El gran amor del jeque - Annie West - E-Book

El gran amor del jeque E-Book

Annie West

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Beschreibung

Bianca 2958 ¿Era la persona que iba a ayudarlo a encontrar esposa o su gran amor? El nuevo jeque de Dhalkur debía casarse, de inmediato, y había encargado la búsqueda de esposa a una experta. Sin embargo, había reconocido a la Rosanna MacIain, la profesional que le habían enviado, nada más verla. Era la atractiva extraña con la que había tenido un breve y fogoso encuentro que no había logrado olvidar. Rosanna no había parecido inmutarse al descubrir quién era el jeque y había retado a Salim como nadie lo había hecho antes. También había despertado en él un deseo sin igual. Aunque no era la mujer adecuada para convertirse en su reina, la química que había entre ambos era suficiente para que Salim no pudiese pensar en nadie más…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Annie West

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El gran amor del jeque, n.º 2958 - octubre 2022

Título original: The Desert King Meets His Match

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-200-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Alguien debería prohibir que se toque la gaita en interiores.

La mujer que había en la terraza se giró al oír su comentario y las ondas morenas del pelo le acariciaron los hombros de manera sugerente.

Sus miradas se cruzaron y a Salim se le aceleró el pulso con satisfacción mientras volvía a sentir calor.

–¿No le gusta?

Salim se acercó a ella, que estaba iluminada por una antorcha que había en la esquina. Al fondo se divisaba un lago plateado, una montaña, y la inmensidad de aquella noche de verano escocesa.

Al contrario que el resto de invitadas, no llevaba puesto un vestido de fiesta, sino un esmoquin que le sentaba como un guante y con el que sobresalía entre las demás.

–Yo no diría eso. El sonido de las gaitas puede llegar a ser conmovedor en las circunstancias adecuadas.

Salim pensó que en esos momentos lo único que sentía era deseo por ella.

Lo intrigaba. No podía decir que fuese bella, pero lo atraía. Estaba haciendo que una vocecilla le susurrase en su interior que tenía que ser suya.

Salim era un hombre moderno, sensato, pero que sentía respeto por su instinto, que lo había salvado en más de una ocasión en el pasado y al que escuchó en esos momentos.

Ella sonrió más y Salim se sintió como si estuviese ante un amanecer que iba calentando la Tierra poco a poco después de una fría noche en el desierto.

–Tal vez pueda pedir que lo despierten con las gaitas al amanecer, aunque dudo que eso lo congracie con el resto de los huéspedes del castillo.

El sonido de su risa ronca hizo que Salim se estremeciese y se excitase. Frunció el ceño. Una cosa era sentirse atraído por una mujer atractiva y otra muy distinta, excitarse como un potro sin desbravar.

Tal vez aquello no fuese buena idea.

Mientras lo pensaba, ella se dio la media vuelta, como para admirar el paisaje, dándole una razón para terminar con aquella conversación y volver a la fiesta. Como si no se sintiese interesada por él, a pesar de cómo lo había mirado.

De repente, Salim sintió que retirarse no era una opción.

Entonces, oyó las puertas de la terraza, que se abrían a sus espaldas, y los pasos del camarero con el que había hablado unos minutos antes.

–Señora, caballero –dijo este, acercándose con una bandeja con dos copas de champán.

Salim las tomó y le dio las gracias con una inclinación de cabeza. Cuando el camarero desapareció, le ofreció una copa a la mujer.

Ella lo miró con el ceño fruncido y, al acercarse más, Salim descubrió que tenía los ojos grises, del color del lago que había a sus espaldas, del mismo gris que su cimitarra ceremonial.

–¿Las ha pedido usted?

El tono de voz de la mujer también fue cortante y frío como la cimitarra, pero Salim tuvo la sensación de que, más que enfadada, estaba nerviosa.

¿También estaría sintiendo aquella atracción?

–Sí. La he visto salir y la idea de una conversación tranquila me ha parecido mucho más apetecedora que el ruido del salón.

Hizo una pausa.

–Pero si prefiere que la deje sola…

–¡No! –exclamó ella, como si fuese incapaz de fingir–. Gracias. Me encantaría tomar una copa.

