El cielo de Bangkok - Adriana Andivia - E-Book

El cielo de Bangkok E-Book

Adriana Andivia

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Beschreibung

Margot había crecido vagando de internado en internado y se había convertido en una joven rebelde y acostumbrada a salirse siempre con la suya. Cuando a los veintiún años la expulsaron de la universidad, su padre decidió llevarla con él a Bangkok con la esperanza de obligarla a madurar. Sin embargo, las cosas empeorarían porque allí Margot conoce a Ari, un misterioso y atractivo hombre acostumbrado a moverse en los bajos fondos. Para Ari, esa muchacha desinhibida es un soplo de aire fresco en su vida, y aunque no se atreve a confesarle quién es él en realidad y sabe que su relación no tiene futuro, tampoco se siente capaz de dejarla ir. Es un libro con una historia que entretiene, que engancha, con un personaje masculino que a mí me ha gustado mucho por la dulzura que desprende en muchas ocasiones y por la lucha constante que mantiene consigo mismo, sus sentimientos y todo lo que le rodea. Margot me ha costado un poco más, al principio no me caía demasiado bien por inmadura, pero poco a poco me fue conquistando. Otro personaje básico en la obra es la pareja del padre, un contrapunto perfecto a la protagonista con su gran dulzura y templanza. Me lo he leído con gran interés deseando saber que ocurría con esta pareja, si se desharían de 'los malos', si conseguirían huir. Me parece que todo está bien reflejado y cumple perfectamente su función de entretener con un ritmo agradable y una prosa muy agradable. El Rincón de la Novela Romántica La novela me gustó, me mantuvo prendida a la trama, esperando a saber qué pasaría a continuación, sorprendiéndome en varios momentos con situaciones que no imaginaba en absoluto. Les recomiendo el libro, es una novela que los mantendrá en tensión, los hará reírse, llorar y enternecerse, ¡¡¡estoy segura que pasarán un rato muy agradable al leerlo!!! Muero por los libros La recomiendo al 100 %. Si lo que buscan es acción, romance, venganzas, engaños... y esperanzas, ¡esta es vuestra historia! El club de las escritoras Una novela de prosa ágil, que entretiene y te mantiene en tensión pensando qué sucederá entre ellos dos. El coleccionista de relatos Es una novela que no podéis dejar de leer. Total y absolutamente recomendada, con sus dosis de acción, sus dosis de ternura, e incluso sus dosis de humor en su justa medida y condimento, hacen de ella una novela increíble, tierna, apasionada, vibrante e increíblemente cercana pese a que acontece en un país con gentes de una cultura y tradición muy distantes respeto a nuestra propia cultura. Mi lugar - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

www.harlequinibericaebooks.com

© 2013 Adriana María Andivia. Todos los derechos reservados.

EL CIELO DE BANGKOK, N.º 5 - 14.3.13

Publicada originalmente por Harlequin Ibérica, S.A.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

HQÑ y logotipo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

I.S.B.N.: 978-84-687-3136-0

Editor responsable: Luis Pugni

Imágenes de cubierta:

Pareja: YURI ARCURS/DREAMSTIME.COM

Bangkok: POTOWIZARD/DREAMSTIME.COM

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

El amor es igual que un faro inamovible,

que ve las tempestades y no es zarandeado.

Es la estrella que guía la nave a la deriva,

de un valor ignorado, aun sabiendo su altura.

WILLIAM SHAKESPEARE

Soneto 116

Primera parte

Capítulo 1

No le costó encontrar al carcelero que su padre había enviado para escoltarla, o mejor dicho, vigilarla. El enorme cartel blanco en el que se leía Magdalena Alker, impreso en letras que hubiera podido ver desde la ventanilla del avión, se elevaba sobre las cabezas de la muchedumbre congregada en la puerta de llegada del Aeropuerto Internacional de Bangkok.

Se quitó las gafas de sol, que se colocó como diadema sobre su rubia cabeza, y arrastrando cansinamente la única maleta que había llevado con ella en aquel viaje de castigo se dirigió hasta donde se exhibía su nombre, como si fuese el de una feliz turista. Se sorprendió al descubrir a la dueña de las manos que mantenían la cartulina en alto. Había esperado encontrar a un hombretón exageradamente grueso, de dos metros de estatura, cabeza rapada y una argolla dorada prendida de la nariz. La imagen del típico matón de las películas. Un tipo de aspecto peligroso era lo mejor para mantener a raya a una joven rebelde. Y eso, estaba segura, era precisamente lo que Salvador Alker pretendía hacer. Especialmente después de que la hubieran expulsado de la universidad. Pero, en lugar del espécimen compuesto por su imaginación, se vio frente a una mujer joven, de no más de treinta y cinco años, guapa y de figura delicada.

—¿Magdalena? ¿Eres Magdalena? —le preguntó la desconocida al verla acercarse, con una enorme sonrisa y en un perfecto español.

—Margot —la corrigió, impulsada por la fuerza de la costumbre, como hacía siempre que alguien la llamaba por aquel nombre que no sentía suyo.

—Eres exactamente igual a como te describió tu padre —dijo la mujer, obviando la expresión de fastidio que ella no se molestaba en disimular. La tomó de los hombros y le dio dos besos en una exagerada imitación de las costumbres occidentales—. Yo soy Taïsa, la secretaria del señor Alker.

Margot la miró de arriba abajo, examinándola. Tras la amplía blusa de seda, estampada con toda la gama de rosas que uno pudiera imaginarse, se intuía una figura tan bonita como su cara. Se preguntó qué clase de trabajo era el que hacía en realidad para su padre.

—La secretaria del secretario —dijo, sin dejar de inspeccionarla.

El señor Alker, como Taïsa lo había llamado, era el secretario del embajador de España en Bangkok. Lo que significaba que gran parte de la responsabilidad de mantener el equilibrio en las relaciones de ambos países recaía sobre sus hombros.

—Así es —respondió la empleada, echándose a reír ante lo que consideró una ocurrente broma.

Después hizo un gesto con la mano a un hombre joven con un ridículo uniforme, que las miraba atentamente desde la distancia, para que se acercase.

—¿Dónde está el resto de tu equipaje? —preguntó.

—Esto es todo —contestó Margot, mirando su maleta plateada.

—¿Solo una maleta? —Parecía bastante extrañada.

—Me gusta viajar ligera de equipaje.

Taïsa volvió a reír, pasando por alto la ironía con que su interlocutora había pronunciado la palabra «viajar».

