El cóctel perfecto: resaca, un desconocido y... un asesino - Katy Brent - E-Book

El cóctel perfecto: resaca, un desconocido y... un asesino E-Book

Katy Brent

0,0
5,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

ALGO MALO PASÓ ANOCHE. PERO NO PUEDO RECORDAR NADA... Posey, mi mejor amiga, está muerta. La policía cree que fue un trágico accidente. Yo sé que fue asesinada. Me he despertado con una resaca de mil demonios, un desconocido en mi cama y me he vuelto viral en las redes sociales por las peores razones posibles. Solo hay una cosa que me impide morir de vergüenza: necesito encontrar al asesino. «Brent nos ofrece una novela convincente e increíblemente trascendental». MY WEEKLY «Un thriller trepidante con giros inteligentes. Totalmente apasionante». CLOSER MAGAZINE

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 408

Veröffentlichungsjahr: 2024

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



EL CÓCTELPERFECTO:RESACA,UN DESCONOCIDOY... UN ASESINO

KATY BRENT

EL CÓCTEL PERFECTO: RESACA, UN DESCONOCIDO Y... UN ASESINO

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 917021970 / 932720447

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

El cóctel perfecto: resaca, un desconocido y... un asesino

Título original: The Murder After the Night Before

© Katy Brent 2024

© 2024, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Publicado por HarperCollins Publishers Limited, UK

© De la traducción del inglés, María Romero Valiña

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers Limited, UK.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

Diseño de cubierta: HQ

Ilustración de cubierta: Lyudmila Mizinets / Shutterstock

ISBN: 978-84-1064-129-7

Para Cherith,

la estrella más brillante del cielo

Inhalt

1 #¿EstáMollyMonroeyadespierta?

2 @MugRuncher: Qué. Zorra. #¿EstáMollyMonroeyadespierta?

3 @ratónanónimo: ¿Cómo puedes hacer una mamada si no tienes labios?

4 @JimdeLiverpool: Anuncio de interés público: Tírate a Molly en el baño, no en las calles

5 @LeoN91: Ella sabe lo que hace con ese tío, ¿verdad? Dejaría que me hiciera una felación en cualquier momento. ¿Quieres que te envíe un MD, @MollyMonroeNoMunro?

6 @cantopuritano: Cierra tu cuenta, zorra

7 @PutaHater: Menuda zorra. Tu madre va a ver esto, perra. También te van a violar después de esto. Nadie te va a creer.

8 @Listillabritánica: Te voy a matar, zorra asquerosa

9 @MuricanGrrrl: Las chicas británicas borrachas son tan vulgares, tííííío

10 @User143556432: Debería suicidarse. Creo que nadie querrá tocarla después de esto

11 @SeñoritaDemiNah: No sé cómo podéis estar retuiteando esa basura y riéndoos de esa pobre chica. Es obvio que está demasiado borracha como para dar su consentimiento. Os estáis riendo de una agresión sexual

12 @BritanicoOrgulloso: @MuricanGrrrl, ¿no quieres retractarte? La han utilizado sin su consentimiento.

13 @MuricanGrrrl: @BritánicoOrgulloso @MollyMonroenoMunro, ¿cómo demonios sabes eso? Parece muy contenta de estar arrodillada entre las piernas de ese tío en la calle. Z-O-R-R-A

14 @AnonUser1: ¡Dios mío! La compañera de piso está muerta. Esto no puede ser una coincidencia. Me niego a creerlo. #MollyMonroe

15 @AB49: Probablemente se ahogó de vergüenza. LOL #MollyMonroe

16 @RIPMundo74: Los teóricos de la conspiración ya están trabajando duro. Aunque, debo decir, PARECE un poco raro. Quizá esta vez no estén todos locos. #MollyMonroe #Mollyasesina

17 @LectorCaradeRana: @RIPMundo74 ¿Qué? ¡Lo próximo que dirás es que la Tierra es plana! Pero en serio ¿crees que ella lo hizo? ¿O tuvo algo que ver? #MollyMonroe #Mollyasesina

18 @Zacelstripper: Creo que la compañera de piso publicó el vídeo y Molly descubrió que fue ella. Luego hubo una pelea de perras desnudas en el baño y la otra terminó muerta. ¡Jaja! #MollyMonroe

19 @ArcodeCupido: Chicosssss. Literalmente dicen que no lo están tratando como una muerte sospechosa. ¿Qué os pasa a todos? Dejad a #MollyMonroe en paz.

20 @LucyLocs80: ¡LA PEOR FIESTA DE NAVIDAD DE TODAS! #MollyMonroe #cuerpoenlabañera

21 @ AlasdeAngel99: ¿Cómo te sentirías si fuera tu hermana o novia?

22 @HarrisonAburrido: Perdón, pero es demasiada coincidencia que la compañera de piso de Mucky Molly haya sido encontrada muerta. La chica estaba tan borracha que probablemente la mató.

23 @ExtrañaPassata: Apuesto a que tuvieron una discusión sobre quién era el hombre en el vídeo. Seguro que era el novio de la compañera de piso y que Posey lo publicó. Luego, Molly la mató. #MollyMonroe #cuerpoenlabañera

24 @JackDanielS: Veis demasiados telenovelas. La policía dijo que la muerte no es sospechosa. #MollyMonroe #cuerpoenlabañera

25 @TwitterLOL: En serio, ¿no deberían al menos los policías investigar esto? Todo me parece un poco raro @MollyMonroeNoMunro. Deberías salir de Twitter, cariño. No puedo creer que tu cuenta siga activa. #desvergonzada #mollymonroe #cuerpoenlabañera

26 @LukeDelBloque92: Dios mío, ¿en qué estaba pensando? ¿Cómo puede tener tan poco orgullo para dejarse llegar a ese estado? Si tiene pareja, espero que la haya dejado. Zorra. #MollyMonroe @Angeltuiteando: @LukeDelBloque92, cállate y mira lo último. Es una maldita heroína. #MollyMonroe

27 @SoyUnFan: @MollyMonroenoMunro, ¿cómo estás, cariño? ¡Acabo de reservar tu libro! No puedo esperar para leerlo. #Heroína

28 @SoloYo: #notodosloshombres

CARTA DE KATY BRENT

AGRADECIMIENTOS

1 #¿EstáMollyMonroeyadespierta?

