El celador de Olot - Matías Crowder - E-Book

El celador de Olot E-Book

Matías Crowder

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En el 2010 toda España quedó conmocionada cuando se supo que los once ancianos fallecidos durante el último año y medio en el geriátrico La Caritat no habían muerto por enfermedad o causas naturales, como aparecía en sus certificados de defunción. Habían sido asesinados por Joan Vila, también conocido desde entonces como «el Ángel de la Muerte». El caso levantó de inmediato un revuelo mediático que puso en entredicho algunas de las prácticas del geriátrico, así como el proceder de los médicos a la hora de certificar la muerte de sus pacientes. Pero, sobre todo, planteó una pregunta: ¿por qué Joan Vila, un hombre aparentemente tranquilo, había cometido aquellos terribles crímenes? Matías Crowder logra con El celador de Olot poner rostro a todas las víctimas de Vila para que, de simples nombres en un formulario, pasen a convertirse en personas. Y consigue también dar respuesta a las muchas preguntas que, a lo largo de una década, se han formulado en torno a su figura: quién es Joan Vila, qué ocurrió para que un día comenzara a asesinar indiscriminadamente a ancianos y, en suma, qué se esconde en la mente del asesino más prolífico del siglo en nuestro país. 

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Matías Crowder (La Plata, 1973) ha combinado su carrera periodística con su producción literaria. Ha colaborado con medios gráficos de Sudamérica y Europa y ha sido galardonado con el premio Saramago de Literatura (2009, Madrid). En el 2010 publica la novela En el tren (Albores); en el 2013, La duna (La Discreta); y en el 2011, El cuerpo de las palabras (Biebel). En el 2014, en periodismo y no ficción, Frontera límite (Plataforma Editorial). En el 2018 publica su novela Los jueves de redención (La Discreta). Su obra ha sido traducida a varios idiomas. Hoy vive entre Catalunya y Suecia y es crítico literario y columnista de Diari de Girona.

 

 

En el 2010 toda España quedó conmocionada cuando se supo que los once ancianos fallecidos durante el último año y medio en el geriátrico La Caritat no habían muerto por enfermedad o causas naturales, como aparecía en sus certificados de defunción. Habían sido asesinados por Joan Vila, también conocido desde entonces como «el Ángel de la Muerte».

El caso levantó de inmediato un revuelo mediático que puso en entredicho algunas de las prácticas del geriátrico, así como el proceder de los médicos a la hora de certificar la muerte de sus pacientes. Pero, sobre todo, planteó una pregunta: ¿por qué Joan Vila, un hombre aparentemente tranquilo, había cometido aquellos terribles crímenes?

Matías Crowder logra con El celador de Olot poner rostro a todas las víctimas de Vila para que, de simples nombres en un formulario, pasen a convertirse en personas. Y consigue también dar respuesta a las muchas preguntas que, a lo largo de una década, se han formulado en torno a su figura: quién es Joan Vila, qué ocurrió para que un día comenzara a asesinar indiscriminadamente a ancianos y, en suma, qué se esconde en la mente del asesino más prolífico del siglo en nuestro país.

 

Primera edición: mayo del 2022

Para Josep Forment, siempre con nosotros

© Matías Crowder, 2022

Autor representado por Silvia Bastos S.L. Agencia literaria

© de la presente edición, 2022, Editorial Alrevés, S.L.

Directora de la colección: Marta Robles

Diseño de la colección: Ernest Mateu

Editorial Alrevés, S.L.

Carrer de València, 241 4rt - 08007 Barcelona

www.alreveseditorial.com

ISBN: 978-84-18584-77-0

Producción del ePub: booqlab

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización por escrito de los titulares del «Copyright», la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro, comprendiendo la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo públicos. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

 

 

 

A Martina y a Teo

−  .  −

 

 

 

El demonio del mal es uno de los instintos primerosdel corazón humano.

EDGAR ALLAN POE

Para hacer mal, cualquiera es poderoso.

FRAY LUIS DE LEÓN

−  .  −

− Índice −

Prólogo

Nota del autor

 

1. Un bosque a oscuras

2. La marieta

3. La mano que empuja la silla

4. Cordero atado

5. Un correfoc en la cabeza

6. El presente

7. El azul sombrío de sus uñas

8. El regreso

9. El despertar

10. La máquina de matar

11. El triunfo de la muerte

12. Una máscara oscura

13. No hay baile que la detenga

14. Todo se acelera

15. Tras la huella del asesino

16. El juicio

17. Yo, Matías Crowder

 

