El Cuento Del Pescador - Jack Benton - E-Book

El Cuento Del Pescador E-Book

Jack Benton

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Beschreibung

Un misterio británico tradicional ambientado en Dartmouth, Devon.

Tratando de olvidar sus problemas con el alcohol, el antiguo soldado convertido en detective privado John «Slim» Hardy contrata lo que tendrían que haber sido unas tranquilas vacaciones organizadas de pesca en Dartmouth, al sur de Devon. Pero cuando una violenta tragedia afecta a otro de los viajeros, Slim se encuentra persiguiendo a un posible asesino.

Ambientada en los bellos alrededores del estuario del río Dart y el sendero de Agatha Christie, «El cuento del pescador» llevará a Slim Hardy a lugares más oscuros que cualquier otro al que se haya enfrentado antes.

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Seitenzahl: 309

Veröffentlichungsjahr: 2022

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El cuento del pescador

Jack Benton

Traducido porMariano Bas

Índice

Otras Obras de Jack Benton

El cuento del pescador

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

Capítulo 61

Capítulo 62

Sobre el Autor

Otras Obras de Jack Benton

(y disponible en español)

El hombre a la orilla del mar

El secreto del relojero

El encargado de los juegos

Tren de cercanías

El cuento del pescador

Ocho días

Cuando sopla el viento

Las luces del circo

Aquí acaba el camino

"El cuento del pescador” Copyright © Jack Benton / Chris Ward 2020

Traducido por Mariano Bas

El derecho de Jack Benton / Chris Ward a ser identificado como el autor de este trabajo fue declarado por él de conformidad con la Ley de derechos de autor, diseños y patentes de 1988.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida, en cualquier forma o por cualquier medio, sin el permiso previo por escrito del Autor.

Esta historia es una obra de ficción y es producto de la imaginación del autor. Todas las similitudes con lugares reales o con personas vivas o muertas son pura coincidencia.

El cuento del pescador

1

John Hardy apartó la etiqueta de OFERTA de la pequeña caja de cartón, y miró a través de la tapa de plástico el bizcocho congelado de su interior. Sonrió. Suficientemente pequeña como para no amenazar a su apodo de «Slim» («delgado»), pero lo suficientemente grande como para una celebración.

La puso en su cesta, añadiendo una bolsa de velas después de pensarlo un momento.

Se oyó un gong desde algún lugar. Slim miró su reloj: las tres de la madrugada. Solo los muertos y los solitarios compraban a esas horas y, como él se sentía más o menos vivo, tenía que formar parte de la otra categoría.

Tras evitar la zona cerrada de las bebidas alcohólicas, se fue hacia los productos caseros. Podía también añadir un regalo como detalle.

Hizo una pausa, frotándose la incipiente barba del mentón mientras miraba las tristes estanterías bajo unas luces a media potencia. Tal vez un rollo de cinta americana para fijar la esquina doblada de la alfombra del cuarto de estar, o una fregona y un cubo para luchar contra el moho que se iba formando en el suelo de la cocina.

Le atrajo el material de acampada, la idea de integrarse con la naturaleza para no volver jamás, pero su presupuesto era de quince pavos y las tiendas más baratas costaban más de veinte.

Encontró un equipo de pesca para principiantes, por 14,99 libras.

Perfecto.

Ya por algún tiempo él había vivido en un canal, pero lo más cerca que había estado de pescar había sido pedir, fuera de la tienda de pescado con patatas, algunas sobras a la hora de cerrar. No podía ser difícil. El equipo incluso tenía un pequeño manual de instrucciones en una bolsa de plástico enrollada en la parte más gruesa de la caña.

Con una sonrisa que por una vez parecía más genuina que irónica, tomó el equipo y lo colocó encima de su cesta.

Comió el bizcocho cuando llegó a casa, media hora después, se deseó un feliz cumpleaños y lo acompañó con un café lo suficientemente denso y amargo como para levantar a un muerto.

Luego, por el contrario, se tumbó en la cama y trató de dormir, mirando al techo durante una hora inútil antes de levantarse de nuevo, ducharse y prepararse después otro café.

Tenía algo de pan duro, así que lo tostó tan negro como su café, luego untó mantequilla sobre él y lo masticó mientras miraba fijamente un mapa del Servicio de Cartografía local.

Ahí. El río Tewkes, camino del embalse de Longwell. Lo suficientemente lejos de cualquier civilización real como para poder disfrutar de su cumpleaños en paz.

