El Hombre Canción - Isaac Zimerman - E-Book

El Hombre Canción E-Book

Isaac Zimerman

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Beschreibung

"El Hombre Canción" es una obra como ninguna otra. Terriblemente inocente y a la vez mostrando un realismo sin piedad, tan auténtico como audaz. Es una historia hermosa, y extremadamente triste. "El Hombre Canción" es realismo mágico, un cuento inescapablemente cómico. Carcajadas y llantos. Es una novela sobre un niño que trae dentro del corazón solo amor, nobleza, curiosidad y alegría infinita para lo que es, o puede ser su mundo. El niño se encuentra, como es nuestro destino, en un mundo que sin importarle lo que debería de ser, es lo que es. Pero posiblemente el niño nos enseña algo glorioso que normalmente se encuentra más allá de nuestro horizonte... un niño con una chispita de Dios puede retar a la desgracia del mundo. Puede ser El Hombre Canción. Lee la historia del hombre canción, recordarás algo de lo que se te ha perdido. Nunca olvidarás este cuento tan trágicamente precioso.

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Isaac Zimerman

El Hombre Canción

Título original: JOSELITO

Copyright © 2012 por Isaac Zimerman

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.

ISBN: 978-1-329-79044-5

eISBN: 978-965-92396-0-3

CONTENIDO

Prólogo

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

Con ojos muy grandes y llenos de miedo veo al humo girar y girar haciendo figuras de espanto con bocas llenas de dientes filosos. Las veo y me ven haciéndose largas como famélicas almas sin cuerpo, algunas sonríen con maldad.

Cierro los ojos para no ver, pero más me asusto. Los abro y el cuarto está lleno de cosas que giran, que flotan. Quiero llorar pero me han dicho que los hombres no lloran.

Mamita, ¿dónde estás? Más humo, más monstruos, monstruos blancos los veo en lo negro del cuarto.

El miedo me brota por todo el cuerpo, quiero llorar y me acuerdo que esto los hombres no hacen. Ya son muchos los blancos, se agachan, me tocan, me muevo y el aire los desvanece en nubes de malos presagios.

Tiemblo y tirito de frío miedo, por fin digo–. Papá, tengo mucho miedo.

–Es porque piensas cosas que no existen –me contesta.

–¿Si no existen, por qué pienso en ellas? –le pregunto.

–Es que eres un niño muy fantasioso.

–¿Qué es fantasioso papá?

–Que piensas cosas que no existen, y ya duérmete que estoy muy cansado –me ordenó mi papá.

No entendí nada de lo que me dijo e hice lo que los hombres no hacen, pero lloré muy pero muy quedito para no enojarlo, pues en la misma cama de este hotel desconocido de este pueblo lejano dormíamos. Mi papá fumaba un cigarrillo tras otro exhalando con monótono ritmo a las blancas figuras.

Así estuve lo que se me hizo mucho tiempo, llorando quedito y pensando–. No pienses y los monstruos quizás no te vean.

Por fin creo que me dormí y soñé, pero soñé cansado porque no despertaba. En el sueño gente chiquita, gente mediana y gente adulta correteaban con palos y garrotes a un niño.

CAPÍTULO I

Sentí que alguien me movía agarrándome por el hombro, despacio, muy despacio, abrí los ojos con mucho cuidado, y ahí estaba casi encima de mí, un rostro todo arrugado, con cabellos muy largos, muchas canas tocaban mi pecho. Quedé quietecito, no tenía miedo, sus ojos frescos despedían calor y me confortaban.

–Niñito, niñito –decía este rostro amable–. No te vas a quedar acostado todo el día, mira que ya son pasadas de las tres.

Miré y el cuarto estaba lleno de luz, ya no había de las blancas figuras.

–Deberías estar afuera jugando –dijo la amable señora ya erguida–. El sol te haría muy bien. Mira que pálido estás, ¿cómo te llamas?

–José, le dije tímidamente.

–Joselito, ¿dónde está tu papá?

–No sé –le dije buscándolo con los ojos por el cuarto.

–Seguramente fue a hacer un mandado, ya vendrá, mientras vístete, lávate la cara, baja las escaleras, y me buscas en la cocina que te voy a dar algo de comer –a medio decir oí que dijo–. Ya se lo cobraré a tu papá.

Asentí con la cabeza. Entonces fue que la vi enterita y la vi muy grande, y no de estatura, pero sí de años. Parecería que los años del mundo la sostenían, las miles de arrugas eran suaves y tersas, toda ella resplandecía.

Joselito olvidó de momento sus pesares y desconsuelos, brincó de la cama diciendo –Sí, señora. Corriendo bajo.

–No vayas corriendo m'hijito que vas a llegar antes que yo, anda, ve y lávate un poco y dame tiempo de bajar y prepararte la comida.

Joselito rió y trato de caminar despacito tarareando una canción.

Casi ya para salir del cuarto la Nanita volteó y vio la figura regordeta del niño que iba como en cámara lenta y preguntó – Cantas muy bonito. ¿Quién te enseñó?

–Yo creo que fue mi mamá.

–¿No te acuerdas? Volvió a preguntar la Nanita.

–No, casi no me acuerdo de mi mamá –puso cara como de buscar algo.

La Nana no quiso decir más, solo lo vio y sintió que lo quería.

–Te espero abajo, Joselito –saliendo la Nana dijo.

