3,99 €
El sexto volumen de la serie de Los misterios de Slim Hardy.
Después de casi un año fuera de juego, el antiguo soldado convertido en detective privado John «Slim» Hardy asume tras su liberación lo que cree que será un caso sencillo en el tranquilo pueblo de Launceston, en Devonshire. La desaparición en misteriosas circunstancias de la colegiala Emily Martín desorientó a la policía. Ocho días después, su repentina reaparición le dejó igualmente perpleja. Aparentemente ilesa, Emily afirmó no recordar nada de su período de secuestro y, con el tiempo, la investigación se abandonó.
Dos años después, al irse destruyendo su relación con su hija, la desesperada madre de Emily, Georgia, recurre a Slim en busca de respuestas.
Esos ocho días perdida han cambiado a Emily, hasta el punto de que Georgia incluso se pregunta si es realmente su hija…
Del autor de “El hombre y el mar” y “El secreto del relojero”, llega otro sorprendente misterio, que mantendrá la incertidumbre hasta la última página.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 255
Veröffentlichungsjahr: 2022
Otras Obras de Jack Benton
Ocho días
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Sobre el Autor
(y disponible en español)
El hombre a la orilla del mar
El secreto del relojero
El encargado de los juegos
Tren de cercanías
El cuento del pescador
Ocho días
Cuando sopla el viento
Las luces del circo
Aquí acaba el camino
"Ocho días” Copyright © Jack Benton / Chris Ward 2020
Traducido por Mariano Bas
El derecho de Jack Benton / Chris Ward a ser identificado como el autor de este trabajo fue declarado por él de conformidad con la Ley de derechos de autor, diseños y patentes de 1988.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida, en cualquier forma o por cualquier medio, sin el permiso previo por escrito del Autor.
Esta historia es una obra de ficción y es producto de la imaginación del autor. Todas las similitudes con lugares reales o con personas vivas o muertas son pura coincidencia.
Cada día podía ser un nuevo comienzo, pensó Slim mientras la puerta se cerraba detrás de él, dejándole experimentar a solas su primera bocanada como un hombre libre en casi ocho meses. Era asimismo una bocanada fría: era el marzo más gélido que podía recordar, y para colmo, a sus cuarenta y ocho años, ahora tenía un historial criminal comparable al de su carrera militar.
Cada día podía ser un nuevo comienzo o la vuelta a un pasado caótico, un tren desvencijado retirado de una vía muerta y mandado a la ferrovía para un último viaje lamentable.
Una cosa o la otra, parecía decir el brillante sol en lo alto: Elige tú. Y eso hizo Slim. Palpó la carta que llevaba en el bolsillo de su abrigo y empezó a bajar la calle, alejándose de la entrada de la prisión, alejándose de sus problemas y alejándose de una reputación hecha trizas, y un negocio arruinado.
Ocho meses dentro solo le habían ayudado a una cosa: fue capaz de pasar por delante de tres bares sin apenas mirarlos, habiendo conseguido al fin un periodo largo de abstinencia. Pero sin el alcohol sentía un vacío interior, algo que tenía que llenar.
Una cuerda alrededor del cuello arreglaría todo, acabando con cualquier pretensión de recuperación, cualquier vana esperanza de poder salvar algo de entre las brasas de su vida. Pero, pensó con una sonrisa burlona, eso decepcionaría a los tipos a los que les gusta una buena pelea, a los que animan al perdedor. Y uno de esos tipos era el propio Slim.
En una parada de autobús al final de la calle, tomó un autobús hasta el centro del pueblo y allí se subió a un tren camino de Exeter. Desde Exeter St. Davids caminó hasta la estación de autobuses y tomó uno de la National Express a Cornualles.
A las seis y diez de un martes lluvioso de marzo, bajó del autobús en la parada de Westgate Street en Launceston, Cornualles, al otro lado de la calle de una peluquería cerrada y una freiduría vacía, con sus luces lanzando un brillo tenue sobre la calle. Mientras permanecía allí en pie viendo irse el autobús, se encendió una luz en el interior de un Ford estacionado algo más arriba en la calle. La ventana del conductor bajó y se asomó un hombre calvo de mediana edad.
—Perdone, ¿es usted John Hardy?
Slim levantó una mano mientras cruzaba la calle.
—Encantado de conocerlo —dijo, extendiendo una mano mientras el hombre salía del coche, abriéndose a la vez un paraguas sobre él, como si fuera una mariposa que salía de su capullo—, pero la mayoría de la gente me llama Slim.