—Mucho mejor así —concedió—. Siempre puedes comprar aquí cualquier cosa que necesites.

Indicó al muchacho que se hiciese cargo de la maleta y, echándole un brazo sobre los hombros, con total confianza, la hizo girarse suavemente y comenzó a andar con ella en dirección a la salida. Hablaba sin parar de lo mucho que le gustaría la ciudad, de lo animada que era, de lo contento que se pondría su padre al verla... de todo y de nada. Cualquier banalidad parecía servirle con tal de llenar el silencio. Pero Margot no la escuchaba, para ella no era más que una lejana voz que la acompañaba en su camino a la prisión. Porque eso era ella: una presa. Lo había sido siempre. Con mucho más motivo después de lo ocurrido en Londres.

Se detuvieron frente a un ostentoso BMW blanco en cuyo maletero el chico, que se movía como una sombra tras ellas, silencioso y casi invisible, introdujo el equipaje. Después abrió una de las puertas traseras del vehículo, manteniéndola así, sin mover ni un solo músculo de su cuerpo, hasta que las dos mujeres estuvieron dentro. Margot lo miró, admirada ante semejante ejemplo de disciplina, mientras él se sentaba al volante y ponía en marcha el coche. Cualquiera diría que era un soldado en plena instrucción en vez de un chófer.

—Ya lo verás —dijo Taïsa, tomando una de las manos de la chica entre las suyas—, te va a encantar el Sukhumvit.

—¿Sunjun... qué?

La secretaria rio otra vez. Daba la impresión de que se lo estaba pasando en grande con ella.

—Suk-hum-vit —volvió a repetir, pronunciando cada sílaba con lentitud para que la entendiese—. Es el corazón de Bangkok. La zona más moderna de la ciudad.

«Seguro que sí», pensó Margot con desgana, al tiempo que hacía un intento de sonrisa mientras retiraba suavemente la mano que ella le tenía cogida.

Los bloques de pisos de gran altura, elSky Trainy el atasco anunciaron su llegada a aquel barrio de lujo del que Taïsa le había estado hablando durante todo el trayecto como si se tratase de una de las maravillas del mundo. Y, ciertamente, era impresionante pero, ¿qué más daba? ¿Qué puede importarle a un pájaro lo hermoso que sea el bosque que le rodea si está condenado a vivir en una jaula?

—Viendo esto cualquiera diría que antes de la Segunda Guerra Mundial aquí no había más que campos de arroz, ¿eh? —dijo la guapa tailandesa con orgullo.

El BMW logró hacerse paso a duras penas entre la marabunta de coches hasta que se metió en el aparcamiento de uno de los edificios y descendió varios niveles bajo tierra. Niveles que Margot recuperaría con creces luego, en el ascensor que la subió en tiempo récord hasta la planta en la que se encontraba el apartamento de su padre.

Taïsa le sonrió, intentando infundirle fuerzas para el momento al que estaba a punto de enfrentarse, mientras apretaba el timbre. Pudo ver en el fondo de los ojos oscuros de su acompañante que esta sabía que aquello no era una simple visita de una hija a su padre, que había algo más detrás. Se preguntó cuánto conocía de su vida y su pasado esa desconocida, y si podía confiar en ella o, por el contrario, era mejor mantener una prudente distancia a pesar de los intentos que estaba haciendo por convertirse en su amiga.

La asistenta, una mujer joven y malcarada, apareció en la puerta y las condujo hasta el salón, donde les dijo algo que debía significar que esperasen allí, a juzgar por las indicaciones que Taïsa le dio cuando esta hubo desaparecido con la misma presteza con que abrió la puerta. Tras tres minutos interminables, los más largos de toda su vida, Margot oyó los pasos de Salvador aproximándose por el pasillo. Inconfundibles, pesados, severos. Lanzó una fugaz mirada a su compañera de viaje, que parecía empeñada en la misión de tranquilizarla, y rebuscó en el interior del bolsillo trasero de los desgastados vaqueros que llevaba. Una prenda que ella misma había convertido en unos cortísimos shorts, que dejaban al descubierto prácticamente la totalidad de sus piernas, con la ayuda de una vieja tijera de pelar pescado. No tardó mucho en encontrar lo que estaba buscando.

Sacó el cigarrillo que un muchacho le había ofrecido en el aeropuerto de Heathrow, justo antes de tomar el avión. No se le pasaron por alto las intenciones que el individuo llevaba con ella, y el interés no era recíproco. Ni siquiera fumaba. Aun así, le aceptó el presente antes de darle cortésmente calabazas; le iría de maravilla para la puesta en escena que estaba a punto de llevar a cabo.

Tuvo el tiempo justo de sacar el mechero del bolso y encender el pitillo antes de que su padre llegase al salón, donde ella lo esperaba siguiendo las indicaciones de la criada. Lo sostuvo con gracia y descaro entre los dedos índice y corazón de la mano derecha, como una consumada fumadora, como toda una femme fatale. Siempre había sido una excelente actriz. No había hecho otra cosa en toda su vida más que eso: actuar. Actuar y ocultar a todo el mundo quien era ella en realidad.

Los ojos de Salvador se abrieron de par en par al ver a su hija allí, con las piernas al aire y un cigarro en la mano. Si había tenido alguna intención de hacer las cosas por la vía pacífica esta se esfumó por completo en ese preciso momento. Se acercó a Margot en tres zancadas y, sin mediar palabra, le propinó una bofetada que le hizo girar la cabeza a un lado, echándole la melena sobre los ojos.

—Hola, papá —lo saludó, una vez hubo recuperado su desafiante postura, tirando el cigarrillo al suelo y pisándolo para apagarlo.

El hombre comenzó un acalorado discurso en inglés, del que ella entendió cada palabra y cada reproche. Pero, en cuanto tuvo su turno de réplica, se limitó a responderle:

—Lo siento, papá. Si querías que aprendiese inglés hubieras hecho mejor en enviarme a Gibraltar. Hubiese sido mucho más barato, e igual de poco productivo.

Salvador volvió a levantar la mano, exhibiendo su enorme palma, dispuesto a estamparla de nuevo en la blanca mejilla de su hija. Pero Taïsa acudió al rescate, interponiéndose entre los dos con expresión y palabras dulces.

—Ha sido un viaje muy largo. Debe estar agotada. Déjala que vaya a su habitación y descanse —medió, y Margot tuvo la completa seguridad de que la relación que mantenía con su padre no era, exactamente, la de una secretaria con su jefe.