Tengo que hacer tiempo, se decía Joselito, no me gusta este cuarto. Huele a monstruos.

La Nana llegó al comedor de este su hotelito, de pueblo pequeño, que había logrado construir con muchísimas astucias y esfuerzos y no se arrepentía de nada.

Cuando se ponía triste, se decía, valió la pena, y otra vez se ponía contenta. Aunque la clientela se iba alejando como sus fuerzas. No se sabía cuál era primero, o la causa de la una o de la otra. No se podía decir que tuviera competencia con otros hoteles, pues este era el único hotel en kilómetros a la redonda. Siempre que se daban instrucciones de cómo llegar a un lado, se empezaba diciendo si te paras en frente de El Refugio, caminas para allá o para acá.

Podrían haber sido o serían las fuerzas de la Nanita, o que ya no había tanta gente como antes, o que la gente ya toda tenía casa, o que los tiempos no se prestaban para viajar. El caso es que ya no se trabajaba como antes.

La Nanita ordenó comida a un mozo que andaba perdido recogiendo cosas y esperó al niñito.

Joselito esperó lo que pudo y bajó con una sonrisa. Casi siempre hubiera traído una sonrisa, pero los hechos no lo dejaban.

Primero se oyó la tonadita que venía entonando.

Luego apareció todo fresquito oliendo a niño.

¡Pobre Joselito! No sabes qué solo te encuentras.

No sabes cuánto dolor.

No sabes cuánta angustia vas a vivir sin que sospeches que el soplo de Dios te avienta adelante como soldado de papel combatiendo las llamas del mundo.

Lo ve la Nana y lo llama–. Ven a sentarte.

Joselito corre y se toma del brazo de la Nanita. Esta con cariño le vuelve a decir–. Siéntate, ya te traen de comer. Mientras este se sentaba, la Nana le dijo–. ¡Ya se lo cobraremos a tu papá cuando regrese!!!

Joselito comió contento, le gustaba comer. Y ahí estuvo todo el día pegado a las faldas de la Nana.

–¿Dónde estará mi papá? Esta viejita es chula, bueno, creo que es chula, no lo sé, yo no sé muchas cosas. Siento cosas y siento que no está bien sentir y ser lo que siento. Creo que se tiene que ser y luego sentir lo que se es. Eso se decía Joselito y pensando se pasó el día tratando de saber si sentir y ser es lo mismo, o cuál iba primero.

Hubiera querido llorar pero estaba contento.

La Nanita iba de aquí para allá y yo pegado a sus faldas. Sentí que se hacía de noche, sentí cómo la Nana se cansaba, sentí como el tiempo pasaba. Sentí, ¿por qué siempre sentía? Los muertos no sienten. Los muertos me dan miedo. No quiero pensar en ellos. ¿Dónde está mi papá?

–Joselito, es hora de irte a dormir. Vamos despacio, muy despacio a tu cuarto. Mientras subimos canta una canción.

Canté una canción muy alegre porque tenía miedo de ir a dormir.

Una vez acostado, mi Nanita, porque yo ya me había quedado con ella, ella era “mi” Nanita, dijo–. Te veo aquí acostadito y pienso en mi hijo. Yo creo que tu papá tuvo un pequeño percance. Mañana va a estar contigo jugando.

–Mi papá no sabe jugar. Mi papá no sabe reír. Mi papá no es malo, nunca me pega. Mi papá no es niño. Mi papá no sabe qué hacer, creo que ya se fue.

–¿Cómo dices eso Joselito? –lo interrumpió la Nana.

–Vi a la libélula, ella lo vio partir.

Y esta le preguntó– ¿Dejas a Joselito?

Yéndose él dijo–. Joselito tiene la chispa de Dios.

–¿Cuándo pensaste eso? –viéndolo con asombro le preguntó la Nana.

–Nunca lo pensé, sólo lo supe.

–Bueno, ya estás bien acostadito, bien tapadito. Mañana tu papá va a estar aquí. Te vas a ir con él y yo me voy a quedar sola otra vez.

–Yo no quiero que te quedes sola, dijo Joselito un poco triste.

–Preocúpate de ti, niño bonito, que el tiempo amenaza tormenta.

–¿Qué quiere decir eso? No entiendo.

–Duerme chiquito, que tiempo vas a tener de entender.

–Hoy no hay monstruos blancos.

–¿Puedo darte un beso en la frente? –le preguntó la Nana.

–Creo que mi mamá me abrazaba.

–¿Puedo abrazarte?

–Sí, pero no como mi mamá.

–¿Puedo darte un beso de buenas noches?

–Sí, pero no de buenas noches porque los monstruos me espantan.

–Escucha Joselito, nadie te va a espantar. Yo me quedo aquí a cuidarte –con una sonrisa le dijo la Nana.

A esa maternal figura la vio Joselito cuando cerró los ojos y la volvió a ver cuando los abrió. Se sentía bien Joselito. Toda la noche lo habían cuidado–. ¡Qué bonita te ves! –Dijo Joselito.

Y el corazón se le hinchó de gozo a la Nanita–.Yo fui muy bonita de joven –le aseguró al niño–. El hijo del panadero siempre me buscaba. Y si quieres saber la verdad, a mí también me gustaba, pero la vida vueltas da y él se casó con quien pudo y yo me casé con quien no pudo. Mira, Joselito, no quiero decir que estuvo bien o que estuvo mal, pero con el que me casé no fue lo que quise. Tuvimos hijos, ahora tengo un nieto que quiere ser bueno pero el diablo no lo deja y es tan malo como si él fuese Lucifer.

