El Coleccionista de Brujas - Charissa Weaks - E-Book

El Coleccionista de Brujas E-Book

Charissa Weaks

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Beschreibung

No hay victoria sin sacrificio Cada Luna de cosecha, Alexus Thibault, conocido como El Coleccionista de Brujas, acude a Hueco de Plata para llevarse a una bruja y entregarla como ofrenda al Rey de la Escarcha. Pero esta vez será diferente: desde que se llevaron a su hermana hace ocho años, Raina Bloodgood trama su venganza. La joven, que es una bruja muda que hace hechizos con las manos, ha urdido un plan para asesinar al Rey de la Escarcha y hacer pagar a Alexus por todo el dolor que ha causado a su familia. Pero cuando el Príncipe del Este ataca por sorpresa Hueco de Plata, Raina se ve obligada a salvar a Alexus con su magia para mantener viva la posibilidad de encontrar a su hermana. Así, los destinos de Raina y Alexus quedan entrelazados para siempre. El Coleccionista de Brujas accede a ayudar a Raina, pero las cosas no serán tan fáciles: una antigua maldición obligará a la joven a tomar la decisión más difícil de su vida. ¿Estará dispuesta a sacrificarlo todo por su hermana, incluso su corazón? Sumérgete en esta historia increíble de brujas, venganza, magia, pasión y muerte

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El coleccionista de brujas

Charissa Weaks

Traducción de María Eugenia Montenegro

Contenido

Página de créditos
Sinopsis
Nota de la autora
Mapa
Día de la Colecta
Parte I: El fuego
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Parte II: Hacia el bosque
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Parte III: El camino de invierno
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Parte IV: Fuerte de Invierno
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Agradecimientos
Sobre la autora

Página de créditos

El Coleccionista de Brujas

V.1: abril de 2023

Título original: The Witch Collector

© Charissa Weaks, 2021

© de la traducción, María Eugenia Montenegro, 2023

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2023

Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial. 

Se declara el derecho moral de Charissa Weaks a ser reconocida como la autora de esta obra.

Diseño de cubierta: MiblArt

Adaptación de cubierta: Taller de los Libros

Corrección: Gemma Benavent

Publicado por Wonderbooks

C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª

08009, Barcelona

www.wonderbooks.es

ISBN: 978-84-18509-40-7

THEMA: YFHR

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

El Coleccionista de Brujas

No hay victoria sin sacrificio

Cada Luna de cosecha, Alexus Thibault, conocido como el Coleccionista de Brujas, acude a Hueco de Plata para llevarse a una bruja y entregarla como ofrenda al Rey de la Escarcha. Pero esta vez será diferente: desde que se llevaron a su hermana hace ocho años, Raina Bloodgood trama su venganza. La joven, que es una bruja muda que hace hechizos con las manos, ha urdido un plan para asesinar al Rey de la Escarcha y hacer pagar a Alexus por todo el dolor que ha causado a su familia.

Pero cuando el Príncipe del Este ataca por sorpresa Hueco de Plata, Raina se ve obligada a salvar a Alexus con su magia para mantener viva la posibilidad de encontrar a su hermana. Así, los destinos de Raina y Alexus quedan entrelazados para siempre. 

El Coleccionista de Brujas accede a ayudar a Raina, pero las cosas no serán tan fáciles: una antigua maldición obligará a la joven a tomar la decisión más difícil de su vida. ¿Estará dispuesta a sacrificarlo todo por su hermana, incluso su corazón?

Sumérgete en esta historia increíble de brujas, venganza, magia, pasión y muerte

«Si te gusta la fantasía con magia compleja, una protagonista intrigante, un romance poderoso y un gran elenco de personajes secundarios, El coleccionista de brujas es para ti. La narrativa de Charissa Weaks te dejará con ganas de más.»

Juliet Marillier, autora de la trilogía Sieteaguas

«¡Bienvenidos a un nuevo mundo fantástico y una historia realmente épica! Un viaje romántico, tenso y fantástico a través de tierras devastadas por la guerra y un bosque encantado deliciosamente malévolo.»

Jeffe Kennedy, autora de Dark Wizard y The Forgotten Empires

«Prosa exuberante, hermosa construcción del mundo y tensión sexual durante días. Créeme, querrás añadir esta novela a tu lista de libros pendientes.»

Jessa Graythorne, autora de Fireborne

«Estamos ante una novela de enemies to lovers con una fantástica construcción del mundo, una heroína fuerte y un villano malvado. A esto hay que añadirle una trama intrigante y un romance que surge lentamente… Estoy deseando leer más de la autora.»

The Bookish Journal

#wonderfantasy

#wonderlove

Para mi familia.

Sois mi luz en la oscuridad.

Os quiero a todos de aquí a la Luna.

Y para todos los escritores que se preocupan por si no

son lo bastante buenos, por si no pueden seguir 

adelante o por si no triunfarán.

Lo sois. Podéis. Lo haréis.

Nota de la autora

Los lenguajes de signos son lenguas que utilizan un método visual y manual para la comunicación. No hay un lenguaje de signos universal. Por ejemplo, el BSL (British Sign Language) es un lenguaje distinto al ASL (American Sign Language). Los lenguajes de signos tienen su propia gramática y utilizan movimientos de manos, orden de signos y señales faciales o corporales para crear esa gramática, además de la dirección de la mirada, parpadeos y pausas. Para facilitar la lectura, el lenguaje de signos ficticio en esta obra se leerá como si fuera el Signing Exact English (Signos Exactos del Inglés, SEE por sus siglas en inglés).

Día de la Colecta

Han pasado ocho largos años desde que el Coleccionista de Brujas se llevó a mi hermana. 

Viene a nuestro valle cada Luna de cosecha con su capa negra ondeando al viento y conduce a una de nosotras al Fuerte de Invierno, hogar del inmortal Rey de la Escarcha, donde permanece para siempre. Ha sido así desde hace un siglo, y hoy es ese día: el Día de la Colecta. Pero el Coleccionista de Brujas no vendrá a por mí. De eso estoy segura. Yo, Raina Bloodgood, he vivido en esta aldea durante veinticuatro años, y durante veinticuatro años me ha ignorado.

Error. 

Algunas mujeres sueñan con casarse, tener un hogar e hijos. Otras desean besos ardientes en las sombras y susurros seductores en su piel. ¿Yo? Yo quiero a mi familia. Juntos y libres. También quiero al Rey de la Escarcha y al Coleccionista de Brujas… 

Muertos.

Y hoy voy a hacer mi sueño realidad.

. I .

El fuego

Capítulo 1

Raina

Bajo la luz morada del amanecer, me cuelo por la puerta trasera de la cabaña del panadero, deslizo dos barras de pan recién hecho de la rejilla y me escabullo a través de la plateada niebla que se arrastra por nuestra aldea durmiente. Nadie me ve. Nadie me oye. Toda mi vida he sido silenciosa y sigilosa, estoy acostumbrada a ser la bruja muda a la que ignoran. Pero nunca he sido una ladrona ni una asesina. 

La gente cambia, supongo. 

Con el pan camuflado en el delantal, me apresuro hacia la cabaña vacía que comparto con mi madre y saco la bolsa de debajo de la cama. Ese dulce aroma a miel y levadura hace que el estómago vacío me ruja, pero debo concentrarme. Puede que este pan robado nos salve en los próximos días. 

