Egipto eterno - José Ignacio Velasco Montes - E-Book

Egipto eterno E-Book

José Ignacio Velasco Montes

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Beschreibung

El despliegue, documentado gráficamente a la perfección, de los aspectos más desconocidos del Antiguo Egipto. Con la desecación del Nilo comienza un proceso que culminará con la construcción de monumentos y edificios que maravillarán al mundo entero hasta la actualidad. Los pastores nómadas del desierto se unen y, paso a paso, 500 años después, forman una sociedad perfectamente elaborada con su religión propia, sus costumbres, una jerarquía totalmente delimitada, unos avances científicos que les llevaría a controlar el Nilo -indudable cuna de su civilización- mediante canales y presas y unos avances arquitectónicos gracias a los cuales levantarían el primer edificio de piedra de la humanidad. Egipto eterno 10.000 a.C. " 2.500 a.C. nos sumerge en ese mundo misterioso y maravilloso combinando una precisa información con numeroso material gráfico de inmenso valor y calidad. Dividido en tres partes José Ignacio Velasco consigue detallarnos la cultura egipcia hasta en sus más nimios detalles, conoceremos: las costumbres, los dioses, los reyes-deidades, los escribas, la vida religiosa, la vida sexual, la vida social de campesinos y nobles o las Casa de la Vida "auténticas universidades egipcias-. Tomando como segmento cronológico el periodo que discurre entre el 10.000 y el 2.500 a.C. consigue detenerse en un periodo de la historia de Egipto en el que no suelen detenerse los manuales, mucho más preocupados, por ejemplo, por las pirámides o por la Dinastía XVIII a la que pertenecen Akenatón o Tut Ankh Amón: los inicios de Egipto. Así podemos profundizar en fenómenos como las Casas de la Vida, centros en los que se educaban a los funcionarios que administraban el reino junto a la figura central del rey, y en las que se juntaban en el mismo rango enseñanzas esotéricas y mágicas con otras sobre matemáticas o arquitectura.

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Colección: Nowtilus www.historiaincognita.com
Título: Egipto Eterno Autor: ©José Ignacio Velasco Montes [email protected] http://www.jivelascomontes.com
Copyright de la presente edición: © 2007 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla, 44, 3º C, 28027 Madrid www.nowtilus.com
Editor: Santos Rodríguez Coordinador editorial: José Luis Torres Vitolas
Diseño y realización de cubiertas: Carlos Peydró Diseño de interiores e infografías: Juan Ignacio Cuesta  Fotografías: Colección del autor y cedidas por el Instituto de Estudios del Antiguo Egipto (IEAE) Edición digital: Grammata.es
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ISBN 13: 978-84-9763-499-1 Libro electrónico: primera edición
A Cachito, mi mujer, que con su ayuda inestimable en todos los sentidos me permite olvidarme de las cosas terrenales y estar sumergido en el mundo de las ideas. Con todo mi cariño.
El autor.
Campos de Guadalmina.
Marbella, 2007.

Índice

PREFACIOINTRODUCCIÓNPARTE I. LA NOCHE DE LOS TIEMPOS. (10000 a 4000 a.C.)1. La geografía de Kemit (Egipto), el país de las Dos Orillas2. El Nilo, padre y sustento de la civilización egipcia3. Los orígenes de Egipto y los primeros pobladores4. Cronología de Egipto: desde la Prehistoria al Imperio Antiguo5. La medida del tiempo: los calendarios6. La creación del mundo por los dioses. La Enéada y la Ogdóada7. El mito de Osiris8. Los grandes dioses y las diosas madres9. Los misterios del «Velo de Isis»10. El concepto de la muerte y el «Más allá»11. El «Juicio de Osiris»: la psicostasia12. Las costumbres funerarias13. La magia y los magos14. Los sacerdotes y los médicos15. El misterio de los dioses-reyes. El rey y la monarquía16. Los escribas y las «Casas de la vida»17. La magia de los colores en el Antiguo Egipto18. La vida religiosa oficial y privadaPARTE II. PERIODO PREDINÁSTICO (5500 a 3150 a.C.)1. La protohistoria y las dinastías 0, I y II2. La vida y la sociología en las Dinastías I y II3. Los primeros reyes anteriores al Imperio Antiguo4. El Imperio Antiguo. Los «Grandes constructores de pirámides»PARTE III. EL PERIODO DINÁSTICO (3150 a 2181 a.C.)1. De la tumba primitiva a las pirámides2. La evolución de las tumbas: las mastabas3. Sakkara: la pirámide escalonada de Djoser e Imhotep4. Las extrañas pirámides del rey Huni5. El rey Snefru, su vida y sus diversas pirámides6. Los secretos de la Gran Pirámide de Keops7. La misteriosa Gran Esfinge de Gizeh8. La pirámide inacabada del rey Dejedefre9. El rey Kefrén y la última Gran Pirámide10. Micerino y la decadencia de las pirámides11. Los últimos reyes y sus obras12. Las postreras pirámides, mastabas y templos solares13. El principio del ocaso antes del Primer Periodo Intermedio14. EpílogoBIBLIOGRAFÍANOTAS
HE AQUÍ UNA OPORTUNIDAD para poder presentar una nueva iniciativa literaria relacionada con el antiguo Egipto, de la que es autor D. José Ignacio Velasco.