Días pasaron y Joselito huérfano seguía. La gente decía, cómo es que ese niño vive en el hotel sin pagar. El padre perdido, la madre quién sabe.

–Joselito, tan chiquito te hiciste de pocos amigos y sí de muchos enemigos –la protección de la Nana le regalaba muchas envidias entre los familiares de esta.

Las hijas decían–. No sé cómo tienes a ese mugroso escuincle judío comiendo gratis y ocupando una habitación. No ves que dicen –decían sus hijas–

–Que la gente ya va a venir y tú ocupando un cuarto gratis.

La Nana sólo decía–. Hijitas queridas, Dios lo mandó para que hiciéramos un acto de caridad. ¡Es una prueba!

La Flaca Socorro, arrugaba la nariz y se iba echando pestes.

Angustia se erizaba como gato montés y decía–. Tú ya estás vieja y no sabes lo que dices. Dios no existe, es sólo una ilusión de locos.

–Que no te oiga el cura decir eso m'hijita, porque te puede excomulgar –quedito susurraba Nachita.

–Pues que me excomulgue –y Angustia movía las caderas como incitando al cura o al diablo. Sólo ella sabía a qué o a quién invitaba y se iba diciendo una sarta de majaderías que Doña Nachita no quería entender ni oír. La Angustia de lejos gritaba–. Si me alcanzas soy tuya –y la Nanita se santiguaba dos veces.

Joselito sin padre se quedó, pero no lo extrañaba. La Nanita era casi como una mamá para el niño, esta lo cuidaba y Joselito la cuidaba a ella. En las noches le cepillaba los largos cabellos encanecidos y los cepillaba tan bien que pronto se volvieron hilos de plata.

El hotel empezó a tener un poco más de clientela. Unos venían y contaban–. Estamos de vacaciones –otros nomás decían la verdad–. Venimos a ver al huerfanito judío –unos preguntaban–. ¿Y tiene rabito como perro? ¿O tiene cuernitos como los chivos o pezuñitas como diablito?–. Muchos vinieron, era como en el circo. Nunca habían visto a un judío y menos tan chiquito, sólo habían oído lo que algunos curas en secreto contaban.

Joselito oía las preguntas y a veces se buscaba el rabito y por más que daba vueltas girando no se lo pudo alcanzar. Los cuernos, las pezuñas, sabían que todavía no las tenía pero no estaba seguro que un día no le empezarían a crecer. El hecho es que Joselito se sentía importante y no le molestaba lo de los apéndices.

Pasó el tiempo y la gente se empezó a cansar. Nadie nunca vio rabito ni cuernos, segurísimos estaban que el niño no tenía pezuñas.

Porque siempre andaba descalzo por más regaños de la Nanita para que usara zapatos.

Las hijas de Doña Nachita no querían al niño pero lo habían soportado pues su estadía había traído clientela, y los clientes traían dinero y con el dinero Socorro se compraba pasteles con crema. Angustia compraba vestidos con flores frescas que parecían de campos de sueños lejanos. Angustia buscaba príncipes de tierras remotas porque el príncipe que conoció en estas praderas la dejó embarazada y huyó como conejo espantado y al correr decía–. Me atrapaste porque estaba borracho, pero ya estoy sobrio y me voy a avisarles a los príncipes de tierras remotas que tengan cuidado porque los andas buscando.

No es que Angustia fuera fea, más bien era bonita, pero tenía una chispa como del diablo.

CAPÍTULO II

Un día como de verano, la Nanita dijo–. Joselito, mira, mi niñito, te voy a tener que cambiar de cuarto.

–¿Adónde me vas a cambiar Nanita? –saliéndole unas lágrimas Joselito preguntó.

–Atrás en el patio hay un cuartito que ya arreglé, te va a gustar, no llores m'hijito, ven, vamos al cuarto, te lo voy a enseñar.

Joselito tomó de la mano a Doña Nachita y se fueron al cuarto del patio. Joselito esta vez vio al patio de distinta manera, esta iba a ser su nueva casa. Pasaron por un largo corredor de paredes sin techo y no le dio miedo. Llegaron al cuarto y creyó que no le daba miedo; sus grandes ojos grises de largas pestañas ocupados estaban recorriendo todo lo que podían ver y no supo qué pensar, por qué la Nanita lo trajo de nuevo a la realidad del patio.

–Mira, m'hijito, si en la noche te dan ganas de hacer pis nomás sales y riegas a esa azalea que está ahí.

Joselito no lloraba más y asintió con una sonrisa.

–Mi niño, ¿por qué será que cuando te ríes uno se siente fresco y contento?

–Nanita, cuando me río yo también me siento contento y quiero cantar.

–Canta si quieres, pero también te digo que en unas semanas vas a tener que ir a la escuela.

Para sorpresa de Doña Nachita que esperaba chorros de lágrimas de Joselito, este la sorprendió diciéndole–. ¡Ay, qué bueno! Así voy a tener muchos amiguitos, ¿verdad Nanita?

Doña Nachita mintió–. Claro que sí.

