El horizonte de Keops - José Ignacio Velasco Montes - E-Book

El horizonte de Keops E-Book

José Ignacio Velasco Montes

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Un extraño médico sirio logrará llegar a la corte del mismísimo rey Keops, allí asistirá a las maravillas y las encarnizadas disputas de la época de mayor esplendor del Antiguo Egipto. La Gran pirámide, la pirámide de Keops, es la única de las siete maravillas del mundo antiguo que sigue en pie, está formada por más de dos millones de bloques de piedra y en ella trabajaron más de cien mil hombres: es el símbolo de la grandeza que el reinado de la IV Dinastía llegó a tener. El horizonte de Keops nos introduce en medio de esa majestuosidad a través de Humupep, un médico sirio que viaja a la corte del rey Keops. Gracias a una carta de un hijo del rey, el médico se convertirá en la persona de confianza del hombre más poderoso del Antiguo Egipto. José Ignacio Velasco nos describirá, a través de los ojos del médico, la vida de los obreros de la pirámide de Keops y de la esfinge de Gizeh, los problemas entre las distintas mujeres del rey para que este favoreciera a sus vástagos, o las facciones irreconciliables en que se dividían los hijos del rey en La Casa de la Vida. Además lanzará preguntas que la egiptología no ha logrado responder aún y, desde la literatura, el autor intentará darles una respuesta: ¿Es la esfinge de Gizeh obra del rey Keops o de su hijo Kefrén como se sostiene en la actualidad? ¿Es verdad que la hija de Keops tuvo que prostituirse para poder sufragar la obra de la pirámide a razón de un bloque de piedra por cada hombre con el que yacía? Razones para comprar la obra: - Egipto es una de las civilizaciones más conocidas y estudiadas de la historia y sobre la que más libros se han escrito, es, por eso, reconocible para un gran número de personas. - Existen, sin embargo, aspectos poco conocidos de los egipcios de hace 5.000 años como la navegación, la formación de los militares la educación de los escribas o la profesión de los sacerdotes.

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Colección: Tiempos de Piramideswww.nowtilus.com

Título: El horizonte de KeopsAutor: © José Ignacio Velasco Montes

Copyright de la presente edición © 2007 Ediciones Nowtilus S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3o C, 28027 Madridwww.nowtilus.com

Editor: Santos RodríguezCoordinador editorial: José Luis Torres Vitolas

Diseño y realización de cubiertas: Rodil&HerraizDiseño y realización de interiores: JLTV

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

ISBN 13: 978-84-9763-364-2

Libro electrónico: primera edición

A Cachito, mi esposa y socia en esta aventura, por seguir ayudándome a pesar del paso del tiempo y de los imponderables, permaneciendo unidos por la idea de que la felicidad es un trayecto

ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

PERSONAJES

BIBLIOGRAFÍA

AGRADECIMIENTOS

Quiero dar, en primer lugar, las gracias a todos los lectores que, con su acogida, nos han permitido continuar con la presente serie histórica sobre el Imperio Antiguo, Dinastía IV.

En segundo lugar, agradecer a Don Pedro Alonso y Don Agustín González, de la distribuidora Logintegral S.A.U. 2000, su labor y esfuerzo en mantener la obra al alcance del gran público por toda la geografía patria. Y también la próxima distribución, ya en marcha, allende el Atlántico, en los países hermanos. Estos ya hace tiempo que vienen solicitando la posibilidad de su lectura, acción que se encuentra dificultada por la distancia. Sin embargo, un cierto número de ejemplares han llegado allá transportados por viajeros que traían el encargo de hacerse con ellos. Y este aspecto ha incrementado la demanda al conocerse, por Internet y por el habitual «boca a boca», detalles de la obra.

También quiero dar las gracias al Instituto de Estudios del Antiguo Egipto de Madrid (I.E.A.E.) por su ayuda en la localización y verificación de datos reales sobre algunos de los personajes históricos que aparecen a lo largo de esta obra y algunos detalles sobre acciones y situaciones que se relatan a lo largo de la misma.

Y finalmente, agradecer a la Editorial Nowtilus, y más en concreto a su director Don Santos Rodríguez, la acogida y edición de esta obra y el cariño puesto por él y su equipo en la presente edición.

Marbella, enero de 2007.

PRÓLOGO

En las últimas décadas, el mundo de habla española se ha visto enriquecido con un sinfín de títulos que, sobre el mundo siempre mágico del Antiguo Egipto, han pretendido aproximar al público entusiasta, esta milenaria cultura que protagonizó una de las páginas mas brillantes de la civilización universal.

Muchos han sido, y son, los autores que, desde diferentes puntos de vista vienen cumpliendo la noble tarea de acercar al publico actual, una sociedad que, aparentemente tan distante de la nuestra es, en muchos aspectos, muy semejante a la del siglo XXI. Finalmente, los procesos civilizadores tuvieron y tienen el mismo sujeto común: el hombre. Este, con sus aciertos y sus derrotas es quien, finalmente crea y destruye imperios. Al término, siempre ha sido el hombre el protagonista y el paciente de la historia.

El Egipto del rey Jufu, (Keops) vio probablemente una sociedad que el lector reconocería fácilmente como la suya.

Bajo el nombre genérico de Tiempos de Pirámides, el autor, el Dr. D. José Ignacio Velasco, nos sorprendió primero con El faraón Snefru (Málaga 2004), que fue un gran éxito de ventas. A este primer libro, le siguió El faraón Keops (Granada 2005), con el mismo triunfo arrollador. Ahora nos vuelve a sorprender con esta nueva obra, bajo el título de El horizonte de Keops, a la que auguramos el mismo éxito que han tenido las precedentes.

Durante toda la IV dinastía, la organización social creada en la época tinita llegó a su máximo esplendor y desarrollo. Sería la era de las grandes pirámides, aquella en la que el proceso civilizador egipcio alcanzaría uno de sus cénits. Aquel fue el momento mítico en el que volvería a mirarse la milenaria historia egipcia cuando una y otra vez, las reiteradas crisis la pusieran al borde del abismo.

La IV dinastía gravitó alrededor del gran Keops, hijo y sucesor de otro mítico monarca: Snefru, y de las mujeres relacionadas con el anterior. Nombres míticos como la reina Hetep-Her-es o sus esposas y hermanas, Meryt-It-es y Henut-Se, dan vida en la pluma del Dr. Velasco a esta saga de personajes de los que se sabe muy poco a través de los restos documentales históricos que nos han llegado.

Pero, sin embargo, el reinado del mítico rey Keops se nos antoja como ya sucedió a sus paisanos egipcios del Imperio Medio, un tiempo de heroísmo y fuerza modelado bajo la poderosa influencia de su rey. Al fin y al cabo, Keops fue un hombre con todas sus grandezas y sus miserias. Pero, si Keops fue un soberano que estuvo presente a través de toda la historia de Egipto, incluso en época de Herodoto, ello debió ser porque su fama imperecedera atravesó los siglos de la mano de su gran obra, la Gran pirámide. ¿Quién no ha sucumbido a su embrujo? La Gran Pirámide es Keops, aunque de él no poseamos sino un muy pequeño retrato.

Y el Dr. Velasco reafirma una vez más la seguridad del lector cuando, paseando por las páginas de, este, su nuevo libro, le propone sus tesis a propósito de cómo pudieron ser los acontecimientos, incluso los más entrañables, que nunca nos desvelarán los restos de los documentos históricos.

El autor, como si de un biógrafo se tratara, nos relata detalladamente los ambientes íntimos de los palacios, de los templos y de las calles egipcias. Pero, y esto es probablemente lo más meritorio, nos ofrece el análisis de los perfiles psicológicos de los sujetos, de las ambiciones y de las pasiones que entretejen la trama que se desenlaza con este tercer volumen sobre el reinado de Keops.