Este libro, que no tiene pretensiones de convertirse en un «manual de historia» o civilización del mundo egipcio, posee como valores propios la frescura y la espontaneidad que personalmente caracterizan al autor.
Hombre de larga experiencia vital, proveniente del mundo de la medicina, José Ignacio Velasco es, aparte de un buen amigo personal, un viajero impenitente que analiza desde su doble perspectiva de escritor y médico, cuanto a su alrededor discurre.
Es bajo esta clave del viajero observador con la que, creo, se debería abordar la lectura de esta obra. Además, quizá sea el mayor activo del libro cuyo nacimiento saludamos. De la mano de J. I. Velasco se nos ofrece una contemplación, a veces naif de lo que fue el mundo de los antiguos egipcios, pero, al cabo, una contemplación fresca y entretenida.
El camino ya acreditado de nuestro autor, el de la novela histórica en el marco del antiguo Egipto, ha cedido paso, esta vez, a un trabajo consistente en el ejercicio de un variado repaso de diferentes cuestiones relacionadas con la cultura egipcia antigua.
No se advierte intención de agotar el tema. Ni siquiera se ofrece un método analítico de los que, habitualmente, caracterizan a los libros divulgativos sobre las culturas antiguas, pero, ese es uno de los valores de la obra: la capacidad que el autor demuestra para conseguir pasearnos, a su manera, por el antiguo Egipto y, siempre, siguiendo su ritmo exclusivamente personal.
El viaje no está exento de riesgos. No en balde, la experta pluma de José Ignacio Velasco nos tiene acostumbrados a la contemplación y disfrute de mundos de ensoñación que se perciben en sus novelas entre las brumas de formas piramidales, a orillas del Nilo.
Pero, no hemos de juzgar esta vez la obra de J. I. Velasco con la perspectiva habitual a su género literario tradicional. En esta ocasión, el autor se nos revela nuevo y, realmente, atrevido. Trata de llegar, probablemente, a un público que no posee ambiciones de erudición o especialización egiptológicas. En suma, a un lector que solo persiga pasar un rato entretenido con la lectura de las impresiones que el autor quiere compartir con él.
No hemos de buscar en esta obra exactitud o rigidez académicas: sería un enfoque incorrecto que podría producir insatisfacción.
Por el contrario, hemos de abordar la lectura de este libro con el mismo desenfado que el autor ha utilizado a la hora de escribirlo. De tal modo, la ecuación autor/lector resultará equilibrada.
En definitiva, la aportación más importante de este nuevo libro sobre el antiguo Egipto será el llegar fácilmente y sin producir demasiados «atascos intelectuales» a los lectores que se integren en ese amplio público que desea «conocer» sin complicarse demasiado; «saber», sin necesidad de conocer las fuentes; «viajar» sin moverse de su sillón desde el cual el autor lo paseará por el mundo del antiguo país del Nilo, para devolverle, después, sin riesgo a su vida cotidiana.
Profesor Dr. D. Francisco J. Martín Valentín Director del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto Director del Proyecto Sen-En-Mut, en Deir El Bahari, Luxor, Egipto Madrid, Agosto de 2007
EL EGIPTO FARAÓNICO ES, SIN DUDA, la civilización que más tiempo ha durado (3.000 años) y la que más atrae a millones de personas de todo el mundo. Sin embargo, estos 3.000 años son solamente el exponente histórico. Pero Egipto no surge de la nada, como florece un hongo a los pocos días de la lluvia: se ha ido formando con mucha anterioridad. Antes de iniciarse el periodo histórico, hay siglos de evolución en el que un grupo de personas que, en su emigración buscando mejores tierras y agua abundante, confluyen en las orillas de un río muy original: el Nilo. Es el río más largo de nuestro planeta y curiosamente el único (posiblemente) que corre desde el Sur hacia el Norte.
Sin el Nilo, el «Río» como le llamaban desde el principio de su evolución, no hubiera existido esta civilización. Como dijera Heródoto, el «Padre de la Historia», Egipto es un «Don del Nilo». Rodeado de zonas de enormes desiertos y montañas, con unos escasos oasis, en una zona del mundo donde desde hace miles de años apenas llueve, la existencia de este río de enorme caudal en ocasiones, que arrastra un rico limo desde la profunda África, podemos decir que Egipto no es sino el Nilo.
Sobre esta base y dependencia hacia su río, una verdadera autopista fluvial que le permitía comunicarse de un extremo a otro, se va a forjar un Estado, un Imperio, que causará el asombro de las futuras generaciones. Y de las obras de ese Estado, creo que es momento de decirlo, sólo ha aflorado de esos miles de años, poco más de un 33% de lo que se sabe y supone que existe. Y esta es una constante que nos sorprende, cada día, con una novedad. Con inusitada frecuencia, poco más de cada jornada, de cada semana, un nuevo descubrimiento aparece en los medios de comunicación. Y no ya sólo bajo el dorado manto del desierto o entre el lodo del Delta del Nilo, sino bajo el agua en diversos puntos, sobre todo en la actual Alejandría.
