El dolor de la traición - ¿pasión o venganza? - Melanie Milburne - E-Book
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El dolor de la traición - ¿pasión o venganza? E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

El dolor de la traición Melanie Milburne Alessandro Marciano no había dudado en echar a Scarlett al enterarse de que aquella cazafortunas lo había traicionado. Embarazada, sin casa y sin dinero, Scarlett no podía creer que el futuro padre de su hijo pudiera ser tan cruel. Tres años después, Alessandro volvió a aparecer con la intención de recuperar a la mujer que más había deseado en toda su vida. Tenía una proposición que hacerle: o se convertía en su amante o la arruinaría. Pero, cuando Alessandro descubrió que era el padre del hijo de Scarlett, retiró la oferta. Scarlett sería su esposa, quisiera o no… ¿Pasión o venganza? Kate Walker Jessica Marshall no era más que una inocente adolescente cuando se enamoró perdidamente de Angelos Rousakis, un atractivo joven griego. Pero sus torpes intentos por atraer su atención y seducirle le costaron muy caros a él. Siete años después, Angelos Rousakis apareció de nuevo en la vida de Jessica. Poderoso y seguro de sí mismo, intentó recuperar lo que creía le pertenecía. Pero la joven inocente se había convertido en una mujer que intentaba fingir que no sentía nada por él y eso no hacía más que aumentar el deseo que sentía por ella…

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Seitenzahl: 391

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 403 - marzo 2020

 

© 2008 Melanie Milburne

El dolor de la traición

Título original: The Marciano Love-Child

 

© 2008 Kate Walker

¿Pasión o venganza?

Título original: Bedded by the Greek Billionaire

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-889-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

El dolor de la traición

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

¿Pasión o venganza?

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

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Capítulo 1

 

 

 

 

 

HABÍA empezado como cualquier otro lunes por la mañana. Scarlett dejó a Matthew, de tres años, en la guardería después del habitual forcejeo lloroso de que no lo abandonara, y se abrió paso entre el denso tráfico hasta su pequeño estudio de diseño de interiores en Woollahra. E igual que cualquier otro lunes por la mañana, su socia en los negocios y su mejor amiga, Roxanne Hartley, le entregó un cargado café con leche cuando entró, al tiempo que le preguntaba cómo había sido su fin de semana.

–No preguntes –repuso Scarlett con cansancio, bebiendo un sorbo que la revivió.

–¿Debo dar por hecho que la cita a ciegas que te preparó tu hermana no fue un éxito? –preguntó Roxanne al sentarse en el borde del escritorio de Scarlett.

Scarlett puso los ojos en blanco.

–Depende de a qué te refieres por cita a ciegas. Era evidente que la idea de este sujeto era convertirla en una cita para emborracharse. Y durante una hora y media se puso a lloriquear sobre su ex mujer, hasta que al fin conseguí escapar.

–Pobrecilla –dijo Roxanne con simpatía–. Pero no te rindas todavía. Hay alguien bueno para ti ahí afuera.

–Eso estaría bien –encendió el ordenador–. Una buena figura paterna para Matthew sería estupendo también, pero en cuanto los hombres escuchan que tengo un hijo de tres años, parecen perder el interés.

–Bueno, los hombres de hoy en día son muy superficiales –convino Roxanne–. No se comprometen y quieren sexo de inmediato.

–Dímelo a mí –movió el ratón para activar la pantalla y comprobar las citas que tenía para ese día. Se puso las gafas y parpadeó hasta tres veces, con el corazón agitado al ver ese nombre.

–¿Qué sucede? –preguntó Roxanne.

Scarlett giró el sillón para mirar a su socia.

–¿Me has arreglado una cita con un tal Alessandro Marciano? –soltó, pálida.

Roxanne le sonrió entusiasmada.

–Sí. Quería que fuera una sorpresa, de lo contrario te habría llamado el fin de semana para contártelo. Llamó el viernes por la tarde justo después de que tú te marcharas. Es un contrato enorme, Scarlett. El valor financiero de este hombre es incalculable, y si conseguimos el proyecto piensa cómo nos lanzará. Apareceremos en todas las revistas de diseño de interiores del planeta. Ya no tendremos que pagar más alquiler, podremos comprar el edificio, no… –juntó las manos– ¡podremos comprar toda la calle!

Scarlett se puso de pie.

–No pienso verlo –soltó con los labios apretados–. No quiero el contrato. No quiero tener nada que ver con él.

Roxanne puso expresión de no poder creer lo que acababa de oír.

–¿Por casualidad le has echado últimamente un vistazo a nuestro extracto bancario? –preguntó mientras se levantaba del escritorio–. Vamos, Scarlett, nuestra línea de crédito está al límite, tú lo sabes. Es la oportunidad de una vida. Es justo lo que necesitamos en este momento. Alessandro Marciano ha comprado el viejo edificio del Hotel Arlington en la ciudad. Va a convertirlo en un hotel de lujo, con tres plantas de áticos para los multimillonarios. Y quiere que nosotras nos encarguemos del diseño de los interiores. ¡Nosotras! ¿Puedes creértelo? Es como si nos tocara la lotería.

–No puedo verlo, Roxanne –insistió Scarlett–. Por favor, no me lo pidas.

Una bombilla pareció encenderse en la cabeza de Roxanne al estudiar a su amiga.

–Un momento… ¿has salido con él en el pasado o algo por el estilo?

–Más que salido –repuso Scarlett ceñuda.

Roxanne la escudriñó.

–¿Qué quieres decir con eso de «más que salido»?

Scarlett respiró hondo.

–Es el padre de Matthew.

Roxanne se quedó boquiabierta y los ojos casi se le desencajaron.

–¿Que es qué? –jadeó.

–No pienso verlo, Rox –afirmó con tensión–. Ni lo sueñes. Lo odio por lo que me hizo y no voy a…

El rugido inconfundible de un Maserati de repente sonó en la calle. Las dos miraron por la ventana frontal del estudio y observaron la pericia del conductor al meter el coche negro y aerodinámico entre sus dos pequeños utilitarios en el aparcamiento.

