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Guido Pagliarino

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El Desafío

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Copyright © 2020 Guido Pagliarino - All rights reserved to Guido Pagliarino – Todos los derechos son propiedad de Guido Pagliarino – E-book distribuido por Tektime S.r.l.s. Unipersonale, Via Armando Fioretti, 17, 05030 Montefranco (TR) - Italia - P.IVA/Código fiscal: 01585300559 - Registro mercantil de TERNI, N. REA: TR – 108746

Guido Pagliarino

EL DESAFÍO

El conflicto entre

Cristianismo y Gnosticismo

en los primeros siglos de la Iglesia

Ensayo

Traducción de Mariano Bas

 

Guido Pagliarino

EL DESAFÍO

El conflicto entre cristianismo y gnosticismo en los primeros siglos de la Iglesia

Ensayo

Traducción de Mariano Bas

Obra distribuida por Tektime

© Copyright 2021 Guido Pagliarino – Todos los derechos pertenecen al autor

 

Edición italiana: 1a Edición, en libro y en e-book, LA SFIDA Il conflitto fra Cristianesimo e Gnosticismo nei primi secoli della Chiesa, distribución Tektime, copyright © 2018 Guido Pagliarino 

 

La imagen de la portada está tomada de «El Anciano de los Días», de William Blake, acuarela y témpera sobre papel, ca. 1821, Whitworth Art Gallery, Universidad de Manchester  

 

Índice 

 

EL DESAFÍO El conflicto entre cristianismo y gnosticismo en los primeros siglos de la Iglesia – Ensayo  

PRÓLOGO DEL AUTOR 

I- 2000 AÑOS DE DESAFÍO 

El gnosticismo: un fenómeno antiguo 

El gnosticismo «cristiano», enemigo del cristianismo 

II – EL GNOSTICISMO ANTIGUO 

Gnósticos griegos y hebreos 

¿Esenios gnósticos? ¿El esenismo, matriz del cristianismo? Qumrán 

Hacia el gnosticismo «cristiano» 

Gnosticismo «cristiano» 

III - ¿VERSÍCULOS GNÓSTICOS EN EL NUEVO TESTAMENTO? 

Los alogi y Gayo de Roma 

Defensores contemporáneos del gnosticismo como fuente del cristianismo 

Los libros de Juan y las escuelas apostólicas 

Dualismo esenio y dualismo joánico: El cuarto Evangelio, las Epístolas, el Apocalipsis 

...el  cuarto Evangelio…  

... las Epístolas…  

… el Apocalipsis... 

La Epístola de Santiago el Menor 

Otros autores antignósticos del Nuevo Testamento: Pablo, Pedro, Judas 

Epístola del papa Clemente: Nota   

IV - EMPIEZA LA LUCHA: APOLOGISTAS Y PADRES DE LA IGLESIA: NOTAS 

Triunfa el concepto griego de alma-esencia: 

a) Apologistas del cristianismo 

b) Padres de la Iglesia y otros defensores de la Tradición apostólica 

A través de Plotino, ¿influencia gnóstica sobre el cristianismo? 

V - CRISTIANOS INCONSCIENTEMENTE GNOSTICANTES: NOTAS 

Sobre el ayuno y las diversas penitencias 

Más sobre la influencia del pensamiento gnóstico sobre cristianos y supuestos cristianos  

Notas sobre el infierno como aniquilación del pecador 

Notas sobre distintos niveles y formas de influencia gnóstica sobre el cristianismo 

BIBLIOGRAFIA PRINCIPAL 

 

 

 

 

 

EL DESAFÍO 

El conflicto entre cristianismo y gnosticismo en los primeros siglos de la Iglesia 

Ensayo 

 

PRÓLOGO DEL AUTOR  

 

 