Joselito anduvo cantando todo el día mientras él y su Nanita visitaban muchos tendajos donde compraban piloncillo, pan, tortillas. En otros tendajos compraban chicharrón, carne y otras cosas que no supo, pues estaba ocupado viendo las calles, la gente y a todos les sonreía. A ver si se ponían contentos como le dijo su Nana, unos le regresaban la sonrisa, otros lo ignoraban y algunos se persignaban al verlo.

–Acuérdate bien de todos estos lugares porque te voy a empezar a mandar a hacer los mandados–. Joselito iba feliz cantando.

Regresaron al hotel donde Angustia y Socorro le dijeron algo que no entendió pero vio sus caras y se espantó. Joselito no quiso pero la noche llegó y con esta el hecho de ir a su nuevo cuarto a dormir solito.

La Nanita le dijo–. Anda, Joselito, ve a acostarte.

No sé para qué pensaba en la noche, ya hice que la Nanita se diera cuenta. ¿Ahora qué hago? Pensó Joselito y no supo qué hacer, así es que obedeció. Muy valiente se dirigió a la puerta que daba al patio, la abrió, vio que estaba oscuramente negro, le empezaron a temblar las rodillas, igual siguió adelante, creyó que el corredor se hacía más chiquito y que se lo iba a comer. No supo cómo, pero sus pies se habían dado vuelta, él trataba de seguir a su cuarto, pero sus pies tenían otros planes y ellos eran los que mandaban y ya estaba corriendo de regreso allá con la Nanita que lo recibió en sus brazos y Joselito no hizo más que llorar.

–Mira chiquito, te voy a arrullar aquí en mis brazos hasta que te duermas, luego te llevo a tu cuarto y te acuesto, ¿te parece bien chiquito?

Joselito con ojos gigantes dijo–. Sí, Nanita.

Me gusta que me digas Nanita y ahora te voy a cantar una tonadita que me sé pero no te vayas a reír porque yo no canto bonito como tú.

Joselito la vio y como si pensara mucho le preguntó a Doña Nachita–. ¿Soy yo un mugroso judío abandonado?

–¿De dónde sacas eso chiquito?

–Creo que así me dice la Socorro –Joselito asintió con la cabeza muy serio.

–Cochino no eres porque hace tres días que te bañaste. Abandonado nomás un poquito. Aquí estoy yo, estás tú y te cuento cuentitos de cosas que vi. Nunca vas a estar abandonado, creo que tienes una chispita chiquita del amor infinito de Dios. Además ahora yo te conforto, en cuanto a lo de judío, creo que sí Joselito.

–No sé qué es “conforto” y tampoco sé qué es ser judío.

Doña Nachita hizo como que sabía y dijo–. Lo de “conforto” no importa, lo de judío no estoy segura pero es algo así como ser culpable de algo –Joselito sin decir palabra abrió todavía más sus ojos haciéndolos ver grandísimos y pensó–. ¿Será por haberme comido esas galletas del jarrón azul?–. Yo sé que no eres culpable de nada –terminó de decir la Nanita.

Joselito no entendió muy bien la conversación pero igual decidió no agarrar más galletas del jarrón azul. Sintió un calorcito que lo hacía dormir y se abandonó en los brazos de Doña Nachita. Y soñó que volaba, se sentía muy bien volando, pero cuando se acababa el aire se caía y caía muy fuerte, pero nunca se estrelló en el piso, algo siempre lo salvaba. Luego prendió una antorcha y paseaba por el pueblo con su antorcha prendida y la lumbre no quemaba. Al tocar sólo daba suave calor y se sentía bien tocándola. La gente lo vio y dijo–. Es como un gitano encantador de la lumbre –y Joselito quería decirles que no, que él no era gitano, que era judío y que podían tocar su lumbre porque sólo calentaba sabroso. Mientras paseaba se encontró con un niño gitano y se hicieron amigos. Joselito le preguntó–. ¿Cómo te llamas?

Y este dando una maromera dijo–. Igualquetú.

–Bonito nombre. Yo me llamo José.

–Mira José, te voy a enseñar mi cuchillo –y el gitanito sacó un cuchillo chiquito.

Joselito le preguntó–. ¿Y para qué lo quieres?

Igualquetú rápidamente le dijo–. Para defenderme de todos. ¿Qué tú no tienes cuchillo para protegerte?

Joselito pensó un rato y dijo–. A mí me protege esta lumbre que no quema.

–Mira José, yo te voy hacer un poco mago, no mucho porque no sé. Me mandaron a tu sueño diciéndome Igualquetú, ve y dile que tiene una chispita de Dios, y aquí estoy. Sólo te digo no sueñes con alguien porque se muere. Cuando yo esté aquí en tus sueños es porque yo vine. Tú nunca sueñes conmigo porque es peligroso –dijo Igualquetú y se fue.

El cuarto de Joselito tenía una ventana por la que entraba el sol muy de mañana. No se sabía si su cama había sido puesta con intención de que el sol le pegara directamente en la cara. Bien temprano sintió que su antorcha le quemaba la cara. Abrió los ojos y no había antorcha, lo caliente era un rayo de sol que le goteaba despacio. Joselito se lo trató de quitar pero el rayo era terco y ahí estaba. Por fin Joselito se tuvo que levantar y corrió por el corredor, entró al hotel y ahí estaba su Nanita esperándolo.