Roxanne miró los ojos gris azulados y sobresaltados de su amiga.

–Me parece que no tienes alternativa –comentó, añadiendo al tiempo que la puerta se abría con el repiqueteo de las pequeñas campanillas del techo–: Mmm… ¿olvidé comentar que la reunión era aquí, a las nueve y cuarto?

Scarlett sintió que cada fibra de su cuerpo se ponía en estado de alerta cuando la figura imponente y atractiva se inclinó para cruzar la puerta. Su corazón pareció un martillo neumático y se preguntó si el palpitar resultaría visible a través del ligero algodón blanco de su blusa.

Los ojos almendrados de él se encontraron con los suyos. Pero en esa ocasión ella sintió que había sombras misteriosas acechando en esas profundidades.

–Hola, Scarlett –saludó al final.

Con la misma voz aterciopelada que años atrás había representado su perdición.

Ésta alzó el mentón y miró a Roxanne, que abría y cerraba la boca como un pez aturdido.

–Roxanne, ¿querrías informarle, por favor, al señor… mmm… –miró su agenda como si quisiera recordarse el nombre antes de continuar con la misma voz altiva– al señor Marciano que no acepto clientes nuevos ya que estoy ocupada hasta fin de año?

–Pero… –tartamudeó su socia.

Pero Alessandro la cortó al adelantarse con una sonrisa letal en la cara.

–Señorita Hartley, ¿sería tan amable de dejarnos a la señorita Fitzpatrick y a mí continuar con nuestra reunión privada? –preguntó.

–¡No! No te atrevas a marcharte –soltó Scarlett apresuradamente. «Por favor, por favor, no me dejes a solas con él», suplicó en silencio.

Roxanne frunció los labios, y tras un momento de titubeo, recogió su bolso y la taza con el café con leche.

–Claro, puedo hacerlo –le sonrió a Alessandro–. Además, he de ver a un distribuidor de azulejos. Volveré a las once.

Scarlett le lanzó una mirada asesina antes de ocupar su sitio detrás del escritorio, por si las piernas cumplían la amenaza que le transmitían y le cedían.

La puerta del estudio se cerró tras la partida de Roxanne. El silencio reverberó en sus oídos y sintió como si un par de manos la ahogara.

–¿De modo que no tienes interés en hacer negocios conmigo, Scarlett? –preguntó Alessandro con una sonrisa impersonal y distante.

–No –la respuesta breve salió de su boca como una bala.

–¿Por qué? –preguntó, enarcando una ceja con gesto irónico–. Pensé que darías saltos de alegría ante esta oportunidad de poner tus manos en mi dinero.

Se obligó a mirarlo.

–Me sorprende que estés interesado en contratar los servicios de una pequeña zorra codiciosa… ésas fueron las palabras que me dedicaste entonces, ¿no?

No hubo señal de enfado en su cara, pero Scarlett pudo sentirlo de todos modos. Había conocido y amado esa cara durante los tres meses que habían estado juntos. La sonrisa capaz de fundir la piedra, la mirada que podía encender la sangre, la boca capaz de besar con una suavidad provocadora o con pasión hambrienta. Incluso después de tanto tiempo podía sentir sus labios y su lengua. La parte inferior del cuerpo le empezó a palpitar con el recuerdo de lo que había sentido con las embestidas de Alessandro entre las piernas.

Las cruzó por debajo de la mesa, luchando contra las sensaciones que se agitaban allí.

–Supongo que tu propensión sexual no tiene relevancia con tu talento en el diseño de interiores –indicó con una mirada enigmática–. Profesionalmente, tienes buena reputación. Por eso estoy predispuesto a darte toda la responsabilidad para el proyecto que voy a emprender.

–Te lo he dicho, no estoy disponible.

Él esbozó una leve sonrisa.

–Scarlett, quizá antes de descartar esta oportunidad deberías ver lo que te ofrezco.

–Ninguna cantidad de dinero que puedas ponerme delante me induciría a volver a mantener algún tipo de relación contigo, de trabajo o de otra naturaleza –afirmó con contundencia.

–No iba a sugerir nada más que un acuerdo laboral entre nosotros; sin embargo… –dejó la frase suspendida entre ellos en el palpitante silencio.

–Olvídalo, Alessandro –dijo–. Además, ya salgo con alguien.

–¿Es el mismo hombre con el que te involucraste en Italia? –preguntó, atravesándola con la mirada–. Se llamaba Dylan Kirby, ¿verdad?

Scarlett sintió que la sangre se le encendía en las venas.

–Viajaba con él, no nos acostábamos.

El cinismo brilló en la mirada de Alessandro.

–Ah, sí, esa antigua historia. La recuerdo bien.

–No es una historia, es la verdad –insistió ella–. Conocí a Dylan, Joe y Jessica en un recorrido turístico en un autobús. Te dije esto mismo hace cuatro años. ¿Cuántas veces he de repetirme?

–No me interesan tus mentiras, pero sí lo que puedes hacer por mí –dijo–. Tu negocio necesita un contrato tan grande como éste, Scarlett. Serías una tonta en descartarlo.

Ella apretó la mandíbula.

–Odio ser quien tenga que señalar la ironía del asunto, pero ¿no fue eso lo que tú me hiciste a mí?

–Estoy preparado para ser generoso –indicó, sin prestar atención al comentario.

Como si no significara nada para él. Lo cual era verdad.

Antes de conocerlo, siempre había considerado con desdén la idea de enamorarse a primera vista, o incluso de enamorarse en un período de unos días. Siempre había considerado que el amor profundo y permanente crecería con el tiempo, igual que la confianza y el respeto entre dos personas. Pero conocer a Alessandro Marciano aquel caluroso verano en Milán había puesto su mundo del revés. A las tres horas él la había besado, y a los tres meses se había quedado embarazada.

Parpadeó y volvió al presente en el momento en que Alessandro le entregaba un documento. Lo aceptó, y sus dedos trémulos no pudieron evitar el contacto con los de él. Todo su cuerpo se sacudió por la reacción y la recorrió una oleada de calor.