El púdico gobierno que dirigía Italia cuando yo era pequeño, en los años 50 del siglo XX, se encargaba escrupulosamente de salvaguardar la buena moral de los ciudadanos y, ante todo, de respetar la inocencia de los niños, llegando a hacer vestir pololos sobre las piernas desnudas de las bailarinas en los espectáculos de revista de la recién nacida televisión estatal, canal único que el sábado por la tarde alegraba las casas de los poseedores de los primeros televisores en blanco y negro. Pero, por el contrario, ese verecundo gobierno no se preocupaba en absoluto por inquietar a la infancia, incluyéndome a mí, programando a primera hora de la tarde documentales de naturaleza con secuencias de animales que atacaban y devoraban animales: un león a un antílope, una serpiente a un topo, un pez grande a un pez pequeño o, peor aún, un tiburón a una foca y cosas así. A eso había que añadir que, en el cine, donde mis padres me llevaban la tarde del domingo, siendo entonces común el «cortometraje» entre una película y otra, no pocas veces tuve que ver, en color, exhibiciones similares de meriendas carnívoras animales. Parece que cosas parecidas a esas hoy día no preocupan mínimamente a los pequeños, adictos a juegos de gran violencia, pero indudablemente no era así en aquellos tiempos de juegos físicos más inocentes: trenecitos, mecanos, coches en miniatura, canicas… Yo siempre me preguntaba con congoja: «¿Por qué es tan malvada la naturaleza? ¿No podría Dios haber hecho el mundo de otra manera?»

Aparte de los deficientes mentales, de quienes se dice que siempre están contentos, creo que nadie se ha planteado dramáticamente antes o después la pregunta más general: «¿Por qué existe el mal?» y no ha tratado de adaptar su vida a la respuesta, siempre que haya encontrado alguna: personas comunes, filósofos, religiosos. Así ha sido y continúa siendo a lo largo de toda la historia:

Hace mucho tiempo surge en la India una idea suficiente para asegurar el orden social y combatir en lo posible el mal que viene del hombre (por lo menos ese dolor concreto, ya que el que viene de la naturaleza es, por el contrario, casi invencible, al menos en aquellos tiempos; por ejemplo, ninguna enfermedad grave se podía curar): se trata de la idea combinada de la metempsicosis y las castas: haz el mal y te reencarnarás en un gusano; haz el bien (quién sabe cómo puede hacer el bien un anélido hermafrodita) y recuperarás posiciones y luego volverás a ser un hombre, aunque solo un paria por el momento y así ascenderás de casta hasta convertirte, reencarnación tras reencarnación, incluso en un sacerdote; pero cuidado con no caer de nuevo en el mal, pues si no… No hay todavía la idea de un fin último, las reencarnaciones son eternas, el mal existencial nunca desaparece. Hay que esperar a Buda, en el siglo VI a. C. para que se elimine la idea de encarnarse en un animal y, sobre todo, la de la eternidad de las vidas. Ahora se puede esperar poner fin a una pena que se creía eterna, pues finalmente existe la meta, aunque sea muy lejana, de que la persona se disuelva en el olvido-Nirvana. Bien, pero «¿por qué subyace el mal?». «Como los deseos que aumentan las angustias del corazón son materiales», responde el budismo, «tratemos al menos de anularlos; y lo esencial es que, al final, no nos reencarnaremos más». En Oriente, el ciclo de los renacimientos todavía se entiende hoy como aflicción y, quién sabe por qué, por el contrario, hoy en nuestro Occidente a muchos la reencarnación les gusta bastante, hasta el punto de preferirla a la idea de origen judeocristiano de una vida eterna gozosa en Dios.