—Slim —dijo el hombre, dándole la mano a Slim y acompañándolo luego al lado del copiloto, sin dejarlo ir, tal vez temiendo que Slim pudiera disolverse en la noche—. Gracias por venir. Georgia casi no podía creérselo cuando recibimos su carta.
—Sigo teniendo la suya —dijo Slim—. Me llegó en un mal momento. —Se tocó el bolsillo, sintiendo el papel arrugado en su interior.
Slim subió al coche y el hombre le cerró la puerta. El interior estaba limpio, pero olía a pescado con patatas y el olor caliente y aceitoso hizo que el estómago de Slim gruñera.
—Lo siento, no pude evitarlo —dijo el hombre, subiendo al coche y sacudiendo el paraguas a sus pies. Hizo un gesto con la cabeza indicando una barqueta en un portavasos, la quitó y la puso en una bolsa de plástico—. Un capricho, me temo. No se lo diga a Georgia, ¿vale? Ha preparado algo mucho más exótico.
Slim encogió lo hombros.
—Bueno, el autobús llegó diez minutos tarde. No puedo pretender que usted pase hambre por mi culpa. —El hombre rio entre dientes, como si las palabras de Slim hubieran sellado su hermandad—. Supongo que usted es James Martin —dijo Slim mientras el hombre desaparcaba y aceleraba suavemente por la calle vacía.
—Sí… Le pido perdón. Me temo que me cuesta considerarme como partícipe en todo esto. En realidad, es cosa de Georgia. Me limito a seguirle el juego, haciendo de conductor y todo eso. Fue idea suya contactar con usted. Sé que tiene sus temores y todo eso, pero, verá, yo siempre he considerado el misterio resuelto. Después de todo, Emily regresó.
De un poco más de cincuenta años, Georgia Martin tenía una apariencia amable, propia de la propietaria de una tienda de flores o de un coqueto café rural. Con el pelo prematuramente gris, era de rasgos suaves y baja de estatura, y tenía una sonrisa cálida que tranquilizó inmediatamente a Slim.
—Debe estar muerto de hambre —dijo como recibimiento, mandando con una mano a James a un vestidor para que se quitara el abrigo mientras con la otra hacía gestos a Slim para que entrara en un acogedor comedor. Las cornisas rurales, las paredes de piedra y los huecos que contenían lámparas de pie y elementos de decoración hicieron que Slim se sintiera dentro del estudio de un drama de época, con un caldero humeante de estofado de carne esperando sobre una amplia mesa de comedor de buena madera, acompañado por un pan que parecía recién sacado del horno y que no hacía más que acentuar el efecto. Permitió que Georgia le indicara un asiento y le sirviera una ración.
—Sé que ha tenido un largo viaje —dijo—. ¿Té? Póngase cómodo, ya hablaremos luego. —Se sentó enfrente de él, como si esperara a que empezara. Un momento después, se levantó de nuevo, riendo nerviosamente—-. James, he olvidado tomar el abrigo de John. Qué tonta soy —agitó una mano delante de su cara—. Dios, me temo que estoy aturrullada. No puedo creer que esté aquí.
—Por favor, llámeme Slim —dijo Slim, quitándose el abrigo y entregándoselo a James, que había reaparecido justo a tiempo—. Todos lo hacen.
—Slim… Me gusta. No tiene nada que ver con su peso, supongo —añadió una trémula risita para acentuar la broma.
—Es una larga historia, pero haría que se durmiera antes de tiempo.
Georgia y James le dejaron solo mientras comía, algo que encontró raro, considerando lo amablemente que parecían haber previsto su llegada. Mientras oía el suave zumbido de la televisión detrás de una puerta que llevaba a la cocina, se preguntó cómo le iría a su cuerpo esa maravilla culinaria después de ocho meses de rancho en la prisión.
Finalmente tuvo que dejar la mitad. Luego llamó a Georgia y James, que volvieron al comedor y se disculpó, culpando a los ocho meses de contar calorías.
—Si prefiere descansar algo y hablar mañana por la mañana, ya he preparado la habitación de invitados…
Slim levantó una mano.
—Me parece bien hablar ahora. No duermo mucho.
—¿Café? ¿O algo más fuerte?
Slim sonrió.
