La Transformación: Sobre El Cuerpo Glorioso Espiritual Y Sobre La Nada Eterna Infernal - Guido Pagliarino - E-Book

La Transformación: Sobre El Cuerpo Glorioso Espiritual Y Sobre La Nada Eterna Infernal E-Book

Guido Pagliarino

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Beschreibung

La obra habla de la eternidad gloriosa del ser humano después de su muerte física, por tanto de la transformación en espiritual de su persona según el pensamiento cristiano de los siglos I y II, antes de la platonización del cristianismo y la consiguiente idea atroz del infierno al estilo de Dante, vivido eternamente. Todo lo escrito en el ensayo es conforme con los versículos neotestamentarios y los textos de escritores eclesiásticos antiguos.
La obra habla de la eternidad gloriosa del ser humano después de su muerte física, por tanto de la transformación en espiritual de su persona según el pensamiento cristiano de los siglos I y II, antes de la platonización del cristianismo y la consiguiente idea atroz del infierno al estilo de Dante, vivido eternamente. Todo lo escrito en el ensayo es conforme con los versículos neotestamentarios y los textos de escritores eclesiásticos antiguos. Extracto del inicio: En su «Diccionario filosófico», Voltaire se burla de la idea de la resurrección del cuerpo humano, concepto que para los cristianos es una verdad revelada. El escritor y filósofo tienen en cuenta que hombres y animales pueden en realidad nutrirse de la sustancia de sus predecesores, porque el cuerpo de un ser humano enterrado en la tierra y putrefacto o las cenizas del cadáver incinerado echadas sobre ella se transforman en trigo u otro vegetal que comen otros hombres. (…) Creyendo haber destruido la idea fariseo-cristiana de la resurrección de los seres humanos, observa: cuando haya que resucitar, ¿cómo será posible que alguien tenga el cuerpo que le pertenecía sin perder al menos alguna parte? (…) En realidad, (…) [quien] conozca el Nuevo Testamento y, dentro de él, las epístolas de San Pablo, con la expresión resurrección del cuerpo no quiere referirse a una segunda vivificación de nuestras moléculas. De hecho, en la Primera Epístola a los Corintios, Pablo dice que, a imitación de Jesús resucitado, nuestro cuerpo resurgirá de otra manera: en forma gloriosa espiritual. Más en concreto, el apóstol de los gentiles escribe que, en nuestro cuerpo mortal animal, además de psíquico, por estar dotado de yo-razón, se transformará en un cuerpo glorioso y pneumático eterno. Extracto de la conclusión: En relación con la vida eterna según la idea cristiana del siglo I y buena parte del II, es decir, para el cristianismo de la época apostólica y de los seis-siete decenios posteriores (la época de los padres apostólicos y los primeros apologistas) (…) podemos decir en síntesis que, a la muerte de un ser humano justo, es decir, o santo, o con pecados veniales, su cuerpo con su yo, o sea, la persona entera, sin solución de continuidad resucita en el Espíritu divino transformada en persona gloriosa espiritual: el palabras sencillas, se trata del Paraíso. Sin embargo, en el caso de pecados venales deberá pasar antes, mientras está todavía encerrada en el tiempo (según el Concilio de Trento, que habla de penas temporales y no las sitúa expresamente tras la muerte), a través de un instante de purgatorio (psíquico), momento que podrá ser dilatado por Dios en la mente del moribundo lo que necesite para darle, precisamente, tiempo para arrepentirse perfectamente durante del paso del aquí al más allá: el purgatorio no puede estar en el Trascendente, donde no se está sujeto al devenir, sino que se vive en el ser eterno sin principio ni fin. En lo que se refiere por el contrario al pecador (que en vida a odiado a Dios y al prójimo, sin arrepentirse) impenitente hasta el último instante de su vida, es decir, la persona que ha elegido conscientemente la condenación, no resucita ni resucitará nunca: es el llamado infierno. La condenación es por tanto el desaparición de la existencia propia, es el convertirse en nada y el volver a la nada para siempre, en vez de transformarse en persona espiritual y vivir eternamente en Dios como sucede, por el contrario, con los santos, es decir, para los que sobre esta tierra han amado al prójimo y, si han sido creyentes, han amado a Dios (los no creyentes, aunque de buena fe, no tienen, por el hecho de ser ateos, obstáculos para la Salvación, según los dictados del Concilio Vaticano II). El ensayo, todavía inédito, ha recibido la Mención honorífica del Jurado del Premio de Artes Literarias Ciudad de Turín 2014.

