodia de los tópicos de las novelas de su época (como haría luego en "La abadía de Northanger"), hasta el humor negro, y el disparatado "nonsense". Eran obras escritas para la familia y allegados, que Austen nunca pensó publicar... De hecho, no se publicaron, en su idioma original, hasta 1922 (Volumen II), 1933 (Volumen I) y 1951 (Volumen III). La presente recopilación, publicada por Editorial Funambulista en 2008, con traducción de Celia Turrión Penelas, incluye diez textos de los Volúmenes I y II ("Frederic y Elfrida", "Jack y Alice", "Henry y Eliza", "Mister Harley", "Sir William Montague", "Amelia Webster", "La visita", "Las tres hermanas", "La historia de Inglaterra" y "El castillo de Lesley").
 

 

El castillo de
Lesley

Frederic y Elfrida

A LA SEÑORITA LLOYD
Mi querida Martha:
Como breve testimonio de la gratitud que siento por su reciente generosidad hacia mí, acabando mi capa de muselina, pido permiso para ofrecerle esta pequeña producción de su sincera amiga

Capítulo uno

El tío de Elfrida era el padre de Frederic; en otras palabras, eran primos hermanos por parte de padre.
Habiendo nacido los dos el mismo día, y habiendo ido a la misma escuela, no era extraño que sintiesen por el otro algo más que simple cortesía. Se amaban con mutua sinceridad, pero ambos estaban decididos a no transgredir las reglas del decoro consumando su afecto ni con el objeto amado ni con nadie más.
Eran extremadamente guapos y tan parecidos entre sí, que no todo el mundo podía diferenciarlos. Ni siquiera sus amigos más íntimos podían distinguirlos por nada que no fuese la forma de la cara, el color de ojos, el tamaño de la nariz y la diferencia en el cutis.
Elfrida tenía una íntima amiga a quien, en una visita a una tía suya, escribió la siguiente carta:
A LA SEÑORITA DRUMMOND
"Querida Charlotte:
Te agradecería que me comprases durante tu estancia con la señora Williamson un nuevo gorro a la moda, que le siente bien al cutis de tu
E. Falknor"
Charlotte, en cuyo carácter prevalecía la voluntad de hacerle favores a todo el mundo, cuando volvió a la ciudad le llevó a su amiga el gorro deseado, y así acabó esta pequeña aventura, para gran satisfacción de todas las partes. En su regreso a Crankhumdunberry (dulce pueblo del cual su padre era el párroco), Charlotte fue recibida con la mayor de las alegrías por Frederic y Elfrida, quienes, tras abrazarla el uno y la otra alternativamente, le propusieron dar un paseo por una alameda que iba desde la casa del párroco hasta un prado verde esmaltado con una amplia variedad de flores coloridas y bañado por un arroyo ondeante que llegaba del valle de Tempé a través de un paso subterráneo. Llevaban apenas nueve horas en la arboleda cuando fueron agradablemente sorprendidos al escuchar una voz de lo más encantadora trinar la siguiente estrofa: Canción Que Damon estaba enamorado de mí Una vez pensé y creí Pero ahora que veo que no es así Creo que engañada fui. Nada más acabar los dos últimos versos vieron por un camino de la arboleda a dos elegantes jóvenes apoyadas la una en el brazo de la otra, las cuales, al verlos, tomaron inmediatamente un sendero diferente y desaparecieron de su vista.

Capítulo dos

Como Elfrida y sus compañeros las habían visto lo suficiente como para saber que no eran ni las dos señoritas Green, ni la señora Jackson y su hija, no pudieron evitar expresar sorpresa ante su aparición; hasta que al final, recordaron que una nueva familia había comprado recientemente una casa no muy lejos de la arboleda y se apresuraron a volver a casa, decididos a no perder más tiempo y a conocer a dos chicas tan amables y respetables, de cuya familia pensaban acertadamente que formaban parte.
Conforme a tal decisión, esa misma tarde fueron a presentar sus respetos a la señora Fitzroy y a sus dos hijas. Les condujeron a un elegante vestidor adornado con festones de flores artificiales, donde fueron conmovidos por el atractivo exterior y la belleza externa de Jezalinda, la mayor de las jóvenes; pero cuando ya llevaban varios minutos sentados, el ingenio y los encantos que lucían resplandecientes en la conversación de Rebecca les gustaron tanto, que todos saltaron y en un solo acorde exclamaron:
—Adorable y muy encantadora belleza: a pesar de tu amenazadora bizquera, tus grasientas trenzas, y tu espalda abombada, que son más aterradoras de lo que la imaginación pueda explicar y la pluma describir, no puedo abstenerme de expresar mi éxtasis ante las atractivas cualidades de tu mente, que tan ampliamente compensan el horror que tu primera aparición ha de inspirar al incauto visitante.
—Sus opiniones tan noblemente expresadas acerca de las diferentes excelencias de la muselina india e inglesa, y la juiciosa preferencia que ustedes dan a la primera me han causado una admiración de tal amplitud que sólo yo puedo comprender, y les aseguro que es prácticamente lo mismo que pienso yo.
Luego, haciendo una profunda reverencia a la amable y desconcertada Rebecca, salieron de la habitación y se apresuraron a volver a casa.
Desde este momento la relación íntima entre las familias Fitzroy, Drummond y Falknor se afianzaba día tras día, hasta que al final se consolidó de tal modo que no tenían escrúpulos para echarse mutuamente a patadas hasta la calle a la menor provocación.
Durante este feliz período de armonía, la mayor de las señoritas Fitzroy se escapó con el cochero y la amable Rebecca fue pedida en matrimonio por el capitán Roger de Buckinghamshire.
La señora Fizroy no aprobó la unión a causa de la tierna edad de la joven pareja, al tener Rebecca sólo treinta y seis años, y el capitán poco más de sesenta y tres. Para poner remedio a esta objeción, se acordó que esperarían hasta que fuesen bastante más mayores.