—Café está bien. Negro. Tan fuerte como pueda. Si le queda medio filtro de ayer, añada una cucharada extra y páselo por el microondas dos minutos más de lo necesario.
Georgia sonrió.
—Haré lo que pueda.
Empezó a darse la vuelta, pero James la detuvo con la mano.
—Quédate y habla con Slim, querida —dijo—. Después de todo, es cosa tuya.
¿Había fruncido momentáneamente el ceño Georgia mientras James se iba? Slim no estaba seguro. La mujer jugueteó con su falda y luego se sentó a otro lado de la mesa.
—Ya no se preocupa —dijo Georgia—. Después de que Emily volvió y las pruebas demostraron que, al menos físicamente, estaba bien, James quiso olvidarlo. En realidad, no lo culpo.
—¿Pero usted no puede?
Georgia sacudió la cabeza.
—Tengo que saber adónde fue. No estaré tranquila hasta que lo sepa. Son esas cosas maternales de saber que has decepcionado a tu hija y la necesidad de llenar los huecos para poder entender en qué te equivocaste.
Slim se inclinó hacia delante.
—Entiendo —dijo—. Estoy seguro de que yo sentiría lo mismo si tuviera hijos. Ahora, cuénteme lo que paso, con sus propias palabras y lo mejor que pueda.
—Junio de 2018 —dijo Georgia—. Quiero decir, hace casi dos años. La mayoría de la gente lo habría dejado pasar ya. ¿No?
—Depende de las circunstancias —dijo Slim, sorbiendo un café que realmente necesitaba haberse quedado en el filtro un par de días más.
Georgia suspiró. Se había servido un vaso de vino, que Slim trataba de no mirar.
—Se suponía que Emily iba a ir al club de netball en el centro deportivo después de la escuela —dijo Georgia, frotándose los ojos—. No esperábamos que estuviera en casa hasta las siete. Luego supimos que se había ido pronto de la escuela, después de la comida.
—¿Por alguna razón concreta?
—Dijo a su mejor amiga, Becky Walsh, que no se sentía bien. Solo vivimos a un kilómetro de la escuela y ahora soy una madre ama de casa, así que, si lo hubiera hecho, la hubiera visto, por supuesto.
—¿Les llamaron desde la escuela cuando no acudió a sus clases de tarde?
Georgia parecía dolorida. Se frotaba los ojos cerrados como si tratara de borrar su memoria.
—Lo intentaron —dijo—. Alguien llamó dos veces desde la oficina, pero yo estaba en el jardín y… y no tenemos contestador.
Slim frunció el ceño. Era algo que podría tener que aclarar. La mayoría de los teléfonos hoy en día tienen uno de serie, así que habría que molestarse en desactivarlo manualmente.
—¿Así que no supieron que se había ido de la escuela hasta que no llegó del entrenamiento?
Georgia suspiró.
—No. Hacia las ocho de la tarde empezamos a llamar a sus amigos para ver si estaba con ellos. A las nueve, llamamos al centro deportivo, donde nos dijeron que no había estado allí. Después de eso, llamamos inmediatamente a la policía.
—¿Y qué pasó?
—Activaron a todos los agentes de Cornualles del Norte. Ya sabe lo que dicen sobre los secuestros de niños: la primera hora es vital. Ya había pasado.
—¿Pero no la encontraron?
Georgia sacudió la cabeza. Sus manos empezaron a temblar mientras sostenía el vaso, una indicación de aflicción. Slim la conocía demasiado bien.
—Encontraron testigos y pistas, pero todos fueron callejones sin salida.
—¿Ningún sospechoso?
—Oh, había muchos. Un de los primeros en ser investigado fue el profesor de educación física de su escuela, que dirigía el club de netball. Pero ese, como los demás, al final quedó descartado.
—Necesito una lista completa si quiere que lleve a cabo una investigación.
Georgia asintió.
—Oh, tenemos una. Y también algunos nombres más a los que la policía nunca investigó.
Slim se preguntó qué peleas familiares podía descubrir.
—¿Cuánto tiempo se fue?
—Ocho días. Desapareció un martes y reapareció el miércoles posterior. Fueron los ocho días más largos de mi vida.
—Dígame cómo la encontraron.
Georgia se recostó en su silla, mirando al techo. Abrió la boca, pero apenas habló. Slim estaba a punto de preguntar qué pasaba cuando se dio cuenta de que ya conocía la respuesta; de que se trataba de eso, de que no había nada de lo que había ocurrido que pudiera arreglarse.