Para los antiguos hebreos, si se sufre, todo es culpa del pecado original de Adán, así que quien es justo tiene una vida y una descendencia prósperas, pero, al ser descendiente de la primera pareja pecadora, morirá para siempre. Estamos después del exilio babilónico en el siglo VI a.C. en el entorno del Segundo Templo, cuando se redactan los cinco libros del Pentateuco (no escrito, como muchos creen, incluso hoy, en los tiempos y por mano de Moisés),1 de los cuales el primero, el Génesis, advierte que Dios es bueno y todo lo que ha creado lo es, hasta el punto de que se le muestra mientras se complace y también es buena la libertad que ha concedido al ser humano, aunque sea una lástima que haya elegido el mal y lo haya arruinado todo, no solo su propia vida, sino el mundo entero, que se ha convertido en malo como él: antes el león pastaba con el antílope. Más allá del símbolo, los autores de estos pasajes decían sustancialmente, al mostrar el mítico Edén: «¿Veis lo feliz que sería Israel si no pecáramos?» A la idea de la vida eterna solo se llega en torno al siglo III a.C., cuando hebreos de la secta de los fariseos tienen una iluminación y la ponen por escrito: para ellos, las personas de los justos, gracias a Dios, resucitarán con su inteligencia individual (los justos son ellos, los fariseos, palabra que no significa por casualidad «los separados», los únicos justos, podríamos decir). Otra secta, la de los saduceos, no está de acuerdo, para ellos se muere y basta, como todo el mundo pensaba hasta entonces. Además, para mayor desacuerdo, para ellos solo son sagrados los libros que consideran más antiguos, los cinco que creen que escribió Moisés en persona, conocidos en su conjunto como la Ley, la Torá: para los cristianos serán el Pentateuco. Los fariseos, por el contrario, aceptan asimismo como Palabra muchos otros textos que luego serían aceptados también por los cristianos. 

En Persia, con el mazdeísmo, el culto al dios Mazda basado en las enseñanzas de Zaratustra o Zoroastro, creen resolver las cosas imaginando un único dios del bien, Ahura Mazda, quien, desde el principio de los tiempos, se dividió en dos partes, como hacen las células, originando un espíritu divino del mal llamado Angra Mainyu, Ahriman o, en español, Arimán. No está claro por qué sucedió, pero según su fe ocurrió contra la voluntad del propio benigno Ahura Mazda. Los dos espíritus primordiales son gemelos, estando cada uno dotado de su propia voluntad individual. Están permanentemente en lucha y por ahora gana en general el malvado y nosotros sufrimos, pero después… Al poder remontar ambas deidades a una matriz común, se trata de una divinidad bifronte, pero única, por lo que se puede hablar, en general, de una religión monista, aunque con el aspecto externo de un culto dualista: el verdadero dualismo adora exclusivamente a un dios bueno y al mismo tiempo malo, no adora a dos dioses, uno positivo y otro negativo, aunque se hayan originado por la escisión de una única deidad originaria. 

Para los griegos (en especial para Platón), la materia, eterna y no creada por Dios, se modela en las formas siguiendo las leyes de nuestro universo por medio de un artífice y legislador divino, un falsario bondadoso e inconsciente llamado el Demiurgo, es decir el Artesano: las almas humanas se ven infelizmente aprisionadas en los cuerpos. Hay que filosofar mejorando, reencarnándose así en hombres siempre mejores, hasta el fin de las encarnaciones y ser de nuevo, de una vez por todas, espirituales. Sobre esta idea básica, sucesivos pensadores, reunidos en diversos grupos y grupúsculos, personas de espíritu absolutamente elitista, consideran que solo algunos individuos, precisamente ellos mismos, son espirituales, mientras que la mayor parte de los demás no lo son. Solo para ellos ha venido a la tierra un salvador-revelador de la verdadera sabiduría divina y gracias a él no se aniquilarían al morir, sino que podrían salvarse de la materia y, por tanto, del dolor, sobreviviendo felices: solo ellos, los pneumáticos o espirituales, que tienen dentro de sí el pneuma eterno o chispa divina; no todos los demás, los materiales, que son mortales porque solo poseen cuerpo y alma (o psique), que perecen. Algunos gnósticos, los valentinianos, más generosos, pensaban que había otra categoría intermedia, la de los psíquicos, los cuales, trabajando duramente su alma-psique pueden llegar hasta el punto de espiritualizarla lo suficiente como para poder llegar al menos a los márgenes del pléroma divino, aunque no sea al pleno centro como ellos, los privilegiados, los espirituales. 

También piensan eso elitistamente algunos hebreos no ortodoxos que, por otro lado, lo ven de otra forma en algunos aspectos secundarios.

Unos y otros son calificados como gnósticos por los estudiosos modernos, aunque ellos se definían sencillamente como pneumáticos.