 

 

Rosanna no tenía aventuras.

No se besaba con extraños.

¿Qué hacía pegada de repente a aquel hombre tan guapo, con el corazón acelerado?

Él tenía una mano alrededor de su cintura y la otra apoyada en su espalda, pero Rosanna sintió mientras la besaba que quería tenerlo todavía más cerca.

Incluso con sus lenguas entrelazadas, sus respiraciones entremezcladas, con todo su cuerpo ardiendo, quería más, mucho más.

Se aferró a sus hombros con urgencia. Arqueó la espalda, apretó los pechos contra el de él y oyó un sonido suave, un gemido, que la excitó todavía más.

Era la primera vez, en sus veintiséis años de vida, que la besaban así. Que se sentía así.

Pensó un instante en Phil, solo un instante.

Volvió a centrarse en aquella noche, en el sentido del humor de aquel hombre, en el brillo burlón de sus ojos oscuros mientras charlaban allí solos, con el resto de los invitados en el interior, en cómo la había escuchado, con atención.

Era la primera vez que la seducían con sentido del humor y perspicacia, con inteligencia, encanto y algo más que había hecho que se le encogiese el estómago y decidiese avanzar hacia él.

Nada más tocarse, Rosanna había sentido un escalofrío, había notado un cambio en sus pechos y calor entre los muslos. Podía haberse apartado en ese momento, asustada por el repentino estallido que se había producido en su interior, pero no lo había hecho porque lo había visto fruncir el ceño, como extrañado él también por aquella sensación.

Entonces, Rosanna había apoyado una mano en su pecho y él se la había agarrado y se la había llevado a los labios. A ella se le habían doblado las rodillas al sentir su boca en la piel, al notar que la abrazaba.

Inclinó la cabeza y él enterró los dedos en su pelo, bajó por su cuello, por su espalda, pasando lentamente los dedos por el borde de su blusa, tan despacio que Rosanna no supo si quería darle tiempo para rechazarlo o torturarla.

Al final, desesperada, le agarró la mano y la bajó a sus pechos.

Se estremeció al notar que la acariciaba y se aferró a él, sintió que se derretía y dejó escapar un gemido que sabía a él, a champán, a especias exóticas y a sensualidad.

Rosanna dio gracias a la criada que había insistido en lavarle la blusa y, sin querer, se había llevado también su sujetador mientras ella se duchaba porque la caricia de aquella mano directamente contra su piel le pareció una bendición.

Él se apretó más contra su cuerpo y Rosanna sintió su erección contra el vientre, lo que hizo que desease un contacto piel con piel. Pensar aquello la sorprendió, pero no le importó. Llevó la mano a su pajarita y entonces…

–Disculpe, señor.

Ambos se quedaron inmóviles. Él reaccionó apretando su pecho un instante, debido a la sorpresa, y a Rosanna también le gustó.

Por un instante, ninguno de los dos se movió. Entonces, él levantó la cabeza y su aliento la acarició. Clavó sus ojos oscuros en ella, como si le estuviese haciendo una promesa, y Rosanna deseó poder aceptarla.

Entonces, se puso recto y se colocó delante de ella, como si quisiese protegerla de la vista del hombre que acababa de llegar.

–¿Sí? ¿Qué ocurre?

–Lo siento, pero tiene una llamada. Es importante, si no, no habría…

Él suspiró.

–No pasa nada, Taqi, lo comprendo –respondió, respirando de nuevo–. Dame un momento.

Rosanna no oyó marcharse al recién llegado porque tenía un zumbido en los oídos, pero debió de marcharse porque, de repente, notó que el hombre sacaba la mano de su escote y retrocedía.

–Lo siento –lo oyó murmurar con un fuerte acento.

Rosanna lo miró a los ojos y asintió. ¿Se estaría disculpando por la interrupción o por haberse dejado llevar de aquella manera en un lugar público? Era una suerte que la persona que los había sorprendido fuese alguien conocido para él, alguien, al parecer, discreto.

Ella, en cualquier caso, solo lamentó la interrupción. Porque lo que le había ocurrido había sido el acontecimiento más emocionante de toda su vida.