–Si no estás satisfecha con esa cantidad, la duplicaré –anunció él.

Scarlett bajó la vista al contrato y los ojos estuvieron a punto de desencajársele al ver la cantidad impresa. Era una suma de dinero asombrosa, aunque imaginó que tendría que trabajar muy duramente para ganarla. Conocía lo suficiente sobre Alessandro Marciano como para saber lo exigente que era. Los huéspedes que se alojaban en uno de sus hoteles recibían el máximo lujo, y el de Sydney no sería diferente.

Pero aceptar el contrato, a pesar de lo lucrativo y positivo que sería para su carrera, significaría tener un contacto estrecho con él, tal vez a diario. ¿Cómo sobrevivir a eso incólume?

Y lo más importante, ¿cómo evitar que Matthew se enterara de que su padre se negaba a aceptarlo como propio? Aunque no podía evitar pensar que un vistazo al niño despejaría cualquier duda, incluso en alguien tan cínico como Alessandro. Tenían los mismos ojos almendrados, el mismo cabello negro y la piel cetrina, la misma forma de la boca… aunque la de Matthew seguía suave con la inocencia de la niñez.

–Te daré uno o dos días para que te lo pienses –indicó con su voz profunda.

Abandonando la tortura de sus pensamientos, ella se puso de pie de golpe.

–No necesito dos…

Alessandro alzó una mano y apoyó dos dedos sobre sus labios.

–Dos días, Scarlett –la miró–. Piénsalo.

Tragó saliva mientras recordaba lo íntimamente que habían conocido sus puntos de placer esos dedos. Cómo había conocido ese momento de reacción apasionada cuando le había acariciado los pliegues sedosos de su feminidad por primera vez… cómo había temblado cuando la había explorado tan minuciosamente con dedos, boca, lengua y la erección encendida y palpitante.

El aire se condensó a su alrededor, como si una hiedra invisible hubiera penetrado en la sala y los acercara cada vez más.

Scarlett no podía respirar.

Se quedó muy quieta mientras en esa ocasión él alargaba sólo el dedo índice de la mano derecha y le rozaba la suavidad del labio inferior, con la vista clavada aún en su boca. De pronto resultó abrumadora la tentación de pasar la lengua por ese dedo. Tuvo que cerrar con fuerza los dientes para evitar introducírselo en la boca y succionárselo, como había hecho tantas otras veces en el pasado.

Y no sólo la boca…

Volvió a mirarla a los ojos y la línea de sus labios perdió durante un momento fugaz la expresión de cinismo que siempre exhibía.

–Había olvidado lo suave que es tu boca –dijo él con voz aún más profunda.

Sintió el calor de su mirada como una marca de fuego en los labios.

–Cre… creo que sería mejor que te marcharas –soltó–. No tengo nada más que decirte. No quiero el trabajo. Deberás buscar a otra persona.

La observó largo rato.

–Aún no estoy preparado para irme, Scarlett. Todavía hay algunas cosas que me gustaría tratar contigo.

La dominó el pánico ahí quieta delante de él. No podía retroceder por el escritorio, y avanzar quedaba descartado ante el riesgo de poder rozarse con Alessandro.

Se hallaba atrapada.

–Hace cuatro años me dijiste que estabas embarazada –dijo él, rompiendo el silencio.

Scarlett sintió que la garganta se le atenazaba aún más, pero, de algún modo, logró mantener el contacto visual.

–Sí… te lo dije.

–También me dijiste que el bebé era mío.

Un destello de furia se asomó a sus ojos.

–Sí, lo hice.

–¿Continuaste con el embarazo? –preguntó tras una mínima pausa.

No dejó de mirarlo.

–A riesgo de repetirme… sí, lo hice.

La expresión de él permaneció inescrutable.

–¿Tu hijo mantiene contacto con su padre? –le preguntó.

Ella frunció el ceño, irritada por ese interrogatorio.

–¿A qué vienen todas estas preguntas, Alessandro? Fuiste tú quien insistió en que el niño no podía ser tuyo. ¿Por qué ese súbito interés ahora? ¿De pronto has cambiado de idea y llegado a la conclusión de que no te mentía, después de todo?

Él se encogió de hombros.

–No, claro que no he cambiado de parecer. Es imposible que yo pueda ser el padre de ese niño.

Scarlett le dedicó una mirada cáustica.

–Eso piensas tú.

–No lo pienso, Scarlett –afirmó con expresión dura–. Lo sé.

Crispada por su arrogancia, el odio que le inspiraba amenazó con manifestarse.

–Además –continuó con sarcasmo, mirándola–, no das la impresión de haber tenido un hijo. Se te ve tan esbelta y atractiva como hace años.

Ella le dedicó una mirada despectiva.

–Puedes guardarte tu contrato, Alessandro Marciano. No quiero tener nada que ver con un hombre que piensa que soy una mentirosa, una estafadora y una prostituta.

–De modo que después de tanto tiempo sigues decidida a nominarme como el padre de tu vástago, ¿verdad? –preguntó él–. ¿Por qué, Scarlett… porque los otros candidatos no pagarían?

Ella apretó los dientes.

–No hubo ningún otro candidato, y tú lo sabes bien.

El cinismo en la expresión de él se incrementó.

–No te gusta reconocer que te equivocaste al elegirme a mí, ¿verdad, Scarlett? Cuando me conociste, pensaste que habías conseguido un cheque en blanco de por vida. En su momento me pregunté por qué te habías acostado conmigo tan pronto. Desde luego, todo tuvo sentido cuando me contaste la noticia. Necesitabas seguridad económica, pero te equivocaste al elegirme a mí.

Ella apretó los puños a los costados.

–Te amaba, Alessandro. De verdad te amaba. Habría dado cualquier cosa por pasar el resto de mis días contigo, pero no por las razones que crees.

–¿Amor? –bufó–. Me pregunto si todavía habrías afirmado amarme si te hubiera contado desde el comienzo de nuestra aventura que no estaba interesado en tener hijos… jamás.

–¿Por qué no lo hiciste?

Una sombra se movió en los ojos de él.