Empezaba a haber luz en el exterior, así que Slim salió. Compró un bocadillo y una botella de agua en una tienda, y luego buscó una parada de autobús que le llevara a una distancia desde la cual pudiera caminar hasta el río. Una hora después, estaba andando a lo largo de un camino estrecho y descuidado que serpenteaba descendiendo a un valle fluvial. El Tewkes, en algunos puntos de hasta seis metros de ancho, fluía lánguidamente a través de los pastos. Tras encontrar un lugar seco y cubierto de hierba escondido detrás de una hilera de árboles, Slim colocó una manta en el suelo y preparó su equipo.

Eran las diez y cuarto cuando puso en el anzuelo un pedazo de jamón tomado de su bocadillo e hizo su primer intento. Golpeó la superficie del agua con un reconfortante «plop» y se hundió fuera de su vista. Slim observó el pequeño flotador balanceándose, teniendo una extraña sensación de calma. Sonrió ante lo sencillo que resultaba, preguntándose si era realmente necesario pescar algo. Con el sedal extendiéndose hasta el agua y la caña apoyada en una piedra, se tumbó sobre la manta y cerró los ojos.

2

La llamada perdida era de Kim, su madura secretaria.

—Me preguntaba si iba usted a venir mañana a la oficina —dijo cuando le devolvió la llamada esa tarde.

—En realidad, estaba pensando tomarme unas pequeñas vacaciones —dijo Slim.

—Bueno, usted es el jefe. Puedo ocuparme de todo mientras no está. Pero tengo que enviarle unos pocos mensajes que necesitan su respuesta, si es posible. Sé que usted es muy selectivo con los casos, pero está rechazando muchos trabajos buenos al ser tan tiquismiquis con lo que acepta. ¿Ha pensado alguna vez en contratar más personal?

Slim sacudió la cabeza. Sosteniendo el teléfono junto a su oreja con una mano, abrió una tarjeta de felicitación con la otra, pasando las uñas por el doblez para abrirla por donde estaba pegado.

El ligero aroma de un perfume familiar le había revelado el remitente antes de abrirla. Slim se quedó mirando el nombre un largo rato, luego pasó el dedo sobre lo escrito debajo.

Llámame alguna vez.

Tal vez lo haría.

—… quiero decir, muchos de estos casos son rutina —estaba diciendo Kim, aunque Slim había filtrado una buena parte de su lo que ella le decía, mientras recordaba aquellos pocos días maravillosos con Lia antes de acabar con su sobriedad en una fiesta familiar, volviendo a empeorar las cosas—. Podría tener a alguien haciendo la investigación básica y el trabajo desagradable mientras usted se concentra en cosas más complicadas.

—Te estoy escuchando, Kim.

—No estoy segura de que lo haga, Sr. Hardy. Sé que no me toca decirle cómo llevar su negocio, pero con la atención que ha recibido de la prensa durante los últimos dos años, podría estar dirigiendo un negocio próspero ahora mismo. He visto sus cuentas… y ahora mismo apenas puede pagarme. No sé cómo puede arreglárselas con lo poco que le queda. He tenido que comprar papel higiénico con dinero del bote, porque la tarifa del caso del fraude de Webster no se depositará hasta la semana que viene.

—¿Tenemos un bote?

—El que tiene debajo de su mesa y usted emplea para pagar su café.

—Está vacío.

—Ya lo sé. Empecé a guardar el dinero en otro sitio, porque estaba desapareciendo más rápido de lo que yo podía llenarlo.

Slim no pudo dejar de sonreír. Kim era como la madre que nunca había tenido. Casi nunca pensaba en la mujer que lo había traído al mundo, pero cuando lo hacía, la recordaba roncando detrás de una puerta cerrada mientras él se iba a la escuela, o envuelta en una piel falsa tan ceñida que podía haberla ahogado, mientras se iba dejando la comida sin hacer, los dormitorios sin limpiar, un cenicero lleno sobre la mesa de la cocina, a veces una o dos botellas vacías y la sensación de que su presencia en la vida de ella era una molestia, una carga innecesaria.

Durante el funeral de su madre, se había prometido no acabar como ella, pero en muchos sentidos resultaba ser su reflejo.

—Gracias por pensar en mí —dijo—. Lo tendré en cuenta. Por cierto, ¿sabes cocinar pescado?

—¿Qué tipo de pescado?

Slim miró la encimera de la cocina. El único pez que había capturado se encontraba sobre una tabla de cortar con un cuchillo a su lado, esperando su destino.

—Tiene de largo casi un palmo. Lo he pescado en un río.

—Podría ser una trucha. Quítele la cabeza y la cola y póngala en la parrilla, un minuto o dos de cada lado.

—¿No se puede freír? Estaba pensando en comprar una ración de patatas y celebrarlo de verdad.

—¿Celebrarlo?

—Es mi cumpleaños.