Muchos se preguntarán el porqué de este gran interés por Egipto. La respuesta es muy sencilla si nos hacemos una pregunta. ¿Hay algo más interesante que la evolución e historia de esta civilización y sus misterios por descubrir? A nivel personal, creo que no.
La personalidad de sus gigantescas obras, como las mastabas, las pirámides, los hipogeos y los templos, la hacen inconfundible. El estilo tan personal y fácilmente reconocible de su arte, sus muebles, sus joyas y pinturas, son igualmente la admiración de todos. El culto especial a la muerte con el paso al «Más Allá» que llenó el país de las momias mejor conservadas con los sarcófagos y ataúdes más bellos que se conocen, la legión de dioses con sus ricas personalidades, son en el conjunto de todos estos diversos aspectos un evidente acicate que lleva, al que conoce algún punto de su historia, a profundizar en su estudio. Y el que lo inicia queda esclavizado y ya nunca se liberará de querer saber más y más.
Pero todavía hay diversos aspectos de primordial importancia que no quiero dejar en el tintero. Y son, entre otros, su religión, politeísta, y monoteísta en algún momento, que han sido la base de muchos aspectos de las religiones posteriores que se conservan en la actualidad y en las que encontramos muchos rasgos comunes con bastantes de sus ideas. Egipto tuvo más de cuatrocientos dioses. Algunos de ellos, cambiando el nombre, pero no el trasfondo religioso, fueron aceptados por los griegos primero y los romanos después. Y con el devenir de los tiempos, si uno se detiene a pensar un poco, encuentra grandes reminiscencias en las actuales religiones en uso. Y es que, aunque nos pese, el humano desde tiempos inmemoriales miraba el cielo y veía el Sol, aceptando la existencia de un ser superior, creador de todo. Y este concepto se tamiza, se pule, crece, se mitifica, se escribe, se escinde en escuelas religiosas y es la base de la religión egipcia, enorme biblioteca de dioses con aspecto humano o figuras zoomorfas; hechos y mitos que van a perdurar por los siglos de los siglos en el mundo occidental. No olvidemos que Oriente es «otro mundo».
Pero aún hay más. Así tenemos el trasfondo de misterio que envuelve su historia, creciente conforme sabemos más y más de ella. Y es este arcano una de las razones que han dado lugar a una literatura paralela, menos ortodoxa que la de los egiptólogos académicos, pero que goza por igual de infinidad de lectores.
Este doble aspecto: ortodoxo y heterodoxo, ha dado lugar a ríos de tinta, milesde libros, millones de artículos y, de un tiempo a esta parte, una creciente cantidad de películas, vídeos, DVD, y hasta CD con la posible música que los egipcios escuchaban en su momento.
La imagen que se ha difundido sobre los sacerdotes y los magos egipcios, todos ellos unos «iniciados» en los secretos de la vida y la muerte, ha llevado a que se escriban aspectos como el que Jesucristo, durante los años de vida privada, de la que no se conoce nada, los pasó en Egipto iniciándose en varias «Casas de la Vida», el equivalente a las Universidades actuales. Y es que estos centros docentes eran el lugar en los que se penetraba siendo muy joven, tras una rigurosa selección. Y en ellos se formaba, de manera muy dura, a los que con el tiempo llegarían a ser alguien en el mundo del momento. En estas escuelas, en estas «Casas de la Vida» se prepararon sabios como Imhotep [1] , el arquitecto que hizo el primer edificio de piedra de la humanidad: la pirámide escalonada para el rey Djoser en Sakkara y el maravilloso recinto que la rodea. De estos centros de formación salieron igualmente los diversos arquitectos que, como Hemiunu y AnjHaf, diseñaron y construyeron la Gran Pirámide de Gizeh, escultores que tallaron la Gran Esfinge, y todos aquellos que, aunque ignorados sus nombres, hicieron posible muchas otras pirámides, maravillosas tumbas y gigantescos templos. A estas escuelas acudieron los más famosos escritores, filósofos y matemáticos griegos y romanos para beber en las fuentes de la sabiduría que, finalmente desapareció con el incendio de la gran Biblioteca de Alejandría.
De estas escuelas salieron los sacerdotes y escribas que desarrollaron los misteriosos signos jeroglíficos [2] . Escritura considerada durante siglos como algo misterioso y que, finalmente, fue posible leer gracias a la perseverancia de algunos cerebros privilegiados como el de Champollion, por citarle sólo a él. Ha sido la transliteración de los signos, su traducción y lectura, lo que nos ha ido abriendo las puertas para conocer gran parte, de momento, de una de las historias más interesantes del planeta Tierra.
En estas academias, verdaderas universidades de aquellos lejanos tiempos, se formaban unos médicos que se consideraron los mejores de todo el mundo conocido; o los astrónomos que lo sabían todo sobre el firmamento; matemáticos muy avanzados a su tiempo; escultores que modelaron y tallaron algunas de las mejores estatuas que existen, sólo superadas, miles de años después por Miguel Ángel, por poner un único ejemplo.
La más famosa «Casa de la Vida» era la del templo de Thot, en Hermópolis. En ellas se supone que se estudiaba: teología, himnos y cantos sagrados, astronomía, medicina, matemáticas (además, claro, de leer y escribir que era lo básico) Era habitual que los «Sacerdotes lectores» (los futuros magos) de todo el país acudieran a leer a las «Casas de la vida» importantes para encontrar todo lo concerniente a estos temas. En ellas disponían de unas magníficas bibliotecas en la llamada «Cámara de los Escritos» o «Casa de los Libros», lugar obligado de estudio para sacerdotes e iniciados.