Las últimas semanas me han dado razones para creer que la gente a la que quiero puede tener un futuro distinto al que se nos ha presentado durante tantos años, un futuro de miedo, temor y pérdida. Por fin podemos dejar Hueco de Plata y este valle, buscar una nueva vida lejos, en algún lugar a salvo de la pesada mano de los gobernantes inmortales. Primero, tengo que secuestrar a la mano derecha del Rey de la Escarcha, obligarlo a que me guíe por el bosque prohibido de Aguahelada, tender una emboscada en el castillo protegido del reino en Fuerte de Invierno, matar a mis enemigos y recuperar a mi hermana. 

Sola.

En cuanto añado el pan a los demás objetos que he preparado para nuestra huida, vuelvo a meter la bolsa en su escondite. La mayoría de las brujas jóvenes en la aldea estarán acurrucadas con sus familias, preocupadas por que las escojan, mientras yo planeo una rebelión en solitario. 

Pero, a diferencia de las otras brujas del valle, yo nunca he temido que me eligiera. Las brujas caminantes cantan su mágicka en elikesh, la lengua de los antiguos. Al haber nacido muda, aprendí a hilar conjuros mágickos traduciendo el elikesh a la lengua de signos que me enseñó mi madre, un lenguaje que se habla con las manos. 

Crear mágicka de esta forma es una habilidad compleja. A veces me equivoco: una palabra aquí, un estribillo allí. Esa dificultad y el hecho de que no tengo ni una sola marca de bruja en la piel me hacen invisible a la hora de escoger a una de nosotras. Las brujas caminantes elegidas ayudan a proteger las fronteras más al norte y la propia Fuerte de Invierno. ¿Qué podría querer Colden Moeshka, el Rey de la Escarcha, de una bruja inexperta como yo? 

Casi sonrío.

Si supiera de todo lo que soy capaz. 

Un fuerte golpe seco resuena en la puerta y en mis huesos. Al principio, creo que es madre, que viene con los brazos cargados de manzanas y le ha dado un puntapié a la puerta para que le abra. Pero el inconfundible hedor de la muerte se desliza por debajo del umbral. El olor es débil, pero ahí está. 

Cuando arrastro la puerta para abrir, una paloma yace en el suelo con las alas desplegadas e inerte. Con cuidado, mezo al ave en el antebrazo, le paso los dedos por la cabeza y el pecho, y lo llevo dentro. Parece que tiene el cuello roto, pero todavía vive, aunque apenas. Tengo unos minutos para salvarla, pero eso es todo. 

He pasado por alto la oportunidad de ayudar en muchas ocasiones. Es más seguro si nadie sabe que soy una sanadora. Nunca me he atrevido a contárselo a mis padres ni a nadie, ni siquiera a Finn. Mi hermana Nephele es la única que sabe que tengo esta habilidad. Siempre me decía que agradeciera no tener marcas de bruja, porque el poder que vive en mí me hace valiosa. 

Y las cosas valiosas acaban encerradas. 

A medida que el hedor se intensifica, me siento en la silla de madre cerca de la chimenea y arrimo a la paloma a mi regazo. Su muerte huele a agujas de pino y a musgo mojado mezclado con un toque de lluvia fría. Cierro los ojos y respiro hondo mientras absorbo el olor y observo cómo las hebras brillantes y en espiral de la vida de la paloma se despliegan como una bobina de hilo.

No estoy segura de que sea la decisión más inteligente por lo que tengo que hacer hoy. Sanar puede ser agotador según lo cerca que esté la muerte y el tamaño de la vida que estoy volviendo a hilar. Una paloma pequeña debería suponerme poco esfuerzo. No puedo dejarla morir. 

Me concentro e imagino cómo las tenues hebras se convierten en una trenza resplandeciente y cómo la paloma se eleva sobre el valle. Esta es la primera parte de cada salvación: manifestar la visión de mi voluntad. Luego repito la antigua canción que conozco desde la primera vez que vi las hebras de la vida de una cierva moribunda, y formo las palabras con las manos. 

«Loria, Loria, anim alsh tu brethah, vanya tu limm volz, sumayah, anim omio dena wil rbeisah».

Las hebras brillan y tiemblan al atraerse entre sí como el hierro y un imán. No dejo de cantar ni de repetir las palabras hasta que las hebras se han entrelazado y la dorada estructura de la vida vuelve a ser sólida y reluciente. 

Las alas de la paloma aletean y se pliegan. Cuando abro los ojos, el corazón le late tan fuerte que el pecho se le mueve con cada latido. También abre los ojitos y se levanta para volar de pared a pared. Empujo la contraventana y observo cómo se dirige hacia el frío hasta desaparecer en la distancia, cerca de los límites del bosque. 

Estoy algo cansada y mareada, el sudor frío me resbala por el entrecejo, pero me recuperaré. Lo más curioso de sanar una vida tan cerca de su final es que esa muerte robada se enrolla en mi interior como una sombra. Solo tengo un puñado de muertes guardadas, pero siento la oscuridad de cada una de ellas. 

Me dispongo a cerrar las contraventanas, pero me detengo y observo cómo amanece en la aldea, quizá por última vez. En el oeste, donde el Bosque Aguahelada se curva hacia la colina, las brujas caminantes del turno de noche avanzan por el límite del bosque cerca de la torre vigía y se deslizan por la penumbra como fantasmas. Y entre la niebla, justo más allá del prado de la aldea, unas mujeres aparecen por el este. Llevan cestas de manzanas sobre la cabeza, rodeadas por el vaho de sus respiraciones. Por ahora, todo lo demás está en calma en una aldea que está a punto de despertarse en uno de los días más temidos del año. 

Después de atizar el fuego, me cambio la capa por un chal y me dirijo a la mesa de trabajo. El Sol casi está en lo alto, lo que significa que Finn se despertará en breve y, al igual que las demás que cargan con las manzanas, madre volverá pronto del vergel. Hay trabajo que hacer y un plan que debo urdir hasta el final, aunque me resulte difícil pensar en dejar atrás todo lo que conozco. 

Pero no puedo quedarme. Vivimos en un mundo donde las guerras se cuecen entre dos de los extremos continentales de Tiressia: los Territorios del Este y las Tierras del Verano en el sur. Durante siglos, todos los gobernantes del Este han intentado conquistar las Tierras del Sur, deseosos por reclamar Ciudad de la Ruina, la ciudadela en la que se cree que se encuentran la Arboleda de los Dioses y el Cementerio de las Deidades de Tiressia. 

O eso dice la leyenda. 

Gracias al Rey de la Escarcha, nunca he conocido la guerra. Las Tierras del Norte se han mantenido neutrales, pero nuestros ciudadanos, que ante todo son guardianes, deben vivir según los deseos del Rey de la Escarcha, ya sea protegiendo la costa, las montañas, el valle, las llanuras de Tierrahelada o al mismo monarca. Creo que yo tengo el poder para cambiar eso, para acabar con su vida inmortal y convertirnos en una tierra gobernada por su gente, que será libre para elegir cómo vivir su vida. 

Y eso es lo que pretendo hacer. 

La vieja piedra de afilar de mi padre reposa en el fondo de su arcón. La saco de debajo de las demás herramientas de trabajo y lleno una taza de agua de lluvia del cubo de fregar para empezar a afilar. Cuando me siento a trabajar, madre entra en la cabaña con una cesta llena de manzanas. Cierra la puerta de una patada, pero no evita que parte del viento helado del Bosque Aguahelada la siga hasta el interior, y deja caer la cesta cargada con un resoplido. 