Al contrario que los gnósticos, para la mayor parte de los pensadores judíos y luego de los cristianos la Revelación divina no es una iluminación debida a un salvador-revelador, sino que procede por etapas en la historia y, poco a poco, por las enseñanzas de esta, se transcribe en los libros bíblicos, es decir, en el Primer o Antiguo testamento y en el Nuevo Testamento, este segundo escrito como mínimo desde los primeros años de la década de los 50 d.C. (algunas epístolas de San Pablo) y concluido en la década de 90-100 (Evangelio de Juan);2 Nuevo Testamento que está enteramente dedicado a la figura de Jesús de Nazaret, llamado el Ungido, es decir, el Mesías hebreo y el Cristo griego: sus apóstoles hebreos predican, según los creyentes con palabras inspiradas por Dios, que ha resucitado en cuerpo y alma y que, por tanto, además de hombre es el propio Dios y algunos de sus discípulos ponen por escrito lo esencial de sus palabras, formando así, poco a poco, los veintisiete libros del Nuevo Testamento. Por ejemplo, Marcos, discípulo de Pedro, informa de la predicación escribiendo uno de los cuatro Evangelios. Esos primeros cristianos no son elitistas como los fariseos ni como los gnósticos y afirman que, gracias a Cristo-Salvador, todos los seres humanos pueden alcanzar la vida eterna, que el cuerpo material y psíquico se transformará al morir y resucitará en forma gloriosa y espiritual perviviendo eterna y gozosamente en Dios, igual que pasó con la persona de Jesús, siempre que se siga su ejemplo de amor y se crea que él también resucitó. Tratan de que se conozca en todas partes la maravillosa noticia de la Resurrección, pero lamentablemente a algunos hebreos, concretamente a la élite que se mueve en torno al templo y el sanedrín (parlamento) de Jerusalén y enseguida también a muchos romanos, no les gusta la idea, así que hacen que se mate o matan directamente a los apóstoles, los discípulos y los seguidores, normalmente de formas horribles. 

Los gnósticos, curiosos por la novedad, se interesan casi de inmediato por el cristianismo y muchos se cristianizan, pero a su manera: dicen que el verdadero cristianismo es el suyo, que ni hablar de una resurrección del cuerpo y continúan insistiendo en que solo ellos, los iluminados, se salvan.

Desde ese momento, ya no cesan las diatribas entre gnósticos cristianizantes y cristianos genuinos, con altercados acérrimos en los primeros siglos de la era cristiana, pero… los miembros de la Iglesia, aquí no importa distinguir entre católica, ortodoxa o reformada, ¿son de verdad cristianos genuinos? Los antiguos gnósticos creían ser los únicos y verdaderos cristianos, mientras que aún en nuestro tiempo, según ciertos estudiosos, por ejemplo, Bultmann, el cristianismo deriva del gnosticismo, siendo, por decirlo así, un gnosticismo atenuado, pero… ¿tiene sentido una discusión sobre esto? A mí me parece una discusión de lana caprina, un discurrir sin sentido, como era para Horacio3  elucubrar si el enredado, punzante y áspero vello de las cabras, imposible de confundir con el vello ovino, era lana o pelo. Para mí es pura y simplemente una opción personal el considerarse un verdadero cristiano en la medida en que se aceptan los conceptos eclesiales o porque se hacen propias las nociones gnósticas: si elijo entre ambas opciones sinceras alguna por sí misma, no pretendo imponerla por la violencia a los demás como si fuera el único cristianismo verdadero. Pero si se considera útil saberlo, me incluyo entre los cristianos de la primera opción.  

 

 

Guido Pagliarino

 

 

I – 2000 AÑOS DE DESAFÍO 

 

 

En 1945 ocurre algo absolutamente impensable.