¿Realidad recreada o meritorio ejercicio de ficción histórica? Es el lector quien debe decidir el dictamen final. Lo que resulta innegable es que el creador de esta saga de relatos acredita un profundo conocimiento histórico y arqueológico del periodo, pues sin esta sólida base, el intento habría estado destinado al fracaso.

Soy testigo de excepción de los esfuerzos y trabajos realizados por el Dr. Velasco, quien ha visitado personalmente en numerosas ocasiones los desiertos y ruinas de Egipto para recuperar esos retazos espirituales que todos los reyes y los integrantes de la nobleza, el clero y el pueblo llano dejaron aquí y allá, impregnando el aire de los mitos que aún respiramos.

Es seguro que mi buen amigo José Ignacio ha interrogado a las piedras, mudos testigos del pasado, para obtener de ellas las respuestas secretas no relatadas a nadie y que ahora él nos vuelve a entregar en las páginas de este apasionante libro.

Por ello, invito a los lectores a sumergirse en este apasionante relato del que no seré yo quien desvele las claves, pues esa es una aventura que concierne exclusivamente a dos: al autor y a su lector. Solo revelaré que al término de este viaje por la historia del reinado más destacado de la IV dinastía, que el Dr. Velasco ha preparado para nosotros, todos los que lo hayamos compartido soñaremos un poco más con los fabulosos tiempos del mítico rey Keops, como si de los relatos del Papiro Westcar, se tratara.

Madrid, 17 de febrero de 2007.

Teresa Bedman. Del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto. Co-Directora de la Misión Arqueológica Española Proyecto Sen-en-Mut. Luxor. Egipto.

INTRODUCCIÓN

No han pasado aún dos años desde que el primero de los volúmenes de esta saga, Tiempos de Pirámides. El faraón Snefru, viera la luz. Han sido dos años en los que las noticias sobre Egipto y los nuevos descubrimientos sobre esta gran civilización se han sucedido e incrementado de forma clara y con una amplia difusión por los medios. Un año después, más o menos en las mismas fechas, el segundo volumen, Tiempos de Pirámides (2) El faraón Keops, hacía irrupción en el mercado y recibía igualmente una gran acogida.

Egipto, su historia, su civilización, su misterio, su cultura, atraen cada vez más a un público que desea ver y leer algo diferente. Y es que Egipto es distinto. Y lo es de una forma que no tiene nada que ver con otras civilizaciones, que también atraen a un turismo curioso e interesado. Son personas deseosas de salir de la rutina de unas ciudades plenas de humo, vidrio y hormigón para vivir la aventura de conocer e introducirse en una cultura que no tiene parangón con nada.

Día a día, el número de visitantes a Egipto, el «País de las Dos Orillas», aumenta de forma clara. Son viajeros de todo el mundo. Y es curioso constatar que el número de españoles se ha incrementado de tal manera en la postrera década, que en los bazares, como Khan el Khalili, o el de Bab el Louk, no solo se habla en español en una gran proporción de tiendas, sino que hay publicidad y ofertas en español. Ello indica el inusitado interés de nuestros compatriotas por esa civilización. Interés que no era excesivo no hace muchos años, pero que ha sido captado por los nativos y se nos muestra con una gran acogida. Lo que ocurre es que los egipcios actuales, siguen siendo, como en el Antiguo Egipto, un pueblo acogedor con sus visitantes.

España ya no es una desconocida en Egipto. Misiones como el Proyecto Sen-En-Mut, en Deir El Bahari, Luxor, son ya un exponente del buen hacer español en la arqueología egiptológica. El techo astronómico descubierto por esta misión española, está considerado como el más antiguo del mundo. Este proyecto, ya en su tercer año, es llevado a cabo por el Instituto de Estudios del Antiguo Egipto de Madrid (I.E.A.E.) y coloca a Teresa Bedman y a Francisco Martín Valentín en primera línea entre los egiptólogos españoles y hermanados con los del resto del mundo.

Quiero dar, en primer lugar, las gracias a todos los lectores que, con su acogida, nos han permitido continuar con la presente serie histórica sobre el Imperio Antiguo, Dinastía IV.

En segundo lugar, agradecer a Don Pedro Alonso, Don Agustín González y Don Javier Valverde, de la distribuidora Logintegral S.A.U. 2000, su labor y esfuerzo en mantener la obra al alcance del gran público por toda la geografía patria. Y también la próxima distribución, ya en marcha, allende el Atlántico, en los países hermanos. Estos ya hace tiempo que vienen solicitando la posibilidad de su lectura, acción que se encuentra dificultada por la distancia. Sin embargo, un cierto número de ejemplares han llegado allá transportados por viajeros que traían el encargo de hacerse con ellos. Este aspecto ha incrementado la demanda al conocerse por Internet y por el habitual «boca a boca» detalles de la obra.

También quiero dar las gracias al Instituto de Estudios del Antiguo Egipto de Madrid (I.E.A.E.) por su ayuda en la localización y verificación de datos reales sobre algunos de los personajes históricos que aparecen a lo largo de esta obra y algunos detalles sobre acciones y situaciones que se relatan a lo largo de la misma.

En este, el tercer volumen, prosigue el desarrollo iniciado en el primer libro, con la vida del rey Snefru y la juventud del entonces príncipe Keops. Acción que se continúa en el segundo volumen con el inicio de la vida del recién coronado rey Keops. Actividades que prosiguen en el presente tercer libro narrando la segunda mitad de la vida del rey Keops, el constructor de la Gran Pirámide de Gizeh.

Keops es un rey pragmático, y a la vez problemático, al cambiar una serie de normas preestablecidas. Su enfrentamiento con los sacerdotes de algunos dioses, le va a granjear escasa simpatía entre algunas castas sacerdotales. Keops continúa, aunque más agresivo y con mayor extensión, la política iniciada por su padre, el rey Snefru y, a pesar de los imponderables con el clero, sienta las bases e inicia una civilización que habrá de durar más de 3.000 años.

Este rey hizo un gran esfuerzo para la mejora de su país y también, todo sea dicho, en su propio interés. Bajo su dirección se inició una gran organización administrativa, la creación de unas manifiestas infraestructuras, la formación de especialistas de todo tipo, desde escribas a arquitectos. Paralelamente se formó un extenso funcionariado para poder controlar la construcción de su gigantesca tumba, de sus templos alto y bajo separados por una gran calzada. Así, hizo esculpir la famosa «Esfinge de Gizeh» y terminó muchas otras obras. Todo ello fue la simiente del alto nivel que alcanzaría esta civilización en los siglos posteriores.

Sí, ha leído bien: la «Esfinge de Gizeh» fue realizada por Keops. Para alguno el leer esto puede producir un cierto asombro; pero así fueron los hechos en tan lejano pasado. Sobre este extremo, aunque durante muchos años se ha dicho y repetido, de forma casi mecánica e impensada, que la hizo su hijo Kefrén, para muchos autores de gran prestigio esto no parece ser cierto. En la actualidad, una gran —o al menos cierta— proporción de estudiosos la consideran, basados en muchos detalles muy reales y comprobables, como una de las obras del rey Keops.

Así, en el capítulo 10 del libro Tesoros de las Pirámides, editado por White Star Publisher, 2003, podemos leer toda una serie de datos que justifican nuestro aserto. En las páginas 112 a 138 de dicho capítulo, cuyo título es «Las pirámides de la IV Dinastía», firmado por alguien de tanta categoría como Rainer Stadelman, encontramos, entre otras, la siguiente afirmación:

«Al este, situada más abajo en el valle y cerca de su palacio, Keops mandó esculpir una de las mayores estatuas jamás creadas, la Gran Esfinge, reconocida hoy como una auténtica obra maestra de Keops. La tradicional atribución de la Gran Esfinge a Kefrén, no tiene base arqueológica, epigráfica ni estilística, por el contrario, todas las pruebas apuntan firmemente a Keops.»

