El escándalo del jeque - Lucy Monroe - E-Book

El escándalo del jeque E-Book

Lucy Monroe

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Beschreibung

¡Bienvenidos al hotel Chatsfield de Londres! El jeque Sayed de Zeena Sahra y su harén llegaron a Londres y se alojaron en el exclusivo hotel Chatsfield de la capital. Era la última parada de su gira por todo el mundo antes de su boda. Pero, después de que su compromiso se rompiera bruscamente, Sayed ya no tenía motivos para no fijarse en una atractiva empleada del hotel que ya había conseguido atraer su atención. Liyah Amari solo había aceptado ese puesto de trabajo para descubrir la verdad sobre su padre biológico. Pero su búsqueda había terminado de la manera más dolorosa, dejándola completamente vulnerable ante el deseo del poderoso jeque. Para colmo de males, su única noche de pasión podía llegar a tener consecuencias escandalosas para el orgulloso Sayed.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Harlequin Books S.A.

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

El escándalo del jeque, n.º 100 - enero 2015

Título original: Sheikh’s Scandal

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6100-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Publicidad

Capítulo 1

 

Aunque no era fácil impresionarla, Liyah Amari no pudo evitar detenerse y abrir la boca asombrada cuando entró en el Chatsfield de Londres por primera vez. Era el buque insignia del imperio hotelero de la familia Chatsfield, el alojamiento preferido por la élite de Europa.

El hotel que tenían en San Francisco, donde su madre había trabajado toda su vida, era muy bonito, pero no se podía comparar con la opulencia de ese hotel. Desde el portero de librea a la grandeza de un vestíbulo que parecía un gran salón de baile, se sentía como si hubiera vuelto al pasado y estuviera en un lujoso palacio de otra época.

El elegante entorno contrastaba con el aire de frenesí y anticipación que lo llenaba todo. Vio a una doncella cruzando el vestíbulo corriendo y supuso que no era algo común. Otra mujer pulía la barandilla de madera de la gran escalera.

Le pareció que había una especie de improvisada reunión frente al mostrador de recepción. El personal estaba muy ocupado con el teléfono o el ordenador mientras ayudaban a registrarse a una pareja de ancianos muy elegantes y bien parecidos.

—Bienvenidos al Chatsfield de Londres, señor y señora Michaels. Aquí está la llave de su habitación —les dijo uno de los recepcionistas mientras les entregaba una bolsa—. Y este es su obsequio de bienvenida. Esperamos que disfruten de su estancia.

Estaban demasiado ocupados para prestar atención a las personas que entraban en el hotel. Vio tras el mostrador de recepción una hilera de fotografías del personal del Chatsfield de Londres. Se le encogió el corazón al ver el retrato de Lucilla Chatsfield, era como si estuviera mirándola a ella.

Era una Chatsfield y esperaba poder llegar a conocerla. Pero Lucilla ocupaba un puesto demasiado importante y no creía que fuera a ser fácil que se encontraran.

Un ruido atrajo su atención, un empleado de mantenimiento estaba cambiando una bombilla de la gran araña que iluminaba con elegancia el vestíbulo. Las paredes estaban pintadas en un tono azafrán muy elegante que contrastaba con las molduras beige y las esbeltas columnas. Todo a su alrededor emanaba buen gusto y elegancia.

Cruzó sin hacer apenas ruido el vestíbulo y fue directamente al ascensor, pero un hombre se interpuso en su camino.

—¿Puedo ayudarla en algo?

Le habló con educación, pero no se le había pasado por alto que ella no debía de alojarse allí.

—Tengo una entrevista con la señora Miller.

Como solía hacer siempre, había llegado con quince minutos de antelación a la reunión que iba a tener con la jefa de los servicios de limpieza.

—¡Ah! Supongo que es la doncella que viene de Zeena Sahra —repuso el hombre.

No, en realidad, esa había sido su madre.

—Bueno, estoy muy familiarizada con la cultura de ese país, pero nací en Estados Unidos.