No quiero hacerme más extenso y, para terminar, quiero decir que es este inicio de Egipto, estos primeros siglos anteriores a la historia, cuando se está forjando realmente el futuro. Y son esas primeras dinastías, las iniciales, un momento de la historia de Egipto de la que se ha escrito mucho menos que de otros periodos más próximos y lúcidos, como puede ser el Nuevo Reino y momentos estelares como la Dinastía XVIII, con Ajenatón, Tut-Anj-Amón, o el final de la civilización con Cleopatra VII, la sin par última Faraona de Egipto.
Y es precisamente en estos periodos más avanzados que cambian aspectos.
Así, en la Dinastía XXII el que hasta entonces se ha llamado «Rey» empieza a ser llamado «Faraón». Otro cambio, ya en la dinastía XVIII, es el de los ataúdes y féretros que pasan de ser rectangulares, como grandes baúles alargados, a adquirir un aspecto antropomórfico y llegar al mayor grado de perfección y belleza, plenos de dibujos de dioses y profusión de jeroglíficos en los que se pueden ver salmos, imprecaciones y textos para asegurar un buen tránsito del finado al Amenti, a los «Campos de Iaru», también llamados la «Campiña de las Juncias», un paraíso eterno para aquellos que, tras el Juicio de Osiris, quedaban Justificados y en adelante poseerían la vida eterna.
Pero es del periodo inicial, de esos años oscuros de los que apenas se sabe un poco y que podemos llamar «La noche de los tiempos», del que trata este libro, y en él se estudia ese periodo tan lejano que discurre desde los orígenes hasta el final del Imperio Antiguo, momento de grave declive no sólo de unas dinastías, sino también de una situación, de un modo de hacer, vivir y pensar que, aunque la gloria y el poder de Egipto regresarán, nunca más volvería a ser nada igual.
Quiero exponer, como colofón personal, a modo de explicación, y antes de entrar en materia, que este trabajo, destinado a un público no excesivamente especializado y también al que lo está en un cierto nivel, es el resultado de muchos años de estudio y recopilación de datos sobre este periodo y lo que expongo es lo que considero más adecuado desde mi punto de vista. Es por ello que se exponen los temas sin llegar a niveles de una gran profundidad que los alejaría de los estudiosos de nivel medio y alto. Vaya con lo dicho la aceptación de que aunque los temas se estudien con seriedad, he tratado de no caer ni en la superficialidad ni en la profundización exagerada.
Por otra parte, no siendo un experto en fonética, ni transliteración de jeroglíficos, utilizo la terminología más común y conocida. Por ejemplo, todos hemos oído hablar de Keops, pero su nombre correcto sería Jnum-Jufu o Jnum-Khufu, lo que nos complicaría aún más la lectura e interpretación. He tratado igualmente de exponer los puntos en los que las diversas posibilidades, conceptos, personajes o dioses son varios, recurriendo a una organización por apartados alfabéticos o numéricos que faciliten la lectura y comprensión del lector.
El autor.
Marbella, 17 de julio de 2007.
«Quien ha bebido agua del Nilo no se saciará con ninguna otra»
Dicho popular egipcio
SITUADO EN EL NORESTE DE ÁFRICA, Egipto es un país especial, distinto, con una orografía muy peculiar. Su extensión geográfica es superior al 1.000.000 de km2, desierto en su mayoría. La zona cultivable (El Delta y el Valle del Nilo) es de sólo 40.000 km2, es decir, sólo un 4% del total del país es habitable y cultivable. De esta desproporción podríamos decir la frase de Antoine de Saint-Exupery: «Lo esencial es invisible a los ojos».
Egipto visto desde satélite, apreciándose con claridad el Delta, el Mediterráneo y el Mar Rojo.
Desde los tiempos más remotos, Kemit es una zona rica en toda clase de piedras, tiene algo de cobre, escaso oro, casi nada de plata, algunas piedras semipreciosas y otros minerales y, sobre todo y de gran importancia en su historia, una gran pobreza en madera, que siempre tuvo que importar. Realmente es un enorme desierto, con algunas montañas al este y un gran río que corre desde el Sur hacia el Norte y en cuyo tramo final, muy cerca del actual El Cairo, se abre en varias ramas como una enorme «V», cuyo interior sería el Delta del Nilo.
Al este, se encuentra una zona muy montañosa y desértica, el Desierto Arábigo. En esa zona, entre las montañas, hay una serie de pasos, los uadis, que permiten llegar hasta el Mar Rojo. El más conocido de ellos, en él se supone que se inició esta civilización, se encuentra el Uadi Hammamat, con una gran riqueza de grabados de los primeros tiempos.
Uno de los múltiples aspectos del desierto.
Hacia el oeste, de nuevo el desierto continúa hacia el Sahara, en lo que en la actualidad es Libia. En esa dirección se encontraban y encuentran diversos oasis y un gigantesco hundimiento de tierra, la Gran Depresión de Qattara.