En Nag Hammadi, la antigua Chenoboskion de Egipto, se descubre una importante biblioteca antigua con textos principalmente gnósticos, en parte cristianizantes, como un evangelio apócrifo de Tomás. Se trata de un relato completo con cuarenta escritos en trece códices, que estaban enterrados dentro de una tinaja. Con esos hallazgos se pudo, por fin, profundizar en el gnosticismo,4 junto a doctrinas derivadas de la filosofía y la teosofía5 griegas y de promesas de redención de cultos mistéricos orientales, hebreos, egipcios, pitagóricos, órficos, dionisiacos, herméticos,6 mágicos místico-astrológicos: el gnosticismo nace y vive sobre un terreno previo constituido por religiones y sus presuntos misterios, que pretenden desvelar lo profundo, y asimismo por conceptos de filósofos.7 

A partir de las antiguas refutaciones teológicas de los Padres de la Iglesia y de otros escritores eclesiásticos de los primeros siglos, hasta aproximadamente la mitad del siglo XX se había conocido sobre todo el gnosticismo cristiano, también llamado cristianismo gnóstico o gnosticismo cristianizante, esta última expresión me parece la más apropiada, porque, como veremos, los fundamentos del cristianismo están ausentes. Aun así, normalmente usaré la primera expresión, gnosticismo cristiano, porque es la más común, pero poniendo cristiano en cursivas. 

 

Me parece que, más que buscar una presunta esencia del cristianismo y compararlo con la, por otro lado, presunta del gnosticismo cristiano, que llevaría a discusiones inútiles sobre cuál de los dos es el verdadero cristianismo (con esto despejo rápidamente el terreno al respecto), se trata de precisar qué tratan de etiquetar con la palabra cristianismo los propios miembros de la Iglesia y me refiero, como digo inmediatamente, al credo sobre sobre la muerte y resurrección reales de Jesucristo, el Hijo segunda Persona de la Trinidad y verdadero Dios en Pneuma y, al mismo tiempo, verdadero hombre en cuerpo y alma (o psique, es decir, psyché en griego antiguo, traducida como anima en latín y luego como alma en español): el Cristo que ha traído a toda la humanidad, sin exclusiones, el Amor total por Dios y el prójimo, incluidos los enemigos, no un conocimiento para unos pocos elegidos como en el gnosticismo: es una diferencia fundamental. 

 

Los descubrimientos citados facilitan la comparación entre gnosticismo cristiano y gnosticismo pagano y judío. 

Los papiros de Nag Hammadi contienen textos relativos a los gnósticos setianos, de los cuales el escritor eclesiástico antiguo Epifanio había oído hablar y había citado, es decir «La revelación de Adán a Set» y otros libros atribuidos al Set Celeste, llamado Alógenes, o su encarnación terrestre Set, hijo del Adán del Génesis; así como también relacionados con Zoroastro, Zostriano, Mesos y un hijo de Noé, Sem. Se encuentran asimismo revelaciones dirigidas por Set a los predicadores gnósticos llamados los Últimos Profetas: Son La hipóstasis de los arcontes, algunos fragmentos del llamado Libro de Norea, que citaba Epifanio, La revelación de Dositeo, el Pensamiento del gran poder, La triple epifanía, obras que, por lo que entendían los críticos cristianos antiguos incluirían enseñanzas de Simón el Mago; asimismo, el Evangelio de los egipcios, llamado también La epístola y el libro sagrado del Gran Espíritu Invisible, de un tal Eugnostos, de quien solo se sabe el nombre. Otros textos se refieren al conocido gnóstico cristiano Valentín: Sobre la resurrección, el Evangelio de la Verdad, el Tratado de las tres naturalezas. También del entorno gnóstico cristianizante, se encontraron en Nag Hammadi el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, el Libro de Tomás escrito por Mateo y varias revelaciones atribuidas por los autores a los apóstoles Pedro, Pablo, Santiago y un secretario de Pedro, Silvano. La tinaja contenía también el tratado Asclepio, hermético, no gnóstico. En relación con el gnosticismo cristiano, son obras esenciales los tres evangelios de Tomás, de Felipe y de la Verdad, todas ellas traducciones coptas de originales en griego. 