La habían contratado como supervisora de las limpiadoras de la planta presidencial, la que estaba justo debajo de las suites más lujosas, las del ático del hotel. Iba a encargarse de que funcionaran bien los servicios de hospitalidad, mantenimiento y limpieza y para llevar a cabo esas tareas iba a tener que trabajar y coordinarse con el equipo de recepción del hotel, todo con el fin de aumentar la satisfacción del cliente. Su trabajo iba a ser mucho más satisfactorio que el que su madre había tenido durante casi tres décadas, algo de lo que habría estado muy orgullosa Hena.

—Entiendo —repuso el hombre mientras se giraba y comenzaba a caminar—. El ascensor está aquí, la acompaño para introducir su clave de acceso y que pueda acceder al sótano.

—Gracias.

Aún faltaban unos minutos para la hora acordada cuando Liyah llamó a la puerta de la jefa de los servicios de limpieza.

—Pase —repuso alguien desde el interior.

La señora Miller era una mujer alta, delgada y llevaba un traje parecido al de Liyah, pero aún más conservador y serio. Su blusa blanca estaba almidonada y abotonada hasta el cuello.

—Encantada, señorita Amari. Espero que esté preparada para empezar a trabajar de inmediato.

—Sí, por supuesto.

—Estupendo. Su planta ha sido reservada para el harén del jeque —le dijo con algo de desdén.

—¿Cómo? ¿Se va a alojar aquí un jeque de Zeena Sahra?

En realidad, lo que le sorprendía era que necesitara una planta entera para su harén. Al saberlo, no le extrañó que hubieran querido transferir a su madre desde San Francisco.

—Así es. El jeque Bin Falah se alojará aquí durante un total de dos semanas. Su prometida lo acompañará durante la segunda semana.

Liyah trató de esconder su sorpresa.

—Se trata del jeque Al Zeena o Bin Falah al Zeena, se podría ofender si alguien se refiere a él como el jeque Bin Falah.

No sabía si era buena idea corregir a su nueva jefa, pero daba por sentado que había sido contratada precisamente por su conocimiento de ese tipo de cosas. Por fin entendía que necesitaran a alguien con su experiencia. No se trataba de un jeque sin más, sino que era el príncipe heredero de Zeena Sahra el que iba a alojarse en el Chatsfield de Londres.

Era uno de los hombres más atractivos que había visto nunca y no le habría extrañado que se convirtiera en una especie de donjuán, pero tenía la reputación de ser un hombre serio y cabal y de estar completamente centrado en sus funciones como emir de Zeena Sahra.

—De acuerdo, tomaré nota —le dijo la señora Miller—. ¿Es aceptable llamarlo «Su Alteza»?

—Sí, pero he leído que prefiere el título de emir.

—¿Y cómo es que nadie nos había informado de ello? —le preguntó indignada—. Todo lo relacionado con esta visita es importante. Hay que cuidar cada detalle.

—Me esforzaré al máximo para que así sea.

—Estupendo. Además de las tareas de su puesto, durante la visita del jeque se encargará de supervisar el trabajo de las limpiadoras en las habitaciones del jeque y de sus guardaespaldas.

Se sentía como si la estuviera empujando directamente a lo más hondo de la piscina. Pero no le importó, se le daban bien los retos.

Se alegró de haber obtenido una diplomatura en gestión hotelera, era algo que la había preparado para ese tipo de trabajo. Y tampoco le había venido nada mal el haber trabajado cada verano limpiando habitaciones en el Chatsfield de San Francisco. Lo había hecho durante sus años en el instituto y en la universidad. Su madre siempre se había opuesto a que su hija trabajara en el Chatsfield y por fin sabía por qué.

Pasó el primer día dando algo de orientación a los empleados sobre Zeena Sahra. Cuando terminó, volvió agotada al estudio que acababa de alquilar.