–Por fin te levantaste. Ya fui dos veces a verte y dormías como lirón.

–¿Qué es lirón?

–No sé Joselito, siempre andas preguntando cosas, es algo así como dormido, ¡no sé! Pero la gente así dice cuando alguien duerme profundamente tranquilo.

–Yo no dormí muy tranquilo, anduve jugando con Igualquetú.

La Nanita sonrió y dijo–. ¿Jugabas conmigo?

–Ay Nanita, no jugaba contigo, jugaba con Igualquetú.

–Mira Joselito, mejor siéntate a desayunar rápido que tenemos que ir a muchos mandados. Por el camino me cuentas tu sueño.

Pasaron las semanas y Joselito contento, Angustia la Mala y la Flaca Socorro igual haciéndole gestos y diciendo cosas de grandes. También oyó que venía el hijo de la Mala porque empezaba la escuela, sabía por su Nanita que este había ido a pasar unas vacaciones cerca del mar con unos familiares. Joselito pensó–. Voy a ser su amigo y vamos a jugar hasta que nos cansemos.

Atilo era unos tres años mayor que Joselito y si se le veía por detrás parecía una piedra, si se le veía de ladito parecía una piedra, de frente parecía una piedra con cara malvada. Al ver al niñito dijo–. ¿Y esta cochinada quién es?

Joselito se le acercó para saludarlo y antes de que pudiera decir su nombre, Atilo le dio un coscorrón, lo empujó y quién sabe que más le hubiera hecho si Angustia no le dice–. Deja a ese escuincle mugroso y ven que te voy a enseñar lo que te compré.

–¡Sí, ahí voy! Y a ti te veo luego, amenazó al niño el famoso Atilo.

El sonoro coscorrón le dolió muchísimo, pero se aguantó de llorar y se quedó quieto, muy quietecito, no sabía qué hacer, no sabía adónde ir. Ahí se hubiera quedado para siempre muy quieto, pero se cansó, entonces se fue, y se escondió por allá. Estaba triste, ya no tenía amigo, pero contento de que Atilo se tuvo que ir.

Faltaban dos días para que empezara la escuela. Joselito anduvo medio escondido, medio que no, por ningún motivo quería encontrarse a la “Piedra”. También había aprendido a irse a su cuarto solito. Tiempo antes de irse, preparaba y se preparaba, al tiempo que le decían–. Hora de ir a dormir.

Él gritaba–. Buenas noches –y se echaba a correr para su cuarto. Una vez fuera del hotel decía a los amenazantes peligros–. Si me pescan soy suyo –una vez dentro de su cuarto saltaba a la cama, se cubría con las cobijas y temblando se desvestía y temblaba tanto que la cama ya había aprendido a temblar con él. Luego, antes de meter la cabeza debajo de las cobijas decía–. Diosito, cuídame hoy en la noche y también cuida a mi Nanita.

Esta vez el sol no lo despertó, era la Nanita la que lo hacía–. M'hijito, levántate, es día de escuela. Joselito abrió los ojos, vio que estaba medio oscuro, se levantó y le sonrió a la Nanita.

–Ándale m'hijito, mira, te tengo una ropita nueva, bueno no nueva, era de Atilo cuando era más chico.

Joselito no pudo imaginárselo más chico. El cuarto estaba un poco en penumbras y al verse los brazos Joselito los notó muy oscuros, se los talló con las manos y siguieron del mismo color.

–¿Qué haces m'hijito? –le preguntó Doña Nachita.

–¡Me estoy haciendo los brazos más blancos!

–¿Y para qué los quieres más blancos? ¡Santísimo Dios! Suspiró la Nana.

–Es que mira Nanita qué prietos los tengo, y en la escuela me van a hacer burla.

–Qué prietos ni qué prietos, están más blancos que el migajón de bolillo, lo ves de ese color porque todavía está medio oscuro, ¡y además qué tiene que estuvieran prietitos como piloncillo!

–¿Estás segura Nanita? –le preguntó muy preocupado Joselito.

–Tan segura como el mar.

–¡¡¿Tú conoces el mar?!! –con ojos inmensos dijo el niño.

–Sí, es muy bonito –se quedó soñando en otras épocas la Nanita. Joselito ladeó su cabeza un poco y miró a Doña Nachita como queriendo saber qué pensaba. Y ahí estaban, uno ladeadito y al otro brillándole los ojos de nostalgia, la Nanita parpadeó tres veces despacio y dijo–. Tú siempre me engatusas para platicar pero hoy no tenemos tiempo, tienes que desayunar y luego te tengo que llevar a la escuela.

–¿Tú me vas a llevar?

–¿Si no yo, quién? Tú crees que ya estás muy grande para presentarte con la maestra tú solo y decirle yo soy Joselito y vengo a quedarme –Joselito se rió brincando de la cama.

Doña Nachita le alcanzó a dar una nalgada de cariño diciéndole–. Lávate bien, péinate, ponte las ropas que te traje y yo te espero en el comedor.

El niño la vio como salía con pasos chiquitos y le parecieron que eran cansados. Él se dedicó a limpiarse con el agua que su Nanita siempre le tenía lista en un baldecito blanco, medio descarapelado en los bordes.