 

Los textos cristianos apócrifos (= ocultos) son aquellos que no fueron reconocidos por la Iglesia como testimonios auténticos de la predicación apostólica y por eso no se incluyeron en el Nuevo Testamento.8 A diferencia de los libros canónicos, nacidos en la Iglesia original como escritos fundamentalmente comunitarios, los apócrifos eran obras individuales y vinculadas a grupos restringidos de fieles. Respondían a dos exigencias distintas. Por un lado (apócrifos no canónicos, pero no heréticos) a los autores les movía el deseo de presentar en su entorno historias de Jesús y sus parientes y discípulos que no estaban incluidas en los evangelios canónicos. Por ejemplo, el libro de pseudo-Mateo se extiende, entre otras cosas, sobre el nacimiento de Jesús y la huida a Egipto, hablándonos de un buey y una mula en el establo de la Natividad y precisando que este establo estaba en una gruta. Los otros (apócrifos heréticos) eran expresiones de doctrinas distintas de la de la Iglesia, al ser demasiado esotéricas. Estas obras sostenían sus dogmas, distintos de los católicos, en particular a propósito de la Trinidad y de Cristo, y presentaban ideas dualistas y gnósticas y posturas extremistas, como un excesivo ascetismo y la extrema importancia de la castidad acompañada por la condena del matrimonio y la procreación, como en el Evangelio de los egipcios, que apoya el encratismo, una especie de moralismo antisexual exasperado y también mostraban una discriminación entre los seres humanos elegidos y los demás no destinados a salvarse, como se deduce de los evangelios gnósticos de Tomás, de Felipe y de la Verdad. Asimismo, se advierte, a propósito de aquellos apócrifos que quieren, sobre todo, responder a la exigencia de saber más con respecto a las historias contenidas en los Evangelios neotestamentarios, que parte de ellos contiene de todos modos una o más opiniones heréticas de los autores, como en el Evangelio de Pedro, que tiene el objetivo de describir con detalle la resurrección de Cristo, pero contiene secundariamente la herejía docetista: el docetismo consideraba el cuerpo de Jesús un mero fantasma. Además de para el estudio del gnosticismo, los textos apócrifos son útiles por ciertas noticias históricas que incluyen y que se pueden obtener de ellos. Por ejemplo, los Hechos de Juan nos informan de que desde la antigüedad se celebraban misas por los difuntos, nos dan asimismo información sobre las modalidades del bautismo y la eucaristía en el cristianismo antiguo, sobre los nombres de los padres de María, Joaquín y Ana, información tal vez veraz e incluida solo oralmente hasta el siglo II, sobre los nombres de los «reyes» magos, Melchor, Gaspar y Baltasar; los apócrifos nos presentan el ceremonial de la Presentación en el Templo y nos cuentan la Asunción de María a Dios en cuerpo y alma al final de su vida; el pseudo-Mateonos hace entender indirectamente que la veneración por esta ya estaba viva en los tiempos de la redacción de dicho libro, a finales del siglo II / principios del III, dado que imagina ídolos paganos que se postran ante la Virgen. Ciertos apócrifos influyen en las costumbres cristianas: por ejemplo, el belén se inspira por textos como el citado pseudo-Mateo y lo mismo pasa con muchas obras de arte, como la Natividad de Giotto, que presenta un cometa en el cielo siguiendo la literatura apócrifa (aunque también pudo ser por causa del paso del cometa Halley en los años de vida del pintor), mientras que el evangelio canónico de Mateo solo habla de una estrella; muchos frescos y vidrieras de catedrales y basílicas se basan en episodios apócrifos, por ejemplo en la basílica de Santa María la Mayor. Además, la excesiva mojigatería a lo largo de la historia de algunos entornos cristianos, ya sean católicos y ortodoxos o protestantes, está influida por la mentalidad sexual ultrarrigorista de cierto pensamiento gnóstico. 

Los apócrifos influyeron aún más en el Islam, hasta el punto de entrar en su literatura sagrada: gran parte de los temas evangélicos del Corán derivan de esos libros.