—Vaya, debería haberlo visto en su documentación…

Slim sonrió.

—No pasa nada. No me gustan las fiestas ni nada de eso.

Kim suspiró.

—Bueno, probablemente no sea una buena idea freírlo si no sabe lo que está haciendo, y normalmente los hombres no lo saben. Si no tiene cuidado, podría hacer arder su casa.

—Estoy en el último piso de una casa de tres plantas —dijo él—. Las dos de abajo estarían seguras, ¿no?

Le llegó un gruñido desde el otro extremo de la línea.

—Sr. Hardy, a veces pienso que usted necesita una buena mujer en casa para cuidarlo.

Slim no pudo dejar de sonreír.

—¿Se está ofreciendo usted?

—Eso depende del plan de pensiones. No creo tener fuerzas para seguirlo. Ya es bastante difícil mantener ordenado su despacho. Entonces, ¿a dónde piensa ir?

—Me voy de vacaciones a pescar —dijo Slim—. En el estuario del Dart. Volveré al acabar la semana.

Todavía no lo había reservado, pero mientras decía las palabras pasaba el dedo por el catálogo que había tomado del expositor del kiosco, con el dedo encima del número de teléfono.

—Me parece estupendo, Sr. Hardy. Supongo que tiene que hacer lo que tiene que hacer para escapar de las trampas de la fama.

—Estoy seguro de que me perseguirán despiadadamente —dijo—. Estoy pensando en comprarme una cazadora nueva para confundirlos.

—Sería mejor que pensara en algo distinto del gris verdoso o el negro en ese caso —dijo Kim—. ¿Es usted consciente de la existencia de otros colores? —Empezó a reírse de su propia broma antes de añadir—: En serio, le deseo un buen viaje.

—Gracias.

Durante unos minutos, hablaron acerca de los asuntos de los que podía encargarse Kim sin ayuda mientras él estaba fuera, y para qué tenía que contactarlo. Slim había esperado desaparecer, pero estaba descubriendo que los brazos del mundo rechazaban dejarlo ir ahora que tenía un negocio que, a pesar de sus esfuerzos de autosabotaje, estaba resultando tener un éxito moderado.

Tal vez Kim tenía razón. Tal vez debería contratar a alguien para que hiciera las cosas en su nombre, permitiéndole escabullirse sin hacer ruido como le pareciera.

Pero eso sería la opción sencilla.

Un viaje de pesca para gente que intenta dejar la bebida. Una rehabilitación en todos los sentidos, salvo en el nombre.

Había dejado esa parte fuera de su conversación.

Marcó el número y vio que sus manos temblaban mientras esperaba a que alguien respondiera.

—¿Cómo puedo ayudarlo? —dijo una agradable voz de mujer.

—Um… Hola. Me gustaría saber si hay plazas para la próxima semana.

Hubo una pequeña pausa. Slim pensó en colgar. Luego, la misma voz de mujer dijo:

—Tenemos plazas en varios viajes. ¿Tiene en mente algún sitio en particular?

3

El Hotel Mirador del Castillo de Dartmouth solo hacía honor a su nombre si uno alargaba el cuello desde la esquina exterior de la terraza de la fachada para ver más allá del borde de los altos muros del jardín de la propiedad colindante, pero aun así la vista de Kingswear desde la orilla apuesta al otro lado del estuario del Dart era una de las más impresionantes que había visto nunca Slim. Hacia el sur, las colinas se abrían para revelar el canal de la Mancha más allá de la boca del río, mientras que al norte el río discurría lánguidamente a través de las imponentes colinas boscosas cuajadas de casas de lujo, con los mástiles de docenas de yates atracados brillando al sol como agujas resplandecientes.

Colocado en una ladera empinada, para cuando Slim subió los treinta y cinco escalones desde la carretera hasta la entrada del hotel, estaba demasiado cansado como para explorar los jardines aterrazados a los que se accedía por una puerta en la parte posterior. Un estrecho patio frontal albergaba algunos bancos, mesas de pícnic y tumbonas, así que Slim tomó un café de la máquina de autoservicio dentro del comedor y se lo llevó fuera.

Había algunos clientes disfrutando del sol de la tarde, unos charlando, otros bebiendo café o zumo de frutas, un hombre masticando una barra de cereales que descargaba una catarata de migas sobre sus rodillas con cada mordisco. Slim se sentó en una mesa vacía y miró el valle, observando despreocupadamente un par de ferris para turistas cruzándose, yendo uno directamente a la orilla de Kingswear y el otro río arriba en dirección a Totnes. A una corta distancia al norte en la orilla más lejana, un grupo de piragüistas exploraba los rincones bajo los árboles, mientras en el lado más cercano un barco de vapor se abría paso entre dos yates atracados, ambos tan grandes y espectaculares como para valer más que el hotel que se alzaba por detrás de los hombros de Slim.