De: SparkleMagazineGroup

Para: Todo el personal

Asunto: Fiesta de Navidad del personal

Fecha: 15 de diciembre

Hora: 09:30

¡HOLA, CHICOS Y CHICAS!:

¡La Navidad está a la vuelta de la esquina y estamos listos para celebrarlo esta noche! No os olvidéis de recoger los cuatro cupones de consumición antes de que lleguen los coches que nos llevarán al local.

Tras un par de años muy difíciles, sabemos que tenemos la suerte de contar con un personal tan dedicado y trabajador.Queremos daros las gracias por vuestro compromiso y vuestra excelencia en estos tiempos difíciles y esperamos poder brindar con vosotros esta noche mientras miramos hacia el año que viene.

Vuestros tremendos esfuerzos han sido enormemente apreciados. ¡Esta empresa sigue siendo un éxito gracias a cada uno de VOSOTROS!

Sois todos brillantes.

El equipo de RR. HH. x

P. D.: Debéis estar en el punto de encuentro a las 18:30.A LA HORA EXACTA, chicos, no vamos a esperar a ningún rezagado. Los coches tendrán el taxímetro encendido.

Oh.

Dios.

Mío.

Sé, antes de siquiera intentar abrir los ojos, que esto es más que una simple resaca. Tiene que serlo, ¿verdad? No es posible que alguien se sienta tan mal y que sea causado solo por el alcohol. Mi pobre cabeza late con un cuestionable ritmo de drum and bass mientras siento la garganta como si me hubiera tragado un rallador de queso.

He debido de haber cogido un virus anoche. Sí. Tiene que ser eso.

Algo peligroso y terminal.

O…

Tal vez ya esté muerta.

Eso explicaría por qué me arden los ojos cuando ni siquiera los tengo abiertos. Debe de ser el deslumbrante resplandor del reino de los cielos.

O…

Las ardientes llamas del infierno. Creo que eso es más probable.

Es increíble que haya sido una agnóstica convencida toda mi vida y acabar descubriendo que el infierno es real por las malas. Debería haber pasado más tiempo ayudando a los ancianos, o lo que sea que hacen los santos. Aunque este no puede ser el infierno, porque mi pobre cabeza muerta descansa sobre algo muy muy suave. De hecho, si la muevo un poco hacia la derecha, hay un punto donde todavía está fresco. Y estoy segura de que el infierno no es ni fresco ni suave. Así que… o es una nube o mi almohada.

Está bien. Estoy bastante segura de que no estoy muerta y que, en realidad, me encuentro en mi cama, en casa.

Qué dramática.

Aunque todavía no estoy convencida de no estar muriéndome de resaca.

—No puedes morir de resaca.

Una voz. Una voz incorpórea. Un acousmêtre1 en (posiblemente) mi dormitorio.

¿Ahora tengo un narrador?

Qué Gossip Girl de mi parte.

Con mucho cuidado, abro los ojos. ¡Sí! Es mi dormitorio. Creo que nunca me había alegrado tanto de ver mi dormitorio.

También hay un hombre en mi cama.

Un hombre que nunca había visto en mi vida. Aunque, obviamente, debo de haberlo visto antes, porque es de suponer que no se ha materializado aquí mismo, en mi cama. Probablemente debería estar preocupada por su presencia o, como mínimo, un poco sorprendida, aunque la verdad es que estoy demasiado resacosa para que me importe.

Y sigo sin reconocerle. Ni un poco.

—Te das cuenta de que estás diciendo esas cosas en voz alta, ¿verdad? —me dice el hombre desconocido.

Oh.

—Sí. Desde el primer «oh, Dios mío» hasta el «oh» de ahora mismo.

Muevo la cabeza sobre la almohada para mirarlo de frente. El mundo gira fuera de su eje y mi estómago se revuelve como una canción de R&B de los noventa. Por cierto, no estoy tratando de explicar lo guapo que es. Aunque lo sea. El mundo parece haber cambiado de órbita de verdad. ¿Sigo hablando en voz alta? El extraño de mi cama (oh, ese es un buen título para mis memorias, debo anotarlo en mi teléfono) no responde, así que supongo que mi cerebro ha conseguido ponerse al día con mi boca.

Es realmente guapo.

Sin duda, alguien a quien miraría, pero no tendría la confianza suficiente como para acercarme en un bar.

Buen trabajo, yo borracha.

—Hola —digo. Sonrío. O podría ser una mueca.

—Hola. —Él me corresponde con una sonrisa, o una mueca. Me imita.

Eso es bueno. Creo.

—Soy Molly…

Él pone los ojos en blanco.

¿Es por mi aliento? Trato de verificarlo disimuladamente, pero no es fácil cuando estás a diez centímetros de la cara de alguien.

—Lo sé. Eres Molly Monroe, tienes treinta y dos años y trabajas en una revista para chicas preadolescentes, pero realmente quieres escribir tus memorias porque, al parecer, tienes una historia bastante interesante. Aunque esa fue la única parte que no elaboraste. Compartes este piso con tu mejor amiga, Posey, que también es periodista, pero una «de verdad». No crees en ningún dios, pero estás dispuesta a asegurar lo contrario cuando tienes una resaca de campeonato. Como acabas de demostrar hace unos momentos. —Hace una pausa. Se pasa una mano por la cara. Luego continúa—: Y tú nunca sueles hacer este tipo de cosas. ¿He omitido algo?

—Parece que no.

Me estudia.

—¿Sabes cómo me llamo, Molly Monroe?

Por supuesto que no. Ni siquiera recuerdo su cara, mucho menos algo que necesitara procesamiento auditivo. Le sonrío de nuevo. Él sonríe de vuelta. Otra vez.

—¿Supongo que eso es un no? Por cierto, Molly, tienes un poco de lechuga en tu… —Se toca los dientes frontales.

—¿Lechuga?

—Del kebab, supongo.

—¿El kebab?

—Sí. Por cierto, me debes cuatro con veinte libras por eso. Y diecinueve libras por el taxi.

—¿Yo… yo… te debo dinero? —No recuerdo ningún kebab. Ni ningún taxi.

—Estoy bromeando. Quiero decir, sí costó eso. Pero no tienes que pagarme.

Estoy tan confundida. ¿Quién es esta persona? ¿Tuvimos sexo? ¿Por qué sigo haciendo este tipo de cosas? Intento echar un vistazo furtivo debajo de las sábanas. Me sorprende descubrir que todavía llevo puesta la ropa de anoche. Pero eso no significa necesariamente que no hayamos tenido sexo. Hago algunos ejercicios de Kegel2 para evaluar la situación más a fondo. No parece que haya habido sexo. Quiero decir, normalmente es bastante obvio, ¿no? A menos que el tipo la tenga diminuta. O que no se le levantara. Pero eso no significa que no haya pasado nada. Ojalá pudiera recordarlo.