PUBLISHER: TEKTIME

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Copyright © 2018 Guido Pagliarino – Todos los derechos reservados

Libro publicado por Tektime

Tektime S.r.l.s. - Via Armando Fioretti, 17 - 05030 Montefranco (TR) – Italia

Guido Pagliarino

La transformación

Sobre el cuerpo glorioso espiritual y sobre la nada eterna infernal

(Según la antropología cristiana en los siglos I y II)

Ensayo

Guido Pagliarino

La transformación

Sobre el cuerpo glorioso espiritual y sobre la nada eterna infernal

(Según la antropología cristiana en los siglos I y II)

Ensayo

Libro y E-book

Traducción del italiano al español de Mariano Bas

Copyright © 2018 Guido Pagliarino

Distribución Tektime

Título de la obra original en italiano:

Guido Pagliarino, La Trasformazione - Sull'eterno corpo glorioso spirituale e sul nulla eterno infernale (secondo l’antropologia cristiana nei secoli I e II) - Saggio - Libro y e-book - Copyright © 2018 Guido Pagliarino - Distribución Tektime

Imagen de la portada: Hieronymus Bosch, óleo sobre tabla, Visión del Más Allá: La ascensión al Empíreo, 1505-1515,Galleria dell’Accademia, Palazzo Grimani, Venecia (detalle de tabla de políptico)

Índice

I – EL CUERPO ETERNO

La transformación-resurrección

El cuerpo humano material psíquico

Sobre los cristianos católicos y sobre los gnósticos cristianizantes (a veces llamados inapropiadamente cristianos gnósticos)

Notas sobre la idea de infierno vivo derivadas de la platonización del cristianismo

El cuerpo humano y su transformación según San Pablo

II – ÓPTICAS ANTROPOLÓGICAS CRISTIANAS Y CRISTIANIZANTES

III- RESURRECCIÓN ÚNICA DEL ESPÍRITU HUMANO SEGÚN LOS PLATÓNICOS Y LOS GNÓSTICOS CRISTIANIZANTES

Dualismo griego y gnóstico y semidualismo cristiano platonizado: notas

En particular, la resurrección única del espíritu de Cristo según la concepción de los gnósticos docetistas

En particular, Orígenes, la apocatástasis y el infierno final

IV- RESURRECCIÓN DEL CUERPO HUMANO CON SU PSIQUE

V- EL HOMBRE JESÚS DE NAZARET ES HEBREO, NO GRIEGO, POR TANTO RAZONA COMO HEBREO, NO COMO GRIEGO

La kenosis divina

El hebreo Jesús

Jesús no es griego

VI- MÁS EN GENERAL SOBRE EL ALMA EN EL CRISTIANISMO HASTA EL SIGLO II

VII- SOBRE LOS NOVÍSIMOS

El infierno «al estilo de Dante» y el infierno según los primeros cristianos

El Dios del cristianismo y el del judaísmo no es dualista

A propósito del discutido purgatorio

¿Purgatorio durante la vida en la tierra? ¿Purgatorio instantáneo?

