El correo de Bagdad - José Miguel Varas Morel - E-Book

El correo de Bagdad E-Book

José Miguel Varas Morel

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Beschreibung

Novela epistolar escrita por José Miguel Varas que tiene por protagonista a un periodista chileno que encuentra la correspondencia entre un pintor mapuche que vive en Bagdad y un doctor en lenguas romances con residencia en Praga.

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© LOM ediciones Primera edición, marzo 2023 Impreso en 1.000 ejemplares ISBN Impreso: 9789560016799 ISBN Digital: 9789560017154 RPI: 89.551 Diseño, Edición y Composición LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 [email protected] | www.lom.cl Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de gráficaLOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Santiago de Chile

Introducción al mamotreto

En mayo de 1973 me llamó el director del diario y me dijo:

—Hay una pega para ti.

—Gracias, tengo —le contesté.

—No, huevón —me dijo con su habitual finura—, esta es una de esas patillas que a ti te gustan. Puede servir para la volante.

Nunca supe de dónde salió eso de «volante». En ningún otro diario de Santiago, o de Chile, que yo sepa, se ha llamado así al suplemento dominical. Reyes, el más viejo de los compaginadores, que fue ferroviario, le dice «la volanta».

El director empujó hacia mí un sobre grande, gordo y amarillo:

—Esto lo encontré haciendo un poco de aseo y ornato en este chiquero. Estaba aquí hace mucho tiempo, fondeado en un cajón, entremedio de cartas sin contestar. Algunas sin abrir. Calculo que hace unos diez años.

Lo miré póquer:

—Es decir, unos seis directores atrás.

—Precisamente.

No mostré gran interés. No quería comprometerme ni tenía gran confianza en hallazgos de ese tipo. Probablemente eran los originales de alguna novela «social», un poema épico sobre Recabarren con más consignas que el 1.º de Mayo o un estudio para hacer navegable el río Loa. Un diario atrae siempre una cantidad de plumarios peligrosos. Parece que la cantidad es mayor cuando el diario es El Siglo: reformadores sociales y sexuales, poseedores de verdades incontestables, ingenieros que arreglan los problemas etnográficos con regla de cálculo, talmudistas de las obras completas de Marx y Engels que analizan la jubilación de los gráficos a la luz de «La lucha de clases en Francia». Ninguno se apea de las diez páginas a máquina renglón seguido, cuando no llegan con legajos manuscritos que producen conjuntivitis solo de divisarlos. Agréguense los poetas, repetidos hasta el mar. Todos estos inéditos son tan dados a su idea que aun el más cortés de los rechazos los ofende mortalmente y los convierte en energúmenos.

El director dijo:

—Huerqueo. ¿Te suena?

Sentí el eco de una campanita lejana:

—Sí. Algo. ¿No es un pintor mapuche o algo así?

—Más bien era, aunque no se sabe bien. Parece que lo mataron o desapareció en El Cairo. Me acuerdo que el caso se comentó hace unos años. Se le pidió al Gobierno de Alessandri que hiciera algo para encontrarlo. No hizo nada. Después con Frei hubo alguna gestión diplomática sin resultado.

—Cierto. Ahora recuerdo un poco más. Entiendo que era un buen pintor. Hubo una exposición de sus obras aquí en Santiago, que hizo mucha bulla. Romera lo elogió bastante.

—Sí. Y nosotros le volamos la raja.

—¿En serio? ¿Y por qué?

El director se encogió de hombros. Últimamente lo hacía con frecuencia. («Mala señal», decía Sánchez, el secretario del Partido en el diario.)

—Las eternas rivalidades entre artistas. Envidias y rencillas personales envueltas en terminología marxistaleninista. Argumentos estilo «¿cómo es posible que lo apoyen cuando no participa en nada y en cambio yo voy a todas...». Esos argumentos.

Miré el sobre.

—¿Entonces qué? ¿Esto tiene algo que ver con él?

—Tiene. Este mamotreto lo mandó al diario allá por el 63 o 64 un profesor checo que conoció al tal Huerqueo. Es una colección de las cartas que el pintor le mandaba desde Damasco o no sé qué mierda de ciudad del Medio Oriente. Más los comentarios del profe.

—¿Tú has leído todo eso?

—Dios me libre. Le eché una ojeada, leí algo de la carta inicial. El profesor está... estaba, mejor dicho, hace diez años, muy dolido por la forma como habíamos tratado al pintor aquí en el diario. Quería algo así como reivindicar su memoria.

—¿Entonces?

—Entonces, quiero pasarte el balurdo para que lo veas. A lo mejor de repente te sirve para algo.

Sentí una leve curiosidad y a la vez terror a asumir una nueva tarea:

—No sé si tendré tiempo... Tú sabes como estoy de costura.

—En esto no hay plazo ni urgencia. Si el mamotreto esperó diez años, puede esperar algo más. Pero, no sé, tengo una extraña tincada... Quién te dice si no es algo interesante. Míralo cuando tengas tiempo. Un domingo, por ejemplo.

El sobre pesaba y olía a viejo. Le di una palmada y despidió una nube de polvo. El director estornudó:

—No hagas eso aquí, huevón.

—Bueno —le dije—, me lo llevo. Sin ningún compromiso. Lo leeré cuando pueda, si puedo. Después te cuento.

Volví a mi escritorio y le puse al mamotreto, tal como estaba, en su sobre amarillo, un elástico rojo. Después lo metí en el cajón de más abajo. No volví a recordarlo en las semanas siguientes, porque «los acontecimientos», como decía Millas, agarraron una velocidad casi insoportable.

Una carta al director

Señor Director del diario El Siglo

Santiago de Chile

Sud América.

Respetable señor!

Es con el retardo considerable y no menor pesar que yo aprendo, según su estimado diario, desaparición y eventual aciaga suerte sufrida por pintor chileno de la nación araucana, el Huerqueo (otros escriben Huerquén, o aún Werkén) mío amigo y, hasta puedo decir, consanguíneo pariente. Nada preciso sabía de él desde sucesos de Bagdad subsiguientes al derrocamiento y sumaria ejecución del hasta entonces Señor Presidente Abdel Karim Kassem y tampoco tuvo sus noticias mia sobrina Eva Befanova, su esposa de la quien a la fecha del putsch estaba separado, más solo geográficamente.

Está paradoxal que tan tardamente sus noticias y por tan lejana fuente cual sudamericano periódico El Siglo venga a tener. Oh sí, El Siglo de las socialeconómicas y cientificotécnicas revoluciones, de las comunicaciones el nuestro, a veces, pero, tanto imperfectas. (Le ruego pasar por alto incorrecciones y barbarismos del mi español, de los estudios solitarios triste producto, y alguna mezcla con italiano o portugués, primeras lenguas romances en mi relación, sin dejar de mencionar el ladino, arcaico español de sefardíes desde la infancia conocido por mí).

Así pues, el Huerqueo no está ya con nosotros, increíble que esto parece. «Vida es perra y nosotros estamos sus cachorros», va diciendo proverbio de checas tierras. Viejo como está el quien escribe, ausencia del joven amigo igualmente duela, aunque muerte no puédase por en cuanto asegurar.