Era mucho más pequeño que el piso que había compartido en San Francisco con su madre. Pero no le había importado nada salir de allí cuando consiguió ese puesto de trabajo. Había sido una maravillosa coincidencia, una oportunidad de hacer lo que su madre le había pedido en sus últimas voluntades. Y ese nuevo puesto le había permitido poder trasladarse haciendo uso únicamente de una pequeña porción del dinero que había obtenido del seguro de vida de su madre. Esa compensación había sido tan bien recibida como inesperada, una de las muchas sorpresas que había tenido tras la muerte de su madre.

El hotel de Londres había contactado con la jefa del servicio de limpieza del hotel de San Francisco, Stephanie Carter, con la esperanza de ofrecerle el puesto de trabajo a Hena Amari. Necesitaban alguien que conociera bien el país natal de su madre.

Pero, como su madre había fallecido, Stephanie les sugirió que se pusieran en contacto con Liyah. Por su educación y experiencia, había sido la candidata perfecta para ese puesto.

Y no dejaba de resultarle irónico que ese trabajo en el hotel fuera a permitirle cumplir el último deseo de Hena. No le dolía todo lo que su madre le había ocultado, pero había tenido que controlar al máximo sus emociones para aceptar todo lo que había ido descubriendo.

Lo que más le había impresionado había sido saber que el extremadamente rico hotelero inglés Gene Chatsfield era su padre biológico.

Después de años sabiendo de las hazañas de sus hijos por la prensa del corazón, le costaba creer que pudiera estar relacionada con ellos. No le parecía que pudiera tener nada en común con los famosos y malcriados hijos de Chatsfield. Tenía curiosidad por descubrir cómo era ese hombre, capaz de darles a sus hijos tantos caprichos mientras que a Hena le había enviado una cantidad más bien pobre para hacer frente a los gastos de su hija.

Al parecer, Gene había tenido numerosas aventuras con empleadas de la limpieza del hotel, pero esas historias nunca habían llegado a la prensa. Sabía que su madre no había sabido nada sobre esas otras aventuras cuando se acostó con él. Y no descubrió que estaba embarazada hasta después de que el empresario hotelero se fuera de San Francisco. Eso le contaba en la carta.

Nunca le había dicho a nadie quién era el padre de Liyah. Le había avergonzado saber que había estado con un hombre casado. Aun así, Hena le había pedido en la carta que lo perdonara.

Su madre le decía en esa misiva que Gene Chatsfield no era mala persona y llegaba incluso a excusarlo diciéndole que se había dejado llevar por la tentación en un momento muy duro de su vida. Su madre le había pedido a Liyah que fuera a Londres y hablara cara a cara con su padre.

Liyah respetaba la última voluntad de su madre, pero estaba contenta de tener la oportunidad de observar desde la distancia a ese hombre y dejar que pensara que era solo una empleada, no la hija a la que nunca había querido reconocer.

 

Liyah se quedó inmóvil y medio escondida entre las sombras de un extremo del vestíbulo. Ya llevaba en Londres dos semanas, pero aún no había conseguido ver a su padre.

Se rumoreaba que el jeque Sayed bin Falah al Zeena llegaba ese día y Liyah estaba segura de que su padre bajaría a recibir personalmente a tan importante invitado.

Le había quedado muy claro durante esos días la importancia que tenía para el hotel la estancia del jeque y sabía que sería aún más importante para el propietario del Chatsfield. Se había enterado de que Gene Chatsfield residía en el Chatsfield de Nueva York y que había dejado al nuevo director ejecutivo, Christos Giatrakos, a cargo del hotel en Londres. Pero se había trasladado temporalmente a Londres para supervisar la visita del emir.

Y sabiendo lo importante que era para su padre, estaba esforzándose especialmente en su trabajo. Cuando por fin le dijera a Gene quién era, no quería que pudiera echarle nada en cara.

Su planta estaba perfecta. Todas las habitaciones estaban listas y habían añadido esa mañana cestas con frutas y jarrones con jazmines. Se había encargado de que colocaran un biombo junto al ascensor de su planta para bloquear las habitaciones del harén de las miradas de los curiosos.