El frío me envuelve y me ajusto más el colorido chal que Nephele tejió hace tiempo. Últimamente, su recuerdo está por todas partes. Incluso las manzanas cubiertas de escarcha que están a mis pies me hacen pensar en ella. Nephele adoraba el vergel y la cosecha del Día de la Colecta. Tampoco le importaba vivir en el extremo norte del imperio hecho añicos de Tiressia, ni le molestaba el frío del invierno que se aferra a nuestro valle después de la Luna de cosecha. 

Yo soy todo lo contrario. Odio vivir en las Tierras del Norte. Odio la cosecha del Día de la Colecta y odio esta época del año. Cada día de otoño que pasa es otro recordatorio de que el Coleccionista de Brujas se acerca y de que Hueco de Plata, con sus verdes colinas redondeadas y sus campos de lino, pronto se verá sepultado bajo la asfixiante escarcha del invierno. 

Madre se aparta un mechón de pelo canoso de la frente y se lleva las manos a las anchas caderas. 

—Sé que crees que estoy siendo ridícula —dice—, pero creo que hoy va a ser un buen día, mi niña. Estoy segura de ello. 

Madre tiene pocas marcas de bruja, pues su mágicka es simple. Las espirales de su habilidad relucen bajo una fina capa de sudor y los grabados plateados, apenas visibles, se curvan por la piel morena de su cuello esbelto. 

Fuerzo la primera sonrisa del día mientras dejo la taza de agua de lluvia a un lado. Mis dedos todavía están rígidos por el frío cuando le digo con signos:

—Seguro que tienes razón. Debería ponerme a pelar. 

Un poco después, me giro en el taburete para alejarme de ella y de sus astutos ojos. 

Mi sonrisa se desvanece mientras enciendo las velas que iluminan mi zona de trabajo. Quiero evitar esta conversación. Ocurre todos los años y, cada vez, el Coleccionista de Brujas demuestra que la intuición de madre se equivoca. 

Aun así, nunca la llamaría ridícula. Mi madre es una de las personas más sabias que jamás he conocido, aunque sea una soñadora con la cabeza en las nubes. Lo que pasa es que este día nunca es bueno, y este año puede que sea peor que los anteriores. 

Por mi culpa. 

Abro la cerradura del cajón de la mesa de trabajo y rescato nuestra salvación, la razón por la que he hallado el valor para recuperar nuestras vidas: el viejo cuchillo de padre. Él lo llamaba «el Cuchillo de Dios» y decía que lo había creado un hechicero del Este a partir de la costilla de un dios que murió hace mucho tiempo. Llevaba desaparecido desde el invierno después de que hubieran escogido a mi hermana, perdido en los campos cubiertos de nieve el día en que el corazón de padre dejó de latir. 

Hace unas semanas, durante la cosecha, un grupo de granjeros encontró la hoja medio enterrada en el suelo de un campo que iba a entrar en barbecho. Uno de ellos, Warek, el padre de Finn, reconoció la hoja negra y la piedra ámbar en la empuñadura. Se aseguró de que los granjeros devolvieran el hallazgo a mi madre. 

—¿Por qué el Cuchillo de Dios es tan importante? —le pregunté una noche cuando aún era lo bastante pequeña para sentarme en su rodilla. Mi padre llevaba ese cuchillo a todos lados. Estaba claro que era importante. 

Acababa de llegar de la cosecha. Todavía recuerdo cómo olía, a almizcle y a campo. Recorrí las venas de sus manos de recolector y tracé sus marcas de brujo, que se ramificaban como las raíces de un árbol por los nudillos. 

—El Cuchillo de Dios es lo que queda de un dios —contestó—. Es un hueso de dios forjado por la mano del hechicero Un Drallag. Escucha al alma del dios al que perteneció. Puede matar a cualquiera y cualquier cosa, al bendito y al maldito, a los inmortales y a los muertos resucitados, incluso a otros dioses. 

—Y, aun así, lo conservas —dije, pues no comprendía la profundidad de sus palabras o el hecho de que un día cambiarían el mundo. 

—Sí, hija. Lo conservo porque debo. 

Al igual que con Nephele, los recuerdos de mi padre nunca se alejan demasiado de mi pensamiento. Por qué fue a los campos el día que murió, en pleno invierno, siempre será un misterio, igual que la pregunta que me perseguirá hasta el día de mi muerte: si la hoja es todopoderosa, ¿por qué no la usó para salvarnos o para salvar a Nephele? 

Tuvo ese cuchillo durante años, uno que puede matar a un dios, un mata-inmortales, un arma divina. Jamás lo utilizó contra el Rey de la Escarcha para cambiar nuestra situación. 

Madre se apoya en mi hombro y se desabrocha la capa mientras observa el cuchillo. El olor a clavo, hojas caídas y frío ahumado emana de su piel y su ropa. 

—¿Estás afilando esa cosa vieja?

No cree en los cuentos en los que padre encontraba el Cuchillo de Dios cerca de la costa de Malorian. Aunque ha ocultado la hoja desde que la encontraron, madre sigue sin aceptar su historia y dice que no tiene poder. 

Pero yo sí creo, porque lo siento. 

Sostengo la punta negra y opaca a la luz de la vela a modo de respuesta. Necesito que el cuchillo esté lo bastante afilado para que atraviese tendón y hueso, y solo confío en unas manos que se aseguren de que lo haga. 

Por desgracia, no son las mías. 

—Entonces sigue —añade madre—. Pero tenemos cuchillos mejores para pelar manzanas, Raina. 

Tengo que llevarle el cuchillo a Finn. Trabaja con hierro extraído de las minas cercanas a la Cordillera de Mondulak, pero confío en sus manos. Solo necesito una excusa, porque madre tiene razón: tenemos otras hojas para las tareas diarias. No tengo motivo para centrarme en este, al menos ninguno que se vaya a creer, y tampoco puedo explicarle mi plan. Algo me dice que no le gustaría saber que hoy su hija pretende secuestrar al Coleccionista de Brujas a punta de cuchillo. 

Madre cuelga la capa en la puerta y se dirige a la chimenea para servirse una taza caliente de sidra de manzana especiada. Cuando regresa a mi lado, mira por encima de mi hombro mientras pongo la piedra de afilar de padre en un pedazo de trapo con aceite. Ella defiende que el cuchillo no está hecho de hueso. ¿Qué hueso es negro como la noche y frío como el hielo? 

Pero es hueso. Hueso de dios. No es pedernal ni acero. De eso estoy segura. Algo dentro de ese viejo tuétano vibra con cada pasada, como si estuviera devolviéndole la vida. 

Mientras paso el filo por la piedra con cuidado, más sudor me empapa la frente. ¿Y si lo rompo? ¿Un hueso de dios se puede romper? ¿Y si el Coleccionista de Brujas me vence hoy cuando sostenga la hoja contra su garganta? 

Me tiemblan las manos al pensar en estar frente a él, tanto que vacilo en mi tarea. El hueso me pellizca la punta del dedo, me sobresalto y chupo la herida. 

Por la muerte de Dios. Solo yo me mataría accidentalmente con el arma que podría salvarme. 

—Cuidado, Raina. —Madre deja la taza a un lado y mira el corte—. Sé que crees que este cuchillo te mantiene conectada a tu padre, pero a lo mejor Finn debería echarle un vistazo a la hoja si estás tan empeñada en usarlo. Prefiero que tus preciosas manos sigan enteras. 