Orden cronológico de los asesinatos

Fuentes

Agradecimientos

Aclaración

− Prólogo −

EL PODER DE LA MUERTE

El caso del celador de Olot es uno de los más aterradores y delirantes de nuestra crónica negra. La historia increíble de un tipo repleto de heridas de infancia (como tantos otros) causadas fundamentalmente por no lograr la pertenencia protectora de ningún grupo. Saberse ajeno a todo, desde niño, por sentirse una mujer en el cuerpo de un hombre y ser rechazado por todos, contribuye a que se convierta en una persona solitaria e incapaz de relacionarse con normalidad. Tampoco ayuda la falta de afectos en su propia casa. El episodio que le marca de manera definitiva es la muerte de su tía, enferma y mayor. O, mejor dicho, el poder de la muerte, que observa de cerca con ojos asombrados y que tiempo después se jactará de poder manejar a su antojo con los más débiles: los ancianos de una residencia, donde su personalidad, llena de manías de orden, de la necesidad permanente de compras compulsivas de bolsos u otros objetos que le fascinan, del consumo de alcohol en soledad como elemento liberador, de devorarse las uñas hasta hacerlas sangrar por pura ansiedad, mientras se las pinta con esmero a las ancianas, queda oculta tras la imagen impoluta de un celador compasivo y cariñoso. Un profesional en el que confían sus compañeros y los familiares de sus víctimas. Joan Vila, antes de convertirse en un asesino en serie, pasa por muchos divanes psiquiátricos, pero, aunque hable de «voces» cuando confiesa sus crímenes, los jueces están seguros de que no está loco cuando mata a once ancianos con cócteles barbitúricos, productos cáusticos e insulina, provocándoles unas angustiosas y dolorosísimas agonías. No es un psicópata, ni sufre ninguna enfermedad mental. Distingue a la perfección entre el bien y el mal. Solo que le resulta muy placentero asesinar. No quiere «ayudar a morir a sus víctimas», como alega durante el juicio. Le gusta matarlas. Incluso verlas muertas. Comprobar el efecto que el poder de su maldad ha causado en sus cuerpos sin vida… El relato de Matías Crowder es estremecedor. Por eso ha llegado hasta esta colección. Es la primera vez que, desde Sinficción, no estamos en el proceso de la creación de un relato desde el principio. La primera que aceptamos un caso que ha sido desarrollado previamente para otra editorial. Incluso la primera que uno de nuestros libros de true crime, siempre sin una coma de ficción, incorpora elementos imaginados por el autor, a través de su propia inmersión en el pensamiento del asesino. No ha sido él quien le ha contado lo que pasaba por su cuerpo o su cerebro cuando mataba, porque no ha querido recibir jamás a quien llama de manera despectiva «periodisticucho». Pero él, Matías Crowder, autor de este libro, ha indagado tanto en lo que pasó, en el perfil del asesino y en los más de diez mil folios de la causa, que casi sabe más de Joan Vila que él mismo. La sensación de luz y sombra de historia inexplicable que nos traslada el autor, que además nos expone en su nota previa que cree que las consideraciones sobre un criminal nunca son definitivas, tiene mucho que ver con lo que nos provoca la lectura de su libro. Y también con ese mal innegable que es parte del ser humano y con nuestros deseos de entenderlo y de buscarle justificación. En esta ocasión, sin embargo, acercarnos a la verdad no calmará nuestras ansias de comprensión. Tampoco nos dejará tranquilos…

MARTA ROBLES

−  .  −

− Nota del autor −

El presente libro tiene como base el estudio de los más de diez mil folios de la causa criminal titulada por la prensa como «el celador de Olot». Estos recogen cientos de testimonios, datos, fotos, vídeos, informes forenses psiquiátricos y declaraciones del mismo Joan Vila Dilmé sobre los once homicidios cometidos en el geriátrico catalán La Caritat durante los años 2009 y 2010. Hechos que, en su conjunto, lo convierten en el asesino en serie español más prolífico del siglo.

Inserto en la literatura de no ficción, El celador de Olot intenta penetrar en la mente del asesino en base a sus propias declaraciones frente a psiquiatras y psicólogos, pese a la dificultad de hallar en un individuo como Vila cualquier modelo de conducta o simetría. Rastrear su trayectoria criminal es como seguir una línea de puntos que a veces se estrechan y otras se alejan los unos de los otros, hasta confundir el recorrido. Para completar estos vacíos, y unirlos en un solo trazo, he recurrido a mi propia intuición, con la idea de apartarme lo menos posible de lo sucedido, hechos que superan con creces la ficción.

Empecé este libro hace ya diez años y muchas veces tengo la sensación de que cada vez que quiero aclarar algo todo se oscurece. Tardé en entenderlo: esta es una de las propiedades de la historia: teñirlo todo de negro. En mi mente, el perfil de Vila ha cambiado con los años y, supongo, volverá a hacerlo, no creo que un perfil de un asesino sea algo definitivo. Sí que creo que podemos acercarnos a la verdad de lo sucedido, finalidad última de este libro.