Él asintió, con un movimiento rígido y breve, al tiempo que expulsaba el aire por la nariz como un dragón. Margot incluso creyó ver dos nubecillas de humo blanco salir de sus fosas nasales mientras se dejaba arrastra por Taïsa, lejos de su padre.

La relación de Salvador Alker con su única hija siempre había sido, cuando menos, complicada. Desde aquella lejana época en que reprendía a una preciosa niña rubia por saltar en el sofá, hasta el bofetón que le había propinado en el salón de su apartamento hacía tres días, todo parecía ser un cúmulo de desencuentros entre ellos.

Quizás fuese culpa suya. Era consciente de que el papel de padre y madre que había recaído sobre sus hombros se le quedó grande desde el primer momento. Pero lo había hecho lo mejor que había podido. Margot tenía solo cinco años cuando su madre murió. Ahora estaba seguro de que hubiese sido mejor mantener a la niña a su lado. Pero en vez de eso se empeñó en alejarla, recluyéndola en caros internados con el convencimiento de que era más beneficioso para ella convivir con chiquillas de su edad que con un hombre triste que se refugiaba en el trabajo para huir de la realidad. Aunque ese hombre fuese su padre.

Suspiró con cansancio, soltando la pluma estilográfica y dejándola rodar por el escritorio de caoba de su despacho en la embajada. Al otro lado de la línea telefónica la voz de Taïsa sonaba suave y dulce, reconfortándolo como siempre.

—¿Estás segura de que todo va bien? —preguntó aprovechando uno de sus silencios, no muy convencido de que la noche estuviese transcurriendo con total tranquilidad a pesar de que ella se lo reiterase una y otra vez.

—Perfectamente —volvió a repetirle, sin perder la paciencia, dejando intuir en el tono de su voz la sonrisa que acababa de dibujarse en sus labios.

—¿Dónde está ahora?

Taïsa, sentada en el brazo de uno de los sillones blancos que adornaban el salón del apartamento de él se volvió ligeramente, echando una breve ojeada por el pasillo para asegurarse de que todo seguía exactamente igual a como lo estaba antes de que comenzase aquella conversación telefónica.

—En su habitación —dijo al fin, sabiendo perfectamente a quién se refería Salvador.

—¡Cómo no!

—Sé paciente con ella. Aún tiene que adaptarse.

—¿Y piensa hacerlo encerrada entre esas cuatro paredes? —inquirió él con un deje de humor negro en la voz—. Tiene veintiún años, se supone que ya debería haber pasado la etapa de la rebeldía. Pero, en vez de eso, cada vez está peor. Todas sus amistades son una panda de vagos e inútiles, la mitad de las noches no duerme en la residencia de estudiantes, no estudia y, para colmo, ahora la expulsan de la universidad por plagiar un artículo... ¿Qué voy a hacer con ella?

Se presionó con los dedos pulgar e índice el puente de la aristocrática nariz.

—Tranquilo, todo va a ir bien. —Volvió a sentir aquella sonrisa que tan bien conocía acariciándolo a través del auricular.

También él sonrió.

—¿Vas a llegar muy tarde? —preguntó ella.

—Sí —contestó Salvador, resignado—. Tengo mucho...

—Mucho trabajo —concluyó Taïsa, que había perdido la cuenta de todas las veces que había oído aquella frase en sus labios.

—¿Qué haría yo sin ti? —murmuró él, llevando la conversación a un tono mucho más íntimo.

Ella se relajó, recostándose contra el respaldo del sillón, mientras abría la boca para darle una réplica a la altura del tono zalamero que el hombre acaba de usar.

No tuvo tiempo.

Margot apareció de pronto. Vestía una falda blanca de tubo que le llegaba por debajo de la rodilla, una fina camisa negra de gruesos tirantes y gran escote, y altos tacones del mismo color. Bastaba una fugaz mirada, como la que Taïsa tuvo tiempo de lanzarle justo antes de que atravesase el salón con pasos decididos, para darse cuenta de que esa no era la indumentaria que utilizaría en una cena informal en su casa.

—Luego te llamo —se apresuró a decir antes de colgar el auricular.

Las sorprendidas palabras de Salvador quedaron ahogadas por el sonido del teléfono al chocar contra su base.

—Buenas noches, Taïsa —dijo la muchacha, deteniéndose y girándose para mirarla a la cara—. ¿Qué tal le va a mi padre? ¿Te ha pedido que tengas listos muchos informes?

La mujer se ruborizó, captando el significado oculto del comentario, lo que le dio un aspecto aún más encantador.

—¿Vas a salir? —preguntó aún con las mejillas encendidas.

Margot se echó una ojeada a sí misma y, después, se encogió de hombros.

—No me vestiría así solo para cenar contigo.

—Eso suponía, pero creo que será mejor que esperes a tu padre. Hoy no va a poder ser, tiene mucho trabajo, pero seguro...

—Seguro que cuando tenga un rato libre me sacará a pasear, ¿no? —Levantó una ceja con aire desafiante—. No soy una niña, Taïsa, no necesito que me lleve de la mano. Y, aunque fuera así, las dos sabemos que él no lo haría. No lo ha hecho nunca y menos ahora. Estoy aquí castigada, para que pueda vigilarme.

—No seas injusta, sabes que no es así.

La chica le dirigió una elocuente mirada antes de reemprender su camino hacia la puerta.

—Espera. ¡Margot, espera! —Se apresuró a seguir sus pasos.

La aludida se detuvo con la mano sobre el pomo del portón.

—No creo que sea una buena idea que una muchacha como tú ande sola por esta ciudad, y menos de noche. Además, ni siquiera hablas el idioma.

—Tranquila, soy una chica mala. ¿Recuerdas? Sé defenderme de los de mi misma calaña. —Abrió la puerta y salió al exterior.

Taïsa se apresuró a buscar su bolso y seguirla, sin prestar atención a la cara de asombro, ni a las preguntas sobre si debía servir ya la cena que la desconcertada asistenta le hacía.

Capítulo 2

—¡Margot! —La alcanzó en la calle—. El chófer ya se ha ido a casa ¿Por qué no lo dejas para mañana? Te prometo que si tu padre no puede, yo misma te acompañaré a donde quieras ir.

Al oírla hablar sintió una punzada de remordimiento. La verdad era que le costaba mantener aquella actitud fría y antipática con alguien que siempre la trataba con tanta dulzura.

«Daños colaterales», pensó, apartando la vista de aquel rostro levemente bronceado que la miraba con ojos suplicantes.