—Dígame, Georgia —dijo serenamente—. No importa que parezca ridículo. Créame, he oído tantas cosas en mi vida que no voy a juzgar nada. ¿Cómo la encontraron?
Georgia lo miró. Sus ojos estaban llenos de lágrimas que corrían por sus mejillas.
—No la encontraron —dijo—. En realidad, no. No creo que la chica que vino a casa sea mi hija.
—¿Qué dijo la policía?
—Que la chica que encontraron es Emily. La encontraron en un bosquecillo cerca de Polson, en las afueras de Launceston. Estaba despierta, pero desorientada, como si acabara de despertarse. Cuando la interrogaron, más tarde, encontraron que sabía información básica, como su edad y cuál era su pueblo, pero no recordaba nada, ni lo que le había pasado durante su desaparición. Pesaba cinco kilos menos, su pelo era algo más corto, la piel estaba ligeramente bronceada como si hubiera estado expuesta al sol. Tenía arena entre los dedos de los pies.
—¿Sufrió algún trauma que causara la pérdida de memoria?
—Eso dijo la policía. Pero había más cosas… incluso cuando me reconoció, me abrazó, me besó… algo iba mal. Yo la crie. ¿Cree que no reconocería a mi propia hija?
—A veces un acontecimiento traumático como este puede abrir una brecha entre dos personas —dijo Slim—. La familiaridad sufre tal impacto que ves todo de manera diferente, A menudo cuesta recuperar las relaciones.
—No estoy hablando de una aventura —dijo Georgia—. Hablo de la desaparición de mi única hija. —Se puso en pie, tomó su vaso de vino y se dio media vuelta en dirección a la cocina como para rellenarlo y luego se detuvo—. Ha tenido un viaje largo, señor Hardy —dijo—. Creo que tendrá una idea más clara si le mostramos tanto como podamos. Emily está con su abuela por un tiempo así que tenemos que hacernos aún preguntas extrañas. Le he preparado una habitación. Haré que James se la enseñe.
—Gracias.
Mientras Georgia se iba a llamar a su marido, Slim trató de leer su lenguaje corporal. El entusiasmo que había apreciado al llegar se había atenuado, reemplazado por algo parecido al arrepentimiento.
¿Estaba lamentando haberlo contactado?
—Fue ahí mismo —dijo James, apoyado sobre el capó del coche, con las manos sujetando un termo de té—. Le puedo enseñar el lugar exacto, si quiere, pero pensé que podía querer echar primero un vistazo usted solo. Estaba a unos cincuenta metros, junto a la roca gris.
Slim asintió.
—Claro. —La reticencia de James era evidente, pero había adivinado correctamente que Slim quería ir solo. En un caso de hacía dos años no quedarían pistas que la policía no hubiera encontrado ya, pero nada arruina los pensamientos de un hombre como la conversación banal de una compañía nerviosa.
Unos escalones sobre una pared de piedra llevaban a un camino forestal que se abría paso junto al río. Altos robles y sicomoros se alzaban sobre una colina cubierta de hojarasca, pero el camino era de tierra bien aplastada, con algunos parches de grava colocados ahí donde las raíces de algunos árboles habían quedado expuestas.
Slim sabía por un mapa cartográfico de la región y la conversación desordenada de James, que el camino era público y llegaba por el valle a otro camino secundario a un kilómetro y medio. A pesar de no tener ningún estacionamiento real en ninguno de los extremos, el camino era popular entre los paseantes de perros escandalosos, debido a un par de bonitos lagos a lo largo del trayecto, y a que estaba suficientemente cerca de la villa de Polson como para que la gente con más energías pudiera aparcar en la iglesia y caminar por él.
Vio inmediatamente la roca gris. Era parte de un afloramiento donde el río realizaba un giro brusco y sonoro sobre sí mismo. Una gran haya había crecido sobre el afloramiento, con sus raíces creando recovecos en la orilla y donde los peces podían esconderse.
El propio río estaba a la altura de un hombre por debajo de la orilla. El camino rodeaba la roca gris, ascendiendo ligeramente antes de bajar hasta el nivel del río haciendo un arco y alejándose de la vista entre los árboles.
Allí el camino era más ancho. Tal vez era significativo que hubiera un viejo banco entre los matorrales, casi totalmente cubierto por enredaderas y zarzas. Desde el banco, uno podía sentarse y ver a la chica tumbada sobre la roca gris, teniendo como fondo una vista a través de los árboles hasta un prado en una fuerte pendiente.