—Hace que uno quiera dejar el trabajo y quedarse aquí, ¿verdad? —le llegó una voz por detrás. Mientras una sombra tapaba a Slim, el hombre añadió: — ¿A qué se dedica usted?

Slim pensó un momento antes de responder, buscando una respuesta pasiva apropiada que satisficiera a este extraño al que aún no había visto, sin provocar más preguntas.

—Me dedico a la investigación —dijo por fin, dándose cuenta al pronunciar las palabras de que había elegido la peor respuesta posible.

—¿De qué tipo? —dijo el recién llegado, tomando una silla de plástico de debajo una mesa cercana y dejándola enfrente de Slim—. ¿De consumo? No, apuesto a que es educativa. Eso creo. Tiene el aspecto de un hombre que lucha contra la injusticia. Hay una historia en sus ojos, puedo verlo.

Slim no estaba seguro de cómo responder. Consideró al recién llegado durante unos segundos, viendo su cara de alguien de poco más de sesenta años, con un bigote muy pasado de moda y aspecto avejentado, pero con rasgos en general atractivos. Unos ojos esquivos que querían saber más de lo necesario y examinando la apariencia de Slim, pero al mismo tiempo observando a los demás clientes sentados en el patio, evaluándolos y juzgándolos uno por uno.

—Seguro que se pregunta qué hago aquí —dijo el hombre—. Quiero decir, debería, ¿verdad? —Levantó el brazo y se atusó el bigote—. El disfraz… no vale para mucho, ¿verdad?

Slim sonrió forzadamente.

—¿Le conozco de algo?

El hombre torció un momento la boca formando una sonrisa, como si esa fuera la respuesta esperada. Le tendió la mano.

—Max Carson. Es mi voz, no mi cara, lo que recuerda. Soy el presentador de Country Club.

—Claro.

—Radio Tres. ¿Es usted un oyente habitual?

Slim, que no tenía ninguna radio y pocas veces tenía motivos para escuchar una desde que acabaron sus días en las Fuerzas Armadas, dijo:

—¿A usted también le han superado las cosas?

Carson asintió.

—Fue mi mujer la que insistió. No podía aguantar los líos, el alcohol y el Charles.

Slim frunció el ceño.

—¿Charles?

Carson hizo una mueca.

—Estoy siendo críptico a propósito. Nunca sabes quién está escuchando, ¿verdad? Todos los hombres y sus malditos perros llevan una cámara oculta hoy en día. —Se acercó, miró por encima de su hombro y luego sacó algo de una bolsa que tenía a sus pies. Slim vio una diminuta botella de whisky escondida dentro de la gran mano de Carson mientras esta visitaba su boca tras un rápido gesto y luego volvía a desaparecer de la vista.

Slim se dio cuenta entonces. Había estado pensando en cosas más mundanas, pero ahora todo tenía sentido. Charles. Charlie. Cocaína. Max Carson era un hombre del carril rápido que el coche averiado de la vida de Slim nunca había tomado.

—De todos modos —continuó Carson, devolviendo una vez más la botella en miniatura a la bolsa antes de que Slim pudiera pensar en pedir la vez—, a veces hay que cumplir con las formalidades, ¿verdad? Es más fácil esconder las cosas y pensar en ellas cuando estás fuera del ojo público, ¿verdad? Apuesto a que nadie le está mirando por encima del hombro para ver con quién se está acostando.

Slim, cuyo mal momento con Lia ya había durado más que su breve buen momento de euforia, se limitó a encoger los hombros.

—No que yo sepa —dijo—. A nadie le preocupa mucho lo que hago con mi vida privada.

—De eso se trata, ¿verdad? —dijo Carson, poniéndose cómodo—. No dudo de que ella tenga sus propios amantes. Quiero decir, la he pillado silbando mientras hacía las camas. No me sorprendería que la mitad de Manchester hubiera pasado por mi dormitorio mientras yo estaba fuera, pero un pequeño desliz, digamos solo un gramo… y mi carrera se pone en peligro. Es ridículo, ¿verdad?

—Bastante —reconoció Slim.

Carson lo tomó por el hombro y se acercó.

—Me da la impresión de que estamos hechos de la misma pasta, tú y yo. ¿No has venido aquí a pescar, ¿verdad? En todo caso, no a pescar lo planeado, ¿verdad? —Empujó a Slim por el hombro hasta que este tuvo que girarse en dirección a dos señoras de mediana edad sentadas a un par de mesas a su derecha. Ambas estaban algo excesivamente vestidas, y aunque Slim solo veía dos floreros marchitos retocados lo suficiente como para generar algo de nostalgia, recordó que Carson tenía casi dos décadas más de edad—. Seguro que ellas tampoco.