–Sólo llevábamos viéndonos tres meses –dijo–. Iba a contártelo en algún momento de las siguientes dos semanas, ya que me preocupaba que albergaras esperanzas para un futuro de matrimonio y bebés conmigo. Comprendo que es mucho pedirle a una mujer que abandone su derecho a tener un hijo del hombre al que ama.

–¿O sea, que sí reconoces que te amaba?

El cinismo en la expresión de su boca regresó.

–Creo que amabas la idea de casarte con un multimillonario. En la vida he descubierto que no hay nada que despierte tanto el amor como el dinero.

–¿Por qué te opones de esa forma a tener hijos? –frunció el ceño–. Creía que a todos los italianos les encantaban los bebés… que tener una familia era todo para ellos, por no mencionar a un heredero.

–Eso jamás ha figurado en mis planes –expuso él–. Hay otras cosas que quiero hacer con mi vida. Estar atado a una esposa e hijos no me atrae en absoluto.

Scarlett estudió su rostro, preguntándose qué lo había llevado a adoptar una postura tan férrea, pero su expresión era inescrutable.

–Te veré en dos días, Scarlett, para discutir los términos del contrato –le entregó una tarjeta con sus datos profesionales–. Mi número privado figura en el otro lado, por si deseas contactar conmigo antes, de lo contrario te veré en el Hotel Arlington el jueves a las diez de la mañana.

Bajó la vista a la tarjeta con letras doradas y en relieve y los bordes serrados, pero no fue hasta oír la campanilla de la puerta del estudio cuando se dio cuenta de que él se había marchado.

Se apartó de la ventana y respiró hondo. Contuvo el aire en el pecho hasta que el sonido de su coche se desvaneció en la distancia.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TE LO ADVIERTO, Scarlett, si no aceptas el contrato de Marciano me largo de aquí –amenazó Roxanne a primera hora del martes–. Esto es lo que he estado esperando desde que me gradué. Es lo que ambas hemos estado esperando. No me puedes hacer esto… maldita sea, no nos lo puedes hacer a ninguna de las dos.

Scarlett se mordió el labio y volvió a mirar el reloj. Disponía de menos de veinte minutos para llegar a la ciudad y darle la respuesta final a Alessandro. En las últimas cuarenta y ocho horas apenas había dormido, obsesionada con lo que debía hacer. Verlo otra vez había revivido todo, el corazón roto y la aplastante desesperación de su incredulidad y rechazo.

–Sé que te preocupan algunas de las cláusulas del contrato –dijo Roxanne–. Pero ya hemos manejado contratos complicados antes y salido airosas. Es una oferta demasiado buena para dejarla pasar. Además, ya sabes lo cerrada que es esta industria. Como se corra la noticia de que hemos rechazado un proyecto tan grande como éste por motivos personales, ¿cómo podremos mantener la cabeza alta en el terreno profesional?

–Lo sé, pero… –se mordió el labio.

–No lo estropees, Scarlett –cortó Roxanne–. Si cuando vuelvas luego al estudio no has firmado el contrato, quiero que compres mi parte del negocio.

–Sabes que no tengo fondos para hacerlo. Me arruinará. No dispongo de ahorros y conseguir un crédito personal sería imposible ahora.

–Me has mentido durante casi cuatro años, Scarlett –comentó Roxanne con amargura–. Me contaste que el padre de Matthew había muerto en un accidente de coche en Italia. ¿Sabes cómo me hace sentir eso? Totalmente traicionada. Creía que era tu mejor amiga.

Encontró la mirada herida de Rox.

–Sé que debería habértelo contado, pero me sentía tan alterada y confusa al volver a casa, que me pareció más fácil decirle a todo el mundo que el padre de Matthew había fallecido en un accidente. No podía soportar el interrogatorio de mamá y Sophie. Me habrían vuelto loca. Quise contártelo tantas veces, en especial después de lo que habías hecho por mí, pero también tuve que pensar en Matthew. ¿Cómo va a sentirse en el futuro al enterarse de que su padre no quiso saber nada de él?

–Entiendo todo eso, pero ¿qué tiene de difícil aceptar un proyecto de varios cientos de miles de dólares, o más? –replicó Roxanne–. Entra en el mundo real, Scarlett. ¿Y qué si no cree que Mathew es su hijo? Él se lo pierde. Ésta es una transacción de negocios. Deja a un lado tus asuntos personales y trabaja.

–No es tan simple…

Roxanne la miró fijamente.

–No estarás todavía enamorada de ese hombre, ¿verdad?

–No, claro que no –bufó, ofendida–. Es que es… es…

–Muy atractivo –ofreció su amiga–. Y multimillonario.

La miró indignada.

–Sabes que no soy esa clase de persona, Roxanne.

Ésta bufó.

–No, no lo eres, y peor para ti. Eres demasiado amable. Dejas que te pisoteen. Esto es un negocio, Scarlett –añadió–. Hablando de lo cual, será mejor que te des prisa o nunca llegarás a tiempo.

–Iré en taxi en vez de tratar de aparcar por allí –recogió el bolso y las gafas–. Dios, cómo me gustaría que hubiera una salida para esto.

–La hay –indicó Roxanne–. Firma el contrato, haz el trabajo y di adiós. Fácil.

Abrió la puerta del estudio y le hizo una mueca a su amiga.

–Eso crees tú.

 

 

Cuando llegó al viejo Arlington en la ciudad, había varios trabajadores, ya que el edificio se hallaba en la primera fase de su rehabilitación. El exterior estaba rodeado de andamios y las puertas principales abiertas. El fino polvo en el aire le produjo un cosquilleo en la nariz.

Cruzó el vestíbulo desnudo hasta la recepción, pero tuvo que hacerse a un lado cuando transportaron un sofá viejo hacia los ascensores de servicio. Luego continuó, pero la zona de la recepción se encontraba vacía, ya que el hotel había cerrado hacía varias semanas.

Se volvió y miró escaleras arriba; se encontró con los ojos de Alessandro, que se hallaba en la siguiente planta, mirándola. Sintió un nudo en el estómago y el corazón comenzó a latirle con fuerza cuando bajó.