También había supervisado la suite del jeque para asegurarse de que no hubiera allí nada que pudiera ofenderlo durante su estancia.

Dejó de pensar en los preparativos cuando vio a un hombre mayor cruzando con gran seguridad el vestíbulo. Se notaba que era el dueño por la manera en la que miraba a su alrededor. Vio que inclinaba la cabeza con un gesto regio cuando sus empleados lo saludaban. Era su padre.

Tenía el pelo canoso, ojos claros y brillantes. Era alto, pero ya empezaba a encorvarse ligeramente. Llevaba un traje hecho a medida y zapatos artesanales. Tenía el aspecto de un hombre que podría permitirse el lujo de alojarse en ese hotel.

Vio que iba hasta el mostrador y le decía algo al jefe de recepción. Se quedó sin aliento al verle sonreír. Había visto esa misma sonrisa en el espejo cada día. Los labios de ese hombre eran más delgados, pero esa amplia sonrisa y esa barbilla algo puntiaguda… Le resultaban tan familiares que no pudo evitar que el corazón le diera un vuelco.

Tenía los ojos azules y los de ella eran verdes, pero la forma era la misma.

Liyah había heredado de su madre un tono de piel dorado. También su rostro ovalado, una nariz pequeña, el pelo negro como el de Hena y escasa estatura. Bastaba con verlas juntas para que todos vieran que eran madre e hija. Nunca se le había pasado por la cabeza que pudiera compartir algunos rasgos físicos con su padre.

El parecido no era obvio, pero esa sonrisa se lo dejó muy claro. Ese hombre era su padre.

Sintió que le temblaban las rodillas, le costaba creer que estuviera viéndolo por primera vez. Nunca había sabido quién era ni que había estado mandándole algo de dinero a su madre para ayudarla. Liyah solo había sido consciente del rechazo de la familia Amari hacia Hena y hacia ella. Había crecido sabiendo que su madre era toda la familia que tenía. Los Amari no habían querido saber nada de ella cuando se quedó embarazada sin estar casada.

Y, desde la muerte de su madre, estaba sola. Por eso había decidido ir hasta allí, para cumplir el deseo de su madre y con la esperanza de llegar a tener una relación con su padre y no estar sola, aunque pensaba que quizás Gene Chatsfield no quisiera hacerlo público.

Vio que el rostro de su padre cambiaba de repente, su sonrisa y su postura eran más tensas.

Liyah siguió la mirada de su padre y, por segunda vez en pocos minutos, le volvieron a temblar las rodillas.

Entraba en ese momento en el hotel el hombre más atractivo que había visto en su vida. Estaba rodeado de un impresionante séquito y vestido con el atuendo tradicional de un jeque de Zeena Sahra. Era alto y fuerte. Tenía una mandíbula muy marcada y llevaba una barba bastante recortada. Se dio cuenta de que las fotos que había visto no le hacían justicia.

El jeque Sayed bin Falah al Zeena transmitía poder y seguridad con su mera presencia.

Llevaba una abaya negra sin adornos, la túnica tradicional de su país, sobre un traje de Armani, y un gran pañuelo o kufiyya en color burdeos en la cabeza, sujeto por un cordón triple en negro. El color de la kufiyya era el de la casa real de Zeena Sahra y los tres cordones, en vez de los dos habituales, indicaban sutilmente su condición de emir. Y el hecho de que llevara la túnica tradicional sobre un traje a medida mostraba su modernidad. Un antepasado de ese hombre había sido el que consiguiera la independencia de su tribu, el pueblo que más tarde se convirtió en el emirato de Zeena Sahra. Pero habían tenido que pasar años de luchas sangrientas hasta convertirse en un estado más o menos moderno.

De manera inexplicable, se sintió atraída hacia ese hombre y comenzó a ir hacia él sin pensar en lo que hacía. Solo se detuvo, de manera brusca, cuando vio que estaba solo a un par de metros del jeque. Pero ya era demasiado tarde para corregir su error.