Jamás había sentido que su padre actuase con ella como tal, y ahora era demasiado tarde para que pretendiese desempeñar ese papel. Estaba dispuesta a demostrarle que era libre. Costase lo que costase y cayese quien cayese.

—¿Acaso en Tailandia no tenéis taxis? —preguntó sarcásticamente.

—Pues claro que sí, ¿pero qué necesidad...?

No la dejó terminar la frase. Echó a andar por esa acera del Sukhumvit, frente al bloque de pisos en el que se encontraba el apartamento que consideraba su prisión. Taïsa la siguió unos pasos por detrás. Como siempre, hablaba sin parar. Trataba de convencerla de que diese media vuelta y regresase a casa, pero Margot la ignoró por completo. Siguió adelante, mirando la carretera, buscando un taxi. No tardó en encontrar uno.

Levantó la mano derecha y el vehículo verde y amarillo se detuvo junto a ella. Sin dudarlo abrió una de las puertas traseras, con un decidido tirón. La secretaria la agarró del brazo deteniéndola antes de que pudiese meterse dentro.

—Si no regresas ahora mismo tu padre se va a enfadar —le advirtió.

—Mi padre ya está enfadado. —Se zafó de ella—. No tengo nada que perder.

Entró y se sentó, acomodándose la falda.

Desde el vano dejado por la puerta abierta, Taïsa la miraba con la preocupación desbordándole los ojos.

—¿Vas a venir o te quedas? —le espetó, sin poder evitarlo, maldiciéndose a sí misma por aquella debilidad.

La mujer no se hizo rogar y se introdujo en el vehículo, tomando asiento a su lado.

—Necesito alguien que me traduzca —se justificó.

El taxista se volvió a medias en su asiento, sonriendo de ese modo estúpido en que suelen hacerlo los hombres cuando se encuentran ante una cara bonita. Lanzó una breve ojeada a las dos y luego preguntó algo, en un idioma que a Margot le pareció ininteligible.

—Quiere saber adónde vamos —tradujo su improvisada intérprete, sin abandonar su aprensiva actitud.

—A algún lugar divertido. Un club nocturno.

—Esto no es una buena idea. Aún estamos a tiempo de regresar.

—Solo quiero ir a una discoteca. Bailar un poco, pasarlo bien.

—¿Una discoteca?

—¡Vamos, Taïsa! —Se cruzó de brazos, dejándose caer en el respaldo del asiento—. No me digas que naciste en una oficina y te has pasado la vida rodeada de documentos y ordenadores. Estoy segura de que alguna vez habrás salido a divertirte, y de que conocerás al menos un sitio para hacerlo.

La otra se lo pensó, mirando al taxista que comenzaba a impacientarse. Finalmente le dijo algo en el mismo endiablado idioma que él había utilizado antes, y el coche se puso en marcha.

—Me voy a arrepentir de esto. Lo sé —murmuró, cerrando sus negros ojos y exhalando un suspiro.

El silencio se hizo entre ellas, y cada una se sumió en sus propios pensamientos mientras miraban por sus respectivas ventanas. Las mil y una luces que iluminaban la noche de Bangkok, haciendo de ella un escenario mágico, brillaban ante sus ojos. Margot tuvo la sensación de que en un lugar como aquel cualquier cosa podría suceder, y gustosamente se dejó embrujar por la sensualidad de la ciudad.

—Sinceramente, no entiendo por qué te has empeñado en salir justamente esta noche, cuando tu padre no está en casa. —La tailandesa había permanecido en silencio más tiempo de lo que era habitual en ella.

El taxi se detuvo frente a la fachada del hotelNovotel, y el hombre que las había conducido hasta allí volvió a hablar. Taïsa buscó en su bolso la cartera y le pagó, agarrando a la muchacha por una muñeca y tirando de ella para salir de allí cuanto antes.

—¿Qué es esto? ¿Adónde me has traído? —preguntó la joven, sin moverse un centímetro de dónde estaba, mirando el alto bloque de pisos de muros blancos.

—A donde querías ir. Vamos. —Volvió a tirar de ella, y está vez Margot se dejó hacer.

Las dos entraron en el enorme edificio, descendiendo hasta el sótano para penetrar en ConceptCM2, una discoteca-bar donde el atronador sonido de la música les dio la bienvenida.

—¿Satisfecha? —preguntó la guapa tailandesa mientras la chica miraba las luces de colores que inundaban el lugar.

—Mucho. Esto es exactamente lo que yo buscaba —le respondió, girándose para mirarla con aquella estudiada sonrisa con la que ponía a todo el mundo de los nervios.

—Son las once. —Taïsa levantó su muñeca izquierda, acercándosela a la cara para ver la hora que marcaban las manecillas de su reloj—. Lo más probable es que tu padre regrese sobre las dos de la madrugada, aproximadamente, así que...

—¡Déjalo ya! —murmuró entre dientes Margot.

Se dio media vuelta y se lanzó allí donde parecía estar el núcleo de la diversión; donde la gente se agolpaba de tal manera que apenas quedaba espacio entre aquellos cuerpos desconocidos que se agitaban al son de Maroon 5, mientras el cantante no cesaba de repetir que se movería como Jagger. Sin dejar de caminar echó una breve mirada por encima de su hombro, alzándose de puntillas para poder ver entre el mar de cabezas que la rodeaban. Al otro lado de la sala, Taïsa conversaba con una pareja sin dejar de mirar nerviosamente al lugar por el que ella había desaparecido. El encuentro de su niñera con aquellos amigos fue providencial. Por primera vez desde que llegó a Bangkok se sintió libre. Y, quizás por eso, la sensación le supo a gloria. Comenzó a moverse al ritmo de la música que retumbaba en sus oídos, rebotando en su estómago, fundiéndose con la multitud.

Un hombre joven, alto y delgaducho, de nariz grande y piel morena, fue hasta ella, uniéndose a su baile y convirtiéndolo en una danza de pareja. Divertida, le siguió el juego. Hasta que él comenzó a extralimitarse, acercándose de una manera demasiado íntima para, finalmente, tratar de tomarla por la cintura. Sin dejar de bailar se apartó de él, haciendo un suave gesto de negación con la cabeza, sonriendo levemente, pero con una evidente seriedad en el fondo de sus ojos color miel. También el desconocido sonrió, pero solo para hacer un nuevo intento de atraparla y poner sus manos sobre ella. Comenzó a decirle cosas que no podía comprender, pero con un tono de voz que Margot conocía perfectamente.