Sahara, que en árabe significa desierto, y al que en tiempos remotos llamaban el «gran mar de arena», es la superficie de arenisca más extensa del mundo. Es una zona en la que no llueve casi nunca. Antes de ser un vasto desierto fue un vergel, pero sufrió un grave cataclismo que lo desertizó en un relativo breve periodo de tiempo.
El Sahara, en la época en que se están iniciando los orígenes de Egipto, en torno a los 9000 años a.C., era un frondoso vergel, con ríos de abundante cuenca y una cierta población más o menos nómada. Pero, unos 4.000 años más tarde, aproximadamente en el 5000 a.C., es sustituido por el gran desierto. Esta enorme extensión yerma está formada por dunas lineales extendidas hasta centenares de kilómetros. Entre cada una de estas largas dunas en línea existen unos «corredores» o espacio entre dos de ellas con una separación en torno a los trescientos metros.
Y este fenómeno de la desertización sucede de forma paulatina. Es una desecación lenta, que ocurre entre los milenios V a III a.C. Al final, de todo ese norte y noroeste africano, sólo queda el Valle del Nilo, situado en la zona nororiental de África.
La lluvia ya era muy poco frecuente bastante antes del Imperio Antiguo. En el País de las Dos Orillas hay un par de aspectos que son normales desde tiempos pretéritos: la extrema sequedad del aire y la escasez de lluvia. Esta ínfima pluviosidad hacía que, cuando ocurría el fenómeno, se consideraba que eran las «lágrimas de Isis» y que las derramaba por la muerte de Osiris. Se suponía también que estas lágrimas de la diosa eran las que hacían crecer el Nilo cada año. Si la diosa estaba ofendida, no lloraba y la crecida se retrasaba, con lo que venía el hambre y la alteración de toda la vida del país. La pluviometría era ya muy escasa en la época de Keops, el rey que construyó la Gran pirámide y la Esfinge, ambas en Gizeh.
Ya en esta etapa se están delimitando, de forma manifiesta, dos zonas netamente diferenciadas en Egipto: una al norte, el Delta, llamada el Bajo Egipto y otra al Sur, a la que se la denomina el Alto Egipto.
Hacia el sur se encuentra Nubia (Ta-Sty), una zona de la que le van a llegar maderas muy especiales, como el ébano, animales, plumas, monos, jirafas y algo que se apreció mucho en la antigüedad, los enanos. De Nubia les llegaba una gran cantidad de oro, al que se le llamaba Nebu, lo que puede justificar el nombre de Nubia, o quizá el origen de la palabra pudiera ser a la inversa.
Al norte se encuentra el Mar Mediterráneo, al que llamaban «El Gran Verde» (Vadye-Ur), considerado durante un cierto tiempo como un enorme río del que no se podía ver la otra orilla. Hacia el este del Mediterráneo hay una gran lengua de tierra, un istmo donde se encuentra el actual Canal de Suez, paso obligado para las caravanas a través de la península del Sinaí. Y fue precisamente por este punto por el Egipto tuvo los mayores problemas. Diversas invasiones por esa zona, le obligaron a defenderse y vigilar la franja. De entre ellas la más famosa fue la de los Hicsos, que ocuparon el norte durante muchos años.
Cantera de granito rojo en Assuan.
Wadi entre montañas bajas, en pleno desierto, que da acceso a un valle, donde son frecuentes los paisajes rocosos, como el que podemos ver.
En medio de este enorme país que es Egipto (llamado Kemit o Kemet en la antigüedad) discurre el Nilo y lo hace en una zona baja, con meandros y con una dirección bastante clara: desde el sur al norte coincidiendo con bastante exactitud en ese eje: Sur a Norte. Lo hace encañonado entre las montañas orientales y el desierto arábigo y una gran meseta occidental que es, en realidad, el final del desierto del Sahara.
Es en esta meseta que queda al borde del Nilo por occidente, algo más alta que el nivel del río, la zona en la que se van a construir en un trecho de unos 100 km. la mayoría de las pirámides que se conocen y que están cercanas a Menfis, la capital de Egipto en la época del Imperio Antiguo.
La belleza del desierto es difícil de expresar.
Aunque la definición de desierto es: «lugar arenoso, desprovisto de vegetación y poco o nada habitado», el desierto en realidad es algo muy diferente. Hemos tenido ocasión de conocerlo bastante a fondo en abril de 2007, y quizá lo único en lo que encaja con esa descripción sea «en lugar poco habitado». E incluso hemos de decir que, mientras lo cruzábamos en un vehículo 4 x 4, a veces por pistas militares y en otras subiendo y bajando por dunas de diferentes alturas, o por terrenos plenos de guijarros, en varias ocasiones vimos cerca o lejos, largas caravanas de camellos que nos hacían recordar tiempos pretéritos. Y bastaba sustituir con la imaginación los modernos camellos por los asnos salvajes y los onagros en uso en el Imperio Antiguo y siglos posteriores, para suponer las dificultades de transporte de aquellos lejanos tiempos.