La oscura mirada del jeque Sayed cayó sobre ella y se mantuvo.

Todo el mundo pensaba que era imperturbable y tranquila, pero no supo que hacer en ese momento. No se le ocurría nada coherente que decir, ni siquiera unas palabras de bienvenida.

Se quedó donde estaba y sintió que su cuerpo reaccionaba de una manera completamente nueva, era el tipo de reacción sobre el que su madre siempre le había advertido para que tuviera cuidado.

Sabía que estaba rodeado por su séquito y que también estaba pendiente todo el personal del hotel, entre ellos su propio padre, pero Liyah solo tenía ojos para el emir. Sintió que le rodeaba la especiada colonia del emir mezclada con su propio y masculino aroma.

Sintió que se tensaban sus pezones y comenzó a latirle con más fuerza el corazón. También su respiración se estaba viendo afectada. Le costaba fingir lo contrario.

Nada en la expresión del emir cambió mientras la observaba, pero algo en el fondo de su oscura mirada le dejó muy claro que ella no era la única que se sentía algo afectada.

—Jeque al Zeena, le presento a Amari, nuestra supervisora de servicios de limpieza. Estará a cargo de la planta del harén y de su suite —intervino el jefe de recepción.

Estaba acostumbrada a que se refirieran a ella por su apellido, pero no a tratar con príncipes herederos. Afortunadamente, su cerebro logró despertar antes de hacer aún más el ridículo. Se las arregló para cubrir con su mano derecha el puño izquierdo y presionar ambas manos sobre el lado izquierdo de su pecho. Agachó la cabeza y se inclinó un poco hacia adelante.

—Emir. Será para mí un placer servirle a usted y a su séquito.

 

 

Sayed tuvo una reacción totalmente inaceptable ante las palabras y gestos de la encantadora empleada. Sintió cómo despertaba su entrepierna y no pudo evitar que la cabeza se le llenara de imágenes muy sugerentes. Sin que pudiera hacer nada para controlar sus pensamientos, las más increíbles fantasías eróticas llenaron su mente.

Vio que la mujer se había sonrojado y algo en la expresión vulnerable, casi hambrienta, de sus ojos verdes le dejó muy claro que las fantasías que tenía podrían llegar a cumplirse. Darse cuenta de ello no hizo sino aumentar la reacción sexual tan inesperada que estaba teniendo. Creía que era una suerte que su cuerpo quedara oculto bajo su abaya. Todo su cuerpo parecía dominado por una necesidad con la que no estaba familiarizado.

Recordó entonces que estaba a punto de casarse y que era el emir de su país. Tenía que deshacerse de las imágenes que llenaban su cabeza e ignorar la respuesta física de su cuerpo.

—Gracias, señorita Amari —le dijo él con seriedad.

Se mostró más frío y distante de lo necesario para ocultar la reacción que esa mujer le había provocado. Hizo un gesto a la mujer que se encargaba de atender sus necesidades domésticas.

—Le presento a Abdullah—Hasiba. Se encargará de comunicarle cualquier necesidad que podamos tener durante nuestra estancia en el hotel. Si tiene alguna duda, hable con ella.

—Gracias, Alteza —le dijo inclinando la cabeza de nuevo según la tradición de su país—. Será un placer trabajar con usted, Abdullah—Hasiba —añadió volviéndose hacia la otra mujer.

Y fue entonces cuando la atractiva empleada del hotel hizo lo que parecía dárseles tan bien a los sirvientes, desapareció de su lado rápidamente y él tuvo que contenerse para no dejarse llevar por el desconcertante impulso de llamarla para que volviera a su lado.

Capítulo 2

 

Mientras llamaba a la puerta de la habitación de Miz Abdullah-Hasiba, Liyah no podía dejar de pensar en lo que le había pasado. Seguía sin entender cómo podía haber olvidado la presencia de su padre en el vestíbulo cuando llegó el emir.

