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El genio de Edgard Allan Poe moldea la siniestra premisa del entierro antes de la muerte para construir un relato perfecto, claustrofóbico, intrigante. El asfixiante desamparo de un hombre que sabe que corre el peligro de ser enterrado vivo permite un ingenioso ejercicio de tensión sostenida que haría que el mismo Hitchcock se removiera en su tumba. Como broche de oro, una advertencia extraordinaria que indica que cada uno es artesano de un infierno propio a su medida.
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Seitenzahl: 26
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Hay ciertos temas que producen un interés absorbente, pero son demasiado horribles para el propósito de la ficción. El mero romántico debe evitarlos si no desea ofender o desagradar. Se manejan con propiedad cuando lo severo y lo majestuoso de la verdad los santifican y los sostienen. Nos estremecemos, por ejemplo, con el más intenso de los “placenteros dolores “ ante los relatos del paso del Berézina, del terremoto de Lisboa, de la peste de Londres, de la matanza de San Bartolomé, o de la asfixia de los ciento veintitrés prisioneros en el Pozo Negro de Calcuta. Pero en estos relatos el hecho, la realidad, la historia, conmocionan. Como ficciones nos provocarían simple aversión.
He mencionado algunas de las más destacadas y augustas calamidades, pero en ellas es el alcance, tanto como el carácter de la calamidad, lo que tan vívidamente impresiona la imaginación. No necesito recordar al lector que, del largo y extraño catálogo de miserias humanas, podría haber seleccionado muchos ejemplos individuales con más sufrimiento que cualquiera de estos vastos desastres generales. La verdadera desgracia, el último dolor, es particular, no difuso. ¡Que los espantosos extremos de la agonía sean soportados por el hombre individual y no por el hombre en masa debe agradecerse a Dios misericordioso!
Ser enterrado vivo es sin lugar a dudas el más terrible de los extremos que jamás haya caído en suerte al simple mortal. Que ha sucedido con frecuencia, con mucha frecuencia, nadie en su sano juicio puede negarlo. Los límites que dividen la Vida de la Muerte son, en el mejor de los casos, difusos y vagos. ¿Quién puede decir dónde termina una y dónde empieza la otra? Sabemos que hay enfermedades en las cuales se produce una cesación total de las funciones aparentes de la vida, y, sin embargo, esa cesación no es más que una mera suspensión propiamente dicha. Son sólo pausas temporales en el incomprensible mecanismo. Transcurrido cierto periodo, algún principio misterioso vuelve a poner en movimiento los mágicos piñones y las ruedas. La cuerda de plata no se soltó para siempre, ni se rompió irreparablemente el vaso de oro. Pero, ¿dónde estaba mientras tanto el alma?
Sin embargo, aparte de la conclusión inevitable a priori de que tales causas deben producir tales efectos, de que los bien conocidos casos de vida en suspenso deben dar lugar, de vez en cuando, a prematuros entierros; dejando de lado esta consideración, tenemos el testimonio directo de la experiencia médica y vulgar para probar que realmente se llevan a cabo un gran número de entierros prematuros. Podría referirme de inmediato, si fuera necesario, a cien ejemplos bien probados. Uno de características muy notables, y cuyas circunstancias quizá estén frescas todavía en la memoria de algunos de mis lectores, ocurrió hace no mucho en la vecina ciudad de Baltimore, donde provocó una penosa, intensa y muy extendida conmoción.