Los dedos del hombre alcanzaron el lado derecho de su cadera, rozándola provocativamente. Ella volvió a apartarse, esta vez poniendo las palmas de sus manos sobre el pecho de él y empujándolo, alejándolo cuanto le fue posible en el reducido espacio que tenían para ellos. Después se marchó, abriéndose paso entre la gente y dejándolo gritando lo que, estaba segura, no debían ser cumplidos.

Se acercó a la barra y pidió al camarero un Martini en aquel perfecto inglés que ocultaba a Salvador. Se acomodó en un alto taburete, colocándose los mechones de su rubia y lisa melena que le enmarcaban la cara tras las orejas. Luego se giró un poco en su asiento, y echó una ojeada por el local, a la espera de la bebida.

En una esquina de la sala varias personas conversaban reunidas alrededor de mesas atestadas de copas y vasos. Los miró distraídamente, sin prestarles demasiada atención. Empezaba a convencerse de que, quizás, hubiera sido mejor hacer caso a Taïsa y quedarse en casa. Aunque eso supusiera prolongar la tranquilidad que debía sentir su padre desde que la tenía bajo su mismo techo, a buen recaudo.

Entonces le vio. El hombre de piel bronceada y cabello negro no le quitaba ojo. La observaba desde una de las mesas del fondo, que compartía con un individuo de mediana edad y estrafalario aspecto. Era muy joven, seguramente aún no hubiera cumplido los treinta, aunque debía rondarlos, y a pesar de su aspecto exótico sus rasgos no parecían los clásicos de un tailandés. No era especialmente guapo, al menos no al estilo impuesto por las revistas de moda, pero tenía unas facciones marcadas y bien cinceladas que le hacían ser bastante sexy.

Margot le devolvió la mirada, arqueando una ceja en actitud retadora, como si pretendiese preguntarle qué diablos estaba mirando sin pronunciar ninguna palabra. Él no se dejó intimidar, pero desvió su atención hacia su acompañante, con el que inició una breve conversación que, a juzgar por su expresión, debía ser de lo más trascendental.

—Menudo cretino —murmuró entre dientes.

El camarero apareció con su Martini y lo depositó sobre la barra. La chica le dio las gracias y se giró de nuevo. Esta vez fue ella quien lo analizó a él.

No parecía demasiado hablador. De hecho, tanto él como el otro hombre se limitaban a estar allí sentados, sin dirigirse más que algunas palabras de vez en cuando con cara mustia, mientras miraban a los que bailaban en la pista. Esa fue la actitud que mantuvieron hasta que un señor entrado en años, que vestía un caro traje que no lograba ocultar su pésimo gusto, se acercó a la mesa que ocupaban, custodiado por dos gigantes de aspecto similar al matón que Margot había imaginado esperándola en el aeropuerto, a su llegada a Bangkok.

Cuando el ostentoso personaje se les unió tampoco sucedió nada especial; el desconocido continuó con su actitud lúgubre, y no se dignó volver a mirarla después de que ella lo sorprendiese haciéndolo. Aun así, no podía desviar su atención de aquella mesa. Ese hombre había despertado su curiosidad. Sabía que le gustaba. Lo había notado en sus ojos, en su manera de observarla durante aquel breve segundo en que sus pupilas estuvieron clavadas en las de él. Por eso no podía entender que se hubiese rendido tan fácilmente. Quizás fuese solo su manía de quedar siempre encima de todo y de todos, pero se le acababa de plantear un reto. Y no estaba dispuesta a dejarlo pasar.

La última gota de licor se deslizó entre sus labios al mismo tiempo que él se levantaba y, tras despedirse respetuosamente de los demás, abandonaba el lugar en dirección a la salida. Margot no se lo pensó. Dejándose guiar por un impulso pagó apresuradamente su consumición y le siguió. Por el rabillo del ojo vio a Taïsa, que al parecer se había librado de los incómodos conocidos con los que se había topado un rato antes, y la buscaba con la misma expresión de ansiedad que había lucido durante toda la noche. No le hizo caso y siguió su camino; el que le marcaban los pasos del hombre.

En el exterior las calles estaban repletas de gente que paseaban de un lado a otro como si fuese de día. La vida nocturna de la ciudad era intensa y contagiosa. Turistas desorientados, embriagados por esa magia imposible de resistir que desprendía la ciudad; andrógenos fashion victims que conversaban animadamente exhibiendo sus cuerpos poco saludables, anoréxicos; prostitutas que descansaban entre servicio y servicio acechando en las esquinas a un nuevo cliente; el inconfundible sonido de las cucarachas que se intuían mucho antes de ser vistas...

Margot se abrió paso a duras penas, tropezando a cada instante con alguien, sintiendo el ambiente cálido y húmedo de Tailandia. Él era muy alto, por lo que su cabeza sobresalía entre la multitud, ayudándola a no perderle la pista.

Cuando sintió que alguien iba tras ella pensó que Taïsa la había visto abandonar la discoteca y seguía sus pasos, como ella seguía los de su cobarde admirador. No le dio más importancia y continuó adelante. Al llegar al callejón, seguramente el único lugar en toda la ciudad que estaba a oscuras y solitario, ya era demasiado tarde.

Le había perdido. Aunque no tenía ni la menor idea de cómo había podido suceder. Solo un minuto antes estaba pocos metros por delante. Pero ahora había desaparecido, y se encontraba completamente sola en ese lugar que, de pronto, hizo que se le erizase todo el vello del cuerpo.

Se volvió, dispuesta regresar por donde había venido y dar por concluida la noche. Después de todo, ya había hecho sufrir demasiado a la pobre Taïsa, y ella no tenía ninguna culpa de que su relación con su padre dejara mucho que desear.

Una figura masculina se recortaba contra la salida del callejón, obstaculizándole el camino. Aunque sorprendida por aquella repentina visión, no se dejó amedrentar y con paso firme se acercó, decidida a pedirle que se hiciese a un lado y la dejase pasar. Cuando estuvo lo bastante cerca para comprobar que se trataba del mismo hombre al que había empujado en la discoteca, sus nervios de acero le fallaron un poco, cediendo ante un mal presentimiento, aunque su expresión no lo evidenció.

—Apártate —le ordenó con actitud de reina, hablándole en español y confiando en que su talante bastara para hacerse entender.

Él no se movió ni un centímetro de donde estaba. Margot volvió a repetirle, esta vez probando con el inglés, su mandato. El resultado fue el mismo.