Y siguen toda una larga serie de estudios sobre las razones por las que una gran mayoría de autores coinciden en este aspecto, como son, sucintamente: la conformación del rostro, la carencia de barba real, los detalles del pañuelo de cabeza, el Nemes y sus pliegues, la forma de las orejas y otros muchos aspectos en los que no voy a insistir, pero que ahí están y el estudioso puede constatar.

Sin embargo, todo sea dicho, otros autores opinan, en mi opinión demasiado gratuitamente y sin más pruebas, que siempre se ha dicho que era así: que la esfinge forma parte del complejo de Kefrén.

En este tercer volumen, en el que culmina la vida de este gran rey, prosiguen las acciones civiles y militares paralelamente a la vida familiar, como son las relaciones con sus cuatro esposas y sus numerosos hijos. Nos enfrentamos, además, tanto a los viajes, las guerras y los entresijos políticos de la corte, como a las maniobras de las familias de sus esposas para conseguir poner como heredero del puesto de rey a alguno de los príncipes de sus estirpes. Son unos príncipes que, al crecer y vislumbrar el poder, luchan entre ellos. Y así, al mismo tiempo se narran otros centenares de hechos y situaciones a lo largo de la vida de este gran rey. Y son estas circunstancias, sembradas en el pasado, las que van a dar lugar en el futuro a las vicisitudes que se irán presentando en las vidas de los sucesivos reyes. Acontecimientos que serán plasmados en los siguientes volúmenes que, posiblemente en el número de ocho, completarán la saga de la IV dinastía, (2575-2465 a.C.) dentro del Imperio Antiguo.

En el siguiente volumen a este, el cuarto: Tiempos de pirámides (4) Los reyes Kawab y Djedefre, estos dos reyes marcan un período breve en el tiempo real de aquel lejano momento, pero es una etapa de la historia rica en luchas intestinas familiares y otros muchos problemas en las relaciones internas y externas del país. Pasada esta etapa de transición, el inexorable paso del tiempo dejará abierto el camino al reinado de otro gran rey, Kefrén, cuya vida y acciones se relatarán en el quinto volumen: Tiempos de pirámides (5) El rey Kefrén. Este rey, un gran soberano, se va a enfrentar también con situaciones nuevas. Es un momento de rápidos cambios, de una problemática diferente, pues la tecnología de la piedra y el cobre evoluciona con rapidez y los múltiples contactos con los países limítrofes, hacen que, tanto la vida como el desarrollo técnico, se desenvuelvan aceleradamente.

De nuevo dar las gracias a los lectores, a los distribuidores y al I.E.A.E. por sus aportaciones y consejos, pues sin estas ayudas, esta saga no podría haber sido escrita y editada.

Marbella, enero de 2007.

CAPÍTULO I

«La amistad es un comienzo desinteresado entre iguales.» Oliver Goldsmith, 1728-1774.

1

El mar va cambiando lentamente de color conforme el amanecer, escasamente insinuado, llena con su alborear la tranquila superficie. La figura, apenas visible, que duerme sobre unos sacos de cereales al lado de la borda de babor, se agita y se alza lentamente. Queda mirando con tranquila curiosidad el desdibujado contorno de una lejana costa que difícilmente se aprecia debido a la neblina; una bruma deshilachada y tenue que no logra atravesar la incipiente luz. Pero puede apreciar el escaso avance que ha realizado la nave a lo largo de la noche. Conoce la costa y calcula que apenas si han rebasado la ciudad más cercana a Egipto: Ascalón. Quedan, si todo marcha bien —se dice—, más de tres días para alcanzar Tanis, su punto de destino.

Mirando la gran vela de sucio lino que les impulsa, puede observar que el viento es flojo y apenas se infla ligeramente la tela que cuelga de la verga superior. Asomándose a la borda de sotavento, eleva el faldellín y alivia su vejiga llena por una noche en la que ha dormido profundamente.

En la otra borda, un grupo de egipcios duerme profundamente. Lo hacen bajo la vigilancia de un nubio de gran tamaño que permanece erguido y con la espalda apoyada en el interior de la amura de estribor. En todo momento, ha podido observar siempre cómo los ojos del enorme negro recorren la nave en una permanente alerta. Hace varios días que los vigila con disimulada curiosidad y empieza a llegar a conclusiones. Es consciente que toda la caterva de hombres que lo forma, no son sino acompañantes del mozalbete que siempre permanece rodeado y protegido por ellos. Esta actitud le lleva a una conclusión: el tranquilo muchacho debe ser una persona de cierto nivel. Pero no ha tenido ocasión de contactar con él. Observa que, cada día, un egipcio de edad media, no solo no se separa de él, sino que durante horas hablan, leen tablillas y papiros y el joven escribe bajo la constante mirada de los que le rodean. Ha apreciado el gran interés que pone el muchacho por aprender. Le calcula unos catorce años o poco más. Es la edad en la que todavía los chicos tienden más a jugar que a serios estudios. Ha advertido igualmente que con frecuencia recorre el barco acompañado por otro de sus servidores que le explica con interés detalles de la nave. Los diálogos entre ambos son animados y el mozalbete pregunta y toca cuidadosamente aspectos del navío, como su estructura y sus cordajes. En un par de ocasiones ha subido hasta la cofa y con frecuencia habla con el capitán que le trata siempre con una gran deferencia.

Mientras la luz se aclara por momentos disipando la neblina que lo envuelve suavemente todo, el observador pasajero saca de una bolsa un poco de comida y bebida que engulle con manifiesto apetito. En la otra borda el nubio que vigila mira el cielo y, levantándose, agita a uno de los egipcios. Su fino oído le permite captar lo que le dice cuando este despierta:

–Señor, está amaneciendo. Es hora de despertar a todo el grupo.

–Vamos a hacerlo.

Y momentos después todos ellos se encuentran dedicados a diversas actividades. Uno desaparece por un momento y vuelve con un cubo de agua que el joven utiliza para lavarse cuidadosamente. Mientras tanto, otro nubio del grupo ha preparado un refrigerio para todos.

Desde la otra borda, en total quietud, aparentando estar dormido, el viajero observa el ceremonial con el que se inicia el día y que es idéntico al de los días anteriores. La exactitud de la disciplina, la repetición de los mismos actos, sin órdenes y con una precisión que le recuerda lo que ha visto en los templos entre los sacerdotes y en los cuarteles entre los militares, le incrementa, todavía más, una curiosidad que le mantiene vigilante e interesado desde que partiera de Biblos. Es un misterio que le gustaría desentrañar, mas no ha tenido la menor opción a ello. El grupo, distante y aislado, no parece verle en ningún momento. Apenas ha recibido unos gruñidos como respuesta a sus saludos del primer día, por lo que no ha vuelto a intentar ningún acercamiento.

Con el amanecer y la aparición distante pero manifiesta del sol, la vida en el barco se restablece como cada alba. Hay un inmediato cambio de turno entre los que han estado de servicio por la noche. Un marinero baja de la cofa y otro inicia de inmediato la escalada para sustituirlo, trepando por una maroma. Cuando casi alcanza el extremo del bieldo que soporta la verga con la vela, la cuerda de esparto por la que asciende se rompe y el marinero cae desde lo alto sobre cubierta. Duro y curtido, el marinero apenas se queja, pero se levanta con dificultad. Tiene un brazo apuntando al cielo y no consigue bajarlo.

El viajero ha observado el acontecimiento y de inmediato sabe lo que sucede. Otro marinero acude al lado del caído y trata de moverle el brazo. Desde el sitio en el que se encuentra, en un reflejo irrefrenable, grita:

–¡No, no lo toques! Le ayudaré yo. Lo he visto hacer una vez.