—Supongo que tendrá que preguntárselo —dijo Slim.

Carson sonrió cuando una de ellas lo miró y le lanzó una rápida sonrisa antes de apartar la vista. Las mejillas pintadas con colorete parecieron adquirir otro tono más subido, aunque Slim supuso que podía haber sido un reflejo de la mesita lacada.

—Ya lo h e hecho. ¿Qué me dices si vamos juntos al puerto esta tarde y alquilamos un barco para un pequeño crucero nocturno? Podría necesitar un copiloto.

Slim sintió la necesidad de excusarse. Apartó la mano de Carson de su hombro y se puso en pie.

—Le agradezco la oferta, pero me temo que ya tengo una cita para esta noche —dijo, mostrando una sonrisa—. Con mi habitación y un periódico.

El semblante de Carson se oscureció.

—Bueno, no me vengas mañana pidiendo otra oportunidad —dijo—. Donnadies como tú no tienen muchas oportunidades con gente como yo. Ya te digo: hay mujeres en este pueblo con más dinero que cerebro y ¿a quién le importa un marido con su yate en cualquier otro sitio?

Slim se contuvo para no golpear a Carson en la cara.

—Ha sido un placer conocerlo, Sr. Carson —dijo—. Si encuentro algún posavasos limpio por aquí, vendré a pedirle un autógrafo.

Mientras Slim se dirigía al hotel, oyó un grito maleducado:

—¡No te molestes! —dirigido a su espalda y se preguntó si su karma había bajado tanto como para crearse un enemigo en la primera tarde.

4

Esa noche estaba previsto un evento social en el comedor del hotel. Una mesa con caballetes cargada con la comida de la fiesta se apoyaba en una pared, con otras mesas y sillas dispuestas caprichosamente alrededor de una pista de baile de un tamaño discreto. Después de una presentación inicial y un saludo de bienvenida de uno de los representantes de la compañía de viajes, se dejó que los clientes se mezclaran. Slim, frustrado al ver que solo había jarras de zumo de naranja y de diente de león y bardana y nada más, pero no café, se quedó junto a una ventana con vistas al río.

No se veía a Max Carson por ninguna parte, para alivio de Slim. Tampoco había ningún indicio de la mujer a la que Carson había echado el ojo, lo que sugería que había algo de verdad en las afirmaciones del viejo personaje de la radio. O eso, o estaban luchando contra un tipo distinto de adicción y habían decidido que un paseo por el pueblo sería de más interés que el evento de bienvenida. Slim, deseando cada vez más irse al pub más cercano y mandar al infierno su recuperación, los envidiaba.

Preocupado por si acaso comenzaba a llamar la atención, Slim sacó de su bolsillo trasero el folleto doblado del viaje que le habían entregado al llegar. Con él sacó otro papel doblado y Slim miró los restos aplastados de la tarjeta de cumpleaños que Lia le había enviado. Cerró los ojos, pensando en llamarla y luego sacudió la cabeza. No. Era mejor dejarla. Ella tenía quince años menos y estaba en la flor de la vida. No necesitaba arruinar lo que debían ser sus mejores años mientras el renqueaba y se movía penosamente a su lado. No importaba lo que ella quisiera. No importaba que le hubiera dicho que lo quería.

Pensó que a veces era posible confundir el amor con la compasión, y ese error podía causar más dolor que el que se podía después eliminar.

Una papelera asomaba debajo de una mesa cercana. Fue a tirar la tarjeta, pero cambió de idea, volviéndola a guardar en su bolsillo trasero. De todos modos, probablemente la olvidaría la próxima vez que hiciera la colada.

El plan del viaje ofrecía cinco días de pesca y visitas combinadas, junto a eventos sociales por la noche. Todo estaba pensado para ser tranquilo y sociable, apartando a los clientes de los peligros de la vida que les habían impulsado a contratarlo. Ya había escuchado a dos hombres hablando de problemas comunes con el juego, uno que había perdido a su familia y otro pendiendo de un hilo. Cerca, un par de mujeres de mediana edad apenas podían contener las lágrimas mientras hablaban, una lamentando la adicción al sexo que había acabado con su matrimonio y llevado a su marido al suicidio, la otra luchando contra la depresión y el trastorno de estrés postraumático tras un accidente de automóvil, en el que la ingestión de demasiados analgésicos con receta había hecho que se durmiera al volante y se estrellara contra un camión, matando a su hijo y a un amigo de la escuela, que estaban peleándose en la parte trasera sin haberse puesto el cinturón.

