El conflicto de los misiles - Jorge Saborido - E-Book

El conflicto de los misiles E-Book

Jorge Saborido

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Los estudios del tema coinciden en que el conflicto desencadenado en Cuba por la presencia de misiles enviados por el líder de la Unión Soviética, Nikita Kruschov, constituyó el episodio de la Guerra Fría que más se acercó a un enfrentamiento directo entre las dos grandes potencias. Transcurridos más de sesenta años de esos trece días que tuvieron en vilo al mundo, las nuevas fuentes disponibles y los nuevos análisis realizados por especialistas nos permiten brindar un relato ajustado de lo que en realidad ocurrió, así como un análisis de las motivaciones de los protagonistas. La dramática situación actual, con la amenaza de destrucción masiva nuevamente en el horizonte, justifica recurrir al ejemplo de un pasado no tan lejano para observar el comportamiento de los principales actores del hecho y la manera en que lo enfrentaron.

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EL CONFLICTO DE LOS MISILES

Los estudios del tema coinciden en que el conflicto desencadenado en Cuba por la presencia de misiles enviados por el líder de la Unión Soviética, Nikita Kruschov, constituyó el episodio de la Guerra Fría que más se acercó a un enfrentamiento directo entre las dos grandes potencias.

Transcurridos más de sesenta años de esos trece días que tuvieron en vilo al mundo, las nuevas fuentes disponibles y los nuevos análisis realizados por especialistas nos permiten brindar un relato ajustado de lo que en realidad ocurrió, así como un análisis de las motivaciones de los protagonistas. La dramática situación actual, con la amenaza de destrucción masiva nuevamente en el horizonte, justifica recurrir al ejemplo de un pasado no tan lejano para observar el comportamiento de los principales actores del hecho y la manera en que lo enfrentaron.

 

 

Jorge Saborido. Fue profesor titular de Historia Social en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires; en la actualidad se desempeña como profesor consulto. Ha sido profesor invitado en universidades nacionales y de Uruguay, Chile y España. A lo largo de su vida publicó numerosos libros de historia, entre los que se destacan: La Revolución rusa (Madrid, 2006), Historia de la Unión Soviética (Buenos Aires, 2009), Veinte años de Rusia sin comunismo (Buenos Aires, 2011), La Revolución rusa, cien años después (Buenos Aires, 2017), Por qué cayó la Unión Soviética (Buenos Aires, 2021) y Ucrania (Buenos Aires, 2022).

JORGE SABORIDO

EL CONFLICTO DE LOS MISILES

CUBA, ESTADOS UNIDOS Y LA UNIÓN SOVIÉTICA (1962)

Índice

CubiertaAcerca de este libroPortadaIntroducciónCapítulo 1. El triunfo de la Revolución cubana y su impacto1. La reacción de Estados Unidos2. La Unión Soviética ante la Cuba revolucionaria3. La radicalización de la RevoluciónCapítulo 2. Los antecedentes de la crisis1. Bahía de Cochinos2. Los proyectos de Estados Unidos3. La Unión Soviética y Cuba. El surgimiento de la cuestión de los misilesCapítulo 3. Trece días de octubre1. Operación Anadyr2. El accionar de Estados Unidos y la reacción de Moscú3. Hacia un acuerdo4. Análisis del comportamiento de los gobiernos5. La evaluación de los contemporáneosEpílogo. La crisis de los misiles y la actualidadCronologíaAnexosBibliografíaMás títulos de Editorial BiblosCréditos

Introducción

Existen realmente muy pocos temas de la historia contemporánea en los cuales exista una coincidencia entre los analistas de todas las vertientes; uno de ellos es sin duda la convicción de que a lo largo de la Guerra Fría el momento más dramático, aquel en el que Estados Unidos y la Unión Soviética estuvieron más cerca de enfrentarse en forma directa, fue en los dramáticos días de octubre de 1962. La decisión del secretario del Partido Comunista de la URSS, Nikita Kruschov, de instalar una serie de misiles en la isla de Cuba, situada a poco menos de 150 kilómetros del estado de Florida en su punto más cercano, dio lugar a una situación de tensión en la que durante casi dos semanas el mundo vio de cerca la posibilidad, hasta el momento solamente teórica, de que la mutua destrucción originada por las armas nucleares se convirtiera en una realidad y, tomando una expresión de Albert Einstein, la cuarta guerra mundial tuviera que efectuarse “con piedras y palos”. Si a esta cuestión agregamos que se mantenía sin solución el conflicto de Berlín, luego de que en agosto de 1961 el gobierno de la República Democrática Alemana con el apoyo de la Unión Soviética decidiera la construcción de un muro que separara la zona de Berlín bajo control comunista del resto de la ciudad, podemos tener un panorama de la gravedad de la situación.1

Más de sesenta años han transcurrido desde esos días dramáticos y pese a los innumerables abordajes que historiadores y politólogos han realizado de todo lo ocurrido, el momento de revisar una vez más en profundidad ese episodio parece importante en virtud de que la posibilidad de llegarse a una situación muy cercana parece real, y si bien el panorama actual presenta una complejidad inédita, entre otras razones por la presencia de una tercera gran potencia como es China, hay elementos que pueden compararse. El objetivo de este texto es doble: por un lado analizar lo ocurrido partiendo del antecedente fundamental –el triunfo de la Revolución cubana a principios de 1959–, destacando la actuación de los principales actores y las interpretaciones que de ella se han realizado a lo largo de estas seis décadas, y por otro evaluar las enseñanzas que el desenlace de la crisis puede dejar, sobre todo en la toma de decisiones frente a una situación que amenaza con repetir, incluso ampliado (si ello es posible), el escenario que conmovió al mundo en 1962.