Por qué él y no otros peores, ya vividos, por qué entonces él y no yo, preguntóse.

Omitido por bona fortuna de pronta eliminación por los ocupantes tedescos de nuestro país y fortunado también en la fuga del campo de la concentración, yo era condenado a muerte in absentia. ¿Por qué? Porque al sustraerse al cumplimiento de la sentencia, yo estaba dificilando «duradera solución a la pregunta judía», según germana ironía (involuntaria) del Alto Tribunal. Ahora uno se medita y hasta duda de tanto tercamente en la existencia persistir, altro momento tanto defendida, cuando otro, seguramente el mejor, está partido.

Pero si escribo a su estimado periódico no está ni por tarda lamentacia ni afán de nekrología. Yo a Ud. debió escribir mucho antes, cuando la exposición de el Huerqueo en Santiago de Chile en el 1962 una toma de posición talmente dura, oso decir incomprensiva o injusta, tan dolora para artista él mismo, del respetado señor Malalait, artístico crítico de su diario, origina. No hizo esto ayer mas hoy, con sentido de culpa quien esto escribió laméntalo.

Ahora desidero en parte reparar error y mea culpa, dar acaso nuevos elementos del juicio, desconocidos o malconocidos, que permitirán o contribuirán a un eventual cambio de la apreciación de su artística obra producir.

Directamente quiero decir ahora que el Huerqueo nonostante agudas contradicciones en las que a través su torturo camino labra y posible ideológica no consistencia —no porque la summa importancia hemos de dar a consciente ideológica posición en artistas, cierto tipo de ellos en especial, necesario como lo está piutosto contrastar ella con sua opera no tanto estimando en literal lo que sí mismos ellos creían o decían pero observar larga práctica conducta en vida y reflexión en la obra; bien pues, él se está, yo digo: sobre posiciones sostenientes de esenciales humanistas valores, defendiente de lo que obsesamente esencial le fue: derechos de minorías, corecta solución de la nacional pregunta, fin de opresiones. Aunque todo, esto es claro, no en textos teóricos sino desde específico prisma pictórico en él se da. Más tarde lo con su vida corrobora. ¿Otra cosa pedir es lícito?

Entonces con animus vindicativo fieles copias dactiloscópicas de cartas del Huerqueo a este servidor, envío. Documentos invalorables en cuanto atinge su ideal posición cuanto hechos biográficos del quien mañana cual Gran Artista Nacional se reconocerá. A lo antedicho agregar se debe interés histórico-anecdótico-vital de tales cartas dados vivacidad de estilo y literaria capacidad del firmante.

Preguntará el Señor Director: ¿cómo llegué a conocerse con el pintor? Beneficiante de borsa o estipendio de la Fragüense Karolina Universidad para estudio de las Artes Bellas, el Huerqueo reside en Praga tres años. Entabla conocimiento y más tarde casa con Eva Befanova, checa, mía sobrina, también estudiante artística, mas en la rama del aplicado diseño en textilería. Este casamiento ocurre malgrado alguna oposición (no cruenta ni terca en exceso, debo decir) del único vivo varón pariente. Esto es, yo.

En casa de madre de Eva, mi querida cuñada Rebeca, yo habiendo viajado en tren desde mi ciudad natal Ustí-nad-Labem a Praga en ocasión musical festival «Fragüense Primavera 1959» según añoso y anual hábito iniciado en la juventud y solo interrupto en oscuros años del Protectorado, es cuando y donde se presenta ante mí el joven, le son entonces, según recuerdos, 29 años. Oscuro, robusto, aunque de la estatura casi tanto escasa cual la mía, algo en su rostro, negrísimas gruesas cejas, ojos oscuros grandes en la forma de la almendra, relación de altos pómulos, serena impavidez, ancestro mongólico sugiere. Satanásmente perspicaz, risponde a mi inquieta perplejidad por su aparente relación con la Eva (de quien no suelta en ningún momento, incómodamente a mi entender, la mano derecha), mia actitud que deriva (ay! débese confesar) del prejuicio, diciendo: «Sí, profesor, soy mapuche. Los mapuches a Chile somos cual judíos a Centro-Europa».

Cito sus palabras memorialmente. No estoy pretendiente juzgar exactitud del juicio, creo a su idea del mundo responde. De sus cartas se verá como el tema recurre.

Desde entonces se amigamos, puedo afirmar. Rara amistad entre gentes de tanta distancia temporal por tono propio de diálogo intelectual entre iguales que con naturalidad y sin molestia por parte mía debo decir, él establece. Mi admiración por personalidad primero, artes más tarde, solo ha podido con el tiempo crecer. Hombre a veces difícil por franco, temo irónico a menudo, solitario pero humoroso, quiero pensar que a la distancia la mía amistad de alguna ayuda fuele útil, llevóle eventualmente a escritamente ideas fijar que altrimente no elaborará. Para sí, su amistad y correspondencia no solo en general humano sentido sino más precisamente en mi esfuerzo de estudio del fascinador continente sudamericano, gran riqueza trajo.

Espero las adjuntas cartas, cronológicamente ordenadas, a usted y colegas interesan, como base del estudio y justiciera reapreciación del Huerqueo por su respetable crítico Sr. Malalait y otros posibles interesados.

Reciba la consideración, respeto y el más afecto saludo

Prof. Dr. Josef Beran M. Sc.Cátedra de las Lenguas Romances.Universidad del Norte de Bohemia.Ustí-nad-Labem, Checoslovaquia.

POST SCRIPTUM. Post cada carta del pintor notas preparé: está muy necesario para detalles o conceptos aclarar, agregar fatos que cartas no contienen. De hecho, comentarios en narración de hechos derivaron. Fue posiblemente necesario. Todo con grande sinceridade escribí, maguer con indiscreción hasta en íntimos personales aspectos o en otros políticos cuyo conocimiento en tales términos malinterpretarían en mi país ciertas gentes. Todo se hace en aras de verdad. Confío en discreción vuestra. Manuscrito es por propias manos llevado a Chile para entrega en su diario por persona de la absoluta confianza. Pre-carta mediante subtítulos, contenido básico de cada una estoy sumarizando. Primeras cartas se están enviando de Praga a Ustí. Sucesivas llegarán de Bagdad adonde el pintor mismo tal vez gustará decir destino le conduce.

Carta número uno

Visita a praguense Café Evropa y razones para preferirle / Encuentro y conversación con Milena, pensionada / Evocación de temprana experiencia / Proyectos pictóricos y matrimoniales.

Estimado Herr Profesor Doktor M. Sc.:

Sin querer, estoy a punto de seguir uno de sus sabios consejos: pintar la checa gente. Pero si entré al Evropa no fue en busca de personajes ni color local, sino de un buen café turco.

Desde aquí lo veo arrugar la espléndida nariz semita que Dios (según algunas hipótesis) le ha dado y que su sobrina no heredó. Por suerte. Ya sé que este café es sinónimo de lo que menos le gusta: la Mittel-Evropa pequeñoburguesa, antisemita, germánica.

