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Con este relato, Poe no sólo influenció a todos los escritores posteriores a él, sino que creó y nutrió uno de los géneros literarios más difundidos del mundo. Dupin, protagonista de "La carta robada", es considerado el primer detective de ficción de la literatura, mientras que el narrador anónimo del cuento, forma con él un equipo que luego sería replicado (Holmes y Watson) miles de veces a lo largo de la historia. La razón y la no razón, allí está la clave de este extraordinario relato, que interpela al lector gracias a un mecanismo perfecto de relojería.
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Seitenzahl: 34
Veröffentlichungsjahr: 2019
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Inhalt
La Carta Robada
La Carta Robada
Nil sapientiae odiosius acumine nimio. (Séneca)
Nada es a la inteligencia odioso como la astucia extrema. (Séneca)
En París, justo después de una tarde oscura y lluviosa en el otoño de 18… yo disfrutaba el lujo doble de la meditación y de una pipa de espuma de mar, en compañía de mi amigo C. Auguste Dupin, en su pequeña biblioteca trasera o gabinete de libros, en el tercer piso de la calle Dunôt, en el suburbio St Germain. Al menos durante una hora habíamos mantenido un profundo silencio; un observador casual habría supuesto que nos ocupábamos exclusiva y atentamente de los remolinos de humo que llenaban la atmósfera de la recámara. Por mi parte, debatía mentalmente ciertos tópicos sobre los que habíamos conversado más temprano aquella tarde; me refiero al asunto de la calle Morgue, y al misterio del asesinato de Marie Rogêt. Por lo tanto, consideré una coincidencia cuando la puerta de nuestro departamento se abrió y permitió la entrada de nuestro antiguo conocido, Monsieur G., el prefecto de la policía de París. Lo saludamos cordialmente; aquel hombre era tan divertido como despreciable, pero no lo habíamos visto en muchos años. Habíamos estado sentados en la oscuridad, y ahora Dupin se levantó con el propósito de encender una lámpara, pero se sentó nuevamente, sin hacerlo, cuando G. dijo que había venido a consultarnos, o mejor dicho a pedir la opinión de mi amigo, sobre un asunto oficial que provocaba muchos problemas.
—Si es cualquier caso que requiera reflexión —observó Dupin, cuando se abstuvo de encender la mecha—, lo examinaremos mejor en la oscuridad.
—Esa es otra de sus singulares ideas —dijo el prefecto, quien tenía la particularidad de llamar “singular” a todo aquello que estuviera más allá de su comprensión, y de este modo vivía en medio de una legión absoluta de singularidades.
—Muy cierto —dijo Dupin, mientras le ofrecía una pipa al visitante y le acercaba una silla confortable.
—¿Y cuál es la dificultad ahora? —pregunté—. Espero que no sea otro asesinato.
—Oh, no. Nada de eso. El hecho, el asunto es verdaderamente muy simple, y no tengo dudas de que podemos manejarlo nosotros mismos suficientemente bien; pero pensé que a Dupin le gustaría escuchar los detalles, porque es excesivamente singular.
—Simple y singular —dijo Dupin.
—Sí, pero hemos estado bastante enredados porque el asunto es tan pero tan simple, y aun así nos desconcierta totalmente.
—Quizás sea la gran simplicidad de la cosa lo que los deja perplejos —dijo mi amigo.
—¿Qué locura dice? —replicó el prefecto, riéndose cordialmente.
—Quizás el misterio sea un poco demasiado simple —dijo Dupin.
—¡Oh, santo cielo! ¿Quién ha escuchado jamás semejante idea?
—Un poco demasiado evidente.
—¡Ja, ja, ja! —rugió nuestro visitante, profundamente divertido—. ¡Oh, Dupin, usted me hace morir de risa!
—Y, después de todo, ¿cuál es el asunto? —pregunté.
—Se los diré —replicó el prefecto, mientras daba una larga bocanada, formal y contemplativa y se instalaba en una silla—. Se los diré en pocas palabras; pero, antes, permítanme prevenirlos ya que éste es un asunto que requiere la mayor discreción, si se supiera que lo confié a alguien, probablemente perdería mi puesto.
—Prosiga —dije.
—O no —dijo Dupin.
—Pues, bien; he recibido información personal, de alguien que ocupa un altísimo puesto: cierto documento de extrema importancia ha sido robado de las habitaciones reales. Se sabe quién lo robó; esto más allá de toda duda; porque fue visto tomándolo. Se sabe, también, que todavía lo tiene en su poder.
—¿Cómo se sabe? —preguntó Dupin.
—Se infiere claramente —replicó el prefecto— por la naturaleza del documento, y porque no se dieron ciertas cosas que hubieran ocurrido de su tránsito más allá del ladrón; es decir, de su empleo con el fin que él debe calcular.
—Sea un poco más explícito —dije.
—Bueno, puedo arriesgarme diciendo que el papel da a su poseedor un cierto poder en cierta región donde tal poder es inmensamente valorado.
Al prefecto le encantaba la jerga de la diplomacia.
—Todavía no comprendo completamente —dijo Dupin.