A propósito del Paraíso

Voltaire y la resurrección del cuerpo

Algo sobre el limbo inexistente

En conclusión

APÉNDICE 1  Los veintiún concilios ecuménicos de la Iglesia y resumen de discusiones tratadas respectivas – Abreviaturas de los nombres de los libros bíblicos

APÉNDICE 2  Los veintiún concilios ecuménicos de la Iglesia y resumen de discusiones tratadas respectivas2 – Los veintiún concilios ecuménicos de la Iglesia y resumen de discusiones tratadas respectivas

EL CUERPO ETERNO

La transformación-resurrección

En su Diccionario filosófico, Voltaire se burla de la idea de la resurrección del cuerpo humano, concepto que para los cristianos es una verdad revelada. El escritor y filósofo tienen en cuenta que hombres y animales pueden en realidad nutrirse de la sustancia de sus predecesores, porque el cuerpo de un ser humano enterrado en la tierra y putrefacto o las cenizas del cadáver incinerado echadas sobre ella se transforman en trigo u otro vegetal que comen otros hombres. Así, añade sarcástico, Caín comió parte de Adán, Enoc de Caín, Irad de Enoc, Mehujael de Irad y Metusael de Mehujael y, en resumen, no habría nadie que no hubiera comido una pequeña porción de su antecesor, por lo que todos los seres humanos serían antropófagos. La cosa, continúa el filósofo, es más que evidente después de una batalla en la que matamos a nuestros hermanos: en unos dos o tres años, los habríamos comido en las mieses recogidas en el campo de dicha batalla. También nosotros, sentencia, seremos comidos alguna vez. Creyendo haber destruido la idea fariseo-cristiana de la resurrección de los seres humanos, observa: cuando haya que resucitar, ¿cómo será posible que alguien tenga el cuerpo que le pertenecía sin perder al menos alguna parte? Luego cita al científico y filósofo cartesiano padre Nicolas Malebranche, el cual, según Voltaire, prueba la verdad de la resurrección con el ejemplo de las orugas que se convierten en mariposas. Pero esa prueba, comenta, es más frágil que las alas de los insectos que cita el religioso.

En realidad, lo que dice Malebranche no quiere ser una prueba, sino una mera comparación. Un cristiano que conozca el Nuevo Testamento y, dentro de él, las epístolas de San Pablo, sabe que con la expresión «resurrección del cuerpo» no quiere referirse a una segunda vivificación de nuestras moléculas. De hecho, en la Primera Epístola a los Corintios, Pablo dice que, a imitación de Jesús resucitado, nuestro cuerpo resurgirá de otra manera: en forma gloriosa espiritual. Más en concreto, el apóstol de los gentiles escribe que nuestro cuerpo mortal animal, además de psíquico por estar dotado de yo-razón, se transformará en un cuerpo glorioso y pneumático eterno. Lo dice después de anteponer una alegoría en la que si se siembra un grano aparece una espiga, la cual es en cierto sentido esa semilla, que ya no es, en sentido estricto, la semilla que se ha podrido: ninguno de los granos de esa espiga es el grano que se ha sembrado, pero, en una nueva forma gloriosa, esa espiga entera es la semilla podrida. La química y la física no importan, no tiene ninguna importancia que la materia del cuerpo de alguien sepultado acabe en la de una planta ni que los seres humanos coman sus frutos y asimilen esa materia, ya que para el cristianismo quien resucita es la persona en forma sublime, exactamente gloriosa espiritual: Jesús, para quien cree en los Evangelios, al presentarse resucitado a los apóstoles, entra en un lugar cerrado sin pasar por la puerta, algo que sería irreconciliable con el principio de la impenetrabilidad de los cuerpos si el Resucitado trascendente estuviera hecho de materia inmanente.

Volveremos al argumento de la transformación según San Pablo. Entretanto, tras haber establecido ese concepto y despejado el equívoco de que en el cristianismo la resurrección se entiende en un cuerpo de carne y sangre que revive como tal, veamos cómo presenta el Nuevo Testamento, que para los creyentes es Palabra de Dios, al cuerpo humano viviente en esta tierra.