El desierto es un espectáculo inaudito y de una belleza singular. El que lo atraviesa no sale de su asombro ante tan cambiante escenario. Ante sus ojos se muestran unas extensiones que se pierden en el horizonte, cuando éste no se encuentra roto por los frecuentes y amplios espejismos. El cambiante suelo muestra, desde lugares arenosos de bajas dunas a zonas cubiertas de matas salpicadas al azar, zonas en las que los mogotes que el viento y la arena han tallado en caprichosas formas, a veces de aparente inestabilidad, o las mesas y mestas de cierta altura, en una alternancia aleatoria con los cerros testigo, las quebradas, las cañadas de cauce seco, las entradas a uadi de sistemas de cordilleras de bordes abruptos, o los «Sig» de estrechos pasos que muestran al final otro valle de paisaje no menos sorprendente.
Hemos tenido ocasión de ver los tres desiertos que hay en el Sahara que llega desde Libia y va a acabar muy cerca del Nilo. En nuestro deambular de oasis en oasis hemos pasado del desierto normal, el más conocido, de arenas blanquecinas-amarillentas, a lugares donde enormes extensiones de color negro conformaban el «Desierto Negro».
Pero en otros momentos, el desierto parecía haber sufrido una nevada de enormes extensiones y nos encontrábamos en el «Desierto Blanco». Y ya dentro de él, poder contemplar el causante de semejante albura: trillones y trillones de conchas de moluscos con antigüedad de millones de años en sucesivas capas que tapan la arena subyacente.
Y otras muchas sorpresas más, como poder ver «La montaña de Cristal», con el brillo traslúcido de cristales de cuarzo, micas y calcitas que la convierten en algo inenarrable.
O la sorpresa de entrar en un uadi y ver las paredes de las rocas casi verticales con las aperturas de cuevas prehistóricas y revisar el suelo y encontrar puntas de flechas, de lanzas o hachas de sílex rústicamente talladas en dos y tres caras. Del mismo modo, observando el suelo, y removiendo, se encuentran restos de loza de diversos colores, con o sin señales de grabaciones. En unas palabras: verlo para vivirlo o viceversa.
En la franja de desierto occidental de Egipto, por debajo de la depresión de Qattara y a lo largo de toda la ancha banda de desierto hacia el sur, paralela a la frontera con Libia, que nos llevaría hasta Nubia y Sudán, hay dispersos una serie de oasis que son dignos de ver y visitar detenidamente.
Al avanzar por el desierto se alcanzan en ocasiones puntos en los que el suelo inicia un descenso paulatino que lleva a un sector situado a 18 o más metros por debajo del nivel del mar y allí, verde palmeral, con prolongadas extensiones de agua dulce, encontramos el oasis. Y en él, ciudades llenas de vida, templos y tumbas. Y, eso sí, ni una cerveza con alcohol, lo que se convierte en algo molesto para poder cambiar el agua que se consume durante el viaje por algo más sabroso.
Siwa, el lugar en el que Alejandro Magno consulto al oráculo, es sin duda el de mayor extensión. Sus palmeras datileras cubren una gran superficie y se encuentra rodeada por un gran lago de agua dulce de más de 40 kilómetros. Las palmeras nos permiten comer dátiles con sólo lavarlos. Su «Montaña de los Muertos», y sus tumbas en el suelo y en las paredes de la montaña son una experiencia más que satisfactoria, así como el resto de templos y la llamada «fuente de Cleopatra» que ésta nunca visitó, pero en la que nos bañamos en su agua termal.
Sitra es sin duda el más pequeño de los oasis que pudimos ver. Y sucesivamente, conforme se avanza hacia el sur y vamos pasando por: Bahariya, El Dakhla, Farafra, Mut, El Kharga y sus oasis cercanos: El Wahat, Bulaq, Baris, El Maks, Dush para llegar finalmente a Tebas.
Y en cada uno de ellos, las visitas obligadas a sus templos y tumbas de distintas épocas. Y la vida en los hoteles rústicos pero habitables (sólo hay insípida cerveza sin alcohol), con piscinas, agradables asientos y tumbonas a la sombra de tupidas palmeras y otros árboles. Un espectáculo digno de ver es salir por la noche al cercano desierto, tumbarse en la arena y poder contemplar esos millones de estrellas que conforman la «vía láctea» y que, en las ciudades, no podemos ver.
La temperatura, en abril al menos, tanto en el desierto como en los oasis, maravillosa. El calor apareció pasado el grupo de oasis de El Kharga y nos acercábamos a Tebas, o lo que es lo mismo, al Nilo y su humedad. Realmente, cualquier amante de Egipto, no sólo debe ver lo habitual que se visita en los circuitos más o menos turísticos, sino también el desierto, los uadi y los oasis con sus templos y tumbas, lo que es toda una experiencia inolvidable.
Oasis de Siwa, con los palmerales de sabrosos dátiles y el gran lago al fondo.
Oasis de Siwa donde están los restos de los Templos dedicados a Amón, como el del Oráculo, el de Umm Abayd y Gebel al-Mawta, la «Montaña de los Muertos».