Para mí es otra cosa. Estas felpas granates polvorosas, la ornamentación copiosa hasta las arcadas (fisiológicas, no arquitectónicas), las tres Gracias doradas, los jarrones chinos 1900, las palmeras enanas, los enormes maceteros de mayólica italianizantes: todo eso es de una «antigüedad» chilena, algo de lo que uno alcanzó a ver o más bien a imaginar en casas de ricos nunca frecuentadas, el palacio Cousiño, los temas de Joaquín Edwards Bello, la más bella joya de un mercader, el viejo Zig-Zag, la exposición del Centenario, el palacio Toro Mazote, algunos rincones de Santiago o Valparaíso ya borrosos, la Confitería Torres, digamos. No sé para qué le hablo de todo esto, que debe sonarle a «galimátiash», como dicen con tanta gracia los checos. Además me temo que mis argumentos no lo convenzan, más que argumentos son sensaciones.

En fin, al café penetro y me encuentro ocupadas las mejores mesas. Como Lenin me digo: ¿qué hacer? y entonces camino hacia el fondo, donde no me gusta sentarme por la falta de luz. De paso, agarro de una percha una colección de «L’ Humanité», con flecos de vieja, y al fin pillo una mesa larga, para seis, en la que queda un asiento libre. Digo prosím1, me dicen prosím, me instalo. Tras una conveniente pausa, digamos unos veinte minutos, aparece un mozo. Estos mozos del Evropa también son de estilo, como los jarrones chinos. Son como actores argentinos en el papel de mozos, con bigotes, caras amarillas gastadas, gruesas narices postizas con cerdas negras que asoman por sus ventanillas, grandes y gordas bocas escépticas, anteojos, cejas hirsutas demasiado negras (¿teñidas?) que contrastan con el pelo blanco de las sienes, ojos acuosos, pies planos. Sus antiguas fórmulas: «K sluzbam». Como si en castellano se dijera «a vuestro servicio». Personal nacionalizado en 1948 junto con el hotel, por inventario.

Pido un café doble. Subrayado doble. Mi pedido produce una oleada en el contorno, debida al despilfarro que implica y, más que eso, a cierta antigua prevención checa anticafé. Me miran con sorpresa, con lástima, con la morbosa esperanza de asistir a un infarto. Soy un infartiak inminente. Entre las miradas de soslayo, siento una frontal. Levanto los ojos de mis Humitas y lo primero que distingo es una boa. No reptil amazónico de tres letras, sino prenda de vestir que Ud. conoció en su época estudiantil «Ángel Azul», cuando perseguía lúbricamente a las vedettes de los Café-Konzert. Hablo de una especie de chalina amarilla de peluche, una sarta de algo como pellejos de canarios que las elegantes de otrora enroscaban en sus prolongados cogotes y dejaban caer por encima del hombro izquierdo, mirando al mismo tiempo, coquetonas, por debajo del ala de sus sombreros en forma de cantora.

Esta boa 1960 deja mucho que desear, como su dueña. Es una vieja de Praga. En materia de viejas, no necesito decírselo, Praga supera a Londres, Berlín (West und Ost), Viena, que ya es bastante decir, y posiblemente Talca. Ancha, pero más de ropa que de la persona. Con olor a vieja y con un corazoncito rojo pintado en la parte central de una boca de reptil, bastante grande, de labios delgados. Una cara gótica, como las que se ven en la catedral de San Vito. No abajo, entre los turistas que miran para arriba con la boca abierta, sino arriba, entre las gárgolas que miran para abajo con la boca abierta.

Con absoluta incongruencia, esta vieja me dice: Vous aimez le café bien fort? Así mismo, en francés en el original. Le digo oui, madame, si no es fuerte no es café. Se pone a reír. Espectáculo que habría preferido no ver. Crispaciones atroces de la cara, ya en reposo suficientemente atroz, aspersiones de saliva y unos sonidos bronquiales secos y raspados de mal diagnóstico. ¡Peligro! Podría desintegrarse en cualquier momento. No tocar. Siento la cara tirante, como si hubiera salido jabonado.

Se tranquiliza y me pregunta de dónde procedo. Como me aburre decir Chile, explicar qué es eso, dónde está, le digo Amérique Latine. Escucha Amérique y se pone soñadora: «Durante la guerra y después, América nos ayudó tanto. Pero, desgraciadamente...». No termina y me espía, a ver cómo reacciono. Le digo que se trompa, yo vengo de la otra América, la del sur, la que saquean los imperialistas del norte. Resultado nefasto: otro ataque de risa. Al final saca un pañuelito amarillo y apelillado, evidentemente anterior a la última conflagración mundial, se seca un poco de espuma de los labios y dice: «Entonces... ¿usted es cubano?». Deducción aguda.

Me dan ganas de decirle que sí, partir y dar por terminado el diálogo, pero quiero tomar café y este no llega. Me encojo vagamente de hombros. Entonces, ella toma la palabra. (Todo esto se pasa en francés, mi checo es escuchante pero poco dialogante, como usted sabe). Dice que el mundo ha cambiado tanto, tanto... ¡Nuestra Praga dorada! Ay, suspiro profundo. Hoy cuesta reconocer, saber cómo orientarse. Ahora es tan difícil para una muchacha (¿se refiere a sí misma?), antes todo estaba claro, el mundo era ordenado, cada cosa, cada persona en su lugar. Hier herrscht Ordnung (aquí reina el orden), decía el Kaiser. Un obrero era un obrero. Se vestía como un obrero, caminaba como un obrero, parecía un obrero. Una veía a un señor con camisa blanca de seda, corbata, colleras, chaleco, reloj, traje oscuro, sentado en el Café Evropa, y sabía a qué atenerse, su lugar en la sociedad, el barrio en que vivía. Se podía hacer una estimación de su renta, sin gran margen de error. El aspecto indicaba la persona. Pero entonces, la guerra...

«Et le socialisme...», le insinúo.

«Ah, mais oui, ca surtout!», agarra papa y me hace unos guiños de complicidad. «Hoy, sigue, pueden estar sentados a la misma mesa un señor muy fino, de blancas manos, y a su lado, vestido con el mismo traje de novecientas coronas, un obrero con las uñas sucias. El de las manos blancas probablemente es un pensionado político, dueño antes de acciones y casas y dinero en el banco, que ahora solo recibe seiscientas coronas al mes. Como cliente no vale nada, ni siquiera conviene que a una la vean con él».

¿Cliente? ¿Qué clase de cliente?, pensé, pero ella estaba embalada: «En el Ambassador, donde antes venía el archiduque a tomar el café, ahora celebran bodas campesinas. Pero no de una rica familia de la aldea, cultivadores de lúpulo, con abuelita y cuñados, sobrinas y suegras, sino de un tractorista con una lechera. Y la persona más importante no es el novio ni la novia ni el padre del novio, sino el presidente de la cooperativa, hágame el favor. O el secretario del Partido. En vez de brindis, hacen discursos políticos...».