Todo queda paralizado en la cubierta. El viajero se aproxima al que permanece en el suelo, todavía aturdido y sus manos recorren con rapidez el brazo y el tronco e indica perentoriamente:

–¿Quién me puede ayudar? Tiene que ser alto y fuerte.

De inmediato uno de los nubios del grupo egipcio se adelanta y acude a su lado haciendo un gesto de saludo y ofrecimiento. El jovenzuelo que tanto le interesa ha seguido al miembro de su grupo y queda observando para ver bien lo que se va a hacer.

–Yo puedo ayudarte.

–Eres fuerte y alto. Lo harás muy bien —indica aceptando la ayuda con una discreta sonrisa.

–¿Qué puedo hacer?

–Cógelo por la mano, por la muñeca y tira de ella hacia arriba tratando de elevar el cuerpo de la cubierta.

–Te entiendo —y con rapidez coge al herido por la muñeca con sus dos manos y empieza a alzarlo lentamente.

El viajero actúa con rapidez aprovechado la elevación. Sus manos mueven el cuerpo, agitándolo ligeramente, y palpando la zona de la axila. Con un chasquido audible, el cuerpo se estremece con un pequeño salto del brazo hacia arriba y el marinero gruñe aliviado. Han sido unos escasos minutos en todo el suceso, desde la caída hasta la solución completa.

–Que traigan un trozo de vela vieja o un trozo de tela —indica perentoriamente.

Momentos después, en medio de la observación de los marineros y de los escasos viajeros que hay en el barco, le coloca el brazo sobre el pecho y lo envuelve en unas frazadas de tela que le inmovilizan el miembro superior.

El capitán acude a su lado y le agradece su actuación. A escasa distancia, el mozalbete le observa con ojos escrutadores y un intenso brillo en la mirada. Todo vuelve a la normalidad tras unos momentos de conversaciones que han roto, por unos instantes, la frialdad habitual en la nave.

El viajero, discretamente, se retira a su rincón habitual y, momentos después, observa que el mozalbete acude a su lado lleno de curiosidad y le espeta:

–¿Quién eres?

–Un viajero…

–Quería decir. ¿Quién, y qué eres?

–Soy un aprendiz —responde enigmático.

–Aprendiz… ¿De qué?

–De todo.

–¿De todo? ¿Qué es todo? ¿Qué quieres decir?

–Que nunca sé, ni sabré, lo suficiente. Que siempre querré saber más y más de todo. Mi sed de saber es inagotable, como lo es el agua del mar.

–Pero tú eres un sunu, un médico.

El misterioso y lacónico viajero no contesta aunque mira intensa y descaradamente a los ojos al muchacho. Este, en unos momentos, nota que una corriente de simpatía le invade y sabe que puede confiar en el recién conocido. Con un gesto conminativo aleja a los dos nubios que permanecen a su lado atentos a la conversación.

–Y tú, ¿Quién eres? —Le espeta el viajero invirtiendo las tornas.

El mozalbete sonríe al comprender que lo que desde hace días desea está a punto de convertirse en realidad. Desde el primer momento se ha fijado en el silencioso viajero y ha observado que está pendiente de ellos, mas le han dicho que no haga amigos durante el viaje. Sin embargo, la ocasión le ha mostrado que debe aprovechar la situación para satisfacer su curiosidad. Haciendo caso omiso a los gestos que le hacen su mentor y también su profesor, responde con aplomo:

–Me llamo Merib. Quiero ser marino. Este es mi primer viaje por mar después de más de un año de estudios en la escuela naval de Tanis. Y tú… ¿Quién eres?

–Me llamo Humupep y soy un aprendiz. Mi padre era egipcio y mi madre era siria, de muy lejos de aquí. Vengo a Egipto a aprender todo lo que pueda.

–Pero tú eres médico. Lo he visto por tu forma de actuar.

El viajero acepta con su silencio y un gesto ambiguo en el que se encoje de hombros como si nada fuera importante para él.

–Yo he nacido en Menfis y me gustaría ser tu amigo. ¿Es posible? —Indica el jovenzuelo, espontáneamente, con una sonrisa al tiempo que el tono de su voz advierte que tiene costumbre de imponer su criterio.

–La amistad no se pide, se gana. ¿Sabrás hacerlo?

Merib sonríe abiertamente. Con decisión apoya su mano en el hombro de Humupep al tiempo que le mira directamente a los ojos en un claro deseo de ser aceptado. Humupep mantiene la mirada por un momento antes de aceptar. Ha podido leer en el fondo de los ojos del muchacho su nobleza y los deseos sinceros de ser admitido en su mundo.

–Creo que sí, que podemos ser amigos. Ven, siéntate a mi lado y hablemos —le indica el viajero al tiempo que, cogiéndolo por el brazo, lo lleva hasta la zona en la que se encuentra su exiguo equipaje.

Y ambos se sientan sobre los sacos de grano que hay pegados al interior de la amura de babor. A escasa distancia los dos nubios, los guardaespaldas del mozalbete, no le pierden de vista y tratan de escuchar la conversación. Sin embargo, esta llega hasta los oídos de los dos medjays incompleta e ininteligible.

–Tú eres una persona importante en Menfis o en algún otro lugar. ¿O estoy equivocado?

Merib queda en suspenso por unos instantes. Le han indicado que no debe revelar a nadie su personalidad ni su estatus en la casa real. Pero para el muchacho, Humupep es más que nadie. Ha notado, desde el primer momento, que la simpatía hacia él es superior a lo que nunca ha tenido por cualquiera de las muchas personas que conoce. Es por ello que, tras un titubeo, inicia la conversación con seguridad.

–Sí, es cierto. Soy de una familia importante de Menfis. Pero eso no importa ahora. Quizá, cuando nos conozcamos mejor, te diré quién soy. ¿Te parece bien?

–Por supuesto. Ahora solo contamos tú y yo. Lo demás no es importante. —Indica Humupep.

–Para qué preguntarnos quienes somos. Deberemos conocernos antes.

–Estoy de acuerdo pues no tengo intereses oscuros. Era solo una observación que me has confirmado. No me importa quién eres; sí, por el contrario, me interesa cómo eres.

–Ahora… ¿Quién eres tú realmente? Y sí, estoy interesado en saberlo.

–Ya te lo he dicho. Aprendiz de todo y maestro de nada.

–¿A qué vienes a mi país?

Humupep sonríe antes de, agitando la cabeza, exponer:

–También lo he dicho: ¡vengo a aprender cuanto pueda!

–Es cierto sí, que lo has dicho. Soy yo el que es un misterio para ti. Te seré sincero… —indica dubitativo— aunque rompo todas las prohibiciones que he aceptado.

–Puedes confiar en mí. Pero te aconsejo que nunca confíes en nada, ni en nadie, incluso si te dicen lo que te estoy diciendo.

–Sí; mas… ¿Cómo saber cuándo sí y cuándo no confiar en alguien?

–Es algo que se aprende con el tiempo. Eso es la experiencia, y, a pesar de todo, uno se equivoca con frecuencia. Por ello te aconsejo: ¡nunca confíes en nadie!

–¿Puedo confiar en ti?

Humupep hace un gesto ambiguo abriendo las manos que muestran su impotencia para contestar y añade:

–Veo que no has captado lo que te estoy explicando.

–Sí, lo he entendido. ¡Solamente yo debo tomar la decisión de confiar o no, basado en la intuición y las sensaciones profundas de simpatía, aspecto, y demás! Y… y aún así, quieres decir que me equivocaré muchas veces al juzgar a los demás. ¿Es eso?

–¡Sí! Eso es.

–Me arriesgaré contigo. Confío en ti desde que subí a la nave. Me gustó tu modo de comportarte, tu forma de andar, tu rostro de persona noble, y ahora hablando sigo notando la misma sensación de afecto hacia ti. He apreciado que nos miras con curiosidad, que no pierdes detalle de lo que hacemos. ¿Es así?