Resoplando dio unos pasos más hacía delante, sin amilanarse. Pero al pasar al lado del hombre no pudo evitar que él la cogiese por los brazos y la arrastrase hasta la pared más próxima, inmovilizándola a pesar de la fiereza con la que ella se defendía.

Como había hecho mientras bailaban, el chico de la enorme nariz intento tocarla, posándole las manos en la cintura y haciéndolas descender hasta sus caderas, sin mostrar la más mínima delicadeza. Margot se revolvió y le propinó un fuerte mordisco en el hombro que solo le sirvió para ganarse una bofetada que hizo que el mundo se agitase durante un momento, y que ella casi perdiese el conocimiento.

Cuando volvió a sentirse dueña de sus cinco sentidos se sorprendió al ver que su agresor se apartaba a toda velocidad. Le costó asimilar que lo hacía impulsado por otra persona, que tiraba de él hacia atrás y lo derribaba en el suelo para luego darle una buena ración de golpes.

Se sentía algo mareada. Debía haberse dado contra la pared cuando aquel animal la golpeó con todas sus fuerzas. Se llevó la mano a la cabeza y la apartó de inmediato al sentir una punzada de dolor. A pesar de la oscuridad, tuvo la seguridad de que el líquido espeso y caliente que le manchaba los dedos era su propia sangre.

—¡Margot! —El grito aterrorizado de Taïsa le llegó desde muy lejos, abriéndose paso a duras penas en la nebulosa que envolvía su cabeza.

Cuando los brazos de la mujer la rodearon, atrayéndola hacia ella y estrechándola con fuerza contra su pecho, dejó que la niña asustada que había encerrado en su interior hacía muchos años volviese a emerger, apoderándose de su cuerpo y reclamando todo ese cariño que tanto necesitaba.

—¡¿Está muerto?! —oyó preguntar, con un deje de histeria, a la secretaria de su padre.

Margot miró al suelo, donde el hombre que la había atacado luchaba por recuperar el aliento, retorciéndose y tosiendo sangre. Su aspecto se asemejaba bastante al de una cucaracha a la que acababan de pisar.

—Por desgracia no. —Se escuchó decir.

—Volvamos a casa —ordenó Taïsa, que sin dejar de abrazarla comenzó a conducirla.

Mientras se dejaba guiar pisó algo que casi la hizo caer. Se detuvo un instante, a pesar de las protestas de la otra, para agacharse a duras penas y recogerlo.

Estaba demasiado oscuro, pero por el tacto y el olor a cuero supo lo que era.

Capítulo 3

—Yandar te va a matar, sabes que lo hará. Te dará una muerte lenta y dolorosa. Después te cortará en pedazos, los repartirá en cuatro maletas y las lanzará al mar. Y, lo peor, es que yo no podré recriminárselo.

Ari escuchaba sin inmutarse el detallado relato que Som, con el torso descubierto y aquella barriga demasiado abultada para su delgado cuerpo colgándole por encima del pantalón, le hacía sobre su futuro asesinato. Lo miró mientras se sentaba delante de él, con una botella de cerveza en la mano.

—¿Y qué hubieras hecho tú? —le preguntó, como si la suya hubiese sido la reacción más natural del mundo.

—¿Has dicho que era rubia? —inquirió Som a su vez.

—Sí.

—Pues entonces hubiera dejado que el otro terminase mientras yo esperaba tranquilamente mi turno —respondió llanamente.

Ari suspiró. Como de costumbre, su manera de pensar y la de su amigo eran diametralmente opuestas.

—Te has buscado un problema innecesario. Si la hubieras dejado a su suerte no habrías perdido la cartera con el dinero de la pelea; y lo que es aún peor, con la documentación falsa.

—Tengo que recuperarla.

—Eso es lo único en lo que estamos de acuerdo.

—Y solo tú puedes ayudarme a hacerlo. —Estaba completamente seguro de ello, nadie conocía Bangkok, con todos sus entresijos y los avatares de sus gentes, como aquel chico. Som era lo que llaman un comisionista; se dedicaba a ofrecer a los turistas todo aquello que deseaban, de llevarlos a donde quisieran estar, de hacer de intermediario entre ellos y sus fantasías sin cuestionarlas jamás.

—¿Y cómo voy a hacerlo? Es una extranjera.

—¿Cuándo ha supuesto eso algún problema para ti? —Esbozó una sonrisa cómplice—. Es una chica joven, casi metro setenta de estatura, delgada y rubia. Muy guapa, viste ropa cara... La clase de mujer que no pasa desapercibida, y menos en una ciudad como esta.

—¿Estás seguro de que la tiene ella?

—Sí. La vi recogerla del suelo.

—Pues puestos a hacer el imbécil, en vez de huir, podrías haberte quedado para que la rubia te recompensara por quitarle de encima a ese tío. —Le dio un largo trago al botellín.

—Deberías mejorar la imagen que tienes de las mujeres.

—No. —Dejó la botella sobre la mesa, con un golpe seco—. Yo no tengo nada contra las mujeres. ¡Todo lo contrario! Pero las occidentales son así. Hoy con uno, mañana con otro... Te la has jugado por nada.

—¿Vas a ayudarme o no?

—¡Pues claro que sí! Ya lo sabes. Para mí eres como un hermano. Y a los hermanos no se les da la espalda, aunque sean unos pusilánimes.

Ari se levantó y se acercó a él, arrastrando los pies con cansancio.

—Gracias —murmuró mientras le palmeaba el hombro.

—Sí, sí. Vete a dormir, anda.

Sonrió mientras le obedecía, acercándose a la puerta y abriéndola lo justo para poder salir. En el exterior, la cara más pobre de aquel país de lujos y placeres sin medida se presentó ante él en toda su cruda realidad. La pobreza rezumaba por cada ladrillo de cada casa; las jóvenes, apenas niñas, se prostituían mientras los niños se enfrentaban en peleas cuya brutalidad podía dejarlos impedidos de por vida. Y todo para diversión y disfrute de las élites y de millones de turistas que cada año llegaban buscando algo más que las playas paradisíacas y la vistosa cultura tailandesa.

Miró arriba, contemplando las estrellas que parpadeaban en lo alto de aquella gran bóveda oscura. La belleza de ese cielo que esperaba la inminente llegada del sol le produjo una punzada de dolor, y no pudo evitar preguntarse si, en un mundo como aquel, existía realmente algo por lo que valiese la pena vivir.