Lo que no hablaba muy bien de su vida hasta aquel instante.

Lo vio tragar saliva y se sintió aliviada al darse cuenta de que a él también le estaba costando mucho esfuerzo volver a la realidad.

–Tengo que marcharme. Debe de ser algo importante, para que Taqi haya venido a buscarme.

Ella asintió.

–Lo comprendo.

Él siguió donde estaba, mirándola con expresión indescifrable. Entonces, inclinó la cabeza.

–Gracias.

Un segundo después había desaparecido.

Rosanna lo vio alejarse y se llevó una mano a la garganta mientras intentaba calmar su respiración.

Se fue hasta el rincón más oscuro de la terraza y esperó a que los fuegos artificiales que se habían desatado en su interior dejasen de detonar.

Casi no podía creer lo que le había ocurrido. Nunca había respondido así ante un hombre, ni siquiera con Phil, con el que había estado a punto de casarse. En vez de sentirse sorprendida, tuvo la sensación de que aquello había sido inevitable incluso para una mujer como ella, que nunca tenía aventuras y que había aprendido que no podía confiar en los hombres.

Se alisó el pelo, se estiró la chaqueta y se abrochó los botones que se le habían desabrochado mientras se besaban. Entonces, se sentó y esperó a que el extraño volviera.

Pero no volvió.

Poco después se abrieron las puertas y salieron a la terraza otros invitados, a contemplar el espectáculo de fuegos artificiales en honor de aquel terrateniente escocés y su nueva esposa. Y Rosanna aprovechó la distracción para moverse entre la multitud y buscar una cabeza morena y unos hombros anchos.

Pero no lo encontró.

Y ella ni siquiera sabía su nombre.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Marian, no estoy preparada para esto!

–Por supuesto que sí, eres experta en contratación, ¿no? Y esto no es más que otro trabajo.

–¿Otro trabajo?

Rosanna arqueó las cejas y miró por la ventana, sin ver el bonito jardín de la casa de su tía.

–Tal vez para ti sea solo otro trabajo.

Hubo una pausa y Rosanna se imaginó a su diminuta tía apretando los labios desde la cama del hospital.

–Está bien, admito que no es lo normal, ni siquiera para mí.

Aquello ya era mucho decir para Marian Best, que era considerada la mejor en su negocio. Ese era el motivo por el que cobraba comisiones tan altas y podía mantener aquella bonita casa en uno de los barrios más caros de Londres.

Rosanna suspiró aliviada al darse cuenta de que su estrés era normal. Estaba a costumbrada a trabajar bajo presión, con plazos ajustados y, en ocasiones, exigencias poco razonables, pero aquello era algo fuera de lo común.

–Nadie describiría este contrato como normal. Sobre todo, porque el cliente es muy importante…

–Por eso no vamos a hablar del tema en público –la interrumpió su tía, como se temiese que alguien en el hospital pudiese escuchar la conversación.

Rosanna se puso recta.

–Entendido, Marian. Puedes contar con mi discreción.

Esa era una promesa que podía hacer. Estaba acostumbrada a la confidencialidad tras haber trabajado como cazatalentos, un puesto en el que la prudencia había sido esencial.

Era el resto del trabajo lo que la preocupaba.

–Lo sé, Rose. Y no sabes lo mucho que te lo agradezco.

Rosanna se dio cuenta de que la voz de su tía se suavizaba, aliviada.

Era comprensible que le hubiese preocupado encargarle un trabajo tan delicado cuando acababa de entrar en el negocio, pero no tenía elección. En la empresa de Marian solo trabajaban ella y su secretaria y, en esos momentos, Rosanna, que todavía estaba aprendiendo. No obstante, aquel era un encargo que no podían rechazar.

Y si no salía bien…

Rosanna agarró el teléfono con más fuerza. No solo ponía en riesgo su carrera y su reputación, sino también el negocio de su tía.

Si fracasaba y su poderoso cliente se disgustaba, bastarían unas cuantas palabras de desprecio para llevarlas a la ruina.

Rosanna respiró hondo.