–Hola, Scarlett.

Ésta sintió la piel de gallina al tenerlo delante. Su pelo levemente ondulado estaba brillante por la humedad, como si se hubiera duchado hacía poco. Podía oler la fragancia exótica de la loción para después del afeitado y la mente se le llenó con imágenes del aspecto que había tenido en la ducha.

–No estaba seguro de que vendrías –comentó.

Ella parpadeó, con la mente aún en la ducha y el corazón retumbándole en los oídos.

–Mmm… necesito el dinero… –dijo, pero al instante lo lamentó al ver que los ojos de él se endurecían–. Quiero decir, el negocio ha estado flojo en el verano y no quiero… –se mordió el labio, odiando sonar tan poco profesional. Por lo general era vivaz y eficiente con clientes potenciales, pero Alessandro no era sólo un cliente.

Era el padre de su hijito.

Él la miró un rato. Había pasado los dos últimos días pensando en ella, preguntándose cómo sería volver a tenerla en la cama.

En realidad, esa reacción no lo había sorprendido; después de todo, había sentido lo mismo al conocerla. En ese momento podía notar la palpitación de la atracción sexual crepitando en el aire que los separaba. Verla otra vez había hecho renacer los recuerdos de cómo había reaccionado en sus brazos. Nunca antes o desde entonces había vuelto a experimentar algo igual. Incluso en ese momento sintió que se le tensaba la ingle pensando en el placer que su cuerpo le había proporcionado al tiempo que estallaba con los espasmos de la liberación.

Se alegró de no haberle dicho que se había enamorado de ella cuatro años atrás… desde luego, no después del modo en que había tratado de engañarlo.

–¿De modo que has decidido trabajar para mí, Scarlett? –comentó en el silencio demasiado prolongado.

Ella se humedeció los labios.

–Sí… Sí, lo he decidido…

–Porque necesitas el dinero.

Tragó saliva dos veces antes de poder encontrar su voz.

–Es como tú has dicho… un gran contrato. Y también uno que ocupará todo nuestro tiempo. Tengo otros clientes que he…

–Tu socia, Roxanne Hartley, podrá ocuparse de ellos mientras tú trabajas para mí.

–Es un proyecto demasiado grande como para llevarlo sola –afirmó–. Roxanne tendrá que participar, al igual que uno o dos diseñadores independientes.

–Dejaré que tú te ocupes de todos los arreglos necesarios –indicó.

–No es sólo eso –respiró hondo antes de continuar–. Me preocupa cómo están las cosas… entre nosotros.

Él entrecerró un poco los ojos.

–¿A qué te refieres?

–No somos exactamente amigos, Alessandro.

–No necesitamos ser amigos para centrarnos en el negocio, Scarlett.

–Siempre y cuando se mantenga estrictamente como un vínculo profesional –afirmó sin rodeos.

La expresión de él fue levemente burlona.

–¿Lo dices por mí o por ti?

–¿Qué insinúas? –sus ojos centellearon.

–Aún puedes sentirla, ¿no, Scarlett? –expuso con voz baja y sexy–. Puedes sentir esa tensión palpitante que llena el aire en cuanto nos encontramos juntos en la misma habitación. Yo la sentí el otro día, y sé que tú también.

–Tonterías –movió la cabeza–. Además, ya te lo he dicho, salgo con alguien.

–¿Cómo se llama?

Lo miró con la mente en blanco.

–Hummm… preferiría no contártelo.

–¿Cuánto tiempo llevas saliendo con él? –preguntó.

Ella frunció los labios y lo miró irritada.

–Creía que había venido a hablar sobre la rehabilitación de este edificio, no los detalles de mi vida personal. Y ahora, ¿podemos ponernos con ello? Tengo una agenda llena de citas y he de ir a recoger a mi hijo a las cinco y media.

La miró unos instantes.

–Disculpa –dijo cuando empezó a sonar su teléfono móvil.

Scarlett observó mientras él estudiaba el número de quien llamaba y fruncía al ceño al apartarse unos metros. Le brindó la oportunidad de estudiarlo mientras él no miraba, aunque no pudo evitar preguntarse con quién hablaba en un italiano rápido, con voz tensa e irritada.

Bebió de su visión… las piernas largas, el estómago plano, el vello negro de sus antebrazos donde la camisa estaba remangada de forma casual. Todo él irradiaba éxito y poder; tenía el mundo al alcance de las manos y no había nada que no pudiera hacer si se lo proponía.

Salvo reconocer a su hijo como propio.

Odiaba recordar la noche en que le había hablado de su embarazo. Y nunca lograba bloquear los recuerdos.

–Alessandro, tengo algo que contarte –le había dicho en cuanto él regresó de su despacho en Milán.

Él había dejado el maletín en el suelo y le había dado un beso en los labios.

–Mmmm –había musitado–. Has estado comiendo chocolate otra vez.

Ella había intentado sonreír, pero tenía un nudo en el estómago.

–Sé que vas a quedarte terriblemente anonadado. Ni yo mismo puedo creer que pasara… –se había mordido el labio–. Debería haber tenido más cuidado. Sé que suena estúpido e ingenuo, pero no sabía lo fácil que era….

Alessandro había sonreído y le había alzado el mentón con el dedo índice.

–Deja que lo adivine. ¿Te has quedado sin crédito en el móvil?

–No, no se trata de eso…

–Ya te lo he dicho, cara, el dinero no es un problema para mí –había afirmado, acariciándole la mejilla con el dedo pulgar–. Fui yo quien te animó a quedarte en Milán unas semanas más, de modo que es justo que te dé una asignación para que estés cómoda.

–No, no quiero aceptar dinero de ti, Alessandro –había repetido–. No lo haré. Si se me agota el efectivo, podré conseguir un trabajo en una cafetería.

Él frunció el ceño con desaprobación.

–No, no quiero que trabajes en una cafetería atestada y calurosa. Me gusta volver a casa y ver que te alegras de verme.

–No es cuestión de dinero –repitió ella–. En cualquier caso, tengo unos ahorros en casa que puedo hacer que me transfieran aquí.