–Es verdad. El hecho de que seas observador es algo muy importante y te será de gran ayuda en la vida —acepta y sentencia el sirio.

–Sí, soy observador desde muy pequeño, al menos eso me han dicho y eso creo.

Merib queda en silencio por unos momentos al ser interrumpido por el sirio.

–Te agradezco tu confianza. No diré que confíes en mí, pues ya lo estás haciendo. Ahora, pregunta o explica lo que quieras.

–Te diré quién soy. Soy hijo del anterior rey, Snefru, que ya se ha reunido con su Ka. Mi madre es la esposa real Meritites, segunda esposa del actual rey Keops.

Humupep no pestañea. Algo en su interior le había preparado para algo así. Solo una persona muy importante puede llevar un acompañamiento y escolta como las que lleva el muchacho.

–Eres una persona muy importante, pero nunca se sabrá por mí. Ahora bien, como soy nuevo en este país, tu país, y no sé nada sobre él, salvo lo que me ha contado mi padre antes de morir, ¿puedes decirme lo que ocurre en este momento?

–Sin duda te será útil, casi tanto como haberme conocido. Yo te abriré todas las puertas que necesites en Kemi.

–Te lo agradezco, mas sabré buscar solo mi camino.

–Lo sé. Pero ganarás tiempo si te oriento en ese trayecto. Y…, como sabes, el tiempo pasado no se puede recuperar.

–Tienes razón. Aprovecharé tus consejos y haré uso de tus amistades.

–El actual rey, Keops, lleva once crecidas en el poder, desde que murió mi padre. Yo tengo casi quince crecidas del Nilo y se me considera adulto. Llevo bastante tiempo en la Casa de la Vida de Heliópolis, donde he aprendido cuanto puedo aprender de casi todo lo que corresponde a mi edad. Ahora, volveré a Tanis para hacerme marino y en el futuro poder llegar a ser un jefe de la flota kebenit.

–¿Qué es la flota kebenit?

–Es el conjunto de barcos militares que protegen a Kemi y a las otras flotas de naves egipcias en el Gran Verde.

–Entiendo.

–¿Cuántas naves son?

Merib mira a su interlocutor entrecerrando los ojos y, como si no hubiera oído la pregunta, prosigue:

–Serán unos años duros de estudio y de hacer de todo en los barcos antes de que me confíen el mando de uno.

Humupep sonríe ante la discreción del muchacho y le hace un comentario:

–Eres ya un adulto por tu conocimiento y la forma de comportarte. Has hecho muy bien en no darme información del número de barcos. Puedes confiar en alguien, pero ese tipo de datos no te pertenecen y, por tanto, nunca des lo que no sea tuyo.

–Estoy de acuerdo. El actual rey, mi padrastro Keops, es un gran hombre y un gran rey. Para mí es como el padre que no recuerdo. Está haciendo una pirámide enorme, una gigantesca estatua y muchos templos por todo el país, además de los que hará en su pirámide.

–¿Y de eso que opinan los que tienen que trabajar?

–Todos los habitantes, menos una cierta parte de los sacerdotes, le consideran el mejor rey que Kemi ha tenido hasta ahora. Esos pocos hierofantes le consideran un traidor, un hereje y cosas peores.

–¿Porqué?

–Ha puesto cada cosa en su sitio. A los sacerdotes de muchos templos les ha obligado a devolver al Estado todo el exceso de riquezas que han acumulado a lo largo de cientos de años. Esos caudales se están empleando en obras por todo el país, pensando en el futuro.

–Comprendo que hacer cosas ayuda a muchos, a la mayoría, sin embargo molesta a otros… casi siempre a unos pocos.

–Sí, debe ser así pues ya ha tenido que desterrar a muchos importantes sacerdotes que creaban problemas.

–¿Y qué más cosas puedes contar?

–El rey Keops tiene, en la actualidad, tres esposas y más de media docena de hijos principales. Una de sus esposas, la que fue su segunda esposa, llamada Nefertkau, murió a los pocos días de tener su segundo hijo, la princesa Nefermdat. Eso llevó a mi madre a pasar a ser la segunda esposa del rey.

–Pero eso te hace heredero de la corona si fallecieran los otros hijos.

–Sí y no. He renunciado a ello cuando el rey ha dicho que se haga una mastaba, una gran tumba, cerca de su pirámide para mí.

–¿Y por eso renuncias?

–Sí. Cuando el rey te regala el terreno para una mastaba, un sitio en el que se construirá tu tumba, y se empiezan las obras, te está diciendo que no quiere que tú puedas ser el rey.

–¿Y siempre se le obedece?

–Siempre debes hacerlo, aunque algunos hacen como si no lo hubieran entendido. Y siguen luchando, él y su familia, para conseguir el poder.

–Y… ¿Hay mucha lucha en la corte entre tus hermanastros, primos y los parientes que haya con posibilidad de llegar a ser rey?

Frunciendo el entrecejo, con un gesto muy característico en él, Merib tarda unos instantes en responder:

–Sí, hasta hace poco eran las familias las que luchaban en la sombra. Mas ahora, como ya tienen edades en las que empiezan a comprender lo que pasa, y… ¡todo está cambiando! —asevera Merib.

–Y… ¿La situación se vuelve confusa?

–Pues sí, ya han empezado los enfrentamientos entre ellos y se han creado grupos.

–Y tú, ¿qué piensas de ello?

–Me siento feliz de irme a Tanis. Así no tendré que estar siempre pendiente de que me puedan asesinar, sufra un extraño accidente, me envenene una comida o penetre, casualmente, por la noche una cobra en mi habitación. Estoy seguro que ninguno de ellos quiere ser marino y la envidia no se orientará hacia mí.

Humupep hace un gesto de aceptación al muchacho comprendiendo lo que quiere decir y aprecia el sentido práctico que hay detrás de su postura. Y no puede por menos que hacer un comentario:

–Muy adecuado. No tienes derechos de primera fila y haces bien en estar lejos de esas luchas. Si el tiempo o las circunstancias te llevaran a la corona, no tendrías enemigos en ese momento. Aunque… empezarías a tenerlos al poco tiempo de ser coronado, como ocurre siempre.

–Sí, así es —acepta pensativo Merib—. Sin embargo, te seguiré contando cosas que pueden interesarte.

Merib hace un alto mientras se acomoda en los sacos de grano y su mirada se pierde por unos momentos en la vasta extensión de agua verdosa que les rodea. Humupep le observa en silencio, sin interrumpir. Alzando las cejas le anima a seguir.

–Keops, yo lo llamo así, ha creado tropas especiales que protegen las fronteras; ha hecho sólidos fuertes defensivos en las fronteras y cerca de las ciudades, y en las zonas en las que puede haber peligro de invasión.

Humupep permanece en silencio, sin dar señales de sorpresa.

–Ha formado un buen ejército, no demasiado numeroso, pero bien preparado y con buenas armas. Lo ha hecho con tropas de distintos sitios, con lo mejor que existe en soldados.

–Una idea muy buena. ¿Están contentos?

–Sí, los soldados viven muy bien. La mayoría tienen esposa, hijos, y estos viven en poblados cerca del puesto militar en el que trabajan.

–Muy adecuado. Empiezo a pensar que Keops es un sabio. ¿Y la marina, en la que tú vas a pasar tu vida?

–La marina crece por días conforme se van terminando nuevos y enormes barcos que permiten una navegación más segura por el Gran Verde. Los barcos egipcios son los mejores que hay, junto con los de los «piratas del mar», en el Gran Verde.