Como advierte mi mirada severa, protesta con sus manos artríticas: «Por favor, no me entienda mal. No es que yo esté en contra del socialismo, nada de eso. Conmigo no se ha portado mal, a pesar que otras como yo... (una risa, corta por suerte). Es la astucia (dice ruse y por un momento me confundo, porque creo que habla de los rusos), esa es la ruse (la pillería) del socialismo: tejiendo tejiendo, como las arañas y al final, hasta los más descontentos porque más perdieron, algo van recibiendo del Estado, van quedando envueltos, dependen, se acostumbran. Yo no sé nada de política, de la gente sé algo porque he visto mucho desde niña. Sería una ingrata si me quejara. Vivo y como, ya no puedo trabajar, bueno, digamos, oficialmente hablando, pero tengo mi pensión».

«¿Y en qué trabajaba usted?», le pregunto.

Me mira con sus ojos verdosos, con su cara verdosa, con sus mechas rubio-verdosas como algas secas o como si fueran artificiales y estuvieran pegadas al sombrero verdoso. Sonríe: «Pero, verdaderamente, ¿no se ha dado cuenta? Yo trabajaba en los hombres».

Me quedo con la boca abierta. Ella se inclina sobre la mesa y me cuchichea, en checo en el original: «Ja jsem kurva, ale kurva na pensi»2.

Mientras la contemplo, se ríe. Se me ocurre que habría que pintarla en verde, en mil distintos tonos de verde, como el paisaje de Catamarca. Además de morado y granate. En forma simultánea recuerdo la serie completa de los chistes siniestros sobre la decadencia de la prostitución. La que presta servicio gratuitamente con tal de tener «algo caliente que llevarse a la boca», etc.

Le pregunto cómo consiguió su pensión dado que, hasta donde mi información alcanza, su oficio no figura entre los considerados legalmente para este beneficio. Me hace notar que existe la mención «colaboradora de las tareas del hogar», a la que le pareció lícito asimilarse. Por otra parte, me informa, una ley colocó bajo el alero protector del Seguro Social Checoslovaco a todas las personas mayores de cierta edad, que careciesen de rentas o ingresos regulares, independientemente de su actividad pretérita.

«¿Y con esa pensión usted vive bien, es suficiente?».

El peor ataque de risa de la jornada. Luego me dijo que no, de por sí se comprende, es una miseria. Aun así, sería una ingratitud de su parte no reconocer esta gentil atención del Estado socialista, que antes no tuvo la República de Masaryk. Pero no podría depender solo de eso. Como no dispone de otras reservas ni ahorros, se ve obligada a realizar algún trabajo.

«No vaya a creer que yo todavía» (estuvo a punto de sucumbir a otro acceso de risa, pero se arrepintió a medio camino y en cambio se dedicó a toser con frenesí, luego pudo seguir): «No, claro está. Pero una, con su experiencia puede, ¿sí?, aconsejar. A las muchachas de ahora les falta malicia. Está además la cuestión cultural. No digo que no haya más cultura ahora. Eso, sin duda. Es casi un exceso. Se estudia tanto más. ¿Qué niña no pasa por la escuela de diez años? En cambio, antes... Pero otras cosas hoy no se aprenden. Antes se pescaban en el aire, en la calle. A los diecisiete una niña sabía lo que quería y cómo conseguirlo. La juventud campesina se adiestraba tan rápidamente —Esto, con nostalgia—. Hoy reina una extraña inocencia, que perturba. Además tenemos el problema de las lenguas extranjeras. Porque con tantos cambios, las cosas no son de veras como debieran ser. Entonces, es más seguro, digamos más productivo, buscar al extranjero. Hay muchos, nunca antes hubo tantos ni tan variados en Praga. Pero la comunicación, para las muchachas de ahora, no es tan fácil. En la escuela aprenden ruso, algo menos otras lenguas. Hace falta el savoir faire, ¿comprende? Se necesita know-how».

Comencé a entender: «Ahí es donde entra en acción usted, con su rica experiencia...».

No dijo sí ni no, pero pareció halagada. Hablaba de sus niñas como una profesora de sus alumnas. Se enternecía con sus errores. «Errores, claro está, nadie está libre. Aun, a mis años, con tantos cambios, se puede elegir mal. Una cree que ha descubierto un príncipe árabe, posiblemente un magnate del petróleo y resulta un agrónomo búlgaro con sueldo en coronas, inferior al de un tractorista».

La llevé a un terreno más concreto: «Por lo que dice, usted es algo así como una asesora en cuanto a clientela...». Hizo un movimiento coqueto de hombros mientras se acomodaba la boa. Lo entendí como asentimiento. «Incluso ayuda a establecer la comunicación con ellos, gracias a su cultura lingüística...».

«Sí. Es decir no. A veces».

Le pregunté cómo opera el contacto. «Si yo, por ejemplo, tuviera interés en establecer relación con una de sus... pupilas, ¿cómo lo hago?».

Se puso a escarbar como una gallina en el interior de una gran cartera negra rectangular de una tela gruesa que no sé cómo se llama, bordada en punto de cruz y con mostacillas, que además tenía en los ángulos unas borlas con flecos. Un objeto de museo. Al final sacó un puchito de lápiz y escribió algo con grandes dificultades en un trozo de papel que dobló en ocho antes de entregármelo. En susurros, después de mirar a izquierda y derecha, me dijo:

«Vaya al hotel Alerón. En el vestíbulo debería haber dos muchachas. Posiblemente tres a esta hora. Elija la que le agrade y le da este papel. Eso es todo».

Desdoblé el papelito y lo miré. Tenía un número cinco y una firma. El número era lo que ella había escrito. ¿Tal vez era yo el quinto cliente del día? La firma estaba impresa en color violeta, evidentemente con un timbre. Me pareció que decía algo así como Milena y debajo tenía una rúbrica rococó.

«¿Qué dice aquí? ¿Milena?».

Bajó los ojos pudibunda y musitó: «Oui».

«Pero yo, aunque sea extranjero, no dispongo de divisas. Gano un sueldo en coronas, igual que aquel agrónomo búlgaro», le advertí.

Me lanzó una mirada de reproche: «Lo he comprendido. Basta ver como se viste. Además, habla el checo. Por lo tanto, es que trabaja o estudia aquí. De otro modo no habría necesitado aprender checo. Nadie extranjero que no sea forzado lo hace. Aunque para clientes en coronas tenemos generalmente otro personal (hablaba como gerente de una gran empresa), se puede hacer una excepción».

Y sonrió. Para disimular las náuseas, me tomé de un trago el café, que ya estaba frío. Después pagué, me despedí de Milena, le prometí volver otro día a reunirme con ella en el mismo punto y la dejé, solitaria y con una sonrisa vaga, delante de su café ya congelado y del vasito de Stock que había pedido un par de horas antes.