Slim hizo lo que había aprendido en el ejército, agachándose hasta el suelo, y giró lentamente en círculo, dejando que sus sentidos controlaran el flujo de información. No solo consideró lo que podía ver desde ese punto, sino también lo que podía oír, la sensación del viento en sus mejillas y olores inusuales.
James le había dicho mientras conducía que la policía creía que el secuestrador había subido por los escalones y llevado a Emily al interior del bosque, dejándola junto a la roca gris antes de irse. La roca gris no estaba solo a un buen paseo de los escalones, sino que estaba completamente abierta, visible desde la carretera. Cualquiera que mirara arriba al pasar conduciendo podía haber visto a la chica y eso hacía inexplicable el esfuerzo. No, Slim estaba seguro de que habían dejado a Emily en ese lugar preciso por alguna razón concreta.
La manera en que la roca gris sobresalía desde debajo de las raíces del árbol tratando de ahogarlo, la hacía parecer un antiguo altar de sacrificios, una especie de símbolo prehistórico. El que hubieran dejado a la chica tumbada como una especie de sacrificio era fantasioso, pero no imposible: en sus años como investigador privado, Slim había aprendido a no descartar nada. Era una teoría improbable, incluso absurda, pero ¿descartable? No.
Era el tipo de lugar en el que dejas un cuerpo que quieres que encuentre alguien, pero con tiempo suficiente como para huir. Por supuesto, Emily estaba inconsciente, pero viva. Eso no hacía sino reforzar la teoría de que no se había buscado su muerte.
Pero entonces, ¿para qué llevársela, para empezar? No era imposible que un secuestrador se arrepintiera, pero resultaba extraño. La mayoría de los secuestrados o permanecían así o se encontraban, normalmente muertos.
Slim cerró los ojos, tratando de oír cualquier cosa que sonara fuera de lugar. Estaba el rumor del río que pasaba sobre las rocas, el crujido de las hojas en la brisa y el rechinar de las ramas agitadas. En la distancia, el sonido de un vehículo.
Y alguna otra cosa, un chirrido más fuerte, casi un gemido.
Slim se pudo en pie. Llegaba más allá en el camino.
Siguió el sendero unos cincuenta metros antes de llegar a una ancha poza. No era lo suficientemente profunda como para nadar en ella, con una zona arenosa en la orilla que podría usarse perfectamente para hacer pícnic, y un par de truchas del tamaño de las manos de Slim dando vueltas y que podrían interesar a algún joven con una caña de pescar. Cerca había una zona llana de hierba que podía usarse para tomar el sol en una tarde de verano. La hierba estaba algo apelmazada, como si algunas familias vinieran por allí de vez en cuando. Cerca del borde del río, había un jarro de cristal sucio, caído de lado, con los restos secos de unos tallos de flores todavía en su interior.
Volvió a oír el chirrido. Slim miró hacia arriba.
Allí, colgando de una rama que sobresalía, estaban los restos anudados de un trozo de cuerda. Solo podía describirse como un trozo, ya que parecía como si se hubieran usado múltiples cuerdas a lo largo de años para remplazar las desgastadas, así que ahora el enredado conjunto parecía algo que el mar podía haber depositado en una playa. Estaba claro que estaba incompleta: colgaba varios metros por encima de la poza, chirriando mientras se balanceaba en la rama. A la derecha, la orilla se levantaba formando una especie de cornisa en lo alto y Slim sonrió, sintiéndose momentáneamente nostálgico.
Los restos de una vieja cuerda para balancearse, desde hacía mucho cortada o podrida y caída. Encogió los hombros, recordando los días en que había sido tan joven como para disfrutar de eso. Luego, metiéndose las manos en los bolsillos, se dio la vuelta y volvió a la carretera.
Con un café a su lado, estudiaba un mapa de la zona en la que se había encontrado a Emily. No había sido capaz de ver ninguna casa desde el río, pero según el mapa, había tres propiedades locales en menos de medio kilómetro o dentro de lo que Slim consideraba la distancia de un grito. Más lejos de ese punto, los gritos de la chica se habrían confundido con el canto distante de un pájaro.
La cuestión de si había hecho algún ruido o no quedaba por examinarse. Todavía tenía que hablar con la chica de todas formas y esta sería la mejor fuente de información. Entretanto, cuanto mejor fuera la imagen del delito que pudiera construir en su cabeza, mejor preparado estaría cuando llegara el momento.