—Estás hablando en voz alta otra vez.

Mierda.

Se apoya sobre un codo y me mira. Con bastante intensidad, para ser sincera. Tiene los ojos marrones. Como los Galaxy Minstrels.3 Es atractivo, con cierto aire descarado.

—No tuvimos sexo, Molly. —No sé si estoy contenta u ofendida—. Llevabas un pedo increíble. Estabas muy muy borracha. ¡Totalmente fuera de control!

—No lo dulcifiques ni nada, por favor… —Él tiene la decencia de parecer avergonzado.

—Lo siento. Solo quería asegurarme de que llegaras a casa sana y salva. No tenías ni idea de lo que pasaba. Tuve que mirar tu dirección en tu carné de conducir y cruzar los dedos para que estuviera actualizada. Y no parabas de dejar tu bolso por todas partes. En un momento intentaste meterlo en un cubo de basura. Parecía que pensabas que era un buzón y que luego te lo devolverían.

Estoy horrorizada. Olvida eso de morir de resaca, ahora solo quiero morir de pura humillación. Si Dios existe, él o ella puede cavar un agujero en la zona de Clapham Junction, ahora mismo, para que la tierra se abra y me trague. Eso sería lo ideal, en serio.

Y él sigue hablando.

Genial.

No puedo soportar semejante vergüenza sin antes haber tomado un café.

—Vomitaste en el Uber. Por suerte, calculaste bien el momento y nos echó del coche justo cuando ya habíamos llegado a nuestra calle.

—Sí. Suena superafortunado —digo, intentando ocultar mi mortificación con humor, pero no funciona y solo sueno irritada—. ¿Te importa si preparo un café antes de la próxima entrega? —Mi hombre misterioso/caballero de brillante armadura no parece darse cuenta.

—Con leche y sin azúcar, gracias. Intenta recordar mi nombre mientras estás en la cocina.

—De acuerdo, Rumpelstiltskin4 —murmuro, saliendo de la cama y tambaleándome hacia la puerta.

Lo oigo reírse para sí mismo mientras tropiezo por el pasillo hacia la cocina, con toda la coordinación y gracia de una jirafa recién nacida.

Una muy muy resacosa.

Me arrastro por el salón hasta la cocina, donde me recrimino por no haber estado a la altura con la custodia de mi bolso, entonces me percato de dos cosas: los restos malolientes de un kebab y el teléfono. Tiro el kebab a la basura mientras enciendo la tetera y alcanzo el móvil. Ojalá me dé alguna pista sobre el hombre en mi cama. Lo cojo y lo sacudo un poco, esperando que el reconocimiento facial le dé vida. Pero no funciona y me doy cuenta de que se ha quedado sin batería y que, obviamente, anoche estaba demasiado borracha como para enchufarlo a cargar.

Claro.

Esa es mi práctica habitual. Mi padre insistió en que tuviera una línea fija en el apartamento para poder localizarme, ya que mi teléfono nunca está cargado. O lo he perdido. Además, es muy tacaño para llamar a móviles, pues él no tiene uno. Descargo mi irritación conmigo misma empujando con rabia el teléfono por la encimera. Pero debo recordar enchufarlo o no tendré música para ir de camino al trabajo en autobús. Me estremezco ante la idea de hacer un viaje de cuarenta y cinco minutos escuchando solo mis propios pensamientos. Ahora mismo no están siendo muy amables conmigo.

Mientras espero a que se caliente el agua en el hervidor (que me resulta el sonido más desagradable del mundo en este momento), intento recordar algo, lo que sea, sobre anoche. No puedo haberlo olvidado todo.

Sé que fue la fiesta de Navidad de la oficina. Y la hicimos en el sótano de un pub cutre y no en un lugar más apropiado porque era mucho más barato y todo ese rollo de los recortes. Y sí, fue tan deprimente como suena. Estoy bastante segura de que por eso Paloma (mi mejor amiga del trabajo) y yo decidimos aprovechar las consumiciones gratis. Es muy raro que nuestra empresa nos dé algo gratis, así que, en las ocasiones en que se estiran un poco (aunque solo sea con cuatro bebidas por persona), nos gusta aprovecharlo al máximo. Pero la resaca que tengo ahora es mucho más que por cuatro bebidas. ¿Qué pasó anoche? Nunca me emborracho hasta perder el conocimiento. Bueno, casi nunca. En realidad, es algo que hago con más frecuencia de la que me gustaría admitir, incluso ante mí misma.

Mientras vierto el agua caliente en las dos tazas que he preparado con café instantáneo, de repente tengo un recuerdo inoportuno de un vino blanco no del todo frío siendo vertido en vasos de plástico no del todo limpios y siento esa horrible sensación de arcadas previas al vómito acumulándose en mi boca. Sabiendo que un ataque de vómito a gran escala está a solo segundos de distancia, me recojo el pelo con una mano y corro al fregadero justo a tiempo para ver cómo el kebab y la ensalada a medio digerir (y las patatas fritas, por lo que parece) mezclados en un adobo de vino blanco (y a saber qué más) se atoran en el desagüe.

Vomito tres veces antes de que mi estómago deje de contraerse y odiarme. El fregadero está completamente obstruido y sé que Posey, mi compañera de piso que suele tener la paciencia de una santa, se volverá loca si se levanta y lo primero que ve es el vómito de mi noche de juerga. Mis ojos se llenan de lágrimas mientras cojo un rollo de papel de cocina para cubrirme la mano y sacar los trozos más grandes del desagüe. Estoy tan resacosa e incapaz de lograr que mi cerebro y mi cuerpo funcionen en armonía, que accidentalmente tiro una de las tazas con el codo. El café se derrama sobre la encimera, empapando todo a su paso: paños de cocina, facturas que hemos dejado después de abrir… y mi teléfono. Intento alcanzarlo, pero ya es demasiado tarde. Es como una cría de foca moribunda. Suspiro con pesar y saco el tarro de arroz que guardamos especialmente para estos momentos y meto el móvil, esperando haberlo rescatado a tiempo. Luego tengo que tomarme unos momentos, dejo que mi espalda se deslice por la pared hasta quedar sentada en el suelo. La tentación de apoyar mi pobre cabeza en las frías baldosas es demasiada y me acomodo en posición fetal, con mi frente descansando sobre la suave superficie.