–Haré lo que me pidas, Marian, pero necesitaré que me orientes.

Creyó oír que su tía suspiraba aliviada. Le habría gustado estar con ella mientras esperaba a entrar en quirófano, pero Marian había insistido en que no tenían tiempo que perder. Así que le había prohibido que fuese a verla al hospital y le había ordenado que fuese directamente al despacho que tenía en Chelsea.

–Por supuesto, aquí estaré, al otro lado del teléfono.

Hubo un silencio.

–Recuerda todo lo que te he enseñado y que no estarías ahí si no tuviese fe en ti.

Antes de que Rosanna pudiese agradecerle aquel voto de confianza, su tía continuó:

–Tal vez este sea un encargo más importante, debido al perfil del cliente, pero los principios son los mismos. Ahora, toma nota. Estos son los archivos que quiero que copies en tu ordenador…

Veinte minutos después, Rosanna tenía una larga lista de instrucciones, pero se sentía mejor porque tenía tanto que hacer que no iba a darle tiempo a preocuparse.

–El coche te recogerá a las diez en punto, esta misma mañana, en mi casa.

–¿A las diez? –inquirió ella, mirándose el reloj y calculando el tiempo que tenía para ir corriendo a su pequeño piso y preparar una maleta.

–En punto. Así que no pierdas el tiempo. Y buena suerte.

Rosanna pensó que iba a necesitarla. Por primera vez, había tomado las riendas del exitoso negocio de búsqueda de parejas de su tía.

Y, por si no fuese lo suficientemente difícil, su primer encargo consistía en encontrar a la esposa perfecta para un jeque. ¡Un jeque!

Aquello no tenía nada que ver con trabajar en una empresa en Sídney, ni con ayudar a Marian en sus discretas averiguaciones.

Después de que Phil la hubiese engañado, Rosanna había sentido que todo su mundo se venía abajo. Y la oferta de trabajo de Marian le había salvado la vida, pero solo llevaba algo más de seis meses trabajando para ella y no era lo mismo contratar empleados para una empresa que buscarle una novia a un jeque.

Rosanna se había marchado de Australia con mucha tristeza, sintiéndose fatal por no haberse dado cuenta de lo que estaba pasando. Y admitir que había estado más centrada en su carrera que en su futura boda no era una excusa. Tal vez no había estado tan enamorada como había pensado al principio.

Respiró hondo y se centró en todo lo positivo. Con sus habilidades profesionales, los consejos y los contactos de su tía, era completamente capaz de hacer de hada madrina para una Cenicienta en potencia.

Lo único que esperaba era que el príncipe no fuese un asqueroso sapo.

 

 

Y así fue como, a media tarde, Rosanna se encontró en la parte trasera de una limusina, recorriendo la carretera que rodeaba la capital de Dhalkur.

El sol brillaba sobre las lejanas colinas, bañando de un halo dorado la antigua ciudad y pintando sus sombras de ocre oscuro y violeta. Fascinada, vio una enorme muralla almenada y, detrás de ella, pináculos, cúpulas y torres.

Estaba deseando contarles a sus padres cómo era aquel lugar. Estos todavía estaban preocupados por ella después del escándalo y de su mudanza al Reino Unido y estaría bien distraerlos con algo tan emocionante.

Rosanna tragó saliva. Aquel era un mundo completamente nuevo para ella, y no solo porque estuviese en un reino que, hasta entonces, solo había sido para ella un nombre exótico en el mapa. Incluso el aire era diferente, seco, caliente e impregnado de un olor que hacía que desease respirar despacio, profundamente.

En cuanto la habían recogido de casa de su tía, Rosanna había entrado en un mundo de lujo y comodidades al que hasta entonces solo había tenido un acceso limitado gracias a algunos clientes de su tía, un mundo al que no pertenecía.

Ningún otro viaje internacional había sido tan sencillo. Incluso había pasado el control de seguridad y de aduanas acompañada por personal del jeque y había volado en un lujoso avión privado de este.

Aunque no había sido capaz de relajarse.

Tenía la extraña sensación de que se le había olvidado algo, pero ya era demasiado tarde para preocuparse por si habría llevado la ropa adecuada para visitar un palacio real.