Fuente: elaboración propia

1. Sobre la historia del Muro de Berlín ver Taylor (2009).

CAPÍTULO 1 El triunfo de la Revolución cubana y su impacto

El 2 de enero de 1959, Eloy Gutiérrez Menoyo, uno de los comandantes de las fuerzas que se habían rebelado contra la dictadura de Fulgencio Batista, entró en La Habana y al día siguiente, junto con el Ernesto “Che” Guevara –un médico argentino que adhirió a la Revolución– y con Camilo Cienfuegos, se apoderaron de las dos principales bases principales de la capital de la isla; dos días antes Batista había huido con su familia la víspera de Año Nuevo hacia Santo Domingo, país gobernado por su amigo Leónidas Trujillo.

Mientras tanto, el jefe máximo de los rebeldes, Fidel Castro entró el mismo 2 de enero en Santiago de Cuba, la segunda ciudad del país, situada en el extremo oriental de la isla.

La llegada a la capital del país del jefe de los guerrilleros que habían tomado el poder demoró varios días ya que Fidel realizó el viaje atravesando la isla en una semana deteniéndose para saludar a la multitud enfervorizada.

La Cuba que cayó en manos de los revolucionarios a principios de 1959 mostraba numerosas contradicciones: si bien su producto bruto por habitante (PBI) era el más alto de los países del Caribe y América Central con la excepción de Costa Rica, y en 1958 superaba incluso a importantes países sudamericanos como Brasil, Perú y Colombia (Maddison, 2003), su desarrollo histórico a partir de la independencia en 1902 presentaba rasgos particulares: a lo largo de 57 años el país, a los efectos prácticos, había funcionado como un territorio dependiente de Estados Unidos, quien había desalojado a los españoles en una guerra celebrada en 1898. La manifestación más visible de esa dependencia fue la Enmienda Platt –su impulsor fue el senador Orville Platt– votada en 1901 por el Congreso de Estados Unidos, que entre otras disposiciones establecía en su artículo III la facultad de intervenir en Cuba “para la conservación de la independencia cubana”. La Enmienda Platt estuvo vigente hasta 1933 y constituye “una de las menos gloriosas páginas en las relaciones entre Estados Unidos y las naciones latinoamericanas”.

La vida política cubana, una serie de variadas dictaduras acompañadas de administraciones corruptas, a veces interrumpida por cortos períodos democráticos, estaba controlada por el Departamento de Estado y la Embajada de Estados Unidos en La Habana. La capital era una urbe moderna, beneficiaria de importantes inversiones centradas en el campo financiero y en temas como el juego y la diversión, con la presencia de una clase alta con raíces coloniales y unos sectores medios acomodados; la convivencia en la misma ciudad del famoso escritor Ernest Hemingway y del mafioso Meyer Lansky constituían un símbolo de las contradicciones que caracterizaban a La Habana, y los documentales de la época lo ilustran sobradamente.

Por el contrario, en el campo, donde empresas norteamericanas dominaban la producción de azúcar, el principal recurso económico del país, la situación era dramática, con un 40% de analfabetismo y un nivel de vida paupérrimo. Sin embargo, la situación que condujo al triunfo de la Revolución se produjo en última instancia por el carácter terriblemente represivo que caracterizaba al gobierno de Fulgencio Batista,1 instalado en el poder por segunda vez en marzo de 1952 por medio de un golpe de Estado, quien contaba con el apoyo del gran vecino del norte para realizar cualquier tipo de operación, legal o ilegal, que mantuviera los business as usual.

La asociación que se realizaba entre la dictadura y la presencia dominante de Estados Unidos contribuyó al desarrollo de un sentimiento antinorteamericano, que no estaba demasiado difundido entre el conjunto de la sociedad pero penetró profundamente en sectores políticos, intelectuales, entre los estudiantes y en la incipiente clase trabajadora. La convicción creciente de que Batista solo podía ser desplazado por la fuerza condujo a la aparición de grupos que en forma clandestina se preparaban para acciones insurreccionales.

La primera manifestación, que produjo un profundo shock en la sociedad, fue el fracasado intento de copar el 26 de julio de 1953 el cuartel de Moncada, segunda guarnición del país, situada en Santiago de Cuba. La acción, liderada por un abogado llamado Fidel Castro, que se había destacado como dirigente estudiantil, fracasó rotundamente y la mayor parte de los atacantes fueron apresados, muchos asesinados y torturados. Castro fue condenado a quince años de cárcel, pero quedó en libertad beneficiado por una amnistía en mayo de 1955. Su alegato final cuando fue juzgado culminó con la famosa frase “Condenadme, no importa. La historia me absolverá”.