Ud. se preguntará si acudí inmediatamente al hotel Alerón. Sí, profesor. Entré con mi cara más pétrea de aborigen americano en ese ambiente alfombrado y como acolchado, una especie de estanque gris con poltronas gordas como hipopótamos y, en efecto, al lado del barcito estaban las putillas. Una de ellas, rubia y provista de una enorme cantidad de pierna, que exhibía sentada medio a caballo en un taburete alto hasta el nacimiento del pubis, me pareció un ejemplar de exportación. Su vecina era más vulgar, un tanto provinciana creo, pero no exenta de atractivos, con sus cachetes colorados. Entre las dos sumaban menos de cuarenta, incluso menos de treinta y ocho. Di una mirada circular, como si buscara a alguien y huí en forma vergonzosa.

Pese a mis esfuerzos, no he podido sacarme de la mente a Milena. Aun ahora, mientras escribo, la tengo todo el tiempo delante de los ojos como si estuviera enamorado de ella. A tal extremo que siento que para liberarme no tendré más remedio que pintarla. De modo, querido profesor, que estoy a punto de seguir su consejo de pintar a la «checa gente», aunque el personaje no figura en la lista de honestos trabajadores de la ciudad y del campo que usted tuvo la gentileza de confeccionar para mí.

La cosa es complicada porque la imagen de Milena se yuxtapone como una foto con doble exposición, con la de otra señora con quien tuve contacto hace años, digamos catorce o quince, en un potrero mojado en las afueras de Temuco. La llamaban la Maiga y no tenía ni el más remoto parecido con Milena. Vendía castañas en un canasto y aunque no tenía, estoy seguro, la edad casi secular de Milena (en nuestro Chile la gente no dura tanto, pese a la escasez de guerras), para nosotros, liceanos imberbes, era casi eterna. Esto no fue óbice para que accediera sin demora y sin abrir la boca a nuestra petición colectiva de otorgarnos sus favores, como dicen los españoles, por lo menos en las novelas, o de hacernos el favor, como decimos en Chile, a cambio del pago de $ 4,50. La Maiga en estos tratos entendía sin palabras. Nos miró no más, con sus ojitos avellanados, negros y brillantes, estiró la mano para recibir la plata y se echó de espaldas sin dilación al reparo de unas matas, en un movimiento único no desprovisto de elasticidad, arremangándose al mismo tiempo su falda negra y extrayéndose de entre las piernas unos trapos confusos, que nos desmoralizaron. Con las piernas abiertas y flectadas y sujetando con la mano derecha, precavida, el canasto de las castañas que constituía, aparte de la negra cosa, su único capital, esperó. Con más deseos de huir que de atacar, pero resueltos a ser hombres, establecimos al cara o sello el orden de la operación, lo que no dejaba de tener su qué. Larenas, el primero, tuvo la sensación, según nos contó después, de haber frotado su delicado pene de quince años contra la corteza de un quillay. Tres minutos más tarde, Larenas expiró y cayó a un lado, y la Maiga, con elevado sentido de la higiene, se enjugó minuciosamente con el paño blanco que cubría las castañas. Mientras Larenas ocupaba el puesto de vigía (era casi de noche y se levantaba una neblina espesa, a tres metros no nos habrían visto, pero igual, por siaca), entré valientemente en acción. Comencé a trabajar de la manera que consideraba viril y adecuada, como quien corta leña, como quien aserrucha, sin placer al comienzo. Al mismo tiempo pensaba en el piso de tierra de la ruca donde pasé mis primeros años, en un barril donde una de mis mamitas guardaba el muday, en un arado de palo roto que usábamos con mis hermanos para jugar al cahuello (caballo para usted), en el humo que salía por el hoyo del medio del techo de la ruca. En fin, todo acaba en este mundo. Ella volvió a aplicarse el paño blanco entre las piernas y le tocó a González, Gonzalito, de cuya cara blanca, despavorida, no me olvido.

Ahora bien, estimado profesor, no se trata exactamente de pintar todo eso (aunque también pudiera ser), sino de reflejar el desaliento que sentíamos después, mientras caminábamos de vuelta a la pensión, haciendo masculinos comentarios que no nos engañaban. Sensación semejante, para mí, a la que me produjo la entrevista con Milena. Pero el asunto consistiría en transmitir esa carga emocional a través de un retrato del personaje en su medio, un trabajo realista, si es que eso significa algo. En fin, no sé qué saldrá de todo esto.

En todo caso, la exposición en la sala de Na Prikope se hará, de acuerdo con el plan, a fines de marzo. Me quedan sus buenos cuatro meses para trabajar. Es suficiente, espero, porque la exposición estará formada, en su mayor parte, de las cosas que traje de Chile, que usted conoce, y otras que he pintado aquí.

Pero el objetivo principal de esta carta era otro, ahora que me acuerdo. Eva y yo hemos decidido casarnos. Confío en su aprobación. La señora Rebeca está de acuerdo pero teme una negativa suya que, por ser «único vivo varón pariente», según su excelente fórmula, tendría el peso de un anatema. Sin embargo, yo tengo la pretensión de confiar en que su respuesta será afirmativa. La espero, pues, sea por carta o, si Ud. viene a Praga, de viva voz. Nos gustaría casarnos en los primeros días de abril. Creo que dispondré para esa fecha del dinero de un par de cuadros que dejé a la galería Hauser de Viena y que, según me comunican, ya están vendidos. Si los esquivos peces checos muerden, a eso se podrá agregar lo que produzca la exposición de Na Prikope. Me prometen honrosas adquisiciones de entidades socialistas como ROH, MON, SOF, algunos NV y otras de siglas aún más enigmáticas. Mi beca termina en julio. Para después tengo buenas posibilidades de trabajo, en ilustración de libros, publicidad comercial y, sobre todo, diseño de escenarios para TV y cine. Aparte de lo que pueda dar la pintura propiamente dicha. La galería de Viena quiere otros trabajos míos.

No sé para qué mierda le escribo todo esto. Parezco un novio judío detallando sus méritos y haberes ante el casamentero. Sé muy bien que esto no es necesario con usted y que su discreta renuencia se debe a otras razones que no comparto, pero entiendo.

Reciba un saludo afectuoso de su aspirante a yerno y sobrino, en todo caso su amigo que lo estima y respeta.

Huerqueo.

1 Literalmente: le ruego. La palabra checa que sirve diferentes usos y funciones, como ejemplo, en español: por favor, permítame, adelante, no hay de qué, etc. (J. B.).

2 Esto se traduce por: «Estoy la puta, pero pensionada» (J. B.).

Notas a la carta número uno

En cuanto a tratamiento que a mí aplica, el pintor está bromisto, llevado por su libre indoamericana descomprensión del valor de académicos grados para nuestras europeas sociedades. Problema cultural.

Si bien por imperdonable descuido yo extraviaba el sobre de esta carta, del que su timbre mata-el-sello estaría posible el día de su envío rescatar, ya que al no datarla el propio Huerqueo cronológica incerteza surge, afirmar puedo que no antes de 15 ni después de 28 noviembre 1960, esta carta de Praga sale. Data confirman siguientes evidencias:

a) personal archivo regularmente mantenido in ordine, allí esta viene colocada entre carta del mi condiscípulo para 17 noviembre y recorte de Lidová Demokracie para 23 noviembre;

b) viaje a Praga, en todo caso posterior a carta ya que por ella motivado, ocurre 1°. diciembre, ferroviarios pasajes Ustínad-Labem/Praga ida y regreso en mi archivo son conservados;

c) un tercer momento está referencia en la propia carta, al decir el Huerqueo del tiempo disponible antes su praguense exposición.