Se vistió, se arregló lo mejor que supo y corriendo se fue a encontrar a Doña Nachita que lo esperaba con el desayuno ya listo. Se sentó y comió medio atragantándose por la prisa, pero no le sirvió porque antes de acabar apareció Atilo. Joselito dejó de comer y con disimulo lo observó.

Atilo ignoró a Joselito e imperativamente le ordenó a Doña Nachita–. Que me traigan de comer.

–Sí, m'hijito, ya te traen.

–Ya acabé –dijo Joselito, que no quería estar muy cerca de Atilo–. Te espero allá afuerita.

–Anda, ahí te alcanzo – siguiéndolo con los ojos dijo Doña Nachita.

Atilo hizo como que Joselito nunca existió.

Joselito caminaba despacito. No quería hacer viento y que lo vieran mucho. La Nanita lo había presentado con la maestra y lo había dejado ahí nomás. Era la segunda vez que lo abandonaban en tan poco tiempo. Algunos niños se le habían acercado con curiosidad y él trataba de poner su mejor cara.

Cuando la maestra pasó lista y con trabajos dijo su apellido, los niños se rieron; y nunca supo si fue por la pronunciación o por lo raro que sonaba ese apellido, la maestra los cayó en seguida y todos se espantaron.

Marta era una niña no fea, a Joselito le parecía muy bonita, y la bonita se le acercó y le preguntó–. ¿Por qué te llamas José?

Este un poco cohibido contestó–. No sé.

–Mi papá me ha dicho que todo tiene un por qué, ¿a ti que te ha dicho tu papá? –Marta quiso saber.

–Que no debo de llorar, pero eso me lo dijo hace mucho.

–¿Hace cuánto?

–¡No sé!! Hace mucho.

–¿Sabes leer? –con cara de saber preguntó la bonita.

Joselito ya un poco molesto por tantas preguntas contestó–. ¿Cómo te llamas?

–Marta. Eso es porque mi papá tenía una tía que se llamaba Lenchita, y esta tenía una vecina de nombre Marta que le gustaba mucho a mi papá.

–Buen nombre de vecina bonita –dijo y continuó Joselito–. ¿Tú crees que si yo supiera leer tendría que venir a la escuela?

Marta no supo si le dijo bonita a ella ¿o qué? Así es que prosiguió y parándose de puntitas y sacando el pecho, dijo–. Yo sé leer y vengo a la escuela.

Joselito pensando un poco dijo–. ¡Ya sé! No has de saber otras cosas, por eso vienes a la escuela.

–Mi papá dice que sé muchas cosas, que soy muy inteligente y que voy a ser una pésima esposa. Y ya me voy, no vayan a creer que somos amigos.

Joselito no pudo más que asentir con la cabeza y quedó en silencio sintiendo algo caliente en su estómago, cuando vio a Marta, la niñita bonita alejarse moviendo su faldita para allá y para acá.

Un golpe en la cabeza lo hizo dejar de ver a Marta, volteó y fue cuando su estómago dio un brinco y quiso salir corriendo pero no pudo. Una manaza gigante lo agarró por la camisa, y la cara malvada de Atilo dijo–. Pinche judas, no quiero que te le acerques a Martita, no quiero que la veas, no quiero que pienses en ella, si se te acerca y te habla, cierras los ojos para no verla y te vas corriendo, ¿entendiste judío mugroso?

Joselito temblaba y temblaba y dijo que sí a todo. Atilo con trabajos sonrió y se fue caminando despacio.

Joselito después de un tiempo y de mirar para todos lados, un poco avergonzado y un poco temeroso estaba decidiendo qué hacer cuando una sirena empezó a aullar. Los niños todos corrieron en una sola dirección. Él no sabía hacia dónde hacerlo, hacia su casa ¡aunque no la tenía! O hacia donde los niños corrían.

Joselito se dijo–. Si corro a mi casa me van a decir, ¿por qué corres? Y yo no voy a saber qué decir. Si me voy con todos los niños me van a decir por qué vienes con nosotros si tú no eres igual y provocas el ruido. Mejor me quedo parado y a ver qué pasa.

Después de un largo rato, Joselito seguía muy quieto parado en medio del patio viendo. Echaba chorritos de sudor. El sol lo incomodaba, su cabello negro le quemaba la cabeza, sus ojos color acero vieron a la maestra que venía rapidito hacia él.

Llegó la maestra, lo agarró por la oreja y con un movimiento maestro casi lo levantó en vilo. Joselito se paró de puntas y caminó rapidito para que la maestra no se fuera a quedar con su oreja.

–José, ¿qué es lo que haces parado aquí en medio, te quieres hacer el chistoso o estás medio tonto?

–No maestrita, vino alguien, me pegó en la cabeza, entonces oí unos chillidos y vi a todos los niños correr y creí que el chillido de mi cabeza salía y espantaba, entonces me quedé aquí bien quieto y el ruido se acabó. Luego no supe qué hacer y me quedé parado nomás.

La maestra lo soltó y aguantó la risa–. Mira que tienes ideas –esta se agachó, lo tomó por los brazos y con un poco de bondad, no mucha, porque ella después de tantos años de lidiar con estas criaturas sabía de lo que eran capaces si notaban un poco de debilidad, pero la seriedad con que Joselito le dijo las cosas la enterneció un poco–. Ese ruido que oíste –continuó diciendo–. No estaba en tu cabeza, eso es un timbre que avisa que se acabó el recreo, es hora de regresar a estudiar.