–¿No te gusta la idea de que se te pague por ser mi amante?

Ella frunció el ceño.

–Claro que no me gusta. Es absolutamente arcaico, Alessandro. La gente no hace eso, o al menos no en los círculos en los que yo me muevo.

La miró con expresión inescrutable.

–Quiero que seas mi amante y no me importa pagarte para que te quedes conmigo.

–¿Por… por cuánto tiempo? –susurró.

El pulgar le acarició el labio inferior.

–¿Cuánto tiempo te gustaría quedarte en Milán? –le preguntó.

El corazón comenzó a latirle de forma irregular.

–¿Cuánto tiempo quieres tú que me quede? –musitó.

Le besó la comisura de la boca.

–Como me siento ahora mismo, quiero que te quedes mucho tiempo… mucho, mucho tiempo.

Scarlett soltó el aliento contenido en un suspiro de alivio. Había anhelado que le dijera que la amaba, pero casi era igual de bueno saber que deseaba que se quedara de manera indefinida.

–Alessandro… –se puso de puntillas y lo besó en la boca–. Te amo. No pensé que fuera posible amar a alguien tanto y tan pronto, pero así es –lo miró embelesada–. Me encanta estar contigo. Es lo que más me gusta en el mundo.

Él volvió a sonreír.

–Lo sé y a mí también me encanta estar contigo. Y ahora, tesoro mío, cuéntame lo que tanto anhelabas decirme cuando entré. Soy todo oídos.

Respiró hondo y anunció sin rodeos:

–Alessandro, estoy embarazada.

La soltó tan bruscamente que trastabilló y sólo logró recobrar el equilibrio porque pudo apoyarse en una valiosa estatua de mármol que tenía al lado.

La expresión de él irradiaba furia y sus ojos eran dos lanzas de hielo.

–Vio slut ripugnante! –espetó con veneno–. Vio whore ripugnante!

Los ojos de Scarlett se desencajaron por el estupor; llevaba en Italia el tiempo suficiente como para reconocer un juramento salvaje cuando oía uno. Aunque había esperado que se sorprendiera, y quizá que se enfadara un poco, que le lanzara semejantes improperios era tan inesperado que se quedó muda, sin poder defenderse.

–Has intentado engañarme para que te pidiera en matrimonio –continuó él con el mismo tono frío y duro–. No sólo querías mi dinero a cambio de una pequeña aventura… lo querías todo, ¿verdad?

–Alessandro… –se ahogó con un sollozo–. ¿Por qué te comportas de esta manera? Creía que me querías. Yo… –reculó cuando él plantó un dedo entre el espacio que los separaba.

–Siete una frode affamata dei soldi deceitful –bramó.

Tragó saliva.

–No estoy segura de lo que dices. Por favor, ¿puedes hablar en inglés?

Se acercó más y cerró la mano en su muñeca.

–Eres una mentirosa y una estafadora hambrienta de dinero –tradujo con saña–. Eres una sucia ramera, una repugnante prostituta.

Scarlett quiso soltarse de sus férreos dedos.

–Para, Alessandro, por favor, me haces daño.

Le apartó el brazo y la miró airado.

–He de reconocer que eres buena.

–No digas cosas así, Alessandro –pidió con el corazón herido–. Sabes que yo no soy así.

La risa carente de humor que soltó él tuvo un deje de crueldad.

–Te abriste de piernas a los tres días de conocerme, pero ahora, por supuesto, sé por qué lo hiciste. Buscabas un padre para tu hijo ilegítimo. Vosotras, las turistas, sois todas iguales, os acostáis con el primero que aparece por simple diversión. Esta vez te pillaste los dedos y tenías que encontrar un padre a toda velocidad. ¿Quién mejor que yo, un caballero vestido de Armani?

Scarlett apenas podía creer lo que oía. El encono que había en su tono le resultaba desconocido. Jamás lo había visto perder los estribos; no estaba segura de cómo encararlo, ni siquiera de cómo defenderse. La asustaba que el hombre al que le había entregado el corazón y el alma de pronto se convirtiera en una persona completamente diferente.

–Recoge tus cosas y sal de mi casa –espetó–. Te doy diez minutos para hacerlo.

El pánico le tornó borrosa la visión y le resecó la boca, pero luchó con valentía contra esas sensaciones mientras intentaba entender lo que estaba pasando.

Respiró hondo varias veces para serenarse.

–No tiene sentido lo que dices, Alessandro –dijo con voz baja y suave–. Sabes que no. Cariño, ¿qué te sucede?

La miró con llamas en los ojos e instintivamente ella retrocedió un paso.

–Es imposible que dentro lleves a mi hijo –afirmó.

–Claro que es tuyo, Alessandro. No te entiendo.

–¡Mientes! –gritó.

Scarlett se afanaba por no llorar.

–No miento. Sólo tuve un amante antes que tú, y eso fue más de un año antes de conocerte. ¿Cómo es posible que dudes de mí?

–Llevas semanas viajando con ese tal Kirby, pero lo hiciste a un lado en cuanto me conociste, sin duda porque ya empezaba a quedarse sin fondos –especuló él.

–¡Eso no es verdad! Jamás me he acostado con Dylan. A él y a los otros les dije que se marcharan sin mí porque quería pasar más tiempo contigo.

–Una decisión muy inteligente para ganarte mis favores, ¿verdad?

A ella se le fue el alma al suelo.

–No… no. No es verdad. ¿Cómo puedes decir eso?

–Puedo decirlo porque es verdad. Intentaste engañarme para pagar por tu hijo bastardo, pero hay algo con lo que no contaste acerca de mí.

–Alessandro, lo que dices no tiene sentido. Hemos hecho el amor cientos de veces, muchas de ellas sin protección. Me Puse a tomar la píldora tarde. Pensé que sería seguro, pero es evidente que no lo fue.

–El embarazo no planeado es una manera hábil de obligar a un hombre a casarse, pero en la actualidad resulta demasiado fácil demostrar la paternidad.

–Me haré una prueba para demostrarlo –indicó ella con creciente desesperación–. Entonces tendrás que creerme.

La miró de arriba abajo.