Este importante aspecto precisado, agrego que agotados disuasivos esfuerzos en el encuentro que nonostante inicial aspereza en amistivo acuerdo culmina, el Pintor casa con mía querida sobrina Eva Befanova, nacida en Liberec 11 marzo 1938, virtuales vísperas bélicas. Matrimonio solo civil por decisión de novios, no sin lacerante dolor y lamento de querida cuñada Rebeca (formada en severa religiosa tradicia), en Vieja Alcaldía de Vieja Ciudadplatz tiene lugar, cuando el mecánico desfile de apóstoles del reloj anuncia el medio del día 12 marzo 1960. Que sea por desafiante ostinación o artístico descuido, preséntase novio de oscuro vestido pero sin la corbata. Chocante detalle en la novia risas ocasiona y en Rebeca severa trastornación, para ella está signo confirmante de peores temores. Taquicardias, respiratoria fatiga, summa palidez, temblores sufre, casi por caer tambalea.

Único testigo de novia el que escribe, vistiendo chaqué según la costumbre que, observo, tiende extinguirse (antiguo traje entre alcanfores conservado desde graduación, A.D. 1928, del que adaptacia para presente delgadez dificultades ocasiona al anciano compañero de la escuela, sastre por profesión, Albert Bernstein, solíamos llamarle Albert Einstein (humor studentesco), tarea de reconforte a madre de la novia asumía. En pequeña azucarería vecina el grog bebemos (al parecer reconfortarse yo también necesitaba), recuerdo es día freddo, bajas oscuras nubes de prolongado invierno. Del frío mis orejas gimen pero no osaba yo traer consigo sus calentadores de orejas por temor, debo decir, a implacable burlonería del Pintor.

Bebemos, pues, la estimulante bebida, sollozante Rebeca por negros presagios, yo con cautas palabras su sufrimiento procurando aplacar. Enumeración de evidentes humanas cualidades del novio así como de perspectivos ingresos en ejercicio del pictórico Arte, plus segundo grog, por fin tranquilizan y anímico estado de querida cuñada modifican. Y así a paso vivo a Vieja Alcaldía se transladamos... Solo para arribar cuando novios y pequeño grupo de amigos detenidos ante las cristalinas puertas desconcertadamente a un fotógrafo sonríen, mientras inquietos ojos a ausentes decisivos testigos, ¡nosotros!, buscan.

Pronto catastrofal noticia aprendemos. Precipitados funcionarios, bajo presión de catorce! simultáneas similares ceremonias, y en este caso habiendo madre y testigo de novia (esto es, yo) cumplido antes solemnes actos de firmas y documental presentacia, hoy en día todo previamente se hace por consideraciones de la eficiencia —como si fuera esto la industria (donde como informe reciente del Central Comité reconoce, esta no predomina)— estos funcionarios, sin protestas escuchar ni racionales argumentos despejar, simplemente en nuestra absentia, a los novios casaron. Ceremonia es finita. Discurso de consejos a nueva pareja humana para toda una vida responsable bajo socialismo, dura aproximadamente 2:45 minutos. El Huerqueo declaró casi no pudo hasta el final resistir excepcional longitud del discurso. Operación servir, brindar, apurar copas de champagne (soviética), 1:50 minutos. Rebeca petrificada muda, yo indignado intento requisitoria formular, cuando como subrayado a nuestra desolación el desfile de los apóstoles del reloj de la Vieja Alcaldía en aquel preciso instante de modo lúgubre finaliza: deja la Muerte de agitar la pequeña campana y un sonido de suspiro y lamento, una prolongada «uuú», de horror y desconsolación se escucha, es la voz del gallo anunciador del tiempo que pasa, no se sabe si por humano u organístico tubo producida.

Exagerada atención a minucias, incapacidad de síntesis, inadecuada selección de significantes hechos en lo antecedente observo. Sin duda, efectos del tiempo, inevitable deterioro de arterias, cerebral pobre sanguinario regadío. Sin embargo, aunque del mal soy consciente, todavía eliminar accesoriedades no puedo. Todo demasiado de interés cargado hoy me aparece. Ruego pues, Señor Director, benevolar por alto estos defectos.

En toda correspondencia a migo dirigida, el Huerqueo así sencillamente firma, con su artístico nombre. O apenas con la inicial H. De conversaciones con él, curiosos detalles sobre evolución del dicho nombre pude conocer. Como en Chile no ignoráis, espero, verdadero total nombre del Pintor está Aliro Machuca Pailahueque. Con ser históricamente notable, como usted, señor director, lo sabe, apellido materno tan feliz no hace al niño en penoso paso por escuela y liceo de Temuco. Post-bachiller, su caso conmueve al visionario Ministro. Es además apoyado por admirable institución: la Liga de los Estudiantes Pobres y por étnica Sociedad Galvarino y recibe la beca para las Bellas Artes. De la capital él pasa a ser viviente. Obtiene la legal abreviación del materno apellido a Hueque, más Huerque, por error de escribiente de los registros. Apócope del todo no elimina hirientes bromas, hijas de la racial discriminación que en Chile, mismo él dice, la costumbre es negar.

En Europa, más tarde, por otro casual error en transcripción su no tan clara firma al ser imprimido catálogo para colectiva exposición pintores chilenos en Viena, nace el Huerqueo. A veces, él mismo escribe Werkeo o Werkén (mensajero en lingua nativa). Para mayor confusión, crítico austríaco piensa Huerqueo y Werkén son dos pintores diferentes, cuyos respectivos méritos contrapone.

En su Patria natal, su magnífica pintura del inepto sarcasmo racista no lo liberará del todo con ocasión de su única exposición santiaguina (1962) que motiva, ya lo decía, severa toma de posición en el distinguido crítico de su periódico, que rectificar estoy procurando. J. B.

Carta número dos

Anuncio del viaje / Comentarios a comentarios de una exposición / Sobre ciertos artefactos checos / ¿Error histórico en poema de Pablo Neruda?

Estimado don Josef:

Espero que con esta primavera eufórica que nos azota (por lo menos en Praga), sus males óseos hayan desaparecido. ¿Cuándo viene a vernos? Anuncian para este año a uno de nuestros monstruos patrios chilenos, el «mero» Arrau, como dicen los mexicanos. Toca la serie completa de las sonatas de Beethoven sin respirar, sin mirar la partitura y sin perdonar ni la menor semifusa, con la exactitud de una computadora. Perdone esta pequeña profanación de sus sentimientos musicales. Los pianistas, los ajedrecistas, los militares y los filatélicos no son santos de mi devoción.

