El examen final - John Flader - E-Book

El examen final E-Book

John Flader

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Beschreibung

Hay un examen que todos vamos a hacer, y que supondrá el fn del mundo, al menos para nosotros. Es el examen de nuestra vida ante Dios en el juicio, cuando muramos. Es nuestro examen fnal, el más importante de nuestra vida, y en el que no podemos permitirnos el lujo de suspender. El propósito de este libro es ayudarnos a prepararlo: qué criterios usará Dios para juzgarnos, cómo vivir con la mirada puesta en ese momento y cómo asegurar el premio, más valioso que ningún otro, que recibiremos también en esta vida.

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Seitenzahl: 232

Veröffentlichungsjahr: 2024

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JOHN FLADER

EL EXAMEN FINAL

La preparación del juicio

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: The Final Exam. Preparing for the Judgement

© 2023 by Connor Court Publishing

© 2024 de la edición traducida por Gloria Esteban

by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6826-0

ISBN (edición digital): 978-84-321-6827-7

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6828-4

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

A mis padres,

que me enseñaron a creer en Dios y en la vida después de la muerte

y me mostraron claramente el camino al cielo,

donde espero encontrarme con ellos algún día.

ÍNDICE

Prólogo

Introducción

1. Preparar el examen final

2. LA MORAL OBJETIVA

Los derechos humanos

La justicia natural

Los crímenes contra la humanidad

La ley natural

Características de la ley natural

La ley natural en la Antigüedad

Sófocles

Aristóteles

Cicerón

Las leyes humanas y la ley natural

Los absolutos morales

3. Fundamentos de la vida moral

La libertad humana

La conciencia

Virtudes y vicios

Las emociones

El pecado

Las tentaciones

4. El valor del sufrimiento

El sufrimiento de Jesucristo

5. El culto a dios

Los diez mandamientos1

El primer mandamiento

El segundo mandamiento

El tercer mandamiento

6. El amor al prójimo

El amor a los extraños y a los «enemigos»

El perdón

Evitar los prejuicios

Darse a los demás

7. Honrarás a tu padre y a tu madre

Deberes de los hijos hacia los padres

Deberes de los padres hacia los hijos

Derechos y deberes cívicos

8. No matarás

El homicidio

El aborto

La eutanasia

El suicidio

Excepciones a la inmoralidad del asesinato

El escándalo

Descuidar la salud

9. No cometerás actos impuros

Sexualidad y matrimonio

La virtud de la castidad

Ofensas a la castidad

Apertura a la vida y anticoncepción

Ofensas a la dignidad del matrimonio

10. No robarás

La justicia

El respeto a la propiedad ajena

La restitución

El cuidado del medioambiente

11. No darás falso testimonio ni mentirás

El respeto a la verdad

Ofensas a la verdad

Ofensas a la fama de otro

La revelación de secretos

12. No codiciarás

No consentirás pensamientos ni deseos impuros2

No codiciarás los bienes ajenos

13. El examen final

El deber de arrepentirse de los pecados

El juicio y el uso de los dones recibidos de Dios

Dios nos conoce mejor que nosotros mismos

Dios tendrá en cuenta lo que sabemos y lo que no sabemos acerca de su ley

Más cerca de Dios

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Dedicatoria

Índice

Comenzar a leer

Notas

PRÓLOGO

Opines lo que opines sobre los exámenes, el estudio es una virtud. El alumno que ha estudiado contesta las preguntas seguro de sí mismo; el alumno que no ha estudiado no sabe por dónde empezar.

Evidentemente, la vida moral no es un mero ejercicio académico. Pero la verdad moral existe; y existen también unos principios morales claros que nos permiten evaluar la moralidad de los actos humanos. En muchos sentidos, la historia de la modernidad es la historia de la pérdida de confianza en la existencia de la moral objetiva y en nuestra capacidad de conocerla.

Hay quien piensa que la moral se puede reducir a la opinión personal acerca de lo que significa vivir bien; lo cual explica en buena medida el valor que se otorga a la experiencia individual en el debate público contemporáneo. Esta idea, no obstante, resulta peligrosa. Las pasiones pueden desviarse irremediablemente si no están guiadas por la razón; y la razón, por su parte, puede desviarse fácilmente si no está anclada en la tradición. De hecho, la reflexión racional nunca puede darse en el vacío: la razón humana se sostiene siempre sobre la tradición. Por desgracia, a día de hoy esa tradición es para muchos el relativismo posmoderno; y, en algunos casos, la adhesión a un escepticismo ilustrado que lleva a sustituir la búsqueda de la sabiduría por un deseo desordenado de certezas.