El visitante hace una señal de asentimiento e invita al muchacho, con un claro gesto, a proseguir al tiempo que pregunta:

–¿Y cómo son las relaciones con los países limítrofes? Por lo que sé, ese puede ser el gran problema de tu país.

–El rey lo tiene más que previsto. Hay acuerdos con los nubios, al sur, aunque…, de vez en cuando hay que morderles en el cuello. Hay problemas con los habitantes nómadas del Sinaí y, también, con otras tribus del norte, que hacen que cada varios años los egipcios les invadan y dejen todo resuelto por un tiempo.

–¿Y al oeste? ¿Qué tal os lleváis con Chemeh?

–Hay tranquilidad total al oeste, pues tiene acuerdos con el país más grande y peligroso que es Libia. Una de sus esposas, la tercera, Nubet, era una princesa chemehu.

–¿Una esposa de Libia?

–Sí, así es. Ella, junto con mi madre, son las dos esposas favoritas del rey y ambas se llevan muy bien, pues son muy inteligentes. La otra esposa, la primera, Henutsen, es todo un problema. No ella en sí, algo tonta y carente de ambición, pero sí lo es su familia. Esta y las docenas de familias de importantes que se han unido a ella, no solo en Menfis, sino en otros nomos del norte y del sur, han creado un grupo verdaderamente peligroso. Quieren que el primero, el segundo o el tercer hijo de la primera esposa, sea el futuro rey.

–Eso es lógico –acepta Humupep.

–Aunque soy joven, hay algo que aprendí hace mucho tiempo: «no hay nada lógico en la corte egipcia» —sentencia el muchacho en una clara demostración de madurez que no pasa desapercibida para su interlocutor.

–¿Qué es lo que puede no ser lógico?

–¡La voluntad de Keops! El rey puede designar, dentro de unos límites de familia, al que quiera que le suceda. Aunque…, siempre entre los que tienen derecho a ello. Y los que tienen ese derecho pueden ser algunos más que los hijos de la primera esposa.

Humupep hace un gesto de asentimiento al tiempo que indica:

–No conozco la forma de sucesión de vuestro país y no puedo opinar. Seguro que vosotros sabéis más que yo.

–Yo soy un candidato muy lejano y, además, no quiero ser rey. Mi ambición es otra: deseo ser el jefe de la flota Kebenit, el «Gran Almirante», y me estoy preparando desde niño para ello. El rey me dijo que si alcanzaba el nivel adecuado, él mismo me ayudaría y me dio el terreno para mi tumba, en la llanura de Gizeh, cerca de donde se está construyendo su «Casa para la Eternidad». Ambas manifestaciones me descalifican para ser rey.

–Salvo que no hubiera más remedio. Eres hijo de rey y de madre dos veces esposa de rey.

–Sí. Pero hay pretendientes con más derechos que yo.

–¿Son muchos?

–Sí, muchos —y recita diversos nombres que el visitante apenas puede captar—. Están: Kawab, Khufu-Khaf, Djedefre, Hordjedef, Minkaf, Kefrén, Babaef, Horbaef y aún hay algunos más con derechos similares a los míos, aunque todavía son muy pequeños.

–Sí, es obvio que tienes algunos por delante. ¿Qué tal se llevan entre ellos?

–La mayoría casi ni se hablan en los últimos años. Cuando empiezan a ser mayores y a entender lo que ocurre, ya hace tiempo que las familias los han empezado a preparar para tener un futuro como rey.

–Comprendo —acepta pensativo Humupep.

–Y, desde que descubren sus derechos, empiezan a discutir, a hacer alianzas entre ellos, de tal manera que al final todos están enfadados y no se hablan.

–Y a ti, ¿para qué te han instruido?

–A mí me han educado para marino. Desde pequeño es lo que más me gusta. No quiero vivir como ellos, siempre con miedo a sufrir un misterioso accidente, como ya le ha ocurrido a alguno.

–Haces bien, dedícate al mar, si es lo que deseas. Serás el «Gran Almirante» como es tu sueño y deseo.

– Y también hay una larga lista de princesas. Mis hermanastras son Hetep-Heres, como su abuela, y Meresankh, en honor a la madre del rey Snefru. Otras princesas con derechos de sucesión por vía femenina son: Nefermdat, hija de la fallecida Nefertkau, y Nefertiabet, hija de Henutsen. Todas ellas tendrán que ser esposas de esos príncipes para poder llegar al trono.

–¿Te unirás a una de esas princesas?

–No —indica con decisión Merib— no me preocupan las mujeres, al menos de momento. Algún día encontraré la mujer que me guste. El unirme a una de ellas reforzaría mi posición, pero aumentaría las inquietudes y tendría enemigos entre los príncipes. Esa no es mi idea.

–Sí, me imagino que debe haber muchas tensiones en el palacio. Me parece bien que pienses en ser marino y llegar a un cargo importante. Al ser hijo del rey Snefru e hijastro del actual rey tienes muchas posibilidades de llegar a ese puesto de Almirante.

–No quiero conseguirlo de ese modo. Debo llegar a él por mis méritos. Entre mis ideas hay una muy clara, aunque para los de fuera pueda parecer absurda: nadie es más que nadie, ni tampoco menos.

–Lo harás. Recuerda siempre que el conocimiento es poder. Y tú sabes todo lo necesario para llegar a tener poder.

–Sobre ese aspecto también sé algo: El poder se tiene, lo que no es mi caso; se recibe, lo que es posible pero solo si me lo merezco y, finalmente, lo que le ocurre a muchos: nunca se llega a tener.

–Has tenido muy buenos profesores ¿O me equivoco?

–No, no te equivocas. Mi madre se ocupó, desde pequeño, de prepararme muy bien. Y he sido un buen alumno en la «Casa de la Vida» en la que estudié.

–Agradece siempre a tu madre lo que hizo por ti. No todos tienen la misma suerte.

Merib acepta con un breve movimiento de hombros y se asoma a la borda pues está escuchando unos chapoteos poco habituales. Unos delfines siguen a la nave, saltando a escasa distancia. No es una visión infrecuente, mas para Merib, que es la primera vez que puede contemplarlos, es toda una sorpresa que le mantiene sin perder detalle durante un largo rato hasta que los mamíferos desaparecen súbitamente.

–¿Los habías visto antes de ahora? –Inquiere Merib.

–Sí. Aunque soy de tierra adentro y sé muy poco del mar, este no es mi primer viaje.

–¿Qué harás cuando llegues a Menfis? —pregunta súbitamente el joven.

–Buscaré un sitio en el que hospedarme. Un sitio en el que pueda leer, escribir y vivir a gusto…, pues eso me preocupa más que comer y dormir.

–Comprendo. ¿Me aceptas que te dé alojamiento en el palacio?

–¡Oh, no! No quiero que tengas que hacer nada especial por mí. Apenas si nos conocemos.

–¡Ya! Es decir…, ¿renuncias a conocer al rey y a otros personajes de la corte que te pueden abrir un futuro como nunca habrás soñado?

–No quiero causarte molestias. Olvídame, ya me las arreglaré. Si casi no nos conocemos…

–Pues no. Tú no me conocerás a mí, por lo que dices, pero yo sí te conozco a ti y sé que serás muy válido en la corte. El rey decidirá lo que debes hacer. Yo me ocuparé de ello antes de llegar a Menfis.

Humupep acaba aprobando, sin mostrar demasiado interés, la oferta con un encogimiento de hombros. Acepta en su interior que lo que le ha ocurrido supera, con mucho, sus más atrevidos sueños y deseos para su estancia en la corte egipcia. Sin padres, con el oro que ha obtenido de la venta del patrimonio familiar en el norte de Retenu, su idea es instalarse en Menfis y aprender todo lo que pueda de los médicos egipcios. Y después seguir viajando por otros sitios en los que pueda aprender de medicina y de otras muchas cosas. Acepta que su curiosidad es insaciable. Comprende que en su mente campea siempre un qué y un porqué, que no le dejan un momento de reposo. Hay muchos aspectos que no ha podido aprender en algunos de los muchos países que ha visitado en los postreros años con idéntica intención.