De repente, un poco de alcoholismo parecía una tontería. Slim picoteó algo de comida durante unos minutos y luego se fue al vestíbulo, donde, para su gran alivio, todavía funcionaba la máquina de autoservicio de bebidas. Tomó un café y se encaminó al patio exterior.

Con un viento fuerte y gélido soplando desde el río, el patio estaba vacío. Slim se sentó y miró las luces del pueblo brillando en el agua. Un par de barcos se movían entre las luces estáticas de docenas de yates atracados, tal vez pescadores nocturnos o buscadores de tranquilidad tomándose un tiempo solos lejos de las masas de turistas. Ante la idea de parejas disfrutando de su compañía mutua, Slim sacó el teléfono de su bolsillo y miró los mensajes, pensando en enviar uno a Lia.

Sin embargo, cuando vio el icono parpadeante, supo que no tenía nada serio que decir. Lo siento. ¿Por qué? Por ser así. Por ser tan inútil como te dije que sería, por decepcionarte como te dije que haría, por arrastrarte a mi tempestad y dejar que la tormenta de mi vida te afectara y te dejara de lado. Siento todo lo que te dije que ocurriría.

Frunciendo el ceño, apagó su teléfono y lo guardó, luego dio un sorbo a un café que no era en ningún caso lo suficientemente fuerte.

No durmió especialmente bien, pero unas pocas horas eran mejor que ninguna. Le despertó el teléfono de la habitación, un servicio automático de llamadas que le avisaba de que era la hora del desayuno.

Los ojos adormilados que le rodeaban dejaban claro que algunos de los demás clientes ya habían caído presa de sus demonios personales. Max Carson tampoco estaba esta vez a la vista; sin duda habría tenido suerte o no, dependiendo de las circunstancias. Slim se sentó en una mesa para cuatro. En un lado estaba una señora con sobrepeso de cara apretada. que se presentó con voz ronca de fumador como Irene Long. En el otro, había una joven con pelo largo y unos grandes ojos que no pestañeaban. Eloise Trebuchet. Enfrente de él se sentaba un hombre grande con una espesa barba que llegaba hasta unos ojos sombreados por unas enormes cejas. No se presentó, ni siquiera miró en dirección a Slim, pero una tarjeta con su nombre escrito a mano prendida al bolsillo de su camisa indicaba que se llamaba George Slade.

Antes de que Slim pudiera intentar iniciar una conversación, un representante de la agencia se puso en pie y reclamó silencio. El hombre, de unos treinta años, atractivo y elegante con su camisa azul y su corbata de cuadros, se presentó de una manera manifiestamente nerviosa como Alex Wade. Una colega que se levantó a un lado era Jane Hounslow. Alex continuó, hablando del itinerario del día, mientras se quitaba el sudor de encima de una ceja, dejando su manga visiblemente mojada.

Una hora después, Slim se encontraba sentado en la proa de un barco a motor con una helada brisa fluvial erizándole el pelo. Ocho personas más se sentaban a su alrededor, incluyendo a la Irene del desayuno. El grupo se había dividido en tres partes, con sus compañeros de desayuno George Slade y Eloise Trebuchet asignados a uno de los otros dos barcos. Mientras se sacudían y resbalaban por encima de la agitada superficie de agua, Alex señalaba diversas vistas locales, pero apenas había conversación.

La primera parada fue una pequeña ensenada a unos tres kilómetros subiendo por el río, donde desembarcaron en un muelle desvencijado y siguieron un camino estrecho que llevaba por debajo de los árboles a un lugar donde Alex afirmaba que encontrarían buenas percas y carpas. Estaba claro por los aparejos que llevaban los pasajeros que el grupo era muy diverso: desde gente que quería ser profesional, hasta absolutos novatos. Aunque algunos llevaban su propio material, otros habían tomado las cañas y los aparejos del barco antes de dirigirse a los lugares apartados a lo largo de la orilla donde se habían dispuesto sillas de tijera a la sombra de los árboles. Allí se quedaron perdidos en sus pensamientos, con el guía, Alex, pasando aproximadamente cada treinta minutos.

Slim, orgulloso de haber recordado llevar todo su equipo, solo consiguió pescar una pieza de madera flotante que se enganchó con el sedal. Sin embargo, un par de peces alteraron la superficie del agua cerca de él y se convenció de que iba a conseguir una captura importante cuando Alex pasó a su lado y le informó de que era hora de irse.