Capítulo tres

Entretanto, los padres de Frederic propusieron a los de Elfrida una unión entre ellos, y, habiendo sido ésta aceptada con agrado, se compraron los vestidos de boda y no quedaba nada por fijar salvo el día del casamiento.
En cuanto a la adorable Charlotte, al ser insistentemente importunada para que visitase otra vez a su tía, decidió aceptar la invitación, y como consecuencia de ello, caminó a casa de la señora Fitzroy para despedirse de la amable Rebecca, a la que encontró rodeada de cataplasmas, polvos, pomadas y pintura, con los que estaba intentando, en vano, remediar la fealdad natural de su cara.
—He venido, mi amable Rebecca, para despedirme de ti ya que estoy destinada a pasar quince días con mi tía. Créeme, esta separación es dolorosa para mí, pero es tan necesaria como la tarea que ahora te ocupa.
—Vaya, a decir verdad, mi amor —respondió Rebecca—, últimamente se me ha pasado por la cabeza (quizá sin mucho fundamento) que mi piel no se parece en nada al resto de mi cara, y por tanto he cogido, como ves, pintura blanca y roja, lo que desdeñaría usar en cualquier otra ocasión, puesto que odio el arte.
Charlotte, que entendió perfectamente el discurso de su amiga, era demasiado ecuánime y solícita como para negarle lo que sabía que ella deseaba: un cumplido; y se despidieron como las mejores amigas del mundo.
Con el corazón triste y los ojos llorosos subió a la noble silla de posta que la separaba de sus amigos y de su casa, pero, apenada como estaba, no pensó mucho en la manera diferente y extraña en la que volvería.
Al entrar en la ciudad de Londres, que era donde estaba el domicilio de la señora Williamson, el cochero, cuya estupidez era asombrosa, declaró, y lo hizo sin ningún tipo de vergüenza, ni tampoco compungido, que como no se le había informado, ignoraba totalmente a qué parte de la ciudad tenía que ir.
Charlotte, en cuya naturaleza, como hemos indicado anteriormente, existía un fuerte deseo de agradar a todo el mundo, con la mayor condescendencia y buen humor le informó de que tenía que ir a Portland Place, lo que hizo, como corresponde, y Charlotte pronto se encontró en los brazos de una cariñosa tía.
Apenas se sentaron como normalmente hacían, del modo más cariñoso, en una sola silla, cuando se abrió repentinamente la puerta y un caballero maduro con cara cetrina y un viejo abrigo rosa, en parte intencionadamente, en parte por debilidad, se encontró a los pies de la adorable Charlotte, declarando su afecto por ella, y suplicando su compasión del modo más conmovedor.
Al no ser capaz de hacer desdichado a nadie, accedió a ser su esposa, con lo cual el caballero salió de la habitación y todo quedó en silencio.
Sin embargo, el silencio duró poco tiempo, ya que, la puerta se abrió por segunda vez y, un joven y apuesto caballero con un abrigo nuevo azul entró y le suplicó a la adorable Charlotte permiso para presentarle sus respetos.
Había algo en la apariencia del segundo extraño que inclinó a Charlotte hacia él, al menos tanto como la aparición del primero: no podía explicarlo, pero así era.
Por tanto, habiéndole prometido, de acuerdo con eso y el carácter natural de su mente de hacer feliz a todos, convertirse en su esposa a la mañana siguiente, él se despidió y las dos damas se sentaron a cenar una tierna liebre, un collar de perdices, una correa de faisanes y una docena de pichones.