MATÍAS CROWDER

−  .  −

— 1 —

UN BOSQUE A OSCURAS

Noviembre del 2010. Centro Penitenciario de Brians, Baix Llobregat, Barcelona, Cataluña. La cárcel donde ha pasado los últimos días encerrado Joan Vila es un sitio gris, uniforme; sobre sus pasillos enlozados, el reflejo de su rostro le perturba. No quiere volver a verse, no quiere saber más nada de él mismo. Cada pared parece pesar sobre su espalda, hasta asfixiarlo. Desde sus ventanas abarrotadas puede ver los corredores enrejados, coronados por alambres de púas, los mismos que rodean el exterior de las vidas de más de tres mil reclusos. Fuera de la cárcel la vida continúa. Pero eso es algo que ya no le preocupa.

La continuidad de pasillos, rejas y enlozados parece imitar la «funcionalidad» de un geriátrico, piensa Joan Vila Dilmé, «el celador de Olot», recluido en aquel cuarto donde le hacen las pruebas psiquiátricas. «El monstruo de la Garrotxa», «el maquillador de cadáveres», entre los motes con que lo ha bautizado la prensa, escucha cabizbajo la monótona voz de los médicos. Ha superado sesiones de más de ocho horas con un mismo psiquiatra, hasta llegar a acostumbrarse a aquel peloteo de preguntas y respuestas.

Los psiquiatras quieren llegar al fondo de su ser, pese a lo abismal que este sea. Están ante el mayor asesino en serie del último siglo de la historia negra española.

El médico forense Ángel F. pronuncia una palabra. Vila debe contestar lo primero que le cruza la cabeza. La doctora Itziar I., a un lado, apunta todo lo que el recluso dice. Vila sabe que lo están grabando.

—Compasión.

—Sentir pena, necesidad de ayudar a una persona porque ves que necesita de ti.

—Remordimiento.

—Haber hecho una cosa mal y sentirte mal, culpable por haberlo hecho.

—Perdido en el bosque.

Vila recuerda por un segundo cuando, allá en Castellfollit, se perdía en el bosque aledaño al río Fluvià. Ausente de todos. Recuerda esos veranos tórridos, cuando el pueblo se vaciaba y él era un niño que pasaba el tiempo en un pueblo vacío.

—Buscar un punto de referencia. Orientarse por el sol.

El sol. Vila piensa en el sol como si sintiera que este jamás hubiera brillado sobre su cabeza.

Todo ha sido un camino de desesperanza en un bosque a oscuras, sin la más mínima orientación. Todo menos ella, la muerte, el único faro de su vida.

Quisiera explicar que cuando hacía lo que hacía ocurría algo similar a los dibujos animados, cuando una persona sale de otra. Que era como si se viera a sí mismo en una película. Como siempre, siente que nadie lo escucha. Que su voz se pierde debajo de la de los demás.

−  .  −

— 2 —

LA MARIETA

Castellfollit de la Roca, 1979. El niño Joan Vila camina solitario por las orillas aradas y cultivadas del río. Aún perdura el olor de los abonos, más matizado ahora, pasadas dos semanas de la siega. El Fluvià parece exhalar cierto halo de frialdad propia del mármol. Los niños se bañan en su lecho, allí donde han formado aquel piletón que apacigua la corriente con varios bloques de hormigón. Joan Vila observa cómo saltan desde las piedras en clavado. Le gustaría jugar con ellos, pero no se siente capaz de acercarse hasta donde estos se encuentran.

—Aquí va el marieta aquest! —escucha decir.

Observa el pueblo, allá arriba, asentado sobre un riscal basáltico de cincuenta metros de altura, no más de un kilómetro de largo de antiguas casas de pagès; construido sobre aquella muralla de piedra en desafío a quien quisiera acceder hasta él y tomarlo, eso era lo que decían. Enclavado en un mirador natural, Castellfollit de la Roca es una de las poblaciones más pequeñas de toda la Garrotxa. Sus vistas son las montañas, el inicio de los Pirineos, cubiertas en aquella época del año por el verdor exuberante de su follaje y la calima.

El perfil de la iglesia y de las casas que cuelgan sobre la pared basáltica parece oculto a los viajeros que pasan por la ruta más cercana, la Nacional 260, camino a Olot. El pueblo yace escondido entre las montañas. El niño Joan Vila Dilmé vive escondido en un pueblo escondido.

Joan observa la roca. Realmente es un follit, cuyas formaciones de basalto parecen hojas alargadas; de aquí, según su madre, el nombre que, traducido al castellano, es «castillo del follaje». Otra versión asegura que el nombre proviene de un antiguo castillo de la zona llamado Kastro Fullit.