–Gracias. He de reconocer que tu oferta es muy interesante y me permitirá ganar tiempo para empezar a aprender. Mas… recuerda siempre que…«lo que se obtiene fácil no hace mejorar tu carácter».

Ahora es Merib quien le mira con un gesto irónico al tiempo que comenta:

–¿Solamente ganarás tiempo? Yo creo que dejas muchos aspectos fuera: prestigio, amistades, posibilidades fuera de lo común y un centenar de aspectos más. Todo lo que vas a recibir en escaso tiempo, sería casi imposible sin mi ayuda. ¿No crees?

–Tienes razón. Aceptaré agradecido todo lo que me puedas proporcionar.

–Bien, ahora soy yo el que quiere recibir de ti. Cuéntame, cuéntame cosas de las tierras que conoces. Hazlo sin prisas, con detalles, cuanto más sepa de todo, más posibilidades tendré de llegar a ser el jefe de la flota egipcia. Cuenta. Por favor… ¡soy también, como tú, muy curioso!

El viajero se remueve sobre los sacos de grano, acomodándose. Enfrente, Merib hace lo mismo otra vez.

–Verás… tengo veintitrés años, crecidas, como decís aquí. Nací muy lejos, en Assur. Es una ciudad que se encuentra a la orilla de uno de los dos grandes ríos que hay muy al norte y al este de aquí. Son ríos tan grandes como el que me han dicho que hay en tu país, pero allí son dos que se unen, según dicen, muy al sur. Yo he visto los dos, al norte, cuando venía hacia acá.

–Sí, he oído hablar de ellos, son grandes, anchos y se puede navegar por ellos, tal como hacemos en el Nilo. Sus nombres son…

–Tigris, el que estaba al lado de la ciudad en la que nací y por tanto el más distante de aquí, y…

–Eúfrates, el más cercano –le interrumpe Merib.

–Es verdad, así les llaman. Prosigo, empecé a estudiar en una…

Y los dos inician una conversación que solo se interrumpirá para dormir y que se prolongará hasta la llegada a Tanis.

2

Cuando la nave arrumba a Tanis, la amistad entre Merib y Humupep ha quedado consolidada de forma clara. El muchacho ha escrito un papiro que le entrega enrollado y sellado con resina tras ser leído por el sirio. Ambos se miran y hablan unos instantes antes de que el grupo egipcio baje del barco.

–Haz todo como te he dicho —indica, un tanto conminativo, Merib.– Ya sé que, como me ocurre a mí, no te gustan las ayudas, pero hay que aceptarlas, sobre todo en tu caso, que no deseas poder, sino conocimiento, aunque esta sea poder.

–Así lo haré. Me presento en palacio y digo que quiero hablar con Aberkare, pues le traigo un mensaje de Merib. ¿Es así?

Merib lanza una carcajada antes de apostrofar:

–¿No es muy difícil? ¿Te acordarás dentro de dos días?

Ahora es Humupep el que responde con sorna:

–Yo sí, pero…, ¿recordaras tú alguna de las cosas que te he contado y que te podrán ser útiles?

Merib frunce el ceño, hace un feo gesto infantil, y se aleja sin volver la vista hacia su amigo que ha quedado apoyado en la borda y le ve alejarse mientras sonríe. Sabe que su duda sobre la memoria del muchacho ha irritado ligeramente a este, como pretendía para lograr que recuerde sus consejos.

Mientras el barco descarga sacos de grano, piezas de madera y ánforas de vino y vuelve a cargar otros objetos, Humupep baja al saliente de maderas y piedras que hace de muelle y pasea sin alejarse. Sabe que la parada va a ser de un mínimo tiempo y no quiere que el barco zarpe sin él y pueda perder todo lo que lleva a bordo. En un puesto, apenas unas tablas y un trozo de sucio lino que lo protege del sol, compra pan con especias, dátiles y bebe una cerveza que encuentra más espesa y sabrosa que las que acostumbra a beber en su país. La ha bebido a través de un tubo curvo de cobre por el que chupa. Es la primera vez que ha podido ver algo así para beber y, una vez más, acepta que en Kemi va a encontrar muchas cosas que no conoce. Comprende que esa es una de las muchas razones de su viaje.

Mientras pasea puede observar el paso de los barcos y contemplar algunos que hay abarloados en distintos puntos de la orilla del río. Desde el lugar en el que se encuentra puede ver, no muy alejada, la ciudad. El diseño y la altura de las casas, los grandes barcos estacionados en el muelle, el suelo allanado y la anchura de las calles es lo mejor que ha visto en su largo peregrinar de país en país. Comprende que es muy posible que, si todo sale bien, sea el final de sus viajes y solo tenga que completar con información los innumerables «¿qué?», que llenan su cabeza en una infinita sucesión de preguntas.

Los gestos del capitán del barco le sacan de su abstracción y le hacen apretar el paso hacia el mismo. En la nave se está disponiendo todo para zarpar. Con el fresco viento del norte a favor y la ayuda de los remos, la nave se separa de la ribera y pone rumbo al sur, luchando contra la débil resistencia de una mínima corriente. En esas fechas el río tiene el caudal muy bajo y las marcas de nivel, unos primitivos nilómetros de madera clavados en la orilla con burdas muescas, muestran casi todas las marcas al aire, por lo que el río no opondrá mucha resistencia al avance.

Cuando se encuentra al lado del capitán, la nave ya está despegándose del borde y varios marineros recogen los cabos y hacen rodelas con ellos.

–¿Cuándo llegaremos a Menfis? —inquiere con fingida curiosidad como si realmente le importara.

El capitán le mira alzando las cejas y adivinando que lo que quiere es hablar y sonsacarle información.

–Cuando el viento nos lleve. ¿Qué quiere saber?

–Es usted muy directo. ¿Cómo es la vida en Menfis? ¿Te importa contarme cosas de allá?

El capitán da órdenes antes de contestar. Está pendiente de las maniobras pero murmura entre dientes en medio de los gritos que lanza a los marineros que corretean por la cubierta.

–Dentro de un rato hablamos.

Y la nave va adquiriendo velocidad hasta situarse en el centro del ancho brazo del río que discurre con amplios meandros hacia el sur. Después, ambos, como han quedado, se sientan en un rincón del castillete de proa, por delante de la gran vela, e inician una larga conversación que, con frecuentes interrupciones, se va a prolongar durante los tres días que tardarán en alcanzar Menfis.

El río se prolonga en una sucesión de meandros, bajíos que el capitán tiene que evitar, y noches anclados a la espera de otro luminoso amanecer. Al tercer día, poco después de reiniciar la marcha, y tal como ha pronosticado el comandante de la nave, están llegando a la capital de Kemi.

–Señor —indica el capitán a un Humupep que descansa distraído sobre los sacos de grano en los que ha establecido su residencia mientras navega.

El sirio frunce las cejas y se gira hacia el puente con un claro interrogante en la mirada.

–Detrás de esas lomas, empezaremos a ver Menfis.

Y Humupep se alza y se apoya en la amura de estribor pues sabe que «La ciudad de la Muralla Blanca», «La Balanza del Doble País» no se encuentra a babor del río, como es lo habitual, sino en el lado contrario. Durante un rato la nave se desliza, trazando un meandro y, súbitamente, la gran ciudad, la mayor urbe de Kemi, queda a la vista. Para el sirio es un espectáculo inusitado. Nunca ha visto nada igual a lo largo de sus viajes.