A continuación, tuvieron el almuerzo en el bote, y luego hicieron una excursión a un lugar turístico en el que el grupo ascendió por un camino empinado a través del bosque hasta las ruinas de un fuerte de la edad de piedra en lo alto de una colina. A pesar de algunos gruñidos, la mayoría de la gente parecía de buen humor y Slim se encontró compartiendo admiraciones acerca de la vista con un londinense llamado Dan, que mencionó algo inapropiado acerca de una sentencia de prisión recientemente cumplida.

Después de una breve explicación sobre la historia del lugar, al grupo se le concedieron veinte minutos para moverse a sus anchas antes de volver al muelle. Cuando llegaron a él, se encontraron con un Alex nervioso que hablaba por su móvil, y mientras los clientes subían de vuelta al barco, aumentó su apariencia de disgusto. Cuando todos estuvieron ubicados, terminó su llamada e indicó al conductor que esperara antes de encender el motor.

—¿Pueden prestarme todos atención, por favor? Me temo que tenemos que abreviar la excursión del día. —Hizo una pausa para secarse las cejas antes de respirar profundamente—. Ha habido un accidente.

5

Alex rehusó dar respuestas concretas hasta que todos hubieran vuelto a la sala de banquetes y reuniones del hotel, insistiendo en que no sabía mucho más que ellos acerca de la razón de la inesperada llamada del grupo. Circulaban todo tipo de rumores, pero cuando dos policías subieron a un podio en el extremo del salón, Slim supo que era algo grave.

Con todos reunidos, Alex tomó un micrófono y llamó al orden. Mientras desaparecía el murmullo, presentó a los policías como los agentes Dave Rogers y Marion Oaks. La agente Oaks, una chica bonita y delgada y una cabeza más alta que su compañero rechoncho y musculado, tomó el micrófono y se aclaró la garganta.

—Les pido perdón por interrumpir sus actividades diarias —dijo—. Voy directa al grano. Ha habido un accidente.

Una onda de ruido atravesó la multitud. Slim, de pie cerca del fondo, vio a Irene cerca. Tenía una mano tapándose la boca y sus ojos ya llenos de lágrimas.

—Al principio de esta mañana, el cuerpo del Sr. Max Carson, uno de los viajeros, se ha encontrado cerca de Greenway House, a unos tres kilómetros más arriba en el río. Greenway House, como puede que sepan, es propiedad del National Trust y una famosa atracción turística local. Se cree que el Sr. Carson cayó desde un puente de ferrocarril en obras sobre una sección abandonada de la línea de Kingswear a Paignton, una caída de unos diez metros. Los primeros informes de la autopsia sugieren que murió al partirse el cuello.

Al ir surgiendo preguntas con el consiguiente ruido, la agente Oaks levantó una mano.

—No puedo decirles mucho más en este momento —dijo—. Seguimos investigando. Sin embargo, sí me gustaría pedirles que permanezcan aquí en el hotel durante las próximas cuarenta y ocho horas, hasta que hayamos hablado con todos ustedes. Si alguien tiene alguna información que crea relevante, que acuda aquí y reclame la atención del agente Rogers o la mía. Me gustaría mencionar que a ninguno de ustedes se le considera implicado en cualquier cosa que pueda haber ocurrido. Solo queremos conocer los últimos movimientos de Sr. Carson y si les ha dicho algo que pudiera servir como pista sobre lo que pasó después.

A pesar de las palabras del agente de policía, la gente empezó a murmurar acerca de las miradas de sospecha, acerca de cómo alguien en la sala tenía que ser culpable de algo. Con tantas personas frágiles presentes, en un par de minutos muchas habían empezado a llorar, una lamentándose tan ruidosamente que una pareja de empleados del hotel ayudó a la sollozante figura a salir de la habitación.

Slim se puso en modo observación, encontrando un lugar cerca de la pared desde el que contemplar los acontecimientos. Alex y Jane se habían colocado al fondo de la habitación, desde donde daban información acerca de lo que podía pasar con el viaje. Slim captó trozos de la conversación acerca de reembolsos, nueva programación, agravios al proceso de recuperación y varias acusaciones veladas de que la situación era de alguna manera culpa de la agencia de viajes.

—¿Por qué cree que se mató?

Slim se sobresaltó ante el sonido de la voz al lado de su hombro. Allí estaba Eloise con su intensa mirada fija en los dos policías que respondían a preguntas desde el estrado. Con una mano apartó la cortina de pelo de su cara, colocándola detrás de la oreja.

—¿Perdone?

La chica se balanceaba como si estuviera esperando una dosis de medicina. Insegura de si no resultaba inoportuna, sonreía y dejaba de hacerlo como si tuviera un tic nervioso.