El cuerpo humano material psíquico

Que sobre esta tierra una persona, además de en su propio cuerpo dotado de yo y alma (psyché) hay un ánimo, o espíritu, opneuma (pneyma) individual creado sustancialmente inmortal no se ha probado ni en la metafísica y las religiones orientales, ni, en Occidente, por los pitagóricos, Platón y los platónicos y ni siquiera fue demostrado por San Agustín (345-430), Padre de la Iglesia, el cual, influenciado por la lectura de las Enéadas del neoplatónico Plotino sobre una tradición espiritualista ya estable en la teología de sus tiempos, sencillamente supone que el alma humana es pneumática e inmortal, consiguiendo con sus escritos el traslado más importante en la Iglesia de las ideas platónicas al cristianismo. Que cada ser humano tenga un pensamiento personal, una personalidad, no puede ser bastante para que se pueda hablar directamente de su de pneuma particular. Podemos experimentar el hecho de que somos cuerpos humanos con una psique que muta y aumenta con la experiencia (la cultura) gracias a las sinapsis del cerebro que hacen que las células nerviosas de este, las neuronas, interactúen con el entorno. En otras palabras, experimentamos que tenemos un cuerpo material-animal psíquico, como afirma en el Nuevo Testamento, en la Primera Epístola a los Corintios, el hebreo convertido a Cristo, Saulo-Pablo: estamos a principios de la década de los 50 del siglo I y la iglesia está solo en sus orígenes y de las predicaciones orales apostólicas están empezando a nacer los libros del Nuevo Testamento; estamos muchos años antes del nacimiento del espiritualista Agustín de Hipona. No se puede entender a San Pablo si se le considera un espiritualista: él no es platónico, no habla nunca de pneuma personal del ser humano en esta tierra y también para los demás hebreos cada hombre es solo su cuerpo, que tiene alma, sí, pero en el sentido de psique, de yo, es decir, es un cuerpo humano pensante, mientras que el espíritu o pneuma (ruach, a veces traducido comoruàh) es solo Yahvé el Creador. Además, el hombre se distingue de los demás seres vivientes por el hecho de ser creado a imagen y semejanza de Dios (Gen 1, 26): importan menos en esa expresión los demás vocablos y conceptos de la antropología religiosa hebrea, lo que equivale a decir que todo hombre es una unión inseparable de nefesh, vida o vitalidad (psyché, en las traducciones en griego, psique o alma en español), y de bashar (sarx en las traducciones en griego, no confundir, como veremos, con soma, que, en las epístolas de San Pablo, es el cuerpo de una persona en gracia de Dios): bashar es la carne viva del hombre, es decir su cuerpomaterial-animal.

En el Antiguo Testamento, encontramos estos conceptos y las palabras que los describen en los textos de la Torá (Pentateuco para los cristianos) escrita entre los siglos VII y IV antes de Cristo y, más en concreto, entre el V y el IV los libros de Génesis, Éxodo, Levítico y Números, mientras que el Deuteronomio, palabra que significa Segunda Ley, tal vez pueda situarse en el siglo VII en una primera redacción perdida llamada «libro de la Alianza», de la que habla el posterior libro 2 Re (22, 3-20), y seguramente el texto que nos ha llegado está escrito en el siglo V. Sería demasiado largo hablar aquí de la formación y la datación de los libros veterotestamentarios, pero, si se quiere profundizar, se puede ver el ensayo divulgativo de Guido Pagliarino Il Vento dell'Amore, Tektime, 2018.

La nefesh o alma, no es por tanto para la Biblia algo separable del cuerpo y capaz de sobrevivir sin este.