Pero solo ayuda durante unos tres segundos y la cabeza comienza a darme vueltas y a latir de nuevo. Miserablemente, me incorporo sobre las rodillas. Un dolor agudo me atraviesa las articulaciones. Soy demasiado joven para tener dolor en las articulaciones, ¿no? Echo un vistazo bajo el dobladillo del vestido que aún llevo puesto de la noche anterior y descubro un feo raspón en una rodilla. La piel alrededor de la herida ya se está oscureciendo y sé que para el mediodía tendré un moretón. Las faldas quedan descartadas durante al menos una semana.

Me siento sobre las nalgas e inspecciono la otra rodilla, que está en un estado de ruina similar. Debí haberme caído y aterrizado sobre ellas. Un recuerdo fugaz de mí de rodillas y borracha en alguna calle de Londres parpadea en una parte de mi cerebro, pero no sé si es un recuerdo o si estoy imaginando lo que podría haber causado mis lesiones. De todos modos, se desvanece antes de que pueda asimilarlo bien. Me levanto, preparo rápido otro café para reemplazar el que he derramado y regreso por el pasillo a mi habitación.

—Soy Jack —dice él mientras le entrego una taza, casi quemándome la mano al sostenerla hacia él para que pueda tomar el asa—. Pensé en ayudarte, ya que eres una anfitriona tan amable. —Está fuera de la cama y sentado al borde, también completamente vestido. Lleva unos pantalones vaqueros negros y un suéter negro que parece de cachemira.

Quiero restregar mi cara contra él. En cambio, me siento a su lado en la cama y me llevo una mano a la cabeza dolorida.

—Hola, Jack.

—No, no. Vine aquí por voluntad propia. —Él sonríe.

Suspiro.

—Demasiado temprano para bromas. Estoy demasiado resacosa.

Me mira con preocupación, aunque no sé si es genuina. Es difícil saberlo cuando mi visión me hace verle por partida doble.

—¿Tienes algún analgésico? Creo que deberías tomar algo. Pareces estar sufriendo.

—He vomitado en la cocina —confieso.

Jack mira su taza y la deja en la mesilla de noche, empujándola suavemente con la punta de los dedos.

Me frota la espalda, casi con ternura, y por un momento quiero lanzarme contra su pecho y envolverme en sus brazos, rogarle que me acaricie el pelo. Debo de estar realmente muy mal para sentirme tan necesitada.

—Pobre —me dice—. Por lo que pude entender cuando te encontré deambulando y llorando por Vauxhall, tuviste una gran noche con los del trabajo, ¿no?

Oh, Dios.

—¿Llorando? ¿Por qué estaba llorando?

—Sí, estabas bastante molesta por algo, pero no pude entender qué. ¿Discutiste con alguien?

Un destello parpadea en la profundidad de mi cerebro, pero, de nuevo, se disuelve en nada antes de que pueda alcanzarlo.

—Tal vez. ¿Y estaba en Vauxhall? ¿Sola? —Eso no tiene sentido.

Estábamos en el Soho. Y ya había acordado ir a casa de Paloma con ella. Vive en el norte de Londres. Cuando salimos de fiesta, normalmente hacemos equipo para que ninguna de las dos tenga que volver sola a casa. Uno de los muchos placeres de ser mujer en una gran ciudad. Dios, tal vez me peleé con Paloma y por eso estoy aquí con un extraño en lugar de en su casa, dejando que me atiborre de tostadas con mantequilla. Me froto la cara. No quiero ir a trabajar hoy. Me pregunto si puedo llamar y decir que estoy enferma, aunque sospecho que sería demasiado obvio. ¿Por qué en los trabajos insisten en tener fiestas entre semana?

—Sí. Deambulabas sola. Gimoteando. Cerca de mi casa —explica Jack, mostrándome una sonrisa débil, pero la vergüenza ya está subiendo por mi piel, saliendo de mis poros junto con el alcohol—. No podía dejarte así. Podría haberte pasado cualquier cosa. Y en realidad fuiste bastante encantadora y simpática una vez que me obligaste a comprarte un kebab.

—Y patatas fritas.

—Oh, ¿recuerdas las patatas fritas?

Giro la cabeza hacia la cocina.

—La pista estaba en el vómito.

BIP BIP BIP BIP BIP…

Ambos saltamos cuando la alarma de mi Echo Spot suena de manera estrepitosa. Bueno, Jack salta. Yo me acobardo como un animal herido.

—Ah, supongo que esa es tu alarma para levantarte.

Niego con la cabeza miserablemente.

—Esa es mi alarma para salir de casa o llegaré tarde. El aviso de que no he oído las alarmas de mi teléfono.

Él pone una cara comprensiva.

—Y en este caso, también es el aviso de que ya es hora de que me vaya.

Me levanto para acompañarlo a la puerta, pero me hace un gesto para que no me moleste.

—No te preocupes por los modales, Molly Monroe. Prepárate. Toma un paracetamol y vete a trabajar —me dice mientras se dirige hacia la puerta.

Lo miro en silencio, deseando tener la capacidad mental para pensar en algo inteligente y/o divertido que decir. No puedo. Luego, justo cuando estoy a punto de ir a llorar en la ducha, él se da la vuelta.

—Mi número está en tu teléfono, por cierto. —Sonríe—. Me guardaste como «Jack».

  1El término acousmêtrese refiere a una voz o sonido que se escucha, pero no se ve en una película, lo que crea un efecto de misterio u omnipresencia. (Todas las notas son del editor).

 2 Los Kegel son ejercicios diseñados para fortalecer los músculos del suelo pélvico.

 3 Los Galaxy Minstrels son caramelos recubiertos de chocolate, populares en el Reino Unido.

 4 Rumpelstiltskin es un personaje de un cuento de hadas alemán recopilado por los hermanos Grimm. Su nombre, a menudo, es asociado con secretos y promesas peligrosas.

2 @MugRuncher: Qué. Zorra. #¿EstáMollyMonroeyadespierta?

Al final no lloro en la ducha. La sonrisa de Jack y su sugerencia de que debería llamarlo (quiero decir, por eso su número está en mi teléfono, ¿verdad?) me han hecho sentir un poco mejor. No muchísimo mejor, sigo con una resaca horrible (incluso es posible que aún esté borracha), pero lo suficiente como para impulsarme a entrar en mi baño. Y lo suficiente como para sonreír algo mientras enjuago el jabón, el alcohol y la vergüenza por el desagüe.