 

El apócrifo Evangelio de Tomás (o Relato de las palabras secretas de Jesús) no debe confundirse con otro apócrifo, conocido con anterioridad, llamado Evangelio de la infancia del pseudo-Tomás. El manuscrito recuperado es una copia de inicios del siglo IV. Hay quien ha considerado que se puede datar el original en griego en los años 110-130, pero también se ha formulado la hipótesis de que sea incluso del último decenio del siglo I, más o menos en correspondencia con la redacción del cuarto evangelio canónico, el de Juan, del cual en todo caso difiere totalmente en espíritu y forma. En muchos versículos es asimilable a los sinópticos, es decir, a los evangelios de San Mateo, San Marcos y San Lucas, llamados así porque muestran muchos versículos iguales o bastante similares, sobre todo al primero y al último, pero también en este caso la forma es diferente y el significado es distinto debido a variantes o añadidos de versículos no presentes en los evangelios neotestamentarios. Si por los primeros se podría pensar que el autor conocía los sinópticos, hay prácticamente unanimidad entre los estudiosos, dada la gran diferencia conceptual, en considerar que habría habido una base, para unos y otros, procedente de una fuente común, llamada convencionalmente Q (de la palabra Quelle, es decir, fuente en alemán) y luego, al contrario que en los sinópticos utilizados por el autor, Tomás insertó incitaciones a la gnosis. La obra es una recopilación de dichos (loghìa) de Jesús, de algunas parábolas y raros diálogos con sus discípulos, mientras que los evangelios canónicos, además de contener asimismo parábolas, diálogos y dichos, son narraciones, por lo demás no en orden cronológico en cuanto a la vida pública de Cristo, aparte de la Pasión y Resurrección finales; de hecho estas son las cosas que fundamentalmente querían anunciar los evangelistas, estando el cristianismo de la Iglesia antigua basado precisamente en la Resurrección, que debe entenderse en sentido real y no simbólico, posterior a la verdadera muerte de Jesús: el Nuevo Testamento dice, inequívocamente, que la resurrección de Cristo no es simbólica, sino real: «Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1 Cor 15:14).9 

El Evangelio de Felipe está contenido en el mismo libro inmediatamente después del de Tomás. La existencia del texto ya era conocida, porque el escritor eclesiástico antiguo Epifanio, que vivió entre el año 310 y el año 403, ya había hablado de él. La copia en copto de Nag Hammadi debió escribirse en 330, pero los estudiosos opinan que el original en griego sería más o menos contemporáneo con respecto al evangelio gnóstico de Tomás, en concreto, como mínimo del año 90 y, como máximo del 130; en todo caso tampoco estaría en relación directa con los evangelios canónicos, aun habiendo no pocos versículos similares. Sería una obra de la escuela gnóstica valentiniana (sobre la que volveremos). 

Finalmente, el Evangelio de la Verdad se diferencia en cuanto consiste en un tratado precioso de argumentos básicos del gnosticismo (de los que hablaremos enseguida), que constituyen lo que, según el autor, es la Verdad revelada por Jesucristo a propósito del origen y el fin de las cosas, de la llamada emanación, de la caída de las almas en la oscuridad de la materia, de la ignorancia de uno mismo como eones derivados de la Luz divina, del error, del olvido de Dios, de la necesidad de conocimiento para volver a él. Esta obra habría sido mencionada en la antigüedad por Ireneo y Tertuliano, en relación con los gnósticos valentinianos; un texto, según Ireneo (en Denuncia y refutación de la pseudognosis), que, aunque contenga la palabra Evangelio es distinto de los cristianos porque se traicionan las cosas que vienen de los apóstoles. También este códice es de en torno al año 330, mientras que el original es del siglo II, en torno al 180: Ireneo, muerto hacia el 200, habla de él, declarándolo «bastante reciente». Está asimismo cercano al llamado Canon muratoriano católico, lista no oficial de la mayor parte de los que serán considerados libros canónicos neotestamentarios de la Iglesia. Más que los otros dos, el Evangelio de la Verdad es estrictamente gnóstico cristiano, tanto en particular por la cristología como por la teología más general. 