Una vez liberado, Castro se trasladó a México y junto a su hermano Raúl y al Che Guevara se dedicaron a organizar una fuerza guerrillera capaz de invadir Cuba. El Movimiento 26 de Julio, que había creado Fidel en la clandestinidad, lentamente fue obteniendo recursos para organizar una fuerza armada dispuesta a invadir Cuba; esa lentitud estaba vinculada con el hecho de que muchos opositores a la dictadura, sin embargo, no compartían la idea de una insurrección armada. Esta finalmente se concretó con muchas dificultades el 2 de diciembre de 1955 con el desembarco de la lancha Gramma en el extremo occidental de la provincia de Oriente. En principio estaba planeado para coincidir con un levantamiento urbano en Santiago de Cuba, pero las malas condiciones climáticas y el descubrimiento del desembarco por parte de las autoridades diezmó a los guerrilleros y solo unos pocos establecieron contacto con miembros de la resistencia interna. Finalmente, los sobrevivientes se instalaron en Sierra Maestra, una cadena montañosa situada en la región suroriental de la isla.

Desde ese momento y hasta el triunfo final, los guerrilleros fueron creciendo en número e influencia por la presencia de adherentes que marchaban a incorporarse a los rebeldes, realizando variadas operaciones en contra de la dictadura de Batista e incluso resistiendo un intento de cercamiento protagonizado por una fuerza de alrededor de 10.000 soldados.

Progresivamente, territorios enteros pasaron a manos de los guerrilleros; las diferencias que existían entre la oposición fueron superadas y, pese a que La Habana se preparó para festejar el Año Nuevo el 31 de diciembre como si no pasara nada, Batista percibió que su derrota no tenía remedio y, como se ha indicado, se marchó del país.

1. La reacción de Estados Unidos

A partir de mediados de 1957 el apoyo hasta ese momento incondicional del gobierno estadounidense a la dictadura cubana mostró algunas fisuras: cambió su representante en Cuba y comenzó a presionar a Batista con el tema de la suspensión del suministro de armas, aunque la aviación del gobierno cubano siguió abasteciéndose de balas y bombas en la base naval de Guantánamo.2 La opinión liberal hacia los guerrilleros estaba dividida; medios como The New York Times juzgaban a Castro con benevolencia e incluso algunos congresales demócratas presionaron para que cesara el envío de armas a Batista.

En los primeros días tras el triunfo de la Revolución la actitud del gobierno de Estados Unidos fue de una aceptación expectante de los acontecimientos: a los pocos días se reconoció al nuevo gobierno y el hecho de que este estaba integrado por algunos dirigentes considerados moderados contribuyó a esa actitud inicial, aunque se observaba con mucha atención las decisiones que se iban tomando. Así fue que se observó con creciente preocupación el hecho de que varios cientos de antiguos policías fueran fusilados tras la realización de juicios sumarios; algunos corresponsales hablaron de “baños de sangre”, expresiones que sin duda no eran utilizadas cuando quienes procedían de forma similar eran dictadores cercanos a la Casa Blanca. El gobierno argumentó que se habían realizado juicios sujetos a las leyes promulgadas en Sierra Maestra, pero el mayor impacto fue el hecho de que estos se celebraran en el estadio de deportes de La Habana, mostrándolos en directo por televisión. Se desató entonces una campaña de prensa impulsada por la mayoría de los corresponsales extranjeros, que tuvo mucho impacto en la opinión pública norteamericana. Los guerrilleros, “románticos” para algunos medios, dejaron de serlo para transformarse en vengadores que azuzaban a un sector de la sociedad en contra del otro, sedientos de venganza.

Para tratar de calmar a las autoridades, Fidel Castro, designado primer ministro del gobierno revolucionario,3 viajó a Estados Unidos y Canadá en abril de 1959 en un recorrido de once días –la Operación Verdad–, que incluyó una visita al vicepresidente estadounidense Richard Nixon, quien luego de elogiarlo otorgándole “las cualidades indefinibles que lo tornan líder de hombres” agregó que “la popularidad no da derecho a conculcar las libertades”. En todas sus manifestaciones ante la prensa y en los ámbitos universitarios Castro negó ser comunista –incluso ante los senadores sostuvo que era católico– y abogó por una relación de respeto entre los dos países. En pocas palabras: en todos los sitios donde habló se preocupó en decir lo que su auditorio quería oír. El entusiasmo que generó su visita en algunos ambientes condujo a que en el periódico The Nation se afirmara que “desde Sandino, ningún político latinoamericano cautivó la imaginación del mundo como Fidel Castro” (citado por Fursenko y Naftali, 1997: 5). Por supuesto, ese sentimiento no se trasladó a la administración del presidente Dwight Eisenhower: había “serias dudas sobre el carácter y la motivación del visitante”, al que un funcionario de alto rango calificó de “peligroso nacionalista”. Además, en ningún momento Castro respondió a la pregunta por la fecha de realización de elecciones presidenciales.