—A ver, tuvo que hacerlo, porque si no tendrían algo más de cuidado para evitar que nos mezcláramos, por si coordinamos nuestros relatos.

—¿Está familiarizada con los procedimientos policiales? —preguntó Slim.

—Estuve en la escuela de formación —dijo Eloise, que seguía sin mirarlo—. En mi primer caso me quedé con una bolsa de drogas de un alijo y me hice adicta. Las cosas no hicieron más que empeorar.

Su expresión pasó a ser una amplia sonrisa mientras continuaba mirando fijamente adelante. Era difícil saber si estaba diciendo la verdad y la ausencia de emoción en sus ojos hizo que Slim se estremeciera.

—Supongo que deberían hacerlo —dijo finalmente, deseando estar en su habitación.

—¿Sabe que ese cabrón me tiró los tejos ayer por la noche? —dijo Eloise—. Me dijo que sabía qué me gustaría y se ofreció a darme un par de billetes de cien para hacer que el trato pareciera un buen negocio. —Seguía sonriendo mientras hablaba, pero de repente su sonrisa desapareció—. Esas fueron sus palabras exactas. Le dije que no sería una buena idea considerarlo mientras yo estaba en libertad provisional. —Finalmente lo miró con los ojos brillantes—. Apuñalé a un tipo que trataba de violarme.

Deseando que mirara hacia otro lado, Slim dijo:

—El tipo probablemente se lo merecía.

Eloise encogió los hombros.

—Pues sí. Me condenaron por asesinato en primer grado con atenuante de autodefensa, pero como le dejé desangrarse en lugar de pedir ayuda, me cayeron cinco años. El juez sugirió que había habido ensañamiento. Tenía razón. Quería que ese cabrón muriera más lentamente de lo que lo hizo y estaba dispuesta a quedarme allí sentada toda la noche.

Eloise no parecía lo suficientemente mayor como para haber pasado cinco años en la cárcel, pero Slim había aprendido por las malas que las apariencias pueden engañar. Desconfiando de su lengua, no dijo nada, pero recordó un momento en el que había tratado de matar a un hombre con una navaja por acostarse con la que ahora era su exmujer.

—Lo crea o no, puedo entenderla —dijo—. Tampoco yo soy un angelito.

—¿Por qué está aquí?

—Bebo demasiado —dijo, consciente de lo indiferente que sonaba al confesarlo.

—¿Cuánto?

Slim sonrió.

—Suficiente como para perder la cabeza de vez en cuando.

—¿Pierde el conocimiento?

Slim encogió los hombros.

—A veces. Aunque hace ya tiempo. Últimamente he estado bastante… comedido.

Los ojos de Eloise parpadearon, como si tratara de memorizar las piezas de un rompecabezas.

—Entonces dudo que usted sea un sospechoso —dijo—. Yo espero que me esposen en cualquier momento. Por suerte, tengo una coartada. —De nuevo esa sonrisa de loca—. Estaba en la cama con Alex.

—¿El empleado? —esto le recordó lo nervioso que estaba su guía en la reunión de la mañana.

—Otro gato entre palomas, y estoy segura de que tirarse a los clientes va en contra de la política de la empresa —dijo—. Imagino que no esperaba que las últimas horas de su empleo serían tan trágicas. —Encogió ligeramente los hombros—. Estoy segura de que lo negará, pero puedo probarlo, si entiende lo que quiero decir. Una especie de póliza de seguros. —Sonrió—. Una precaución.

Slim tenía la urgente necesidad de acabar la conversación. Solo la presencia de Eloise bastaba para sentir que gotas de su evidente locura se filtraban en él.

—Ahí vienen —dijo Eloise mientras el agente Rogers bajaba del estrado y se abría paso entre la gente en su dirección. Eloise, como si se estuviera preparando para dar un discurso ya listo, sonrió brevemente cerrando sus ojos. Cuando se apartó el último grupo delante de ellos, fue sin embargo a Slim al que se dirigió el oficial de policía.

—¿Sr. John Hardy?

—¿Sí?

—¿Le importa que hablemos? Nos gustaría conocer sus movimientos durante la tarde y noche de ayer. Parece que fue la última persona que podamos verificar que vio vivo al Señor Carson.

6

Una pequeña sala de reuniones en la parte de atrás del hotel resultaba mucho más agradable que una celda de interrogatorios. Slim se sentó en una sencilla silla de oficina, enfrente de los dos policías.

—Me gustaría señalar que usted no es sospechoso de nada —le dijo el agente Rogers, con las piernas cruzadas mientras se echaba hacia atrás en un lujoso sofá, muy probablemente reservado para el presidente de un consejo de administración—. Solo necesitamos saber qué contacto tuvo con Max Carson.