 

Es con la difusión del gnosticismo, para la Iglesia «falsa gnosis», es decir, falso conocimiento, como se empieza a establecer, en torno al año 180, tanto por medio del Canon muratoriano como gracias a un listado escrito en la segunda mitad del siglo II por Ireneo, obispo de Lyon, cuáles son la obras que testimonian genuinamente el cristianismo de la época apostólica, es decir, los libros que, usados desde el principio ininterrumpidamente en todas las iglesias, y no solo en algunas, serían llamados Nuevo Testamento;10 su uso sería todavía solo de hecho, con una cierta oficialización que llegará en el siglo IV en algunas cátedras episcopales, mientras que para la proclamación dogmática habrá que esperar al Concilio de Trento. 

 

El gnosticismo: un fenómeno antiguo 

 

Los gnósticos no forman parte de un culto oficialmente reconocido, pues el hecho mismo de su secretismo está en contra de esto, ni tampoco de ninguna corriente profética. Solo con el tiempo se formarán grupos gnósticos cristianizantes, que se hacen reconocer, aunque permaneciendo esotéricos, ya que sus ritos siguen siendo secretos: un poco como la masonería moderna, que, aparentemente, ha recogido algunos aspectos de la gnosis mística, aunque se trataría de una influencia más formal que sustancial.

 

Aunque, por un lado, las ceremonias masónicas, llenas de pruebas, celebran el recuerdo de las iniciaciones gnósticas y aunque en ellas el conocimiento de las palabras y de las señales constituye, según hacen público los seguidores de la masonería, una condición indispensable para superar la guardia de los custodios de las esferas celestes; aunque además sea común el lenguaje simbólico, por otro lado perteneciente más en general a la tradición alquímica, hermética y cabalística y aunque además son cualificantes también aquí los medios del conocimiento intuitivo y simbólico, hay en la masonería esencial cosas ajenas a la gnosis antigua. De hecho, el conocimiento masón no es religioso en sentido estricto: no hay una visión escatológica en las logias masónicas, a diferencia de las camarillas gnósticas clásicas, y para los masones toda su construcción permea una tensión moral, mientras que en el gnosticismo esta está ausente, siendo la única preocupación del gnóstico la de su salvación eterna personal, sin filantropía, sin el concepto que tienen los masones del bien y el progreso de la humanidad. El término se toma prestado hasta un cierto punto, a medida que se iba profundizando en el conocimiento del fenómeno gnóstico antiguo, ya que cuando aparece la masonería no podía todavía conocer a fondo el gnosticismo. Parece que las llamadas a la gnosis en una parte de los rituales y las expresiones significaban una expresión simbólica del conocimiento perfecto de lo trascendente, pero no la adhesión a una dotrina gnóstica, debido a sus fundamentos dogmáticos no reconciliables con el pensamiento antidogmático masón.

 

Como ya se ha señalado, los gnósticos antiguos no se definían a sí mismos como tales, sino como pneumáticos o, lo que es lo mismo, espirituales; de hecho, la palabra gnosticismo identifica solo convencionalmente, entre los estudiosos, a un grupo de doctrinas y prácticas esotéricas con cierta homogeneidad: se definen como gnósticos aquellos grupos filosófico-religiosos antiguos que tienen como base de su pensamiento los conceptos del dualismo entre el bien y el mal; los espíritus intermediarios entre Dios y el hombre y seres, distintos de Dios, plasmadores del mundo material, considerado maléfico; el alma como una chispa divina aprisionada en la materia, que consideran necesario conocer siguiendo una vía sobre todo mística para liberar al alma y llevarla a la luz divina; que contemplan un ser sobrenatural salvífico, revelador del verdadero conocimiento, aunque en el gnosticismo precristiano se trata a veces de una autoiluminación derivada de la chispa divina, del propio pneuma presente en los gnósticos, que aceptan la astrología como componente del saber. Se trata de sectas que practican ritos esotéricos, al tiempo que mantienen en secreto sus nombres y consideran limitado el número de aquellos que, dotados de pneuma, pueden recibir la revelación gnóstica. Parte de estas personas cree en la reencarnación según el orfismo y el pitagorismo, pero no los que viven en Egipto; de hecho, para los egipcios antiguos no hay reencarnaciones y, además, según el sentir general semita y luego judeocristiano, lo que resucita es el cuerpo y precisamente por esto los egipcios lo momifican.