Los filósofos griegos y romanos de la Antigüedad contaban con una visión mucho más amplia del significado y el valor de la sabiduría. Por poner un ejemplo representativo, la sabiduría práctica —phronesis— es una de las piedras angulares de la ética aristotélica. De hecho, para Aristóteles la vida virtuosa es precisamente la vida buena. Tanto los bienes materiales como el éxito social pueden hasta cierto punto suponer una ayuda, pero en último término lo que hace crecer al ser humano es la actividad racional conforme a la virtud.

Aun así, hasta los grandes pensadores de la Antigüedad tenían una capacidad limitada para captar todo el contenido de la vida moral. Solo con la llegada del cristianismo a Occidente empezamos a apreciar plenamente valores fundamentales de nuestra civilización como la dignidad de la persona humana y la importancia de atender a los miembros más vulnerables de la sociedad. A esto se podría añadir también la enseñanza católica sobre la sexualidad humana, dado el papel que desempeña en garantizar la solidez de las familias y la continuidad de los matrimonios.

De todo ello se deduce la pertinencia de estudiar en profundidad las riquezas de la visión cristiana de la vida moral, para lo cual las páginas que vienen a continuación resultarán particularmente útiles. El examen final es, a mi juicio, una articulación sumamente lúcida de la enseñanza católica sobre la vida moral. John Flader nos ofrece una exposición concisa, accesible y clara de la enseñanza católica acerca de la moralidad de los actos, la libertad, la conciencia, las emociones y la virtud; y, al mismo tiempo, una síntesis de las principales enseñanzas morales de la cristiandad católica derivadas del decálogo.

A lo largo de estas páginas casi nos parece escuchar el eco de la voz inimitable del autor mientras nos guía a través de los temas más controvertidos de la moral cristiana, transmitiéndonos el gozo de la vida cristiana y la luz inigualable de los mandamientos que, lejos de suponer una restricción antinatural de nuestros deseos, componen el plan de acción que lleva a la plenitud humana.

Una de las grandes fortalezas de este libro es su claridad. Pese a la naturaleza compleja de algunos de los temas que se tratan, el autor se las ingenia para ofrecer una nítida imagen de los motivos del compromiso de la Iglesia con los postulados morales que mantiene y de por qué cualquiera que esté sinceramente abierto a la verdad y al sentido común debe ver en la teología moral católica una sólida respuesta a cómo desarrollar plenamente aquellas capacidades que nos hacen humanos: en particular, la razón y la libertad.

En un momento en que muchos actores del espacio público parecen intentar oscurecer las verdades fundamentales acerca de la persona humana, El examen final de John Flader constituye una contribución sumamente oportuna.

Dr. Xavier Symons

Programa de Desarrollo Humano

Instituto de Ciencias Sociales Cuantitativas

Universidad de Harvard

INTRODUCCIÓN

Mi último libro, El otro lado1 —del que este es una secuela—, no fue idea mía. Como explicaba en su prólogo, se le ocurrió a un amigo que me sugirió escribir sobre la vida después de la muerte para gente que no cree en ella. Tampoco este libro es idea mía. Esta vez la idea fue de un amigo al que le gustó mucho El otro lado y me pidió que escribiera otro libro en la misma línea. Yo le agradecí la invitación y no le di más vueltas. No tenía ninguna intención de escribir más libros: de hecho, no tengo tiempo para escribir.

Un mes después, me vino a la cabeza su sugerencia y pensé que, si se trataba de un tema sobre el que ya hubiera escrito por extenso, quizá mereciese la pena planteárselo. A partir de ahí, no tardó en surgir la idea de desarrollar el último capítulo de El otro lado: «¿Qué debo hacer?». Aunque dicho capítulo recoge unas cuantas consideraciones sobre cómo vivir para prepararse con vistas al juicio y al final de la vida, profundizar en la vida moral es claramente recomendable si se quiere llegar preparado al encuentro con el Creador en el juicio: un tema sobre el que ya había escrito mucho en Journey into Truth, publicado en 2014. Este libro explica la fe católica a quienes se plantean incorporarse a la Iglesia o a quienes, estando dentro de ella, desean conocerla en profundidad. Parte de él trata de la vida moral: cómo vivir haciendo lo que está bien y evitando hacer lo que está mal. De modo que ya disponía de un tema y de algún material con el que empezar.