Joselito no sabía si creerle o no, pero la explicación de la maestra era más confortable que la de él, así es que dijo–. Sí maestrita, la próxima ya sé qué hacer cuando se oiga el chillido.

–¿Qué edad tienes José?

–Dicen que tengo como cinco, yo la verdad no sé.

–Yo como maestra sé mucho y yo sé que tienes cinco años y que tu cumpleaños es el Día del Niño, treinta de abril. Así le vas a ahorrar dinero a la gente, tú como judío no tienes Navidad ni Santos Reyes, sólo te tienen que comprar un regalito al año y ya está. ¡Si es que te lo compran! Acuérdate de decirle a Doña Nachita cuándo te dije que era tu cumpleaños.

–Sí maestrita, yo se lo digo.

La maestra se enderezó y de la mano se lo llevó al salón donde todos los niños lo vieron con curiosidad y sorpresa porque a Joselito no lo traían de la oreja, nomás de la mano.

–Vete a sentar –le ordenó la maestra y esta continuó diciendo y hablando lo que pareció a los niños por años, enseñó cosas, los niños aprendieron lo que pudieron, se ponían serios; a veces, no siempre. Era su primer año en la escuela y todos se sentían importantes, también Joselito.

Volvió a sonar la chicharra y Joselito no supo adónde correr pues ya estaba adentro. Buscó con los ojos a la maestra y esta con una sonrisa le dijo–. José, ya puedes irte, camina con cuidado de regreso a El Refugio.

Joselito se fue y contó a Doña Nachita las cosas raras que sucedieron en la escuela y su Nanita se rió como en muchos años no lo había hecho. El niño se rió también; porque era chistoso ver a su Nanita reír tanto. Se hizo tiempo de dormir y corrió por el corredor de miedo. Se metió en su cama y temblando durmió. Despertó y estuvo contento de ver el sol y cantó de camino a la escuela, aprendió cosas con su maestrita e hizo algunos amigos, no muchos. Martita lo veía de lejos, él la espiaba cuando podía. Y Atilo siempre con alguna nueva desgracia para José. Hasta parecería que Joselito ya se estaba acostumbrando a los malévolos tratos de Atilo. Entre esto y lo otro, un poco más de esto que otro, el tiempo pasó.

La Nanita un poco sin luz un atardecer lo llamó y le dijo–. Chiquito hermoso, yo ya me voy.

–¿Adónde vas Nanita chula, quién te va a cepillar tus cabellos si no estoy yo?

–No te preocupes, adonde voy no necesito mi pelo.

Joselito no supo qué hacer y le dio un beso a Doña Nachita–. Se lo das a mi mamá cuando la veas –ladeando la cabeza dijo Joselito.

–Todo va a estar bien –rodándole una lágrima dijo la Nanita–. No te preocupes, ahora m'hijito, vete a tu cama –la viejita lo abrazó muy fuerte.

Joselito corrió por los corredores de miedo, se metió en su cama y soñó a Doña Nachita cerca del alba.

Despertó con los gritos del nuevo día–. ¡Doña Nachita murió! ¡Doña Nachita murió! Gritaban unos cuantos empleados. Las hijas ya vestidas de negro.

Joselito pensó–. ¡Pobrecita! Mi Nanita no pudo ir adonde me dijo que iba. Vio que muchos lloraban y él también lloró, aunque su papá le había dicho que no.

Las cosas empezaron a cambiar. De comer ya no le daban hasta que se llenara, ahora era un plato medidito.

Lo peor por un lado era que empezaron a levantarlo muy temprano para que trapeara, primero un poco, luego más y más hasta que las noches se le hacían más rabonas que los pantalones que un día Doña Nachita le trajo diciéndole–. Cuando crezcas y ya no te queden te traigo otros más bonitos. Parece que él sí creció, pero ya nunca nadie le trajo los pantalones que dijo Doña Nachita.

Por el otro lado era bueno porque tenía menos tiempo de espantarse en lo oscuro de su cuarto.

Todo siguió más o menos igual por unos meses, ya flaco y lleno de jiotes, una noche dicen que se levantó dormido, prendió un palo y caminó por todo el hotel como buscando algo. Lo único que Joselito recuerda es la santa paliza que le dio Angustia la Mala, y fue tan fuerte que le costó trabajo sentarse por varios días.

Su consuelo era ir caminando a la escuela aunque fuera por estas calles medio polvorientas y tristes.

Habrá sido la época o sería porque se murió su Nanita, pero en el pueblo no había dejado de soplar un vientillo medio caliente, medio frío, medio molesto, desde el funeral de Doña Nachita y ese vientito empezó apagando las velas que habían puesto en el piso siguiendo las señas mágicas de polvos blancos, rojos, amarillos y verdes de debajo de la caja donde tenían a Doña Nachita. Luego el vientillo arreció y los polvos se fueron a otros entierros, pero el vientecito se quedó desde entonces.

Joselito por las terregosas iba cantando y pensando–. ¿Por qué será que la gente habla quedito cuando yo paso? El niño nunca supo por qué lo hacían. A veces quiso preguntar–. Señor, señora, ¿por qué tan quedito hablan? –pero la verdad le daba miedo el modo en que sus ojos veían, así es que mejor se iba con su curiosidad a otro lado.