Al subir por la ladera, comienza a transpirar. Hace calor. Ese calor que al mediodía es como vivir inmerso en una gelatina caliente. Pronto tiene toda la espalda mojada.

Casi no se ve un alma en la calle, no pasan coches, el tiempo parece haberse detenido. Su padre trabaja en una fábrica procesadora de embutidos y su madre en una fábrica textil. Durante los últimos años, muchos han emigrado hacia las grandes ciudades, atraídos por el acceso a las universidades y las grandes novedades, aunque en Castellfollit de la Roca haya pleno empleo. Con la desubicación de las industrias textil y porcina, y el cambio generacional de las empresas «de siempre», parte de la producción se ha marchado a los polígonos industriales de las ciudades cercanas, a Barcelona o Girona. Pero en toda la Garrotxa sigue haciendo falta mano de obra.

Mientras asciende, escucha el murmullo del río, debajo. Se para tan solo un segundo frente al Pont Trencat, erguido a un lado de la carretera. Joan ha escuchado decir a sus padres que el puente tiene una larga historia de desgracias. El puente data de 1908, pero poco después de su construcción se vio que algunos estribos se afianzaban sobre terrenos movedizos, lo que provocaba la aparición de grietas y fue necesario rehacerlo. Al final de la Guerra Civil, los republicanos en retirada lo volaron para impedir el paso a los nacionales. En 1940 hacía pocos meses que se había podido volver a utilizar cuando un aguacero provocó la desaparición de dos arcos. Este fue el infortunio definitivo: no se volvió a reconstruir más, sino que se optó por hacer otro puente, el actual.

El casco antiguo de Castellfollit de la Roca, medieval, anclado en el pasado, se halla formado por plazas y calles serpenteantes y umbrías. Las casas han sido construidas sobre la piedra volcánica, una piedra negra, sin reflejo, que parece perpetuar las sombras. Las calles son tan estrechas que Vila cree que, de extender los brazos, podría tocar ambas paredes con las manos. Los colores no varían demasiado del siena al ocre y el marfil. Escucha a lo lejos aquella canción, la misma que se escucha en toda España. Es Betty Missiego, que ha quedado segunda en Eurovisión con «Su canción».

No quieres incluir tu voz cansada.

Ya verás qué fácil es cantar

si tienes bien alegre el corazón.

Hasta aquel pueblo han llegado los carteles que están por toda Cataluña. Lee uno de ellos:

Una encaixada cordial que adreça Catalunya als pobles d’España: AIXÒ ÉS EL NOSTRE ESTATUT, VOTEU-LO!

En el extremo del muro basáltico, donde se encontraba el antiguo cementerio del pueblo hasta los años sesenta, y donde ahora hay una plaza y un mirador, Vila observa la panorámica. El sol ha comenzado a descender y la sombra, como si la desprendiera el mismo pueblo, comienza a escalar la ladera este de las montañas.

En la torre de la iglesia de Sant Salvador ondea una senyera vieja, hecha añicos. Su piedra renegrida, su campanario de planta cuadrada, coronado por una cúpula adornada de pequeñas pilastras, sostiene un cielo azul incandescente.

Durante todo el trayecto desde el bosque, ha sentido que alguien o algo lo seguía. Ha mirado hacia atrás en varias ocasiones sin ver a nadie. Podría jurar que ha percibido su presencia, como si lo hubiera sentido en cada milímetro de su piel.

—Eh, Joan, vine a jugar amb nosaltres!

Tres niñas juegan al elástico. Las tres llevan vestidos largos y chanclas. Él, que se sabe todos los saltos, juega con ellas. Ellas no lo critican ni le dicen marieta, odia aquel término. Aunque él no es como ellas; su vida no será igual, y lo sabe.

Tampoco es igual a sus compañeros de clase. Mejor hacer campana. Joan Vila es un repetidor, ha repetido para la fecha ya dos veces y el resto de los niños comienzan a parecer demasiado pequeños a su lado, hasta ser el último de la fila. Vila es corpulento, macizo. Tiene los labios finos, el mentón algo salido, los ojos claros, el pelo rubio que con el tiempo tomará un tono cobrizo.

—I ara on vas? —pregunta una de las niñas.

—Haig de tornar a casa.

Prefiere pasar el día en casa, donde nadie lo ve. O a lo sumo acercarse hasta el bosque, aquella inmensidad arbolada que por momentos le oculta el sol, y sin el cual pierde toda orientación, como si caminara a oscuras por un sombrío laberinto, presagio de su destino.

Solo cuando llega a casa se siente al fin a salvo. La madre levanta levemente el mentón al verlo pasar, mientras que su padre lo ignora. Le gustaría que lo abrazasen o besasen, pero aquello, las muestras de cariño, están fuera de la parquedad que reina en la familia.