Salgo del baño (decir «baño» en realidad es una exageración para lo que básicamente es una manguera en un armario), me seco el cabello con una toalla y busco algo medianamente limpio que ponerme para ir al trabajo. Mientras cojo un par de leggings del suelo, escucho la puerta principal cerrarse con suavidad; Posey debe de haber salido para el trabajo. Es bastante tarde para ella, pero supongo que tendrá una entrevista con alguien o una reunión con alguna fuente o algo así. Sea cual sea la razón, estoy agradecida de no tener que enfrentarme a ella aún y tener una conversación incómoda sobre mi forma de beber, el desorden en la cocina y/o traer hombres extraños a casa. Sé que tiene razón y que la violencia machista contra las mujeres blablablá…, pero actúa como si nunca hubiera hecho algo así en su vida. Y puedo decir como testigo presencial que sí lo ha hecho. En la universidad ella era peor que yo. He tenido que recogerla del suelo unas cuantas veces después de pasarse bebiendo demasiados chupitos de una libra. Nunca lo pensarías al verla ahora. Puedo imaginar su cara de desaprobación mientras me sermonea sobre mantenerme a salvo. Quiero a Posey, y hemos sido amigas durante mucho tiempo. Pero no ha vuelto a ser la chica fiestera que conozco y adoro desde su gran ascenso hace unos meses. Tal vez solo se está comportando como una adulta. O quizá tiene algo que ver con el hecho de que no perdió a su madre a los doce años.

Miro mi Echo. Son casi las nueve de la mañana. Se supone que debo estar en mi escritorio a las nueve y media. Incluso si mi autobús llega a tiempo y el tráfico es fluido, me lleva al menos cuarenta y cinco minutos llegar desde la puerta de mi casa al vestíbulo de mi oficina. De todas formas, voy a llegar tarde y todos los demás también, así que me siento frente a mi tocador para secarme el cabello y ponerme algo de maquillaje. Puedo sentirme como una bola de pelo regurgitada por un gato, pero no tengo que parecerlo. Veinticinco minutos después, estoy lista. Incluso he logrado pasarme la plancha GHD por el cabello y darle un poco de volumen. No puedo hacer gran cosa con las sombras bajo mis ojos o el tono pálido que tengo propio del exceso de alcohol, pero me da igual. Solo voy a estar sentada en la misma oficina de siempre, viendo a las mismas personas que veo a diario. Siento una ola de ansiedad rodar dentro de mí al recordar a Paloma y nuestra probable discusión.

Necesito sí o sí revisar mi teléfono. Grito de frustración cuando, después de cinco minutos de lanzar almohadas y ropa en pánico por no poder encontrarlo, recuerdo que está en la caja con arroz en la cocina. Voy a buscarlo, y aprieto los dientes al darme cuenta de que sigue absolutamente muerto.

—¡Por el amor de Dios! —exclamo, alcanzando mi bolso y mi abrigo. Tendré que esperar lo mejor cuando llegue a la oficina.

Cierro la puerta de golpe detrás de mí, maldiciéndome en silencio por no haber comprobado primero que las llaves están en mi bolso (se me han olvidado un montón de veces). Rebusco en el bolso por un momento, un ligero pánico me sube por la garganta, hasta que siento el metal frío bajo mis dedos y el peso reconfortante del llavero en forma de pene que Paloma me regaló de broma en el amigo invisible. Solo entonces me doy cuenta de que nuestro vecino de al lado está parado fuera de su puerta, mirándome por encima del pequeño muro que divide su casa de la nuestra. Me sobresalto, asustada.

—Oh, buenos días, Patrick.

No responde, solo sigue mirando en mi dirección, no exactamente a mí, más bien a través de mí. Pasan unos cuantos segundos de silencio antes de que él diga:

—Molly. Perdón, sí, buenos días. Estaba en otro mundo.

Sonríe de repente, y el rostro se le llena de arrugas de risa propias de la mediana edad, pero tiene sombras bajo los ojos. Es uno de esos hombres a los que la edad les sienta bien, al menos normalmente, pero esta mañana parece demacrado y tenso. Pero, bueno, ¿quién soy yo para hablar? Es un abogado de primer nivel y, aunque su rostro parece cansado, su traje de diseñador está impecable.

—¿Os despertaron los niños? —Patrick y su esposa, Trudie, tienen una hija de unos tres años y gemelos recién nacidos, pero no estoy segura de si son niños o niñas. Les gusta despertarse temprano. Obscenamente temprano.

Por eso uso tapones para los oídos. Él frunce el ceño, como si no entendiera lo que estoy diciendo, y tira del cuello de su camisa.

—Los niños… Que si te han despertado —le repito. Dios, qué difícil es esto.

—¡Los niños! Sí. Lo hicieron. Perdón, apenas soy persona esta mañana. Necesito café, con urgencia. Te dejo seguir. —Sonríe disculpándose antes de entrar en su casa y cerrar la puerta.

Gracias a Dios que no ha querido quedarse a charlar. Me gustan Patrick y Trudie, tanto como a cualquiera le pueden gustar sus vecinos en Londres, pero, Dios mío, son aburridos. Trudie siempre tiene una expresión en la cara que me recuerda a un pequeño mamífero indefenso. Solo habla de lo cansada que está o de los niños. Me vi atrapada junto a ella en la cola del Sainsbury’s5 en la estación de tren una vez y fue suficiente para hacerme jurar que nunca tendré hijos. Patrick no es mucho mejor. No es un gran conversador, lo que me hace preguntarme cómo puede tener tanto éxito en su carrera legal. ¿No tienen que dar grandes discursos en el tribunal y esas cosas? Creo que Posey está un poco enamorada de él, pero yo no lo veo. Es atractivo en ese sentido de hombre mayor exitoso, pero no irradia carisma. Es extraño, en realidad. En la superficie lo tienen todo. Viven el sueño que nos venden a todos. La gran casa en una buena zona, dos coches (lo cual es ridículo en Londres porque ni siquiera necesitas uno), una camada de niños hermosos, dinero. Sin embargo, no parecen muy felices.

Hace un frío desagradable esta mañana, así que me pongo el abrigo, subo la capucha y meto las manos hasta el fondo en los bolsillos.

No debería llegar demasiado tarde si todo se mueve por la ciudad como debería. Aunque el hielo que ha hecho que el suelo esté resbaladizo no augura nada bueno. En fin. Exhalo una nube de aire y empiezo mi caminata hacia la parada del bus.