Margot siguió con la yema de su dedo anular la fuerte línea de la mandíbula del rostro masculino que aparecía en aquella pequeña foto, insertada en un documento de identidad cuyas letras no podía descifrar. La imagen no le hacía ninguna justicia, pero los labios carnosos, las facciones marcadas y, sobre todo, los intensos ojos con los que apenas había cruzado una mirada la noche anterior, eran inconfundibles. El hombre que había visto en la discoteca, al que había seguido como una demente, era el mismo que le había evitado el desastre. No le cabía la menor duda; tenía su cartera.

Cerró el elegante objeto, de suave cuero marrón, y se lo acercó a la nariz. Mezclado con el fuerte olor de la piel pudo sentir un delicioso aroma a sándalo. Aparte de aquel documento identificativo, y de un considerable fajo de billetes, no contenía nada más. Ni fotografías, ni amuletos, ni ninguna otra de esas bagatelas que todo el mundo acostumbra a llevar encima. Completamente frío e impersonal. Aburrido, tal y como era su dueño, a juzgar por lo que vio la pasada noche.

Sin embargo, podía decirse que la había salvado. Sonrió, sintiéndose como la protagonista de una novela. ¡Ojalá recordase con claridad lo ocurrido exactamente en el callejón! Pero por mucho que lo intentaba solo lograba llevar a su mente imágenes desdibujadas e inconexas.

Se tocó la cabeza, allí donde se había golpeado. No era nada, una vez que Taïsa logró cortar la hemorragia, presionado fuertemente con su pañuelo, no hubo ningún problema. Por supuesto, la secretaria de su padre la había mantenido despierta durante gran parte de la noche, temerosa de que pudiese ocurrirle algo mientras dormía.

—Los golpes en la cabeza son muy peligrosos —le había dicho.

Aún le dolía un poco, y durante las escasas horas que había podido descansar se despertó en más de una ocasión al dejar caer el peso de su cabeza sobre ese magullado lado. Aparte de eso, estaba completamente segura de que sobreviviría a aquella herida que, por suerte, quedaba oculta por su cabello.

Unos nudillos golpearon con suavidad en la puerta de su habitación. Sin pensárselo dos veces ocultó la cartera bajo la almohada.

—Adelante.

Taïsa entró volviendo a cerrar de inmediato y quedándose de pie justo delante de ella. La ansiedad que su rostro exhibía hacía apenas unas pocas horas había desaparecido. Ahora, en cambio, se la veía serena.

—¿Qué tal te encuentras? —preguntó.

—Muy bien, gracias —le respondió, sentándose en la cama.

—Creo que tenemos que hablar.

—Ya te dije anoche que no voy a ir al médico, me encuentro perfectamente.

—No es sobre eso, y lo sabes.

—¿Qué ocurre, Taïsa? —Retomó aquella actitud provocadora que solía utilizar cuando se sentía en apuros—. ¿Tú jefe te ha regañado por lo de anoche?

—La verdad es que, después de verme aparecer de madrugada con su hija sangrando y desnortada, no hemos tenido una mañana muy agradable —le recriminó, sin perder la calma—. Pero no, Margot, lo siento. No hemos peleado.

—Ha preferido culparme a mí, ¿no? Perfecto, no me importa.

En los labios de Taïsa se dibujó una sonrisa burlona.

—Es bastante patético ver a una mujer hecha y derecha comportarse como una niña tonta y malcriada. ¿Hasta cuando piensas seguir representando este papel?

La chica le devolvió la sonrisa con absoluta frialdad.

—¿Qué papel? Soy así: egoísta, maleducada y frívola. Deberías saberlo. Seguro que mi padre te hizo una detallada descripción de mí antes de que me conocieras. Para que pudieses realizar un informe, por supuesto. Ya sé que vuestra relación es estrictamente profesional.

Por primera vez, la mujer no sucumbió ante las alusiones a la estrecha relación que mantenía con Salvador. O, al menos, no se lo demostró. En lugar de eso le respondió:

—Así es, lo hizo. Después de todo soy yo quién tiene que soportar sus enfados cada vez que a ti te da por hacer una de las tuyas. —Margot la miró, sorprendida por aquella contestación. Por su expresión casi pareció que fuera a felicitarla—. Pero las dos sabemos que, a pesar de tu encomiable esfuerzo por ser una atolondrada niña rica, tu cabeza funciona perfectamente.

—¿Estás utilizando el chantaje emocional conmigo?

—No, lo que digo es que —comenzó a buscar dentro de su bolso— alguien a quien le gusta escribir no encaja con la imagen que tú pretendes dar.

Sacó el cuaderno de pastas rojas en el que Margot solía escribir, se lo lanzó y fue a caer sobre la cama.

—No puedo creerme que hayas leído esto —le contestó con la mayor de las indiferencias, recogiendo la libreta—. Así que no eres tan legal como aparentas ser.

—No acostumbro a jugar limpio con quien no lo hace conmigo —se defendió la otra—. De todos modos te daré un consejo: si no quieres que lo lean no lo dejes tirado por ahí.

—¿Qué más da? —Se encogió de hombros y volvió a soltar el cuaderno, colocándolo en la mesita de noche—. Esto no cambia nada. También me gusta el color blanco. ¿Se supone que debería ser de un modo distinto solo por eso?

—¿Por qué no nos sinceramos de una vez? —le propuso la mujer sentándose a su lado.

—Es curioso que seas precisamente tú la que diga eso, señorasecretaria —se mofó.

—No soy la secretaria de tu padre, ya no. Lo fui en el pasado pero, desde hace casi un año, nuestra relación se ha vuelto más estrecha.

—Pues, menos mal que alguien ha tenido la consideración de contármelo. No me hubiera gustado enterarme el día antes de la boda. Necesito tiempo para comprarme un vestido adecuado para el evento.

De nuevo aquel tono burlón que no era más que un intento de protegerse.

—Ahora es tu turno —sentenció Taïsa, sin prestar atención a la mofa implícita en sus palabras.

—¿Mi turno de qué?

—Cuéntame por qué estás aquí.

—Lo sabes perfectamente. Por copiar aquel estúpido artículo en un estúpido trabajo.

—Al menos debiste comprobar quién era el autor. Quizás así te hubieras dado cuenta de que lo firmaba uno de tus profesores. ¿Por qué hiciste algo tan tonto?