Intentó contener una risa nerviosa. Por suerte, no era tan importante como para que la alojasen allí y lo más probable era que la dejasen en un hotel cercano.

No, lo que más le inquietaba era su falta de preparación. No se sentía capacitada, a pesar de las horas que había pasado en el avión leyendo los documentos de su tía Marian acerca de las posibles futuras esposas para el jeque. Pensó que podría dedicar un par de horas más a leerlos en cuanto llegase a su alojamiento.

También indagaría un poco más acerca de su cliente: Su Majestad, el jeque Salim de Dhalkur.

El corazón se le aceleró y tuvo que reconocer que, a pesar de los nervios, estaba encantada de poder tener aquella oportunidad que hacía que se sintiese bien.

Y, con respecto al jeque, seguiría los consejos de Marian y se concentraría en sus posibles novias en vez de en él. Al parecer, el jeque iba a darle información acerca de sus gustos y preferencias.

Sin embargo, Rosanna necesitaba saber algo además de su nombre; su edad: treinta y un años; su estado civil: soltero, pero en búsqueda activa; y su profesión: rey recién coronado.

Había leído acerca de su programa de desarrollo social y modernización y las especulaciones de que debía de ser todo un visionario además de muy tenaz si quería conseguir instaurar cambios en un país que era muy tradicional. Sin embargo, no había leído nada personal acerca de él, como hombre.

El jeque era la máxima autoridad en Dhalkur. ¿Controlaría también todo lo que publicaba la prensa en su país?

Rosanna se estremeció. Había lidiado antes con personas poderosas, pero con nadie que hubiese estado al frente de todo un país. ¿Se esperaría de ella una total obediencia?

Ni siquiera la fotografía que había encontrado de él, durante la coronación, era satisfactoria. Estaba tomada de lejos y solo se veía una figura alta y orgullosa delante de una multitud exultante.

Rosanna tomó su teléfono con la intención de buscar una fotografía oficial, pero entonces el coche atravesó un enorme portón y ella se quedó sin respiración.

Atravesaron unos muros muy gruesos guardados por dos puestos de guardia y llegaron a un extenso jardín.

Las palmeras se elevaban sobre el vehículo y Rosanna vio brillar el agua de varias fuentes detrás de los macizos llenos de flores cuando el coche giró y se detuvo ante la entrada más impresionante que había visto jamás.

Las escaleras eran muy anchas, con baldosas de color azul celeste que llevaban hasta un arco alto y ornamentado, con tallas en tonos esmeralda y dorado. Unos metros detrás había otro arco ligeramente más pequeño y todavía más bonito, decorado en tonos turquesa y plateado. Y, detrás de este, un tercero todavía más pequeño, adornado con cobalto y oro, que albergaba unas puertas de metal cuyo color bronce brillaba bajo la puesta del sol.

Rosanna sintió que el vello se le ponía de punta.

–Es increíble –susurró–. Nunca había visto nada igual.

–Es uno de nuestros tesoros –le dijo el chófer en tono orgulloso–. Se dice que hicieron falta treinta artesanos, trabajando treinta años, para completar la entrada oeste.

–Es todo un privilegio estar aquí –murmuró ella, viendo cómo se abría y salía un hombre ataviado con una túnica blanca.

Rosanna se dio cuenta de que el coche se había detenido. Miró al conductor a través del espejo retrovisor.

–¿No vamos a mi hotel?

Había dado por hecho que solo la había llevado allí para enseñárselo.

–A mí me han dicho que la traiga a palacio.

Por supuesto, aquello era el palacio. Tenía que haberse dado cuenta al pasar por los puestos de guardia. Tal vez aquel hombre que se estaba acercando al coche fuese a darles instrucciones acerca de su alojamiento.

La puerta de Rosanna se abrió y el conductor la invitó a salir. Detrás de él había un hombre mayor, con gesto orgulloso y una ligera sonrisa que se presentó como el chambelán de palacio.

–Señorita MacIain, bienvenida a Dhalkur, espero que haya tenido un buen viaje.

–Sí, muchas gracias.