Se me acelera el pulso. Vuelvo a sentirme como una niña que le oculta algo a su madre. Pero este es el momento perfecto. No podría haberlo planeado mejor. 

—Seguro que Finn está de camino a la tienda —respondo—. Se lo llevaré y terminaré las manzanas mucho antes del mediodía. Lo prometo.

—Ve. —Me sonríe—. Pero no tardes. La cena de la cosecha no se preparará sola. 

Me pongo la capa, envuelvo el cuchillo en un pedazo de piel de animal y me dirijo a la puerta.

—Hija.

Miro por encima del hombro y madre acorta la pequeña distancia entre nosotras.

—Te esfuerzas mucho por ocultarlo —dice—, pero una madre conoce a sus hijos mejor que nadie. No permitas que el odio te cause problemas, Raina, o a nosotras. Si me vas a prometer algo, que sea eso. 

Sus mordaces ojos color índigo se dirigen al cuchillo envuelto como si supiera todo lo que pretendo, y la culpa y la vergüenza provocan que se me estremezca el corazón por lo que estoy a punto de hacer. Lo que debo hacer. 

Me inclino, la beso en la mejilla con suavidad y me echo hacia atrás. 

—Lo prometo —le digo, y me deslizo hacia la fría y gris luz del día. 

Capítulo 2

Raina

La herrería de los Owyn está en las afueras, al este de Hueco de Plata, cerca del vergel y el viñedo. Es un camino largo, pero estoy tan nerviosa que llegaré rápido. 

Mientras me dirijo hacia allí por el prado, memorizo cada detalle de la aldea. La escarcha brilla en el tejado de paja de cada cabaña y choza, y el escaso humo de los fuegos de la noche se escapa por las chimeneas. Los jardines se están marchitando y las flores silvestres que marcaban el camino hacia los campos se han convertido en cáscaras descoloridas. Pronto, la nieve se acumulará en los aleros y cubrirá todas las puertas hasta la altura de las rodillas, y la vida en el valle se tornará amarga y difícil. 

A menudo pienso en lo mucho que odio este lugar, pero lo cierto es que solo odio mis circunstancias y el hecho de no tener elección. Porque la vida podría ser peor. Podría vivir en un clan bárbaro en los Territorios del Este o en medio de las asfixiantes arenas de las Tierras del Verano, o podría vivir junto a la costa de la Tierra del Norte y pasar el tiempo preocupada por la guerra y los peligros del mar. En vez de eso, vivo en una aldea tranquila llena de gente buena, brujas caminantes, mestizos y los que no tienen ninguna habilidad mágicka. 

Los guardianes del Bosque Aguahelada. 

Nuestras brujas caminantes, junto con las de Lago Hampstead, Penrith y Littledenn, son la segunda línea defensiva de las Tierras del Norte, solo por detrás de la guardia, que protege nuestra frontera en el sur. Hora tras hora, las voces de las brujas caminantes transportan su mágicka a través del aire por la orilla del Aguahelada para reforzar la barrera que mantenemos intacta a toda costa. 

He caminado por esa frontera muchas veces para ayudar a fortalecer la protección con mi canción silenciosa. Para un extranjero, la barrera solo es un brillo entre los árboles o el rocío que resplandece en una telaraña en la luz de la mañana. Pero es mucho más que eso. Es una fortaleza impenetrable con una sola entrada vigilada al oeste, cerca de Lago Hampstead, a través de la que el rey y su séquito, principalmente el Coleccionista de Brujas, viajan. 

A veces me pregunto si estamos manteniendo a los intrusos fuera del bosque y, por ende, alejados de la misteriosa Fuerte de Invierno del Rey de la Escarcha. 

O si custodiamos algo dentro. 

Al otro lado del muro de piedra que separa la aldea principal de las granjas, un puñado de ancianos salen del templo después de su rezo matutino habitual seguidos de unos cuantos aldeanos, entre los que se encuentran la madre de Finn, Betha, y sus cuatro hermanas pequeñas. 

Los Owyn son norteños leales, dedicados a la adoración de los dioses antiguos, en especial al último en la memoria reciente: Neri, un bastardo egoísta que lleva muerto trescientos años. A veces, estar con la familia Owyn me hace sentir algo blasfema, pero tampoco es que sea muy devota. No he puesto un pie en el templo desde que eligieron a Nephele. 

Y jamás volveré a hacerlo. 

—¡Raina! —exclama Helena, la segunda hija de los Owyn, que viene hacia mí. 

No pasa un solo día en el que no hable con Hel. La conozco desde siempre, pero cuando perdí a Nephele, Helena no se apartó de mi lado y llenó un vacío en mi interior al que ni siquiera Finn podía acceder. 

La saludo, y las niñas aceleran el paso para llegar hasta mí con las caritas morenas tensas por el aire frío. Betha parece reacia, ya que adopta una expresión seria. 

Las gemelas, Ara y Celia, no se inmutan. Corren y se agarran a mis piernas mientras Saira, la más joven de la familia Owyn, salta a mis brazos y me abraza por el cuello. Se aparta un poco y me dice con signos la única frase que ha aprendido a formular con las manitas gracias a su travieso hermano. 

—Raina necesita un baño. 

Saira se ríe y yo le dedico una sonrisa sincera. Es una pequeña brizna de alegría en un día triste. 

Helena se acerca y su melena negra lucha contra la brisa. La daga que le regalaron su padre y su hermano el año pasado cuando cumplió los dieciocho siempre cuelga de su costado, incluso durante la oración. Es alta y fuerte como su padre, pero tiene la expresión amable de su madre. 

Los Owyn intentan practicar la mágicka de fuego, útil para los herreros, aunque son especialmente hábiles con la común, como el resto de los aldeanos. Hoy, las marcas de bruja plateadas de Helena destacan mucho contra su piel dorada, delineadas con un bonito tono ocre. 

Cuando la miro a los ojos, me toca el costado y sonríe, pero su espíritu salvaje no se revuelve, ni siquiera en su mirada. 

—Buenos días, Raina —dice Betha. Me regala una pequeña sonrisa y mira a sus hijas pequeñas; es una forma silenciosa de decir que no quiere que oigan las preocupaciones claramente reflejadas en su rostro. 

Aunque me conoce desde hace muchos años, Betha aún no ha aprendido a decir nada más que lo básico en lengua de signos, si bien los demás tampoco, aparte de Finn y Hel. 

Miro sus profundos ojos marrones.

—¿Va todo bien? —pregunto. 

Lo que sea que les preocupa no tiene nada que ver con el Día de la Cosecha. Los Owyn son brujas caminantes, y Finn y Helena todavía están en edad de que el Coleccionista de Brujas los escoja. Los Owyn creen que el Rey de la Escarcha hace lo que hace por una razón divina, un hombre dotado con sabiduría por la bendición eterna de Neri, un líder que quiere proteger nuestras tierras. Sé que se entristecerían si hoy perdieran a algún miembro de su familia, pero ven el sacrificio como un deber, no como yo. Debe de ocurrir algo más. 

—Los cazadores del festín deberían haber vuelto de las montañas anoche —dice Helena con signos—… a tiempo para preparar sus presas para la cena de la cosecha. No ha habido señal de ninguno de ellos. Ni siquiera de Da. 