Ni siquiera había tenido la oportunidad de mirar a Gene Chatsfield a los ojos por primera vez. No entendía cómo podía haber perdido una oportunidad tan buena.

Después de todo, estaba allí para observar a su padre y para decirle después quién era. Tenía que recordar que no había aceptado el trabajo en el Chatsfield de Londres para comerse con los ojos a un príncipe de Zeena Sahran.

No podía olvidar que ella no era así, que Aaliyah Amari no se comía con los ojos a nadie.

Se abrió la puerta frente a ella y no pudo evitar sobresaltarse. Era absurdo. Después de todo, ella misma había llamado a la puerta, pero estaba aún desconcertada por todo lo que había pasado ese día. Se recordó que tenía que ser profesional y concentrarse en la tarea que tenía entre manos.

El ama de llaves personal del emir juntó las manos delante de ella e inclinó la cabeza hacia adelante. Llevaba un qamis, el vestido tradicional árabe, en color albaricoque y con bordados dorados alrededor del cuello y las muñecas.

—Señorita Amari, ¿en qué puedo ayudarla? —le preguntó la mujer.

—Quería asegurarme de que tanto usted como el resto de las acompañantes femeninas del emir han encontrado todo a su gusto.

—Todo está perfecto —repuso la mujer dando un paso atrás y haciéndole un gesto para que pasara—. Por favor, entre.

—No quiero molestarla, estará muy ocupada.

—No es molestia alguna. Tiene que compartir una taza de té conmigo —le ofreció la mujer.

No podía declinar su invitación sin ser descortés y tampoco le apetecía hacerlo. Liyah siguió a la otra mujer hasta el pequeño sofá que había a un lado de la lujosa habitación. Aunque le costara admitirlo, no podía negar la fascinación que sentía por el emir.

El juego árabe de té que había comprado en nombre del hotel estaba sobre la mesa de centro. Había comprado otros dos, para el jeque y para su prometida.

Miz Abdullah-Hasiba usó la elegante tetera de cristal y cobre para servir dos tazas.

—Este juego es todo un detalle —le comentó la mujer.

—¿Sí? Me alegra que le guste.

El ama de llaves asintió con una sonrisa.

—Por supuesto. Nunca viajamos con cristalería propia, es demasiado frágil.

Esperó a que la otra mujer probara el té antes de hacer lo mismo. Le encantó disfrutar de la bebida caliente y endulzada y de los recuerdos agridulces que evocaba. Su madre siempre la había enseñado a comenzar y terminar el día con una taza de té de menta con un toque de miel.

—Y el Chatsfield es el primer hotel durante este itinerario por Europa que ha tenido el detalle de ofrecerle al emir un juego de té tradicional de nuestro país.

—Pero me temo que solo hay juegos de té en su habitación, en la suite del emir y en la de su prometida.

La mujer sonrió al oír sus palabras.

—El conocimiento que tiene de nuestra cultura es encomiable. Cualquier otro empleado del hotel habría puesto el juego de té en la habitación del secretario del emir.

A Liyah no se le pasó por alto el elogio, pero no dijo nada. Estaba más al tanto de la cultura de Zeena Sahran de lo que pudiera estarlo cualquier británico o estadounidense, pero creía que cualquier persona que fuera un poco observadora se habría dado cuenta de que el ama de llaves ocupaba la habitación más lujosa junto a la suite de la prometida del emir.

—Tengo entendido que el secretario del jeque es bastante nuevo en el puesto —le dijo Liyah.

—Así es. Al emir le gusta regirse por las viejas costumbres y su asistente personal es, como no podía ser de otro modo, un hombre, Duwad.

—Porque no estaría bien visto que el emir tuviera que trabajar hasta tarde en su habitación con una mujer, ya esté casada o no, ¿verdad? —adivinó Liyah.

—Así es.

—Entonces, ¿se trata de un viaje de trabajo?

Había leído muy poco en los medios de comunicación sobre la naturaleza de ese viaje del emir.