Pero ¿cómo se escribe un libro cuando no se tiene tiempo? Creo que la respuesta está en una experiencia compartida por todos: la de que uno siempre encuentra tiempo para aquello que de verdad quiere hacer. Y yo quería escribir este libro, así que aproveché cualquier hora o minuto perdidos que fui capaz de encontrar. Me di seis meses para tenerlo acabado y, sorprendentemente, lo terminé en solo cuatro.

El examen final es un desarrollo exhaustivo de algunas de las ideas contenidas en el último capítulo de El otro lado. Su objetivo consiste en ayudar al lector a conocer más detalladamente cómo vivir agradando a Dios y preparándose para el juicio. Y vivir bien es importante no solo para la vida futura, sino para vivir en plenitud la presente. Al fin y al cabo, solo encontraremos la felicidad y el bienestar que anhelamos si vivimos bien. Aunque la mayoría de nosotros tenemos una idea general de lo que está bien y lo que está mal, este libro ofrece un conocimiento mucho más detallado y completo acerca de ello.

Entre los temas que trata está el de si la moral es objetiva o subjetiva, es decir, si depende de lo que opine cada uno; y otros temas como el papel de la conciencia, la influencia de las emociones en la vida moral, el papel de las virtudes, el valor del sufrimiento, etc.

El examen final, al igual que El otro lado, está dirigido a personas de cualquier creencia religiosa o a quienes no tienen ninguna. En él me baso en la Biblia y en la ética cristiana y, en particular, en la de la Iglesia católica, porque —como explicaba en mi libro anterior— es la Iglesia con dos mil años de existencia y la que fue fundada por Jesucristo, y porque sus enseñanzas tienen sentido. Por no mencionar que el catolicismo es la denominación religiosa más numerosa del mundo y que más de la mitad de los cristianos son católicos.

Evidentemente, para ir al cielo no hace falta ser católico ni cristiano. Como explicaba en El otro lado, la Iglesia católica enseña que cualquiera puede ir al cielo siempre y cuando luche por vivir bien y se arrepienta sinceramente de sus pecados.

Así que, sin más preámbulos, te invito a sentarte, a relajarte y a disfrutar leyendo plácidamente. Espero que en este libro encuentres algunas pautas que te sirvan de ayuda para vivir una vida plena y prepararte para el juicio: el examen final.

1. PREPARAR EL EXAMEN FINAL

Todos nos hemos presentado a un montón de exámenes. Con mayor o menor grado de temblor y temor, nos topamos con ellos por primera vez en el colegio, luego en el instituto y quizá más adelante en uno u otro campo de la educación terciaria. Aparte de otros exámenes como el del carné de conducir, y quién sabe cuántos más…

En general, todos han sido importantes. O, por lo menos, en su momento nos lo parecían. Y fueron creciendo en importancia a medida que avanzábamos en nuestra carrera formativa. Si suspendíamos alguno, lo normal era que pudiéramos presentarnos de nuevo hasta aprobarlo. O quizá no fueran decisivos y pudimos continuar nuestros estudios. En el peor de los casos, existía la posibilidad de darse por vencido y tomar otro camino. La vida de mucha gente está llena de cambios de este tipo. Al fin y al cabo, suspender un examen no es el fin del mundo.

Pero hay un examen que sí lo es, que sí es el fin del mundo: al menos para nosotros. Ese examen es, naturalmente, el último examen al que todos nos vamos a presentar: el examen final. El examen al que nos presentaremos cuando muramos y comparezcamos ante Dios en el juicio. Y es el más importante, porque solo podemos presentarnos una vez: si lo suspendemos, quedamos separados para siempre de Dios por propia y libre elección. Eso es lo que veíamos en El otro lado.

Y créeme: ese examen final, el juicio, es muy serio. Para cualquiera, tanto si cree en él como si no. El ateo, el agnóstico, el creyente de otras religiones o el que no profesa ninguna: todos verán desplegarse su vida ante ellos en el momento de su muerte. Y sabrán en ese mismo instante si lo han aprobado —y si su destino es la vida eterna con Dios en el cielo— o si lo han suspendido —y su destino es la separación de Dios y la condena eternas—.