Menfis, en el transcurso de la postrera docena de años, ha cambiado notablemente. Las obras de ampliación del palacio, iniciadas con el ascenso del rey Keops al poder, terminaron hace muchos años. Otros trabajos posteriores, de mayor amplitud todavía, han convertido a Per-Aa, «La Gran Casa», el palacio en el que vive el rey, en un emporio de edificios, jardines y una amplia avenida con cipos y estelas que le une a Hat-Ka-Ptah, el templo dedicado al dios Ptah, el patrón de Menfis.

Han empedrado más calles con lanchas que facilitan la deambulación. Se ha construido un gran puerto, ampliando el antiguo, añadiendo un nuevo ramal que une el palacio con el Nilo mediante un amplio canal artificial que llega hasta un lateral de Per-Aa, el enorme edificio en el que se encuentra la corte.

La ciudad en sí misma se ha transformado de una forma espectacular. La cercanía de las grandes obras, que se realizan en la llanura de Gizeh, ha atraído a una gran cantidad de gente. Cada día se necesitan más y más personas para ocuparse de la enorme maquinaria estatal que lo controla todo. Docenas de escribas, centenares de artesanos, sacerdotes y funcionarios recorren la ciudad en un constante flujo que cumple cada día con las funciones que se le van encomendando. La administración egipcia es meticulosa. Lo vigila todo y escribe cada detalle, cada cambio y nada se deja al azar o a la memoria de un funcionario. Hay un dicho que aprende el escriba desde su más tierna infancia: «lo escrito es ley».

La continua llegada de naves, con alimentos y toda clase de materiales y personas que provienen del norte o del sur, es una inmutable constante. Es ese movimiento que no cesa, y crece cada día, lo que mantiene y convierte a Menfis en una urbe cosmopolita. Es una ciudad en la que se hablan numerosos lenguajes. Los diferentes vestidos y peinados ya no llaman la atención como antaño. A la capital de Kemi se la ve crecer por días. Hay una ampliación de la urbe que va ocupando el terreno que hace años desecara, según cuentan las añejas y arcanas crónicas, un rey milenario y misterioso, un rey-dios al que los sacerdotes llaman Narmer. Es un crecimiento paulatino que empieza a invadir el desierto colindante.

La llegada al puerto de una nave no llama la atención. Es una más de las que llegan o se marchan cada día. Solo un pasajero desciende de ella. Con un exiguo equipaje, dos sacos de cuero curtido que porta en cada mano, se dirige hacia el interior de la metrópoli con paso lento, pero decidido, callejeando hasta alcanzar una casa de dos plantas en la que penetra.

Humupep habla con una mujer madura que hay en el interior.

–Me han dicho que podría quedarme aquí. ¿Es así?

La matrona le observa, por unos instantes, como si tratara de evaluar al recién llegado. Al cabo, con voz ronca, mostrando unos dientes gastados por la arena a lo largo de los años, responde:

–Es un disco de cobre a la semana. Y no damos comida. ¿Cuánto tiempo va a estar?

–No lo sé… puede que mucho o solamente unos días.

La mujer se encoge de hombros y le acompaña a un cuchitril en el que apenas hay una yacija, un taburete y una jarra que no contiene agua. El recién llegado deja los morrales en un rincón y de una bolsa saca un pedazo de cobre que le entrega. La dueña lo mira, lo sopesa y hace un gesto afirmativo y, a la par que sale distraída, le indica:

–Hay un patio donde puede hacer de todo. Y se aleja renqueante.

Humupep organiza con rapidez sus cosas. Hace calor y viene sucio del viaje. Se dirige al patio y con total desparpajo, se desnuda y se lava con el agua de un pilón y las cenizas mezcladas con arena que hay en una piedra con una concavidad. Se frota y casi no tiene tiempo de secarse pues el sol y la temperatura lo hacen de inmediato. Lava la ropa sucia y colocándose un faldellín de fina lana siria, con extraños dibujos, retorna a su tabuco. Poco después, sale para hacer un recorrido que le permita conocer la ciudad, antes de iniciar otras gestiones.

3

El rey Keops, como cada día, se ha levantado al alba y se dispone a iniciar su trabajo. Ya no es el mismo de años atrás. Ha engordado y su rostro se ha ensanchado. Una mandíbula cuadrada indica con claridad su personalidad y fuerza de voluntad. Un vientre ligeramente prominente muestra que el paso del tiempo ha dejado su impronta en él. Pero se mantiene ágil y activo. Con voz potente, llama:

–¡Aberkare!

El antiguo marino, al que el sol y el tiempo han dejado marcadas huellas en su rostro en forma de marcadas arrugas que se hunden profundamente en la piel, no tarda en penetrar en la sala.

–¿Señor?

–¿Qué tenemos previsto para hoy?

–Nada. Dijo, hace unos días, que queríais ir a Gizeh.

–Si lo dije, pero…, cada día se me hace más pesado ir para ver la lentitud con la que crece mi «Casa de la Eternidad».

–Señor, hace más de una estación que no vais por allá. Han debido subir muchas hiladas, por las noticias que tengo, desde que no la veis.

–Sí, es cierto. Saldremos en unos días.

–Como os parezca. ¿Para cuándo?

Keops se rasca la frente por un momento y al cabo, enderezándose, indica.

–Nos iremos mañana muy temprano, organízalo todo. Como siempre, poca gente y nos quedaremos uno o dos días antes de regresar.

–Bien señor, así lo haré. Si me lo permitís, quisiera volver a preguntaros si deseáis que continúe la obra de vuestra estatua en Gizeh. Está parada desde hace mucho tiempo.

–No. De momento no. Desde que murió el escultor que la hacía… ¿Cómo se llamaba?

–Teperre, señor.

–Desde que Teperre y su hijo se cayeron desde lo alto y su hijo se volvió loco del golpe tras el accidente, he perdido la ilusión de terminarla. Quizá más adelante.

–Cuando digáis. Tengo la persona que puede continuar la obra, solo hay que decirle que siga con ella…

–Ya te lo diré, hay mucho tiempo para ello —interrumpe el rey, al que el tema parece no gustarle.

–Bien, señor. Tenéis muchas cosas que hacer. ¿Os parece que nos pongamos a hacerlo?

–Sí, trae todo y empecemos con ello.

Aberkare sale por un momento, y al rato vuelve con un montón de papiros en la mano. Ambos se sientan y el secretario desenrolla el primero de ellos.

–Señor, debéis autorizar que traigan madera desde Retenu. Queda muy poca para los barcos y otras obras que se están haciendo. Los almacenes se están quedando con muy escasa cantidad.

–Que vayan veinte barcos por ella.

–Bien, señor. Tenéis que decidir a quién vais a nombrar como arquitecto jefe del templo de On. Desde que murió el anciano Hersef, el puesto se encuentra libre.

–¿Quién os parece adecuado?

–Creo que Tenzo sería adecuado. Tiene unas limitaciones, para andar e ir a las obras, que le tienen confinado en palacio y apenas sale. En On, enseñando, sería más útil y es de vuestra confianza total.

–Sí, haz el nombramiento y avisa a Ankh-Haf para que se lo indique y marche a la Casa de la Vida de On. Creo que allí nos será muy útil, y no tendrá que sentirse triste por no poder ir a las obras de los templos ni de mi tumba.

–Así lo haré hoy mismo.

Y ambos, durante toda la mañana, con una continua entrada y salida de secretarios y mensajeros, van despachando toda una serie de problemas que el cada vez más indolente Keops ha dejado acumular. La prematura muerte de su esposa Nefertkau, pocos días después del segundo parto, la superó sin dificultades. Sin embargo, la posterior muerte de la reina madre, Hetep-Heres, una madre con la que siempre había mantenido unas relaciones inmejorables, la sintió profundamente. Aunque su muerte ocurrió a una avanzada edad y ha discurrido bastante tiempo desde entonces. El hecho le ha dejado una profunda huella en su carácter.