EL TÉRMINO DEL EGIPCIO ANTIGUO «ITERU», significa río y se aplicaba al Nilo en su aspecto de extensión o masa de agua, es decir como un elemento físico. Como veremos, en Egipto todo es doble. Por tanto en el otro aspecto del río, como dios fertilizante de la tierra, y por lo tanto un concepto no físico, era llamado Hapy o Hapi (Hap-Ur) o Padre (Petri) Nilo, cuando venía crecido por la inundación. Este Hapi sería el dios del río y se le consideraba masculino []. Esta consideración de sexo ha dado lugar a una serie de historias curiosas, no demostradas ni en realidad verdaderas, pero que se han contado y se cuentan, motivo por el que las expongo. Este presunto sexo del Nilo hacía que se le echara, en la fecha adecuada, una muchacha virgen y engalanada al inicio de la crecida [3] . Se suponía, y deseaba que el dios realizara un coito con ella, quedara satisfecho y fuera generoso en su crecida y en los resultados de ésta. Con la misma intención se echaban al río muñecas, granos de simiente, oro, mirra, flores, etcétera.
Así representaron los egipcios las embarcaciones que navegaban continuamente por el Nilo.
Es el momento de indicar que los egipcios no tuvieron nunca la menor curiosidad por saber de dónde provenía el agua del Nilo. Para ellos «el río» como lo llamaban nacía en la primera catarata y estaba controlado por el dios alfarero y creador Jnum, cuya residencia estaba en ese lugar próximo al actual Assuán. Se creía que el caudal de agua surgía de una caverna —o dos— que había entre unas rocas y que controlaba este dios. Si se le ofendía o estaba descontento por algo, cerraba el paso y Egipto se quedaba sin inundación y aparecía la consecuente hambruna.
El Nilo es el río más largo del mundo con 6.700 km. (en realidad 5.584 km.) Pero según los postreros descubrimientos, tendría 1.000 km. más, medido desde su verdadero nacimiento real en el río Luvironza o Atbara, en Burundi. Hay personas que no aceptan que los ríos que desembocan en el lago Victoria, verdaderos afluentes de éste, y que son enormes y largos torrentes, son los que aportan gigantescas cantidades de agua, manteniendo al lago en un nivel muy alto. Son caudales que vienen desde más al sur todavía, y que se pueden considerar o no como parte del Nilo. Según lo más aceptado, el Nilo nace en el lago Victoria, nombre que le puso su descubridor John Hanning Speke en 1857 y que queda justo sobre el Ecuador. Tiene numerosas cascadas a lo largo de su recorrido. Este río es navegable entre el Mar Mediterráneo y Syene (Assuán), aunque hay bancos de arena en su curso y por ello sólo se pueden usar naves de poco calado y escasa o nula quilla.
Su nombre Nilo viene del griego Neilos, aunque no se sabe el porqué se le dio este nombre. Sin embargo, para los egipcios de los primeros tiempos, recibía solamente el epíteto de «el río».
Es evidente que ellos, desde los tiempos más lejanos, sentían un especial respeto por él, hasta tal punto que todas las entradas principales a los templos de bían estar siempre orientadas al río Nilo y se estaba obligado a usar siempre el eje esteoeste, eje solar, en las construcciones religiosas.
El «País de las Dos Orillas» fue una civilización fluvial. Temían más los ascensos exagerados del agua que una subida escasa. Un nivel muy alto causaba mucha destrucción; una retirada tardía de las aguas también era un gran problema. Ambas posibilidades retrasaban la cosecha y podían dar lugar a hambrunas. Una inundación escasa era mucho menos destructora y por tanto más controlable.
Desde muy antiguo, los niveles de las crecidas eran un tema que les preocupaba. Por ello inventaron, y más adelante perfeccionaron, un instrumento, un edificio a veces, para medir los niveles de subida y bajada del agua. Son los nilómetros. Su nombre antiguo era nekia. Los hubo y los hay, aunque en la actualidad, con la presa de Assuán no sirven para nada, pero todavía se pueden ver algunos. Era un instrumento de piedra que medía las crecidas del agua mediante marcas que indicaban si estaba más alto, normal o más bajo. Uno de los sistemas, como el que se puede ver en Assuán perfectamente conservado, era un rampa de piedra, dividida en escalones con una parte media que indicaba el álveo o nivel normal del agua, otra más baja que señalaba niveles inferiores y una parte alta que se p rolongaba hacia arriba por la ribera y que marcaba la crecida y sus posibilidades.
Nilómetro en la pared de una rampa en Assuan.
El nivel máximo del río aparecía a la altura de la 1.ª catarata en junio y llegaba a la región del Delta en julio. Se mantenía así hasta septiembre, fecha en la que empezaban a descender las aguas. En noviembre se iniciaba la siembra y en marzo se recogía la cosecha.
El Nilo disminuye su caudal —según indica Heródoto— durante los 100 días siguientes al solsticio [4] de verano, alcanzando su álveo e incluso llega a descender más aún hasta la nueva crecida. Una buena subida del Nilo era cuando subía al menos 16 codos, unos 9 metros. Una buena red de canales distribuía el agua llevándolo lejos de su origen, llenando las zonas hundidas que después se podían aprovechar. Si se hacían las cosas bien en la distribución inicial y se mantenía mientras el Nilo se encontraba alto, podían sacar un gran rendimiento a la poca agua obtenida incluso en un año de escasa inundación.
Para hacer una gran obra, un templo o una pirámide, lo primero que se realizaba era abrir un canal que acercara el río al punto de trabajo, para poder llevar por barco los materiales, la comida, y el personal necesario al mismo pie de obra. Por tierra el transporte era lento y se hacía a lomos de asnos y onagros y sobre narrias que eran arrastradas por bueyes o por hombres.