El tiempo pasaba y pasaba y a Joselito se le hacían más rabones y cortos sus descoloridos pantalones que le llegaban a media espinilla. La gente empezó a hablar diciendo–. Mira cómo traen las de El Refugio a ese judío chiquito, ya pronto se le van a ver los tanates si no le dan otro trapo más grande –y la Flaca Socorro tuvo que traerle otro pantalón. Bastante rotito y no remendado porque ¡Quién iba a hacer esos menesteres si no el mismo Joselito! Que aprendió a remendar; ¡remendar cualquier cosa!

Las palizas se repetían una vez por esto, otra vez por esto otro, no importaba por qué pero eran constantes. Lo que lo hacía recibir más tundas eran sus caminatas sonámbulas. ¡Y claro! No se puede pasar por alto la famosa azotaina que le dieron cuando con otros niños se fue al río en lugar de a la escuela, la Mala le echaba unos gritos y le daba unos golpazos fuertísimos en la cabeza. Uno de esos golpes lo mareó un poco y ya no oyó bien lo que le gritaban–. Maldito escuincle judío, tú allá en el río jugando como doncel y yo aquí rompiéndome la cintura, por tu culpa en la noche ya no le hago al cura los vaivenes de antaño –y dale le daba más y volvía a gritar–. Cabroncísimo, hijo del demonio, si te vuelves a ir de pinta te voy a matar a golpes y luego te voy a echar a la calle pá que te coman los perros –más golpes. Joselito no oyó lo último que le gritó la Angustia. Pero vio como la Flaca Socorro se reía y no supo si de Angustia o de él.

Cuando recordaba esa tunda se le enchinaba todo el cuerito y decía–. Casi valió la pena, el río estuvo muy bonito, lástima que ya no oigo tan bien como antes y volvía a pensar, ha de ser por los gritos que me echó la Angustia y zarandeaba la cabeza como para sacudirse los gritos.

Este día se había levantado bien temprano, era un día muy especial, había trapeado rápidamente y con mucho cuidado para que no lo hicieran hacerlo otra vez, había encerado el pasillo de la entrada de El Refugio y ya brillaba como la luna, no sabía para qué, pues por ahí de las nueve de la mañana otra vez puro polvo en pisadas marcaban el piso. Lavó los trastos que le dieron. Y esperó un poco escondido a que la Flaca Socorro estuviera cansada de no hacer nada y ya casi para dar una que otra cabeceada, para preguntarle –Doña Socorro, ¿qué más hago? Ya acabé los quehaceres.

La Flaca molesta dijo–. Condenado escuincle, ya me espantaste el sueño, ¡mira que pareces zancudo chupando la sangre! ¡Vete de aquí a hacer lo que quieras y no me molestes!

Después de lo que le decían y de la manera en que lo trataban, Joselito sentía ganas de llorar mucho, a veces no se podía aguantar y se iba gimoteando a un rincón donde se sentaba y lloraba hasta que quedaba dormido sin que nadie un consuelo le diera. Sólo un grito–. ¡José, ¿dónde demonios andas? –lo despertaba, pero hoy no tuvo ganas de llorar y se fue ligerito a la calle. Era un día muy especial. Hoy yendo iba a la casa de la niña bonita. Ayer se había acercado a mí después de la escuela recordaba Joselito y me dijo–. Joselito, ayer estuve pensando en ti y pensaba, por qué será que tienes los ojos tristes y en la cara una sonrisa te adorna, por qué será que la gente dice de ti no sé qué cosas.

Ahí yo la interrumpí y le dije–. Eso mismo me digo, ¿por qué será que la gente habla quedito?

–Joselito, la gente no habla quedito, todo el pueblo gritando lo dice.

–¿Qué es lo que dicen? –le dije, porque yo no oigo nada de gritos.

–Mira Joselito, cállate y oye lo que digo, ayer lo pensé y hoy aquí estoy diciéndote que te invito a las tres después de la comida desde luego, que vengas a mi casa y vamos a platicar. ¡Adiós! –dijo y se fue.

No sé por qué sentía como que me habían regañado y que me ordenaron hacer algo. Ayer me dijo lo que dijo y hoy aquí voy después de la comida a la casa grande de la niña bonita. Mañana voy a saber qué pasó el día de hoy y ayer ya no va a ser más ayer y el hoy ya no va a ser lo que es y… qué complicado es esto, mejor dejo que los mañanas, los hoys y los ayeres se acomoden como quieran porque yo ya llegué a la casa grande donde Martita abrió la puerta antes de que yo la tocara, tenía un gesto raro.

–Joselito, llegas diez minutos tarde.

–Es que no sabía la hora.

–No hay pretexto, mi papá dice que el éxito empieza por la puntualidad.

Asentí con la cabeza sin saber de qué hablaba. Entramos a la casa, la seguí por lugares muy limpios y grandes, luego salimos al patio jardín que era tan bonito como la niña.

–Ven Joselito, ven, vamos a sentarnos en esta banquita que tenemos mucho, mucho que hablar.

Yo disfrutaba viendo para todos lados cuando me encontré con un perico, me quedé mirándolo con curiosidad, él me vio, creo que se rió de mí porque echaba gritos que parecían carcajadas. Marta se ha de haber dado cuenta porque dijo–. Ese es Pericles, siempre se ríe de la gente, ven siéntate aquí –me dijo la niña que sentadita muy recatada me hacía señas.