No es hasta que estoy a mitad de camino que me doy cuenta de que Patrick estaba entrando en su casa con traje. No trabaja desde casa, que yo sepa. Y aunque lo hiciera, ¿por qué se vestiría de traje para eso? Probablemente es porque se ha olvidado de algo adentro, decido. Ser adulto no te hace inmune a ese tipo de cosas.

Debería saberlo.

Hace tanto frío que me encuentro deseando que alguien se siente junto a mí en el autobús para poder absorber algo de su calor corporal. Ojalá pudiera permitirme coger el tren. Incluso estar aplastada contra la axila de alguien, pero con calefacción adecuada, suena lujoso ahora mismo. O tal vez podría ser una de esas personas que están muy en forma y que van en bicicleta a todas partes. No hay ninguna posibilidad de que eso ocurra. Soy tan propensa a los accidentes que aguantaría solo unos dos días antes de ser atropellada y morir en una rotonda. El autobús llegando a la parada interrumpe mis pensamientos y el conductor me lanza una mirada que dice: «Bueno, ¿subes o no?». Doy un paso adelante y espero a que las puertas se abran y el calor del interior me caliente.

Paso la tarjeta por el lector y miro alrededor. El nivel inferior está lleno, así que me arrastro escaleras arriba. Si consigo un asiento, tal vez pueda echar una cabezada antes de llegar al trabajo. Me siento y saco el teléfono del bolso antes de chasquear la lengua al ver la pantalla apagada y recordar, de nuevo, que está sin batería. O ahogado.

No importa. En realidad, no estoy de humor para cotillear en las redes sociales y ver que más amigas se están comprometiendo, casando o quedando embarazadas. O siendo ascendidas. Sueno amargada. No lo estoy. Sé que mi momento llegará, hasta entonces, estoy muy feliz de poder disfrutar de la última etapa de mi juventud. No muchas de mis amigas podrían tener una noche como la que tuve ayer a día de hoy. No puedes llevar a un hombre atractivo a tu cama cuando ya tienes una pareja/novio/marido instalado en casa. Y no puedes llegar tarde y con resaca al trabajo cuando eres jefa de un departamento. No estoy lista para esas responsabilidades aún, de lo contrario, ya las tendría. Creo firmemente en el tiempo establecido por lo divino.

Me acomodo en el asiento, apoyándome contra la ventanilla, y decido soñar despierta con Jack. Espero que de verdad sea tan atractivo como me lo pareció y que no tenga algún defecto como usar gafas de culo de botella o algo así. También es una muy buena señal que no tuviéramos sexo. He estado en situaciones como esa antes donde me he despertado sabiendo que he tenido sexo, aunque no lo recuerde. Eso demuestra que es un buen tipo. Algo me corroe en el fondo de la conciencia, recordándome que es muy deprimente considerar que un hombre es decente solo porque no tiene sexo contigo cuando estás demasiado borracha para dar tu consentimiento. Indica que el listón está realmente bajo.

Después de unos quince minutos, el autobús se ha llenado un poco más en la parte de arriba y puedo ver a un grupo de chicas adolescentes por el rabillo del ojo. Todas parecen estar mirándome y susurrando, levantando sus cejas perfectamente perfiladas en mi dirección de vez en cuando. Es un tipo de infierno particular ser una chica adolescente, pero también es bastante perturbador estar rodeada de ellas. Debo parecer un desastre. Todas van vestidas con faldas de cuadros y blazers que indican que van a la carísima escuela privada cercana. Uf. Odiaría tener esa edad de nuevo. Pero también odio sentir el peso de sus miradas y escuchar sus risitas. Cómo me gustaría que mi teléfono estuviera cargado. No deseo otra cosa más que ponerme los auriculares y poder zambullirme en Spotify y en el olvido. De todos modos, no se están riendo de mí. Es solo esa horrible ansiedad de la resaca. Me siento mal porque no puedo recordar la noche anterior y no puedo acceder a mi teléfono para averiguar qué pasó que me llevó a estar sola y llorando en Vauxhall.

Intento bloquear mi paranoia enfocándome en lo que puedo recordar. Es un ejercicio que me enseñó un terapeuta una vez, no mucho después de que mamá muriera y tuviera ataques de pánico con regularidad. ¿Qué sé con certeza? ¿Qué es un hecho? Recuerdo llegar al local con Paloma, todo estaba bien entonces. Nos habíamos preparado en la oficina y luego caminamos hacia el Soho porque perdimos el transporte que la empresa había contratado. Nos detuvimos en un pub cerca de la estación de Bond Street para tomar una copa rápida porque, como dijo Paloma: «La idea de entrar en ese nido de víboras completamente sobria es suficiente para darme diarrea». Cada una tomamos una copa grande de sauvignon blanc. Y nos dieron el resto de la botella gratis, así que también la bebimos. Ambas estábamos achispadas cuando llegamos al pub de falso estilo Tudor cuyo sótano había alquilado nuestra empresa. No hay un sitio mejor que el sótano de un pub para celebrar un acto de agradecimiento.

—Llevemos la diversión a la sala de fiesta —murmuró Paloma mientras dejábamos nuestros abrigos y recogíamos nuestros vales de bebidas.

—Más bien diría la sala de despiece —respondí, mirando a nuestros compañeros fuera de lugar y sintiendo un terror reptante en mis entrañas al ver a Carol, de Recursos Humanos, danzando sola en la pista de baile, con sus zapatos de trabajo planos y cómodos.

Paloma resopló.

—Un matadero y Recursos Humanos tienen mucho en común: allí aplican sus habilidades de recorte de personal.

Recuerdo reírme de eso. Recuerdo cambiar nuestros vales por esos vasos de plástico con vino blanco no tan frío. Había una camarera joven muy guapa que me hizo sentir desaliñada y vieja.

Todo lo demás es un borrón. Los recuerdos están ahí, aunque como una pastilla de jabón en un baño. Imposibles de sujetar. Espero que Paloma y yo no hayamos discutido. Quiero contarle que me he encontrado a un hombre guapo en mi cama esta mañana. Quiero contarle lo de Jack.

Aprieto los ojos, tratando de que mi cerebro funcione un poco mejor mientras el autobús se detiene, atascado en un embotellamiento.

—¡Argg! Vamos… —protesto con frustración, lo que provoca que las adolescentes se rían a carcajadas. Que maduren.

Pero la risa desaloja algo en mi cerebro. Un grano de memoria donde hay risas y luces brillantes, aunque no en la sala de despiece. Manos sobre mí. Vasos de chupito chocando. El recuerdo del sambuca es tan nítido que casi puedo saborearlo.