Pongo a Saira en el suelo y veo que da saltitos hacia la aldea. Cada otoño, los cazadores del festín viajan al sur, hasta las montañas Gravenna, con la esperanza de atrapar y matar unos cuantos cuernos grandes para la cena de la cosecha. Entre las montañas y nuestro valle hay algunos campos y aldeas pequeñas, pero aparte de eso, la tierra es un tramo de colinas onduladas y pastizales abiertos. Desde luego, no es un camino peligroso para los cazadores que han viajado por ese terreno durante tantos años. 

—Estoy segura de que solo han perdido la noción del tiempo —respondo—. Warek volverá con su alegre pandilla tras él, como si fuera el mejor cazador de todos. —Le aprieto un poco la mano para consolarla, pues el ceño fruncido en dos líneas gemelas sobre los ojos muestra que está preocupada. No estoy segura de estar en lo cierto, pero una vez haya hablado con Finn, podré averiguarlo. 

La sanación no es mi único don. 

Helena se muerde el labio. 

—Espero que tengas razón, pero ¿le rezarás a Loria solo por si acaso? 

—Claro. 

Helena me conoce lo suficiente para no incluir a su señor de las Tierras del Norte en la petición. Loria es la diosa de la creación y, aunque no creo que los Antiguos sigan escuchando, Warek era el mejor amigo de mi padre y por eso, aunque no sea devota, le rezaré a nuestra creadora. 

Pero no a Neri. Nunca a Neri. Él es la razón por la que tenemos que lidiar con el Rey de la Escarcha en primer lugar. 

Helena y yo chocamos los antebrazos. Ella junta la frente con la mía y sonríe levemente. 

—Tuetha tah —pronuncia una frase en elikesh que significa «mi hermana». 

Trazo el signo de esas palabras en su pecho y me siento más culpable con cada segundo que pasa. Le oculto muy pocas cosas a Hel, menos la historia del cuchillo, pero no le he hablado de mi plan o de que me marcho del valle, esta vez de verdad. Helena me quiere, pero jamás lo entendería. 

Reúne a sus hermanas y a su madre y las dirige hacia el muro de piedra. Aunque todavía hay una sombra de preocupación en su cara, su sonrisa se ilumina y me guiña un ojo por encima del hombro. 

—Finn está en la tienda, si es allí a donde vas. ¿Te veo en la pradera al mediodía? 

Asiento. Como si fuera a estar en otro sitio. 

Fuera de la forja, paso por encima de Tuck, el perezoso perro dorado de la tienda al que adoro, para llegar a la entrada. Un toque detrás de una oreja suave me granjea una mirada lastimera, pero aparte de eso no se mueve. Cuánto amor para la mujer que lo robó de la muerte cuando nadie miraba. 

Dentro no me sorprende encontrar a Finn sentado en una esquina oscura, apoyado en una silla con los pies en la mesa de trabajo mientras bebe de una taza humeante de hidromiel. Antes era la tienda de su padre, y se nota. La bandera verde e índigo de Tiressia cuelga de las vigas mientras el estandarte de Neri cubre la pared encima de la cabeza de Finn. La imagen de una criatura con más aspecto de lobo que de hombre me mira, bordada en un hilo color ceniza sobre seda azul y blanca. 

Verlo me da asco. 

La puerta chirría y Finn alza la mirada. Lleva los rizos negros y salvajes desordenados, le caen sobre la frente y los pesados párpados. Con mejor luz, se ven las marcas plateadas con el tenue contorno color ámbar que tiene en la piel, como Helena y su padre. 

—Por la cara que traes, imagino que has visto a mi familia. —Toma un gran trago y suelta un suspiro molesto—. Padre está bien. Volverán a tiempo para la cena. Son cazadores, los mejores. No estoy preocupado. 

Así es como Finn acaba las conversaciones que no quiere tener antes incluso de que empiecen. 

Esta vez no me importa. Estoy de acuerdo. Los cazadores del festín se conocen nuestras tierras mejor que nadie. Además, ¿qué podría haber ocurrido para que ninguno de los siete hubiera regresado? 

—Sí, no hay de qué preocuparse —contesto. Acorto la distancia entre nosotros, dejo el cuchillo envuelto junto a sus pies y aparto la piel—. ¿Podrías afilarme este cuchillo? 

Finn mira el Cuchillo de Dios, luego a mí y frunce el ceño. 

—¿Para qué? Es el cuchillo que encontró mi padre, ¿verdad? Un poco grande para pelar manzanas. —Da otro sorbo de hidromiel mientras me mira con ojos curiosos. 

—No es para las manzanas. Lo necesito para ayudar a limpiar al cuernos grandes para la cena de la cosecha. Debe estar afilado para cortar tanto carne como hueso. 

Dioses, qué excusa más mala. No habrá ningún cuernos grandes para la cena de la cosecha si los cazadores no vuelven a tiempo. 

Finn se pasa la mano por el pelo grueso y tuerce la boca con una sonrisa de suficiencia. 

—Eres la peor mentirosa de toda Tiressia, Raina Bloodgood. Estás tramando algo. 

Me muevo para ponerme de espaldas al calor de la forja y paso la mano por una serie de dagas artesanales y cintos para cuchillos que Finn vende a sus clientes. Anoche pensé en cómo sería contarle todos los detalles de mi plan para liberar a Nephele y a la gente de las Tierras del norte del reinado del Rey de la Escarcha. En cómo intentar convencerlo para que le eche valor y me ayude. 

Pero ahora que el momento ha llegado, no puedo ser honesta con él. Quizá sepa cómo crear y empuñar cualquier arma, pero Finn prefiere el amor a la guerra. Él está feliz donde yo estoy inquieta, saciado donde yo muero de hambre. Me llamará tonta de diez formas distintas e intentará detenerme. 

Podría tener éxito. 

—No estoy mintiendo. —Formo las palabras tranquila y segura con la esperanza de resultar convincente—. Me envía madre. Vamos a usar el cuchillo para limpiar el ciervo salvaje para la cena de esta noche. Los cazadores volverán. 

Es mejor aferrarse a una mala mentira que inventarse otra. 

Entrecierra los ojos marrones y, de pronto, siento la necesidad de esconderme detrás de algo. Engañar a madre ya estaba mal, pero mentirle a Finn puede ser aún más difícil. 

Finn ha sido mi primer todo. Mi primer amigo, mi primera pelea, mi primer beso. Mi primer amor, mi primer desamor. Es la única persona con la que he compartido la historia del cuchillo. También es el hombre con el que decidí no formar una familia, porque se negaba a dejar el valle, y yo no quería quedarme. Forma parte de todos los momentos de mi vida. Me lee con tanta facilidad como a un libro.

Después de un quejido y una mirada incisiva, pone las cuatro patas de la silla en el suelo y alcanza el Cuchillo de Dios. Aún está medio dormido y, o ha perdido el interés, o está molesto. 

O ambas. 

—Un ciervo salvaje, ¿eh? —Le da la vuelta a la empuñadura en la mano y la piedra ámbar refleja la luz del fuego de la forja. Me mira y vuelve a entrecerrar los ojos como si intentara averiguar algo. 

—No te referirás a un Coleccionista de Brujas, ¿verdad, Raina? ¿Quizá al Rey de la Escarcha? 

Entonces está molesto. 

Me siento en la silla frente a él. 

—Finn, para. Por favor, no compliques esto. Necesito tu ayuda. 