Capítulo cuatro

Hasta la semana siguiente Charlotte no recordó el doble compromiso que había adquirido; pero cuando lo hizo, la reflexión sobre su pasada insensatez operó con tanta fuerza en su mente, que decidió ser culpable de otra mayor, y con tal propósito se tiró a un profundo arroyo que transcurría a través de las agradables arboledas de su tía en Portland Place.
Flotó hasta Crankhumdunberry, donde la recogieron y la enterraron; el siguiente epitafio, compuesto por Frederic, Elfrida y Rebecca, fue colocado en su tumba: Epitafio Aquí yace nuestra amiga, quien prometió que con dos se casaría, su dulce cuerpo y su adorable cara tiró al arroyo que a través de Portland Place corría
Estos dulces versos, tan patéticos como hermosos, nunca fueron leídos por nadie que pasara por ahí sin un baño de lágrimas; si no te las provocan a ti, lector, tu alma debe de ser indigna de ellos.
Una vez efectuado el último y triste oficio a su difunta amiga, Frederic y Elfrida, junto con el capitán Roger y Rebecca regresaron a casa de la señora Fitzroy, a cuyos pies se tiraron todos a una y se dirigieron a ella del siguiente modo:
"Señora:
Cuando el dulce capitán Roger se dirigió por primera vez a la afable Rebecca, usted sola puso objeciones a su unión a causa de la tierna edad de las partes. Ese pretexto ya no sirve, habiendo expirado hace siete días, junto con la adorable Charlotte, desde que el capitán le habló por primera vez del asunto.
"Acceda pues, señora, a su unión y, como recompensa, esta olorosa botella que encierro en mi mano será suya, y suya para siempre; no lo diré dos veces. Pero si rechaza unir sus manos en un plazo de tres días, este puñal que encierro en mi mano izquierda será hincado en la sangre de su corazón".
"Hable pues, señora, y decida su suerte y la de ellos."
Esta gentil y dulce persuasión no pudo dejar de lograr el efecto deseado. La respuesta que recibieron fue ésta:
“Mis queridos y jóvenes amigos:
Los argumentos que habéis utilizado son muy
justos y demasiado elocuentes como para resistirse;
Rebecca, en un plazo de tres días te unirás al capitán.”
Este discurso, que no pudo ser más satisfactorio, fue recibido por todos con alegría; y, habiendo recobrado la paz todas las partes, el capitán Roger rogó a Rebecca que le honrase con una canción, conforme a cuya petición, y habiendo primero asegurado que tenía un terrible resfriado, cantó de este modo: Canción Cuando Corydon a la feria acudió le compró a Bess una cinta rosa con la que sus cabellos rodeó, lo cual le hizo estar muy orgullosa.

Capítulo cinco

Al cabo de tres días se produjo el enlace entre el capitán Roger y Rebecca, e inmediatamente después tuvo lugar la ceremonia en el carromato que iba a la casa del capitán en Buckinghamshire.
Los padres de Elfrida, aunque hubieran deseado realmente verla casada con Frederic antes de morir, sabiendo que su estado de ánimo no podría soportar ni el menor esfuerzo, y juzgando acertadamente que fijar el día de su boda sería uno muy grande, se abstuvieron de pincharla sobre el asunto.
Transcurrieron semanas y semanas sin que se avanzase nada; las ropas se pasaron de moda, y al final, el capitán Roger y su señora llegaron a visitar a su madre y a presentarle a ella a su hermosa hija de dieciocho años.
Elfrida, que había descubierto que su antigua amiga se estaba haciendo demasiado vieja y demasiado fea como para resultar aún agradable, se alegró de enterarse de la llegada de una chica tan guapa como Eleanor, con la que decidió cultivar la más estrecha amistad.
Pero pronto descubrió que la felicidad que había esperado del hecho de conocer a Eleanor no le llegaría, puesto que no sólo tuvo la mortificación de verse tratada por ella como poco menos que una anciana, sino que incluso tuvo el horror de percibir una creciente pasión en el pecho de Frederic por la hija de la amable Rebecca.
En el mismo instante en el que tuvo conocimiento de dicho afecto, voló hasta Frederic, de un modo verdaderamente heroico y le balbuceó su intención de casarse al día siguiente.
A alguien que estuviera en su aprieto y que poseyera menos valor que el que Frederic poseía, ese discurso le habría supuesto la muerte; pero él, que no estaba atemorizado en absoluto, respondió valientemente:
—¡Maldita sea, Elfrida! Puede que tú estés casada mañana, pero yo no lo estaré.
Esta respuesta la angustió mucho debido a su delicada constitución. Por ello se desmayó y tuvo una sucesión de desmayos tan seguidos, que apenas tenía tiempo suficiente para recuperarse de uno antes de caer en el siguiente.
Aunque ante cualquier peligro que amenazase a su vida y libertad Frederic era tan valiente como un león, en otros aspectos su corazón era tan suave como el algodón, y, al enterarse del peligro en el que se encontraba Elfrida, inmediatamente voló hasta ella y, encontrándola mejor de lo que le habían hecho esperar, se unió a ella para siempre.

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