Y luego se va. De vuelta a las profundidades impenetrables de mi psique.

Me acurruco más en mi asiento, tratando de hacerme más pequeña.

Las risitas y los susurros de las chicas hacen que mi ansiedad suba y baje tanto que noto como si estuviera en un vuelo con turbulencias y no en el autobús 137.

Necesito bajarme.

Me levanto y tambaleo ligeramente en mi prisa por presionar el timbre para que el autobús se detenga.

Mientras medio camino, medio caigo por las escaleras, juro que oigo a alguien decir: «Zorra».

Dios, necesito dejar de beber. No puedo manejar esta paranoia de la mañana siguiente.

Estoy a dos paradas de donde necesito estar, pero no me importa. Me bajo del bus y respiro el maravilloso aire contaminado del centro de Londres en la hora punta de la mañana.

—Respira, Molly —me digo a mí misma—. Todo va bien.

Paso los diez minutos de caminata hacia la oficina tratando de recordar otras técnicas de TCC que me han enseñado. ¿Qué puedo ver? ¿Qué puedo oír? ¿Qué puedo oler? Edificios, coches y gasolina. Probablemente no sea el ideal holístico de la técnica, aunque mantiene mi mente ocupada mientras me dirijo al edificio de mi oficina. Está enclavado en una calle lateral cerca de Hyde Park Corner, entre la entrada de mercancías de una cadena hotelera y una panadería que dice ser francesa, pero que produce una cantidad deprimente de café instantáneo y té espeso en vasos de poliestireno. Fuera siempre huele a detergente y a cocina. Nuestra empresa, Sparkle Media, solía tener cinco plantas, pero desde hace un año solo tenemos dos. Ni siquiera sé para qué se usan ahora las otras plantas.

Las náuseas me revuelven el estómago cuando entro corriendo en el edificio y paso mi tarjeta de seguridad. Voy sola en el ascensor hasta el cuarto piso, donde se encuentra Girl Chat, lo cual me alegra, no estoy de humor para charlas triviales. Respiro hondo, inhalo y exhalo, como me sugeriría la aplicación en mi teléfono muerto si pudiera, en un intento de calmar la tormenta en mi estómago.

Tengo una sensación extraña mientras camino por nuestra oficina semiabierta hacia mi escritorio, casi como si estuviera haciendo el paseo de la vergüenza, no solo llegando al trabajo en una mañana normal, aunque con un poco de resaca, de jueves. Es más como si estuviera tambaleándome a casa, apestando a vino rancio y deshonra, con mis bragas en mi bolso, mientras todos los demás todavía están en la cama.

Me estoy haciendo demasiado mayor para esto.

Paloma está ya en su escritorio. Los ojos se le agrandan cuando me ve y cierra inmediatamente lo que estaba haciendo en su ordenador. Me mira, con culpa. ¿Estaba hablando de mí con alguien? Mierda. Ojalá pudiera recordar si nos peleamos. Y si es así, por qué.

—Hola —saludo, con cuidado, como presionando un hematoma para ver si aún duele.

—Molly —me dice. No puedo descifrar su tono. ¿Está siendo fría conmigo? Suena más sorprendida que otra cosa—. No pensé que vendrías hoy.

Intento reír, pero la carcajada me sale ahogada.

—Estaba muy borracha, pero habría sido demasiado obvio fingir estar enferma hoy. —Tiro de mi silla, tratando de parecer casual y despreocupada, y no como si el corazón estuviera a punto de salírseme del pecho.

—No, no es eso, es…

—Oye. —Me siento y me acerco a ella en mi silla—. No recuerdo nada. Ha sido como un apagón total. Lo siento mucho si discutimos. Ya sabes cómo soy. No puedo mantener la boca cerrada cuando he bebido demasiado vino. —Estoy segura de que escucho una risa ahogada desde algún lugar de la oficina. Miro alrededor, pero todos tienen la cabeza baja.

—Discutimos un poco, pero no es eso…

Me acerco aún más. Oh, Dios. Algo en mi interior se licua.

—No recuerdo cómo llegué a casa —continúo—. Y había un tipo extraño en mi cama esta mañana. Bueno, no extraño, en realidad era muy agradable. También guapo. —Sacudo la cabeza—. No es que eso sea importante. No pasó nada. Solo se aseguró de que llegara a casa. Lo cual fue realmente muy amable de su parte… —Me quedo en silencio, consciente de que estoy divagando.

—Mierda, Molly.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—No lo sabes, ¿verdad? ¿En serio?

Sacudo la cabeza de nuevo, más despacio esta vez, estúpidamente. Y por unos segundos tengo esa sensación de perder el equilibrio dentro de mí, porque sé que algo terrible ha sucedido. Algo que no se puede deshacer. El terror que ha estado acechando dentro de mí desde que desperté aprovecha su oportunidad para atraparme por completo y empiezo a desmoronarme. ¿Qué es? ¿Un ataque terrorista? ¿Alguien ha muerto? ¿Algún líder mundial loco ha apuntado un misil nuclear hacia nosotros? Me siento enferma de nuevo y respiro hondo.

—¿Qué ha pasado? —Mi voz es un susurro.

—¿No has visto tu teléfono? —Paloma me mira como si fuera una bomba.

—No. —Saco el teléfono del bolso—. No lo cargué cuando llegué anoche y luego se mojó, así que ha estado en el bote de arroz. Paloma, por favor. ¿Qué está pasando?

Me pasa su cargador y conecto el teléfono mientras ella inhala lentamente, preparándose para algo mientras esperamos a que mi teléfono vuelva a la vida.

Pero no da tiempo a que eso ocurra.

Justo cuando mi teléfono empieza a resucitar, la puerta de la oficina de Robyn (la editora de Girl Chat) se abre de golpe. Carol, de Recursos Humanos, está con ella.

Trago saliva de forma involuntaria. Ruidosamente.

—Molly. ¿Podemos hablar un momento, por favor?

Oh, Dios. Un «momento» es la forma pasivo-agresiva de la oficina de decir «estás en un gran lío». O «te vamos a despedir». Mil posibilidades pasan por mi mente a la vez. ¿Estoy en problemas por mis demasiados días de enfermedad? Robyn quería hablar conmigo sobre eso. ¿O hice algo horrible en la fiesta? No debería mezclar alcohol con mis medicamentos para la ansiedad.