Una feliz conjunción de astros parece anunciar Un Largo Viaje, aunque hay peligros de muerte por contagio del cólera, convulsiones político-sociales y excesos en el consumo de condimentos. Salvo error u omisión, como dicen sabiamente las facturas chilenas, el suscrito y su encantadora esposa deben partir en septiembre, poco después de las Fiestas Patrias, con destino a la tierra de donde salieron algunos de sus respetables antepasados: Irak, capital Bagdad. Otros escriben Iraq. Population: 7.035.000, concentrated on the banks of rivers Tigris and Euphrates. Territory covering what was ancient Mesopotamia, dice una enciclopedia Columbia de letra microscópica que consulté en Radio Praga.

¿Qué le parece, profesor? A Eva le ofrecen un contrato para hacer clases en un instituto de artes aplicadas. A mí no me ofrecen nada. Esperamos viajar juntos con motivo del Congreso de la Unión Internacional de Estudiantes. Así, yo tendría mi pasaje gratis y ella también, lo que le permitirá recuperar después el valor del suyo. Ambos formaremos parte del personal técnico de la UIE: yo, dedicado a traducir documentos pavosos del inglés y tal vez del francés al castellano, Eva en las cabinas de traducción simultánea. Está estudiando con dedicación checa para pulir y actualizar su inglés, lo que le servirá no solo para el congreso sino también para sus clases. (El árabe es más difícil, aunque también le mete el diente con admirable coraje).

Yo trato de recordar mi francés del liceo de Temuco, para lo cual confiaba en la práctica de la conversación con la distinguida Milena Na Pense. Por desgracia no he vuelto a encontrarla. Ha desaparecido por completo y hasta dudaría de su existencia, si no conservara el papelito que me dio con el número 5 y su firma violeta.

El plan, en lo que a mí respecta, consiste en tratar de conseguir algún trabajo en Bagdad y quedarme allí, junto a mi legítima, después del congreso. Dicen que la visa de residencia no es fácil de obtener, pero con algún empeño se consigue. El sueldo prometido a Eva puede alcanzar para mantener a un marido pintor de costumbres sobrias. ¿Suena como la confesión de un cínico gigoló? Lo siento mucho. Creo fundamental asegurar el tiempo y las condiciones para pintar. Tengo, como Ud. sabe, encargos de una galería de Viena. Del mismo cuero saldrán las correas.

Supongo que habrá leído las críticas de la exposición de Na Prikope. El tono general es afectuosamente protector, como corresponde, por tratarse de «joven artista proveniente de país en vías de desarrollo que pugna por liberarse del imperialismo y desarrollar su cultura nacional», de acuerdo con la política cultural del PC. Esto lleva a aplausos incondicionales cuando hay tema autóctono tratado a la manera costumbrista, dentro del «realismo». En lo demás hay reparos cautos. Perplejidad o reserva o una verónica frente a «Evropa Milena» que, por sus dimensiones y ubicación era, sin duda, el cuadro central de la exposición.

Hubo dos excepciones. La primera fue el comentario de Milos Smutny en Plamen. Como me trata bien, lo encontré sumamente inteligente. El habla de una tendencia satírica, irónica, escéptica, que le parece «sana»; cree ver una crítica americana (del sur) a la cultura europea, en lo que ella tiene de añejo, decadente, reaccionario, aunque piensa que el lenguaje de la crítica está contagiado de tal decadencia y que en cierta medida es una crítica ahistórica, impresionista, en última instancia idealista. Reconoce, no obstante, que no es justo pensar que todos los pintores latinoamericanos están obligados a manifestarse en las formas inventadas por los mexicanos ni es justo exigir una limitación empobrecedora a los temas locales o localistas, toda vez que en el mundo de hoy los seres humanos (también los pintores: los incluye en la especie) viajan, atraviesan mares, continentes, están sometidos a un bombardeo de información global, chocan con mundos diversos, participan de ideas que son mundiales. El peligro es el cosmopolitismo del hotel internacional, pero la limitación folclórica, pintoresquista, no hace menos vivo ese peligro. En el caso que nos ocupa (merci!), el peligro ha sido conjurado. El núcleo esencial de la personalidad del pintor, la cultura india (?), el enfoque americano, prevalece.

Bueno, todo esto es así si interpreté bien el artículo y si es que Eva, arrastrada por la lealtad conyugal, no me traicionó en la traducción de los muchos pasajes dudosos. Sabido es que la lealtad conduce a la traición. La sintaxis de pan Smutny es casi como la suya, con perdón sea dicho, querido Herr Doktor.

Otro comentario interesante es el de Jaroslav Vesely, apareció en Lidová Demokracie y pone el acento en la forma, aprovechándose de paso para sus personales objetivos polémicos. Dice que la pintura del «chileno-mapuche» Huerqueo es ante todo un trabajo con las texturas, lo que no excluye que posea un rico contenido. «Es la confirmación de lo antes sostenido en estas columnas en cuanto a que pintura es, en sí, ante todo, forma, color. Habrá de expresar el pintor su mundo, su visión de él, su situación en él, precisamente y solo a través de tales elementos, y toda carga de ideas, mayor o menor, en definitiva inseparable de toda obra humana, única y precisamente por medio de lo visual deberá transmitirse y eventualmente encarnarse en el espectador». Vesely piensa además que ya mucha pintura del pasado nos ha enseñado cuan efímeras resultaron las referencias literario-político-anecdóticas que sus autores ingenuamente incluyeron. Para el espectador de hoy que no sea un erudito, todo ello resultará inútil, inexplicable... o bien será elemento útil a y de la obra en cuanto enriquezca o se integre a lo esencial que es el efecto visual forma-color.

Dice que en «Café Evropa-Milena» (coincide conmigo en considerarlo el cuadro principal de la exposición, «la más notable de la temporada praguense actual», ¡ejem!) «sobrecoge la destreza diabólica con que el artista emplea una gama de colores complementarios imbricados con un efecto moiré que inicialmente llegué a atribuir al empleo de una técnica fotográfica». El piensa que lo «diabólico» (ahora no del pintor, alabado sea el Señor, sino del cuadro) proviene de un uso muy singular de amarillos, verdes, violetas, grises y sepias, sobre un rondo granate «ostinato», que presta una calidad cadavérica al rostro apergaminado, empolvado y a la vez enrojecido en la zona de los pómulos, de Milena, «trabajado casi como un empedrado que se mira desde un alto piso, según revela la observación minuciosa con una lente de aumento desde corta distancia (¡fijote el tipo!), colores que se avivan como brasas semicubiertas de ceniza al ser sopladas, en el material del asiento —terciopelo granate—, para llegar hasta un amarillo canario incandescente en el echarpe que envuelve el cuello verdoso, escamoso, ¿sugestión de saurios infernales?». Concluye que todo lo visto le parece denso de significados, sugerencias, emotividad y poesía, pero a la vez estrictamente pictórico, que es lo único que puede dar validez a todo el resto.