Finn vuelve a dejar el cuchillo en la mesa y me habla con las manos. 

—¿Ayuda con qué? ¿Matar al Coleccionista de Brujas? ¿Hacer que la rabia del Rey de la Escarcha caiga sobre nosotros? Recuerdo el cuento de tu padre. No pensarás que este cuchillo puede cambiarlo todo, ¿verdad? Ni nada, en realidad. Si fuera así, ¿no crees que, de todas las personas, Rowan y Ophelia Bloodgood no lo habrían intentado ya? 

Se me forma un nudo en el pecho cuando menciona el nombre de mis padres. Cuando se conocieron en la ciudad de Malgros, que está más al sur en las Tierras del Norte, mi padre era el centinela jefe de la Guardia, un guarda brujo encargado de proteger el puerto. Mi madre también era una centinela cuyo puesto estaba cerca del territorio de mi padre. Poco tiempo después de que mi madre se quedara embarazada de Nephele, las tensiones entre la Reina del Sur, Fia Drumera, más conocida como la Reina de Fuego, y el Rey Regner del Este, crearon malestar. Mientras los territorios del Sur y del Este se preparaban para la guerra, la gente que habitaba las costas de las Tierras del Norte temía que el conflicto atravesara el mar hasta su hogar. Entonces, Fia Drumera mató a Regner, y poco después, en el Este ascendió al poder un místico príncipe sin nombre. 

A mis padres les permitieron marcharse para formar una familia, pero se les pidió que se dirigieran al Norte para ayudar a proteger el valle. Nunca fueron leales al rey, pero eran fieles a su tierra y a su gente. 

—No sé por qué nunca lo intentaron —le digo—. Pero yo no soy ellos. —Tomo el cuchillo y la piel de animal y me los llevo al regazo—. ¿Me ayudarás o no? Necesito afilar la hoja. Es lo único que te pido. 

—Quieres que afile una hoja para matar. —Cruza los musculosos brazos sobre el pecho—. Es básicamente lo que has dicho cuando has entrado. Algo con lo que cortar tanto carne como hueso. Y sé que no te referías a un ciervo salvaje. 

En silencio, cierro los dedos en puños. Todas las hojas que forja se utilizan para matar, y eso es decir mucho. Viene gente de todas partes de las Tierras del Norte para comprar las hermosas y letales obras de las manos expertas de Finn Owyn. Ahora, su problema es que soy yo quien le pide ayuda. 

—Quiero que afiles un Cuchillo de Dios —respondo—. Y que creas en mí. 

—Un Cuchillo de Dios. —Finn se pasa la mano por la cara de arriba abajo en señal de frustración—. Creado por el gran hechicero Un Drallag, producto del folklore de las Tierras del Este. Forjado a partir del hueso y esencia de una deidad, ¿verdad? ¿Qué dios, Raina? ¿A qué dios crees que pertenecía este hueso? ¿Neri? ¿Asha? ¿Urdin? ¿Thamaos? ¿Uno de los antiguos? ¿A la propia Loria? 

—Yo… —Se me congelan los dedos. Padre nunca mencionó esa parte. Supuse que no lo sabía, aunque siempre me lo he preguntado—. Nunca lo dijo —respondí—, pero no importa para la tarea. —Paro y añado—: Para el ciervo y eso. 

Una sonrisa asoma a su boca, pero no llega a salir. Se apoya en las rodillas y se levanta. Mientras rodea la mesa que hay entre nosotros, una mueca de preocupación le nubla el rostro. Se pone en cuclillas a mis pies y posa las fuertes manos con ampollas manchadas de hollín en mis muslos como si ahí fuera donde debieran estar. 

Cuando me mira a los ojos, saboreo la amargura que ha vivido en mi corazón desde que se negó a irse del valle hace tres años. Podría haberlo amado de la forma en que mis padres se amaban. Podríamos haber tenido mucho más que eso. Pero, si me hubiera marchado, no habría tenido esta oportunidad de salvar a mi hermana y puede que a todas las personas que viven en las Tierras del Norte de soportar vidas que no han elegido. 

Con delicadeza, Finn me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja. 

—Sabes que creo en ti, en todo. Y afilaré este cuchillo hasta que desuelle carne y atraviese hueso si eso es lo que quieres. Pero no eres rival para hombres como el Coleccionista de Brujas, Raina. Y, desde luego, no para el Rey de la Escarcha. Yo también los odio, más de lo que crees o nunca sabrás. Pero, si por un momento creo que vas a hacer algo estúpido cuando el Coleccionista de Brujas llegue hoy, ten por seguro que no me quedaré ahí para ver qué ocurre. No puedo. Siempre te salvaré, incluso si eso significa salvarte de ti misma. 

Vuelvo a cerrar los puños. Hay muchas cosas que quiero decir, y ninguna de ellas es amable. En su lugar, le sostengo la mirada hasta que Finn toma el cuchillo, se pone su delantal de cuero y se dirige a la forja. 

—Fulmanesh, iyuma —pronuncia las palabras sobre las leves llamas y estas se elevan para darnos más luz. 

Después de un momento, lo sigo y, en silencio y sin que se dé cuenta, cojo uno de los cintos para dagas que he visto antes. Miro por encima de su hombro mientras guardo el cuero dentro del bolsillo de la falda. Ahora que sujeta el Cuchillo de Dios estoy más nerviosa de lo que me gustaría. Podría arrebatármelo con mucha facilidad. 

Finn estudia el arma. 

—¿Por qué está tan frío? 

Me encojo de hombros. 

—Ha sido así desde que tengo memoria. 

Comprueba el peso del cuchillo en la mano, muerde la hoja opaca y la pasa por un pedazo de piel gorda, que corta con más facilidad de la que esperaba. 

Me mira de reojo.

 —Tiene tacto de hueso y sabe a hueso, pero ni parece ni corta como el hueso. 

Claro que no se parece al tipo de hueso al que estamos acostumbrados. Los dioses eran prácticamente indestructibles. De todas formas, hace tres siglos fue necesario que el último de ellos matara a los otros para acabar con su reinado. Lo más seguro es que acabar con la vida de un hombre al que Neri le concedió el don de la vida eterna y poder no será tan difícil como Finn lo hace parecer. Supongo que si se lo clavo al Rey de la Escarcha en el corazón, lo conseguiré. 

Y en cuanto al Coleccionista de Brujas, es humano, puede que esté maldito con su trabajo hasta la muerte. Como mucho, es un brujo caminante entregado a su rey. Helena cree que es un hombre mayor, y yo estoy de acuerdo. Siempre se oculta el rostro con la capa, pero es el mismo coleccionista que viene al valle desde que era una niña. Conozco su voz y su alta silueta. No esperará que lo ataque porque nadie lo desafía. El elemento sorpresa y el cuchillo divino presionado contra su garganta deberían hacer que sea más fácil vencerlo. 

Si soy más rápida que él. 

—Primero probaré con piedra de molino —dice Finn mientras se aleja—. Empezamos por ahí y seguimos, ¿vale?

Entrelazo un brazo con el suyo y asiento, apoyando la cabeza en su hombro. Mis músculos se relajan al instante. Finn y yo ya no estamos juntos, no como lo estuvimos tiempo atrás, pero, aun así, es mi consuelo incluso cuando se pone insoportable. No sé cómo vivir mi vida sin él; no obstante, me temo que tendré que hacerlo. Cuando llegue el momento, les daré a él y a su familia la posibilidad de elegir, aunque, si soy sincera conmigo misma, él ya tomó la decisión hace tres años. 