Georgia estaba entretenida en el jardín, contentándose aparentemente con que Slim investigara el caso a su ritmo. James estaba sentado en el cuarto de estar, viendo la televisión, listo por si Slim necesitaba un conductor.
También había empezado a tomar notas subrepticias sobre ambos. Por supuesto, podía preguntarles directamente, pero eso habría supuesto la aparición de sesgos, suposiciones y especulación. Ya habría tiempo más tarde para eso. Por ahora, Slim solo quería hechos.
Una ojeada al permiso de conducir de James había revelado que el hombre tenía 56 años, nacido en febrero de 1964. Georgia era solo un mes más joven, siendo su fecha de nacimiento, según una carta de un médico que había sobre una bandeja en un aparador, el 17 de marzo. Por tanto, Emily había llegado tarde a sus vidas.
La vida normal de una persona de la clase media seguía una ruta coherente de la escuela al bachillerato a la universidad, la carrera, el matrimonio y los hijos. Incluso con una larga carrera universitaria iniciada a los 22 años, y aunque era posible que James y Georgia sencillamente hubieran trabajado durante quince años antes de casarse (una fotografía en una estantería en el cuarto de estar tenía estampada la fecha del 9 de julio de 2002), existía la posibilidad de que hubieran hecho otras cosas en los años intermedios. Otros viajes, otros amores, matrimonios, desengaños. La mayoría de los secuestros los realizaban personas conocidas por la familia: si Slim podía encontrar algún esqueleto en el armario de la familia, tendría inmediatamente un sospechoso.
Con un suspiro, Slim dobló el mapa, lo guardó en su bolsa y tragó el resto del café. Levantándose, dijo a James que iba a dar un paseo para despejarse la cabeza. James se ofreció a acompañarlo, pero de nuevo Slim deseaba hacerse una idea de la zona local por sí mismo. James pareció aliviado cuando rechazó la oferta. El volumen del televisor subió un par de puntos.
Un agradable día de primavera le dio la bienvenida en el exterior. La calle en la que vivía la familia era calmadamente suburbana, una avenida con árboles llamada Tavistock Road, que conectaba el centro del pueblo con un gran Tesco en las afueras. En una rotonda delante del supermercado, Slim tenía la opción de seguir una calle que llevaba al Launceston College, al instituto o a cruzar un puente sobre la A30, dejando a un lado el sur del pueblo. Si, por el contrario, se dirigía al norte fuera de la propiedad familiar una carretera sinuosa llevaba a través del campo hasta la villa de Polson Bridge, en el límite entre Cornualles y Devon, donde encontraron a Emily.
Emily iba a pie a la escuela a través de una serie de callejones que atajaban entre hileras de casas. Por supuesto, como la mayoría de los adolescentes, era poco probable que tomara una ruta directa, pasando por casas de amigos o lugares de interés o entretenimiento. En un pueblo histórico tranquilo como Launceston, eso incluía el Tesco, la serena plaza del pueblo con sus tiendas y el centro de ocio local, situado al borde de Coronation Park, en lo alto de la otra colina principal del pueblo, frente a aquella en la que estaban las ruinas del antiguo castillo del siglo XIII, la atracción turística más importante del lugar.
Georgia afirmaba que el secuestro de su hija probablemente había tenido lugar en Windmill Hill, que conectaba lo más alto de Coronation Park con el centro del pueblo. Era la ruta más rápida a las tiendas desde el Launceston College, una ruta que seguían a menudo los colegiales, pero lo suficientemente cubierta por la vegetación como para que alguien pudiera llevársela en pleno día sin ser visto.
Slim caminó por la empinada colina hasta el pueblo, atajando por callejones donde podía evitar caminar por calles que rodeaban dicha colina, llegando sin aliento a Coronation Park, un espacio abierto anodino con campos de deporte y solo unos pocos árboles dispersos en su lado sur. Al otro lado de la suave pendiente vio el revelador descolorido de la hierba donde se habían arrancado antiguos árboles tras la terrible tormenta de 1987, según le había dicho James.
Slim, con su cuerpo aun acostumbrándose a caminar durante largo rato después de ocho meses entre rejas, entró en el centro de ocio para comprar una bebida en la máquina expendedora. Allí se detuvo a mirar las actividades colgadas en los tablones de anuncios. En un cartel encabezado por RESERVADO PARA USO EXCLUSIVO DE LA ESCUELA, vio que el netball estaba programado de seis a ocho, tres veces por semana.