Los ojos de Paloma vuelven a su ordenador y no me mira mientras camino hacia la oficina de Robyn, sintiéndome como si me dirigiera al cadalso.

 5 Sainsbury’s es una de las principales cadenas de supermercados en el Reino Unido, fundada en 1869.

3 @ratónanónimo: ¿Cómo puedes hacer una mamada si no tienes labios?

Robyn no parece contenta. Para ser claros, nunca parece feliz. Tiene una de esas caras que siempre luce un poco contraída y molesta. Cara de estar masticando una avispa, como la llama Paloma. Pero esto es diferente. La ira y algo más, algo que no puedo identificar, emanan de ella y yo deseo desesperadamente escabullirme y esconderme detrás de mi ordenador. O, mejor aún, en los baños.

Mientras tanto, Carol está mirándose los zapatos (¿son los mismos zapatos planos de anoche?) y golpeándose la rodilla con un bolígrafo. Otro fragmento de memoria vuelve a mí. Tiene algo que ver con Carol, y ella me da la espalda. Pero luego, como antes, se desvanece. Solo que esta vez puedo sentir su vergonzoso residuo enterrando raíces profundas y enredadas dentro de mí.

—Siéntate, por favor, Molly —dice Robyn, señalando la silla vacía frente a su escritorio.

Carol está a la derecha de ella y aún no me mira a los ojos. Como si yo fuera Medusa o algo así.

Me siento, justo en el borde de la silla, metiendo los pies debajo de mí. Ordenadamente. Como si eso fuera a marcar alguna diferencia en esta situación.

—No creo que necesite explicarte por qué estás aquí, ¿verdad? —pregunta Robyn, luego, con más amabilidad, añade—: Molly, ¿en qué estabas pensando?

La miro. Está esforzándose por mantener su voz nivelada.

—No lo sé… No recuerdo nada. —Miro mis manos, que se están retorciendo con fuerza sobre mi regazo.

—Molly. Es algo muy serio. No puedo creer que tenga que decirte esto…

—No sé qué decir —respondo, sin levantar la vista—. Supongo que al estar borracha tuve un comportamiento inapropiado y molesté a mucha gente, ¿es eso? —Me atrevo a mirar a Carol, que ahora no puede apartar sus ojos de mí, su expresión es indescifrable—. ¿Te molesté, Carol? Lo siento mucho.

—Bueno, fuiste bastante desagradable en algún momento, Molly, pero no se trata de eso.

Oh. Dios.

Robyn se sienta en el borde de su escritorio y me examina por un momento, evaluándome. Suspira hondo, y creo escucharla murmurar «mierda», pero no estoy segura porque la sangre que de repente corre a mis oídos es ensordecedora.

—Está bien, Molly —dice—. Necesitas prepararte porque voy a mostrarte algo. Y no va a ser muy agradable de ver.

La furia inicial de Robyn se ha disipado y ahora me mira con algo parecido a la preocupación mientras gira la pantalla del ordenador hacia mí.

Al principio, no sé lo que estoy viendo. Es un vídeo granuloso que parece filmado por una cámara de seguridad, pero pronto puedo decir por algunas risitas y el trabajo de cámara deficiente que ha sido grabado con un teléfono. Está casi oscuro, aunque consigo distinguir el exterior de un pub o bar. Hay algunas personas deambulando, fumadores, rezagados, lo que sea. Y luego la cámara hace un zoom y la imagen me golpea como un puño.

Una mujer de rodillas en una concurrida calle de Londres.

Una mujer arrodillada frente a un hombre.

Una mujer con las manos de un hombre en su cabeza, en su cabello, mientras se mueve hacia delante y hacia atrás en su entrepierna.

Y esa mujer claramente, inconfundiblemente soy yo.

La cabeza me da vueltas y me agarro el estómago, sintiendo que mis intestinos podrían salírseme del cuerpo. Y ahora es bilis lo que bombea por mis venas, no sangre. Me sujeto al escritorio de Robyn e intento recordar mis ejercicios de respiración mientras observo cómo mis nudillos se vuelven blancos. Sin embargo, no puedo ni recordar cómo respirar y estoy jadeando en busca de aire mientras Carol pone una de sus manos con suavidad sobre una de las mías. Me fascina por un segundo, me quedo hipnotizada por su anillo de bodas, una mancha en la piel, uñas con la manicura al natural.

—Molly, vamos. Respira conmigo —me pide—. Estás teniendo un ataque de pánico. Respira despacio, aspira y espira. Vamos. No pasa nada. ¿Podrías traerle un poco de agua? —Le habla a Robyn como si ella fuera la jefa y Robyn está haciendo lo que Carol le dice y todo está mal. Y hay un vídeo de mí haciéndole una felación a alguien en el ordenador de mi jefa y mi jefa lo ha visto y también Carol y a saber quién más y…

—¿Tienes una bolsa de papel? —le pregunta Carol a Robyn, y la jefa me mira como si yo fuera peligrosa, pero también está cogiendo una bolsa que está sobre su escritorio.

Sacude lo que parece un cruasán de jamón y queso, pero eso también está mal porque Robyn no come carbohidratos y tal vez no come nada en absoluto. Pero debe hacerlo porque ahora Carol está volteando la bolsa al revés (para que no inhale las migas) y la sostiene sobre mi nariz y boca, con delicadeza. Y está empujando mi mano derecha con su izquierda, animándome a sostener la bolsa yo misma.

—Bien. Ahora, Molly, aspira y mantén el aire unos segundos, luego exhala. Reduce esa respiración. Así está bien.

Y funciona. Recuerdo cómo se respira.

Después de unos momentos, el corazón no intenta salir de mi cuerpo a través de varios puntos de pulso y mis pensamientos no son un amasijo de locura. Carol me sonríe y retira la bolsa. Me pone un vaso de agua en la mano diciéndome que beba pequeños sorbos, y empiezo a llorar. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que sentí que alguien se ha preocupado por mí. Y ha hecho falta un vídeo de mí estando borracha de rodillas realizando una felación para que eso suceda. Mi cabeza está colgando y no puedo levantarla. Mi propio cuerpo está tan avergonzado de mí que no me deja controlarlo.

—¿Estás bien? —me pregunta Robyn tras que parecen varias décadas.

—La verdad es que no. —Intento sonreír, pero los músculos de la cara no me funcionan correctamente, así que sale forzada y temblorosa—. ¿Dónde…, dónde conseguiste eso?

Robyn y Carol intercambian una mirada. Sin palabras, discuten quién va a darme las malas noticias. Carol