–Tengo todas las pruebas que necesito. Y ahora lárgate de mi vida.

Lo miró atónita.

–No hablarás en serio al echarme a la calle a estas horas de la noche, ¿verdad?

La cara de él estaba tallada en roca.

–Es donde perteneces, ¿no?

Scarlett abrió la boca para protestar, pero él ya se había vuelto para llamar a un empleado de la casa, dando la orden tajante de que se guardaran todas las cosas de la signorina Fitzgerald de inmediato y se bajaran a la puerta.

En cuanto el criado se marchó, Alessandro volvió a mirarla con desprecio.

–He de felicitarte por tu ingenio. Me han perseguido muchas mujeres, pero ninguna ha estado tan cerca de que la invitara a vivir conmigo, aunque temporalmente.

Una burbuja de furia dentro de Scarlett encontró su camino a la superficie.

–Sólo fui una distracción momentánea para ti, ¿no es cierto? –dijo–. Únicamente te interesaba una aventura de verano, y para tu propia comodidad me pediste que me viniera aquí contigo. Jamás ibas a hacer que las cosas fueran permanentes entre nosotros.

–La permanencia es algo que jamás he buscado ni buscaré en mis relaciones. Valoro demasiado mi libertad.

El corazón se le hundió cuando el criado bajó por la enorme escalera portando su mochila.

Alessandro exhibió una mueca desdeñosa y abrió la puerta principal.

–Adiós, Scarlett.

Recogió la mochila y se la pasó torpemente por el hombro, los ojos anegados por las lágrimas.

–Algún día vas a lamentar esto –dijo con voz quebrada–. Sé que lo harás. Te odiarás por no creerme.

–Lo único que lamentaré es dejar que me engañaras y me hicieras pensar que no eras como otras mujeres socialmente trepadoras –replicó–. Y ahora, lárgate antes de que haga que te echen.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

TUVO que alejarse del pasado cuando Alessandro avanzó hacia ella al tiempo que cerraba el teléfono móvil.

–Lamento la interrupción. Uno de mis proyectos en Positano me ha estado dando algunos problemas. Permite que te muestre el lugar para que puedas hacerte una idea.

Caminó con él hacia las escaleras.

–Me gustaría que el vestíbulo y la recepción fueran como una declaración de principios –indicó él mientras subían los escalones–. Mucho mármol… italiano, desde luego.

–Desde luego –confirmó ella, e intentó no reaccionar cuando el brazo de él le rozó el suyo mientras subían a la primera planta y miraban abajo.

La sorprendió que un contacto tan simple pudiera afectarla tanto. Después de lo que le había hecho, había creído que ya era inmune a él. Lo había odiado durante mucho tiempo por los avances que realizaba su hijo y que Alessandro, por arrogancia, jamás vería.

Había pensado en llevar el caso a los tribunales, insistiendo en que se realizara una prueba de paternidad para limpiar su nombre, pero la habían asustado las consecuencias. ¿Y si Alessandro terminaba por ser como su propio padre, que siempre había dejado claro que jamás había querido una segunda hija? Las palabras crueles que le había dedicado durante su infancia la habían acompañado hasta su vida adulta. Siempre había vivido con el estigma de saberse no querida. No podía tolerar que su pequeño sufriera lo mismo.

Se pasó la lengua por el paisaje árido de sus labios, sintiéndose terriblemente expuesta.

Lo tenía tan cerca que podía oír cómo respiraba. Bastaría con dar medio paso para que su cuerpo entrara en contacto con él, desde el torso hasta los muslos. Respiró hondo cuando posó la mano en su mejilla, algo tan parecido a una caricia que hizo que todo el cuerpo le vibrara.

–No –susurró con voz ronca–. Por favor…

Movió el dedo pulgar hasta posarlo en su labio inferior, con una lentitud increíblemente sensual.

–He estado pensando en lo bien que nos compenetrábamos hace cuatro años. ¿Lo recuerdas? –preguntó despacio.

«¿Cómo olvidarlo?», se dijo. Su cuerpo aún reverberaba con los ecos de la pasión que él había despertado. Podía sentirla palpitar en ese mismo momento mientras la sangre le recorría las venas.

–No –afirmó–. No lo recuerdo.

–¿No lo recuerdas o no quieres que te lo recuerde? –quiso saber con una media sonrisa.

–Estoy aquí por trabajo, Alessandro –afirmó con la rotundidad que pudo–. Nada más.

La miró un momento interminable antes de dar un paso atrás y recoger un documento que había en una mesa próxima.

–Espero que hayas tenido tiempo de leer el contrato que te entregué.

–Sí.

Él abrió la carpeta y se lo entregó.

–Está marcado donde tienes que firmar –indicó–. Tómate tu tiempo.

Hojeó el contrato mientras se mordía el labio inferior. Eran las mismas palabras con las que se había debatido en los últimos días. Podría pagar todas sus deudas y apartar dinero suficiente para la educación de Matthew hasta terminar el instituto. Incluso había suficiente para contratar a una niñera a tiempo parcial y quitarle la tensión de estar en una guardería durante tantas horas mientras ella trabajaba.

–Te daré carta blanca con el presupuesto –la voz de Alessandro atravesó el silencio–. Quiero lo mejor que el dinero pueda comprar.

Alzó la vista del documento y lo miró.

–¿Por qué yo? ¿Por qué me eliges a mí para un proyecto tan grande?

–Tienes fama de ser una de las mejores –respondió–. Y mi costumbre es contentarme sólo con lo mejor.

–No es lo que me transmitiste hace cuatro años. En aquella época, yo era lo más bajo que podía existir.

–Pero desde entonces has hecho algo con tu vida, ¿no? –expuso–. Sin duda te hice un favor obligándote a asumir la responsabilidad de tus actos.

–¿Un favor? –espetó–. ¿Te haces una idea de lo que ha sido la vida para mí en los últimos cuatro años?

–Eso no es mi culpa ni asunto mío –se inclinó para recoger la carpeta que ella había dejado caer. Se la colocó bajo el brazo y la miró–. Estoy dispuesto a pagarte bien por el trabajo que me vas a hacer, pero si albergas dudas, bien puedo recurrir a alguien de la competencia. Hay varios entre los que elegir.