Me da un beso tierno en la frente. 

—No me des las gracias, Raina —susurra—. Pero no hagas que me arrepienta de esto. 

Capítulo 3

Alexus

—Tengo un mal presentimiento. ¿No lo entiendes? 

Colden Moeshka se inclina sobre la chimenea de mi refugio de caza mientras quita un hilo suelto que le cuelga del puño de la capa de terciopelo azul decorado con una cinta dorada. Huelo el frío en él, ese olor marcado y constante a invierno que hace años se aferró a su piel. 

Se pone en cuclillas, echa otro tronco al fuego y golpea las llamas hasta que la madera arde y las chispas bailan. No puedo evitar quedarme mirando. Su piel de alabastro brilla como el oro bajo la luz del fuego y sus ojos oscuros resplandecen como el ónix negro que se extrae de la Cordillera Mondulak. Gran parte del pelo rubio se le ha salido de la coleta y le da a sus rasgos un toque de inocencia que no posee. 

Me muevo en el taburete de madera, apoyo los codos en las rodillas y me froto los ojos cansados. 

—Con o sin malos presentimientos, tengo que irme. Nunca me he perdido el Día de la Colecta. La vida de los aldeanos debe seguir igual, al menos hasta que sepamos la verdad. Y la única forma de hacerlo es que vaya al valle a por la chica. 

Ya voy con horas de retraso. Cada Día de la Colecta me despierto casi a medianoche para terminar el último tramo del viaje de una semana a través del Bosque Aguahelada. Por lo general, llego a Lago Hampstead, la aldea más cercana a mi cabaña y al Camino de Invierno, sobre el amanecer, y a medio día llego a Hueco de Plata. 

Pero anoche me desperté con un Colden solo y cansado de viajar por intentar alcanzarme, que se deslizaba por mi puerta en la oscuridad para darme unas noticias que considero de todo menos fiables. 

—La cadena de espías ya nos ha proporcionado rumores sobre el Este —le recuerdo—. Nunca ha salido nada de ellos. 

—Sí, bueno, este rumor es distinto. —Colden deja la mano helada sobre el creciente calor del fuego en un esfuerzo inútil por deshacerse del frío—. Solo hay una razón para que el Príncipe del Este rompa el acuerdo de paz que el Rey Regner firmó conmigo, y esa sería que sabe que soy mucho más valioso como un arma contra Fia que como un aliado. 

Fia. A menudo pienso en la reina de las Tierras del Verano y me pregunto si se preocupa tanto por Colden como él por ella. 

—Todo lo que he hecho ha sido por Fia y Tiressia —dice—. Si el príncipe conoce mi secreto, vendrán a por mí. Sabes que lo harán. Y destruirán a cualquiera que se interponga en su camino. 

—Nuestras fronteras están protegidas —repito por lo que me parece la centésima vez—. Incluso sin nuestras brujas caminantes, las Praderas Heladas y la Colina del Este son intransitables en esta época del año. La gente del Este nunca ha sobrevivido, ni sobrevivirá, a la travesía por las Mareas Blancas, ni conseguirá atravesar la flota de las Tierras del Verano para entrar por las Montañas del Oeste. La costa está bien fortificada. Estás a salvo, Colden. 

Y Fia está bien. Ningún rey, y menos un príncipe sin nombre, la ha vencido todavía. No necesita lidiar con que el Príncipe del Este le ponga las manos encima a su antiguo amante. Si hay alguien capaz de cuidarse sola, esa es la Reina de Fuego. 

Colden observa la habitación con esa mirada negra y arquea una ceja. 

—Con lo bien que me conoces, ¿de verdad piensas que le temo a la gente del Este? Si vienen a por mí, convertiré su ejército en estatuas de hielo para decorar el jardín, colgaré las pelotas heladas del Príncipe del Este en las puertas de Fuerte de Invierno y bailaré sobre las esquirlas de sus congelados y patéticos huesos. —Se vuelve hacia el fuego como si la respuesta a nuestro dilema estuviera en las cenizas y las llamas—. Es la gente de las Tierras del Norte lo que me preocupa, Alexus. No puedo estar en todas partes. 

Sus palabras suenan seguras, pero son mentira. La verdad que Colden no admitirá es que el Príncipe del Este le asusta. Se dice que lleva la marca de haber caminado por el Mundo de las Sombras, otro rumor que no me creo. Han pasado siglos desde que alguien atravesó las oscuras costas del Mundo de las Sombras. Y no era cualquier hombre, pues, de otro modo, no habría sobrevivido. 

Alzo las manos en defensa burlona.

—Solo intento aliviar tus miedos. Es un rumor. Hasta que tengamos más pruebas, no hay por qué agitarse. 

Se desploma sobre la silla a mi lado y su expresión de irritación se torna en preocupación. 

—También me preocupas tú. He tenido sueños. No, no son sueños —especifica con el ceño fruncido—. Pesadillas. Desde hace un tiempo. 

Hemos hablado de esta situación varias veces desde que llegó, pero esta es la primera vez que menciona las pesadillas. 

Hago un gesto para que siga. 

—Continúa. 

—Es como si los Antiguos me advirtieran de que el peligro se acerca —dice—, pero no sé cómo detenerlo. Lo único que sé es que temo que la gente del Este haya descubierto lo que he estado ocultando y que no hace falta que vayas al valle esta noche. 

Aunque me planteo preguntarle qué ha visto en sus sueños para que haya llegado a esa conclusión, me inclino hacia delante y poso la mano en su rodilla temblorosa. Deja de mover el pie.

—No puedes tener ambas cosas, amigo mío. No podemos saber la verdad sin un vidente, y no podemos consultar a un vidente si no voy al valle. Debo ir a por la chica. Es la única forma de acabar con esta preocupación. 

La chica sin voz y sin marcas de bruja. La supuesta «vidente». 

Raina Bloodgood. 

De todos los nombres que he escrito en mi lista, el suyo nunca ha sido una posibilidad. Al menos, no hasta esta mañana, cuando Nephele ha decidido convertir a su hermana en una ventaja. 

Nephele siempre ha sido sincera conmigo, o eso creo, pero, aunque me ha hablado mucho sobre su hermana pequeña, nunca ha mencionado este talento oculto y valioso. En realidad, ha hecho todo lo posible para evitar que Raina hiciera el viaje a través del Camino de Invierno conmigo. Siempre he entendido y he estado de acuerdo con dejar a Raina tranquila. Lo cierto es que nunca he percibido un poder demasiado fuerte en ella como para que me resulte útil, no tiene marcas de bruja. Pero por los dioses, una vidente habría sido una incorporación valiosa a Fuerte de Invierno. 

¿Por qué Nephele privaría al reino de una protección tan valiosa? Y si la chica es todo lo que Nephele dice que es, ¿por qué su poder no se aprecia a simple vista? 

Me recuerdo a mí mismo que hace tiempo que Raina es una mujer y no una chica. Una mujer cuyo rostro permanece en mi mente cuando no debería. 

Colden se lleva el puño, blanco por la tensión, a la boca durante unos momentos. 

—Espero que merezca la pena el riesgo que corro al permitir esto. 

Aparto la mano de su rodilla. 

—¿No confías en la palabra de Nephele? 