Puede que no te importe nada lo que se dice en este libro sobre el juicio y sobre la vida después de la muerte: tú no crees en eso, así que te arriesgarás. Perfecto. Aun así, es un riesgo que yo, personalmente, no asumiría. Es mucho lo que nos jugamos. Por eso te invito a aplicar el razonamiento de la apuesta de Pascal que exponíamos en el segundo capítulo de El otro lado: el titulado «La apuesta». O existe la vida después de la muerte o no existe. Quien no crea en ella debería preguntarse: ¿tengo la seguridad de que no existe la vida después de la muerte? ¿Puede ser que esté apostando a que no existe y corriendo el riesgo de equivocarme? Si me equivoco, me arriesgo a perderlo todo, absolutamente todo, por toda la eternidad. ¿Me puedo permitir correr ese riesgo? ¿No sería mejor suponer al menos que quizá existan la vida después de la muerte y un juicio, y vivir conforme a ello?

De hecho, Jesucristo, el fundador de la religión más extendida en el mundo, nos aseguró que existe la vida después de la muerte. A Marta, una mujer cuyo hermano llevaba muerto cuatro días, le dijo: «Tu hermano resucitará… Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre» (Jn 11, 23; 26). Como vimos en El otro lado, todo el mundo —no solo quienes creen en Jesucristo— tendrá experiencia de la vida después de la muerte.

El objetivo de este libro es ayudarte a prepararte para la espléndida vida que te aguarda al otro lado. Y, antes que eso, para el juicio: el examen final que todos hemos de aprobar para alcanzarla. Aunque no estés seguro al cien por cien de que existe la vida después de la muerte, merece la pena vivir como si existiera. Tienes todo que ganar y nada que perder.

Por otra parte, como vimos en El otro lado, de los miles de personas que han pasado por una experiencia cercana a la muerte —personas de todas las creencias y de ninguna— muchas han experimentado el juicio. Los médicos que han estudiado estas experiencias llaman a ese juicio el repaso de la vida. Esas personas han visto pasar ante sus ojos toda su vida como si se tratara de una película: tanto el bien como el mal que han hecho. Y a veces se les ha permitido sentir lo que sintieron otras personas a consecuencia del bien o el mal que les hicieron.

Y aún hay más: son conscientes de que lo que ven es toda la verdad. Si en alguna ocasión obraron mal y se justificaron con una excusa que en ese momento les parecía perfectamente razonable, en el juicio se dan cuenta de que no hay cabida para las excusas. Lo hecho, hecho está; y no hay vuelta atrás. Han vivido su vida una sola vez y de forma concluyente, y ahora los examinan sobre ella.

Tampoco existe la posibilidad de apelar a una autoridad superior. No pueden presentar alegaciones con la esperanza de que se revoque la sentencia. Son plenamente conscientes de que lo que ven es el juicio final sobre su vida y lo aceptan, para bien o para mal. Lo cual no deja de ser extraordinario: incluso quienes van al infierno aceptan que es eso lo que merecen. No piensan que el juicio de Dios sea injusto. Saben que es el que debe ser.

Como sabemos, el juez es Dios mismo, y su deseo más ferviente es que todo el mundo apruebe y viva junto a Él para siempre. Ya hemos visto que Dios es infinitamente bueno y misericordioso. No podríamos encontrar un juez más compasivo. Pero Dios solo puede juzgar basándose en lo que le presentamos: basándose en nuestra vida tal y como la hemos vivido. La vida solo la vivimos una vez. No podemos dar marcha atrás ni cambiar nada de lo que hemos hecho. Por eso es importante vivir bien la única vida que tenemos, por lo menos de ahora en adelante.

El juicio es sin duda el examen final, el último al que nos presentaremos. Y es con mucho el más importante. Determina nuestro destino por toda la eternidad. En realidad, hemos estado preparándonos para este examen durante toda la vida, sobre todo desde que adquirimos el uso de razón en torno a los seis o siete años y nos hicimos responsables de nuestras acciones. Un buen modo de entender esto sería considerar que con todo lo que hacemos o dejamos de hacer estamos escribiendo una página más en el libro de nuestra vida. La última palabra la escribimos en el momento en que morimos. Es ese libro el que veremos y el que Dios juzgará en el juicio.

El objetivo del libro que estás leyendo es ayudarte a prepararte bien para ese examen. Puede que ya te estés acercando al final de la vida y te quede poco tiempo. Aun así, todavía tienes la oportunidad de convertir un posible fracaso en un éxito rotundo, sobre todo si te arrepientes sinceramente de tus pecados, de tus ofensas a Dios y a los demás.