El corazón le dio un vuelco ante la idea de que otro estudio dispusiera de la oportunidad de lograr el milagro con ese edificio. Era como había dicho Roxanne, una oportunidad en la vida, y algo con lo que las dos habían soñado desde que se convirtieran en diseñadoras de interiores.

–¿Quieres el trabajo o no? –preguntó él al rato.

Alargó la mano hacia la carpeta.

–Lo aceptaré –repuso, esperando no llegar a lamentarlo.

Él abrió la carpeta sin quitarle los ojos de encima y le entregó la pluma estilográfica.

Scarlett apoyó los documentos en la mesa próxima, inclinó la cabeza y firmó todas las secciones relevantes.

Al terminar se irguió y se los devolvió.

–Ya está –afirmó–. Todo firmado.

–Ahora lo único que tienes que hacer es cumplir tu promesa –comentó él con otra sonrisa enigmática.

–Mmm… sí –apartó la vista de esos ojos intensos.

Él volvió a penetrar en su espacio personal y le alzó la barbilla con dos dedos largos y fuertes.

–Cuatro años es mucho tiempo, ¿verdad, Scarlett?

Sintió la atracción magnética de su cuerpo y el calor que irradiaba, recordándole la intimidad que habían compartido en el pasado.

–Sí –susurró a pesar de su intento de sonar emocionalmente distante–. Sí, lo es…

–Demasiado –dijo, colocando las manos en las caderas de ella y acercándole el cuerpo para que entrara en contacto con el suyo–. Nunca he sentido algo así con nadie salvo contigo. He tenido numerosas amantes, pero nadie puede excitarme como lo haces tú. Lo haces ahora… el modo en que te mordisqueas el labio inferior me vuelve loco.

Scarlett se soltó el labio y tragó saliva nerviosa mientras intentaba apartarse.

–Por favor, suéltame.

Él sonrió mientras las manos le apretaban sutilmente las caderas.

–No te haces idea de lo mucho que deseo besarte ahora mismo, de sentir tus labios respondiendo a los míos como solían hacerlo en el pasado.

Contuvo el aliento cuando la cabeza de él bajó y el primer contacto de su boca hizo que el cuerpo de ella cobrara una vida súbita y palpitante. Los pechos sintieron la presión de su torso y los muslos la fuerza plena de su erección mientras la sondeaba en esa devastadora intimidad.

Era como volver a casa tras una larga ausencia.

Todo encajaba tan bien.

El contacto de las manos al bajar a su trasero y pegarla más a él, la embestida de la lengua en la humedad de su boca, el modo en que gruñó de placer, hicieron que pareciera que los últimos cuatro años no hubieran existido.

El calor de su cuerpo la encendió casi hasta el punto de ebullición, convirtiéndole en líquido el núcleo interior.

La lengua jugó con la suya hasta que logró que se aferrara a él sin reserva. Le devolvió el beso mientras le rodeaba el cuello con los brazos para mantenerlo cerca.

Él ladeó la cabeza y profundizó el beso mientras con una mano le acariciaba un pecho.

Scarlett quiso más que esa tentación y tortura.

Quería sentir la extensión y el poderío de Alessandro en su mano, sentir cómo se tensaba de placer antes de estallar en plena liberación.

Él se retiró en el instante en que las manos de ella tocaban indecisas la cintura de sus pantalones.

–Aquí no, Scarlett –dijo–. Estamos a plena vista de los obreros. ¿Por qué no vamos a mi casa y acabamos esto de forma apropiada, eh?

El distanciamiento clínico de su voz fue todo lo que necesitó para que el cerebro volviera a funcionarle.

–No lo creo, Alessandro –dijo, retrocediendo también, disgustada consigo misma por la falta de autocontrol–. Te he dicho en numerosas ocasiones que no me interesa revisitar el pasado contigo.

Él sonrió con sarcasmo.

–No acabas de darme esa impresión al besarme. ¿Qué diría tu actual amante si te viera acariciarme de manera tan lasciva?

Se sintió avergonzada. No tenía excusa para su conducta. Ni siquiera ella entendía por qué se había comportado así cuando lo odiaba con tanta intensidad.

Lo odiaba por negar la existencia de su hijo.

Lo odiaba por regresar a su vida justo cuando creía que había logrado dejar atrás el rechazo.

–Yo misma me siento muy avergonzada de mi conducta –dijo–. Debería haber sabido que esto no funcionaría.

–¿Reniegas del trato?

Frunció el ceño al ver el destello acerado en sus ojos.

–No sé qué pretendes. Te dije que esto iba a ser algo estrictamente laboral. No puedo hacerlo de ninguna otra manera.

–Si no quieres llevar a cabo tu compromiso, tendrás que pagar la penalización de ruptura de contrato –expuso–. Figura en una de las cláusulas que acabas de firmar –abrió el documento y le mostró la frase justo encima de la sección en la que aparecía su firma definitiva–. ¿Quieres que te lo lea?

–No –respondió con los labios apretados, tratando de no leer las palabras allí impresas. Prácticamente acababa de entregar legalmente su negocio y su vida. Debería pagar un precio muy alto para desvincularse del negocio. Empezaba a entender por qué sólo la había querido a ella. Sin duda haría que le fuera imposible trabajar con él, sin dejarle otra opción que la renuncia. Iba a arruinarla. Lo miró con ojos centelleantes–. Supongo que lo has hecho adrede, ¿verdad?

La expresión de él permaneció inescrutable como siempre.

–Si pretendes dar a entender que te he obligado a trabajar para mí, creo que necesitas examinar la redacción del contrato con más detenimiento –indicó–. Los términos y condiciones están bien claros, y te brindé tiempo más que suficiente para leerlos.

–Puedo ver cómo va a ir esto. Quieres continuar donde lo dejamos hace cuatro años, y el único modo de lograrlo era involucrarme en un proyecto que me arruinaría si lo abandonaba. ¿No es eso llevar la venganza demasiado lejos?