La existencia del río Nilo, con más de 1.200 kms. dentro de su territorio, hizo que nunca se preocuparan por la rueda. Ésta no aparece sino como constitutiva de los carros militares hasta un periodo entre 1650 y 1550 a.C. El Nilo, con un recorrido manifiestamente de sur a norte, divide el país en dos partes, una al oeste, en la que estaba el reino de los muertos y otra al este, en la que estaban y trabajaban los vivos.
El Hapi (Padre o Petri) era el dios del Nilo, y era una divinidad de dos caras: podía ser bueno o malo. El buen Nilo era aquel que dejaba una buena cosecha por tener la subida adecuada, en fecha idónea y durante el tiempo necesario. Era malo cuando llevaba al hambre y a la muerte por subida muy débil o muy fuerte. Esta es la razón por la que, durante mucho tiempo, nadie se atrevió a acercarse a él. En épocas muy antiguas, las riberas del río eran franjas pantanosas donde moraban los cocodrilos y los hipopótamos. La población residía en zonas cuyo sólido suelo era una promesa de caza constante. En época de lluvia (no era muy frecuente que lloviera y a la lluvia la llamaban «Nilo del Cielo»), las estepas se convertían en un paraíso para los leones, y los uros (especie de toro salvaje parecido al bisonte), los asnos salvajes (onagros), antílopes, avestruces, jirafas, liebres y puercoespín, lo que con el abundante agua cercana permitía una vida relativamente agradable. Esta abundancia y un clima aceptable es lo que atrajo a una gran cantidad de personas del entorno geográfico que se establecieron en distintos asentamientos que, con el tiempo, fueron confluyendo y al final darían lugar a lo que sería esta gran civilización.
El Nilo en el lago Nasser.
El Delta del Nilo, en el norte, era la zona más rica de Egipto y donde tendrían sus tierras muchos de los personajes importantes de cada época. Pero era una zona con problemas, ya que en parte eran marismas y en otras zonas, parcelas de tierras bien anegadas. Su fertilidad era tal que se producían hasta tres cosechas al año. Y se conseguía sin necesidad de usar abonos por el abundante limo que depositaba la crecida del Nilo. El Delta es una zona arcillosa, suma de miles de millones de toneladas de limo aportado por el río durante siglos, que ha formado una amplia llanura de aluvión. Es una zona en la que tampoco llueve o lo hace muy escasamente, por lo que hay que irrigarla para que dé las varias cosechas posibles en el año.
En realidad, el Delta del Nilo no era sino un oasis fluvial en medio del desierto que se correspondía con una zona de marismas y las bocas de desembocadura de los brazos del Nilo. Pero era una zona muy dura de vivir, con graves problemas, frecuentes enfermedades, con riesgo de accidentes por la gran cantidad de canales, ciénagas y pantanos. Todo ello la hacía difícil para trabajar, caminar, y vivir, pues era un criadero de insectos que transmitían enfermedades, y una zona en la que había otros animales más grandes al acecho, como los cocodrilos y los hipopótamos.
El Nilo era en realidad como una carretera para el país. Y esta es la razón por la que algunos autores la han llamado, metafóricamente, la «Autopista del Nilo».Esta masa de agua permitía comunicarse mediante barcos en los dos sentidos y transportar lo que fuera necesario. Y este navegar desde tiempos muy lejanos convierte a los egipcios en unos grandes navegantes fluviales.
El Nilo en Assuan desde las Tumbas de los Nobles.
En las zonas en las que se construían las pirámides, siempre cerca del Nilo, o bien existían puntos muy cercanos a los que se llegaban con barcos, o bien se creaban unos puertos artificiales, verdaderos lagos, para poder acercar los barcos con sus cargas (piedras, comida, madera, personal, herramientas, animales, etcétera) a la zona en las que estaban de obras, bien al pie de éstas o al menos lo más cerca posible. Para lograrlo, grandes masas de obreros realizaban vaciados, canalizaciones y zonas en la que los barcos podrían atracar y descargar cuando se inundara. Terminada la obra, se quitaba el dique y el agua del río lo llenaba todo. En ese momento los barcos podían llegar al mejor sitio de descarga.
Los egipcios intuyen la medida del tiempo desde tiempos muy primitivos y ya hay un calendario, no muy perfecto, en el año 4.000 a.C. Su posición geográfica y la existencia del Nilo les obliga, por la periodicidad de algunos hechos, a pensar en ello. Egipto se mueve según dos ejes principales:
1. El hecho anual que produce la crecida del Nilo, más o menos en la misma fecha. 2. El cotidiano aparecer y desaparecer del Sol entre su salida y su puesta.
En tiempos pretéritos, lo que más adelante sería el Delta del Nilo era solamente una zona entrante ocupada por el mar en la que desembocaba el río. Éste, en su crecida anual, a lo largo de siglos, va depositando limo y al mismo tiempo el mar introduce arena, hasta que se rellena una zona que antes era sólo mar.
El río, con su periódico ciclo de subir de nivel y posteriormente bajar a una situación más o menos normal, es el que marca las tres estaciones a lo largo del año que pronto empiezan a considerarse como unidades de tiempo.