O puede que aún seas joven y dispongas de mucho tiempo para prepararte… o eso crees tú. Nunca se sabe cuándo vamos a morir. Todos conocemos a jóvenes que han muerto repentinamente en un accidente, de un infarto, de un ictus o de un aneurisma… Nadie puede predecir cuánta vida le queda. Y, una vez muertos, ya es demasiado tarde para cambiar nada. De modo que conviene tomarse la vida en serio y prepararse bien mientras la vivimos. Así no habrá sorpresas en el examen final.

Cuando la gente contempla su vida tal y como es en ese preciso instante, pueden darse dos actitudes totalmente contrarias y, a la vez, igual de absurdas y poco realistas. Están, por un parte, quienes miran lo que han hecho y dicen: «Es demasiado tarde. Mi vida ha sido un desastre. No hay pecado que no haya cometido. Para mí no hay esperanza». Absurdo y poco realista. Por poco tiempo del que se disponga, todo el mundo puede cambiar. Dios es bueno y les concederá toda la ayuda que necesitan. Por otra parte, están quienes saben que no han llevado una vida demasiado buena, pero confían en la misericordia de Dios y no hacen ningún esfuerzo por mejorar. Igual de absurdo y poco realista. Dios es misericordioso, pero también es justo. Quiere que todos cambiemos y nos concede toda la ayuda que necesitamos para hacerlo. Como se suele decir, Dios ayuda a quien se ayuda a sí mismo.

Afortunadamente, tú no perteneces a ninguno de estos dos tipos de personas, sino que eres consciente de que puedes mejorar y de que Dios te ayudará a hacerlo. Este libro también te ayudará. Te enseñará el camino e infundirá en ti la esperanza de poder ser esa mejor persona que quieres ser para que, cuando te encuentres con Dios, seas capaz de hacerlo con confianza.

No obstante, uno podría preguntarse: ¿en qué se basará Dios para juzgarme? ¿En cómo me veo yo a mí mismo y en cómo veo mi vida y mis obras, usando como criterio mi propio juicio personal y subjetivo? Eso sería maravilloso. ¿O se basará quizá en cómo me ven los demás? Eso puede no ser tan maravilloso. ¿O lo hará de acuerdo con otro criterio que desconozco: un criterio establecido por Dios mismo que, por lo menos, será justo? En ese caso, ¿cuál es ese criterio? Sería bueno conocerlo para empezar a prepararme.

Ese es el tema del capítulo siguiente.

2. LA MORAL OBJETIVA

En el mundo de hoy se observan dos visiones opuestas de la moral. Por un lado, están quienes afirman que el tema de la moral, de lo que está bien y lo que está mal, es totalmente subjetivo. Depende de lo que a cada uno le parezca. Si tú crees que un modo de proceder es correcto, lo es… al menos para ti. Si otro cree que ese modo de proceder no es correcto, está en su derecho de opinar lo que quiera: sobre gustos no hay nada escrito. La moral es lo que tú opines que es la moral. A eso lo llamamos relativismo moral.

Por otro lado, están los que dicen que no: que la moral es objetiva e igual para todos. Se opine lo que se opine, hay actos malos en sí mismos que no se deben llevar a cabo, y hay otros actos que son buenos y rectos.

¿Cómo resolver el problema? Tal vez no haya necesidad de resolverlo: uno puede limitarse a adherirse a la teoría que considere mejor. Por supuesto, el ser humano es libre y puede pensar lo que quiera. Podemos mantener opiniones distintas. Y podemos vivir de acuerdo con nuestras creencias. Perfecto. Pero, cuando comparezcamos ante Dios en el juicio, tal vez nos juzgue —y de hecho lo hará— de acuerdo con un criterio objetivo que será el mismo para todos.

Si nos paramos a pensarlo, es probable que nuestra esperanza sea precisamente esa. No parece justo que, si llevamos toda la vida evitando hacer algo que sabemos que está mal —como ser mentiroso o avaro— y luchando y sacrificándonos por obrar bien, recibamos la misma sentencia y la misma recompensa que quien ha hecho lo que le ha dado la gana, incluidas cosas que pueden considerarse muy malas. Sería una injusticia flagrante. Pero Dios es justo. Y eso es de agradecer.