Un poco como en la Grecia del siglo IV antes de Cristo y en Aristóteles (384-322 a.C.), también hay quien, remitiéndose a la Metafísica aristotélica, libro XII, 3, 1070, sostiene que este filósofo no excluía la supervivencia del espíritu intelectual individual y lo veremos un poco mejor unas líneas más adelante. Más bien se considera que para el estagirita el Ser no es el Dios-Amor encarnado y muy humano de los cristianos y mucho menos el Yahvé hebreo, diligente y paterno con su pueblo elegido, aunque, como todos los padres de la antigüedad, puede castigar muy severamente: el Dios aristotélico solo piensa en aquello que es perfecto, es decir, solo piensa en sí mismo, por lo que ignora el mundo, aunque este, después de todo, se mueve porque está ahí. Por tanto, el Dios de Aristóteles no considera a los hombres ni mucho menos los ama, mientras que son ellos los que deben amarlo precisamente porque es perfecto y en realidad el alma humana es atraída por el Ser sin que este se mueva hacia ella. Pero la propia alma tiende al Ser solo durante su vida terrenal, porque, como se ha dicho, no sobrevive a su cuerpo. Como se ha señalado, el alma se contempla de modo específico por Aristóteles en los tres libros del tratado titulado precisamente Acerca del alma: El filósofo se pregunta si cuerpo y alma son separables y si la segunda tiene la capacidad de pasar, reencarnándose, de un cuerpo a otro, como pensaba Platón y antes de él los pitagóricos o si, al acabar de existir el cuerpo, también desaparece su alma. Para Aristóteles, lo que llama afectos o actividad del alma no pueden existir sin su cuerpo correspondiente, por ejemplo, la ira, que para la ciencia de su tiempo derivaba del bullir de la sangre, no puede existir sin el propio plasma y el cuerpo debe estar dotado de instrumentos para los sentidos para poderlos emplear en la realidad: sin los oídos, por ejemplo, el alma no oye, pero para el estagirita oímos, no porque tengamos oídos, aunque si nos los arrancaran del cuerpo no oiríamos, pues, por ejemplo, en el caso del cadáver fresco que todavía tiene oídos no descompuestos, este ya no oye, sino porque a través de los oídos está el alma que oye (la fisiología moderna sabe bien que no es el aparato auditivo el que oye y que es solo un instrumento, pero la misma fisiología afirma que el aparato auditivo es un instrumento del cerebro y no del alma). En resumen, para Aristóteles el hombre vive en cuanto tiene cuerpo y alma, porque es ambas cosas a la vez, un sínolo, y, por tanto, contrariamente a Platón, en Acerca del alma, Aristóteles acaba negando la supervivencia de la misma alma humana. Decíamos poco antes que este mismo filósofo podría también dar la impresión de tener al menos una pequeña esperanza de vida eterna. Sin embargo, parece más real la idea contraria, ya que esta no aparece en Acerca del alma, sino en la Metafísica: Aristóteles escribe en el libro XII de esta: “Si, por tanto, queda algo también después, es un problema que queda por examinar. Para algunos seres nada lo prohíbe: por ejemplo, para el alma: no toda el alma, sino solo el alma intelectiva: toda sería imposible” (Metafísica, libro XII, 3 1070, de la traducción de Giovanni Reale, Milán, 1978). Pues bien (cfr. Guido Pagliarino, È Uomo, Pozzuoli (Na), 2007): «Se debe sin embargo advertir que añade algo que no siempre es advertido ni citado por quienes sostienen que Aristóteles creía en la inmortalidad del alma: “Por tanto está claro que no es necesario, por esto, admitir la existencia de las Ideas: el hombre genera al hombre y el individuo otro individuo” (Ibíd.). Por tanto, si el alma completa no puede separarse del cuerpo, ¿podría aun así hacerlo su parte más elevada? Pero debe estar claro que, en cualquier caso, para el estagirita el intelecto individual, que en ese caso sería más pneumático que psíquico, perdería la personalidad al alcanzar su culminación en Dios, a diferencia del reencarnacionista Platón. Sabemos que para Platón el espíritu pertenecía al mundo celestial de las ideas: por tanto, Aristóteles se conformaría a propósito con las ideas de su maestro, si creyera en la supervivencia. Pero me parece inevitable la impresión de que las admite por un escrúpulo extremado. De hecho, no deja de recordar que el hombre genera al hombre y que por esto no hay necesidad de las ideas y, con ello, tengo la sensación de sobreentiender, una vez más, que para él solo la especie es eterna. Acordémonos además de que los escritos aristotélicos que nos han llegado no constituían un tratado sistemático destinado al público. Y hay que tener presente otras dos cosas, que son que en sus primeros años Aristóteles todavía estaba ligado a Platón y que los escritos que conocemos fueron ordenados y publicados mucho tiempo después de su muerte y sin seguir el orden temporal de su redacción, por lo que me parece que no se puede excluir que la admisión incluida en la Metafísica de que el alma individual pueda sobrevivir sea de su época, digamos, platónica, expresada así antes de los tres libros de Acerca del alma, en ninguno de los cuales, por el contrario, aparece dicha admisión».