Podría ser útil hablar con las otras jugadoras acerca del comportamiento de Emily hasta el día de su desaparición. Slim sabía que los chicos a menudo son más íntimos con sus compañeros de equipo que con los de clase, aunque como investigador privado no podía obligar a nadie a hablar. Los chicos tienden a cerrarse cuando se enfrentan a alguna figura de autoridad, temerosos de dejar escapar algo que les incrimine. Por el contrario, los adultos suelen hablar más fácilmente cuando se consideran a salvo. Era algo natural que trataran de desviar las sospechas hacia otro.
Estaba a punto se salir, cuando una voz masculina le interpeló desde atrás.
—¿Todo bien por aquí, amigo? ¿Necesita ayuda?
Slim se giró. El hombre era joven, guapo, de pelo rubio brillante, con físico de jugador de tenis. Levantó ligeramente una mano como para indicarle a Slim quién había hablado. Una etiqueta de identificación con el logotipo del centro de ocio indicaba que se llamaba Paul.
—Un poco tarde para mí —dijo Slim.
—Ah, nunca es demasiado tarde —dijo Paul—. Tenemos clases para todas las edades. ¿Qué edad tiene, unos cincuenta y cinco?
—Cuarenta y ocho —dijo Slim. Luego, guiñándole un ojo, añadió—: No me he peinado esta mañana.
Slim no tenía ordenador ni podía acceder a Internet con su viejo Nokia, así que bajó por Coronation Park hasta la biblioteca municipal. Unos pocos minutos en línea bastaron para encontrar un par de artículos acerca la conducta cuestionable del entrenador de netball Dave Brockhill. Profesor de educación física y fiel a Launceston College durante treinta años, Brockhill había sido acusado por una chica que se mantenía en el anonimato por razones legales de comportamiento inapropiado, algo que requirió un poco más de investigación para descubrir que se refería al envío mensajes de texto y correos electrónicos pidiendo información personal, así como al seguimiento en diversas redes sociales. No encajaba con los patrones oficiales de acoso o abuso sexual, pero había sido suficiente como para suspender a Brockhill por un periodo durante el cual, debido al caso de Emily Martin, había decidido pedir la jubilación anticipada.
Escarbando un poco, a Slim no le costó descubrir la dirección del domicilio del hombre. Vivía al otro lado del valle desde Launceston Castle, en una urbanización en la villa vecina de Newport.
De momento, Slim decidió no molestar al hombre. En su lugar, ahora que tenía la posibilidad de estar lejos de los ojos curiosos de los Martin, buscó más información en línea acerca de la desaparición de Emily. Dejando a un lado las cabeceras habituales de la prensa, se dirigió a los foros públicos relacionados con delitos sin resolver o con circunstancias misteriosas.
Esos sitios eran el lugar favorito de los chalados teóricos de las conspiraciones y los negacionistas paranoicos, pero a menudo podían descubrirse pistas o ideas que llevaban a otras perspectivas si se miraba atentamente. Slim encontró un par de hilos recientes relacionados con el caso. Uno era específicamente para ofrecer teorías sobre quién había secuestrado a Emily; y en otro, la gente sugería razones para su pérdida de memoria.
Slim abrió primero este último, pasando por varias docenas de respuestas. La sugerencia más común con mucho era que había sido drogada y probablemente violada. Algunos usuarios sugerían niveles bastante gráficos de sadismo sexual que incomodaron a Slim, y probablemente decían más acerca del usuario que su conocimiento del caso. Según Georgia, no había ninguna evidencia de abuso sexual. Si esos trolls de Internet no sabían eso, era poco probable que tuvieran mucho más que ofrecer. Sin embargo, unas pocas intervenciones sensatas sugerían ciertas drogas, que podían causar pérdidas de memoria a corto o incluso a largo plazo, así que Slim tomó nota de ellas en un papel, para investigarlas más tarde. Por supuesto, había más respuestas con distintos grados de probabilidad, desde una amnesia inducida por una conmoción o un fuerte trauma hasta la asfixia. Pero claro, Georgia había afirmado que Emily no tenía ningún daño físico.
Sin embargo, una teoría a la que Slim seguía dando vueltas era una de las menos probables.
La de que estaba fingiendo.