Por decirlo de otro modo: si a alguien le parece estupendo robarme los muebles de jardín, o el coche, o acostarse con mi mujer, yo no diría que está en su derecho de opinar así y que sobre gustos no hay nada escrito. No. Después de todo, algunas cosas están claramente mal, independientemente de lo que algunos puedan pensar. Tiene que existir algún criterio moral objetivo conforme al cual Dios nos juzgará al final de la vida. Pero ¿cuál es ese criterio?

Algunos filósofos antiguos, como Aristóteles, que vivió en el siglo iv a. C., o como Cicerón, que vivió tres siglos más tarde, y como muchos otros, hallaron el criterio moral objetivo en la naturaleza humana. La palabra naturaleza, por cierto, designa lo que hace que algo sea lo que es y no otra cosa distinta. Los árboles poseen naturaleza de árbol, los caballos poseen naturaleza de caballo y los seres humanos poseen naturaleza humana. Y, como todos los seres humanos por definición poseen una naturaleza humana, dicha naturaleza les proporciona un criterio moral común a todos ellos. Ese criterio es la ley natural.

Quienes tienden a oponerse a la idea de una ley natural deberían pararse a considerar tres conceptos que la mayoría de la gente acepta sin discusión y que presuponen la existencia de una ley natural. Dichos conceptos son los derechos humanos, la justicia natural y los crímenes contra la humanidad.

Los derechos humanos

Todo el mundo admite que las personas tienen derechos humanos y que poseen esos derechos no porque se los conceda el gobierno, sino por el mero hecho de ser hombres. Por ejemplo, tenemos derecho a la vida, y por eso es delito matar a un ser humano inocente. O el derecho a la libertad de expresión, que impide que acabemos entre rejas si criticamos la política del gobierno. O el derecho a vivir y a trabajar donde queramos, a casarnos y formar una familia, etc.

Estos derechos son anteriores a las leyes humanas y no están basados en ellas. Históricamente, el hombre tuvo derechos humanos desde el mismo momento en que puso el pie sobre la tierra, y pasó mucho tiempo antes de que se estableciera un sistema de leyes humanas que protegiera dichos derechos. Los derechos humanos son inherentes a la propia naturaleza humana.

Un buen número de derechos humanos quedaron recogidos en 1948 en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, cuyo artículo primero afirma: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos».

La Declaración no dice que solo son iguales en dignidad y derechos los seres humanos de las naciones que firman dicha Declaración, sino «todos los seres humanos». Tampoco es la Declaración la que les concede esa dignidad y esos derechos, sino que «nacen… iguales en dignidad y derechos». Poseen esa dignidad y esos derechos por el mero hecho de haber nacido seres humanos. De modo que lo que hace la Declaración es reconocer una serie de derechos anteriores a las leyes humanas e independientes de ellas. El fundamento de los derechos humanos es la propia naturaleza humana.

La justicia natural

Otro concepto que la gente acepta sin reparos es el de la justicia natural. Si, por ejemplo, el poder legislativo de una nación o —ya puestos— algún dictador aprueba una ley que permite que alguien pase diez años en la cárcel sin pesar cargo alguno sobre él, todos objetaríamos que esa ley atenta contra la justicia natural. Es una ley injusta. Cuando hablamos de una justicia natural o de una ley injusta, ¿qué criterio estamos aplicando? En realidad, lo que estamos diciendo es que hay una ley que está por encima de la ley estatal: una ley basada en la naturaleza humana a la que la ley estatal debe ajustarse. Esa ley es la ley natural.

Los crímenes contra la humanidad

La gente sensata coincide en que las naciones, bajo las órdenes de sus líderes, pueden cometer ciertos crímenes tan perversos que se pueden considerar crímenes contra la humanidad. La historia nos ha dejado ejemplos de genocidios; del empeño en eliminar a todas las personas de una raza concreta; del encarcelamiento y el asesinato de gente que profesa determinada religión o de personas con una discapacidad mental; de la muerte indiscriminada de civiles inocentes durante una guerra, etc. También en este caso tiene que haber un criterio superior que permita evaluar dichos crímenes y condenarlos como crímenes contra la humanidad. Y ese criterio es la ley natural.

La ley natural

Volviendo a qué es la ley natural, la podríamos definir en pocas palabras como el conjunto de derechos y deberes derivados de la naturaleza humana. Evidentemente, en este contexto nos estamos refiriendo a la ley moral