Para los antiguos hebreos, todos los seres vivientes no solo tienen vida, sino que son vida, la nafesh circula en la sangre, tanto de humanos como de los animales y es por esto por lo que no se puede comer sangre: en el Deuteronomio está escrito: «Solamente que te mantengas firme en no comer sangre, porque la sangre es la vida» (el hebreo en lugar de vida se lee nefesh) «no comerás la vida juntamente con su carne» (Dt. 12, 23). Por otro lado, no son característicos del judaísmo1 los conceptos expresados por las palabras nefesh y bashar, y mucho menos lo es ruach, o sea, el viento o espíritu divino insuflado a la persona para que viva: se trata de conceptos comunes en otras religiones o filosofías contemporáneas. Para aquellos judíos que creían en la resurrección, en el entorno fariseo y no entre los saduceos, que pensaban que todo acababa con la muerte, el ser humano justo2resucita en un mundo nuevo, es corpóreo y su cuerpo, sin defecto alguno, tiene su psique como en la vida anterior: los fariseos no suponen una transformación del cuerpo material en espiritual, como se lee por el contrario en la primera epístola neotestamentaria de San Pablo a los Corintos. En las academias rabínicas se discute sobre la edad precisa que mostrará el cuerpo una vez resucitado, aunque todos lo suponen joven y bello. La resurrección solo llegará al final de los tiempos. La persona vivirá en otra tierra y bajo un nuevo cielo, donde será perfectamente justa: se podría hablar de otro paraíso terrestre. A la espera de la resurrección, según los fariseos, el difunto permanece completamente muerto, o sea, con un eufemismo que también entrará en el cristianismo, duerme: es el sheòl, el lugar hebreo de los muertos. Los justos están en la parte alta del sheòl, en el seno de Abraham, donde esperan resucitar tras el patriarca padre de la estirpe, los réprobos están en el fondo, sin esperanza de resurrección. Evidentemente, los rabinos y los demás espíritus cultos del judaísmo saben que se trata de un midrash, es decir, una alegoría que sostiene la sustancia de una verdad teológica, una alegoría que simbolizaba simplemente la muerte de la cual los justos resucitan al final de los tiempos y los demás no.

Esa representación del sheòl se vuelve a encontrar en la parábola evangélica del rico egoísta y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31), Lázaro que no debe por otro lado confundirse con el amigo homónimo de Jesús, muerto y resucitado por él, que encontramos en el Evangelio de San Juan (Jn 11, 1-44).

El hebreo y fariseo San Pablo lo ve de una manera similar a los demás fariseos, pero con una variante. Si bien es verdad que él también, en su epístola de teología antropológica Primera a los Corintios, dice que el hombre en la tierra  es un cuerpo material-animal psíquico: llama cuerpo a la persona completa porque también para él el cuerpo comprende la psique y, por tanto, coincide con el individuo humano entero y, si bien es verdad que cree, como los demás fariseos, en la vida eterna de los justos, para él en el momento de la asunción a Dios, la persona salvada, es decir, justificada por Cristo,  se transforma de animal psíquica en espiritual gloriosa. Por otro lado, si es también verdad que para el cristianismo en el siglo I y buena parte del II un ser humano es en esta tierra completamente material y, por tanto, es su propio cuerpo, sobre la base de la experiencia, al formar y expresar su pensamiento (nosotros decimos que es gracias al cerebro, los antiguos decían que era gracias al corazón), la misma persona puede razonar a un nivel muy elevado hasta llegar a pensar en Dios, al contrario que los animales que han recibido solo un hálito vital y, los más evolucionados, una capacidad mental reducida dirigida a la mera subsistencia. El Creador queda personalmente presente en el ser humano, es decir, toda persona tiene dentro también el espíritu divino indivisible o, también en otros términos, en todo hombre y en toda mujer hay cuerpo, alma y espíritu, pero mientras que el cuerpo y el alma son personales, el espíritu es el ánimo del propio Dios, vivificante de la persona e iluminador de su mente, hasta el punto de que para la teología cristiana Jesús (el Hijo hombre y Dios) se encarnó para salvar a la estirpe adamita en cuerpo y alma, pero no en espíritu: es evidente que el espíritu del ser humano no tenía necesidad de ser salvado, ya que no es suyo personal, sino que se trata del mismo Dios.