¿Qué le parece? Un hereje valiente, Vesely. Con lo dicho podría darme por satisfecho y de sobra. Pero este caballero (no lo conozco, pero me lo imagino maduro) se entusiasma además, muchísimo, con el cuadro núm. 7 «Zelezo a kovy» (para mí, «Ferretería») que retrata, dice, «con exactitud a primera vista fotográfica uno de los más singulares y bellos comercios del género metalo-artesanal que aún subsisten de otras épocas en nuestra Ciudad Vieja». Lo más entretenido es cómo lo contrapone a Milena, en un juego literario muy elegante (Eva sudó para poder traducirlo): «Si en “Milena” el pintor nos propone lo seco-rugoso y a la vez húmedo de un rostro, lo demasiado suave y a la vez quemante del terciopelo, lo muy viejo que sobrevive a fuerza de malignidad, en sucesión de moirés de suavidad insidiosa y en la gama antes indicada, en “Zelezo a kovy” (¿obra anterior o posterior? No lo sabemos, más nos inclinamos por la segunda hipótesis) lo que tenemos es una gama de grises y negros (y blancos) infinitamente rica, casi un estudio científico en la materia, y una textura que es por momentos ferruginosa, punzante, carbónica, raspante, agresiva, hasta tal extremo que produce la necesidad de tocar la tela para verificar si tal efecto no está producido por un collage de pequeños pinchos agudos sobresalientes, sino por la pura pintura, como lo está» —Uf + uf al cuadrado. Me siento como hinchado.

En resumen, muchos elogios. Pero no me siento, cómo decir, eufórico. La experiencia de la exposición y la crítica me dejan algo melancólico. Aunque todo esto acaba de pasar, me parece muy lejano y, cómo decir, ya no me interesa mucho. Si Eva leyera esto se indignaría. Pensará Ud. tal vez que digo eso para autoconsolarme, decepcionado por no haber cosechado un éxito mayor. Bueno, lo mismo pensé yo, si no se tratará de un mecanismo sicológico de autodefensa. Las uvas están verdes y «sabe qué más, compadre, métase la guitarra en el poto». Pero creo que no. No, de veras. Es así. Lo siento como algo del pasado. El final de un período de cuyo nombre no quiero acordarme. Se lo digo con una mano sobre el corazón, o sobre las bolas, que uno las siente tanto más indispensables.

Diría que lo importante, desde un punto de vista práctico, es que las adquisiciones se produjeron o están por producirse. Existe incluso un pedido del Narodní Vybor de Ustí-nad-Labem: solicita por carta un cuadro al óleo, de tema indoamericano, preferiblemente bellos niños de ojos oscuros, de un metro sesenta por un metro, aproximadamente. ¡Aquí Pedro Lobos se haría la Europa! En fin, adivino la acción de sus amables tentáculos, caro Josef. Trataré de cumplir. Gracias.

Lo dicho más arriba no significa que termino para siempre con la temática checa. En absoluto. Se trata de formas de expresión. Etapas. Indudablemente, antes de morir tendré que abordar todavía muchos temas praguenses o, digamos, bohemios. Cómo no hacer algo sobre los adminículos o artefactos checos, expresión suprema del sentido práctico nacional, que me obsesionan desde que llegué a Praga. Tales como:

a) calentadores de cerveza en forma de lapicera-fuente, que se sujetan por medio de un clip en el borde del shop y que, sumergidos en el néctar nacional elevan la temperatura de la cerveza de Plzen de 12 grados gracias a la irradiación de calor producida por la batería eléctrica que contienen, hasta el nivel exacto de 19,5 grados Celsius, que indica un minúsculo termómetro montado lateralmente; única temperatura que permite saborear a plenitud el lúpulo checo, el agua checa, la bosta checa, el paisaje checo, el humor del buen soldado Svejk, en fin, todos y cada uno de los componentes de la famosa cerveza checa;

b) molinillos manuales de café, en forma de proyectil de mortero, que se accionan mediante una pequeña manivela, con capacidad para moler cada vez 18 gramos exactos, cantidad precisa suficiente para dos tazas de café turco;

c) calentadores de orejas de piel de conejo, similares a los fonos que usan los telegrafistas militares en viejas películas de tema bélico, borlas blandas y cálidas que están unidas por una banda de acero flexible, forrada en cuero de napa, banda que pasa sobre la cabeza y queda oculta en parte por el pelo y del todo por el sombrero, muy útiles para contrarrestar el frío del invierno y también, por la sordera temporal que producen, en ciertas reuniones;

d) instalaciones tubulares de oficinas de correos que sirven en un circuito central de Praga, para enviar mensajes por medio del sistema «neumático», o sea, cartas metidas dentro de cilindros de cartón rígido pero delgado que son aspirados con un pequeño ruido angustioso y trasladados a través de una red de tuberías a diversos puntos del edificio, del barrio, de la ciudad, del universo (verdadera revelación sobre el significado de la palabra «pneu» y de la expresión «le envió un mensaje pneumático», que ensombrecieron de incomprensión las lecturas de mi adolescencia temucana de novelas españolas o francesas de comienzos de siglo en ediciones españolas).

Esto me trae el recuerdo de una invención (digna de ser checa) de uno de mis compañeros de la escuela. Con gran minuciosidad, diseñó una vasenica (esta palabra, al parecer, no se escribe así, pero encuentro que así se ve bastante bien), en cuyo borde aparecía montada, por medio de un tornillo de mariposa, una rueda de esmeril a la que le faltaba una sección; al hacer girar esta rueda, entraba en contacto intermitente con un trozo de papel de lija fijo en el borde, lo que debía producir un ruidillo repetido, raspado y suave (prrsch, prrsch), muy apropiado para estimular el reflejo urinario.

Pero divago. Vamos a cosas más profundas. Su descubrimiento sobre el error histórico cometido por Neruda, que no vacilo en calificar de grave, me parece transcendental. En efecto, el prócer no pudo ser «hijo de amor de una noche de invierno» como escribe el poeta, si nació el 20 de agosto. Usted tiene toda la razón. Pero me asaltan dudas. Neruda es muy versado en la cosa histórica. Dicen que tiene mucho libro viejo, documentos, infolios. Entiendo que además los lee. ¿No tendrá otros antecedentes sobre la materia? La inscripción parroquial con fecha 20 de agosto, si existe, no es una prueba absolutamente concluyente. En aquellos tiempos podía pasar mucho tiempo entre el nacimiento y la inscripción. Años. La gente no tenía tanto apuro como ahora. No había asignaciones familiares. Los caminos, cuando existían, eran pésimos. Por otra parte, se trata en este caso de un hijo natural. Pudo demorar la inscripción mientras se convencía a don Ambrosio de que lo reconociera. Tal vez hubo problemas con el cura, que probablemente no compartía el entusiasmo de Neruda por los hijos «de amor».

Es posible que el vate tenga algún documento que sustente su tesis. Digamos, por ejemplo, una carta de doña Isabel Riquelme a su mamá, en la que se queja de mareos, vómitos, palpitaciones, antojos, etc., fechada a mediados de septiembre de 1775. Tomando en cuenta que tales molestias se presentan habitualmente en los primeros tres meses del embarazo, Neruda pudo concluir que la concepción ocurrió en invierno (por lo tanto, la fecha del nacimiento sería otra). Otra posibilidad es la de un embarazo heroico, digamos de unos trece meses. En la mitología griega hay un caso así. O bien, que haya sido muy breve, de unos noventa días. Esto parece altamente improbable.