No puedo culparlo por no hacerlo. Hasta yo dudo de ella, aunque eso haga que se me revuelvan las tripas. Lo que no puedo negar es que si Raina albergara algún tipo de poder, su piel lo mostraría. 

A no ser que haya una magia poderosa de por medio. 

—Claro que confío en Nephele —contesta Colden—. Pero el tiempo distorsiona la realidad, ¿no lo recuerdas? Raina y ella llevan mucho tiempo separadas. Es posible que lo que Nephele recuerda de su hermana ya no sea la realidad del presente. 

Colden no miente sobre los deseos de Nephele, lo notaría si así fuera, pero sería de ayuda que Nephele estuviera aquí. Después de haberle jurado por mi vida durante ocho años que libraría a su hermana del destino del deber en Fuerte de Invierno, no sé cómo sentirme al incumplir mi promesa. 

Me paso la mano por la barba. 

—La cuestión es: ¿estás dispuesto a ignorar la posibilidad de que Raina tenga la visión por un mal presentimiento y una pesadilla? Si es una vidente y si el rumor sobre que el Príncipe del Este romperá vuestro acuerdo de paz tiene algo de cierto, entonces la necesitamos. Que te preocupes por mi seguridad sin justificación alguna no puede interponerse en el camino. Me he enfrentado a cosas mucho peores que el Día de la Colecta. Tendré cuidado. 

—Podría cabalgar contigo —propone Colden con los ojos muy abiertos—. Por tu cuenta eres formidable. Juntos somos una fuerza de la naturaleza. 

—Desde luego que no. Si hay algún peligro, estaremos más seguros si tú te quedas en casa, y toda Tiressia estará más tranquila si estás protegido por las salvaguardas de las brujas caminantes. Por favor, no discutas esto conmigo. No ganarás. 

Se inclina hacia delante y descansa la frente en los dedos en forma de triángulo, y exhala una respiración fría que permanece en el aire antes de alejarse flotando. Conozco su dilema. Siento su agitación. Es imposible no preocuparse por alguien con quien has compartido tanto. Después de todo, somos como dos caras de la misma moneda. 

—Entonces ve. —Levanta la cabeza—. Cabalga rápido. Ve directo a Hueco de Plata. Encuentra a la chica y vuelve al bosque lo antes posible. No quiero que estés en el valle después del anochecer. 

Le gusta pensar que tiene poder sobre mí, pero ambos sabemos que solo estoy aquí porque él lo necesita.

—Sí, mi señor y poderoso rey. Nací para concederos todos vuestros deseos. 

Con la mayor sonrisa que puedo presentar, me levanto y hago una reverencia de lo más falsa con la esperanza de mejorar su humor antes de irme. Cuando me incorporo, casi espero que Colden ponga los ojos en blanco por mis gracias, pero su rostro sigue serio, puede que más todavía. El humor desaparece de mi voz. 

—Está bien. Pero dime que volverás a Fuerte de Invierno. No me esperes. Te quiero tan sano y salvo como tú a mí. 

—Lo sé. —Me mira de una forma que conozco bien—. Y sí, me iré. No me gustará, pero me marcharé. 

Nos miramos durante un rato, luego apago el fuego y me abrocho el tahalí, la funda y los cuchillos. 

—Al menos, el único objetivo es hacerte con la chica. —Colden se levanta; suena como si intentara convencerse a sí mismo—. Una tarea bastante sencilla. 

—Eso espero. No creo que la mujer que recuerdo vaya a causarme problemas. 

Colden me mira con una media sonrisa oscura. 

—Como sea igual que su hermana, puede que estés muy equivocado. 

Nos dirigimos fuera y subimos a los caballos sin dejar de mirarnos bajo la tenue luz que se cuela por el dosel que crea el bosque. 

Colden toma las riendas de piel con sus puños letales. 

—Antes de irme, les encargué a Nephele y al resto que se centraran en las barreras durante el anochecer. Si alguien entra en el bosque, mis brujas caminantes lo sabrán. Si perciben una amenaza, se asegurarán de que el enemigo se arrepienta de haber puesto un pie en el valle. —El hielo se extiende por las riendas que sujeta—. No saldrán del Bosque Aguahelada, al menos no hasta que se hayan enfrentado a mí. 

Tiene unos ojos negros como el hollín y la cara fina como la piedra. Cualquier rastro de vulnerabilidad que hace un momento ha permitido que se arrastrara bajo su piel, ahora ha quedado enterrado entre sus huesos. 

Colden Moeshka, el glacial Rey de la Escarcha, ha vuelto. 

—Te veré pronto —digo y, después de que se lleve el puño al pecho (su forma de decir «Hasta que nos volvamos a ver»), nos separamos. 

Hundo los talones en los costados del caballo y me preparo para un viaje sigiloso. 

—Como el viento, Mannus. Vamos a por Raina Bloodgood. 

Capítulo 4

Raina

Con el cuchillo afilado y el cinto para dagas que he robado ajustado al bolsillo, vuelvo a la cabaña y paso el resto de la mañana ayudando a madre a preparar el festín de la cosecha. Después de echar la última manzana en una olla, las pongo al fuego.

—Estoy segura de que los cazadores están bien. —Madre se levanta de la silla y se limpia las manos en el paño ceñido a la cintura. Con el ceño un poco fruncido, mira por la ventana—. Quizá bebieron demasiado hidromiel y vino anoche. 

Hace unas horas habría estado de acuerdo, pero cada minuto que pasa estoy menos convencida. 

Dioses, necesito estar sola con mi plato de adivinación. La idea de buscar al padre de Finn me ha pasado por la mente más de una vez, pero madre siempre está a mi lado. No puedo arriesgarme a que me pille, ni siquiera ahora. El daño que le haría y lo traicionada que se sentiría al saber lo que le he ocultado podrían acabar con mi objetivo. 

Más tarde, hago algo útil fuera para mantener las manos nerviosas ocupadas. Ayudo al señor Foley a apilar madera para las hogueras y le echo una mano a la vieja Mena colocando piedras para nuestro círculo de ceremonias. Hace muchos años, Mena vino aquí desde Penrith después de haber perdido a su hija en el Día de la Colecta. Ahora no tiene familia, pero siempre hemos compartido una cierta complicidad. 

Cuando presionamos las rocas contra la tierra, ella me observa con más intensidad de lo que me gustaría. Tiene la piel, arrugada y pálida, cubierta de marcas de bruja azules como venas y resplandecientes como escamas de pez. Ha desarrollado sus habilidades con la edad, pero el nivel de mágicka que se requiere en Fuerte de Invierno es conocido por ser demasiado agotador para los mayores. Quiero pensar que esto significa que el Rey de la Escarcha considera que los ancianos son inútiles, porque la otra opción posible es que él y el Coleccionista de Brujas se preocupan de verdad por el bienestar de la gente de las tierras del Norte.

Sé que no es así.

Mena va al carro y yo extiendo las manos sucias para tomar otra piedra, pero ella titubea.

—Las palmas de tus manos me hablan hoy. —Me guiña un ojo.

Mena lee las palmas de las manos y le he permitido practicar su don conmigo en alguna que otra ocasión. Sabe que soy reacia a ello y no insiste, pero le gusta provocar. Es una amiga a la que aprecio mucho, así que tolero su mente supersticiosa.

Tomo otra piedra y la dejo en el suelo antes de dedicarle una sonrisa desenfadada.

—¿Qué dicen mis manos?