—Porque estoy cansada de doblegarme a su voluntad —contestó, levantando la barbilla con rebeldía—. Estoy cansada de que mi padre decida por mí. Cuando murió mi madre me envió al internado. Después quiso alejarme aún más y, con la excusa de aprender el idioma, me mandó a Londres. Pensé que al cumplir la mayoría de edad las cosas cambiarían, pero en lugar de eso me vi en la universidad estudiando Ciencias Políticas solo porque él había decidido que era lo que debía hacer, sin molestarse en preguntarme que quería yo. Mis opiniones no cuentan, ni siquiera puedo decidir sobre mi propia vida.

—Y tu decisión es que prefieres malgastarla garabateando tonterías en un papel, en vez de tomar las riendas de una vez y labrarte un futuro que te permita tener esa independencia de la que hablas —la acusó la mujer.

—Exactamente —concedió, desafiante—. ¡Qué bien enseñada te tiene! Incluso usas sus expresiones.

Taïsa sonrió.

—¿Qué es tan gracioso? —le preguntó Margot, molesta.

—Que lo que os separa es precisamente lo mucho que os parecéis.

—No nos parecemos en nada —le respondió, malhumorada.

—De acuerdo, de todas maneras eso no importa. Como tampoco importa el pasado. Desde mañana empieza tu nueva vida.

La tailandesa se incorporó y se levantó de la cama.

—¿Y eso qué significa? —preguntó la muchacha, alerta.

—He hablado con tu padre, y los dos hemos llegado a la conclusión de que no puedes pasarte los días aquí encerrada—. Hizo un gesto con las manos que abarcó toda la habitación—. Una amiga mía quiere expandir su negocio a Estados Unidos, y hace unos días me comentó que necesitaba una intérprete que hablase y escribiese inglés perfectamente.

Margot la miró como si le estuviese contando un chiste.

—Por otro lado, ya que vas a vivir en Bangkok, también sería conveniente que aprendieses el idioma. Por eso por las tardes, cuando termines de trabajar, asistirás a clases de tailandés en elP&A Language Center. Ya está todo arreglado.

—¡¿Tailandés?! ¿Estás loca? Yo no podría aprender este idioma ni en un millón de años.

—Te aseguro que no es tan complicado. Si yo aprendí español, también tú puedes aprender mi idioma—. Se dio media vuelta, acercándose a la puerta y abriéndola—. Todos tenemos que madurar algún día, Margot. No importa si nos gusta o no.

Y, antes de que pudiese responderle, Taïsa abandonó la habitación, cerrando suavemente la puerta tras ella.

Capítulo 4

Allí estaba, tal y como Som le aseguró; a la hora y en el lugar que le había indicado. Dos días fueron más que suficientes para que lo averiguase todo sobre aquella chica.

—Magdalena Alker —le había dicho, con su perenne botellín de cerveza en la mano y una profesionalidad que sería la envidia de cualquier detective—, veintiún años, española. Su padre trabaja en la embajada. Al parecer vino a Bangkok desde Londres después de que la expulsaran de la universidad por plagio. Y esa es solo la última de sus hazañas. La muchacha tiene todo un historial de simpáticas travesuras a sus espaldas. Aquí tienes a tu doncella en apuros. Enhorabuena, es toda una joya.

Viéndola así, con el pelo rubio y su blanquísima piel reflejando la luz del crepúsculo, costaba creer que esa mujer de aspecto frágil fuese la misma a la que Som se refería. Pero era ella, de eso no tenía la menor duda. Su amigo le había llevado hasta la persona que estaba buscando.

Vestida con unos pantalones vaqueros y una sencilla camisa su imagen era muy diferente de la que lucía la otra noche en la discoteca y luego en el callejón. Y, extrañamente, a Ari le pareció mucho más guapa así, al natural, que bajo la estudiada sensualidad de la indumentaria que lucía la vez anterior.

La vio mirar el reloj, exasperada. Llevaba casi quince minutos allí parada, esperando que su chófer fuera a recogerla para llevarla de regreso a casa. Él sonrió, y sin apartar sus ojos de ella echó a andar, convencido de que había llegado el momento de recuperar lo que era suyo.

Margot volvió a consultar la hora en su reloj. Hacía más de quince minutos que esperaba en la puerta del P&A Language Centera que el idiota del chofer pasara a recogerla. Entornó los ojos, pensando en lo mucho que le gustaría poder soltarle una buena reprimenda cuando apareciese, si es que al final se dignaba a hacerlo, claro. Desgraciadamente, ni él hablaba una sola palabra de inglés o español ni ella era capaz de decir nada en tailandés. Aunque no llevaba más de dos días estudiando aquel idioma, era una batalla que ya daba por perdida.

El trabajo que Taïsa le había buscado, en cambio, era algo que le gustaba y la llenaba por completo. Aquella amiga de la que le había hablado su recién adquirida madrastra era dueña de una pequeña empresa que fabricaba zapatos y complementos al modo tradicional. Aunque su función dentro de la misma se limitaba a traducir y redactar los correos que intercambiaban con un empresario estadounidense interesado en importar esos artículos a América, Margot disfrutaba enormemente observando cómo se elaboraban cada uno de los objetos que veían la luz en el taller. Todos ellos eran únicos y especiales, porque no habían sido fabricados en masa por una máquina, sino por una persona que había dejado algo de ella, de su esencia, en la prenda.

De nuevo miró la hora.

Daba igual que no pudiese entenderla. Cuando el chófer llegase, le iba a decir todo lo que se merecía. Al menos a ella le serviría para desahogarse.

—Señorita Alker —la llamó, en inglés.

Margot se volvió, sorprendida ante esa voz masculina que solicitaba su atención de manera tan respetuosa. Cuando puso cara a aquellas palabras notó que todo su cuerpo se estremecía en un agradable escalofrío.

El mentón, los labios, la nariz... y aquellos ojos, los mismos que tantas veces había contemplado en una minúscula foto de carnet, ahora estaban ante ella, a menos de un metro de distancia.

—Buenas tardes —saludó, sonriéndole con coquetería—. ¿Nos conocemos?

—Sabe perfectamente que sí. —También él sonrió, aunque sin mostrar la menor intención de seguirle el juego.

—Sí, así es —continuó, sin darse por vencida—. Me gustaría hacer algo para poder agradecerte lo que hiciste por mí la otra noche. Si no llegas a aparecer...

—Me conformo con que me de lo que es mío —la cortó.

Ella le miró, sin entender muy bien a qué se refería.

—Mi cartera —aclaró él, sin dejar de sonreír de aquel modo cortés y desapasionado—. Sé que la tiene usted.