Sobre los cristianos católicos y sobre los gnósticos cristianizantes (a veces llamados impropiamente cristianos gnósticos)

En los siglos II y III,3 al contrario que los católicos, lo que equivale a decir los cristianos de la única Iglesia (el cisma ortodoxo estaba por llegar), los cristianos gnósticos, aunque sería tal vez mejor decir los gnósticos cristianizantes considerando su punto de vista sustancialmente distinto del cristiano, a pesar de figuras formalmente comunes como, sobre todo, la de Jesús, están divididos en varias sectas pequeñas, aunque con ideas basilares comunes a todos. Tienen por el contrario un concepto antropológico distinto del cristiano, entendiendo así el mismo espíritu, no como una presencia indivisible en todos los seres humanos del pneuma viviente y animador de Dios, sino como un pneuma personal, aunque lo consideren esa centella caída en tierra del pleroma divino y desventuradamente encarnada.

La palabra pleroma o pleroma paradisiaco, que generalmente significa plenitud y se refiere a la globalidad de los poderes divinos, significa la totalidad de lo que es revelado benignamente por Dios y es usada no solo por los gnósticos, sino también en entornos teológicos cristianos. Tal vez podría decirse que es el ámbito de Dios. Normalmente en la Iglesia se habla de Paraíso.

Según los propios gnósticos, como ya para Platón, la materia es mala y no la ha creado el Ser perfecto, pero es sempiterna y, en cierto momento, la ha modelado, haciendo que se convierta en el mundo, un inconsciente celeste llamado el Demiurgo, es decir, el Artífice o el Artesano: como se sabe, se trata del personaje imaginado por Platón para hacer cuadrar su visión de las ideas superiores perfectas y el mundo inmanente imperfecto, una especie de dios menor en busca de poderío, pero bastante poco capaz como artesano cósmico. Si no estuvieran aprisionados en los cuerpos materiales por ese torpe y poderoso que es el dios Demiurgo, los espíritus humanos permanecería (por la preexistencia de los mismos) felices.4 Además, para los gnósticos, antifeministas ante litteram, las mujeres no tienen espíritu y, como se dice en general de manera imprecisa «no tienen alma» y no se salvan, ya que para los gnósticos cuerpo y alma (alma tiene aquí el sentido clásico de psique, no de pneuma) perecen, solo sobreviven los espíritus de algunos, es decir, los de ellos mismos, los espirituales, con capacidad de adquirir plenamente la conciencia, rigurosamente masculina, mientras que no se salvan los seres humanos materiales, es decir, los demás hombres de sexo masculino y todas las mujeres. Pero, según la facción de los gnósticos valentinianos, los llamados psíquicos, puede haber una salvación de segundo nivel, no en el pleroma sino en sus márgenes, gracias al alma-psique particularmente inteligente que consiente en adquirir groseramente una conciencia. Así se consigue además una excepción para las mujeres, aunque seguramente no de características feministas: en el evangelio gnóstico de Pseudotomás, de la segunda mitad del siglo II y en coetáneo evangelio gnóstico de la Pseudomaría (María de Magdala, no la Virgen), la Magdalena, para pasmo del Pedro gnóstico, al que casi le desagrada, se la considera digna de vida eterna por parte del igualmente gnóstico Cristo, pero no como mujer, ya que él ha transformado el alma de María Magdalena en masculina y por tanto (sic) en inteligente, permitiéndole así alcanzar un nivel de gnosis suficiente para su salvación.

Siempre a propósito de la salvación eterna de las mujeres, puede ser interesante observar por cierto el engaño que lleva durando siglos, aparecido en los tiempos de la Revolución Francesa en gacetas5